La parábola de la viña narra la historia de un dueño que planta una viña y la entrega a unos labradores para que la trabajen. Cuando llega el tiempo de la cosecha, el dueño envía a sus siervos para recibir la cosecha, pero los labradores los maltratan y matan. Finalmente envía a su hijo, pero también lo matan. La parábola advierte que aquellos que no produzcan frutos para Dios perderán el Reino de Dios.
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Lectio Divina - XXVII Domingo, Ciclo A
(Mt 21, 33-43), Juan José Bartolomé
Los oyentes de Jesús pudieron entender esta parábola. La comparación de la viña es un
recurso tradicional que el lenguaje bíblico usa para aludir a la relación de Dios con su pueblo.
Para hombres que tenían como ideal de vida la posesión de un
viñedo y su usufructo, la viña era imagen de todo lo que, en vida,
podían apetecer y aquello por lo que debían afanarse.
Los agricultores sabían que la viña necesitaba atenciones de parte
de su dueño y, por tanto, podían comprender sentir el cuidado de
Dios, y sentirse el pueblo de su propiedad propiedad.
Esta parábola quiere ayudarnos a entender cómo es Dios con
nosotros y cómo tenemos que ser nosotros para con Él. Ser
posesión de Dios trae consigo grandes beneficios y también serias responsabilidades. ¿Lo
hemos pensado? ¿Cómo las vivimos?
Seguimiento:
33. En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
«Escuchen otra parábola: Habla un propietario que plantó una viña, la rodeó con
una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos
labradores y se marchó de viaje.
34. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores, para percibir
los frutos que le correspondían.
35. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y
otro lo apedrearon.
36. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo
mismo.
37. Por último les mandó a su hijo, diciéndose: "Tendrán respeto a mi hijo."
38. Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: "Éste es el heredero ¡vamos! Lo
matamos y nos quedamos con su herencia.
39. Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron.
40. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?»
41. Le contestaron: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a
otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos.»
42. Y Jesús les dijo: « ¿No han leído nunca en la Escritura: "La piedra que desecharon
los arquitectos es ahora la piedra angular? Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido
un milagro patente"
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43. Por eso les digo que se les quitará a ustedes el reino de Dios y se dará a un pueblo
que produzca sus frutos.»
I. LEER: entender lo que dice el texto fijándose en como lo dice
Jesús sigue contestando veladamente, a la
pregunta que le han hecho los líderes del
pueblo sobre su autoridad, tras haber
expulsado a los mercaderes del Templo.
Esta parábola tiene un carácter polémico.
En su respuesta, como suele hacer, deja
desatendida la cuestión que la ha
originado y va más allá: no es Él quien
debe dar razón de su comportamiento,
sino quienes lo cuestionan deben
responderle a Dios por su ‘desobediencia’,
so pena de ser desheredado por Él.
En esta parábola Jesús apela a la
experiencia de los oyentes, y con una
contundente conclusión, se apoya en la
Palabra de Dios: se les quitará el Reino y
se les dará a otros porque se portaron de
manera que merecieron perder la gracia
que tenían, como Pueblo de Dios.
Semejante afirmación está en total
contradicción con la fe y la experiencia de
Israel, quien sabía que Dios nunca lo había
abandonado – a pesar de que él había
sido muchas veces infiel.
La sorpresa, la ofensa, y la indignación, de
los oyentes de Jesús no podían ser
mayores, pero a la vez estaban bien
justificadas.
El mensaje de la parábola no se centra
ni en la viña ni en los trabajadores, sino
en su propietario. Es el protagonista
permanente: los demás, viñas y viñadores,
reaccionan a su actuación.
Quien quiera captar el sentido de esta
comparación no podrá olvidarlo. Curioso e
inesperado es que, tras haber trabajado
personalmente su viña, la que plantó,
cercó, cavó, construyó, arrendó, la dejara
en manos de unos asalariados para que la
hicieran fructificar.
Dar en renta una propiedad era el modo
usual de explotación que tenían los dueños
de su tierra.
Lógico que pensara en cobrar su parte a
su debido tiempo y enviar dos veces a sus
siervos a recoger su pago y que decidiera
enviar a su propio hijo para que fuera
respetado y obedecido por los
arrendatarios injustos.
Eso pensó el dueño para obtener lo que le
debían. No fue nada inteligente la
obstinación de los labradores. Al matar al
hijo en vida del padre, no tenía derecho ni
esperanzas de llegar a tener la viña como
suya.
Los arrendatarios fueron infieles y necios
al pacto que hicieron con el dueño de la
viña. La conclusión es tan obvia que Jesús
se la hace formular a sus antagonistas: la
lógica de la justicia se impone; los
primeros arrendatarios no fueron
dignos de la confianza de su señor;
Eso hizo que perdieran su confianza y
también la viña que querían tener como su
propiedad.
Las autoridades no pensaron que Jesús se
apoyaría en una cita bíblica (Sal 118 ,22-
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23) para dejar al descubierto que Dios
tratará a su pueblo como el propietario de
la viña. Lo que en boca de Jesús es
gravísima amenaza, en mano del redactor
del evangelio es un hecho consumado.
