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LA FE DE MARÍA EN LA VIDA CRISTIANA

        INTRODUCCIÓN
        La vida cristiana es un misterio al cual debemos acercarnos siempre de manera
nueva y tratar de encontrar motivaciones siempre actualizadas para mejorarla. La Iglesia
es el cuerpo de Cristo, y tiene como principal objetivo fomentar, producir y sostener la
vida cristiana. Llevar las personas hacia Dios, lograr la salvación definitiva de los fieles
y proponerla a todas las personas a lo largo de la historia y de la geografía humanas. Es
importante percibir el movimiento constante que significa la vida cristiana; no es algo
estático y establecido para siempre, sino un caminar, una búsqueda constante de Dios,
un largo camino en el desierto de la historia humana.
        En este sentido hay que percibir la realidad que existe dentro del cuerpo que es
la Iglesia, tanto del Magisterio como de los fieles en general; la dinámica interactiva que
el Espíritu va moviendo en el devenir de la Iglesia. Es un cuerpo vivo y activo, un
cuerpo con tensiones internas, con diversas mentalidades y opiniones, diversos carismas
y dimensiones, todos ellos juntos en un sentido común que da el Espíritu Santo.
        En Aparecida, durante la V reunión del CELAM, los obispos plantearon la
necesidad de realizar una gran misión continental, una renovación profunda de la Iglesia
católica latinoamericana. Y con el lema del encuentro, profundizaron el aspecto de
María como discípula y misionera de Cristo. Cuando hablamos de la influencia de
María en la vida cristiana, debemos ubicarnos también en el momento histórico, cuando
el magisterio ha planteado la necesidad de una gran misión, el pueblo de Dios de
muchas maneras ya está realizando esta renovación; hay algunos que les parece poco,
otros les parece demasiado, pero en todo caso, si vamos a profundizar la teología
mariana y su aplicación directa en nuestra vida cristiana, lo vamos a hacer
contextualizados en la historia y en la geografía, en la vida concreta de la Iglesia
latinoamericana y universal.

        LA FE Y LA VIDA CRISTIANA
        I. La vida del hombre: conocer y amar a Dios
        1 Dios, infinitamente Perfecto y Bienaventurado en sí mismo, en un designio de
        pura bondad ha creado libremente al hombre para que tenga parte en su vida
        bienaventurada. Por eso, en todo tiempo y en todo lugar, está cerca del hombre.
        Le llama y le ayuda a buscarlo, a conocerle y a amarle con todas sus fuerzas.
        Convoca a todos los hombres, que el pecado dispersó, a la unidad de su familia,
        la Iglesia. Lo hace mediante su Hijo que envió como Redentor y Salvador al
        llegar la plenitud de los tiempos. En él y por él, llama a los hombres a ser, en el
        Espíritu Santo, sus hijos de adopción, y por tanto los herederos de su vida
        bienaventurada.1
        Podemos afirmar que la vida cristiana tiene una dimensión escatológica esencial.
Ser cristiano es ser para la salvación. La Iglesia atrae a las personas para que vivan una
vida de Dios aquí y ahora pero que los lleve a una vida eterna plena en Dios. Hay una
realidad binaria que se mantiene en relación constante e interactiva. La fe, es don de
Dios, viene de lo alto, y la vida cristiana, respuesta del ser humano ayudado por la
gracia de Dios.
        Así se establece un ciclo vital de lo que es la vida cristiana; un llamado desde la
fe en Dios, una enseñanza dada por la comunidad de fe, una práctica personal y
comunitaria que nos lleva hasta la vida eterna. Dios nos llama con su amor, de muchas

1
    CIC prólogo.


                                                                                          1
maneras, especialmente por medio de la Iglesia; luego nos enseña la verdad esencial, de
muchas maneras, sobre todo por medio de la Iglesia. Luego nos da lo que necesitamos
para practicar esa vida cristiana e ir caminando hacia la vida eterna con Él, sobre todo
por medio de la oración, los sacramentos, la comunidad, el servicio, en fin, sobre todo
por medio de la participación en su Iglesia.
        La labor de la Iglesia consiste fundamentalmente en llamar a las personas,
formarlas y mantenerlas dentro de ella para que vivan la vida cristiana. Sin Iglesia la
vida cristiana termina desapareciendo. La vida cristiana no queda en el ámbito eclesial
sino que penetra todas las realidades de las personas y las familias. El poner en práctica
la fe influencia directamente el mundo en que vivimos. 79 Así, la comunicación que el
Padre ha hecho de sí mismo por su Verbo en el Espíritu Santo sigue presente y activa
en la Iglesia: "Dios, que habló en otros tiempos, sigue conservando siempre con la
Esposa de su Hijo amado; así el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio
resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo entero, va introduciendo a los fieles en la
verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la palabra de Cristo" (DV 8).2

        RELACIÓN MAGISTERIO FIELES
        Dentro de la realidad dinámica interactiva de la vida cristiana es importante
visualizar la interacción Magisterio-Fieles. En la medida que haya mayor comunión la
vida cristiana, la vida de la Iglesia será mejor. El Magisterio, el Papa junto con los
Obispos, siempre están produciendo iniciativas, que nacen de las inquietudes
espirituales y eclesiales. Si el pueblo acoge estas iniciativas siempre habrán frutos
sorprendentes. Aunque muchas veces la reacción de los agentes pastorales puede ser de
fastidio, de freno, de tratar de no cambiar, de no hacer nada diferente. Pero si aceptamos
las mociones del Espíritu que vienen por medio del Magisterio, la Iglesia siempre se
revitaliza y logra encarnarse en la historia humana y responder a sus retos y
necesidades. Por este motivo la vida cristiana no es simplemente algo aislado,
independiente, donde cada cual hace lo que le parece de acuerdo a sus inspiraciones
interiores. La vida cristiana implica vida de Iglesia, participar en la Iglesia.
        En este sentido el ejemplo de María es fundamental. En la narración de Lucas,
cuando el ángel le anuncia el misterio de la encarnación, ella responde inmediatamente
después del breve diálogo: aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu
palabra (Cf. Lc 1,38). María responde con una respuesta de vida al servicio de ese Dios
vivo y verdadero que se le ha revelado. La relación entre fe y vida cristiana tiene que
ver con la relación entre revelación y respuesta; misterio de Dios y disposición amorosa
del creyente. Este misterio fundamental está presente también en la relación fieles
magisterio y la vida cristiana será más excelente en la medida que esa relación sea más
abierta y armoniosa. Aquí tenemos un ejemplo concreto de lo que implica la fe de María
y de lo que nos debe mover hacia cierta manera de vivir la vida cristiana.

        LA CUESTIÓN ECUMÉNICA EN LA TEOLOGÍA POST CONCILIAR
        El Documento Conclusivo de Aparecida, resultado de la V Conferencia general
del CELAM, se centra principalmente en el concepto de ser discípulos y misioneros de
Jesús, y plantea una gran misión continental permanente de parte de la Iglesia Católica.
Con la luz del Señor resucitado y con la fuerza del Espíritu Santo, Obispos de América
nos reunimos para celebrar la V conferencia General del episcopado Latinoamericano
y del Caribe. Lo hemos hecho como pastores que queremos seguir impulsando la
acción evangelizadora de la Iglesia, llamada a hacer de todos sus miembros discípulos

2
    CIC n.79


                                                                                        2
y misioneros de Cristo, Camino, Verdad y Vida, para que nuestros pueblos tengan vida
en Él.3 La moción que el Espíritu promueve en la Iglesia por medio de los obispos nos
presenta esa relación interactiva, el llamado de Dios por medio de la fe, para tener vida,
una verdadera vida, vida cristiana.
        Nosotros en Latinoamérica tenemos una profunda devoción y amor a la madre
de Jesús, y para cumplir este mandato misionero, debemos acudir a ella, sea pidiéndole
su ayuda, sea tomándola como modelo y ejemplo de fe, de seguidora, de discípula de
Jesús. María, madre de Jesucristo y de sus discípulos, ha estado muy cerda de nosotros,
nos ha acogido, ha cuidado nuestras personas y trabajos, cobijándonos, como a Juan
Diego y a nuestros pueblos, en el pliegue de su manto, bajo su maternal protección. Le
hemos pedido, como madre, perfecta discípula y pedagoga de la Evangelización, que
nos enseñe a ser hijos en su Hijo ya hacer lo que Él nos diga (Cf. Jn 2,5) 4
        El decreto sobre el ecumenismo Unitatis Redintegratio, del Concilio Vaticano II,
quiere trabajar "para que todos sean uno" (Cf. Jn 17,21) 2. La caridad de Dios hacia
nosotros se manifestó en que el Hijo Unigénito de Dios fue enviado al mundo por el
Padre, para que, hecho hombre, regenerara a todo el género humano con la redención
y lo redujera a la unidad. Cristo, antes de ofrecerse a sí mismo en el ara de la cruz,
como víctima inmaculada, oró al Padre por los creyentes, diciendo: "Que todos sean
uno, como Tú, Padre, estás en mi y yo en ti, para que también ellos sean en nosotros, y
el mundo crea que Tú me has enviado", e instituyó en su Iglesia el admirable
sacramento de la Eucaristía, por medio del cual se significa y se realiza la unidad de la
Iglesia. Impuso a sus discípulos e mandato nuevo del amor mutuo y les prometió el
Espíritu Paráclito, que permanecería eternamente con ellos como Señor y vivificador.5
y nosotros como cristianos fieles a las intuiciones, ideas y decisiones de nuestros
pastores, tratamos de acatar estas directrices.
        En Latinoamérica las relaciones católico-protestantes no son tan fáciles, porque
muchas veces de parte de otras denominaciones hay un ataque muy marcado en contra
de nuestra devoción y amor a María, la madre del Señor, y la mayoría de las veces,
cuando hay un contacto entre los varios credos, los católicos terminan cambiando su
doctrina o tomando una postura firme y contrapuesta para poder mantener su fe. El
argumento bíblico es el que más es utilizado para desarmar la doctrina católica y crear
un rechazo y una sospecha hacia la Iglesia y hacia la madre del Señor.
        Cuando hablamos de misión continental estamos refiriéndonos también a la
urgencia que nos producen las otras denominaciones; los católicos deben moverse no
solamente por una motivación propia evangélica sino por una urgencia de competencia
religiosa; muchísimos hermanos católicos se pasan a las sectas cada día, y la actividad
de las sectas es fuerte y constante. Desde el punto de vista mariano y mariológico hay
que realizar un aporte a esta situación, ayudar a paliar esta inquietud; dar respuestas
concretas que fortalezcan la acción eclesial en su conjunto.
        La gran paradoja es que los católicos nos basamos en María para casi todo lo que
realizamos, mientras que los protestantes casi se basan en la negación de María para sus
campañas proselitistas. La pregunta sería: ¿Cómo podemos ser fieles al llamado de la
recuperación de la unidad perdida en la Iglesia sin dejar nuestra fidelidad a María y a la
doctrina católica en general?
        La Marialis Cultus, documento que el Papa Pablo VI sacó a la luz después del
Concilio Vaticano II para llevar a cabo la reforma litúrgica en su dimensión mariana,
nos explica que la doctrina teológica y la práctica devocional mariana deben tomar en

3
  Documento Conclusivo de Aparecida, Introducción.
4
  Documento Conclusivo de Aparecida, Introducción
5
  Unitatis Redintegratio. N. 2.


