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MARÍA: DEVOCIÓN POPULAR
                           SR. CANÓNIGO DR. EDUARDO CHÁVEZ SÁNCHEZ
                                             2010



                                                Introducción

         El ser humano siempre tendrá las preguntas más importantes y que le dan razón de su
existir: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo y a dónde voy? ¿Quiénes son los demás que me rodean?
¿Qué es este mundo que me rodea? Cuando el ser humano logra contestar cada una de estas
preguntas, y lo hace con armonía y unidad, llega a ser modelo para otros pueblos, esto hará de su
cultura una cultura clásica que ayudará a otros pueblos a contestar sus propias preguntas en un
tiempo y espacio totalmente distinto.
         Y dentro de estas preguntas, el ser humano toma con especial cuidado su relación con el
Absoluto, con el Trascendente, con la divinidad, quien le ayudará a tener un sentido de todo lo
demás. Por ello la Devoción de todo un pueblo, generalmente, gira en torno a su conocimiento de
esa trascendencia; son esas “semillas del Verbo” que Dios mismo ha puesto y dispuesto en cada
uno de los corazones de los seres humanos que buscarán siempre esa trascendencia.
         Jesucristo, nuestro Señor, es la respuesta de todo ser humano ante sus más grandes
necesidades, es la respuesta de cada una de las preguntas profundas del ser humano y el que le da
sentido a toda su existencia. Es Él quien tiene la iniciativa de encontrarse con ese ser humano por
medio de lo más amado para Él como es su propia Madre, María.
         La devoción popular de María de Guadalupe es uno de los ejemplos más realizados de
todo esto; es el recordado Juan Pablo II, quien afirmó que fue en México, a los pies de la Virgen
de Guadalupe, cuando vislumbró la manera de realizar su Pontificado: “Visité –decía el Papa- el
santuario de Guadalupe en enero de 1979, durante mi primera peregrinación apostólica. El viaje
fue decidido como respuesta a la invitación apostólica en la Asamblea de la Conferencia de los
obispos de América Latina (CELAM), en Puebla. Aquella peregrinación inspiró en cierto
sentidos todos los siguientes años del pontificado.”1 El Papa reafirmó la importancia del mensaje
de Dios por medio de la Estrella de la Evangelización, María de Guadalupe, y su fiel, humilde y
verdadero mensajero Juan Diego; momento histórico para la evangelización de los pueblos, “La
aparición de María al indio Juan Diego –reafirmó el Santo Padre– en la colina del Tepeyac, el
año de 1531, tuvo una repercusión decisiva para la evangelización. Este influjo va más allá de
los confines de la nación mexicana, alcanzando todo el Continente.”2
         ¿Qué contiene esta devoción para que, de manera evidente, sea tan amada por los Papas,
ya que desde 1573 se han concedido innumerables indulgencias, bendiciones y beneficios al

1
  JUAN PABLO II, ¡Levantaos! ¡Vamos!, traducción Pedro Antonio Urbina Torella, Ed. Plaza Janés, México 2004, pp.
58-59.
2
  JUAN PABLO II, Ecclesia in America, p. 20.

                                                       1
humilde Santuario del Tepeyac? ¿Qué fue lo que vislumbró Juan Pablo II para que además
proclamara Fiesta Litúrgica de Nuestra Señora de Guadalupe para todo el Continente Americano,
y declarara en aquella ocasión: “La aparición de María al indio Juan Diego en la colina del
Tepeyac, el año de 1531, tuvo una repercusión decisiva para la evangelización. Este influjo va
más allá de los confines de la nación mexicana, alcanzando todo el Continente.”3? Y que además
y de manera explícita el Santo Padre declarara: “América, que históricamente ha sido y es crisol
de pueblos, ha reconocido «en el rostro mestizo de la Virgen del Tepeyac, [...] en Santa María de
Guadalupe, [...] un gran ejemplo de evangelización perfectamente inculturada». Por eso, no sólo
en el Centro y en el Sur, sino también en el Norte del Continente, la Virgen de Guadalupe es
venerada como Reina de toda América.”4 ¿Qué tendría esta Devoción, como decía, para que
explícitamente el Santo Padre proclamara todo esto y más? Asimismo, a pocos días de iniciar su
pontificado, el Papa Benedicto XVI oró ante la Virgen de Guadalupe del Tepeyac: “En tus manos
encomendamos nuestras vidas”; y en Brasil regaló un decorado y artístico Altar tríptico para que
presidiera las reuniones de los obispos; en este hermoso objeto, el Papa quiso que se pintara a
Juan Diego, el primer laico indígena canonizado del Continente, con la imagen de la Virgen de
Guadalupe en su tilma y la Biblia en mano para evangelizar a sus hermanos y debajo de este
cuadro puso una frase muy importante “Ustedes serán mis testigos”; profunda frase, ya que este
es el tiempo del laico en su Iglesia Católica.
         Como todo Acontecimiento Salvífico, el Guadalupano, si bien se verifica en un momento
histórico: hace casi quinientos años, y en un lugar determinado: en el cerro del Tepeyac; es una
devoción que trasciende fronteras, culturas, pueblos, costumbres, etc.; llega hasta lo más
profundo del ser humano; además, toma en cuenta la participación precisamente de este ser
humano, concreto e histórico, con sus defectos y virtudes, para que con su intervención fuera más
allá de lo que la humana naturaleza permitiría. Una de las más claras manifestaciones de que en
realidad se trata de un Acontecimiento Salvífico es la conversión del corazón, es el mover, en un
verdadero arrepentimiento, al ser humano desde lo más profundo del alma, del espíritu y la razón,
para encontrase con Dios, quien siempre es el primero en tomar esta iniciativa; haciendo realidad
un cambio de vida pleno y total.
         Santa María de Guadalupe no es solamente enviada por el Padre, por medio del Espíritu
Santo para manifestar y hacer partícipe a todo ser humano de su Hijo Jesucristo, sino que Ella lo
trae en su inmaculado vientre; por lo que es un verdadero encuentro con Dios por medio de
María. Ella es la discípula y misionera que nos manifiesta y nos entrega el mensaje de salvación
y, asimismo, Ella forma discípulos y misioneros para testimoniar con la propia vida la inmensa
alegría de este encuentro en el amor con Jesucristo Nuestro Señor: Camino, Verdad y Vida, por
medio de su Madre y Madre nuestra.
         Veamos, aunque sean algunos pincelazos, los momentos más significativos de esta
historia de salvación que influye decididamente en la evangelización de todo un Continente,
como el mismo Santo Padre lo afirmó. Santa María de Guadalupe es la Estrella de la
Evangelización perfectamente inculturada, modelo para el mundo entero.



3
  JUAN PABLO II, Ecclesia in America, México 22 de enero de 1999, Ed. Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del
Vaticano 1999, p. 20. El Santo Padre cita literalmente la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano.
Santo Domingo a 12 de octubre de 1992, 24. Véase también en AAS, 85 (1993) p. 826.
4
  JUAN PABLO II, Ecclesia in America, p. 20.

                                                       2
La primera evangelización: obra titánica

        En solo dos años, de 1519 a 1521, contra toda expectativa humana, los españoles
conquistaron el imperio Azteca; sin embargo hay que tomar en cuenta que se aliaron con otras
tribus que odiaban al imperio. Hernán Cortés, un hombre de armas, un tanto ilustrado y
militarmente religioso, como era la época, con un carisma de liderazgo impresionante, usando su
astucia y habilidad penetró hasta el propio corazón del imperio, aliándose con las tribus
sometidas por los aztecas; bajo la confusión de la famosa profecía de la llegada del dios bueno
“Quetzalcóatl”; aunado todo esto con las poderosas armas y los caballos desconocidos para los
indígenas, lo cual fue clave para la conquista y, finalmente, las enfermedades, entre ellas la
viruela, que mató a la mitad de la población indígena.
        El drama que los indígenas padecieron en esta derrota y la caída de su Imperio, no fue
sólo el desmoronamiento de su estructura militar, social, económica, política, etc., sino de toda su
estructura religiosa, la cual sustentaba el sentido de toda su existencia. La tremenda depresión
ante sus propios dioses fue un drama incomparable, ya que el esperado dios bueno
“Quetzalcóatl”, sólo sembró la ruina y la muerte; ya no habían más sacrificios humanos ni
corazones que alimentaran a los dioses y, sin embargo, el ciclo de la vida continuaba sin mayor
problema; los astros estaban ahí cumpliendo sus funciones como si nada; se habían sacrificados a
miles de seres humanos, prisioneros, parientes e hijos; y ahora se daban cuenta que no había
servido de nada, absolutamente de nada; entonces ¿todo había sido una burla infame de los
dioses? La depresión fue tal que algunos indígenas optaron por suicidarse.5
        Mientras tanto, no eran pocos los españoles que también presentaban una crisis de
conciencia, pues se cuestionaban hasta qué punto era de cristianos conquistar un territorio, el cual
no les pertenecía, y hacer de su propiedad bienes ajenos y hasta esclavizar a sus propietarios; este
cuestionamiento era fuertemente manifestado no sólo por los misioneros, sino por españoles de
conciencia recta, incluso se llevó ante las aulas de las Universidades españolas como la de
Salamanca. La discusión sobre la justificación de una invasión y toma de bienes ajenos ocuparon
agrias disputas; llevándolas hasta el punto de poner en tela de juicio la racionalidad de los
indígenas, pues si los indios no demostraban su humanidad, entonces se podía tomar de sus
bienes, ya que no tendrían ningún derecho sobre ellos; y, además, su “adoración” a los ídolos los
hacían “culpables”. Entre los mismos españoles que se encontraban en suelo mexicano habían
tremendas disputas sobre este mismo asunto; aunado a las vejaciones que inauguró la Primera
Audiencia, como veremos más adelante.
        Los primeros franciscanos llegaron a México en 1523, dos sacerdotes y un hermano lego,
apenas tres; sin embargo, los dos sacerdotes murieron prematuramente y sólo quedó el hermano
lego, el gran educador fray Pedro de Gante. Al año siguiente, en 1524, llegaron los conocidos
como “los primeros doce franciscanos” o los “doce Apóstoles”, quienes provistos de la Bula
Omnímoda iniciaron la estructuración de la Iglesia de manera oficial, misionera por vocación en
estos nuevos territorios.6 Los franciscanos hombres santos y sabios de su época, trataron de


5
  Cfr. MIGUEL LEÓN-PORTILLA, El reverso de la conquista, Ed. Joaquín Mortiz, México 1964. También del mismo
autor MIGUEL LEÓN-PORTILLA, Visión de los vencidos, UNAM (= Col. Biblioteca del Estudiante Universitario N°
81), México 41969.
6
  Cfr. FRAY GERÓNIMO DE MENDIETA, Historia Eclesiástica Indiana, obra escrita a fines del siglo XVI, Ed. Porrúa
(= Col. Biblioteca Porrúa, 46), segunda edición facsimilar, México 1980.

                                                      3
evangelizar bajo los conceptos y la teología de su tiempo; considerando la urgente necesidad de
salvar las almas indígenas de las garras del demonio de los dioses.7
        Sin pretender menospreciar o desmeritar la labor de estos santos varones, que en realidad
eran de lo mejor que había producido una España, deudora de Jesucristo, defensora de su Iglesia
y misionera militante; pero ¿qué era este puñado de inspirados misioneros ante los millones de
indígenas?, ante las distancias impresionantes, las lenguas desconocidas, las mentalidades y
culturas tan distintas; ante el drama de una tremenda enfermedad que los iba diezmando más y
más, y ante una pavorosa depresión de los indígenas quienes veían y confirmaban que sus dioses
habían muerto.
        Si bien, las conversiones se fueron dando, pero muy poco a poco ante este reto gigantesco.
Fray Toribio Motolinia, además de indicarnos que la gran labor de los franciscanos había dado
como resultado cierta cantidad de bautizos entre los indígenas, no pudo negar que en los primeros
años los indios permanecían reacios a convertirse al catolicismo: “Anduvieron –declaraba el
misionero– los mexicanos cinco años muy fríos”.8 Además, era consciente de la insignificancia de
sus recursos ante la enormidad del trabajo, sus terribles problemas y la inseguridad de que fueran
sinceras las conversiones;9 el temor de que la piedad india fuera idolatría larvada subsistió durante
largo tiempo en todos los misioneros y llegó a ser para algunos, como fray Diego de Durán, una
obsesión.10


                       Fray Juan de Zumárraga, cabeza de la Iglesia en México




7
  Sobre este tema, son varias las fuentes que se deben tener en cuenta: Cfr. Coloquios y Doctrina Christiana conque
los doze frayles de san Francisco enbiados por el Papa Adriano sesto y por el Emperador Carlo qujnto côvertierô a
los indios de la Nueva España ê lêgua Mexicana y Española, Archivo Secreto Vaticano, Misc. Arm-I-91, ff. 3r-41v.
Publicada también en edición facsimilar del manuscrito original, paleografía, versión del náhuatl, estudio y notas de
Miguel León-Portilla, UNAM, Instituto de Investigaciones Sociales, México 1986. También: FRAY BERNARDINO DE
SAHAGÚN, Códice Florentino. Cerca 1564-1569, Manuscrito 218-220 de la Colección Palatina de la Biblioteca
Medicea Laurenciana. Del mismo autor: FRAY BERNARDINO DE Historia SAHAGÚN, General de las Cosas de la Nueva
España, Ed. Porrúa (= Col. “Sepan Cuantos...” N° 300) México 51982, pp. 704-705. También: FRAY TORIBIO PAREDES
DE BENAVENTE (MOTOLINIA), Historia de los indios de la Nueva España, Ed. Porrúa (= Col. “Sepan Cuantos...” N°
129), México 21973. Del mismo autor: FRAY TORIBIO PAREDES DE BENAVENTE (MOTOLINIA), Memoriales o Libro de
las Cosas de la Nueva España, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México 21971.
8
  FRAY TORIBIO MOTOLINIA, Historia de los Indios, p. 78.
9
   De hecho, algunos frailes misioneros, como Bernardino de Sahagún y Diego Durán, se dieron a la tarea de
investigar, de manera meticulosa, la cultura india, para poder combatir mejor cualquier idolatría, que pudiera
perjudicar a sus recién convertida grey: “El médico no puede acertadamente aplicar las medicinas al enfermo sin que
primero conozca qué humor o de qué causas procede la enfermedad [...] para predicar contra estas cosas, y aun para
saber si las hay, menester es saber cómo las usaban.” FRAY BERNARDINO DE SAHAGÚN, Historia General, p. 17. Esta
fue la actitud general. Sin embargo, ciertamente hubo casos de excepción como Fray Jacobo de Testera, quien
escribió: “a nosotros los religiosos, cuando entramos en esta tierra, no nos espantó ni desconfió su idolatría, mas
habiendo compasión de su ceguedad, tuvimos muy gran confianza que todo aquello y mucho más harían en servicio
de nuestro Dios, cuando lo conociesen”. Carta de fray Jacobo de Testera. Huejotzingo, el 6 de mayo de 1533, en
Cartas de Indias, Madrid, 1877, p. 66.
10
   Cfr. FRAY DIEGO DURÁN, Historia de las Indias de Nueva España e Islas de Tierra Firme, terminada en 1591, Ed.
Porrúa (= Col. Biblioteca Porrúa Nos. 36 y 37), México 1967.

                                                         4
La gran ciudad de México exigía ser obispado, por lo que Carlos V no dudó en presentar,
el día 12 de diciembre de 1527, como obispo de aquella lejana diócesis al franciscano fray Juan
de Zumárraga (1528-1548).
         De la Nueva España surgían noticias inquietantes, como las que dio el contador Rodrigo
de Albornoz, quien después de llegar de estos nuevos territorios, puso la alerta diciendo que
Cortés pudiera tratar de independizarse de España, y no dudó de hacerlo responsable de varios
crímenes. Por lo que se determinó que fuera un visitador en la persona de Luis Ponce, pero este
falleció antes de hacer cualquier cosa.
         Mientras tanto en México, Hernán Cortés decidió ir a las Hibueras y dejar sin cabeza a la
capital, orillándola a un abismo. La Primera Audiencia presidida por Nuño de Guzmán y los
oidores los licenciados Alonso de Parada, Francisco Maldonado, Juan Ortiz de Matienzo y Diego
Delgadillo, tomó el poder.
         Con los oidores se embarcó también el Obispo nombrado por el rey y emperador Carlos
V, fray Juan de Zumárraga, dice su biógrafo Joaquín García Icazbalceta: “la falta de su
consagración le quitaba mucho de autoridad cuando tanta necesitaba, porque al cargo de Obispo
reunía el de Protector de los indios.”11 Y esto sin duda se dejará sentir con todo rigor. Sin saber el
desastroso futuro que les esperaba entre ellos, las autoridades del Nuevo Mundo salieron de
Sevilla a fines de agosto de 1528 y llegaron a costas mexicanas hacia el 6 de diciembre de 1528.
         La Primera Audiencia intensificó las acusaciones en contra de Hernán Cortés, las cuales
hicieron blanco en el ánimo del rey. Mientras Cortés continuaba con su aventura por la selva del
sureste en la capital la Primera Audiencia no se tentó el corazón para abalanzarse sobre sus
bienes y los de los demás españoles que eran fieles al conquistador. Guzmán se unió con un
antiguo gobernador, el malvado factor Gonzalo de Salazar, “tenían de común grande enemistad
contra Cortés, índole perversa, desmedida codicia e insaciable sed de mando;”12 así lo describe el
historiador García Icazbalceta. A estos delincuentes con autoridad se unió otro infame llamado
Chirinos. Salazar no se detuvo en darles consejos a los oidores de cómo poder ser ricos robando
la tierra, sometiendo a los indios por medio de los ya implementados Repartimientos, instrumento
que se podía fácilmente convertir en esclavitud. De igual forma, estos desalmados explotaban
cuanto podían a los pobladores españoles pacíficos que no estaban de acuerdo con sus
maquinaciones.
         Una de las primeras acciones que realizó Zumárraga fue la de hablar con los más
importantes representantes de los indígenas, y con la ayuda del traductor fray Pedro de Gante, les
dijo que el rey lo había nombrado su Protector, por lo que castigaría a quienes les hicieran daño,
pero ellos también se harían merecedores de castigo si eran malos. Esto suscitó una llamada de
atención de parte de la Primera Audiencia contra el Obispo, quien le señaló que eso le tocaba a la
Audiencia, ya que él sólo era Obispo postulado, que a los indios sólo les diera la Doctrina si le
pareciera bien, pero que no se metiera en otras cosas; y le insistió que no ejerciera el oficio de
Protector, pues los perdería, y si algún indio se quejaba sería ahorcado. Ahora resultó que los
españoles cristianos matarían a cualquier indígena que se acercara al Obispo. Obviamente, los
indios tenían miedo de acercarse al Obispo.



11
   JOAQUÍN GARCÍA ICAZBALCETA, Don Fray Juan de Zumárraga primer Obispo y Arzobispo de México, Ed. Espasa-
Calpe (=Col. Austral 1106), México 1952, pp. 27-28.
12
   JOAQUÍN GARCÍA ICAZBALCETA, Don Fray Juan de Zumárraga, p. 29.

