2. Del texto: Miguel Ángel Guerrero Ramos
Mail del autor: migue-guerrero_@hotmail.com
Diseño de portada: La Lluvia de una Noche
Primera edición: 2013
Segunda edición: julio de 2014
3. Contenido
Parte 1. En el interior de las cosas intangibles
A lo que se ama se observa para siempre
Tus ojos, como el dulce abrevadero de los ángeles
Una mirada en su plenitud es una sonrisa
Las flores convertidas en sueño
Bajo una luna verde y enhebrada en ausencias
Ojos con vocación de sueño
Rocío de caricias
La arquitectura cristalina de un susurro
Hasta hacer evidente el vértigo de una caricia
La dulce y aureada canción de los murmullos
Soledad
Infinitud
Esencia de vida
Los espejismos que le dan sentido al corazón
La noche lo sabe
4. Parte 2. Los secretos escándalos del alma
El lugar en el que nacen las olas
Cada minuto una mirada
Cada minuto una mirada (I I)
Los arpegios cautivantes y secretos de la luz
Bajo el pétalo de un clavel
Es en los ojos en donde se iluminan los anhelos
El aroma de lo desvanecido
Esa pequeña partícula de eternidad
Una pasión de suave crepitar
Las dulces seudolevitaciones de la flor
De la existencia del amor
Los secretos escándalos del alma
Un sublime y almibarado morir a la luz de la tarde
Dibujos en la transparencia del cielo
Razones para atesorar una primavera
No se puede viajar sin hacer una promesa
Cercanía psiquiátrica
5. Parte 3. Objetos que nunca caerán del cielo como una lluvia de adioses
Objetos que nunca caerán como una lluvia de adioses
Sinopsis del presente poemario
Sobre el autor del presente poemario
Sobre esta edición
6. Parte 1. En el interior de las cosas
intangibles
7. A lo que se ama se observa para siempre
Lo que se ama ha de perdurar de forma intensa,
de forma arrolladora,
como la infrangible, bella y apetecible
caricia de un deseo de placer,
o como la desenfrenada presencia de lo omnipotente
y sus detonantes deslizamientos
dentro de nosotros.
Sí, lo que se ama ha de perdurar.
Ha de perdurar aun en la ausencia.
Porque lo que se ama, dicen las flores,
y dice la brisa,
se ha de observar para siempre.
8. Tus ojos, como el dulce abrevadero de los ángeles
Esta, es una de esas mañanas matutinas en las que suelo
pensar en los renaceres de la aurora,
y en todas esas certezas que nos llegan
desde los distintos espejismos de la vida.
Pero, más que nada, esta también es una de esas
sedosas y sosegadas mañanas en las que suelo pensar
en tus ojos, vida mía,
bajo el místico recuerdo de la eclosión de la noche,
el toque de la diana, y un tierno derroche
de caricias presentidas.
Hoy, vida mía, reconozco que tus bellos ojos de aguamar,
no son sino el dulce abrevadero de los ángeles.
Sí, un abrevadero en cuyas aguas encrespadas
se refleja un hermoso cielo nimbado de vida
y todas esas férvidas y pulsantes palabras
que nunca fueron dichas por el alma.
Ahora, ¿que cómo lo sé? ¿Que cómo sé que tus bellos
ojos de aguamar son el dulce abrevadero de los ángeles?
Bueno..., una fluida luz de luna con su pálida
y liviana ingravidez, y una rosa emblanquecida
y muy campante y tierna bajo el sol, me lo han dicho.
Me han dicho que tus ojos son el dulce abrevadero de los ángeles.
Claro, ahora que me pongo a pensar con más detalle,
y quizá un poco con la emoción de recordar tu cuerpo fragoroso,
veo que tus ojos son la vívida representación
de un sentimiento de amor,
que exhalan perennes bocanadas de luz circunscritas
9. a la piel de la pasión,
y que poseen la libido sinuosa de los besos más profundos.
Entonces, ¿cómo no decir que ellos
son el dulce abrevadero de los ángeles?
Cómo no decir que en ellos gira una bella espiral
que arrastra un vértigo de segundos trascendentes,
que son una invitación a explorar unos sentidos
demasiado intensos,
o que son un grávido fuego de parpadeante eternidad,
y que ellos, y solo ellos,
saben modular la voz única del alma.