                                                                                        3
consideración a nuestros hermanos separados, o esperados; tratar de no producir en ellos
escándalo; no darles la sensación de que somos idólatras; por eso nuestra teología en sí
ahora es mucho más ecuménica; sensible a los protestantes, pero sin dejar de ser
católica. La Marialis Cultus afirma que el culto mariano debe ser centrado en la
Trinidad, cristológico, pneumatológico y eclesial; 25. Ante todo, es sumamente
conveniente que los ejercicios de piedad a la Virgen María expresen claramente la nota
trinitaria y cristológica que les es intrínseca y esencial. En efecto, el culto cristiano es
por su naturaleza culto al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo o, como se dice en la
Liturgia, al Padre por Cristo en el Espíritu.6 26. A esta alusión sobre la orientación
cristológica del culto a la Virgen, nos parece útil añadir una llamada a la oportunidad
de que se dé adecuado relieve a uno de los contenidos esenciales de la fe: la Persona y
la obra del Espíritu Santo.7 28. Es necesario además que los ejercicios de piedad,
mediante los cuales los fieles expresan su veneración a la Madre del Señor, pongan
más claramente de manifiesto el puesto que ella ocupa en la Iglesia: "el más alto y más
próximo a nosotros después de Cristo"8 además la teología mariana debe tener sus bases
antropológicas, bíblicas y ecuménicas.
        En realidad es una renovación fuerte e implica un cambio de mentalidad que al
pueblo le cuesta bastante. Después del Concilio hubo una pérdida de la devoción
popular y muchos sacerdotes y seminarios interpretaron estos documentos como que
había que acabar con la devoción y el culto mariano. El resultado de estas actitudes es a
la larga también la pérdida de fe cristiana católica de parte de los pueblos que van
evolucionando social e intelectualmente y quizás no se conforman con la sencillez de lo
devocional, del amor expresado en forma humanamente sencilla y sentida.
        Uno de los aspectos primordiales de la nueva teología es la utilización de la
Biblia, de la Palabra, no simplemente como una tapa para cubrir todo lo que se
construye de una manera racional, lógica, basada en conceptos e ideas que la Iglesia ha
ido acumulando a lo largo de los años y forman parte de su doctrina. La manera de
hacer teología por sugerencia de la Marialis Cultus es más bien partiendo de la Palabra
y dejando que ella misma vaya abriendo camino y produciendo frutos teológicos, donde
se van uniendo las ideas, los conceptos, los dogmas, la doctrina que la Iglesia ha ido
acumulando a lo largo de su historia y se han ratificado en concilios y afirmaciones del
magisterio, especialmente de los papas. Pero no quisiéramos que la impronta bíblica se
limitase a un diligente uso de textos y símbolos sabiamente sacados de las Sagradas
Escrituras; comporta mucho más; requiere, en efecto, que de la Biblia tomen sus
términos y su inspiración las fórmulas de oración y las composiciones destinadas al
canto; y exige, sobre todo, que el culto a la Virgen esté impregnado de los grandes
temas del mensaje cristiano, a fin de que, al mismo tiempo que los fieles veneran la
Sede de la Sabiduría sean también iluminados por la luz de la palabra divina e
inducidos a obrar según los dictados de la Sabiduría encarnada.9
        El aspecto ecuménico de la devoción a María también debe ser valorado de
manera muy precisa, la Marialis Cultus resalta la importancia de mantenerse sensibles a
la mentalidad de los hermanos separados para ir logrando una verdadera evangelización
de nuestros pueblos, que son muy marianos, pero a la vez seguir trabajando por la
unidad perdida de la Iglesia. 32. Por su carácter eclesial, en el culto a la Virgen se
reflejan las preocupaciones de la Iglesia misma, entre las cuales sobresale en nuestros
días el anhelo por el restablecimiento de la unidad de los cristianos. La piedad hacia la

6
  Marialis Cultus n. 25
7
  Marialis Cultus n. 26
8
  Marialis Cultus n. 28
9
  Marialis Cultus n. 30


                                                                                          4
Madre del Señor se hace así sensible a las inquietudes y a las finalidades del
movimiento ecuménico, es decir, adquiere ella misma una impronta ecuménica.10

        LA PALABRA Y LA TEOLOGÍA
        El centro de la polémica muchas veces se basa en la Palabra. Para los
protestantes la Palabra es prácticamente lo único de su doctrina; lo que se salga de allí
es descartado radicalmente: Para el católico la Palabra es importante, ya ha ido
volviendo a ocupar su lugar progresivamente después del movimiento bíblico previo al
vaticano II y su promoción fruto del mismo vaticano II. Las Sagradas Escrituras
contienen la palabra de Dios y, por ser inspiradas, son en verdad la palabra de Dios;
por consiguiente, el estudio de la Sagrada Escritura ha de ser como el alma de la
Sagrada Teología11. Comprender la Palabra y relacionarse con ella no es fácil; forma
parte del Misterio de la Revelación de Dios a la humanidad, y aunque a veces creamos
que ya lo sabemos todo, o que tenemos la manera más correcta de relacionarnos con
ella, eso no es evidente.
        Uno de los pasajes más hermosos y significativos de la Revelación plasmada en
las Escrituras Hebreas, el Antiguo Testamento, es el episodio de la zarza ardiente (Ex
3,1ss). Yahve dice a Moisés: quítate las sandalias porque la tierra que pisas es sagrada
(Cf. Ex 3,5). Allí se percibe uno de los elementos primordiales de la sensibilidad vétero
testamentaria respecto a la revelación de Dios: debemos quitarnos nuestros conceptos,
nuestra racionalidad, nuestra sabiduría, para poder recibir la revelación de Dios.
        El pecado de Eva y Adán radicó allí; el demonio los tentó haciéndoles creer que
ellos iban a entenderlo todo con su pequeña mente, y eso les permitiría estar libres de
todo, libres de Dios, porque ellos serían unos dioses (Cf. Gn 3,5). Más tarde, en el siglo
IV, San Agustín dirá: creo para entender y entiendo para creer;12 después de haber
pasado luchas de años de búsqueda intelectual y haber recibido una especial revelación
de Dios en la famosa anécdota de la playa, cuando un niño está metiendo el mar en un
hoyo que hizo en la arena y Agustín le dice que eso es imposible; y el niño le responde
que también es imposible que él entienda el misterio de Dios con su mente.
        Los protestantes al comienzo quisieron volver a las fuentes, y su movimiento
formaba parte de todo un movimiento de renovación humanista, cultural, social y
religioso que ocurrió en el siglo XVI. Ellos querían volver a las fuentes, que son las
Escrituras, y valorarlas más que toda la doctrina acumulada hasta ese momento. En
cierta forma tenían razón, aunque la radicalidad de su reforma y los problemas que
surgieron terminaron en una lamentable ruptura que rompió la Iglesia de Occidente. El
Vaticano II también es un movimiento que quiere regresar a las fuentes, y se ha vuelto a
la Biblia de manera mucho más amplia, dándole gran espacio a los estudios bíblicos, a
la recuperación de la Biblia de parte de los católicos. Es necesario, pues, que todos los
clérigos, sobre todo los sacerdotes de Cristo y los demás que como los diáconos y
catequistas se dedican legítimamente al ministerio de la palabra, se sumerjan en las
Escrituras con asidua lectura y con estudio diligente, para que ninguno de ellos resulte
"predicador vacío y superfluo de la palabra de Dios que no la escucha en su interior",
puesto que debe comunicar a los fieles que se le han confiado, sobre todo en la Sagrada
Liturgia, las inmensas riquezas de la palabra divina13.


10
   Marialis Cultus n. 32
11
   DV 24.
12
   Agustín de Hipona: De Vera Religione, en Obras completas, volumen VI, B.A.C. s.a. editores, Madrid,
1969, 24, 45.
13
   DV 25.


                                                                                                     5
Para un judío usar el nombre de Dios en vano es un gran pecado. Ellos tienen el
sentido, la sensibilidad propia de un pueblo que ha recibido la revelación de Dios por
primero, un pueblo que tiene una historia original, que ha marcado la historia de toda la
humanidad. Incluso en trabajos universitarios de alumnos judíos, donde aparece la
palabra Dios, a veces dejan un espacio vacío para no nombrar a Dios en vano.
        La teología católica después del Vaticano II ha tenido un gran reto de volver a
usar las fuentes primordiales de manera auténtica y plena y no simplemente como un
apéndice, como un adorno, como la guinda de la torta. Si queremos ayudar la vida
cristiana, si queremos ser fieles a las inspiraciones que el Espíritu da por medio del
Magisterio, si queremos cooperar en este impulso de renovación eclesial propuesto en
Aparecida, si queremos seguir buscando la unidad perdida de los cristianos en un
cuerpo indiviso, es necesario desarrollar una teología mariológica más bíblica, más
eclesial. Los católicos de Latino América ya no son los mismos, aunque no se pasen a
otras denominaciones cristianas exigen mayores explicaciones y raíces bíblicas para
defender su fe, porque el protestantismo cuestiona toda su doctrina tradicional.