                                                    5
El historiador George Baudot declara: “La documentación franciscana de la época se
estremece con los gritos de horror y de indignación de los primeros misioneros, ante el trato
infligido a los indios por los colonos y por las autoridades de la primera Audiencia.”13
        Uno de los actos más escandalosos fue en Texcoco, en donde los misioneros franciscanos
habían levantado un templo para doncellas indias, por orden de Delgadillo entraron a esta
clausura para raptar dos doncellas, llevándolas a Oaxaca. Y como estas vejaciones, muchas más.
        Zumárraga estaba sumamente molesto por las tropelías que se cometían contra la
población indígena y contra algunos españoles, de una manera especial con aquellos que estaban
ligados con Hernán Cortés; asimismo, no podía menos que clamar justicia ante los crímenes que
se realizaran contra los indios, máxime que él sustentaba el título de su Protector, por lo que
formaba parte de su responsabilidad. Pero su voz se opacaba por el hecho de no estar consagrado;
además la Corte misma no tenía bien definido ni la jurisdicción ni facultades de este encargo. “El
mísero protector –dice Icazbalceta– se veía así empujado por indios y frailes, y más que por todo
por la propia conciencia; quería cumplir con su obligación, y echaba de ver que tenía contra sí a
ricos y poderosos; que no se le habían dado medios para hacerles frente; que su jurisdicción era
vaga, sus facultades mal definidas, su única fuerza las armas espirituales, poderosas entonces, es
verdad, pero no tanto que no fueran burladas muchas veces por los conquistadores desalmados.”14
Así que el pobre Zumárraga cargaba con todas las obligaciones de su cargo, sin ser consagrado,
por lo que no lo respetaban y sus derechos se veían nulificados.
        Los miembros de la Primera Audiencia no se detenían ante nada ni nadie. Otro momento
de tensión se vivió cuando los Oidores de esta nefasta Primera Audiencia se atrevían a amenazar
a los misioneros franciscanos, incluso de tomar a los indios huexotzingas que, el 18 de abril de
1529, habían apelado a estar dentro del convento para protegerse, ya que eran “perseguidos por la
Audiencia por el sólo hecho de haber acudido en busca de ayuda al arzobispo Zumárraga”;15 fray
Toribio de Motolinia, guardián del convento de Huexozingo, trató de hacer valer el derecho de
estos indios de ser protegidos dentro del convento, al parecer fracasó, los indios fueron
capturados y llevados a México con la soga al cuello. Ante este desacato y humillación,
Zumárraga fue a Huexozingo para saber, de manera directa, cómo se habían sido los
acontecimientos, los frailes consideraron que no se podían quedar callados, por lo que era
necesaria una declaración pública realizada desde lo alto de un púlpito.
        Mientras el obispo fray Juan de Zumárraga permanecía en ese convento de Huexozingo,
se escogió a fray Antonio Ortiz, reconocido orador, para que condenara estas acciones y vicios
que manifestaba la Audiencia. A poco de la fiesta de Pentecostés y en una celebración presidida
por el obispo de Tlaxcala Julián Garcés, en el momento preciso, fray Antonio Ortiz subió al
púlpito, y con gran valor habló del ultraje en contra del pueblo indígena y en contra de la Iglesia.
El presidente de la Audiencia, Nuño de Guzmán no lo soportó y le gritó que se callara, el
predicador insistía en que lo dejaran terminar, el oidor Delgadillo intervino y mandó a un alguacil
que bajara del púlpito al fraile, el alguacil fue acompañado por amigos del factor Salazar; entre
gritos, tumulto, manoteos tomaron al predicador por los brazos y el hábito, lo derribaron con
violencia en pleno púlpito y lo hicieron rodar. Gran escándalo en la iglesia mayor, con
presidencia de un Obispo y en fiesta tan solemne.

13
   GEORGE BAUDOT, La pugna franciscana por México, Eds. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y Alianza
Editorial Mexicana, México 1990, pp. 43-44.
14
   JOAQUÍN GARCÍA ICAZBALCETA, Don Fray Juan de Zumárraga, p. 36.
15
   GEORGE BAUDOT, La pugna franciscana, pp. 46-47.

                                                      6
Ante todo esto, Zumárraga intervino para calmar los ánimos y por un momento hubo paz;
sin embargo, las cosas iban a ser todavía más difíciles.
        Se realizaron cabildos patrocinados por Nuño de Guzmán, desde el 25 al 28 de marzo de
1529; la Audiencia pretendía enviar a España testimonios favorables a su labor y contrarios a
Cortés y a todos aquellos que lo apoyaran, incluso contra el mismo Obispo Zumárraga, querían a
toda costa que Cortés no regresara a México. Esta Audiencia manejaba de tal manera las cosas,
que en la Corte sólo se escuchara su voz, y que de ninguna manera se permitiera otro tipo de
informe, así lo narró Icazbalceta: “los de la Audiencia pusieron desde el principio grande empeño
en interceptar toda la correspondencia con la Corte. En los puertos tenían agentes que sin pararse
en medios hacían escrupuloso registro de cuantas personas y mercancías pasaban, de ida o de
vuelta, y tomaban todas las cartas que lograban descubrir, para enviarlas luego a Méjico.
Abriéndolas los gobernadores, por ellas venían en conocimiento de quiénes eran sus enemigos
ocultos, y de lo que escribían los declarados. Aquel infame abuso, prueba clara de la insegura
conciencia de quienes le cometían, llegó a oídos del rey, indignado, despachó en 31 de Julio de
1529 una apretada cédula con prohibición de abrir, retener o en cualquier manera interceptar las
cartas, so pena de destierro perpetuo de los dominios de Su Majestad. Tal reprimenda, que
debiera llenar de confusión a la Audiencia, sirvió únicamente para que cometiera un desacato;
pues tuvo el atrevimiento de replicar que lo contrario convenía al servicio del rey.”16 Así que se
prohibió que de la Nueva España saliera cualquier tipo de correspondencia sin ser antes
inspeccionada.
        Sin embargo, en Julio de 1529, el valiente Zumárraga envió a algunos de sus hermanos
franciscanos con cartas para la Corte Española, estos misioneros se dirigieron por la vía del
Pánuco; esta noticia fue descubierta por los Oidores quienes persiguieron a los franciscanos y en
un descuido de los seráficos les robaron todo, de esta manera la Audiencia endureció todavía más
su relación con el Obispo.
        Zumárraga no se dio por vencido e hizo otro largo reporte para el rey, pero esta vez, el
Obispo decidió que él mismo lo llevaría hasta el puerto; así el 27 de Agosto de 1529 (apenas un
año y cuatro meses antes de la Aparición) partió de la ciudad de México acompañado de un
clérigo el cual cargaba en su jubón dicho reporte; a pesar de sus años y de los grandes peligros
pudo llegar al puerto donde gracias a un paisano, marinero vizcaíno, se realizó un plan para
llevarlo hasta las manos del rey: el ingenioso marinero puso este importante Informe en un pan de
cera y éste dentro de un barril, lo ató al barco y como si fuera una boya lo arrastró, hasta que la
embarcación estaba en mar abierto, así fue como este Informe llegó a las manos del rey. Esta
información tuvo su efecto, Zumárraga comunicaba con toda claridad sobre lo mal que estaban
las cosas en la Nueva España, las tremendas injusticias y vejaciones que llevaban a cabo algunos
de los españoles. Pero veamos algunas de estas noticias que trasmitió el Obispo: “los naturales –
decía Zumárraga– no poco tristeza y dolor tienen no tan solamente por quitarles lo suyo y
dañarles su pueblo”;17 sino por la injusta esclavitud con la que eran sometidos para satisfacer la
ambición de estos malos españoles. Además, era claro que desde los altos puestos la corrupción
era algo terriblemente cotidiano: “Los cargos y oficios de justicia –continuaba Zumárraga– han
dado y proveído a deudos y criados y amigos suyos sin letras ni experiencias y los más no
teniendo calidad de personas a quien se debiese cometer la superioridad que el cargo requiere,

16
 JOAQUÍN GARCÍA ICAZBALCETA, Don Fray Juan de Zumárraga, p. 49.
17
 Carta de fray Juan de Zumárraga al rey de España, México a 27 de agosto a 1529, Archivo de Simancas, Bibl.
Miss., III, 339, carta 13. Copia en Colección Muñoz, T. 78, f. 279r-279v.

                                                    7
antes lo han hecho por henchirles las manos dándoles aparejo en que roben y presto enriquezcan,
y ellos por su mano y medios se han aprovechado con grangerías secretas y otras mañas que
hallan y procuran.”18
        Zumárraga no sólo permaneció impotente ante los asaltos y crímenes de estos españoles,
sino que además fue amenazado por los suyos. Continuaba el Prelado con la descripción de los
hechos: “Y porque me parece que a Vuestra Majestad no se debe encubrir nada digo que los
señores del Tlatelolco de esta ciudad vinieron a mí llorando a borbollones tanto que me hicieron
gran lástima, y se me quejaron diciendo que el Presidente e Oidores les pedían sus hijas y
hermanas y parientas que fuesen de buen gesto, y otro señor me dijo que Pilar le había pedido
ocho mozas bien dispuestas para el Presidente, a los males yo dije por lengua de un Padre
Guardián, que era mi intérprete, que no se las diesen y por esto dizque han querido ahorcar un
señor de estos, y demás de esto yo le dije al padre guardián del monasterio de San Francisco y él
lo dijo en caridad al Presidente, envíome amenazar […], dijo el Presidente estando a su mesa
muchas personas de fe, que si se hallara presente me echaría del púlpito abajo y porque les suelo
reprender han huido mis sermones y se van a banquetes cada Domingo casi ordinariamente
llevando tras sí mucha gente haciendo llamamiento de mujeres que por fuerza las hacen ir
sacándolas de casa en casa y allá pasan cosas de muy poca honestidad y autoridad.”19
        Por estas palabras se puede observar claramente como fray Juan de Zumárraga, a pesar de
ser el Obispo de la Ciudad de México, se sentía imposibilitado de intervenir ante todos estos
desastres y abusos de algunos españoles, especialmente los que estaban encargados del Gobierno
de México; robos, crímenes, corrupción eran su ley, maltratando y sometiendo a los indígenas
para satisfacer intereses de todo tipo.
        El Obispo de México, consciente de que no había ninguna salida humana, rogaba para que
Dios interviniera, decía: “Asimismo me parece es bien informar a V. C. M. de lo que a la fecha
en ésta pasa, porque es cosa de tanta calidad, porque si Dios no provee con remedio de su mano
está la tierra en punto de perderse totalmente.”20 Y efectivamente, como veremos más adelante,
Dios sí intervino.
        El Obispo sugería, como una de las primeras medidas, la urgencia de enviar una Nueva
Audiencia, y que los que integraban la primera fueran castigados.
        Ante el rumor de que Hernán Cortés regresaría a la Nueva España y ahora sustentando el
título de Marqués de Antequera, Nuño Guzmán no quiso quedarse en la capital, así que organizó
una conquista a tierras todavía desconocidas, si bien y aún a sabiendas de que no se compararía
con las conquistas emprendidas por Cortés, pero de esta manera tenía una buena justificación
para salir y realizar algo, que si tenía éxito, el rey lo apreciaría; así Guzmán organizó un ejército
de 500 españoles, mucho de ellos sin querer realizar esta nueva aventura, y unos 15,000 indios,
más como cargadores que como soldados. Guzmán pidió que se le dieran de la caja real diez mil
pesos, los Oidores accedieron gustosos de que con esto se iba Guzmán y ellos quedaban solos con
el mando. Guzmán salió de la ciudad de México del 20 al 22 de diciembre de 1529.
        Pero la salida de Guzmán en nada ayudó a Zumárraga, ya que los Oidores que se
quedaron con el poder eran igual o peores que Guzmán. Uno de tantos ejemplos de este
enfrentamiento contra la Iglesia fue el hecho de que estaban bajo custodia en el convento de San
Francisco: Cristóbal de Angulo, clérigo de la Corona, y García de Llerena, criado de Cortés; la

18
   Carta de fray Juan de Zumárraga al rey de España, México a 27 de agosto a 1529, f. 281v.
19
   Carta de fray Juan de Zumárraga al rey de España, México a 27 de agosto a 1529, f. 284r-284 v.
20
   Carta de fray Juan de Zumárraga al rey de España, México a 27 de agosto a 1529, f. 314 v.

                                                        8
noche del 4 de marzo de 1530 entraron a los aposentos donde se encontraban estos dos sujetos y
los sacaron con prepotencia del convento; al otro día sábado 5 de marzo, iniciaron los tormentos,
los quejidos, gritos y llantos se escuchaban hasta la Iglesia Mayor. Se organizaron los Obispos
tanto de México y como de Tlaxcala para que juntos con sus comunidades de franciscanos y
dominicos realizaran una procesión en silencio con cruces enlutadas pidiendo el regreso de los
reos. Ante esto se suscitó un gran alboroto.
        “Por una y otra parte se vociferaban injurias; el Obispo, no pudiendo sufrir los denuestos
públicos de Delgadillo contra los religiosos, perdió la paciencia y le respondió por los mismos
consonantes. Cuando el tumulto estaba en su colmo, el belicoso Delgadillo, con lanza en mano,
arremetió a botes contra la procesión, y aún dirigió al señor Zumárraga uno que afortunadamente
le pasó por debajo del brazo, sin tocarle.”21 Por lo que, a los gobernantes, españoles bautizados,
no sólo les bastó amenazar a lo indios con pena de muerte si se acercaran al Obispo Zumárraga,
sino que ahora hasta intentaron asesinarlo. En estas terribles circunstancias ¿Cómo se podría
predicar la Buena Nueva de Jesucristo y así evangelizar? ¿Cómo podían decirle a los indios que
debían convertirse, bautizarse y hacerse cristianos, si eran los mismos españoles cristianos los
que ahora intentaban acabar con el Obispo, cabeza de la Iglesia, su Iglesia? Y todavía más…
        La reacción de Zumárraga fue muy comprensible al lanzar censuras en contra de los
Oidores y les lanzó entredicho y les amenazó con extender a la ciudad y decretar la cesación a
divinis; los Oidores no hicieron caso, es más, al día siguiente 7 de marzo, ahorcaron y
descuartizaron a Angulo y a Llerena le dieron cien azotes y le cortaron un pie. Por tal motivo y
por haber corrido el tiempo de tres días según se les advirtió, Zumárraga procedió a la cesación a
divinis, y el Obispo ordenó a los clérigos que no saliesen de sus casas.
        Los franciscanos que eran los más agraviados decidieron salir del monasterio y de la
iglesia en secreto, así que consumieron el Santísimo, se retiraron a Texcoco, con los niños de la
escuela, “dejando el sagrario abierto los altares desnudos, el púlpito y bancos trastornados; en
suma, la iglesia yerma y despoblada.”
        El Cabildo intentó una reconciliación, y el día 14 se presentaron ante Zumárraga un
requerimiento, el fraile respondió también por escrito el día 16 de marzo diciendo que era
imposible levantar el entredicho mientras los culpables no se arrepintieran y pidieran absolución
que sólo él podía otorgar. Y aprovechó para hacerlos concientes de su responsabilidad y del
pecado que estaban realizando; pero llegó la Pascua y por Derecho quedó levantado el entredicho
a la Ciudad de México, no así la excomunión de los Oidores.


     ¿Cómo lograr una profunda evangelización en este Nuevo Mundo en el momento dramático
                                      en el que se vivía?


        Para los franciscanos los indígenas era objetivo primordial de la evangelización la
salvación de sus almas; indígenas sometidos a una tremenda Conquista, devastados por la
enfermedad de la viruela, deprimidos ante la muerte de sus dioses, y todavía estos misioneros
franciscanos, por su fervor religioso, destruían los templos e ídolos indígenas, siempre
justificando su paternal actitud, para el bien y la salvación de los indios; de hecho, “los frailes


21
     JOAQUÍN GARCÍA ICAZBALCETA, Don Fray Juan de Zumárraga, ps. 55-56.

                                                      9
pensaban que estaban en una batalla titánica entre el Evangelio y las fuerzas de Satanás.”22 El
cristianismo era algo totalmente nuevo, que destruye los errores y los engaños. Motivados por
esta mentalidad, los misioneros “fueron implacables con los templos, los ídolos y todo lo que
oliera a paganismo. Desaparecieron monumentos, esculturas y códices, destruidos con furor
sistemático que alimentaba y hasta exacerbaba la mentalidad de la época. Pero es de justicia
reconocer que en lo que no se razonaba con lo religioso, extremaron su consideración por las
culturas autóctonas. Cuidaron con amor sus lenguas, conservaron los usos y costumbres
cotidianas, adaptaron su enseñanza al temperamento y capacidad de los indígenas y recogieron
fielmente sus ideas y tradiciones.”23 Ellos querían salvar las almas de los indígenas, aunque
ciertamente los indios estaban desconcertados ante estos cristianos que les imponían una fe en el
amor a un Dios creador de todas las cosas, en el amor a Jesucristo, Hijo de Dios que entregó su
vida por todos los hombres; en una Iglesia fundada por Jesucristo, para la salvación del mundo
entero. Los frailes franciscanos lo decían claramente en los Coloquios que sostuvieron con los
indios principales, decían: “traemos las Sagrada Escritura donde están escritas las palabras del
sólo verdadero Dios, Señor del cielo y de la tierra, que da vida a todas las cosas al cual nunca
habéis conocido. Esta y ninguna otra es la causa de nuestra venida y para esto somos enviados,
para que os ayudemos a salvar y para que recibáis la misericordia que Dios os hace”.24
        Pero la confusión entre los indígenas era grande ante, como hemos visto, algunos de los
españoles, que de manera contrastante, los esclavizaban, esgrimiendo el desalmado argumento de
que a los indios no se les podía considerar como seres humanos y, por lo tanto, estaban
incapacitados del derecho de poseer algo, y se les debía someter. Para esta clase de españoles,
que se decían cristianos, los indios eran sólo objetos para obtener fácil fortuna. Los misioneros
eran concientes de la negativa y desastrosa actitud y testimonio de sus coterráneos.
        Ciertamente, los primeros misioneros realizaron una labor admirable; defensores de los
indígenas, denunciadores de injusticias; tratando de evangelizar a los nativos bajo los principios
de un catolicismo del siglo XVI. Muchos de los indios fueron convertidos gracias a los frailes, su
testimonio y su gran esfuerzo iba dando fruto, la catequesis y la instrucción se fue dando poco a
poco. Recordemos que Juan Diego fue convertido a la fe católica gracias a ellos. No hay duda
que los primeros misioneros constituyeron una de las piezas claves para la evangelización de los
pobladores de las nuevas tierras recién descubiertas. Pero el trabajo se presentaba inmenso y, en
mucho, fuera de su control; no sólo de frente a la evangelización de los indígenas sino, como
veíamos, ante la conversión de sus mismos paisanos. Una labor titánica y, al mismo tiempo,
comprensiblemente limitada. Por ello, es muy justo lo que clamaba el Obispo de México, fray
Juan de Zumárraga: “si Dios no provee con remedio de su mano está la tierra en punto de
perderse totalmente.”25 La total oscuridad se cernía en el Anáhuac.
        El conocimiento de los puntos esenciales de este fuerte choque de estas dos grandes
culturas, el impacto y la mezcla de las ideas religiosas, que son parte central en la Conquista, bajo
los marcados rasgos de cada cultura, así como la tecnología militar avanzada de los españoles y
las mismas discordias entre los grupos indígenas; la enfermedad como la viruela, y la tremenda

22
    JANET BARBER, «The Guadalupan Image: An Inculturation of the Good News», en Josephinum Journal of
Theology, 4 (1997), new series, Columbus. ANTONIO VALERIANO, Nican Mopohua, traducción del náhuatl al
castellano del P. Mario Rojas Sánchez, Ed. Fundación La Peregrinación, México 1998, p. 84.
23
   JOSÉ MA. GALLEGOS ROCAFULL, «La Filosofía en México en los siglos XVI y XVII», en Estudios de historia de la
filosofía en México, UNAM, México 1963, pp. 112-121.
24
   Coloquios y Doctrina Cristiana con que los doze frayles, f. 30r
25
   Carta de fray Juan de Zumárraga al rey de España, México a 27 de agosto a 1529, f. 314v.