Cómo no decirlo, si ellos calman mi sed,
y la sed insospechada de los ángeles,
al ser ellos una intrincada geometría de sueños
y una plácida fuente en cuyas aguas se insinúa
sin ningún rubor el más palpitante de los infinitos.
10. Una mirada en su plenitud es una sonrisa
Sentía pánico ante la sola idea de volver a caer en la nada,
de volver a quedar aniquilado.
No obstante, una sonrisa, complaciente y luminosa,
como ninguna otra sonrisa, lo salvó.
Claro, no por nada es que la brisa dice, de cuando en cuando,
en los más abiertos parajes o en los más frondosos bosques,
que la vida, sí, la vida, bien puede ser
todo un infinito vacío que contenga una sola sonrisa,
es decir, una sola gota de una inmensidad sublime y eternizada.
La sonrisa del mar, por ejemplo, bien puede ser una ola,
una ola de vida, mientras que la sonrisa del cielo,
para los que no lo saben,
bien puede estar escondida, leve y dulcemente escondida,
en el brillo de alguna mirada.
De una mirada que añore sonreír.
11. Las flores convertidas en sueño
Ese paisaje lleno de susurros
en el que danzan mil fragancias distintas
y al que se le antoja suspirar
una reminiscente y perpetua primavera,
es un paisaje en el que suele
ondular, de cuando en cuando,
en la tranquilidad de su aire,
el vértigo sereno de un aroma eléctrico y palpitante.
Se trata del aroma eléctrico y
palpitante de las flores.
Un aroma que puede convertirse
en una sucesión de embriagueces,
que puede mezclarse con los sabores
del tiempo
y que advendrá a la lucidez de la
memoria, cada vez que ellas,
que las hermosas y dulces damas
de la primavera,
opten por convertirse en el recuerdo
de una fragancia, es decir,
en un cálido y táctil sueño.
12. Bajo una luna verde y enhebrada en ausencias
Tenía que caminar por los renglones
que surcan la respiración de la brisa
y que suelen escribir las mariposas con su vuelo,
y seguir el rastro de las flores
que retoñan en la espesura del olvido,
para dar con la asesina de los ojos verdes.
Tenía que organizar los dígitos del caos
para buscarla a ella,
entre la opulenta vibración de la muerte
y el río arterial de la oscuridad.
Tenía que dar con su mirada
inquietante e inconmovible,
de esencias nítidas e incorpóreas al acecho,
presta a lanzarse en un escape furtivo
hacia la luna,
para encontrarla a ella tras una de sus típicas
y acostumbradas masacres.
Tenía que seguir la estela
de su energética y maligna presencia,
fluyendo entre las sombras de la ciudad,
para dar con su mirada verde
y enhebradora de lunas,
de las lunas más bellas
que puedan llover sobre una piel deseosa,
para preguntarle por qué,
por qué cuando aprendí el arte de la confesión
que es el arte de dejar el corazón desnudo,
13. ella utilizó el arte del crimen,
del crimen de clavar sus agujas,
como a otros tantos,
en mi decidido e ilusionado corazón.
14. Ojos con vocación de sueño
Junto a los bordes del silencio,
unos ojos con vocación de sueño
se sumergen en las aguas
donde las horas florecen
sin los pétalos fugaces de los segundos.
El infinito se congela entonces
mientras una memoria hecha
con la materia líquida de la luna
busca los besos dulces y sedantes
de una flor de fuego.
Luego, aquellos ojos con vocación de sueño,
que hemos mencionado con anterioridad,
se mezclan con una noche apasionada
y delirante mientras ellos flamean
royendo la luz
y anticipando dulcemente la eternidad.
Ellos flamean en un brillo impasible
y en medio de un frugal e impertérrito silencio.
Ellos flamean y yo me doy cuenta,
de que cuando lo hacen,
de que cuando yo miro con aquellos ojos
con vocación de sueño,
un abismo inmaterial e intangible se precipita
irremediablemente hacia mi ser.
15. Rocío de Caricias
A veces, el soplo exquisito de un deseo,
o el anhelo de una chispa incandescente de pasión,
suelen llevar a mil caricias intensas,
que obtienen el brillo del amago de la noche,
y se adivinan en los ojos del amante.