        LA FE DE MARÍA
        MARÍA Y LA PALABRA
        Para hablar de la fe de María es necesario ubicarla en su real contexto histórico
religioso. María era una mujer judía; Pablo, en la primera referencia mariológica del
Nuevo Testamento, afirma que Jesús nació de una mujer, nació bajo la ley (Cf, Gal
4,4ss) lo cual implica que su madre era judía; Pablo no menciona el nombre ni da
ninguna referencia personal de María, pero este pasaje es muy indicativo si lo sabemos
entender correctamente.
        Marcos, el evangelio más primitivo, es muy parco en la narración sobre la vida
de Jesús y no pone nada de su infancia, por lo cual María no aparece en su evangelio
sino de manera sobria y limitada; sin embargo es el primer evangelio donde se da el
nombre de María y además se manifiesta claramente que María era judía: ¿No es éste el
carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, Joset, Judas y Simón? ¿Y no están
sus hermanas aquí entre nosotros?» Y se escandalizaban a causa de él (Mc 6,3).
        Lucas es más explícito y nos narra rasgos personales y acciones propias de
María, y de José. Ellos llevan dos tórtolas al templo, ofrenda de los pobres de Yahve,
para la purificación después de haber dado a luz un hijo, para consagrarlo al Señor por
ser primogénito y para purificación de la madre, porque para los judíos la sangre
relacionada a la menstruación y al parto producían impureza (Cf. Lc 2,24) que se
canalizaba en el templo de Jerusalén, por medio de los sacerdotes. Estas costumbres
indican que María era verdaderamente judía; pertenecía al pueblo de Israel, como Jesús,
como José, como los primeros apóstoles y discípulos de Jesús.
        Esta identidad mariana como mujer judía tiene muchas implicaciones; una de
ellas es su profunda relación con la revelación de Dios como el pueblo de la revelación,
el primero donde Dios se manifestó, el pueblo de la Biblia, el que escribió el Antiguo
Testamento. María forma parte de ese pueblo, y es una mujer religiosa, totalmente
sumergida en su fe, cumplidora de los preceptos religiosos, fiel a sus costumbres y
leyes. Cuando el ángel Gabriel anuncia a María de parte de Dios que tendrá un Hijo de
manera extraordinaria, ella no se sorprende de aquel Dios; ella cree desde antes de
manera plena y normal en aquel Dios que se ha revelado al pueblo de María cerca de
dos mil años atrás (Cf. Lc 1,26-38).
        La fe de María no era simplemente una fe judía, como la fe de su pueblo en
general; Lucas nos dice en su evangelio que María escuchaba las cosas de Dios y las
meditaba en su corazón (Cf. Lc 2,19). Estas palabras se relacionan con los sinópticos,


                                                                                       6
especialmente con Marcos, cuando Jesús afirma que su madre y sus hermanos son los
que cumplen la voluntad de Dios (Cf. Mc 3,35) Más adelante Lucas afirma: Pero él les
respondió: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la
cumplen.» (Lc 8,21). Para poder cumplir la voluntad de Dios perfectamente es necesario
escuchar la Palabra, sembrarla en el corazón, meditarla, reflexionarla, para disponerse a
obedecer esa voluntad de Dios. María en este sentido es la excelencia de Israel, la que
mejor ha asimilado la Palabra y por lo mismo la mujer judía más perfectamente
cristiana.
        En verdad la relación de María con la Palabra es única e irrepetible. No existe
otra persona en la historia de la humanidad que haya tenido una relación tan particular y
especial. Juan en su Evangelio nos dice: y la Palabra se hizo carne, y puso su morada
entre nosotros (Jn 1,14). Pero el lugar, la persona humana donde esa Palabra eterna de
Dios se hizo carne fue en María de Nazareth, la única mujer de toda la historia humana
donde Dios se hizo hombre.
        Ella nos muestra una manera más excelente de acercarse a la Palabra, una
manera que supera cualquier otra forma; María no solamente asimila la Palabra, la oye,
la medita, la practica, sino que ella la encarna. En este sentido no puede haber nadie, ni
católico, ni evangélico, ni ortodoxo, que pueda superar a María.
        La manera propia del católico acercarse a la Palabra es justamente siguiendo el
ejemplo de María, el modelo de María, tal y como el Concilio Vaticano II nos invita a
verla como modelo a imitar14. Tenemos una relación más familiar y cercana a la Palabra
porque María fue la madre de la Palabra hecha carne; ella nos enseña que Dios es
cercano, que Dios se nos pone muy a la mano, muy en el corazón; que está dispuesto no
solamente a que cumplamos sus leyes sino a que establezcamos una relación de tal
profundidad e implicación, que podamos también hablar de "encarnar" la Palabra en
nosotros; no solamente de aprenderla de memoria. En la medida que encarnamos la
Palabra, la hacemos vida cristiana. María encarnó la Palabra y fue la más excelente
cristiana de todos los tiempos, dio los frutos mejores de la Iglesia y para la Iglesia, y los
sigue dando.
        La relación dinámica entre fe y vida tiene que producir frutos auténticos. Para
los protestantes los frutos son un testimonio de que la fe es auténtica, pero no son tan
importantes. Para el católico la interacción entre frutos de vida y fe es intrínsecamente
importante. Ya Santiago lo decía en su carta: Y al contrario, alguno podrá decir: «¿Tú
tienes fe?; pues yo tengo obras. Pruébame tu fe sin obras y yo te probaré por las obras
mi fe. (St 2,18). Las obras o los frutos muestran la fe de la persona, pero además son
necesarios para la Iglesia, para el presente y el futuro escatológico de cada persona.
        Dios espera frutos de vida cristiana, Dios cuenta con esos frutos y servicios para
llevar adelante su obra en la historia humana. Los frutos de la vida cristiana no
solamente expresan la fe de la persona sino que la refuerzan, la alimentan y si son malos
frutos, la pueden llegar prácticamente a destruir.

        EL FRUTO DE MARÍA
        Isabel con gran emoción y júbilo recibe a María, como lo narra Lucas, "Bendito
es el fruto de tu vientre" (Cf. Lc 1,42) Ese fruto de María es Jesús, el hombre más
importante de la historia humana, por quien se dividió la cuenta de la historia en dos
partes, antes y después de Él; y la relación de María con ese hombre no fue solamente
de discípula que lo escuchó un día y lo siguió, sino que ella crió a la Palabra hecha
carne, y siguió sus pasos desde esa realidad maternal, con todo su amor de madre y

14
     Cf. LG VIII, n. 65.


                                                                                           7
también con todo su amor de creyente. El estímulo mayor de María, siendo sin pecado,
llena de gracia, favorecida de Dios (Cf. Lc 1,28) fue el de ser la madre de Jesús. Ella le
siguió de manera natural, humana, y le siguió en la fe, en el espíritu, porque ese Jesús
era el fruto de su vientre.
         María, además de dar el fruto mejor para todos, dio innumerables frutos de vida
de fe. Ella vivió su vida como creyente judía y como creyente de Cristo; fue la primera
creyente cristiana, la que de primero tuvo una fe plena en Jesucristo; la fe más fuerte y
grande de la Iglesia. Nadie podrá superar a María en su fe cristiana. Fue una judía
cumplidora de las cosas de Dios y fue la mejor cristiana que tendremos en la Iglesia.
Ella vivió la fe cristiana de la manera más especial que más nadie podrá vivir; siendo la
madre de Cristo, y además, siendo sin pecado, sin soberbia, sin orgullo; siempre del
lado de Dios.
         María dio a luz al Mesías y también ayudó a dar a luz a la Iglesia, a los
discípulos del Mesías. Ella formó parte de la comunidad primera, del grupo apostólico;
se relacionó con ellos, y seguramente su casa fue como la primera Iglesia doméstica,
donde su Hijo llegaba y compartía con los discípulos. El Evangelio de Juan indica este
aspecto de la participación mariana al comienzo de la Iglesia, cuando en las bodas de
Caná pone a María como la que suscita la acción de Jesús, el cambiar el agua en vino, y
esta primera señal de Jesús es la que hace que los discípulos comenzaron a creer en Él:
Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y
creyeron en él sus discípulos. (Jn 2,11). Percibimos aquí una familiaridad entre Jesús y
María; ella fue la invitada a la boda, y también a Jesús lo invitaron junto a sus
compañeros, sus amigos, sus discípulos. Jesús fue invitado mas bien por causa de
María; ellos se la llevaban bien, tenían familiaridad. En la boda se acaba el vino y María
simplemente le indica a Jesús: "no tienen vino"; Jesús responde de una manera muy
significativa y simbólica: Qué tengo yo contigo mujer? No ha llegado mi hora. (Cf. Jn
2,3-4).
         Estas palabras del evangelio de Juan son de un gran peso en todo el relato
revelado. La hora de Jesús significaba la cruz, que previamente implicaba la revelación
de Jesús como Mesías, como el Hijo de Dios, también por sus señales milagrosas, sus
curaciones, sus críticas proféticas. María no solamente dio a luz a Jesús, el fruto de sus
entrañas, sino que además cooperó para que se manifestara plenamente y ocurriera su
hora, que significaba nuestra redención.
         María fue la principal involucrada en todo lo de Jesús, ella era su madre; ella fue
quien lo esperó de la manera más intensa y abierta de todos, apoyada por José su
esposo, en medio de la noche, en un pesebre, olvidado de todos, sin fuegos artificiales.
Ella lo cuidó y lo crió. Ella creció en su participación en el misterio divino junto con
Jesús, y ella apoyó su obra, participó de su proyecto, se involucró en sus planes; ella
aceptó colaborar con el proyecto de Jesús, que era fundar su Iglesia.
         María recibió el encargo, la misión y vocación en la cruz, de ser la madre de los
discípulos de Jesús: he ahí a tu madre, he ahí a tu hijo (Cf Jn 19,25ss). Ella continuó
dando frutos al asumir el nuevo rol, la nueva tarea; se convirtió en la madre nuestra;
pero una madre así como lo había sido con Jesús; una madre que se involucra de
corazón, con sus maternales entrañas, en nuestra suerte, en nuestro caminar hacia Dios.