                                                      10
depresión indígena; así como, la discordia que existía entre los mismos españoles, las vejaciones
e injusticias de un grupo de españoles y la destrucción de las creencias religiosas indígenas de
parte de los paternalistas misioneros, no daban posibilidad de contar con alguna salida; pudiera
haber resultado el cataclismo de un mundo sobre otro. Sólo una intervención de otra magnitud
podría crear un nuevo pueblo, una nueva raza.


               Dios interviene en nuestra historia convirtiéndola en historia de Salvación

        En este contexto histórico es donde se produce uno de los eventos más importantes y
evangelizadores, el llamado: Acontecimiento Guadalupano, iniciando una importante historia de
la Salvación; el encuentro de Dios por medio de su Madre, Santa María de Guadalupe, con un
indígena humilde llamado Juan Diego,26 quien fue canonizado por el papa Juan Pablo II el 31 de
julio de 2002.27 Se inicia una evangelización que lleva a una verdadera conversión tanto de
indígenas como de españoles, originando un nuevo pueblo, una nueva raza llamada a la
Salvación.
        Santa María de Guadalupe, Estrella de la Evangelización, aparecida del 9 al 12 de
diciembre de 1531, apenas a diez años después de la llamada conquista, retoma lo bueno de los
indígenas y lo bueno de los españoles, dos culturas profundamente religiosas y profundamente
distintas, en un choque violento y cruento; es ella, la Madre de Dios que se manifiesta como
portadora del Amor, sagrario inmaculado de Dios y, cuya voluntad claramente la sabemos por
medio de san Juan Diego, y esta era: que se le edificara un templo para dar en él ese Amor que es
el Hijo de Dios a todo ser humano; templo que debería contar con la aprobación de la cabeza de
la Iglesia, el Obispo de México, que en aquel entonces, como decíamos, era el obispo fray Juan
de Zumárraga. Este mensaje se manifestó también con una imagen impresa en el manto o tilma
de este indio humilde, Juan Diego. La imagen mestiza de esta Virgen Madre envuelta de sol con
la luna bajo sus pies con manto tachonado de estrellas y cuyo mensaje y voluntad es la entrega
del Amor maternal en un templo aprobado por la cabeza de la Iglesia. Una Virgen Madre que al
mismo tiempo los españoles la conocían como una Purísima Concepción; y los indígenas como la
“Tonantzin”, que significa “nuestra Madrecita”.28
        En este Acontecimiento salvífico se manifiesta, de manera patente, la intervención de
Dios en una evangelización conducida por medio de su propia Madre, María, para una verdadera
conversión, como se expresa en el trozo del Evangelio de san Juan (Jn 2, 5): cuando, en las bodas
de Caná, María, la Madre de Dios, dirige con firmeza al ser humano: “hagan todo lo que Él les
diga”.

26
   Cfr. FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, EDUARDO CHÁVEZ SÁNCHEZ Y JOSÉ LUIS GUERRERO ROSADO, El encuentro de
la Virgen de Guadalupe y Juan Diego, Ed. Porrúa, México 1999, 42002, 604 pp.
27
    Cfr. CONGREGATIO PRO CAUSIS SANCTORUM, 184, Mexicana Canonizationis Servi Dei Ionnis Didaci
Cuauhtlatoatzin Viri Laici (1474-1548), Positio super famae santictatis virtutibus, et cultu ab immemorabili
praestito ex officio concinata, Romae 1989, Doc. IX. Una biografía de Juan Diego la publiqué en México: Cfr.
EDUARDO CHÁVEZ SÁNCHEZ, Juan Diego. Una vida de Santidad que marcó la historia, Ed. Porrúa, México 2002,
228 pp. Este momento importante lo recuerda el Papa Juan Pablo II en su libro: JUAN PABLO II, ¡Levantaos!
¡Vamos!, traducción Pedro Antonio Urbina Torella, Ed. Plaza Janés, México 2004, p. 60.
28
   Cfr. JOSÉ CASTILLO Y PIÑA, Tonantzin Nuestra Madrecita la Virgen de Guadalupe, Imp. Manuel L. Sánchez,
México 1945, 274 pp. También MIGUEL LEÓN-PORTILLA, Tonantzin Guadalupe. Pensamiento náhuatl y mensaje
cristiano en el “Nican Mopohua”, Eds. Colegio Nacional y FCE, México 2000, 202 pp.

                                                    11
Esta es una maravillosa historia de donde surge la evangelización no sólo para México, ni
para el Continente Americano, sino para el mundo entero, bajo la dirección y cauce de la Iglesia
Católica.
         Juan Diego, vidente en las Apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe, pertenecía a la
etnia indígena de los chichimecas de mentalidad tolteca, nació en torno al año 1474, en
Cuauhtitlán, en el barrio de Tlayácac, región que pertenecía al reino de Texcoco; su nombre
indígena era Cuauhtlatoatzin29 que quiere decir “Águila que habla”; este indio humilde fue
bautizado junto con su esposa, María Lucía, en torno a 1524,30 por los primeros franciscanos;
ambos se habían trasladado a vivir con el anciano tío de Juan Diego de nombre Juan Bernardino;
en 1529, Juan Diego quedó viudo al morir su amada mujer. En el tiempo de las Apariciones, Juan
Diego era un hombre maduro, como de unos 57 años de edad.
         Juan Diego era profundamente piadoso, acudía todos los sábados y domingos a Tlatelolco,
un barrio de la Ciudad de México, donde aún no había convento, pero sí una llamada “doctrina”,
donde se celebraba la Santa Misa y se conocían “las cosas de Dios que les enseñaban sus amados
sacerdotes”; para esto, tenía que salir muy temprano del pueblo de Tulpetlac, que era donde en
ese momento vivía, y caminar hacía el sur, bordear el cerro del Tepeyac y más adelante llegar a
Tlatelolco.
         El sábado 9 de diciembre de 1531, cuando el humilde indio llegó a las faldas del cerro
llamado Tepeyac, de pronto escuchó cantos preciosos, armoniosos y dulces que venían de lo alto
del cerro, le pareció que eran coros de distintas aves que se respondían unos a otros en un
concierto de extraordinaria belleza, observó una nube blanca y resplandeciente, y que se
alcanzaba a distinguir un maravilloso arco iris de diversos colores. El indio quedó absorto y fuera
de sí por el asombro y “se dijo ¿Por ventura soy digno, soy merecedor de lo que oigo? ¿Quizá
nomás lo estoy soñando? ¿Quizá solamente lo veo como entre sueños? ¿Dónde estoy? ¿Dónde
me veo? ¿Acaso allá donde dejaron dicho los antiguos nuestros antepasados, nuestros abuelos: en
la tierra de las flores, en la tierra del maíz, de nuestra carne, de nuestro sustento, acaso en la tierra
celestial? Hacia allá estaba viendo, arriba del cerrillo, del lado de donde sale el sol, de donde
procedía el precioso canto celestial.”31 Desde este primer momento se observa una maravillosa
inculturación ya que el cielo indígena es el mismo del cristiano; lo que los frailes no podían aceptar,
pues para ellos toda la religiosidad indígena venía del error o de Satanás, para María era algo
verdadero; aquí la concepción del cielo indígena es el preludio y anuncio del encuentro de la Madre
de Dios con el indígena, una perfecta inculturación; ya que María toma lo positivo de la cultura
religiosa indígena y de la española, las une las armoniza y las hace plenas, en otras palabras: sana y
salva, pues las lleva a Jesucristo.
         Estando en este arrobamiento, de pronto, cesó el canto, y oyó que una voz como de mujer,
dulce y delicada, le llamaba por su nombre, precisamente de arriba del cerrillo, le decía: «Juanito,
Juan Dieguito».

29
   Cfr. CARLOS DE SIGÜENZA Y GÓNGORA, Piedad Heroica de D. Fernando Cortés, Talleres de la Librería Religiosa,
segunda edición de “La Semana Católica”, México 1898, p. 31.
30
   «Testimonio del P. Luis Berrera Tanco», en Informaciones Jurídicas de 1666, Traslado original del 14 de abril de
1666, AHBG, Ramo Historia, f. 158r; publicado el facsímile del Traslado Original en EDUARDO CHÁVEZ SÁNCHEZ,
La Virgen de Guadalupe y Juan Diego en las Informaciones Jurídicas de 1666, Eds. BG, Imp. Ángel Servín, México
2002: “y habiéndose Bautizado [Juan Diego] en el año de mil y quinientos veinte y cuatro, que fue cuando vinieron
los religiosos del Señor San Francisco (de cuya feligresía era) es constante haberse Bautizado de cuarenta y ocho
años de edad.”
31
   ANTONIO VALERIANO, Nican Mopohua, vv. 9-11.

                                                        12
Llegando a la cima, encontró a una hermosa Doncella que estaba ahí de pie, envuelta en
un vestido reverberante como el sol. En este encuentro, el cual es narrado de una manera
maravillosa en el llamado Nican Mopohua, ya se comprueba la madurez cristiana que tenía Juan
Diego, pues antes de que Ella se presente, él la reconoce como Madre de Dios al decirle que va “a su
casita de México Tlaltilolco a seguir las cosas divinas” que imparten “la imágenes de Nuestro
Señor”,32 o sea los sacerdotes españoles. A su vez, Ella se presenta como Madre de Dios en forma
inconfundiblemente clara para cualquier indio mexicano, pues no sólo dice que es la “Madre del
verdaderísimo Dios”, sino que repite la palabra “Dios” en náhuatl y en castellano: “Téotl Dios” y
cita cuatro nombres inconfundibles para ellos: Ipalnemohuani = “Aquel por Quien se vive”, Tloque
Nahuaque = “Dueño del cerca y del junto”, Teyocoyani = “Creador de las personas” e Ilhuicahua
Tlaltipaque = “Señor del Cielo y de la Tierra”.33 María se presenta de una manera clara y sencilla,
nítida y transparente, con naturalidad y sencillez para los desconfiados españoles y para los
desconcertados indígenas. La voluntad de la Inmaculada Virgen María de Guadalupe era el que se
levantara un templo en aquel lugar para dar todo su amor a todo ser humano, por lo que le pide
que sea su mensajero para llevar su voluntad al obispo.
        Juan Diego se dirigió al Obispo, fray Juan de Zumárraga, y después de una larga y
paciente espera, el indio mensajero le comunicó todo lo que había admirado, contemplado y
escuchado, y le dijo puntualmente el mensaje de la Señora del Cielo, la Madre de Dios, que le
había enviado y cual era su voluntad que se le erija un templo para, desde ahí, dar todo su amor.
El Obispo escuchó al indio incrédulo de sus palabras, y reflexionando sobre este extraño mensaje.
¿Cómo podía atender las palabras dichas en náhuatl, un indígena recién convertido, que
supuestamente le estaba hablando la Virgen y que le pedía que construyera un templo, en nada
menos, que en el Tepeyac, donde había estado un antiguo templo pagano dedicado a la Cuatlique
Tonantzin: “La Madre de todos los dioses”?
        Juan Diego regresó al cerrillo ante la Señora del Cielo, y le expuso cómo había sido su
encuentro con el jefe de la Iglesia en México. Juan Diego entendió que el Obispo pensaba que le
mentía o que fantaseaba, y con toda humildad le dijo a la Señora del Cielo que mejor enviara a
algún noble o alguna persona importante ya que él era un hombre de campo, un simple cargador,
una persona común sin importancia, y con toda sencillez le dijo: «Virgencita mía, Hija mía
menor, Señora, Niña; por favor dispénsame: afligiré con pena tu rostro, tu corazón; iré a caer en
tu enojo, en tu disgusto, Señora Dueña mía».”34
        La Reina del Cielo escuchó con ternura y bondad, y con firmeza le respondió al indio:
“«Escucha, el más pequeño de mis hijos, ten por cierto que no son escasos mis servidores, mis
mensajeros, a quien encargue que lleven mi aliento, mi palabra, para que efectúen mi voluntad;
pero es necesario que tú, personalmente, vayas, ruegues, que por tu intercesión se realice, se lleve
a efecto mi querer, mi voluntad. Y mucho te ruego, hijo mío el menor, y con rigor te mando, que
otra vez vayas mañana a ver al Obispo. Y de mi parte hazle saber, hazle oír mi querer, mi
voluntad, para que realice, haga mi templo que le pido. Y bien, de nuevo dile de qué modo yo,
personalmente, la siempre Virgen Santa María, yo, que soy la Madre de Dios, te mando».”35
        Así que al día siguiente regresó ante el Obispo para nuevamente darle el mensaje de la
Virgen; pero el Obispo pidió una señal que confirme su mensaje. Juan Diego al regresar abatido a

32
   ANTONIO VALERIANO, Nican Mopohua, v. 24.
33
   ANTONIO VALERIANO, Nican Mopohua, v. 26.
34
   ANTONIO VALERIANO, Nican Mopohua, vv. 55-56.
35
   ANTONIO VALERIANO, Nican Mopohua, vv. 58-62.

                                                  13
su casa se encuentra con que su tío se encuentra gravemente enfermo y ante la inminente muerte
le pide a su sobrino que vaya a la Ciudad de México buscar un sacerdote para que le diera los
últimos auxilios, así que el martes 12 de diciembre, muy de mañana Juan Diego corrió hacia el
convento de los franciscanos en Tlatelolco, pero al acercarse al lugar donde se había encontrado
con la hermosa Doncella, reflexionó con candidez, que era mejor desviar sus pasos por otro
camino, rodeando el cerro del Tepeyac por la parte Oriente y, de esta manera, no entretenerse con
Ella y poder llegar lo más pronto posible al convento de Tlatelolco, pensando que más tarde
podría regresar ante la Señora del Cielo para cumplir con llevar la señal al Obispo.
        Pero María Santísima salió al encuentro de Juan Diego y le dijo: “«¿Qué pasa, el más
pequeño de mis hijos? ¿A dónde vas, a dónde te diriges?»”.36 El indio quedó sorprendido,
confuso, temeroso y avergonzado, y le comunicó con turbación la pena que llevaba en el corazón:
su tío estaba a punto de morir y tenía que ir por un sacerdote para que lo auxiliara.
        María Santísima escuchó la disculpa del indio con apacible semblante; comprendía,
perfectamente, el momento de gran angustia, tristeza y preocupación que vivía Juan Diego; y es
precisamente en este momento en donde la Madre de Dios le dirige unas de las más bellas
palabras, las cuales penetraron hasta lo más profundo de su ser:
        “«Escucha, ponlo en tu corazón, Hijo mío el menor, que no es nada lo que te espantó, lo
que te afligió; que no se perturbe tu rostro, tu corazón; no temas esta enfermedad ni ninguna otra
enfermedad, ni cosa punzante aflictiva. ¿No estoy aquí yo, que tengo el honor y la dicha de ser tu
madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en
el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa?»”37 Y la
Señora del Cielo le aseguró: “«Que ninguna otra cosa te aflija, te perturbe; que no te apriete con
pena la enfermedad de tu tío, porque de ella no morirá por ahora. Ten por cierto que ya está
bueno».”38
        Y efectivamente, en ese preciso momento, María Santísima se encontró con el tío Juan
Bernardino dándole la salud, de esto se enteraría más tarde Juan Diego.
        Juan Diego tuvo fe total en lo que le aseguraba María Santísima, la Reina del Cielo, así
que consolado y decidido le suplicó inmediatamente que lo mandara a ver al Obispo, para llevarle
la señal de comprobación, para que creyera en su mensaje.
        La Virgen Santísima le mandó que subiera a la cumbre del cerrillo, en donde antes se
habían encontrado; y le dijo: “«Allí verás que hay variadas flores: córtalas, reúnelas, ponlas todas
juntas: luego baja aquí; tráelas aquí, a mi presencia».”39
        Juan Diego inmediatamente subió al cerrillo, no obstante que sabía que en aquel lugar no
habían flores, ya que era un lugar árido y lleno de peñascos, y sólo había abrojos, nopales,
mezquites y espinos; además, estaba haciendo tanto frío que helaba; pero cuando llegó a la
cumbre, quedó admirado ante lo que tenía delante de él, un precioso vergel de hermosas flores
variadas, frescas, llenas de rocío y difundiendo un olor suavísimo; y comenzó a cortar cuantas
flores pudo abarcar en el regazo de su tilma. Inmediatamente bajó el cerro llevando su hermosa
carga ante la Señora del Cielo.
        María Santísima tomó en sus manos las flores colocándolas nuevamente en el hueco de la
tilma de Juan Diego y le dijo: “«Mi hijito menor, estas diversas flores son la prueba, la señal que

36
   ANTONIO VALERIANO, Nican Mopohua, v. 107.
37
   ANTONIO VALERIANO, Nican Mopohua, vv. 118-119.
38
   ANTONIO VALERIANO, Nican Mopohua, v. 120.
39
   ANTONIO VALERIANO, Nican Mopohua, v. 126.

                                                    14
llevarás al Obispo; de mi parte le dirás que vea en ellas mi deseo, y que por ello realice mi querer,
mi voluntad; y tú ..., tú que eres mi mensajero... en ti absolutamente se deposita la confianza.”40
         Dicho esto, la Virgen María despidió a Juan Diego. Quedó el indio tranquilo en su
corazón, muy alegre y contento con la señal, porque entendió que tendría éxito y surtiría efecto su
embajada, y cargando con gran tiento las rosas sin soltar alguna, las iba mirando de rato en rato,
gustando de su fragancia y hermosura.
         Juan Diego llegó a la casa del Obispo, y suplicó al portero y a los demás servidores que le
dijeran al Obispo que deseaba verlo; pero ninguno quiso; fingían que no entendían, quizá porque
todavía estaba oscuro, o porque ya lo conocían, o porque pensaban nomás los molestaba y los
importunaba. Juan Diego esperó por un larguísimo tiempo; y cuando los sirvientes vieron que el
indio todavía seguía ahí, sin hacer nada, esperando que lo llamaran, y observando también que
algo cargaba en su tilma, se acercaron para ver que traía. Juan Diego no pudo ocultarles lo que
llevaba, pues podrían empujarlo y hasta maltratar las flores, así que abriendo un poquito la tilma,
se dieron cuenta que eran preciosas flores que despedían un perfume maravilloso. Y quisieron
agarrar unas cuantas, tres veces lo intentaron, pero no pudieron, porque cuando hacían el intento
ya no podían ver las flores, sino que las veían como si estuvieran pintadas, o bordadas, o cosidas
en la tilma.
         Inmediatamente lo llevaron delante del Obispo, y en cuanto lo oyó, comprendió que Juan
Diego portaba la prueba para convencerlo, para poner en obra lo que solicitaba la Virgen por
medio del humilde indio. Y en ese momento, Juan Diego entregó la señal de María Santísima
extendiendo su tilma, cayendo en el suelo las preciosas flores; y se vio en ella, admirablemente
pintada, la Imagen de María Santísima, como se ve el día de hoy, y se conserva en su sagrada
casa. El Obispo Zumárraga, junto con su familia y la servidumbre que estaba en su entorno,
sintieron una gran emoción, no podían creer lo que sus ojos contemplaban, una hermosísima
Imagen de la Virgen, la Madre de Dios, la Señora del Cielo. La veneraron como cosa celestial. El
Obispo “con llanto, con tristeza, le rogó, le pidió perdón por no haber realizado su voluntad, su
venerable aliento, su venerable palabra.”41
         Cuando el Obispo se puso de pie, desató del cuello de Juan Diego la tilma en la que se
apareció la Reina Celestial. Posteriormente, la colocó en su oratorio. Juan Diego pasó un día en la
casa del Obispo; y, al día siguiente, éste le dijo: «Anda, vamos a que muestres dónde es la
voluntad de la Reina del Cielo que le erijan su templo»”.42
         Juan Diego le mostró los sitios en que había visto y hablado las cuatro veces con la Madre
de Dios y pidió permiso para ir a ver a su tío Juan Bernardino, a quien había dejado gravemente
enfermo; el Obispo pidió a algunos de su familia que acompañaran a Juan Diego, y les ordenó
que si hallasen sano al enfermo, lo llevasen a su presencia.
         Al llegar al pueblo de Tulpetlac vieron que el tío, Juan Bernardino, estaba totalmente
sano, nada le dolía; y él, por su parte, estaba admirado de la forma en que su sobrino era
acompañado y muy honrado por los españoles enviados por el Obispo. Juan Diego le contó a su
tío cómo había sucedido su encuentro con la Señora del Cielo, cómo lo había enviado a ver al
Obispo con la señal prometida para que se le edificara un templo en el Tepeyac y, finalmente,
como le había asegurado que él estaba ya sano. Inmediatamente, Juan Bernardino confirmó esto,
que en ese preciso momento a él también se le había aparecido la Virgen, exactamente en la

40
   ANTONIO VALERIANO, Nican Mopohua, v. 137-139.
41
   ANTONIO VALERIANO, Nican Mopohua, v. 187.
42
   ANTONIO VALERIANO, Nican Mopohua, p. 62.