16. La arquitectura cristalina de un susurro
La arquitectura de un susurro
está diseñada con el lápiz
utilizado para escribir en las nubes,
con la sustancia sucesiva de la nada,
el vago rumor de un color blanco ceniciento
y el terciopelo perlado de tu luna.
La arquitectura, lúcida
y cristalina de los susurros,
es amiga de la brisa,
y posee la fragancia serena de los bosques.
Está diseñada para invocar a los besos,
llamar a las caricias
y precipitar las confesiones.
La arquitectura de los susurros
es sublime y encantadora,
pues, al fin de cuentas,
no es sino otra de las texturas de tu tersa
y deseosa piel.
17. Hasta hacer evidente el vértigo de una caricia
La suya no es sino un ansia infinita de pertenecer, de entregarse,
de que la haga mía a toda costa. Un ansia que arroba por completo
a aquella hermosa sílfide de ojos de aguamar,
a aquella sílfide lujuriosa, serenísima y coqueta
que abre sus muslos con una sonrisa a flor de labios
y con el único objetivo de soliviantar vidas y de sopesar
algunos cuantos perfumes pasionales.
Sí, la de ella es un ansia verdaderamente única
tal y como lo puede ser el ansia de sus senos,
o la de sus pezones indiscretos,
unos pezones que no dejan de señalarme con su mirada,
unos pezones ligeramente endurecidos bajo el tacto del deseo
y ligeramente robustecidos bajo el tacto de mis manos expeditivas.
Un ansia que, cabe decir, también se encuentra en su lengua juguetona,
una lengua que persigue mi sexo erguido y firmemente recostado
en la lascivia que ella y la esencia de su propio ser ella inspira.
Sí, una lascivia, una entrega, un ansia de emoción,
la de ella, la de la lúcida, la evidente, la de hoy, la de ayer,
la de aquella misteriosa y lúbrica sílfide que habla un lenguaje de caricias
que destiñe letras de placer y alguno que otro universo multicromático.
18. Aquella hermosa sílfide que se abre sobre mí
y me propone inventar los latidos del deleite. Aquella bellísima musa de la
entrega
que me propone acariciarla por aquí, o por allá, o por dentro, o por fuera,
hasta hacer evidente el vértigo de una piel llevada al límite
y la misma intensidad pulsátil de las orgías del alma,
que son y no dejarán de ser nunca, las orgías más intensas de la vida.
19. La dulce y aureada canción de los murmullos
El sol cae incesante. Camina por los surcos del alma, por el anhelo del tiempo
y por el umbral aureado de los sueños. Él, en medio de una de sus más suaves
y fervorosas demostraciones de calidez, traspasa las hojas de los árboles… De
hecho, él las ama, las acaricia, juega con ellas y las desea. Y no solo eso, el
sol también se mezcla con los murmullos del viento, con el trinar de las aves
enamoradas y con otras canciones no exentas de vívida magia. Otras
canciones no exentas de la máxima y más intensa plenitud del existir.
A veces, sólo el sol sabe escuchar una buena ópera o un buen compás de
murmullos naturales o una buena demostración del místico deambular de la
existencia.
Claro, lo que sucede, es que a veces sólo el sol y la naturaleza saben cómo
amar… cómo amar de verdad y cómo estar enamorados, mientras que
nosotros sólo nos sentamos a esperar a que ellos nos enseñen. A que ellos se
comuniquen con nosotros.
21. Infinitud
La infinitud que resulta de nuestros abismos combinados, traspasa la infinitud
que tejen los hilos del olvido.
22. Esencia de vida
De cuando en cuando una esencia se vuelve insostenible en el aire y
desciende a los recuerdos.
23. Los espejismos que le dan sentido al corazón
Un corazón tan indefenso que no puede huir de sus propias reminiscencias, se
aletarga un poco ante un atardecer que segrega palabras, se aletarga un poco
ante un ligero aroma de teoremáticos fulgores. Un corazón valiente, por su
parte, desmenuza poco a poco las esencialidades de la nada. Las desmenuza
hasta encontrar algo, hasta encontrar los espejismos que le dan sentido, que le
dan sentido a su propio ser él dentro de las circunvoluciones del sentimiento.