       PRESENCIA Y MISIÓN PERENNE DE MARÍA
       Esta nueva tarea de María comenzó en la cruz y se mantiene hoy en día; ella
sigue participando y fomentando el trabajo de Jesús, la obra redentora. En Venezuela la
Virgen se apareció hace aproximadamente 350 años a unas familias autóctonas, Nuestra



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Señora de Coromoto, Patrona de Venezuela, y les invitó a bautizarse para poder ir al
cielo.
        La manera de involucrarse María es como madre, desde las entrañas, y el tiempo
es para siempre. Ella sigue dando frutos para Dios; sigue participando en el parto de la
Iglesia, en el parto hacia la gracia de cada miembro de la Iglesia. el amor de María
forma parte esencial del misterio cristiano y de la fe cristiana. Cuando recibimos a Jesús
y lo amamos, también estamos recibiendo a María.
        Ella nos lleva hacia la excelencia de la fe, es decir, ella nos estimula y nos da el
ejemplo para que sigamos madurando nuestra fe y nunca nos sintamos satisfechos de
donde hemos llegado. Ella nos estimula siempre, como una madre estimula a su hijo
para que siga desarrollándose hacia su plenitud de vida, de vida cristiana. La fe de María
nos anima de diversas maneras, con el ejemplo, porque sentimos que siempre podemos
y debemos ir más allá, y con su directa intervención maternal en pro de nuestra fe.

        MARÍA EN LA FE DEL CRISTIANO; LA PARTICIPACIÓN LITÚRGICA
        Muchas veces caemos en el proselitismo religioso y por eso también sentimos la
urgencia de evangelizar. Pero la cuestión de la fe va mucho más allá de esa actitud
proselitista. La fe es un don y un proceso que nos va construyendo como personas y
liberando hacia la dirección correcta de ser cada día más nosotros mismos, libres en
Dios y por Dios. El fomentar la fe es en sí mismo un acto de caridad. El vivir la fe es
una gracia, y María nos lo muestra como ejemplo; ella es la persona más plena de la
humanidad, la llena de gracia (Cf. Lc 1,28), que vive sirviendo a Dios y se acopla
completamente a ese servicio: he aquí la esclava del Señor (Cf. Lc 1,38).
        Para ser discípulo de Cristo hay que primero vivir la fe, encarnar la palabra,
crecer como personas dentro del cuerpo de Cristo, ir cumpliendo la pleromización de la
humanidad y de la historia en nosotros mismos, y en la medida que tenemos esa
experiencia concreta, podremos ser también los misioneros de Jesús. No simplemente
para llevar un mensaje proselitista religioso, sino para compartir nuestra vida y nuestra
fe, para participar junto con nuestro pueblo la experiencia de Cristo que tenemos, la
Vida que Él nos da, la Salvación que experimentamos, la Redención que va ocurriendo
en nosotros.
        El vivir la fe es ya una buena noticia, un cumplimiento concreto de la obra
redentora de Cristo. El primer anuncio que podemos hacer es con nuestra vida, así como
lo hace María, la llena de Dios. Vivir la fe no es simplemente una postura religiosa; es
cuestión de vida, de desarrollo de la persona, de liberación del mal que nos oprime. La
fe la vivimos en la medida que seguimos a Cristo, que somos sus discípulos, y en la
medida que la vivimos, nos vamos llenando de vida y vamos experimentando en
nosotros le redención, la que ocurre verdaderamente en nuestras personas, y nos va
llenando de su gracia, tal como llenó a María.
        La alegría de ser discípulos es la más fuerte predicación hacia fuera; la misión
consiste en expresar esa alegría de Dios, en llenar de verdadera esperanza el corazón de
nuestros pueblos, pero no una mera esperanza basada en materialismos e ideologías sino
una esperanza basada en la pasión, muerte y resurrección de Jesús, una esperanza de la
cual María estuvo llena y llevó hasta su pleno cumplimiento.
        La forma de profundizar y madurar nuestra fe es por medio de la participación
en la Iglesia, sobre todo en el misterio pascual de Cristo por medio de la liturgia. María
nos enseña la manera de participar a lo largo del año litúrgico. En Adviento y Navidad
esperamos y recibimos la llegada del Mesías, María fue la primera que lo esperó y nos
enseña a hacerlo de la manera más abierta y sentida; al mismo tiempo a acogerlo con



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ternura, a recibirlo desde pequeño, con amor, para permitirle crecer en nosotros cada día
y llevarnos a la plenitud de la fe y del amor a Cristo.
        En Cuaresma y Semana Santa participamos en el misterio de Cristo junto con
María, quien dramáticamente participó en el momento de los acontecimientos y nos
ayuda a hacerlos nosotros en el espíritu, en la conmemoración litúrgica. En Pentecostés
María nos enseña, junto con los apóstoles, a esperar en oración el envío del Espíritu de
Dios, a invocarlo, a abrirse a su acción. Con este Espíritu tendremos la fuerza de llevar
adelante la vida cristiana y de dar los frutos requeridos.
        Durante el Tiempo Ordinario María nos enseña la vida sencilla, donde se oye y
medita la Palabra de Dios, las cosas de Dios, y se va preparando la tierra del corazón,
aumentando la virtud teologal de la esperanza, dejando que el Espíritu, que ha sido
derramado en Pentecostés, vaya trabajando en nuestros corazones, haciendo madurar
nuestra fe y permitiéndonos dar los frutos que el Señor espera de nosotros.

        EVITAR LAS FALSAS PROMESAS Y EXPECTATIVAS
        El pueblo espera un mundo mejor, una mejor vida, y muchas veces la opresión
del sistema es aplastante, la tentación es pasar por encima del misterio pascual de
Cristo. Una teología que solamente promete un mejor futuro basándose en el esfuerzo
humano por conquistarlo.
        Pero María nos enseña que esa no es la verdadera doctrina cristiana. Ella vivió
plenamente el misterio pascual de su Hijo; estuvo allí presente en la cruz, como nos lo
narra Juan en su evangelio: Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de
su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena. (Jn 19,25). Ella pasó por la
cruz de su Hijo, y recibió la gloria que Dios le tenía preparada. Aceptó el camino que
Jesús escogió, de obediencia plena al Padre, y a través de ese camino llegó a la tierra
prometida, al Reino glorioso de su Hijo Jesucristo.
        Ser discípulo de Jesús implica seguirlo hasta la cruz, como María y con ella,
hacerse el discípulo amado, y enfrentar las contradicciones dentro de sí mismo,
escogiendo el seguimiento de Jesús antes que lo que el mundo muchas veces ofrece y
que en el fondo sigue siendo parte de las tentaciones para no encontrar al Dios vivo y
verdadero. Así como la hora de Jesús, la pasión, se aceleraba en la medida que Él se
revelaba como el Hijo de Dios, así mismo en la medida que reconocemos a Jesús, que
recibimos y aceptamos su revelación en nuestra fe, nosotros mismos vamos entrando a
participar más plenamente en el misterio pascual de Jesús, no simplemente como
espectadores sino, como lo hizo María, entrando en el compadecer con Él, siendo sus
testigos, sufriendo las mismas suertes y persecuciones de Jesús. El ser discípulo de
Cristo de verdad implica un pago de parte de cada uno de nosotros. El que no toma su
cruz y me sigue detrás no es digno de mí. (Mt 10,38). El que no lleve su cruz y venga en
pos de mí, no puede ser discípulo mío. (Lc 14,27).
        El pueblo está sometido a muchas influencias y puede dejarse llevar por las
promesas de un futuro mejor simplemente intramundano, pero cuando se ofrece a Cristo
hay algo diferente; hay algo que trasciende lo meramente material, San Pedro lo dice al
mendigo paralítico: «No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te doy: en nombre de
Jesucristo, el Nazoreo, ponte a andar.»(Hch 3,6). Es importante no engañar al pueblo
con promesas que no vamos a cumplir. Cuando se ofrece a Cristo se está ofreciendo el
misterio pascual completo; acompañarlo en su cruz, para resucitar con Él; tal como lo
hizo María y lo han hecho sus discípulos desde el comienzo de la Iglesia.
        Por esto es importante no competir con una oferta simplemente sociopolítica así
como tampoco religiosa; ambas competencias no ayudan a una auténtica evangelización
católica. Muchas personas han abandonado el camino de la fe no solamente porque la


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Iglesia no ha trabajado suficiente, sino porque estamos en otras épocas, donde la gente
busca llenarse de muchas cosas que se le ofrecen por muchos medios; ya el mundo no
está tan cautivo por la iglesia o por cualquier gran religión de pueblos, sino que debido
entre otras cosas a los medios de comunicación masiva, la gente está sometida a un
constante bombardeo de ideas, mentalidades, noticias, etc., como jamás antes había sido
así.
        Cuando se habla de misión continental, de ser misioneros de Cristo, hay que
entender en qué época estamos; y asumir la labor desde esta realidad. Las personas de
hoy son mucho más concientes de todo, están más informadas, han recibido diversas
influencias y motivaciones. Lo que vamos a ofrecerle debe ser verdaderamente
interesante, válido, atractivo; y no simplemente una propuesta moral religiosa que haga
sentir quasi obligada a la gente de volver a lo religioso. Hay muchas personas que
esperan algo material, un beneficio, y que no les interesa recibir algo intangible,
espiritual. Y el cambio de mentalidad respecto a lo religioso es algo que va más allá del
control de nadie.
        Para ser misioneros hay que estar viviendo una experiencia tan importante y
hermosa, que atraiga al hombre de hoy, que arrastre por su fuerza interior, que sea
fresca e impactante, pero que no descarte la cruz de Jesús, puesto que sería el peor
engaño de todos; querer salvar al pueblo del mal, de la opresión, ofreciéndole una
salvación meramente humana, basada en nuestra buena voluntad, en nuestra solidaridad,
en nuestro deseo de ayudar y arreglar el mundo, y no haciendo acceder al pueblo a la
experiencia de Cristo, a descubrir en su propia cruz la presencia de Cristo liberador,
quien sigue actuando, redimiendo al hombre, y que sigue siendo el camino humano y
divino que nos va a conducir al Reino prometido, tal como lo hizo con María, que
siguió el mismo camino y recibió la gloria que recibió Jesús.