                                                   15
misma forma como la describía su sobrino; y que también a él lo había enviado a México a ver al
Obispo; y que le testificara lo que había visto y le platicara la manera maravillosa de cómo lo
había sanado, “y que bien así la llamaría, bien así se nombraría: LA PERFECTA VIRGEN SANTA
MARÍA DE GUADALUPE, su Amada Imagen.”43
       Desde ese momento Juan Diego proclamó el milagro y el mensaje de Nuestra Señora de
Guadalupe, un mensaje y una imagen que proclamaba la unidad, la armonía el inicio de una
nueva vida.
       Todos contemplaron con asombro la Sagrada Imagen en la pobre tilma de Juan Diego,
señal que ahora le pertenecía al Obispo, a la cabeza de la Iglesia. “Y absolutamente toda esta
ciudad, sin faltar nadie, se estremeció cuando vino a ver, a admirar su preciosa Imagen. Venían a
reconocer su carácter divino. Venían a presentarle sus plegarias. Mucho admiraron en qué
milagrosa manera se había aparecido puesto que absolutamente ningún hombre de la tierra pintó
su amada Imagen.”44


     Se inicia una gran conversión tantos de indígenas como de españoles, impresionantes
                           peregrinaciones ante la Virgen Morena

        Inmediatamente, el mensaje y la imagen de Santa María de Guadalupe fueron captados y
entendidos de tal manera que se verificó una impresionante conversión en masa tanto de los
indígenas como de los españoles; de tal forma que son los mismos misioneros quienes quedaron
desconcertados ante estas conversiones y fueron estimulados a cumplir con su labor como
instrumentos sacramentales de esta apoteótica conversión.
        Ciertamente, un signo concreto, claro y objetivo de la importancia del Acontecimiento
Guadalupano fue la conversión de los indígenas, que a partir de este momento se cuentan por
millares. Y esto se constata por medio de las fuentes históricas; por ejemplo: fray Toribio
Motolinia, además de indicarnos que la gran labor de los franciscanos había dado como resultado
cierta cantidad de bautizos a indígenas, no pudo negar que en los primeros años los indios
permanecían reacios a convertirse al catolicismo: “Anduvieron –declaraba el misionero– los
mexicanos cinco años muy fríos”.45 Además, era consciente de la insignificancia de sus recursos
ante la enormidad del trabajo, sus terribles problemas y la inseguridad de que fueran sinceras las




43
   ANTONIO VALERIANO, Nican Mopohua, v. 208.
44
   ANTONIO VALERIANO, Nican Mopohua, vv. 214-218.
45
   FRAY TORIBIO MOTOLINIA, Historia de los Indios, p. 78.




                                                       16
conversiones;46 el temor de que la piedad india fuera idolatría larvada subsistió durante largo tiempo
en todos los misioneros y llegó a ser para algunos, como fray Diego de Durán, una obsesión.47
        Sin embargo, después de esos primeros años, Motolinia nos da noticia de las grandes
cantidades de indígenas que pedían el bautismo, y que en aquel momento, inexplicablemente, se
contaban por miles, como se lo había informado un confraterno, decía: “fray Juan de Perpiñán y
fray Francisco de Valencia, los que cada uno de estos bautizó pasaron de cien mil; de los sesenta
que al presente son en este año de 1536”;48 Motolinia siguió haciendo cuentas de los miles y
miles que se habían bautizado y llegó a la conclusión que en total en ese año de 1536: “serán –
decía– hasta hoy día bautizados cerca de cinco millones”49 Por su parte fray Juan de Torquemada
en su obra Monarquía Indiana nos informa que “se bautizaban tantos mil en un día.”50
        Los mismos frailes estaban sorprendidos de esta conversión masiva, otro misionero e
historiador, fray Gerónimo de Mendieta señalaba: “Al principio comenzaron a ir de doscientos en
doscientos, y de trescientos en trescientos, y siempre fueron creciendo y multiplicándose, hasta
venir a millares; unos de dos jornadas, otros de tres, otros de cuatro, y de más lejos; cosa a los
que lo veían de mucha admiración. Acudían chicos y grandes, viejos y viejas, sanos y enfermos.
Los bautizados viejos traían a sus hijos para que se los bautizasen, y los mozos bautizados a sus
padres; el marido a la mujer, y la mujer al marido.”51 Los indios se quedaban en los monasterios
aprendiendo la doctrina, daban mil vueltas a las oraciones para aprenderlas de memoria en latín.
“Y al tiempo que los bautizaban, muchos recibían aquel sacramento con lágrimas ¿Quién podía
atreverse a decir que estos venían sin fe, pues de tan lejos tierras venían con tanto trabajo, no los
compeliendo nadie, a buscar el sacramento del bautismo?”52
        Algunos indígenas, como decía Mendieta, hacían grandes esfuerzos para llegar al
monasterio en donde les pudieran administrar el sacramento del bautismo; por ejemplo, para
llegar al monasterio de Guacachula, los indígenas debían atravesar sierras y barrancos, casi sin
comida. Esta afluencia de indígenas no se dio como un fenómeno pasajero, ya que continuaron
llegando de lejanas tierras y con todas estas dificultades durante meses; continuaba Mendieta:
“afirma un religioso siervo de Dios, que pasó por allí huésped, que en cinco días que allí estuvo
bautizaron él y otro sacerdote por cuenta catorce mil y doscientos y tantos. Y aunque el trabajo
no era poco (porque a todos ponía óleo y crisma), dice que sentía en lo interior un no sé qué de

46
   De hecho, algunos frailes misioneros, como Sahagún y Durán, se dieron a la tarea de investigar, de manera
meticulosa, la cultura india, para poder combatir mejor cualquier idolatría, que pudiera perjudicar a sus recién
convertida grey: “El médico no puede acertadamente aplicar las medicinas al enfermo sin que primero conozca qué
humor o de qué causas procede la enfermedad [...] para predicar contra estas cosas, y aun para saber si las hay,
menester es saber cómo las usaban.” FRAY BERNARDINO DE SAHAGÚN, Historia General, p. 17. Esta fue la actitud
general. Sin embargo, ciertamente hubo casos de excepción como Fray Jacobo de Testera, quien escribió: “a nosotros
los religiosos, cuando entramos en esta tierra, no nos espantó ni desconfió su idolatría, mas habiendo compasión de
su ceguedad, tuvimos muy gran confianza que todo aquello y mucho más harían en servicio de nuestro Dios, cuando
lo conociesen”. Carta de fray Jacobo de Testera. Huejotzingo, el 6 de mayo de 1533, en Cartas de Indias, Madrid,
1877, p. 66.
47
   Cfr. FRAY DIEGO DURÁN, Historia de las Indias de Nueva España e Islas de Tierra Firme, terminada en 1591, Ed.
Porrúa (= Col. Biblioteca Porrúa Nos. 36 y 37), México 1967.
48
   FRAY TORIBIO MOTOLINIA, Historia de los Indios, p. 85.
49
   FRAY TORIBIO MOTOLINIA, Historia de los Indios, p. 85.
50
   FRAY JUAN DE TORQUEMADA, Monarquía Indiana, Ed. Porrúa (= Col. Biblioteca Porrúa No 43), introducción de
MIGUEL LEÓN-PORTILLA, México 51986, T. III, p. 140.
51
   FRAY GERÓNIMO DE MENDIETA, Historia Eclesiástica, p. 276.
52
   FRAY GERÓNIMO DE MENDIETA, Historia Eclesiástica, p. 276.

                                                       17
contento en bautizar aquellos más que a otros; porque su devoción y fervor de aquellos ponía al
ministro espíritu y fuerzas para los consolar a todos, y para que ninguno se les fuese
desconsolado. Y cierto fue cosa de notar y maravillar, ver el ferviente deseo que estos nuevos
convertidos traían al bautismo, que no se leen cosas mayores en la primitiva Iglesia. Y no sabe
hombre de qué se maravillar más, o de ver así venir a esta nueva gente, o de ver cómo Dios los
traía. Aunque mejor diremos, que de ver cómo Dios los traía y recibía al gremio de su santa
Iglesia. Después de bautizados, era cosa notable verlos ir tan consolados, regocijados y gozosos
con sus hijuelos a cuestas, que parecía no caber en sí de placer.”53
         Cuando esta conversión adquirió dimensión masiva, se reflexionó sobre la mejor manera
de administrar el bautismo y se buscó una guía segura escribiendo al Papa para conocer las
soluciones que se pudieran dar a este caso, y mientras llegaban las disposiciones de Roma, los
frailes tuvieron que suspender momentáneamente los bautismos en gran masa; esto propició que
los frailes vieran testimonios que les partían el corazón, la gente estaba ansiosa de tener el
sacramento, con actitudes que conmovían y sorprendían a los misioneros, por ejemplo, el mismo
Mendieta nos informa sobre estos indígenas a quienes no les importaban distancias, temporales,
hambres, etc. con tal de tener el bautismo; y que, por supuesto, no les importaba esperar todo el
tiempo que fuera necesario hasta conseguir su objetivo. Tanto en el convento de Guacachula
como en el de Tlaxcala, se contaron cerca de 2,000 indígenas que pacientemente esperaban en los
patios, y rogaban a cuanto misionero veían para que los bautizaran. Los misioneros fueron
testigos de que, cuando se les despedía sin darles el sacramento, los indios volvían a sus casas,
“llorando y quejándose, y diciendo mil lástimas, que eran para quebrar los corazones, aunque
fueran de piedra.”54
         Y lo mismo dígase de los indígenas que trataban de confesarse: “Acaecía –decía
Mendieta– por los caminos, montes y despoblados, seguir a los religiosos mil y dos mil indios y
indias, sólo para confesarse, dejando desamparadas sus casas y hacienda; y muchas de ellas
mujeres preñadas, y tanto que algunas parían por los caminos, y casi todas cargadas con sus hijos
a cuestas. Otros viejos y viejas que apenas se podían tener en pie con sus báculos, y hasta ciegos,
se hacían llevar de quince y veinte leguas a buscar confesor. De los sanos muchos venían de
treinta leguas, y otros acaecía andar de monasterio en monasterio más de ochenta leguas
buscando quien confesase. Porque como en cada parte había tanto que hacer, no hallaban entrada.
Muchos de ellos llevaban sus mujeres e hijos y su comidilla, como si fueran de propósito a morar
a otra parte. Y acaecía estarse un mes y dos meses esperando confesor, o lugar para confesarse.”55
         Uno de los sacramentos que más dificultades había presentado para la aceptación indígena
era el Matrimonio, ya que el dejar a sus mujeres y tener sólo una, no era cosa fácil, en un
esquema de familia que incluso en algunos lugares de México rige todavía. Los indígenas, pueblo
entregado a la guerra y a los sacrificios humanos como parte de la armonía del cosmos, no podían
imaginar el no tener muchos hijos, integrantes fundamentales de esta armonía sagrada.
         Por lo que, si bien ya era de sorprender la conversión en masa que se dio poco después del
gran Acontecimiento Guadalupano, y sabiendo los misioneros la resistencia que ofrecían los
indios al sacramento del matrimonio con una sola mujer; resulta aun más admirable que,
precisamente después del Acontecimiento Guadalupano, éstos llegaran a pedir con gran fervor el
matrimonio cristiano.

53
   FRAY GERÓNIMO DE MENDIETA, Historia Eclesiástica, p. 277.
54
   FRAY GERÓNIMO DE MENDIETA, Historia Eclesiástica, p. 278.
55
   FRAY GERÓNIMO DE MENDIETA, Historia Eclesiástica, pp. 282-283.

                                                    18
Fray Toribio Motolinia nos informa sobre este proceso de cambio. Después de muchos
esfuerzos y fatigas, el primer matrimonio cristiano tuvo lugar el 14 de octubre de 1526, cuando se
casaron ocho parejas, entre los que se encontraba don Hernando, hermano del señor de Texcoco;
Motolinia alude a este primer matrimonio en la tierra del Anáhuac, señalando esta fecha como
punto de referencia debido a que los matrimonios eran muy escasos, y nos informa también la
razón de esto: “los señores tenían las más mujeres, no las querían dejar, ni ellos [los frailes
misioneros] se las podían quitar, ni bastaba ruegos, ni sermones, ni otra cosa que con ellos se
hiciese, para que dejadas todas se casasen con una sola en faz de la Iglesia; y respondían que
también los españoles tenían muchas mujeres, y si les decíamos que las tenían para su servicio,
decían que ellos también la tenían para lo mismo; y así aunque estos indios tenían muchas
mujeres con quien según su costumbre eran casados, también las tenían por manera de granjería,
porque las hacían a todas tejer y hacer mantas y otros oficios.”56 Pero, en 1536 Motolinia
comprueba y es testigo de que después de 1531 las cosas cambiaron radicalmente, continuaba:
“ha placido a Nuestro Señor que de su voluntad de cinco a seis años a esta parte comenzaron
algunos a dejar la muchedumbre de mujeres que tenían y a contentarse con una sola, casándose
con ella como lo manda la Iglesia; y con los mozos que de nuevo se casan son ya tantos, que
hinchan las iglesias, porque hay días de desposar cien pares; y días de doscientos y de trescientos
y días de quinientos.”57
        Por su parte Mendieta decía: “Y era mucho de ponderar la fe de los indios, que les acaecía
a muchos haber dejado las mujeres legítimas, porque no les tenían amor, y andar revueltos con
las mancebas a quienes estaban aficionados, y tener en ellas tres o cuatro hijos, y por cumplir lo
que se les mandaba, dejaban éstas en quien tenían puesta su afición, e iban a buscar las otras,
quince y veinte leguas, porque no les negasen el bautismo.”58
        Los mismos misioneros estaban desconcertados de este radical cambio, de tantas y tantas
sorpresivas conversiones; y trataban de razonar este fenómeno diciendo que, en parte, había sido
resultado de su predicación y testimonio; como hemos dicho, no cabe duda que esto ciertamente
influyó en las conversiones iniciales; sin embargo, la masiva conversión dejaba a los seráficos
misioneros con admiración y con expresiones de asombro, como decía Mendieta: “fue cosa de
notar y maravillar”, “de mucha admiración”.
        El documento histórico llamado Nican Motecpana también corrobora y confirma este
cambio desde el corazón indígena, que se manifestó en la aceptación de la fe; a su modo y en
estilo por esta importante fuente se nos dice que los indios: “sumidos en profundas tinieblas,
todavía aman y servían a falsos diosecillos, obras manuales e imágenes de nuestro enemigo el
demonio, aunque ya había llegado a sus oídos la fe, desde que oyeron que se apareció la Santa
Madre de Nuestro Señor Jesucristo, y desde que vieron y admiraron su perfectísima imagen, que
no tiene arte humano; con lo cual abrieron mucho los ojos, cual si de repente hubiera amanecido
para ellos.”59 Fue tal la conversión, que muchos de ellos tiraron, con sus propias manos, los
antiguos ídolos: “Y luego (según los viejos dejaron pintado) algunos nobles, lo mismo que sus
criados plebeyos, de buena voluntad echaron fuera de sus casas, arrojaron y esparcieron las



56
   FRAY TORIBIO MOTOLINIA, Historia de los Indios, p. 98.
57
   FRAY TORIBIO MOTOLINIA, Historia de los Indios, p. 98.
58
   FRAY GERÓNIMO DE MENDIETA, Historia Eclesiástica, p. 300.
59
   FERNANDO DE ALVA IXTLILXÓCHITL, Nican Motecpana, p. 307.

                                                   19
imágenes del demonio y empezaron a creer y venerar Nuestro Señor Jesucristo y su preciosa
Madre.”60
        El Acontecimiento Guadalupano no sólo convierte a los indígenas sino a los mismos
españoles; uno de los ejemplos más explícitos de esto son los variados testimonios de los testigos
en la llamada Información de 1556; donde explícitamente se hace referencia a grandes
peregrinaciones de españoles a la ermita del Tepeyac, de milagros, de conversiones y del gran
amor a Santa María de Guadalupe logrando grandes conversiones no sólo de los indígenas sino
también de españoles.61 Dice el testimonio de Juan de Salazar que “la gran devoción que toda
esta ciudad ha tomado a esta bendita Imagen, y los indios también, y cómo van descalzas señoras
principales y muy regaladas, y a pie con sus bordones en las manos, a visitar y encomendar a
nuestra Señora y de estos los naturales han recibido grande ejemplo y siguen lo mismo [...]
muchas señoras de este pueblo y doncellas, así de calidad como de edad, iban descalzas y con sus
bordones en las manos a la dicha ermita de nuestra Señora y que así este testigo lo ha visto, porque
ha ido muchas veces a la dicha ermita, de que este testigo no poco se ha maravillado, por haber
visto muchas viejas y doncellas ir a pie con sus bordones en las manos, en mucha cantidad a visitar
la dicha Imagen”.62 Y añade este mismo testigo que incluso llegó a tal punto la devoción que “ya
no se platica otra cosa en la tierra, si no es ¿dónde queréis que vayamos? vamos a nuestra Señora
de Guadalupe”.63
        Otro testigo, el bachiller Francisco de Salazar juraba: “no solamente las personas que sin
detrimento de su salud y sin vejación de su cuerpo pueden, van a pie; pero mujeres y hombres de
edades mayores y enfermos, con esta devoción van a la dicha ermita”.64
        En su testimonio, Juan de Masseguer nos dice: “Que todo el pueblo a una tiene gran
devoción en la dicha Imagen de Nuestra Señora de todo género de gente, nobles ciudadanos e
indios”.65
        Mientras que Alvar Gómez testificó: “que es verdad que ha ido allá una vez, y que topó
muchas señoras de calidad que iban a pie, y otras personas, hombres y mujeres de toda suerte, a la
ida y a la venida, y que allá vio dar limosnas hartas, y que a su parecer que era con gran devoción, y
que no vio cosa que le pareciese mal, sino para provocar a devoción de Nuestra Señora, y que a este
testigo, viendo a los otros con tanta devoción, le provocaron más; y que le parece que es cosa que se
debe favorecer y llevar adelante, especial que en esta tierra no hay otra devoción señalada, donde la
gente haya tomado tanta devoción, y que con esta Santa devoción se estorban muchos de ir a las
huertas, como era costumbre en esta tierra, y ahora se van allí donde no hay aparejos de huertas ni
otros regalos ningunos, mas de estar delante de Nuestra Señora en contemplación y en devoción”.66
        En palabras sencillas, el culto a la Virgen de Guadalupe se manifiesta como una verdadera
evangelización;67 los misioneros observaron que con el mensaje y la imagen de Nuestra Señora

60
   FERNANDO DE ALVA IXTLILXÓCHITL, Nican Motecpana, p. 307.
61
   Cfr. Información de 1556 ordenada realizar por Alonso de Montúfar, arzobispo de México, en ERNESTO DE LA
TORRE VILLAR Y RAMIRO NAVARRO DE ANDA, Testimonios Históricos Guadalupanos, Ed. FCE, México 1982.
62
   «Testimonio de Juan de Salazar», en Información de 1556, p. 51.
63
   «Testimonio de Juan de Salazar», en Información de 1556, p. 53.
64
   «Testimonio de Francisco de Salazar», en Información de 1556, p. 59.
65
   «Testimonio de Juan de Masseguer», en Información de 1556, p. 71.
66
   «Testimonio de Alvar Gómez de León», en Información de 1556, p. 67.
67
   Cfr. MARIANO CUEVAS, El culto Guadalupano del Tepeyac. Sus orígenes y sus críticos en el siglo XVI, Apéndice:
La información de 1556 sobre el sermón del provincial franciscano Bustamante, Ed. Centro de Estudios Fray
Bernardino de Sahagún, México 1978.