24. La noche lo sabe
La noche lo sabe, reaprender el fuego es una tarea destinada al corazón del
ser humano. Ella lo sabe, porque la noche es un vocablo absoluto en donde
parpadean no solo los símbolos del silencio o los más finísimos brillos del
misterio, sino la más sinérgica y sedosa música de la existencia. De esta
existencia que crepita con la llama densísima del tiempo.
26. El lugar en el que nacen las olas
La dulzura de una tarde de sol alegre
aunque a punto de abandonar el horizonte,
me reveló que el lugar en el que nacen las olas
se mueve con ellas.
Me reveló, de igual forma,
que el lugar en el que nacen las olas
es como la mirada, es decir,
siempre sigue aquello que cree
que es su destino.
27. Cada minuto una mirada
Siempre estamos viendo lo ausente por detrás de la mirada.
28. Cada minuto una mirada (I I)
Se necesita que algo caiga en un abismo para que este pierda su virginidad, y
una mirada sumamente intensa para astillar al silencio.
29. Los arpegios cautivantes y secretos de la luz
Los sueños galopan
en un bosque lleno de trinos
y manantiales esfumados.
El amor, que aparece de repente
con sus ropas tornasoladas,
se inocula entonces en los corazones
y en su delicuescente andar
de belleza ensoñadora.
Un aluvión de luna recorre luego la mirada
y un viento céfiro,
o quién sabe si algún otro de los doce vientos,
juega a amar intensamente a la piel
mientras se mezcla en una extraña
y diversa amalgama de fragancias discontinuas.
Sí, enamorarse es así.
Es como una dulce ablución del alma,
como una almoneda cósmica,
o como los arpegios cautivantes
y secretos de la luz.
Enamorarse, en realidad,
no es entregarse a una sola y única cosa
sino el acto sublime y sempiterno
de descansar cada noche
en un sueño distinto.
30. Bajo el pétalo de un clavel
Las ramas de los árboles pintan el aire
de trasparencia,
un sinfín de sueños con la forma
primorosa de un rocío de flores
cae sobre la pradera de las ilusiones
y las gotas del paisaje aman ardientemente.
Una sombra mística se rasga entonces
y acaricia el borde de un alma,
y todo el universo decide amar intensamente
mientras que yo dejo mi último trozo de amor,
no marchito aún,
bajo el pétalo suave y dulce de un clavel.
31. Es en los ojos en donde se iluminan los anhelos
Es en los ojos en donde se iluminan los anhelos y de seguro que en ese íntimo
e imperecedero instante, en los míos, se estaban arremolinando un millón de
ellos a la vez. Ella, entretanto, me miraba. Ella, por cierto, se veía hermosa.
Ella no llevaba nada sobre su piel. Ella estaba a punto de ingresar, así, como
estaba, dentro del concepto más puro de belleza. De repente, ella me soltó un
“qué esperas”, como con cierto retintín de que yo no debía perder el tiempo.
Pero yo no dije nada. Yo no contesté nada. Claro, cómo explicarle a ella que
los segundos se habían desdibujado de mi ser, que se habían desdibujado por
el simple y sencillo hecho, de que ninguna desnudez deja correr el tiempo
sobre ella.
32. El aroma de lo desvanecido
El alma se desvanece.
El ser se desvanece.
Ojalá fuéramos como el mar, o
siquiera como las olas.
Claro, todas las mariposas saben,
todas las olas saben,
y todas las brisas saben,
que nunca se ha desvanecido la
respiración mística e infinita del mar.
Nunca se ha desvanecido del más rítmico
y perenne ir y venir de la vida.
33. Esa pequeña partícula de eternidad
Un fantasma inconmensurable
que lleva el alma rota
se ve sanado a sí mismo
ante una dulce sucesión de ritmos sublimes
que provienen del hemisferio más místico del universo
y toma la forma de un recuerdo que se envuelve
sucesiva y regularmente en los socavones del alma,
es decir, allí, en ese mismo y exacto lugar en donde dicen que
también se encuentra el secreto terraplén del infinito.
Es entonces cuando nace la vida,
como un soplo de ternura o un ciclón cósmico de suspiros.