        CONCLUSIÓN
        El continuo esfuerzo del creyente, de la Iglesia toda, en vivir y dar la vida en
abundancia a las personas a lo largo de la historia humana, forma parte de una realidad
siempre cambiante, siempre en movimiento, reflejo de la vida en general y reflejo del
Espíritu de Dios que no se sabe de dónde viene ni adónde va pero que está dando la
Vida constantemente a su Iglesia.
        En esta búsqueda e intención de poseer la vida, de cumplir con Dios y con el
hermano, la Virgen María nos ayuda a comprender y a vivir de la mejor manera este
profundo misterio. No podemos desligar la fe de la vida, al contrario, la una es fuente de
la otra y se alimentan mutuamente. María es para la Iglesia el mejor ejemplo de vida en
respuesta de la fe, en respuesta a Dios, y al mismo tiempo es la persona de la Iglesia que
más nos ayuda, nos anima, nos sostiene con su acción maternal.
        El comprender mejor el misterio de María en la vida de la Iglesia, en nuestra
vida cristiana, será siempre una de las bases fundamentales para alcanzar nuestro
objetivo como miembros del pueblo de Dios.
        Que la Santísima Virgen, en cada una de las advocaciones queridas por nuestros
pueblos, siga ayudándonos a andar el camino que Dios nos pide a lo largo y ancho de
nuestra historia. Amén.




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Comunicación: La fe de María