Ello confiere a la sentencia una inaudita
gravedad: quien no devuelve a Dios lo que
se le debe, acabará por perderlo y no
tendrá ya su confianza.
Lo que Dios hizo con Israel, puede y quiere
hacerlo con nosotros, si nos portamos y
somos ‘el nuevo pueblo de Dios’.
II. MEDITAR: aplicar lo que dice el texto a nuestra vida
Esta parábola es en boca de Jesús símbolo de la relación de Dios con su Pueblo. El Reino
de Dios será de quienes dan frutos y no de quienes no los dan. Esta Palabra sigue teniendo
valor para todos los bautizados: no hay privilegio alguno ante Dios, la elección de la que
son objetos los miembros de la Iglesia los obliga a ser responsables. Quien no esté a
la altura de las exigencias de Dios, no tendrá su Reino como herencia.
No podemos ilusionarnos. El dueño dejó su viña en manos de quienes la labraron.
Llegado el tiempo de la vendimia, quiso recibir los beneficios de su propiedad. ¿Me
parezco a los que le rentaban el terreno al señor desconociéndolo como el verdadero
dueño?
Muchas veces me siento el propietario de la viña. Retengo para mí cuanto le
corresponde a Él. ¿Por qué me posesiono de lo que no es mío, si todo me lo ha dado?
La reacción del dueño de la viña es entendible: 'Los que se portaron mal con Él y con sus
enviados tendrán una mala muerte'.
Jesús nos advierte: 'Se les quitará el Reino a quienes no produzcan frutos'. Podemos
perder los dones de Dios si no nos proponemos dar frutos.
El Reino no será nuestro. No podemos ser de Dios y tener parte en su Reino si no
queremos dar cuenta de él. Creernos libres de obligaciones para con Dios no nos da
ningún derecho.
Jesús quiso asegurar a sus oyentes. Les dio normas que fueron un distintivo en su
manera de tratar a sus hijos y a la vez les dejó bien claro que él se preocupa y cuida
de ellos. Habló del trabajo que él realiza en su viña porque le interesa y quiere que esté
produciendo cada vez mejores frutos.
Jesús nos recuerda nuestro deber: dar buenos frutos. Todo arrendatario, por serlo,
permanece en deuda con el propietario. El Reino de Dios será nuestro en la medida que
nos propongamos dar frutos. Él nos advierte que no gozaremos de privilegios si no
sabemos corresponder a los cuidados que merece la tierra que nos ha confiado.
Haber recibido la gracia de Dios nos obliga a vivirla; cuanto más nos dé, tanta mayor
será la deuda que tenemos y mayor la responsabilidad por ser suyos.
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No se puede ilusionar la comunidad cristiana con llegar a tener un día la herencia que
Dios prometió a sus hijos, si antes no reconoce los derechos que Él tiene sobre ella,
por ser su Padre.
Hemos de reconocer que Dios nos lo ha dado todo. Algunos creemos que lo que nos
merecemos todo. Si pensamos que todo es fruto de nuestro esfuerzo y diligencia, no nos
sentimos hijos ni sabemos agradecerle lo que nos ha dado.
Como los arrendatarios de la parábola nos adueñamos de los bienes que no son
nuestros, sino de Dios. Él no se da a quien cree merecerlo, sino a quien le agradece
todo lo que ha recibido por ser su hijo/a.
Olvidar los beneficios recibidos, rehusar el saldar la deuda de gratitud que se tiene para con
Dios, es el primer paso para atentar contra los derechos de llegar a ser herederos suyos.
Si no dedicamos nuestra vida a Dios y a lo que Él nos encarga, perdemos la oportunidad
que Él nos dio al llamarnos a ser miembros vivos en su Iglesia. Todo cuanto El ya ha
hecho por nosotros nos pide reconocer su amor.
La primera y la mejor forma de agradecer a Dios los bienes recibidos es ser
responsables de ellos: saldamos la deuda de gratitud que con Dios mantenemos
cuando reconocemos que Él es el origen de nuestros bienes y que los ponemos a
su disposición procurando el bien de los que tenemos cerca.
El Dios de Jesús pide frutos porque primero dio a sus arrendatarios lo necesario para que los
pudieran obtener. Ha invertido en su viña con ilusión y fatigas, y confía en la buena
cosecha. Pero quien no reconoce a Dios como origen y causa de los bienes que tiene,
termina perdiendo lo que primero recibió.
III: ORAMOS desde este texto nuestra vida
Dios bueno, ¡cuántas veces vivimos como si nosotros fuéramos los
dueños de lo que Tú nos has dado! Somos indiferentes ante las
necesidades de los demás; no alimentamos sentimientos de
reconocimiento para contigo ni de servicio y hermandad para con nuestro
prójimo.
¡Cuántas personas y cosas pusiste en nuestras manos! Concédenos
corresponder a todo lo que nos has dado trabajando tus dones brindando un servicio
generoso y desinteresado.
Que no tengamos otra preocupación que amarte día a día y siempre más, como te amó tu
Hijo, Cristo Jesús, convirtiendo nuestro amor en obras de justicia, de paz, haciéndote
presente en nuestro mundo. Que sepamos ser tu Viña y nos responsabilicemos de hacerla
cada día más y más fecunda. ¡AMÉN!