La vida, esa extraña materia que siempre ha sido inspiración
de futuras y ligeras reminiscencias.
Esa esencia de flujo torrencial y arrobador
que puede tener el vago aroma de un otoño lejano
o la calidez de una primavera presente.
Sí, la vida, o en las palabras de la naturaleza,
esa forma suave, y a veces demasiado agitada y turbulenta,
en la que se despliegan los susurros de la brisa,
el presente y fin último de los frutos de los sueños errantes,
o, sencillamente,
los ojos espejeantes en los que brillan las huellas
de una noche nupcial y dulcificada
de rebosante descubrimiento.
La vida, esa que se reconoce en una mariposa que bate sus alas,
en el hondo murmullo de un alma alegre
o en las voces de un paisaje soñador.
La vida, esa insospechada propiedad del universo
34. que con bastante frecuencia tiende a quedar convertida
en simples e intensos momentos pretéritos
y en jubilosas tardes de nostalgia.
Sí, todo eso es la vida,
todo eso e incluso más,
pues la vida también es como la unión de unos labios ansiosos
o un coctel de sabores inciertos y aun así predestinados.
Pero, aun cuando la vida tienda a tornarse
meramente como un abordaje de sentimientos
que subyuga la existencia en general,
hay que decir que cuando ella lleva sus mejillas encendidas
y una sonrisa a flor de labios,
siempre se podrá adivinar en ella una pasión vibrante y sobrecogedora.
De esta forma, ella siempre cantará, porque ella,
en gran parte, no es sino el fondo de un océano de música.
Y así, y aun cuando aquel fantasma inconmensurable
que llevaba el alma rota,
se vea obligado a cruzar esa senda que podemos hallar
entre el desasosiego de unas ansias tempestuosas
y las ingentes transfiguraciones de la nostalgia,
lo cierto es que cuando aquel fantasma
que es un escultor de aire y de luz diáfana,
se encuentre de repente con la primera luz de la mañana,
esta le dirá, con la inflexión más dulce
que pueda tener una voz en esta tierra,
que la vida,
sí, la vida que ha decidido caer sobre el tiempo
para luego saltar abruptamente de él,
no es, a decir verdad, sino la partícula más pequeña y sublime
de la eternidad.
35. Una pasión de suave crepitar
Una pasión de suave crepitar
y del altivos y resonantes latidos
es como una abertura intangible en la piel,
allí, en ese pequeño rincón
virgen donde el cielo,
alguna vez, se partió.
Es como los motivos que tiene un espejo
para reflejar la hermosura de una joven dama,
o como el hálito dulce de una luna enamorada,
o como un lago de recuerdos que ondulan
en los sedosos cabellos del tiempo.
Sí, todo ello es una pasión tal.
No obstante, una pasión con tales matices sublimes
en su suave crepitar, es mucho, mucho más.
Es como el ligero sabor de una medianoche mística,
como el viaje de una lluvia susurrante
o el de una nube nómada
que se cuela entre los párpados
con la magia de una sonrisa advenediza.
Es el trasluz de las palabras de cariño
o el intervalo dulce y eterno
de las caricias de una mano que escribe
con el fuego de los ojos.
De unos ojos llameantes que destellan
la fragancia de un suave y sublime crepitar.
36. Las dulces seudolevitaciones de la flor
Cómo se musicaliza un paisaje dulce, inquieto y soñador,
pregunta la brisa,
y estas sencillas y fragantes urdimbres poéticas,
apostadas dulcemente en la piel del infinito,
le responden con cierta ternura y comprensión,
desde luego, que ello solo se puede conseguir a través,
y solo a través, de una cándida y bella flor.
Sí, porque solo en las espectaculares formas de una flor,
cubiertas estas por el rocío más brillante que ha salido
de un cielo irreal,
o quizá solo en los rizomas de sus dulces sueños,
o en la suavidad de sus fragantes pétalos,
o quién sabe si en su arrobador aroma,
el cual trae consigo a veces ligeras reminiscencias,
y con ellas, ciertas y extrañas levitaciones del ser,
puede llegarse a la definición de la felicidad.
A la definición de la felicidad
como un estado único y sublime,
por no decir que natural,
en el que uno se sabe completamente libre.