  • 1. LA FE DE MARÍA EN LA VIDA CRISTIANA INTRODUCCIÓN La vida cristiana es un misterio al cual debemos acercarnos siempre de manera nueva y tratar de encontrar motivaciones siempre actualizadas para mejorarla. La Iglesia es el cuerpo de Cristo, y tiene como principal objetivo fomentar, producir y sostener la vida cristiana. Llevar las personas hacia Dios, lograr la salvación definitiva de los fieles y proponerla a todas las personas a lo largo de la historia y de la geografía humanas. Es importante percibir el movimiento constante que significa la vida cristiana; no es algo estático y establecido para siempre, sino un caminar, una búsqueda constante de Dios, un largo camino en el desierto de la historia humana. En este sentido hay que percibir la realidad que existe dentro del cuerpo que es la Iglesia, tanto del Magisterio como de los fieles en general; la dinámica interactiva que el Espíritu va moviendo en el devenir de la Iglesia. Es un cuerpo vivo y activo, un cuerpo con tensiones internas, con diversas mentalidades y opiniones, diversos carismas y dimensiones, todos ellos juntos en un sentido común que da el Espíritu Santo. En Aparecida, durante la V reunión del CELAM, los obispos plantearon la necesidad de realizar una gran misión continental, una renovación profunda de la Iglesia católica latinoamericana. Y con el lema del encuentro, profundizaron el aspecto de María como discípula y misionera de Cristo. Cuando hablamos de la influencia de María en la vida cristiana, debemos ubicarnos también en el momento histórico, cuando el magisterio ha planteado la necesidad de una gran misión, el pueblo de Dios de muchas maneras ya está realizando esta renovación; hay algunos que les parece poco, otros les parece demasiado, pero en todo caso, si vamos a profundizar la teología mariana y su aplicación directa en nuestra vida cristiana, lo vamos a hacer contextualizados en la historia y en la geografía, en la vida concreta de la Iglesia latinoamericana y universal. LA FE Y LA VIDA CRISTIANA I. La vida del hombre: conocer y amar a Dios 1 Dios, infinitamente Perfecto y Bienaventurado en sí mismo, en un designio de pura bondad ha creado libremente al hombre para que tenga parte en su vida bienaventurada. Por eso, en todo tiempo y en todo lugar, está cerca del hombre. Le llama y le ayuda a buscarlo, a conocerle y a amarle con todas sus fuerzas. Convoca a todos los hombres, que el pecado dispersó, a la unidad de su familia, la Iglesia. Lo hace mediante su Hijo que envió como Redentor y Salvador al llegar la plenitud de los tiempos. En él y por él, llama a los hombres a ser, en el Espíritu Santo, sus hijos de adopción, y por tanto los herederos de su vida bienaventurada.1 Podemos afirmar que la vida cristiana tiene una dimensión escatológica esencial. Ser cristiano es ser para la salvación. La Iglesia atrae a las personas para que vivan una vida de Dios aquí y ahora pero que los lleve a una vida eterna plena en Dios. Hay una realidad binaria que se mantiene en relación constante e interactiva. La fe, es don de Dios, viene de lo alto, y la vida cristiana, respuesta del ser humano ayudado por la gracia de Dios. Así se establece un ciclo vital de lo que es la vida cristiana; un llamado desde la fe en Dios, una enseñanza dada por la comunidad de fe, una práctica personal y comunitaria que nos lleva hasta la vida eterna. Dios nos llama con su amor, de muchas 1 CIC prólogo. 1
  • 2. maneras, especialmente por medio de la Iglesia; luego nos enseña la verdad esencial, de muchas maneras, sobre todo por medio de la Iglesia. Luego nos da lo que necesitamos para practicar esa vida cristiana e ir caminando hacia la vida eterna con Él, sobre todo por medio de la oración, los sacramentos, la comunidad, el servicio, en fin, sobre todo por medio de la participación en su Iglesia. La labor de la Iglesia consiste fundamentalmente en llamar a las personas, formarlas y mantenerlas dentro de ella para que vivan la vida cristiana. Sin Iglesia la vida cristiana termina desapareciendo. La vida cristiana no queda en el ámbito eclesial sino que penetra todas las realidades de las personas y las familias. El poner en práctica la fe influencia directamente el mundo en que vivimos. 79 Así, la comunicación que el Padre ha hecho de sí mismo por su Verbo en el Espíritu Santo sigue presente y activa en la Iglesia: "Dios, que habló en otros tiempos, sigue conservando siempre con la Esposa de su Hijo amado; así el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo entero, va introduciendo a los fieles en la verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la palabra de Cristo" (DV 8).2 RELACIÓN MAGISTERIO FIELES Dentro de la realidad dinámica interactiva de la vida cristiana es importante visualizar la interacción Magisterio-Fieles. En la medida que haya mayor comunión la vida cristiana, la vida de la Iglesia será mejor. El Magisterio, el Papa junto con los Obispos, siempre están produciendo iniciativas, que nacen de las inquietudes espirituales y eclesiales. Si el pueblo acoge estas iniciativas siempre habrán frutos sorprendentes. Aunque muchas veces la reacción de los agentes pastorales puede ser de fastidio, de freno, de tratar de no cambiar, de no hacer nada diferente. Pero si aceptamos las mociones del Espíritu que vienen por medio del Magisterio, la Iglesia siempre se revitaliza y logra encarnarse en la historia humana y responder a sus retos y necesidades. Por este motivo la vida cristiana no es simplemente algo aislado, independiente, donde cada cual hace lo que le parece de acuerdo a sus inspiraciones interiores. La vida cristiana implica vida de Iglesia, participar en la Iglesia. En este sentido el ejemplo de María es fundamental. En la narración de Lucas, cuando el ángel le anuncia el misterio de la encarnación, ella responde inmediatamente después del breve diálogo: aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra (Cf. Lc 1,38). María responde con una respuesta de vida al servicio de ese Dios vivo y verdadero que se le ha revelado. La relación entre fe y vida cristiana tiene que ver con la relación entre revelación y respuesta; misterio de Dios y disposición amorosa del creyente. Este misterio fundamental está presente también en la relación fieles magisterio y la vida cristiana será más excelente en la medida que esa relación sea más abierta y armoniosa. Aquí tenemos un ejemplo concreto de lo que implica la fe de María y de lo que nos debe mover hacia cierta manera de vivir la vida cristiana. LA CUESTIÓN ECUMÉNICA EN LA TEOLOGÍA POST CONCILIAR El Documento Conclusivo de Aparecida, resultado de la V Conferencia general del CELAM, se centra principalmente en el concepto de ser discípulos y misioneros de Jesús, y plantea una gran misión continental permanente de parte de la Iglesia Católica. Con la luz del Señor resucitado y con la fuerza del Espíritu Santo, Obispos de América nos reunimos para celebrar la V conferencia General del episcopado Latinoamericano y del Caribe. Lo hemos hecho como pastores que queremos seguir impulsando la acción evangelizadora de la Iglesia, llamada a hacer de todos sus miembros discípulos 2 CIC n.79 2
  • 3. y misioneros de Cristo, Camino, Verdad y Vida, para que nuestros pueblos tengan vida en Él.3 La moción que el Espíritu promueve en la Iglesia por medio de los obispos nos presenta esa relación interactiva, el llamado de Dios por medio de la fe, para tener vida, una verdadera vida, vida cristiana. Nosotros en Latinoamérica tenemos una profunda devoción y amor a la madre de Jesús, y para cumplir este mandato misionero, debemos acudir a ella, sea pidiéndole su ayuda, sea tomándola como modelo y ejemplo de fe, de seguidora, de discípula de Jesús. María, madre de Jesucristo y de sus discípulos, ha estado muy cerda de nosotros, nos ha acogido, ha cuidado nuestras personas y trabajos, cobijándonos, como a Juan Diego y a nuestros pueblos, en el pliegue de su manto, bajo su maternal protección. Le hemos pedido, como madre, perfecta discípula y pedagoga de la Evangelización, que nos enseñe a ser hijos en su Hijo ya hacer lo que Él nos diga (Cf. Jn 2,5) 4 El decreto sobre el ecumenismo Unitatis Redintegratio, del Concilio Vaticano II, quiere trabajar "para que todos sean uno" (Cf. Jn 17,21) 2. La caridad de Dios hacia nosotros se manifestó en que el Hijo Unigénito de Dios fue enviado al mundo por el Padre, para que, hecho hombre, regenerara a todo el género humano con la redención y lo redujera a la unidad. Cristo, antes de ofrecerse a sí mismo en el ara de la cruz, como víctima inmaculada, oró al Padre por los creyentes, diciendo: "Que todos sean uno, como Tú, Padre, estás en mi y yo en ti, para que también ellos sean en nosotros, y el mundo crea que Tú me has enviado", e instituyó en su Iglesia el admirable sacramento de la Eucaristía, por medio del cual se significa y se realiza la unidad de la Iglesia. Impuso a sus discípulos e mandato nuevo del amor mutuo y les prometió el Espíritu Paráclito, que permanecería eternamente con ellos como Señor y vivificador.5 y nosotros como cristianos fieles a las intuiciones, ideas y decisiones de nuestros pastores, tratamos de acatar estas directrices. En Latinoamérica las relaciones católico-protestantes no son tan fáciles, porque muchas veces de parte de otras denominaciones hay un ataque muy marcado en contra de nuestra devoción y amor a María, la madre del Señor, y la mayoría de las veces, cuando hay un contacto entre los varios credos, los católicos terminan cambiando su doctrina o tomando una postura firme y contrapuesta para poder mantener su fe. El argumento bíblico es el que más es utilizado para desarmar la doctrina católica y crear un rechazo y una sospecha hacia la Iglesia y hacia la madre del Señor. Cuando hablamos de misión continental estamos refiriéndonos también a la urgencia que nos producen las otras denominaciones; los católicos deben moverse no solamente por una motivación propia evangélica sino por una urgencia de competencia religiosa; muchísimos hermanos católicos se pasan a las sectas cada día, y la actividad de las sectas es fuerte y constante. Desde el punto de vista mariano y mariológico hay que realizar un aporte a esta situación, ayudar a paliar esta inquietud; dar respuestas concretas que fortalezcan la acción eclesial en su conjunto. La gran paradoja es que los católicos nos basamos en María para casi todo lo que realizamos, mientras que los protestantes casi se basan en la negación de María para sus campañas proselitistas. La pregunta sería: ¿Cómo podemos ser fieles al llamado de la recuperación de la unidad perdida en la Iglesia sin dejar nuestra fidelidad a María y a la doctrina católica en general? La Marialis Cultus, documento que el Papa Pablo VI sacó a la luz después del Concilio Vaticano II para llevar a cabo la reforma litúrgica en su dimensión mariana, nos explica que la doctrina teológica y la práctica devocional mariana deben tomar en 3 Documento Conclusivo de Aparecida, Introducción. 4 Documento Conclusivo de Aparecida, Introducción 5 Unitatis Redintegratio. N. 2. 3
  • 4. consideración a nuestros hermanos separados, o esperados; tratar de no producir en ellos escándalo; no darles la sensación de que somos idólatras; por eso nuestra teología en sí ahora es mucho más ecuménica; sensible a los protestantes, pero sin dejar de ser católica. La Marialis Cultus afirma que el culto mariano debe ser centrado en la Trinidad, cristológico, pneumatológico y eclesial; 25. Ante todo, es sumamente conveniente que los ejercicios de piedad a la Virgen María expresen claramente la nota trinitaria y cristológica que les es intrínseca y esencial. En efecto, el culto cristiano es por su naturaleza culto al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo o, como se dice en la Liturgia, al Padre por Cristo en el Espíritu.6 26. A esta alusión sobre la orientación cristológica del culto a la Virgen, nos parece útil añadir una llamada a la oportunidad de que se dé adecuado relieve a uno de los contenidos esenciales de la fe: la Persona y la obra del Espíritu Santo.7 28. Es necesario además que los ejercicios de piedad, mediante los cuales los fieles expresan su veneración a la Madre del Señor, pongan más claramente de manifiesto el puesto que ella ocupa en la Iglesia: "el más alto y más próximo a nosotros después de Cristo"8 además la teología mariana debe tener sus bases antropológicas, bíblicas y ecuménicas. En realidad es una renovación fuerte e implica un cambio de mentalidad que al pueblo le cuesta bastante. Después del Concilio hubo una pérdida de la devoción popular y muchos sacerdotes y seminarios interpretaron estos documentos como que había que acabar con la devoción y el culto mariano. El resultado de estas actitudes es a la larga también la pérdida de fe cristiana católica de parte de los pueblos que van evolucionando social e intelectualmente y quizás no se conforman con la sencillez de lo devocional, del amor expresado en forma humanamente sencilla y sentida. Uno de los aspectos primordiales de la nueva teología es la utilización de la Biblia, de la Palabra, no simplemente como una tapa para cubrir todo lo que se construye de una manera racional, lógica, basada en conceptos e ideas que la Iglesia ha ido acumulando a lo largo de los años y forman parte de su doctrina. La manera de hacer teología por sugerencia de la Marialis Cultus es más bien partiendo de la Palabra y dejando que ella misma vaya abriendo camino y produciendo frutos teológicos, donde se van uniendo las ideas, los conceptos, los dogmas, la doctrina que la Iglesia ha ido acumulando a lo largo de su historia y se han ratificado en concilios y afirmaciones del magisterio, especialmente de los papas. Pero no quisiéramos que la impronta bíblica se limitase a un diligente uso de textos y símbolos sabiamente sacados de las Sagradas Escrituras; comporta mucho más; requiere, en efecto, que de la Biblia tomen sus términos y su inspiración las fórmulas de oración y las composiciones destinadas al canto; y exige, sobre todo, que el culto a la Virgen esté impregnado de los grandes temas del mensaje cristiano, a fin de que, al mismo tiempo que los fieles veneran la Sede de la Sabiduría sean también iluminados por la luz de la palabra divina e inducidos a obrar según los dictados de la Sabiduría encarnada.9 El aspecto ecuménico de la devoción a María también debe ser valorado de manera muy precisa, la Marialis Cultus resalta la importancia de mantenerse sensibles a la mentalidad de los hermanos separados para ir logrando una verdadera evangelización de nuestros pueblos, que son muy marianos, pero a la vez seguir trabajando por la unidad perdida de la Iglesia. 32. Por su carácter eclesial, en el culto a la Virgen se reflejan las preocupaciones de la Iglesia misma, entre las cuales sobresale en nuestros días el anhelo por el restablecimiento de la unidad de los cristianos. La piedad hacia la 6 Marialis Cultus n. 25 7 Marialis Cultus n. 26 8 Marialis Cultus n. 28 9 Marialis Cultus n. 30 4