                                                      20
de Guadalupe la esencia del Evangelio era entendido y movía de tal forma las almas que la
conversión hacia Jesucristo era una manifestación patente de ello.
       Ciertamente es sorprender este cambio, que tuvo su origen en las profundidades del
corazón y esta nueva actitud que revela una luz de esperanza, la cual permitió que se llevara a
cabo la evangelización de un pueblo que estaba como tierra bien preparada para recibir el
mensaje de la Salvación. De hecho, se inicia una devoción que nadie podrá detener, y que aun
más se fue profundizando y extendiendo durante los diversos periodos históricos que tuvieron
lugar en México.
       El Santuario de la Reina del Cielo, de la Niña Morena, es uno de los más visitados del
mundo; miles y miles de personas caminan en peregrinación, desgranando rosarios, alzando
cánticos de alabanza, oraciones de petición y súplica, de agradecimiento y reconocimiento.


                       Modelo de Evangelización perfectamente inculturada

        Cuando se habla de “cultura” es importante la descripción que el cardenal Paul Poupard
expresó: la cultura es “la manera peculiar en que los hombres, en un determinado pueblo, cultivan
su relación con la naturaleza, consigo mismos y con Dios, a fin de alcanzar un nivel verdadera y
plenamente humano”.68
        La Conferencia del Episcopado Latinoamericano (CELAM) expresó en el Documento de
Puebla de una manera elocuente lo que es la “inculturación” y que es lo que prácticamente el
Acontecimiento Guadalupano marca la pauta, así lo expresan los obispos latinoamericanos: “En
efecto, la fe transmitida por la Iglesia es vivida a partir de una cultura presupuesta, esto es, por
creyentes «vinculados profundamente a una cultura y la construcción del Reino no puede por
menos de tomar los elementos de la cultura y de las culturas humanas». Por otra parte permanece
válido, en el orden pastoral, el principio de encarnación formulado por san Ireneo: «Lo que no es
asumido no es redimido». El principio general de encarnación se concreta en diversos criterios
particulares: Las culturas no son terreno vacío, carente de auténticos valores. La Evangelización
de la Iglesia no es un proceso de destrucción, sino de consolidación y de fortalecimiento de
dichos valores; una contribución al crecimiento de los «gérmenes del Verbo» presentes en las
culturas. Todo esto implica que la Iglesia –obviamente la Iglesia particular–, se esmere en
adaptarse, realizando el esfuerzo de un trasvasamiento del mensaje evangélico al lenguaje
antropológico y a los símbolos de la cultura en la que se inserta. De este modo, por la
evangelización, la Iglesia busca que las culturas sean renovadas, elevadas y perfeccionadas por la
presencia activa del Resucitado, centro de la historia, y de su Espíritu.”69
        Es decir, que quienes queramos proclamar el Evangelio a gentes diversas de nosotros
mismos, debemos hacer el esfuerzo al evangelizar a los gentiles: exponer y compartir nuestra Fe
a partir de los conocimientos y sentimientos de los otros, no sólo de los nuestros, obteniendo así
ambos un doble enriquecimiento, pues ninguno tendría que renunciar a sus propios valores y
tradiciones para adoptar los del otro, sino uno y otro adoptar, asimilar y depurar los de los dos.


68
   PAUL POUPARD, «Intervención en la 7ª. Congregación General, presente el Santo Padre, el 20 de noviembre de
1997», en JAVIER GARCÍA GONZÁLEZ, Historia del Sínodo de América, Ed. Nueva Evangelización, México 1999, p.
190.
69
   Documento de Puebla, Nos. 400-401; 404 y 407.

                                                     21
Y esta inculturación ocurrió cuando menos podía esperarse, cuando nuestra patria mestiza
se debatía en atroces dolores de un parto que amenazaba culminar en una destrucción total, como
aconteció en otras partes, donde la población indígena quedó exterminada, pues no se veía
posibilidad alguna de acuerdo entre pueblos tan diversos; cuando indios y españoles se veían con
miedo y rencor, deformada su perspectiva por una total incomprensión mutua, ya que las culturas
de ambos eran humanamente incompatibles. Los españoles estaban convencidos que se
enfrentaban con Satanás en persona, de modo que toda tolerancia equivaldría a una clara traición
a Dios, y los indios estaban convencidos que su ineludible deber esa ser fieles a su raíz, a lo que
siempre habían sido y, en especial, la versión del Evangelio que los misioneros les presentaban
les resultaba insultante e inaceptable, Dios, a través de su Madre Santísima, supo resolver ese
insoluble problema, sin desautorizar a sus enviados españoles, sin reprobar los valores indios.
Supo, en una palabra, confirmar la predicación de sus enviados inculturando su mensaje a la
mente india. Y con esto no sólo obtuvo su conversión entusiastamente masiva e instantánea, sino
que se aceptaran unos a otros tan efectivamente que nacimos ese pueblo nuevo, hijo y heredero
de ambos: el pueblo mestizo que somos hoy México.
        Este anhelo, que hoy por primera vez es sincero y universal, topa sin embargo con la
miseria humana, ante la que se estrellan todos los esfuerzos, y vemos abortar cuantos intentos se
hacen ya no digamos para que se reconcilien, sino simplemente dejen de matarse pueblos
hermanos.
        Y no sólo tenemos esa imagen, sino que dos pueblos, del todo diferentes, divididos por
una incomprensión abismal, no sólo dejaron de masacrarse, sino que, al acoger el amor que les
ofreció; Dios a través de su Madre Santísima, se aceptaron y fusionaron tan de veras que nació de
ellos un pueblo heredero de las grandezas y miserias de los dos, pero genuinamente nuevo,
síntesis y reconciliación de lo aparentemente irreconciliable, lo que el Santo Padre en persona
definió como “un gran ejemplo de evangelización perfectamente inculturada.” Que tiene,
obviamente, que continuar tocando corazones para que se realice una verdadera conversión cada
día.


                  La Cultura de la Vida forjadora de la Civilización del Amor

Aunque estamos a casi cinco siglos del Acontecimiento Guadalupano, hoy se nos revela como
algo maravillosamente nuevo, perfectamente adecuado a las necesidades de nuestra época que
desea obtener la paz, que todos los hombres nos podamos superar en armonía, compartiendo las
riquezas de nuestras culturas ancestrales. Y esto, que parece hoy imposible, ya se realizó en
nuestra patria y de ahí nacimos nosotros.
       El Acontecimiento Guadalupano en su gran y profunda dimensión nos invita a conocerlo
más y mejor, y asimismo a difundirlo, pues nos confirió la inmerecida distinción de hacernos, a
través de su Madre Santísima, “sus embajadores, en quienes absolutamente depositó su
confianza.”, para dar testimonio al mundo del amor de Dios.
       Es un hecho vivido por el pueblo, desde la fe del sencillo y del humilde; fue el pueblo
simple quien comunicó por todas partes el gran Acontecimiento Guadalupano; una Devoción
Popular que ha trascendido tiempo y espacio. Esto enriqueció la tradición oral. La narración del
Acontecimiento Guadalupano fue transmitida por medio de la característica memoria indígena;
una tradición que fue heredada de padres a hijos, de abuelos a nietos.


                                                22
Una de estas singulares narraciones, que se ha transmitido de generación en generación,
que recoge lo esencial y lo más hermoso del Evento Guadalupano y en la que Juan Diego es
llamado “uno de los nuestros” se escucha aún en Zozocolco, Veracruz, pueblecito perdido en las
montañas entre Papantla y Poza Rica, a seis horas hacia la montaña. El padre Ismael Olmedo
Casas, el doce de diciembre de 1995, tuvo la idea de preguntar a los fieles indígenas cual era el
motivo de su celebración, antes de predicárselos él:
        “– ¡Buenos días, Grandes Jefes! Queremos que nos platiquen sobre la Virgen de
Guadalupe. Hoy, en la fiesta de la Virgen de Guadalupe.
        “– ¡Señor Cura, Jefe servidor de las cosas santas, buenos días!
        “– Te platico lo que hemos oído a los ancianos, nuestros abuelos: Hace muchas pascuas
[fiestas] de San Miguel, hace casi mil cosechas [dos por año], hace casi 500 vuelos del Palo
Volador [un vuelo cada año durante una fiesta], sucedió que allá en el centro de donde nos
mandaban a nosotros, que éramos servidores del Emperador Gran Señor, que vestía fina manta y
hermosos plumajes, y ofrecía por el pueblo al Dios Bueno lo que la tierra producía y la sangre de
sus hijos para que el orden de la vida siguiera adelante, llegaron hombres de cabello de sol, que
nosotros ya sabíamos de su llegada; pero no esperábamos esos malos tratos de su parte, porque
los creíamos enviados de los Ángeles, y sólo trajeron mugre, enfermedad, destrucción, muerte y
mentira: Nos hablaban de un Dios que amaba, pero ellos con su vida odiaban.
        “– El pueblo ya estaba cansado, cuando en una obscura mañana de la media cosecha
fuerte del café [mediados de diciembre], a uno de los nuestros le regaló Dios, Dios Espíritu
Santo, un mensaje del cielo. Como lo dijera el Libro Grande de nuestros hermanos los mayas [el
Popol Vuh]: El hombre se había portado mal, y el gran Dios mandaría a alguien para rehacer al
hombre del maíz.
        “– También el Libro Grande de los españoles [la Biblia] dice que después de que el
hombre destruyó la armonía que había en el Universo, manifestado en el vuelo perfecto del
Volador, merecía la vida sin felicidad, pero Dios prometió que alguien nacido de una de nuestra
raza, Mujer, nos devolvería la sonrisa a nuestros rostros, nos quitaría el mecapal con la carga en
la cuesta más pesada, y haríamos fiesta días enteros, sin acabarse [la Vida Eterna].
        “– Apareció, así lo dicen los Jefes, en el Cerro del Anáhuac, una señal del mismo Cielo, a
donde llega la manzana del Volador: una Mujer con gran importancia, más que los mismos
Emperadores, que, a pesar de ser mujer, su poderío es tal que se para frente al Sol, nuestro dador
de vida, y pisa la Luna, que es nuestra guía en la lucha por la luz, y se viste con las Estrellas, que
son las que rigen nuestra existencia y nos dicen cuándo debemos sembrar, doblar o cosechar.
        “– Es importante esta Mujer, porque se para frente al Sol, pisa la Luna y se viste con las
Estrellas, pero su rostro nos dice que hay alguien mayor que Ella, porque está inclinada en signo
de respeto.
        “– Nuestros mayores ofrecían corazones a Dios, para que hubiera armonía en la vida. Esta
Mujer dice que, sin arrancarlos, le pongamos los nuestros entre sus manos, para que Ella los
presente al verdadero Dios.
        “– Los tres volcanes surgen de sus manos y en el pecho, aquellos que flanquean el
Anáhuac y el que vio la llegada de nuestros dominadores, que para Ella tienen que ser tenidos y
tenerlos como de una nueva raza, por eso su rostro no es ni de ellos ni de nosotros, sino de
ambos. En su túnica se pinta todo el Valle del Anáhuac y centra la atención en el vientre de esta
Mujer, que, con la alegría de la fiesta, danza, porque nos dará a su Hijo, para que con la armonía
del Ángel, que sostiene el cielo y la tierra [manto y túnica], se prolongue una vida nueva. Esto es
lo que recibimos de nuestros ancianos, de nuestros abuelos, que nuestra vida no se acaba, sino

                                                 23
que tiene un nuevo sentido, y como lo dice el Libro Grande de los españoles [la Biblia], que
apareció una señal en el cielo, una Mujer vestida de Sol, con la Luna bajo sus pies y una corona
de Estrellas, y está a punto de parir.
       “– Esto es lo que hoy celebramos, Señor Cura: la llegada de esta señal de unidad, de
armonía, de nueva vida.”70

        Los obispos reunidos en Brasil han lanzado esta verdad al mundo entero: “[María], así
como dio a luz al Salvador del mundo, trajo el Evangelio a nuestra América. En el
acontecimiento guadalupano, presidió, junto al humilde Juan Diego, el Pentecostés que nos abrió
a los dones del Espíritu.”71 Y añadieron: “Todos los bautizados estamos llamados a «recomenzar
desde Cristo», a reconocer y seguir su Presencia con la misma realidad y novedad, el mismo
poder y afecto, persuasión y esperanza, que tuvo su encuentro con los primeros discípulos a las
orillas del Jordán, hace 2000 años, y con los «Juan Diegos» del Nuevo Mundo.”72




70
   El texto completo y su ratificación judicial, se encuentra en la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos,
Archivo para la Causa de Canonización de Juan Diego.
71
   Documento de Aparecida, 269.
72
   Documento de Aparecida, 269.

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Ponencia: María devoción popular

