1. Una Europa alemana.
Manfred Nolte
En su edición del pasado 15 de enero, en sendos artículos firmados por Lionel
Barber y Tobías Buck, el prestigioso rotativo Financial Times, transcribía los
principales pasajes de una entrevista realizada a Mariano Rajoy. En uno de ellos
que lleva por título „España apela a Alemania para estimular el crecimiento‟ el
inquilino de la Moncloa llamaba a Alemania y otros países acreedores de la
eurozona a hacer más para propiciar el crecimiento, argumentando que una
política más expansionista reforzaría la recuperación económica en el área de la
moneda única. “Creo que en este momento en el que hay tanta necesidad de
crecimiento, aquellos que son capaces de implementar políticas en esa línea,
deberían hacerlo. Lo que está claro es que no se puede pedir a España que
adopte políticas expansionistas en el momento actual. Pero los países que
pueden, deben hacerlo”, manifestaba a los periodistas el primer ministro
español.
Las declaraciones del político español no constituyen ninguna sorpresa -Rehn,
Junckers y Lagarde acaban de denunciarlo- aunque valen como manifiesto
político dirigido a quien corresponda entre las locomotoras europeas,
advirtiendo sin tapujos, que de los dos ejes socioeconómicos que se exige a los
países periféricos para la superación de la crisis, uno de ellos, el del crecimiento,
no está actualmente en sus manos.
Se ha debatido hasta la saciedad la incuestionable exigencia de practicar
políticas severas de consolidación fiscal, para reducir el déficit presupuestario y
atraer nuevamente las voluntades de los inversores internacionales. Nadie
puede objetar al ejecutivo español ausencia de celo en unas circunstancias
extraordinariamente penosas para la ciudadanía española. Las políticas de
ajuste se han revelado eficaces al comprobarse que la necesaria activación de
esquemas de protección fiscal hubiera conducido el déficit español a niveles del
11 por ciento, o más, del PIB. A falta de conocerse la cifra exacta
correspondiente a 2012, es innegable que al menos se habrá recortado el desfase
en tres o cuatro puntos porcentuales. El reconocimiento momentáneo de los
mercados se ha mostrado en lo que llevamos de Enero.
Pero la otra cara de la moneda, el precio pagado por la reasignación de puestos
de trabajo desde sectores caducos hacia otros con futuro, se traduce en un paro
insufrible que afecta a seis millones de personas. En una economía en declive y
decrecimiento como la española, las reformas estructurales ceden su
protagonismo a la acción de la demanda, sea interna o procedente de terceros
países. Es en relación a la demanda exterior donde entra en juego la coherencia
del núcleo duro europeo para hacer honor al principio de „solidaridad después
de la condicionalidad y la disciplina‟ tantas veces invocado por la canciller
Merkel, aunque aparentemente con la boca pequeña.
Alemania practica un dumping histórico dentro del recinto de la Unión europea
aunque se base en buena lógica en méritos propios. Pero los desajustes, en este
caso superavitarios, de su Balanza por cuenta corriente o los mastodónticos
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2. saldos acreedores que regenta en el sistema de compensación bancario
denominado TARGET 2, no representan sino un exceso que aparta a los
teutones del equilibrio en manera análoga y simétrica en que los déficits apartan
del equilibrio a los países periféricos deudores por razones contrarias. Ha
quedado probada la condicionalidad y disciplina invocada por la primera
mandataria teutona. Pero, ¿dónde está la solidaridad inherente a un proyecto
común europeo y más aun de la moneda única?
Como tantas veces se ha señalado para el caso de China, Alemania podría y
debería en las actuales circunstancia estimular su demanda interna con medidas
tan simples, por ejemplo, como el aumento salarial del funcionariado público o
la creación de subvenciones a capas humildes de la población orientadas al
turismo en países periféricos.
No había que ser un adivino para adelantar que la propuesta caería en oídos
sordos. El ministro alemán de Economía, Philipp Rösler, ha zanjado el asunto
descartando la posibilidad de que Berlín apruebe nuevos programas de
crecimiento "financiados por deuda para ayudar a los países en crisis de la
zona euro como pidió el presidente español”.
Sin duda Merkel asume que la única manera de ayudar a Europa es instruir a los
países periféricos a „hacer sus deberes‟ y convertirse en „pequeños alemanes‟ que
se porten bien en clase. Evidentemente el dilema radica en saber si Europa se
aviene a vivir bajo la hegemonía alemana o si Alemania acordará someterse al
liderazgo europeo para prevenir la desagregación del viejo continente.
Dado que la supervivencia de los periféricos, entre ellos España, depende en
gran medida de su inclusión en una unión fiscal y política en la que se
mutualicen gradualmente las cargas nacionales, no parece heroico aventurar
quien seguirá portando la batuta europea.
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