  • 5. Madre del Señor se hace así sensible a las inquietudes y a las finalidades del movimiento ecuménico, es decir, adquiere ella misma una impronta ecuménica.10 LA PALABRA Y LA TEOLOGÍA El centro de la polémica muchas veces se basa en la Palabra. Para los protestantes la Palabra es prácticamente lo único de su doctrina; lo que se salga de allí es descartado radicalmente: Para el católico la Palabra es importante, ya ha ido volviendo a ocupar su lugar progresivamente después del movimiento bíblico previo al vaticano II y su promoción fruto del mismo vaticano II. Las Sagradas Escrituras contienen la palabra de Dios y, por ser inspiradas, son en verdad la palabra de Dios; por consiguiente, el estudio de la Sagrada Escritura ha de ser como el alma de la Sagrada Teología11. Comprender la Palabra y relacionarse con ella no es fácil; forma parte del Misterio de la Revelación de Dios a la humanidad, y aunque a veces creamos que ya lo sabemos todo, o que tenemos la manera más correcta de relacionarnos con ella, eso no es evidente. Uno de los pasajes más hermosos y significativos de la Revelación plasmada en las Escrituras Hebreas, el Antiguo Testamento, es el episodio de la zarza ardiente (Ex 3,1ss). Yahve dice a Moisés: quítate las sandalias porque la tierra que pisas es sagrada (Cf. Ex 3,5). Allí se percibe uno de los elementos primordiales de la sensibilidad vétero testamentaria respecto a la revelación de Dios: debemos quitarnos nuestros conceptos, nuestra racionalidad, nuestra sabiduría, para poder recibir la revelación de Dios. El pecado de Eva y Adán radicó allí; el demonio los tentó haciéndoles creer que ellos iban a entenderlo todo con su pequeña mente, y eso les permitiría estar libres de todo, libres de Dios, porque ellos serían unos dioses (Cf. Gn 3,5). Más tarde, en el siglo IV, San Agustín dirá: creo para entender y entiendo para creer;12 después de haber pasado luchas de años de búsqueda intelectual y haber recibido una especial revelación de Dios en la famosa anécdota de la playa, cuando un niño está metiendo el mar en un hoyo que hizo en la arena y Agustín le dice que eso es imposible; y el niño le responde que también es imposible que él entienda el misterio de Dios con su mente. Los protestantes al comienzo quisieron volver a las fuentes, y su movimiento formaba parte de todo un movimiento de renovación humanista, cultural, social y religioso que ocurrió en el siglo XVI. Ellos querían volver a las fuentes, que son las Escrituras, y valorarlas más que toda la doctrina acumulada hasta ese momento. En cierta forma tenían razón, aunque la radicalidad de su reforma y los problemas que surgieron terminaron en una lamentable ruptura que rompió la Iglesia de Occidente. El Vaticano II también es un movimiento que quiere regresar a las fuentes, y se ha vuelto a la Biblia de manera mucho más amplia, dándole gran espacio a los estudios bíblicos, a la recuperación de la Biblia de parte de los católicos. Es necesario, pues, que todos los clérigos, sobre todo los sacerdotes de Cristo y los demás que como los diáconos y catequistas se dedican legítimamente al ministerio de la palabra, se sumerjan en las Escrituras con asidua lectura y con estudio diligente, para que ninguno de ellos resulte "predicador vacío y superfluo de la palabra de Dios que no la escucha en su interior", puesto que debe comunicar a los fieles que se le han confiado, sobre todo en la Sagrada Liturgia, las inmensas riquezas de la palabra divina13. 10 Marialis Cultus n. 32 11 DV 24. 12 Agustín de Hipona: De Vera Religione, en Obras completas, volumen VI, B.A.C. s.a. editores, Madrid, 1969, 24, 45. 13 DV 25. 5
  • 6. Para un judío usar el nombre de Dios en vano es un gran pecado. Ellos tienen el sentido, la sensibilidad propia de un pueblo que ha recibido la revelación de Dios por primero, un pueblo que tiene una historia original, que ha marcado la historia de toda la humanidad. Incluso en trabajos universitarios de alumnos judíos, donde aparece la palabra Dios, a veces dejan un espacio vacío para no nombrar a Dios en vano. La teología católica después del Vaticano II ha tenido un gran reto de volver a usar las fuentes primordiales de manera auténtica y plena y no simplemente como un apéndice, como un adorno, como la guinda de la torta. Si queremos ayudar la vida cristiana, si queremos ser fieles a las inspiraciones que el Espíritu da por medio del Magisterio, si queremos cooperar en este impulso de renovación eclesial propuesto en Aparecida, si queremos seguir buscando la unidad perdida de los cristianos en un cuerpo indiviso, es necesario desarrollar una teología mariológica más bíblica, más eclesial. Los católicos de Latino América ya no son los mismos, aunque no se pasen a otras denominaciones cristianas exigen mayores explicaciones y raíces bíblicas para defender su fe, porque el protestantismo cuestiona toda su doctrina tradicional. LA FE DE MARÍA MARÍA Y LA PALABRA Para hablar de la fe de María es necesario ubicarla en su real contexto histórico religioso. María era una mujer judía; Pablo, en la primera referencia mariológica del Nuevo Testamento, afirma que Jesús nació de una mujer, nació bajo la ley (Cf, Gal 4,4ss) lo cual implica que su madre era judía; Pablo no menciona el nombre ni da ninguna referencia personal de María, pero este pasaje es muy indicativo si lo sabemos entender correctamente. Marcos, el evangelio más primitivo, es muy parco en la narración sobre la vida de Jesús y no pone nada de su infancia, por lo cual María no aparece en su evangelio sino de manera sobria y limitada; sin embargo es el primer evangelio donde se da el nombre de María y además se manifiesta claramente que María era judía: ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, Joset, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?» Y se escandalizaban a causa de él (Mc 6,3). Lucas es más explícito y nos narra rasgos personales y acciones propias de María, y de José. Ellos llevan dos tórtolas al templo, ofrenda de los pobres de Yahve, para la purificación después de haber dado a luz un hijo, para consagrarlo al Señor por ser primogénito y para purificación de la madre, porque para los judíos la sangre relacionada a la menstruación y al parto producían impureza (Cf. Lc 2,24) que se canalizaba en el templo de Jerusalén, por medio de los sacerdotes. Estas costumbres indican que María era verdaderamente judía; pertenecía al pueblo de Israel, como Jesús, como José, como los primeros apóstoles y discípulos de Jesús. Esta identidad mariana como mujer judía tiene muchas implicaciones; una de ellas es su profunda relación con la revelación de Dios como el pueblo de la revelación, el primero donde Dios se manifestó, el pueblo de la Biblia, el que escribió el Antiguo Testamento. María forma parte de ese pueblo, y es una mujer religiosa, totalmente sumergida en su fe, cumplidora de los preceptos religiosos, fiel a sus costumbres y leyes. Cuando el ángel Gabriel anuncia a María de parte de Dios que tendrá un Hijo de manera extraordinaria, ella no se sorprende de aquel Dios; ella cree desde antes de manera plena y normal en aquel Dios que se ha revelado al pueblo de María cerca de dos mil años atrás (Cf. Lc 1,26-38). La fe de María no era simplemente una fe judía, como la fe de su pueblo en general; Lucas nos dice en su evangelio que María escuchaba las cosas de Dios y las meditaba en su corazón (Cf. Lc 2,19). Estas palabras se relacionan con los sinópticos, 6
  • 7. especialmente con Marcos, cuando Jesús afirma que su madre y sus hermanos son los que cumplen la voluntad de Dios (Cf. Mc 3,35) Más adelante Lucas afirma: Pero él les respondió: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen.» (Lc 8,21). Para poder cumplir la voluntad de Dios perfectamente es necesario escuchar la Palabra, sembrarla en el corazón, meditarla, reflexionarla, para disponerse a obedecer esa voluntad de Dios. María en este sentido es la excelencia de Israel, la que mejor ha asimilado la Palabra y por lo mismo la mujer judía más perfectamente cristiana. En verdad la relación de María con la Palabra es única e irrepetible. No existe otra persona en la historia de la humanidad que haya tenido una relación tan particular y especial. Juan en su Evangelio nos dice: y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros (Jn 1,14). Pero el lugar, la persona humana donde esa Palabra eterna de Dios se hizo carne fue en María de Nazareth, la única mujer de toda la historia humana donde Dios se hizo hombre. Ella nos muestra una manera más excelente de acercarse a la Palabra, una manera que supera cualquier otra forma; María no solamente asimila la Palabra, la oye, la medita, la practica, sino que ella la encarna. En este sentido no puede haber nadie, ni católico, ni evangélico, ni ortodoxo, que pueda superar a María. La manera propia del católico acercarse a la Palabra es justamente siguiendo el ejemplo de María, el modelo de María, tal y como el Concilio Vaticano II nos invita a verla como modelo a imitar14. Tenemos una relación más familiar y cercana a la Palabra porque María fue la madre de la Palabra hecha carne; ella nos enseña que Dios es cercano, que Dios se nos pone muy a la mano, muy en el corazón; que está dispuesto no solamente a que cumplamos sus leyes sino a que establezcamos una relación de tal profundidad e implicación, que podamos también hablar de "encarnar" la Palabra en nosotros; no solamente de aprenderla de memoria. En la medida que encarnamos la Palabra, la hacemos vida cristiana. María encarnó la Palabra y fue la más excelente cristiana de todos los tiempos, dio los frutos mejores de la Iglesia y para la Iglesia, y los sigue dando. La relación dinámica entre fe y vida tiene que producir frutos auténticos. Para los protestantes los frutos son un testimonio de que la fe es auténtica, pero no son tan importantes. Para el católico la interacción entre frutos de vida y fe es intrínsecamente importante. Ya Santiago lo decía en su carta: Y al contrario, alguno podrá decir: «¿Tú tienes fe?; pues yo tengo obras. Pruébame tu fe sin obras y yo te probaré por las obras mi fe. (St 2,18). Las obras o los frutos muestran la fe de la persona, pero además son necesarios para la Iglesia, para el presente y el futuro escatológico de cada persona. Dios espera frutos de vida cristiana, Dios cuenta con esos frutos y servicios para llevar adelante su obra en la historia humana. Los frutos de la vida cristiana no solamente expresan la fe de la persona sino que la refuerzan, la alimentan y si son malos frutos, la pueden llegar prácticamente a destruir. EL FRUTO DE MARÍA Isabel con gran emoción y júbilo recibe a María, como lo narra Lucas, "Bendito es el fruto de tu vientre" (Cf. Lc 1,42) Ese fruto de María es Jesús, el hombre más importante de la historia humana, por quien se dividió la cuenta de la historia en dos partes, antes y después de Él; y la relación de María con ese hombre no fue solamente de discípula que lo escuchó un día y lo siguió, sino que ella crió a la Palabra hecha carne, y siguió sus pasos desde esa realidad maternal, con todo su amor de madre y 14 Cf. LG VIII, n. 65. 7