  • 1. MARÍA: DEVOCIÓN POPULAR SR. CANÓNIGO DR. EDUARDO CHÁVEZ SÁNCHEZ 2010 Introducción El ser humano siempre tendrá las preguntas más importantes y que le dan razón de su existir: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo y a dónde voy? ¿Quiénes son los demás que me rodean? ¿Qué es este mundo que me rodea? Cuando el ser humano logra contestar cada una de estas preguntas, y lo hace con armonía y unidad, llega a ser modelo para otros pueblos, esto hará de su cultura una cultura clásica que ayudará a otros pueblos a contestar sus propias preguntas en un tiempo y espacio totalmente distinto. Y dentro de estas preguntas, el ser humano toma con especial cuidado su relación con el Absoluto, con el Trascendente, con la divinidad, quien le ayudará a tener un sentido de todo lo demás. Por ello la Devoción de todo un pueblo, generalmente, gira en torno a su conocimiento de esa trascendencia; son esas “semillas del Verbo” que Dios mismo ha puesto y dispuesto en cada uno de los corazones de los seres humanos que buscarán siempre esa trascendencia. Jesucristo, nuestro Señor, es la respuesta de todo ser humano ante sus más grandes necesidades, es la respuesta de cada una de las preguntas profundas del ser humano y el que le da sentido a toda su existencia. Es Él quien tiene la iniciativa de encontrarse con ese ser humano por medio de lo más amado para Él como es su propia Madre, María. La devoción popular de María de Guadalupe es uno de los ejemplos más realizados de todo esto; es el recordado Juan Pablo II, quien afirmó que fue en México, a los pies de la Virgen de Guadalupe, cuando vislumbró la manera de realizar su Pontificado: “Visité –decía el Papa- el santuario de Guadalupe en enero de 1979, durante mi primera peregrinación apostólica. El viaje fue decidido como respuesta a la invitación apostólica en la Asamblea de la Conferencia de los obispos de América Latina (CELAM), en Puebla. Aquella peregrinación inspiró en cierto sentidos todos los siguientes años del pontificado.”1 El Papa reafirmó la importancia del mensaje de Dios por medio de la Estrella de la Evangelización, María de Guadalupe, y su fiel, humilde y verdadero mensajero Juan Diego; momento histórico para la evangelización de los pueblos, “La aparición de María al indio Juan Diego –reafirmó el Santo Padre– en la colina del Tepeyac, el año de 1531, tuvo una repercusión decisiva para la evangelización. Este influjo va más allá de los confines de la nación mexicana, alcanzando todo el Continente.”2 ¿Qué contiene esta devoción para que, de manera evidente, sea tan amada por los Papas, ya que desde 1573 se han concedido innumerables indulgencias, bendiciones y beneficios al 1 JUAN PABLO II, ¡Levantaos! ¡Vamos!, traducción Pedro Antonio Urbina Torella, Ed. Plaza Janés, México 2004, pp. 58-59. 2 JUAN PABLO II, Ecclesia in America, p. 20. 1
  • 2. humilde Santuario del Tepeyac? ¿Qué fue lo que vislumbró Juan Pablo II para que además proclamara Fiesta Litúrgica de Nuestra Señora de Guadalupe para todo el Continente Americano, y declarara en aquella ocasión: “La aparición de María al indio Juan Diego en la colina del Tepeyac, el año de 1531, tuvo una repercusión decisiva para la evangelización. Este influjo va más allá de los confines de la nación mexicana, alcanzando todo el Continente.”3? Y que además y de manera explícita el Santo Padre declarara: “América, que históricamente ha sido y es crisol de pueblos, ha reconocido «en el rostro mestizo de la Virgen del Tepeyac, [...] en Santa María de Guadalupe, [...] un gran ejemplo de evangelización perfectamente inculturada». Por eso, no sólo en el Centro y en el Sur, sino también en el Norte del Continente, la Virgen de Guadalupe es venerada como Reina de toda América.”4 ¿Qué tendría esta Devoción, como decía, para que explícitamente el Santo Padre proclamara todo esto y más? Asimismo, a pocos días de iniciar su pontificado, el Papa Benedicto XVI oró ante la Virgen de Guadalupe del Tepeyac: “En tus manos encomendamos nuestras vidas”; y en Brasil regaló un decorado y artístico Altar tríptico para que presidiera las reuniones de los obispos; en este hermoso objeto, el Papa quiso que se pintara a Juan Diego, el primer laico indígena canonizado del Continente, con la imagen de la Virgen de Guadalupe en su tilma y la Biblia en mano para evangelizar a sus hermanos y debajo de este cuadro puso una frase muy importante “Ustedes serán mis testigos”; profunda frase, ya que este es el tiempo del laico en su Iglesia Católica. Como todo Acontecimiento Salvífico, el Guadalupano, si bien se verifica en un momento histórico: hace casi quinientos años, y en un lugar determinado: en el cerro del Tepeyac; es una devoción que trasciende fronteras, culturas, pueblos, costumbres, etc.; llega hasta lo más profundo del ser humano; además, toma en cuenta la participación precisamente de este ser humano, concreto e histórico, con sus defectos y virtudes, para que con su intervención fuera más allá de lo que la humana naturaleza permitiría. Una de las más claras manifestaciones de que en realidad se trata de un Acontecimiento Salvífico es la conversión del corazón, es el mover, en un verdadero arrepentimiento, al ser humano desde lo más profundo del alma, del espíritu y la razón, para encontrase con Dios, quien siempre es el primero en tomar esta iniciativa; haciendo realidad un cambio de vida pleno y total. Santa María de Guadalupe no es solamente enviada por el Padre, por medio del Espíritu Santo para manifestar y hacer partícipe a todo ser humano de su Hijo Jesucristo, sino que Ella lo trae en su inmaculado vientre; por lo que es un verdadero encuentro con Dios por medio de María. Ella es la discípula y misionera que nos manifiesta y nos entrega el mensaje de salvación y, asimismo, Ella forma discípulos y misioneros para testimoniar con la propia vida la inmensa alegría de este encuentro en el amor con Jesucristo Nuestro Señor: Camino, Verdad y Vida, por medio de su Madre y Madre nuestra. Veamos, aunque sean algunos pincelazos, los momentos más significativos de esta historia de salvación que influye decididamente en la evangelización de todo un Continente, como el mismo Santo Padre lo afirmó. Santa María de Guadalupe es la Estrella de la Evangelización perfectamente inculturada, modelo para el mundo entero. 3 JUAN PABLO II, Ecclesia in America, México 22 de enero de 1999, Ed. Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 1999, p. 20. El Santo Padre cita literalmente la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Santo Domingo a 12 de octubre de 1992, 24. Véase también en AAS, 85 (1993) p. 826. 4 JUAN PABLO II, Ecclesia in America, p. 20. 2
  • 3. La primera evangelización: obra titánica En solo dos años, de 1519 a 1521, contra toda expectativa humana, los españoles conquistaron el imperio Azteca; sin embargo hay que tomar en cuenta que se aliaron con otras tribus que odiaban al imperio. Hernán Cortés, un hombre de armas, un tanto ilustrado y militarmente religioso, como era la época, con un carisma de liderazgo impresionante, usando su astucia y habilidad penetró hasta el propio corazón del imperio, aliándose con las tribus sometidas por los aztecas; bajo la confusión de la famosa profecía de la llegada del dios bueno “Quetzalcóatl”; aunado todo esto con las poderosas armas y los caballos desconocidos para los indígenas, lo cual fue clave para la conquista y, finalmente, las enfermedades, entre ellas la viruela, que mató a la mitad de la población indígena. El drama que los indígenas padecieron en esta derrota y la caída de su Imperio, no fue sólo el desmoronamiento de su estructura militar, social, económica, política, etc., sino de toda su estructura religiosa, la cual sustentaba el sentido de toda su existencia. La tremenda depresión ante sus propios dioses fue un drama incomparable, ya que el esperado dios bueno “Quetzalcóatl”, sólo sembró la ruina y la muerte; ya no habían más sacrificios humanos ni corazones que alimentaran a los dioses y, sin embargo, el ciclo de la vida continuaba sin mayor problema; los astros estaban ahí cumpliendo sus funciones como si nada; se habían sacrificados a miles de seres humanos, prisioneros, parientes e hijos; y ahora se daban cuenta que no había servido de nada, absolutamente de nada; entonces ¿todo había sido una burla infame de los dioses? La depresión fue tal que algunos indígenas optaron por suicidarse.5 Mientras tanto, no eran pocos los españoles que también presentaban una crisis de conciencia, pues se cuestionaban hasta qué punto era de cristianos conquistar un territorio, el cual no les pertenecía, y hacer de su propiedad bienes ajenos y hasta esclavizar a sus propietarios; este cuestionamiento era fuertemente manifestado no sólo por los misioneros, sino por españoles de conciencia recta, incluso se llevó ante las aulas de las Universidades españolas como la de Salamanca. La discusión sobre la justificación de una invasión y toma de bienes ajenos ocuparon agrias disputas; llevándolas hasta el punto de poner en tela de juicio la racionalidad de los indígenas, pues si los indios no demostraban su humanidad, entonces se podía tomar de sus bienes, ya que no tendrían ningún derecho sobre ellos; y, además, su “adoración” a los ídolos los hacían “culpables”. Entre los mismos españoles que se encontraban en suelo mexicano habían tremendas disputas sobre este mismo asunto; aunado a las vejaciones que inauguró la Primera Audiencia, como veremos más adelante. Los primeros franciscanos llegaron a México en 1523, dos sacerdotes y un hermano lego, apenas tres; sin embargo, los dos sacerdotes murieron prematuramente y sólo quedó el hermano lego, el gran educador fray Pedro de Gante. Al año siguiente, en 1524, llegaron los conocidos como “los primeros doce franciscanos” o los “doce Apóstoles”, quienes provistos de la Bula Omnímoda iniciaron la estructuración de la Iglesia de manera oficial, misionera por vocación en estos nuevos territorios.6 Los franciscanos hombres santos y sabios de su época, trataron de 5 Cfr. MIGUEL LEÓN-PORTILLA, El reverso de la conquista, Ed. Joaquín Mortiz, México 1964. También del mismo autor MIGUEL LEÓN-PORTILLA, Visión de los vencidos, UNAM (= Col. Biblioteca del Estudiante Universitario N° 81), México 41969. 6 Cfr. FRAY GERÓNIMO DE MENDIETA, Historia Eclesiástica Indiana, obra escrita a fines del siglo XVI, Ed. Porrúa (= Col. Biblioteca Porrúa, 46), segunda edición facsimilar, México 1980. 3
  • 4. evangelizar bajo los conceptos y la teología de su tiempo; considerando la urgente necesidad de salvar las almas indígenas de las garras del demonio de los dioses.7 Sin pretender menospreciar o desmeritar la labor de estos santos varones, que en realidad eran de lo mejor que había producido una España, deudora de Jesucristo, defensora de su Iglesia y misionera militante; pero ¿qué era este puñado de inspirados misioneros ante los millones de indígenas?, ante las distancias impresionantes, las lenguas desconocidas, las mentalidades y culturas tan distintas; ante el drama de una tremenda enfermedad que los iba diezmando más y más, y ante una pavorosa depresión de los indígenas quienes veían y confirmaban que sus dioses habían muerto. Si bien, las conversiones se fueron dando, pero muy poco a poco ante este reto gigantesco. Fray Toribio Motolinia, además de indicarnos que la gran labor de los franciscanos había dado como resultado cierta cantidad de bautizos entre los indígenas, no pudo negar que en los primeros años los indios permanecían reacios a convertirse al catolicismo: “Anduvieron –declaraba el misionero– los mexicanos cinco años muy fríos”.8 Además, era consciente de la insignificancia de sus recursos ante la enormidad del trabajo, sus terribles problemas y la inseguridad de que fueran sinceras las conversiones;9 el temor de que la piedad india fuera idolatría larvada subsistió durante largo tiempo en todos los misioneros y llegó a ser para algunos, como fray Diego de Durán, una obsesión.10 Fray Juan de Zumárraga, cabeza de la Iglesia en México 7 Sobre este tema, son varias las fuentes que se deben tener en cuenta: Cfr. Coloquios y Doctrina Christiana conque los doze frayles de san Francisco enbiados por el Papa Adriano sesto y por el Emperador Carlo qujnto côvertierô a los indios de la Nueva España ê lêgua Mexicana y Española, Archivo Secreto Vaticano, Misc. Arm-I-91, ff. 3r-41v. Publicada también en edición facsimilar del manuscrito original, paleografía, versión del náhuatl, estudio y notas de Miguel León-Portilla, UNAM, Instituto de Investigaciones Sociales, México 1986. También: FRAY BERNARDINO DE SAHAGÚN, Códice Florentino. Cerca 1564-1569, Manuscrito 218-220 de la Colección Palatina de la Biblioteca Medicea Laurenciana. Del mismo autor: FRAY BERNARDINO DE Historia SAHAGÚN, General de las Cosas de la Nueva España, Ed. Porrúa (= Col. “Sepan Cuantos...” N° 300) México 51982, pp. 704-705. También: FRAY TORIBIO PAREDES DE BENAVENTE (MOTOLINIA), Historia de los indios de la Nueva España, Ed. Porrúa (= Col. “Sepan Cuantos...” N° 129), México 21973. Del mismo autor: FRAY TORIBIO PAREDES DE BENAVENTE (MOTOLINIA), Memoriales o Libro de las Cosas de la Nueva España, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México 21971. 8 FRAY TORIBIO MOTOLINIA, Historia de los Indios, p. 78. 9 De hecho, algunos frailes misioneros, como Bernardino de Sahagún y Diego Durán, se dieron a la tarea de investigar, de manera meticulosa, la cultura india, para poder combatir mejor cualquier idolatría, que pudiera perjudicar a sus recién convertida grey: “El médico no puede acertadamente aplicar las medicinas al enfermo sin que primero conozca qué humor o de qué causas procede la enfermedad [...] para predicar contra estas cosas, y aun para saber si las hay, menester es saber cómo las usaban.” FRAY BERNARDINO DE SAHAGÚN, Historia General, p. 17. Esta fue la actitud general. Sin embargo, ciertamente hubo casos de excepción como Fray Jacobo de Testera, quien escribió: “a nosotros los religiosos, cuando entramos en esta tierra, no nos espantó ni desconfió su idolatría, mas habiendo compasión de su ceguedad, tuvimos muy gran confianza que todo aquello y mucho más harían en servicio de nuestro Dios, cuando lo conociesen”. Carta de fray Jacobo de Testera. Huejotzingo, el 6 de mayo de 1533, en Cartas de Indias, Madrid, 1877, p. 66. 10 Cfr. FRAY DIEGO DURÁN, Historia de las Indias de Nueva España e Islas de Tierra Firme, terminada en 1591, Ed. Porrúa (= Col. Biblioteca Porrúa Nos. 36 y 37), México 1967. 4
  • 5. La gran ciudad de México exigía ser obispado, por lo que Carlos V no dudó en presentar, el día 12 de diciembre de 1527, como obispo de aquella lejana diócesis al franciscano fray Juan de Zumárraga (1528-1548). De la Nueva España surgían noticias inquietantes, como las que dio el contador Rodrigo de Albornoz, quien después de llegar de estos nuevos territorios, puso la alerta diciendo que Cortés pudiera tratar de independizarse de España, y no dudó de hacerlo responsable de varios crímenes. Por lo que se determinó que fuera un visitador en la persona de Luis Ponce, pero este falleció antes de hacer cualquier cosa. Mientras tanto en México, Hernán Cortés decidió ir a las Hibueras y dejar sin cabeza a la capital, orillándola a un abismo. La Primera Audiencia presidida por Nuño de Guzmán y los oidores los licenciados Alonso de Parada, Francisco Maldonado, Juan Ortiz de Matienzo y Diego Delgadillo, tomó el poder. Con los oidores se embarcó también el Obispo nombrado por el rey y emperador Carlos V, fray Juan de Zumárraga, dice su biógrafo Joaquín García Icazbalceta: “la falta de su consagración le quitaba mucho de autoridad cuando tanta necesitaba, porque al cargo de Obispo reunía el de Protector de los indios.”11 Y esto sin duda se dejará sentir con todo rigor. Sin saber el desastroso futuro que les esperaba entre ellos, las autoridades del Nuevo Mundo salieron de Sevilla a fines de agosto de 1528 y llegaron a costas mexicanas hacia el 6 de diciembre de 1528. La Primera Audiencia intensificó las acusaciones en contra de Hernán Cortés, las cuales hicieron blanco en el ánimo del rey. Mientras Cortés continuaba con su aventura por la selva del sureste en la capital la Primera Audiencia no se tentó el corazón para abalanzarse sobre sus bienes y los de los demás españoles que eran fieles al conquistador. Guzmán se unió con un antiguo gobernador, el malvado factor Gonzalo de Salazar, “tenían de común grande enemistad contra Cortés, índole perversa, desmedida codicia e insaciable sed de mando;”12 así lo describe el historiador García Icazbalceta. A estos delincuentes con autoridad se unió otro infame llamado Chirinos. Salazar no se detuvo en darles consejos a los oidores de cómo poder ser ricos robando la tierra, sometiendo a los indios por medio de los ya implementados Repartimientos, instrumento que se podía fácilmente convertir en esclavitud. De igual forma, estos desalmados explotaban cuanto podían a los pobladores españoles pacíficos que no estaban de acuerdo con sus maquinaciones. Una de las primeras acciones que realizó Zumárraga fue la de hablar con los más importantes representantes de los indígenas, y con la ayuda del traductor fray Pedro de Gante, les dijo que el rey lo había nombrado su Protector, por lo que castigaría a quienes les hicieran daño, pero ellos también se harían merecedores de castigo si eran malos. Esto suscitó una llamada de atención de parte de la Primera Audiencia contra el Obispo, quien le señaló que eso le tocaba a la Audiencia, ya que él sólo era Obispo postulado, que a los indios sólo les diera la Doctrina si le pareciera bien, pero que no se metiera en otras cosas; y le insistió que no ejerciera el oficio de Protector, pues los perdería, y si algún indio se quejaba sería ahorcado. Ahora resultó que los españoles cristianos matarían a cualquier indígena que se acercara al Obispo. Obviamente, los indios tenían miedo de acercarse al Obispo. 11 JOAQUÍN GARCÍA ICAZBALCETA, Don Fray Juan de Zumárraga primer Obispo y Arzobispo de México, Ed. Espasa- Calpe (=Col. Austral 1106), México 1952, pp. 27-28. 12 JOAQUÍN GARCÍA ICAZBALCETA, Don Fray Juan de Zumárraga, p. 29. 5
  • 6. El historiador George Baudot declara: “La documentación franciscana de la época se estremece con los gritos de horror y de indignación de los primeros misioneros, ante el trato infligido a los indios por los colonos y por las autoridades de la primera Audiencia.”13 Uno de los actos más escandalosos fue en Texcoco, en donde los misioneros franciscanos habían levantado un templo para doncellas indias, por orden de Delgadillo entraron a esta clausura para raptar dos doncellas, llevándolas a Oaxaca. Y como estas vejaciones, muchas más. Zumárraga estaba sumamente molesto por las tropelías que se cometían contra la población indígena y contra algunos españoles, de una manera especial con aquellos que estaban ligados con Hernán Cortés; asimismo, no podía menos que clamar justicia ante los crímenes que se realizaran contra los indios, máxime que él sustentaba el título de su Protector, por lo que formaba parte de su responsabilidad. Pero su voz se opacaba por el hecho de no estar consagrado; además la Corte misma no tenía bien definido ni la jurisdicción ni facultades de este encargo. “El mísero protector –dice Icazbalceta– se veía así empujado por indios y frailes, y más que por todo por la propia conciencia; quería cumplir con su obligación, y echaba de ver que tenía contra sí a ricos y poderosos; que no se le habían dado medios para hacerles frente; que su jurisdicción era vaga, sus facultades mal definidas, su única fuerza las armas espirituales, poderosas entonces, es verdad, pero no tanto que no fueran burladas muchas veces por los conquistadores desalmados.”14 Así que el pobre Zumárraga cargaba con todas las obligaciones de su cargo, sin ser consagrado, por lo que no lo respetaban y sus derechos se veían nulificados. Los miembros de la Primera Audiencia no se detenían ante nada ni nadie. Otro momento de tensión se vivió cuando los Oidores de esta nefasta Primera Audiencia se atrevían a amenazar a los misioneros franciscanos, incluso de tomar a los indios huexotzingas que, el 18 de abril de 1529, habían apelado a estar dentro del convento para protegerse, ya que eran “perseguidos por la Audiencia por el sólo hecho de haber acudido en busca de ayuda al arzobispo Zumárraga”;15 fray Toribio de Motolinia, guardián del convento de Huexozingo, trató de hacer valer el derecho de estos indios de ser protegidos dentro del convento, al parecer fracasó, los indios fueron capturados y llevados a México con la soga al cuello. Ante este desacato y humillación, Zumárraga fue a Huexozingo para saber, de manera directa, cómo se habían sido los acontecimientos, los frailes consideraron que no se podían quedar callados, por lo que era necesaria una declaración pública realizada desde lo alto de un púlpito. Mientras el obispo fray Juan de Zumárraga permanecía en ese convento de Huexozingo, se escogió a fray Antonio Ortiz, reconocido orador, para que condenara estas acciones y vicios que manifestaba la Audiencia. A poco de la fiesta de Pentecostés y en una celebración presidida por el obispo de Tlaxcala Julián Garcés, en el momento preciso, fray Antonio Ortiz subió al púlpito, y con gran valor habló del ultraje en contra del pueblo indígena y en contra de la Iglesia. El presidente de la Audiencia, Nuño de Guzmán no lo soportó y le gritó que se callara, el predicador insistía en que lo dejaran terminar, el oidor Delgadillo intervino y mandó a un alguacil que bajara del púlpito al fraile, el alguacil fue acompañado por amigos del factor Salazar; entre gritos, tumulto, manoteos tomaron al predicador por los brazos y el hábito, lo derribaron con violencia en pleno púlpito y lo hicieron rodar. Gran escándalo en la iglesia mayor, con presidencia de un Obispo y en fiesta tan solemne. 13 GEORGE BAUDOT, La pugna franciscana por México, Eds. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y Alianza Editorial Mexicana, México 1990, pp. 43-44. 14 JOAQUÍN GARCÍA ICAZBALCETA, Don Fray Juan de Zumárraga, p. 36. 15 GEORGE BAUDOT, La pugna franciscana, pp. 46-47. 6