37. De la existencia del amor
Nada posee una existencia más nouménica que el mismo amor.
Nada tiene una existencia más irreal y compleja que el amor,
y aun así no lo creemos por completo.
No lo creemos por completo
cuando creemos verlo, o cuando nos hace sentirnos a
nosotros mismos, o cuando nos hace sentir nuestra propia alma.
Cuando nos hace sentirla a través de lo amado.
Cuando nos hace sentirla más que a nada,
o más que a cualquier otra cosa en el universo.
Pero un beso, a diferencia del amor, es real.
Es real para la piel.
Pero la piel del alma, que se sepa, también siente.
Por eso, a veces, solo a veces, en la irrealidad de todo lo irreal,
una mirada es el único beso posible
para el tacto del alma humana.
38. Los secretos escándalos del alma
Cuando el alma sale de su escondite subcutáneo,
se disemina de inmediato sobre el aroma de la vida
y sobre el deslumbrante destello de una confesión de amor.
Un destello este, por cierto, sumamente curioso.
Tan curioso como una pasión que no desgasta
sino que engrandece el alma,
o como el fugaz parpadeo de una
existencia que nunca quiso eternizarse,
o como la inopinada rareza
de una brisa dulcemente perfumada
en una habitación vacía y con sus ventanas abiertas.
Sí, las intensificaciones del alma,
son como el destello de una confesión de amor.
Un destello de proporciones solares.
Porque las intensificaciones del alma,
solo se presentan en los más secretos
e íntimos escándalos del existir.
39. Un sublime y almibaradomorir a la luz de la tarde
(Poma finalista concurso Atiniense de poesía 2012)
Un ave con pensamiento de estrella y voz de milagro
nos dijo (a ella y a mí)
que una ignota gota de vértigo estelar
se había colado en este mundo
para darle forma a un nuevo atardecer.
Después de ello, aquella curiosa ave
con alas de horizonte migratorio y premonitorio,
se marchó.
Y después de ello, por extraño que parezca,
fue cuando mi amada y yo,
con nuestros ojos alborozados y nuestras almas tiernas,
supimos a qué sabe con exactitud
un borbotón de eternidad,
cómo se pueden incendiar las sombras
y cómo calcular la profundidad
de la gruta eflorescente de la vida.
Después de ello, fue cuando ambos supimos
que la soledad se puede dilatar en una mirada,
qué tramo exacto de la vida anochece
cuando amanece el otoño
y cómo prodigar las más suspirantes
y avezadas caricias.
Y finalmente, tanto para ella como para mí,
40. fue un atardecer inolvidable. Un atardecer inolvidable
y un sublime y almibarado morir de tintes transparentes.
Porque siempre hay un atardecer.
Sí, siempre hay un atardecer, porque el atardecer,
con todo y sus colores de ensueño,
se ha fugado más allá de esta vida.
41. Dibujos en la transparencia delcielo
Arde, en la transparencia del cielo,
en la mirada de vida y de melindrosa belleza
de aquel estanque
en donde sueñan los relámpagos,
en el fulgor de una dulce y ensoberdecida nube
inventada con música de auroras,
y en la cada vez más precipitada lozanía y calidez
de una primavera que se retrae visiblemente
ante la luz malteada
de una luna sedosamente enamorada,
todos los dibujos, acrílicos, antiefímeros, aluviales,
que el mar, y sus olas enfebrecidamente
enfermas, y arrulladas, de amor y de vida,
han trazado sobre la esencia perenne y lustrosa del amanecer.
42. Razones para atesorar una primavera
Mi bebé lleva horas durmiendo en su cunita como un ángel. Afuera, entretanto,
la primavera trascurre bastante rápida, bastante sedosa, bastante llena de
fragancias incoloras. Una primavera que va a 200 km por hora por las vías de
unos sueños realmente suaves y cristalinos. Una primavera, de esas, que te
miran con una mirada sumamente golosa y suspicaz. Mi bebé, por cierto,
todavía ignora que se puede gozar de una primavera como esta. Por ello, es
que voy a tratar de atesorar esta y algunas otras primaveras más en mi mirada,
no sea que algún día, por alguna u otra razón, cuando él me pida algún
consejo, se me ofrezca comunicárselas de alguna forma.
