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Globalización, desigualdad y pobreza.
Manfred Nolte
Pobreza y desigualdad no son términos equivalentes aunque compartan
sensibilidad e importancia en las consecuencias que acarrean. Ambas presentan
problemas de definición, aunque en diferente modo y manera, y las dos se
someten a la dinámica histórica, a la evolución de sus cifras en un contexto a la
vez absoluto y relativo. Pobreza y desigualdad son fenómenos sociológica y
económicamente muy complejos en los que influyen multitud de factores y que
pueden estudiarse desde distintas perspectivas, por lo que su medición descansa
inseparablemente en su definición.
Por ejemplo, el Banco mundial define la línea de extrema pobreza en 1,25
dólares/día, situación que padecen más de mil millones de personas (15%) en el
planeta. Dos mil millones más (30%) apenas llegan a la cota de los dos dólares
diarios, sesenta dólares al mes, unos cuarenta y cinco euros. Por su parte, el
principal perfil de pobreza utilizado por la OCDE y la Unión Europea –países
ricos- es la línea de ‘pobreza relativa’ basada en una medida de distancia
económica. El porcentaje de hogares con ingresos por debajo del 60% de la
mediana poblacional se dice que están ‘en riesgo de pobreza’, lo que situaría a
este criterio de pobreza en las proximidades del criterio desigualdad. Es
evidente que las reglas citadas contienen serios problemas de conciliación.
Añadidamente, medir sólo la pobreza relativa simplifica un problema de clara
naturaleza multidimensional, relacionado con la exclusión social y la carencia
de bienes y servicios de primera necesidad. Desde 1990, el ‘Índice sobre
Desarrollo Humano’ de Naciones Unidas mide este valor, y desde 2010 el
‘Índice de pobreza multidimensional’ valora las privaciones individuales en
materia de educación, salud y nivel de vida. Nuevamente, dichos índices difieren
según e evalúen los países en desarrollo o los países ricos de la OCDE.
La digresión necesariamente enriquecedora por los conceptos citados nos
permite seguir en sus detalles la evolución de la pobreza en el mundo hasta el
estallido de la crisis global en 2008. Desgraciadamente, el último lustro ha
revertido la tendencia en la mayoría de las zonas de crecimientos de PIB
negativos, en parte por la exagerada aplicación de las medidas de consolidación
fiscal provocadas por las caídas de los ingresos presupuestarios y la activación
masiva de esquemas de protección social. Pero hasta 2008, la reducción global
de la pobreza ha sido una realidad a partir del inicio de la globalización situado
orientativamente en 1980, fenómeno que se considera determinante en la
trayectoria de éxito registrado. Los altos crecimientos del PIB global y
segmentado del planeta han sido causa y motor del cambio favorable.
Añadidamente las actuaciones contenidas en la ‘Declaración del Milenio’ de
2000 han cosechado en este terreno una victoria importante, cinco años antes
de la fecha prevista de 2015, aunque otros objetivos vitales como la disminución
de la mortalidad materna en tres cuartos o de la mortalidad infantil en dos
tercios no se llevarán a término. La pobreza mundial ha disminuido a ritmos
impensables porque el 50% más pobre ha visto como su renta crecía hasta un
80% en dos décadas. La clave del despegue ha sido la explosión productiva de
las potencias emergentes, en particular de China y la India. Los informes de
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Naciones Unidas confirman recortes en la lacra de la pobreza en la práctica
generalidad de países, también si se atienden a los factores multidimensionales
antes citados.
¿Qué diremos de la trayectoria de la desigualdad? Aclaremos de entrada la
diferencia entre desigualdades de renta y desigualdades en la riqueza
acumulada. Dado que el concepto de desigualdad es esencialmente relativo – las
rentas o patrimonios disponibles en relación a las de un conjunto circundante-,
dos índices estadísticos, Lorenz y Gini, se encargan, en cualquier caso, de medir
las diferencia estadísticas. Claro que no es lo mismo medir la desigualdad entre
los ciudadanos o familias de un país, que medir la desigualdad de las rentas o
patrimonios medios entre distintos países o aun la de los ciudadanos del planeta
entre sí independientemente del país en que residan. El segundo de los
enfoques está llamado a cobrar importancia progresiva en un mundo
crecientemente interrelacionado por la globalización.
La foto puntual de la desigualdad mundial difiere según analicemos el stock de
riqueza o el flujo de renta. A finales de 2012, según datos publicados por Crédit
Suisse, el 70% de la población mundial acumulaba el 3,3% de la riqueza del
planeta. Otro 23% de la población poseía el 15%. Es decir, el 93% detenta el
18,3%. El resto de los individuos, el 7% comparte el 81,7%. En lo alto de la
pirámide, el 0,6% de la población acumula el 40% de la riqueza mundial.
En relación a las rentas, el Banco Mundial presenta la siguiente fotografía a
finales de 2012:el 8% de la población mundial concentra el 50% de las rentas
generadas en todo el planeta.
La digresión teórica sobre la inocuidad o condena de esta desigualdad flagrante
no admite sustento moral ni económico. En lo moral mientras sigan
persistiendo las enormes bolsas de pobreza absoluta en el planeta y en lo
económico porque la desigualdad, traspasado un umbral asumible, es
ineficiente, disgregadora y socialmente corrosiva. A mayores diferencias entre
ricos y pobres menos cohesión posee la sociedad: la vida comunitaria se debilita,
decrece la confianza mutua y aumenta la violencia. Los datos muestran que
sociedades muy desiguales amasan todo tipo de lacras conductivas, la droga, la
insalubridad, menos y peor educación. Y ello porque la desigualdad no
solamente afecta al pobre sino que afecta a toda la fabrica social, socavando el
bienestar de las mayorías.
No obstante, y remitiéndonos al periodo de 20 años que cierra en la víspera de
la gran crisis actual, 2008, la desigualdad en el mundo se ha reducido como
regla, tanto entre países como entre los habitantes de un determinado país,
incluso en el tercio de ciudadanía más desfavorecida del
planeta(Milanovic,2013). La única excepción la constituye el 5% más pobre de la
población, incapaz de incorporarse a la corriente de la globalización, cuyas
rentas reales han permanecido estancadas. Desgraciadamente, al igual que en lo
referente al capítulo de la pobreza, el lustro transcurrido desde el inicio de la
crisis en 2008 ha revertido estas tendencias como ha confirmado el
FMI(Prakash Loungani,2013).
Crecimiento sostenido, una fiscalidad inteligente con carácter estabilizador
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automático y redistribuidor de rentas y la estela de la globalización incluyendo
la movilidad de personas- migración-, una vez superada la penosa crisis actual,
se revelan como las recetas para enderezar un ‘statu quo’ mundial ineficiente e
indeseable.
Una puntualización final. Aunque resulte obsceno que el 8% de la población
obtenga el 50% de las rentas generadas en todo el globo, estos datos nos
retratan si recordamos que Estados Unidos y la Unión Europea representan el
9% de la población mundial y obtienen el 40% de las rentas planetarias. Sucede
que en promedio, el ciudadano español, al igual que el que discurre por las
calles de Euskadi, forma parte de ese 8% de la población mundial más
acaudalada. Algo, que a pesar de la crisis exasperante que nos atenaza, nos
puede invitar a reflexionar.