  • 7. Ante todo esto, Zumárraga intervino para calmar los ánimos y por un momento hubo paz; sin embargo, las cosas iban a ser todavía más difíciles. Se realizaron cabildos patrocinados por Nuño de Guzmán, desde el 25 al 28 de marzo de 1529; la Audiencia pretendía enviar a España testimonios favorables a su labor y contrarios a Cortés y a todos aquellos que lo apoyaran, incluso contra el mismo Obispo Zumárraga, querían a toda costa que Cortés no regresara a México. Esta Audiencia manejaba de tal manera las cosas, que en la Corte sólo se escuchara su voz, y que de ninguna manera se permitiera otro tipo de informe, así lo narró Icazbalceta: “los de la Audiencia pusieron desde el principio grande empeño en interceptar toda la correspondencia con la Corte. En los puertos tenían agentes que sin pararse en medios hacían escrupuloso registro de cuantas personas y mercancías pasaban, de ida o de vuelta, y tomaban todas las cartas que lograban descubrir, para enviarlas luego a Méjico. Abriéndolas los gobernadores, por ellas venían en conocimiento de quiénes eran sus enemigos ocultos, y de lo que escribían los declarados. Aquel infame abuso, prueba clara de la insegura conciencia de quienes le cometían, llegó a oídos del rey, indignado, despachó en 31 de Julio de 1529 una apretada cédula con prohibición de abrir, retener o en cualquier manera interceptar las cartas, so pena de destierro perpetuo de los dominios de Su Majestad. Tal reprimenda, que debiera llenar de confusión a la Audiencia, sirvió únicamente para que cometiera un desacato; pues tuvo el atrevimiento de replicar que lo contrario convenía al servicio del rey.”16 Así que se prohibió que de la Nueva España saliera cualquier tipo de correspondencia sin ser antes inspeccionada. Sin embargo, en Julio de 1529, el valiente Zumárraga envió a algunos de sus hermanos franciscanos con cartas para la Corte Española, estos misioneros se dirigieron por la vía del Pánuco; esta noticia fue descubierta por los Oidores quienes persiguieron a los franciscanos y en un descuido de los seráficos les robaron todo, de esta manera la Audiencia endureció todavía más su relación con el Obispo. Zumárraga no se dio por vencido e hizo otro largo reporte para el rey, pero esta vez, el Obispo decidió que él mismo lo llevaría hasta el puerto; así el 27 de Agosto de 1529 (apenas un año y cuatro meses antes de la Aparición) partió de la ciudad de México acompañado de un clérigo el cual cargaba en su jubón dicho reporte; a pesar de sus años y de los grandes peligros pudo llegar al puerto donde gracias a un paisano, marinero vizcaíno, se realizó un plan para llevarlo hasta las manos del rey: el ingenioso marinero puso este importante Informe en un pan de cera y éste dentro de un barril, lo ató al barco y como si fuera una boya lo arrastró, hasta que la embarcación estaba en mar abierto, así fue como este Informe llegó a las manos del rey. Esta información tuvo su efecto, Zumárraga comunicaba con toda claridad sobre lo mal que estaban las cosas en la Nueva España, las tremendas injusticias y vejaciones que llevaban a cabo algunos de los españoles. Pero veamos algunas de estas noticias que trasmitió el Obispo: “los naturales – decía Zumárraga– no poco tristeza y dolor tienen no tan solamente por quitarles lo suyo y dañarles su pueblo”;17 sino por la injusta esclavitud con la que eran sometidos para satisfacer la ambición de estos malos españoles. Además, era claro que desde los altos puestos la corrupción era algo terriblemente cotidiano: “Los cargos y oficios de justicia –continuaba Zumárraga– han dado y proveído a deudos y criados y amigos suyos sin letras ni experiencias y los más no teniendo calidad de personas a quien se debiese cometer la superioridad que el cargo requiere, 16 JOAQUÍN GARCÍA ICAZBALCETA, Don Fray Juan de Zumárraga, p. 49. 17 Carta de fray Juan de Zumárraga al rey de España, México a 27 de agosto a 1529, Archivo de Simancas, Bibl. Miss., III, 339, carta 13. Copia en Colección Muñoz, T. 78, f. 279r-279v. 7
  • 8. antes lo han hecho por henchirles las manos dándoles aparejo en que roben y presto enriquezcan, y ellos por su mano y medios se han aprovechado con grangerías secretas y otras mañas que hallan y procuran.”18 Zumárraga no sólo permaneció impotente ante los asaltos y crímenes de estos españoles, sino que además fue amenazado por los suyos. Continuaba el Prelado con la descripción de los hechos: “Y porque me parece que a Vuestra Majestad no se debe encubrir nada digo que los señores del Tlatelolco de esta ciudad vinieron a mí llorando a borbollones tanto que me hicieron gran lástima, y se me quejaron diciendo que el Presidente e Oidores les pedían sus hijas y hermanas y parientas que fuesen de buen gesto, y otro señor me dijo que Pilar le había pedido ocho mozas bien dispuestas para el Presidente, a los males yo dije por lengua de un Padre Guardián, que era mi intérprete, que no se las diesen y por esto dizque han querido ahorcar un señor de estos, y demás de esto yo le dije al padre guardián del monasterio de San Francisco y él lo dijo en caridad al Presidente, envíome amenazar […], dijo el Presidente estando a su mesa muchas personas de fe, que si se hallara presente me echaría del púlpito abajo y porque les suelo reprender han huido mis sermones y se van a banquetes cada Domingo casi ordinariamente llevando tras sí mucha gente haciendo llamamiento de mujeres que por fuerza las hacen ir sacándolas de casa en casa y allá pasan cosas de muy poca honestidad y autoridad.”19 Por estas palabras se puede observar claramente como fray Juan de Zumárraga, a pesar de ser el Obispo de la Ciudad de México, se sentía imposibilitado de intervenir ante todos estos desastres y abusos de algunos españoles, especialmente los que estaban encargados del Gobierno de México; robos, crímenes, corrupción eran su ley, maltratando y sometiendo a los indígenas para satisfacer intereses de todo tipo. El Obispo de México, consciente de que no había ninguna salida humana, rogaba para que Dios interviniera, decía: “Asimismo me parece es bien informar a V. C. M. de lo que a la fecha en ésta pasa, porque es cosa de tanta calidad, porque si Dios no provee con remedio de su mano está la tierra en punto de perderse totalmente.”20 Y efectivamente, como veremos más adelante, Dios sí intervino. El Obispo sugería, como una de las primeras medidas, la urgencia de enviar una Nueva Audiencia, y que los que integraban la primera fueran castigados. Ante el rumor de que Hernán Cortés regresaría a la Nueva España y ahora sustentando el título de Marqués de Antequera, Nuño Guzmán no quiso quedarse en la capital, así que organizó una conquista a tierras todavía desconocidas, si bien y aún a sabiendas de que no se compararía con las conquistas emprendidas por Cortés, pero de esta manera tenía una buena justificación para salir y realizar algo, que si tenía éxito, el rey lo apreciaría; así Guzmán organizó un ejército de 500 españoles, mucho de ellos sin querer realizar esta nueva aventura, y unos 15,000 indios, más como cargadores que como soldados. Guzmán pidió que se le dieran de la caja real diez mil pesos, los Oidores accedieron gustosos de que con esto se iba Guzmán y ellos quedaban solos con el mando. Guzmán salió de la ciudad de México del 20 al 22 de diciembre de 1529. Pero la salida de Guzmán en nada ayudó a Zumárraga, ya que los Oidores que se quedaron con el poder eran igual o peores que Guzmán. Uno de tantos ejemplos de este enfrentamiento contra la Iglesia fue el hecho de que estaban bajo custodia en el convento de San Francisco: Cristóbal de Angulo, clérigo de la Corona, y García de Llerena, criado de Cortés; la 18 Carta de fray Juan de Zumárraga al rey de España, México a 27 de agosto a 1529, f. 281v. 19 Carta de fray Juan de Zumárraga al rey de España, México a 27 de agosto a 1529, f. 284r-284 v. 20 Carta de fray Juan de Zumárraga al rey de España, México a 27 de agosto a 1529, f. 314 v. 8
  • 9. noche del 4 de marzo de 1530 entraron a los aposentos donde se encontraban estos dos sujetos y los sacaron con prepotencia del convento; al otro día sábado 5 de marzo, iniciaron los tormentos, los quejidos, gritos y llantos se escuchaban hasta la Iglesia Mayor. Se organizaron los Obispos tanto de México y como de Tlaxcala para que juntos con sus comunidades de franciscanos y dominicos realizaran una procesión en silencio con cruces enlutadas pidiendo el regreso de los reos. Ante esto se suscitó un gran alboroto. “Por una y otra parte se vociferaban injurias; el Obispo, no pudiendo sufrir los denuestos públicos de Delgadillo contra los religiosos, perdió la paciencia y le respondió por los mismos consonantes. Cuando el tumulto estaba en su colmo, el belicoso Delgadillo, con lanza en mano, arremetió a botes contra la procesión, y aún dirigió al señor Zumárraga uno que afortunadamente le pasó por debajo del brazo, sin tocarle.”21 Por lo que, a los gobernantes, españoles bautizados, no sólo les bastó amenazar a lo indios con pena de muerte si se acercaran al Obispo Zumárraga, sino que ahora hasta intentaron asesinarlo. En estas terribles circunstancias ¿Cómo se podría predicar la Buena Nueva de Jesucristo y así evangelizar? ¿Cómo podían decirle a los indios que debían convertirse, bautizarse y hacerse cristianos, si eran los mismos españoles cristianos los que ahora intentaban acabar con el Obispo, cabeza de la Iglesia, su Iglesia? Y todavía más… La reacción de Zumárraga fue muy comprensible al lanzar censuras en contra de los Oidores y les lanzó entredicho y les amenazó con extender a la ciudad y decretar la cesación a divinis; los Oidores no hicieron caso, es más, al día siguiente 7 de marzo, ahorcaron y descuartizaron a Angulo y a Llerena le dieron cien azotes y le cortaron un pie. Por tal motivo y por haber corrido el tiempo de tres días según se les advirtió, Zumárraga procedió a la cesación a divinis, y el Obispo ordenó a los clérigos que no saliesen de sus casas. Los franciscanos que eran los más agraviados decidieron salir del monasterio y de la iglesia en secreto, así que consumieron el Santísimo, se retiraron a Texcoco, con los niños de la escuela, “dejando el sagrario abierto los altares desnudos, el púlpito y bancos trastornados; en suma, la iglesia yerma y despoblada.” El Cabildo intentó una reconciliación, y el día 14 se presentaron ante Zumárraga un requerimiento, el fraile respondió también por escrito el día 16 de marzo diciendo que era imposible levantar el entredicho mientras los culpables no se arrepintieran y pidieran absolución que sólo él podía otorgar. Y aprovechó para hacerlos concientes de su responsabilidad y del pecado que estaban realizando; pero llegó la Pascua y por Derecho quedó levantado el entredicho a la Ciudad de México, no así la excomunión de los Oidores. ¿Cómo lograr una profunda evangelización en este Nuevo Mundo en el momento dramático en el que se vivía? Para los franciscanos los indígenas era objetivo primordial de la evangelización la salvación de sus almas; indígenas sometidos a una tremenda Conquista, devastados por la enfermedad de la viruela, deprimidos ante la muerte de sus dioses, y todavía estos misioneros franciscanos, por su fervor religioso, destruían los templos e ídolos indígenas, siempre justificando su paternal actitud, para el bien y la salvación de los indios; de hecho, “los frailes 21 JOAQUÍN GARCÍA ICAZBALCETA, Don Fray Juan de Zumárraga, ps. 55-56. 9
  • 10. pensaban que estaban en una batalla titánica entre el Evangelio y las fuerzas de Satanás.”22 El cristianismo era algo totalmente nuevo, que destruye los errores y los engaños. Motivados por esta mentalidad, los misioneros “fueron implacables con los templos, los ídolos y todo lo que oliera a paganismo. Desaparecieron monumentos, esculturas y códices, destruidos con furor sistemático que alimentaba y hasta exacerbaba la mentalidad de la época. Pero es de justicia reconocer que en lo que no se razonaba con lo religioso, extremaron su consideración por las culturas autóctonas. Cuidaron con amor sus lenguas, conservaron los usos y costumbres cotidianas, adaptaron su enseñanza al temperamento y capacidad de los indígenas y recogieron fielmente sus ideas y tradiciones.”23 Ellos querían salvar las almas de los indígenas, aunque ciertamente los indios estaban desconcertados ante estos cristianos que les imponían una fe en el amor a un Dios creador de todas las cosas, en el amor a Jesucristo, Hijo de Dios que entregó su vida por todos los hombres; en una Iglesia fundada por Jesucristo, para la salvación del mundo entero. Los frailes franciscanos lo decían claramente en los Coloquios que sostuvieron con los indios principales, decían: “traemos las Sagrada Escritura donde están escritas las palabras del sólo verdadero Dios, Señor del cielo y de la tierra, que da vida a todas las cosas al cual nunca habéis conocido. Esta y ninguna otra es la causa de nuestra venida y para esto somos enviados, para que os ayudemos a salvar y para que recibáis la misericordia que Dios os hace”.24 Pero la confusión entre los indígenas era grande ante, como hemos visto, algunos de los españoles, que de manera contrastante, los esclavizaban, esgrimiendo el desalmado argumento de que a los indios no se les podía considerar como seres humanos y, por lo tanto, estaban incapacitados del derecho de poseer algo, y se les debía someter. Para esta clase de españoles, que se decían cristianos, los indios eran sólo objetos para obtener fácil fortuna. Los misioneros eran concientes de la negativa y desastrosa actitud y testimonio de sus coterráneos. Ciertamente, los primeros misioneros realizaron una labor admirable; defensores de los indígenas, denunciadores de injusticias; tratando de evangelizar a los nativos bajo los principios de un catolicismo del siglo XVI. Muchos de los indios fueron convertidos gracias a los frailes, su testimonio y su gran esfuerzo iba dando fruto, la catequesis y la instrucción se fue dando poco a poco. Recordemos que Juan Diego fue convertido a la fe católica gracias a ellos. No hay duda que los primeros misioneros constituyeron una de las piezas claves para la evangelización de los pobladores de las nuevas tierras recién descubiertas. Pero el trabajo se presentaba inmenso y, en mucho, fuera de su control; no sólo de frente a la evangelización de los indígenas sino, como veíamos, ante la conversión de sus mismos paisanos. Una labor titánica y, al mismo tiempo, comprensiblemente limitada. Por ello, es muy justo lo que clamaba el Obispo de México, fray Juan de Zumárraga: “si Dios no provee con remedio de su mano está la tierra en punto de perderse totalmente.”25 La total oscuridad se cernía en el Anáhuac. El conocimiento de los puntos esenciales de este fuerte choque de estas dos grandes culturas, el impacto y la mezcla de las ideas religiosas, que son parte central en la Conquista, bajo los marcados rasgos de cada cultura, así como la tecnología militar avanzada de los españoles y las mismas discordias entre los grupos indígenas; la enfermedad como la viruela, y la tremenda 22 JANET BARBER, «The Guadalupan Image: An Inculturation of the Good News», en Josephinum Journal of Theology, 4 (1997), new series, Columbus. ANTONIO VALERIANO, Nican Mopohua, traducción del náhuatl al castellano del P. Mario Rojas Sánchez, Ed. Fundación La Peregrinación, México 1998, p. 84. 23 JOSÉ MA. GALLEGOS ROCAFULL, «La Filosofía en México en los siglos XVI y XVII», en Estudios de historia de la filosofía en México, UNAM, México 1963, pp. 112-121. 24 Coloquios y Doctrina Cristiana con que los doze frayles, f. 30r 25 Carta de fray Juan de Zumárraga al rey de España, México a 27 de agosto a 1529, f. 314v. 10
  • 11. depresión indígena; así como, la discordia que existía entre los mismos españoles, las vejaciones e injusticias de un grupo de españoles y la destrucción de las creencias religiosas indígenas de parte de los paternalistas misioneros, no daban posibilidad de contar con alguna salida; pudiera haber resultado el cataclismo de un mundo sobre otro. Sólo una intervención de otra magnitud podría crear un nuevo pueblo, una nueva raza. Dios interviene en nuestra historia convirtiéndola en historia de Salvación En este contexto histórico es donde se produce uno de los eventos más importantes y evangelizadores, el llamado: Acontecimiento Guadalupano, iniciando una importante historia de la Salvación; el encuentro de Dios por medio de su Madre, Santa María de Guadalupe, con un indígena humilde llamado Juan Diego,26 quien fue canonizado por el papa Juan Pablo II el 31 de julio de 2002.27 Se inicia una evangelización que lleva a una verdadera conversión tanto de indígenas como de españoles, originando un nuevo pueblo, una nueva raza llamada a la Salvación. Santa María de Guadalupe, Estrella de la Evangelización, aparecida del 9 al 12 de diciembre de 1531, apenas a diez años después de la llamada conquista, retoma lo bueno de los indígenas y lo bueno de los españoles, dos culturas profundamente religiosas y profundamente distintas, en un choque violento y cruento; es ella, la Madre de Dios que se manifiesta como portadora del Amor, sagrario inmaculado de Dios y, cuya voluntad claramente la sabemos por medio de san Juan Diego, y esta era: que se le edificara un templo para dar en él ese Amor que es el Hijo de Dios a todo ser humano; templo que debería contar con la aprobación de la cabeza de la Iglesia, el Obispo de México, que en aquel entonces, como decíamos, era el obispo fray Juan de Zumárraga. Este mensaje se manifestó también con una imagen impresa en el manto o tilma de este indio humilde, Juan Diego. La imagen mestiza de esta Virgen Madre envuelta de sol con la luna bajo sus pies con manto tachonado de estrellas y cuyo mensaje y voluntad es la entrega del Amor maternal en un templo aprobado por la cabeza de la Iglesia. Una Virgen Madre que al mismo tiempo los españoles la conocían como una Purísima Concepción; y los indígenas como la “Tonantzin”, que significa “nuestra Madrecita”.28 En este Acontecimiento salvífico se manifiesta, de manera patente, la intervención de Dios en una evangelización conducida por medio de su propia Madre, María, para una verdadera conversión, como se expresa en el trozo del Evangelio de san Juan (Jn 2, 5): cuando, en las bodas de Caná, María, la Madre de Dios, dirige con firmeza al ser humano: “hagan todo lo que Él les diga”. 26 Cfr. FIDEL GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, EDUARDO CHÁVEZ SÁNCHEZ Y JOSÉ LUIS GUERRERO ROSADO, El encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego, Ed. Porrúa, México 1999, 42002, 604 pp. 27 Cfr. CONGREGATIO PRO CAUSIS SANCTORUM, 184, Mexicana Canonizationis Servi Dei Ionnis Didaci Cuauhtlatoatzin Viri Laici (1474-1548), Positio super famae santictatis virtutibus, et cultu ab immemorabili praestito ex officio concinata, Romae 1989, Doc. IX. Una biografía de Juan Diego la publiqué en México: Cfr. EDUARDO CHÁVEZ SÁNCHEZ, Juan Diego. Una vida de Santidad que marcó la historia, Ed. Porrúa, México 2002, 228 pp. Este momento importante lo recuerda el Papa Juan Pablo II en su libro: JUAN PABLO II, ¡Levantaos! ¡Vamos!, traducción Pedro Antonio Urbina Torella, Ed. Plaza Janés, México 2004, p. 60. 28 Cfr. JOSÉ CASTILLO Y PIÑA, Tonantzin Nuestra Madrecita la Virgen de Guadalupe, Imp. Manuel L. Sánchez, México 1945, 274 pp. También MIGUEL LEÓN-PORTILLA, Tonantzin Guadalupe. Pensamiento náhuatl y mensaje cristiano en el “Nican Mopohua”, Eds. Colegio Nacional y FCE, México 2000, 202 pp. 11