43. No se puede viajar sin hacer una promesa
No se puede viajar al otro lado del mundo con una persona, así como así y
como si nada, sin hacerle a dicha persona una promesa. Hoy, por cierto, he
prometido bajar la luna. Esa es una tarea muy difícil, una tarea sumamente
ardua, una tarea que delinea los contornos de un ligerísimo y espléndido
infinito. Por fortuna, mañana podré descansar un poco. Podré descansar
mientras veo una gran obra en un gran anfiteatro. Una obra maestra. Claro, no
se le puede bajar la luna a una persona, así como así y como si nada, sin
prometerle a dicha persona el más bello espectáculo de la vida.
44. Cercanía psiquiátrica
Mucho me temo que vienen a rescatarme. Algo me dice, de hecho, que ya
están bastante cerca. Tanto así, que no puedo dejar de oír sus voces, sus
pasos, esos murmullos con los que pretenderán transpórtame a otras orillas de
la realidad, a otros confines de un pensamiento demasiado denso para mí. Ya
los puedo sentir, vienen preparados. Vienen con los esquemas más rigurosos y
reflexivos a refrenar los vapores de mi inconciencia. Pero no me importa. Yo no
les haré caso. Yo soy Cristóbal Colón y de seguro que en máximo diez días
llegaré a las Indias Orientales, o quién sabe si a algún extraño rincón de
ultramar en donde podré ser yo mismo para siempre.
45. Parte 3: Objetos que nunca caerán del cielo
como una lluvia de adioses
46. Objetos que nunca caerán delcielo como una lluvia de adioses
I
Infelizmente cautivo en el reino de los olvidos imposibles, los objetos de la
soledad y el silencio llegan a él como un viento céfiro que se abre paso entre
los árboles y la piel de la vida natural. Es más, él se los encuentra en cada
esquina que bordea el viento, en cada ola de un mar nostálgicamente
enamorado de la luna y en cada mirada de estrella albeada. Se los encuentra,
por aquí o por allá, flotando como si nada sobre una de las lágrimas del
amanecer y en todos los místicos reflejos que han alimentado un espejo de
agua. Se los encuentra, cada día, cada mañana y cada noche, entre la
erracidad de lo fugaz y la inexistente culpabilidad del tiempo.
Se los encuentra, sin falta, en el alma que ayer se fugó de su cuerpo.
I I
Los objetos de la soledad y el silencio buscan almas otoñadas, el juego
matutino de la brisa entre el césped, esos instantes alucinados en los que no
hay luna pero la noche sueña con ella, algunos cuantos aromas de belleza
furtiva y alguna que otra sábana hecha con el dulce y apetalado cuerpo de una
flor.
En suma, los objetos de la soledad y el silencio buscan los rítmicos hechizos de
las olas de la vida, los buscan con el único fin de hacerse eternos mientras
sumen a la vida en una espesa bruma. Los buscan para configurar su propia
alma sobre el estrecho parquet sobre el que reposa el más desesperado de los
infinitos.
Sí, su alma, es decir, el alma de los objetos de los que hemos estado hablando,
es el alma que surge tras la más tierna calcinación de un sueño.
47. I I I
Son muchos y muy variados los objetos de la soledad y el silencio (unos
objetos que como bien se puede suponer, nunca caerán del cielo). El Piano de
la incertidumbre, desde luego, es uno de ellos.
El Piano de la incertidumbre, por cierto, es un enorme piano de cola y teclas de
marfil con mirada de nostalgia. Un piano con el cual se pueden tocar esas
lívidas y sórdidas melodías tan propias de esos espacios vacíos que se
encuentran entre una estrella y otra.
Por eso, bajo un cielo de ámbar y una luna nacaradamente hermosa, la música
de aquel viejo piano bien puede arreglárselas para incrustar una profunda y
abismada tristeza en forma de un océano lirico y lacrimal dentro de mí.
IV
Un diario viejo e inacabado, una gafas que ya no le sirven a nadie, una muñeca
de trapo que ha perdido sus ojos o alguna que otra carta de amor que nunca le
será entregada a nadie, entre muchos otros objetos de similar silencio, no son
sino olvidos que de cuando en cuando miran al pasado.