  • 8. también con todo su amor de creyente. El estímulo mayor de María, siendo sin pecado, llena de gracia, favorecida de Dios (Cf. Lc 1,28) fue el de ser la madre de Jesús. Ella le siguió de manera natural, humana, y le siguió en la fe, en el espíritu, porque ese Jesús era el fruto de su vientre. María, además de dar el fruto mejor para todos, dio innumerables frutos de vida de fe. Ella vivió su vida como creyente judía y como creyente de Cristo; fue la primera creyente cristiana, la que de primero tuvo una fe plena en Jesucristo; la fe más fuerte y grande de la Iglesia. Nadie podrá superar a María en su fe cristiana. Fue una judía cumplidora de las cosas de Dios y fue la mejor cristiana que tendremos en la Iglesia. Ella vivió la fe cristiana de la manera más especial que más nadie podrá vivir; siendo la madre de Cristo, y además, siendo sin pecado, sin soberbia, sin orgullo; siempre del lado de Dios. María dio a luz al Mesías y también ayudó a dar a luz a la Iglesia, a los discípulos del Mesías. Ella formó parte de la comunidad primera, del grupo apostólico; se relacionó con ellos, y seguramente su casa fue como la primera Iglesia doméstica, donde su Hijo llegaba y compartía con los discípulos. El Evangelio de Juan indica este aspecto de la participación mariana al comienzo de la Iglesia, cuando en las bodas de Caná pone a María como la que suscita la acción de Jesús, el cambiar el agua en vino, y esta primera señal de Jesús es la que hace que los discípulos comenzaron a creer en Él: Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos. (Jn 2,11). Percibimos aquí una familiaridad entre Jesús y María; ella fue la invitada a la boda, y también a Jesús lo invitaron junto a sus compañeros, sus amigos, sus discípulos. Jesús fue invitado mas bien por causa de María; ellos se la llevaban bien, tenían familiaridad. En la boda se acaba el vino y María simplemente le indica a Jesús: "no tienen vino"; Jesús responde de una manera muy significativa y simbólica: Qué tengo yo contigo mujer? No ha llegado mi hora. (Cf. Jn 2,3-4). Estas palabras del evangelio de Juan son de un gran peso en todo el relato revelado. La hora de Jesús significaba la cruz, que previamente implicaba la revelación de Jesús como Mesías, como el Hijo de Dios, también por sus señales milagrosas, sus curaciones, sus críticas proféticas. María no solamente dio a luz a Jesús, el fruto de sus entrañas, sino que además cooperó para que se manifestara plenamente y ocurriera su hora, que significaba nuestra redención. María fue la principal involucrada en todo lo de Jesús, ella era su madre; ella fue quien lo esperó de la manera más intensa y abierta de todos, apoyada por José su esposo, en medio de la noche, en un pesebre, olvidado de todos, sin fuegos artificiales. Ella lo cuidó y lo crió. Ella creció en su participación en el misterio divino junto con Jesús, y ella apoyó su obra, participó de su proyecto, se involucró en sus planes; ella aceptó colaborar con el proyecto de Jesús, que era fundar su Iglesia. María recibió el encargo, la misión y vocación en la cruz, de ser la madre de los discípulos de Jesús: he ahí a tu madre, he ahí a tu hijo (Cf Jn 19,25ss). Ella continuó dando frutos al asumir el nuevo rol, la nueva tarea; se convirtió en la madre nuestra; pero una madre así como lo había sido con Jesús; una madre que se involucra de corazón, con sus maternales entrañas, en nuestra suerte, en nuestro caminar hacia Dios. PRESENCIA Y MISIÓN PERENNE DE MARÍA Esta nueva tarea de María comenzó en la cruz y se mantiene hoy en día; ella sigue participando y fomentando el trabajo de Jesús, la obra redentora. En Venezuela la Virgen se apareció hace aproximadamente 350 años a unas familias autóctonas, Nuestra 8
  • 9. Señora de Coromoto, Patrona de Venezuela, y les invitó a bautizarse para poder ir al cielo. La manera de involucrarse María es como madre, desde las entrañas, y el tiempo es para siempre. Ella sigue dando frutos para Dios; sigue participando en el parto de la Iglesia, en el parto hacia la gracia de cada miembro de la Iglesia. el amor de María forma parte esencial del misterio cristiano y de la fe cristiana. Cuando recibimos a Jesús y lo amamos, también estamos recibiendo a María. Ella nos lleva hacia la excelencia de la fe, es decir, ella nos estimula y nos da el ejemplo para que sigamos madurando nuestra fe y nunca nos sintamos satisfechos de donde hemos llegado. Ella nos estimula siempre, como una madre estimula a su hijo para que siga desarrollándose hacia su plenitud de vida, de vida cristiana. La fe de María nos anima de diversas maneras, con el ejemplo, porque sentimos que siempre podemos y debemos ir más allá, y con su directa intervención maternal en pro de nuestra fe. MARÍA EN LA FE DEL CRISTIANO; LA PARTICIPACIÓN LITÚRGICA Muchas veces caemos en el proselitismo religioso y por eso también sentimos la urgencia de evangelizar. Pero la cuestión de la fe va mucho más allá de esa actitud proselitista. La fe es un don y un proceso que nos va construyendo como personas y liberando hacia la dirección correcta de ser cada día más nosotros mismos, libres en Dios y por Dios. El fomentar la fe es en sí mismo un acto de caridad. El vivir la fe es una gracia, y María nos lo muestra como ejemplo; ella es la persona más plena de la humanidad, la llena de gracia (Cf. Lc 1,28), que vive sirviendo a Dios y se acopla completamente a ese servicio: he aquí la esclava del Señor (Cf. Lc 1,38). Para ser discípulo de Cristo hay que primero vivir la fe, encarnar la palabra, crecer como personas dentro del cuerpo de Cristo, ir cumpliendo la pleromización de la humanidad y de la historia en nosotros mismos, y en la medida que tenemos esa experiencia concreta, podremos ser también los misioneros de Jesús. No simplemente para llevar un mensaje proselitista religioso, sino para compartir nuestra vida y nuestra fe, para participar junto con nuestro pueblo la experiencia de Cristo que tenemos, la Vida que Él nos da, la Salvación que experimentamos, la Redención que va ocurriendo en nosotros. El vivir la fe es ya una buena noticia, un cumplimiento concreto de la obra redentora de Cristo. El primer anuncio que podemos hacer es con nuestra vida, así como lo hace María, la llena de Dios. Vivir la fe no es simplemente una postura religiosa; es cuestión de vida, de desarrollo de la persona, de liberación del mal que nos oprime. La fe la vivimos en la medida que seguimos a Cristo, que somos sus discípulos, y en la medida que la vivimos, nos vamos llenando de vida y vamos experimentando en nosotros le redención, la que ocurre verdaderamente en nuestras personas, y nos va llenando de su gracia, tal como llenó a María. La alegría de ser discípulos es la más fuerte predicación hacia fuera; la misión consiste en expresar esa alegría de Dios, en llenar de verdadera esperanza el corazón de nuestros pueblos, pero no una mera esperanza basada en materialismos e ideologías sino una esperanza basada en la pasión, muerte y resurrección de Jesús, una esperanza de la cual María estuvo llena y llevó hasta su pleno cumplimiento. La forma de profundizar y madurar nuestra fe es por medio de la participación en la Iglesia, sobre todo en el misterio pascual de Cristo por medio de la liturgia. María nos enseña la manera de participar a lo largo del año litúrgico. En Adviento y Navidad esperamos y recibimos la llegada del Mesías, María fue la primera que lo esperó y nos enseña a hacerlo de la manera más abierta y sentida; al mismo tiempo a acogerlo con 9
  • 10. ternura, a recibirlo desde pequeño, con amor, para permitirle crecer en nosotros cada día y llevarnos a la plenitud de la fe y del amor a Cristo. En Cuaresma y Semana Santa participamos en el misterio de Cristo junto con María, quien dramáticamente participó en el momento de los acontecimientos y nos ayuda a hacerlos nosotros en el espíritu, en la conmemoración litúrgica. En Pentecostés María nos enseña, junto con los apóstoles, a esperar en oración el envío del Espíritu de Dios, a invocarlo, a abrirse a su acción. Con este Espíritu tendremos la fuerza de llevar adelante la vida cristiana y de dar los frutos requeridos. Durante el Tiempo Ordinario María nos enseña la vida sencilla, donde se oye y medita la Palabra de Dios, las cosas de Dios, y se va preparando la tierra del corazón, aumentando la virtud teologal de la esperanza, dejando que el Espíritu, que ha sido derramado en Pentecostés, vaya trabajando en nuestros corazones, haciendo madurar nuestra fe y permitiéndonos dar los frutos que el Señor espera de nosotros. EVITAR LAS FALSAS PROMESAS Y EXPECTATIVAS El pueblo espera un mundo mejor, una mejor vida, y muchas veces la opresión del sistema es aplastante, la tentación es pasar por encima del misterio pascual de Cristo. Una teología que solamente promete un mejor futuro basándose en el esfuerzo humano por conquistarlo. Pero María nos enseña que esa no es la verdadera doctrina cristiana. Ella vivió plenamente el misterio pascual de su Hijo; estuvo allí presente en la cruz, como nos lo narra Juan en su evangelio: Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena. (Jn 19,25). Ella pasó por la cruz de su Hijo, y recibió la gloria que Dios le tenía preparada. Aceptó el camino que Jesús escogió, de obediencia plena al Padre, y a través de ese camino llegó a la tierra prometida, al Reino glorioso de su Hijo Jesucristo. Ser discípulo de Jesús implica seguirlo hasta la cruz, como María y con ella, hacerse el discípulo amado, y enfrentar las contradicciones dentro de sí mismo, escogiendo el seguimiento de Jesús antes que lo que el mundo muchas veces ofrece y que en el fondo sigue siendo parte de las tentaciones para no encontrar al Dios vivo y verdadero. Así como la hora de Jesús, la pasión, se aceleraba en la medida que Él se revelaba como el Hijo de Dios, así mismo en la medida que reconocemos a Jesús, que recibimos y aceptamos su revelación en nuestra fe, nosotros mismos vamos entrando a participar más plenamente en el misterio pascual de Jesús, no simplemente como espectadores sino, como lo hizo María, entrando en el compadecer con Él, siendo sus testigos, sufriendo las mismas suertes y persecuciones de Jesús. El ser discípulo de Cristo de verdad implica un pago de parte de cada uno de nosotros. El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. (Mt 10,38). El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío. (Lc 14,27). El pueblo está sometido a muchas influencias y puede dejarse llevar por las promesas de un futuro mejor simplemente intramundano, pero cuando se ofrece a Cristo hay algo diferente; hay algo que trasciende lo meramente material, San Pedro lo dice al mendigo paralítico: «No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te doy: en nombre de Jesucristo, el Nazoreo, ponte a andar.»(Hch 3,6). Es importante no engañar al pueblo con promesas que no vamos a cumplir. Cuando se ofrece a Cristo se está ofreciendo el misterio pascual completo; acompañarlo en su cruz, para resucitar con Él; tal como lo hizo María y lo han hecho sus discípulos desde el comienzo de la Iglesia. Por esto es importante no competir con una oferta simplemente sociopolítica así como tampoco religiosa; ambas competencias no ayudan a una auténtica evangelización católica. Muchas personas han abandonado el camino de la fe no solamente porque la 10
  • 11. Iglesia no ha trabajado suficiente, sino porque estamos en otras épocas, donde la gente busca llenarse de muchas cosas que se le ofrecen por muchos medios; ya el mundo no está tan cautivo por la iglesia o por cualquier gran religión de pueblos, sino que debido entre otras cosas a los medios de comunicación masiva, la gente está sometida a un constante bombardeo de ideas, mentalidades, noticias, etc., como jamás antes había sido así. Cuando se habla de misión continental, de ser misioneros de Cristo, hay que entender en qué época estamos; y asumir la labor desde esta realidad. Las personas de hoy son mucho más concientes de todo, están más informadas, han recibido diversas influencias y motivaciones. Lo que vamos a ofrecerle debe ser verdaderamente interesante, válido, atractivo; y no simplemente una propuesta moral religiosa que haga sentir quasi obligada a la gente de volver a lo religioso. Hay muchas personas que esperan algo material, un beneficio, y que no les interesa recibir algo intangible, espiritual. Y el cambio de mentalidad respecto a lo religioso es algo que va más allá del control de nadie. Para ser misioneros hay que estar viviendo una experiencia tan importante y hermosa, que atraiga al hombre de hoy, que arrastre por su fuerza interior, que sea fresca e impactante, pero que no descarte la cruz de Jesús, puesto que sería el peor engaño de todos; querer salvar al pueblo del mal, de la opresión, ofreciéndole una salvación meramente humana, basada en nuestra buena voluntad, en nuestra solidaridad, en nuestro deseo de ayudar y arreglar el mundo, y no haciendo acceder al pueblo a la experiencia de Cristo, a descubrir en su propia cruz la presencia de Cristo liberador, quien sigue actuando, redimiendo al hombre, y que sigue siendo el camino humano y divino que nos va a conducir al Reino prometido, tal como lo hizo con María, que siguió el mismo camino y recibió la gloria que recibió Jesús. CONCLUSIÓN El continuo esfuerzo del creyente, de la Iglesia toda, en vivir y dar la vida en abundancia a las personas a lo largo de la historia humana, forma parte de una realidad siempre cambiante, siempre en movimiento, reflejo de la vida en general y reflejo del Espíritu de Dios que no se sabe de dónde viene ni adónde va pero que está dando la Vida constantemente a su Iglesia. En esta búsqueda e intención de poseer la vida, de cumplir con Dios y con el hermano, la Virgen María nos ayuda a comprender y a vivir de la mejor manera este profundo misterio. No podemos desligar la fe de la vida, al contrario, la una es fuente de la otra y se alimentan mutuamente. María es para la Iglesia el mejor ejemplo de vida en respuesta de la fe, en respuesta a Dios, y al mismo tiempo es la persona de la Iglesia que más nos ayuda, nos anima, nos sostiene con su acción maternal. El comprender mejor el misterio de María en la vida de la Iglesia, en nuestra vida cristiana, será siempre una de las bases fundamentales para alcanzar nuestro objetivo como miembros del pueblo de Dios. Que la Santísima Virgen, en cada una de las advocaciones queridas por nuestros pueblos, siga ayudándonos a andar el camino que Dios nos pide a lo largo y ancho de nuestra historia. Amén. 11