Son la suma de todas las noches que han bañado una sola soledad.
Son los objetos de la soledad y el silencio, que están ahí, es decir, en la
existencia, para que el infinito no padezca de inanición.
V
Pero no hablemos tan solo de los objetos de la soledad y el silencio. Hablemos
también de la poesía.
Recordemos que la poesía bien puede ser como una espada de luz, una
48. espada que puede llegar a cualquier parte del corazón y cortarlo.
Digamos que en medio del ballet de una niebla vertiginosa, ella, es decir, la
poesía, bien puede darle voz a algún objeto que se resiste a decirnos adiós y
puede hacer que dicha voz se vaya en las faldas de alguna serpenteante y
coqueta brisa.
Sí, de vez en cuando una brisa serpenteante nos trae voces de personas que
nos llaman, que nos llaman con todo su corazón, aun cuando dichas personas
no nos conocen.
De vez en cuando, mientras la noche aletea en medio del silencio, nos
tropezamos con alguna cosa que nos recuerda a alguien que nunca estuvo con
nosotros. Alguien que se pudo disfrazar de recuerdo. Alguien que no
permanece con nosotros en forma de persona. Alguien que nunca caerá del
cielo pero que de alguna u otra forma puede estar viajando a través de él.
49.
50. Sinopsis del presente poemario
Este poemario es una mirada arrobadora, un destello sumamente curioso, tan
curioso, por cierto, como lo son las más escandalosas intensificaciones de
nuestras almas. Pero no solo eso, este poemario es también una melodía de
párpados de mujer coqueta, o, si no, por lo menos sí como un rocío de caricias,
o como una pasión de suave crepitar, o como los secretos y cristalinos
susurros que trae consigo la brisa. Es la felicidad escondida entre las olas, es
el brillo de unos ojos con vocación de sueño, pero, más que ello, es también,
de igual forma, el color deslucido de la nostalgia, de la tristeza, de los objetos
que nunca caerán del cielo hacia nosotros. Sí, este poemario es como el aroma
de lo desvanecido y, a su vez, como una gran galería de colores y emociones y
sentencias que han surgido, cómo no, del alma humana, como cualquier otra
poesía suave e intensificada.
51. Sobre el autor del presente poemario
Miguel Ángel Guerrero Ramos: Sociólogo de la Universidad Nacional de
Colombia. Ha trabajado como estudiante pasante en el Comité Departamental
Para la Lucha Contra la Trata de Personas de la Gobernación de
Cundinamarca y como docente preuniversitario. Como escritor, ha sido
ganador de los Premios Limaclara de Ensayo 2013 y finalista en múltiples
certámenes literarios internacionales.
Ha publicado, asimismo, microrrelatos, poemas y ensayos en algunas páginas
y blogs de Internet, en algunos compilados de poesía colombiana y en algunas
revistas digitales, así como también varios artículos de investigación científica y
académica dentro del campo de las ciencias sociales. También ha publicado,
para la fecha, un libro de ensayos: La inmediatez de las emociones al estar
desnudas, varias novelas cortas como Cuando el demonio ama, algunos libros
de poesía y algunos libros académicos.
52. Sobre esta edición:
En esta segunda edición de esta obra, me he propuesto hacer un rediseño
realmente considerable de la misma. La primera edición fue fruto de mis
primeros esfuerzos por escribir algo de poesía, unos primeros esfuerzos
cargados con la energía y la motivación con la que se empieza en las letras,
pero también con algunos de sus más clásicos errores. Debido a ello, en esta
edición no sólo se encuentran algunos poemas que no se hallaban presentes
en la primera, sino la corrección gramatical de alguno que otro lapso
desprevenido o de alguno que otro error de principiante. Claro, aún sigo
considerándome principiante en esto de las letras, y creo que así será por
siempre, pero hoy por hoy hay dentro de mí uno que otro rayo que ilumina un
poco mejor que ayer. De modo que dejemos que esos rayos traten de
convertirse en magia, que traten de convertirse en magia mientras se
trasforman en literatura y, claro, en poesía. Una poesía que ilumine el diario
deambular de las almas que desean sentir de otras formas distintas la realidad.