  • 12. Esta es una maravillosa historia de donde surge la evangelización no sólo para México, ni para el Continente Americano, sino para el mundo entero, bajo la dirección y cauce de la Iglesia Católica. Juan Diego, vidente en las Apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe, pertenecía a la etnia indígena de los chichimecas de mentalidad tolteca, nació en torno al año 1474, en Cuauhtitlán, en el barrio de Tlayácac, región que pertenecía al reino de Texcoco; su nombre indígena era Cuauhtlatoatzin29 que quiere decir “Águila que habla”; este indio humilde fue bautizado junto con su esposa, María Lucía, en torno a 1524,30 por los primeros franciscanos; ambos se habían trasladado a vivir con el anciano tío de Juan Diego de nombre Juan Bernardino; en 1529, Juan Diego quedó viudo al morir su amada mujer. En el tiempo de las Apariciones, Juan Diego era un hombre maduro, como de unos 57 años de edad. Juan Diego era profundamente piadoso, acudía todos los sábados y domingos a Tlatelolco, un barrio de la Ciudad de México, donde aún no había convento, pero sí una llamada “doctrina”, donde se celebraba la Santa Misa y se conocían “las cosas de Dios que les enseñaban sus amados sacerdotes”; para esto, tenía que salir muy temprano del pueblo de Tulpetlac, que era donde en ese momento vivía, y caminar hacía el sur, bordear el cerro del Tepeyac y más adelante llegar a Tlatelolco. El sábado 9 de diciembre de 1531, cuando el humilde indio llegó a las faldas del cerro llamado Tepeyac, de pronto escuchó cantos preciosos, armoniosos y dulces que venían de lo alto del cerro, le pareció que eran coros de distintas aves que se respondían unos a otros en un concierto de extraordinaria belleza, observó una nube blanca y resplandeciente, y que se alcanzaba a distinguir un maravilloso arco iris de diversos colores. El indio quedó absorto y fuera de sí por el asombro y “se dijo ¿Por ventura soy digno, soy merecedor de lo que oigo? ¿Quizá nomás lo estoy soñando? ¿Quizá solamente lo veo como entre sueños? ¿Dónde estoy? ¿Dónde me veo? ¿Acaso allá donde dejaron dicho los antiguos nuestros antepasados, nuestros abuelos: en la tierra de las flores, en la tierra del maíz, de nuestra carne, de nuestro sustento, acaso en la tierra celestial? Hacia allá estaba viendo, arriba del cerrillo, del lado de donde sale el sol, de donde procedía el precioso canto celestial.”31 Desde este primer momento se observa una maravillosa inculturación ya que el cielo indígena es el mismo del cristiano; lo que los frailes no podían aceptar, pues para ellos toda la religiosidad indígena venía del error o de Satanás, para María era algo verdadero; aquí la concepción del cielo indígena es el preludio y anuncio del encuentro de la Madre de Dios con el indígena, una perfecta inculturación; ya que María toma lo positivo de la cultura religiosa indígena y de la española, las une las armoniza y las hace plenas, en otras palabras: sana y salva, pues las lleva a Jesucristo. Estando en este arrobamiento, de pronto, cesó el canto, y oyó que una voz como de mujer, dulce y delicada, le llamaba por su nombre, precisamente de arriba del cerrillo, le decía: «Juanito, Juan Dieguito». 29 Cfr. CARLOS DE SIGÜENZA Y GÓNGORA, Piedad Heroica de D. Fernando Cortés, Talleres de la Librería Religiosa, segunda edición de “La Semana Católica”, México 1898, p. 31. 30 «Testimonio del P. Luis Berrera Tanco», en Informaciones Jurídicas de 1666, Traslado original del 14 de abril de 1666, AHBG, Ramo Historia, f. 158r; publicado el facsímile del Traslado Original en EDUARDO CHÁVEZ SÁNCHEZ, La Virgen de Guadalupe y Juan Diego en las Informaciones Jurídicas de 1666, Eds. BG, Imp. Ángel Servín, México 2002: “y habiéndose Bautizado [Juan Diego] en el año de mil y quinientos veinte y cuatro, que fue cuando vinieron los religiosos del Señor San Francisco (de cuya feligresía era) es constante haberse Bautizado de cuarenta y ocho años de edad.” 31 ANTONIO VALERIANO, Nican Mopohua, vv. 9-11. 12
  • 13. Llegando a la cima, encontró a una hermosa Doncella que estaba ahí de pie, envuelta en un vestido reverberante como el sol. En este encuentro, el cual es narrado de una manera maravillosa en el llamado Nican Mopohua, ya se comprueba la madurez cristiana que tenía Juan Diego, pues antes de que Ella se presente, él la reconoce como Madre de Dios al decirle que va “a su casita de México Tlaltilolco a seguir las cosas divinas” que imparten “la imágenes de Nuestro Señor”,32 o sea los sacerdotes españoles. A su vez, Ella se presenta como Madre de Dios en forma inconfundiblemente clara para cualquier indio mexicano, pues no sólo dice que es la “Madre del verdaderísimo Dios”, sino que repite la palabra “Dios” en náhuatl y en castellano: “Téotl Dios” y cita cuatro nombres inconfundibles para ellos: Ipalnemohuani = “Aquel por Quien se vive”, Tloque Nahuaque = “Dueño del cerca y del junto”, Teyocoyani = “Creador de las personas” e Ilhuicahua Tlaltipaque = “Señor del Cielo y de la Tierra”.33 María se presenta de una manera clara y sencilla, nítida y transparente, con naturalidad y sencillez para los desconfiados españoles y para los desconcertados indígenas. La voluntad de la Inmaculada Virgen María de Guadalupe era el que se levantara un templo en aquel lugar para dar todo su amor a todo ser humano, por lo que le pide que sea su mensajero para llevar su voluntad al obispo. Juan Diego se dirigió al Obispo, fray Juan de Zumárraga, y después de una larga y paciente espera, el indio mensajero le comunicó todo lo que había admirado, contemplado y escuchado, y le dijo puntualmente el mensaje de la Señora del Cielo, la Madre de Dios, que le había enviado y cual era su voluntad que se le erija un templo para, desde ahí, dar todo su amor. El Obispo escuchó al indio incrédulo de sus palabras, y reflexionando sobre este extraño mensaje. ¿Cómo podía atender las palabras dichas en náhuatl, un indígena recién convertido, que supuestamente le estaba hablando la Virgen y que le pedía que construyera un templo, en nada menos, que en el Tepeyac, donde había estado un antiguo templo pagano dedicado a la Cuatlique Tonantzin: “La Madre de todos los dioses”? Juan Diego regresó al cerrillo ante la Señora del Cielo, y le expuso cómo había sido su encuentro con el jefe de la Iglesia en México. Juan Diego entendió que el Obispo pensaba que le mentía o que fantaseaba, y con toda humildad le dijo a la Señora del Cielo que mejor enviara a algún noble o alguna persona importante ya que él era un hombre de campo, un simple cargador, una persona común sin importancia, y con toda sencillez le dijo: «Virgencita mía, Hija mía menor, Señora, Niña; por favor dispénsame: afligiré con pena tu rostro, tu corazón; iré a caer en tu enojo, en tu disgusto, Señora Dueña mía».”34 La Reina del Cielo escuchó con ternura y bondad, y con firmeza le respondió al indio: “«Escucha, el más pequeño de mis hijos, ten por cierto que no son escasos mis servidores, mis mensajeros, a quien encargue que lleven mi aliento, mi palabra, para que efectúen mi voluntad; pero es necesario que tú, personalmente, vayas, ruegues, que por tu intercesión se realice, se lleve a efecto mi querer, mi voluntad. Y mucho te ruego, hijo mío el menor, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al Obispo. Y de mi parte hazle saber, hazle oír mi querer, mi voluntad, para que realice, haga mi templo que le pido. Y bien, de nuevo dile de qué modo yo, personalmente, la siempre Virgen Santa María, yo, que soy la Madre de Dios, te mando».”35 Así que al día siguiente regresó ante el Obispo para nuevamente darle el mensaje de la Virgen; pero el Obispo pidió una señal que confirme su mensaje. Juan Diego al regresar abatido a 32 ANTONIO VALERIANO, Nican Mopohua, v. 24. 33 ANTONIO VALERIANO, Nican Mopohua, v. 26. 34 ANTONIO VALERIANO, Nican Mopohua, vv. 55-56. 35 ANTONIO VALERIANO, Nican Mopohua, vv. 58-62. 13
  • 14. su casa se encuentra con que su tío se encuentra gravemente enfermo y ante la inminente muerte le pide a su sobrino que vaya a la Ciudad de México buscar un sacerdote para que le diera los últimos auxilios, así que el martes 12 de diciembre, muy de mañana Juan Diego corrió hacia el convento de los franciscanos en Tlatelolco, pero al acercarse al lugar donde se había encontrado con la hermosa Doncella, reflexionó con candidez, que era mejor desviar sus pasos por otro camino, rodeando el cerro del Tepeyac por la parte Oriente y, de esta manera, no entretenerse con Ella y poder llegar lo más pronto posible al convento de Tlatelolco, pensando que más tarde podría regresar ante la Señora del Cielo para cumplir con llevar la señal al Obispo. Pero María Santísima salió al encuentro de Juan Diego y le dijo: “«¿Qué pasa, el más pequeño de mis hijos? ¿A dónde vas, a dónde te diriges?»”.36 El indio quedó sorprendido, confuso, temeroso y avergonzado, y le comunicó con turbación la pena que llevaba en el corazón: su tío estaba a punto de morir y tenía que ir por un sacerdote para que lo auxiliara. María Santísima escuchó la disculpa del indio con apacible semblante; comprendía, perfectamente, el momento de gran angustia, tristeza y preocupación que vivía Juan Diego; y es precisamente en este momento en donde la Madre de Dios le dirige unas de las más bellas palabras, las cuales penetraron hasta lo más profundo de su ser: “«Escucha, ponlo en tu corazón, Hijo mío el menor, que no es nada lo que te espantó, lo que te afligió; que no se perturbe tu rostro, tu corazón; no temas esta enfermedad ni ninguna otra enfermedad, ni cosa punzante aflictiva. ¿No estoy aquí yo, que tengo el honor y la dicha de ser tu madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa?»”37 Y la Señora del Cielo le aseguró: “«Que ninguna otra cosa te aflija, te perturbe; que no te apriete con pena la enfermedad de tu tío, porque de ella no morirá por ahora. Ten por cierto que ya está bueno».”38 Y efectivamente, en ese preciso momento, María Santísima se encontró con el tío Juan Bernardino dándole la salud, de esto se enteraría más tarde Juan Diego. Juan Diego tuvo fe total en lo que le aseguraba María Santísima, la Reina del Cielo, así que consolado y decidido le suplicó inmediatamente que lo mandara a ver al Obispo, para llevarle la señal de comprobación, para que creyera en su mensaje. La Virgen Santísima le mandó que subiera a la cumbre del cerrillo, en donde antes se habían encontrado; y le dijo: “«Allí verás que hay variadas flores: córtalas, reúnelas, ponlas todas juntas: luego baja aquí; tráelas aquí, a mi presencia».”39 Juan Diego inmediatamente subió al cerrillo, no obstante que sabía que en aquel lugar no habían flores, ya que era un lugar árido y lleno de peñascos, y sólo había abrojos, nopales, mezquites y espinos; además, estaba haciendo tanto frío que helaba; pero cuando llegó a la cumbre, quedó admirado ante lo que tenía delante de él, un precioso vergel de hermosas flores variadas, frescas, llenas de rocío y difundiendo un olor suavísimo; y comenzó a cortar cuantas flores pudo abarcar en el regazo de su tilma. Inmediatamente bajó el cerro llevando su hermosa carga ante la Señora del Cielo. María Santísima tomó en sus manos las flores colocándolas nuevamente en el hueco de la tilma de Juan Diego y le dijo: “«Mi hijito menor, estas diversas flores son la prueba, la señal que 36 ANTONIO VALERIANO, Nican Mopohua, v. 107. 37 ANTONIO VALERIANO, Nican Mopohua, vv. 118-119. 38 ANTONIO VALERIANO, Nican Mopohua, v. 120. 39 ANTONIO VALERIANO, Nican Mopohua, v. 126. 14
  • 15. llevarás al Obispo; de mi parte le dirás que vea en ellas mi deseo, y que por ello realice mi querer, mi voluntad; y tú ..., tú que eres mi mensajero... en ti absolutamente se deposita la confianza.”40 Dicho esto, la Virgen María despidió a Juan Diego. Quedó el indio tranquilo en su corazón, muy alegre y contento con la señal, porque entendió que tendría éxito y surtiría efecto su embajada, y cargando con gran tiento las rosas sin soltar alguna, las iba mirando de rato en rato, gustando de su fragancia y hermosura. Juan Diego llegó a la casa del Obispo, y suplicó al portero y a los demás servidores que le dijeran al Obispo que deseaba verlo; pero ninguno quiso; fingían que no entendían, quizá porque todavía estaba oscuro, o porque ya lo conocían, o porque pensaban nomás los molestaba y los importunaba. Juan Diego esperó por un larguísimo tiempo; y cuando los sirvientes vieron que el indio todavía seguía ahí, sin hacer nada, esperando que lo llamaran, y observando también que algo cargaba en su tilma, se acercaron para ver que traía. Juan Diego no pudo ocultarles lo que llevaba, pues podrían empujarlo y hasta maltratar las flores, así que abriendo un poquito la tilma, se dieron cuenta que eran preciosas flores que despedían un perfume maravilloso. Y quisieron agarrar unas cuantas, tres veces lo intentaron, pero no pudieron, porque cuando hacían el intento ya no podían ver las flores, sino que las veían como si estuvieran pintadas, o bordadas, o cosidas en la tilma. Inmediatamente lo llevaron delante del Obispo, y en cuanto lo oyó, comprendió que Juan Diego portaba la prueba para convencerlo, para poner en obra lo que solicitaba la Virgen por medio del humilde indio. Y en ese momento, Juan Diego entregó la señal de María Santísima extendiendo su tilma, cayendo en el suelo las preciosas flores; y se vio en ella, admirablemente pintada, la Imagen de María Santísima, como se ve el día de hoy, y se conserva en su sagrada casa. El Obispo Zumárraga, junto con su familia y la servidumbre que estaba en su entorno, sintieron una gran emoción, no podían creer lo que sus ojos contemplaban, una hermosísima Imagen de la Virgen, la Madre de Dios, la Señora del Cielo. La veneraron como cosa celestial. El Obispo “con llanto, con tristeza, le rogó, le pidió perdón por no haber realizado su voluntad, su venerable aliento, su venerable palabra.”41 Cuando el Obispo se puso de pie, desató del cuello de Juan Diego la tilma en la que se apareció la Reina Celestial. Posteriormente, la colocó en su oratorio. Juan Diego pasó un día en la casa del Obispo; y, al día siguiente, éste le dijo: «Anda, vamos a que muestres dónde es la voluntad de la Reina del Cielo que le erijan su templo»”.42 Juan Diego le mostró los sitios en que había visto y hablado las cuatro veces con la Madre de Dios y pidió permiso para ir a ver a su tío Juan Bernardino, a quien había dejado gravemente enfermo; el Obispo pidió a algunos de su familia que acompañaran a Juan Diego, y les ordenó que si hallasen sano al enfermo, lo llevasen a su presencia. Al llegar al pueblo de Tulpetlac vieron que el tío, Juan Bernardino, estaba totalmente sano, nada le dolía; y él, por su parte, estaba admirado de la forma en que su sobrino era acompañado y muy honrado por los españoles enviados por el Obispo. Juan Diego le contó a su tío cómo había sucedido su encuentro con la Señora del Cielo, cómo lo había enviado a ver al Obispo con la señal prometida para que se le edificara un templo en el Tepeyac y, finalmente, como le había asegurado que él estaba ya sano. Inmediatamente, Juan Bernardino confirmó esto, que en ese preciso momento a él también se le había aparecido la Virgen, exactamente en la 40 ANTONIO VALERIANO, Nican Mopohua, v. 137-139. 41 ANTONIO VALERIANO, Nican Mopohua, v. 187. 42 ANTONIO VALERIANO, Nican Mopohua, p. 62. 15
  • 16. misma forma como la describía su sobrino; y que también a él lo había enviado a México a ver al Obispo; y que le testificara lo que había visto y le platicara la manera maravillosa de cómo lo había sanado, “y que bien así la llamaría, bien así se nombraría: LA PERFECTA VIRGEN SANTA MARÍA DE GUADALUPE, su Amada Imagen.”43 Desde ese momento Juan Diego proclamó el milagro y el mensaje de Nuestra Señora de Guadalupe, un mensaje y una imagen que proclamaba la unidad, la armonía el inicio de una nueva vida. Todos contemplaron con asombro la Sagrada Imagen en la pobre tilma de Juan Diego, señal que ahora le pertenecía al Obispo, a la cabeza de la Iglesia. “Y absolutamente toda esta ciudad, sin faltar nadie, se estremeció cuando vino a ver, a admirar su preciosa Imagen. Venían a reconocer su carácter divino. Venían a presentarle sus plegarias. Mucho admiraron en qué milagrosa manera se había aparecido puesto que absolutamente ningún hombre de la tierra pintó su amada Imagen.”44 Se inicia una gran conversión tantos de indígenas como de españoles, impresionantes peregrinaciones ante la Virgen Morena Inmediatamente, el mensaje y la imagen de Santa María de Guadalupe fueron captados y entendidos de tal manera que se verificó una impresionante conversión en masa tanto de los indígenas como de los españoles; de tal forma que son los mismos misioneros quienes quedaron desconcertados ante estas conversiones y fueron estimulados a cumplir con su labor como instrumentos sacramentales de esta apoteótica conversión. Ciertamente, un signo concreto, claro y objetivo de la importancia del Acontecimiento Guadalupano fue la conversión de los indígenas, que a partir de este momento se cuentan por millares. Y esto se constata por medio de las fuentes históricas; por ejemplo: fray Toribio Motolinia, además de indicarnos que la gran labor de los franciscanos había dado como resultado cierta cantidad de bautizos a indígenas, no pudo negar que en los primeros años los indios permanecían reacios a convertirse al catolicismo: “Anduvieron –declaraba el misionero– los mexicanos cinco años muy fríos”.45 Además, era consciente de la insignificancia de sus recursos ante la enormidad del trabajo, sus terribles problemas y la inseguridad de que fueran sinceras las 43 ANTONIO VALERIANO, Nican Mopohua, v. 208. 44 ANTONIO VALERIANO, Nican Mopohua, vv. 214-218. 45 FRAY TORIBIO MOTOLINIA, Historia de los Indios, p. 78. 16
  • 17. conversiones;46 el temor de que la piedad india fuera idolatría larvada subsistió durante largo tiempo en todos los misioneros y llegó a ser para algunos, como fray Diego de Durán, una obsesión.47 Sin embargo, después de esos primeros años, Motolinia nos da noticia de las grandes cantidades de indígenas que pedían el bautismo, y que en aquel momento, inexplicablemente, se contaban por miles, como se lo había informado un confraterno, decía: “fray Juan de Perpiñán y fray Francisco de Valencia, los que cada uno de estos bautizó pasaron de cien mil; de los sesenta que al presente son en este año de 1536”;48 Motolinia siguió haciendo cuentas de los miles y miles que se habían bautizado y llegó a la conclusión que en total en ese año de 1536: “serán – decía– hasta hoy día bautizados cerca de cinco millones”49 Por su parte fray Juan de Torquemada en su obra Monarquía Indiana nos informa que “se bautizaban tantos mil en un día.”50 Los mismos frailes estaban sorprendidos de esta conversión masiva, otro misionero e historiador, fray Gerónimo de Mendieta señalaba: “Al principio comenzaron a ir de doscientos en doscientos, y de trescientos en trescientos, y siempre fueron creciendo y multiplicándose, hasta venir a millares; unos de dos jornadas, otros de tres, otros de cuatro, y de más lejos; cosa a los que lo veían de mucha admiración. Acudían chicos y grandes, viejos y viejas, sanos y enfermos. Los bautizados viejos traían a sus hijos para que se los bautizasen, y los mozos bautizados a sus padres; el marido a la mujer, y la mujer al marido.”51 Los indios se quedaban en los monasterios aprendiendo la doctrina, daban mil vueltas a las oraciones para aprenderlas de memoria en latín. “Y al tiempo que los bautizaban, muchos recibían aquel sacramento con lágrimas ¿Quién podía atreverse a decir que estos venían sin fe, pues de tan lejos tierras venían con tanto trabajo, no los compeliendo nadie, a buscar el sacramento del bautismo?”52 Algunos indígenas, como decía Mendieta, hacían grandes esfuerzos para llegar al monasterio en donde les pudieran administrar el sacramento del bautismo; por ejemplo, para llegar al monasterio de Guacachula, los indígenas debían atravesar sierras y barrancos, casi sin comida. Esta afluencia de indígenas no se dio como un fenómeno pasajero, ya que continuaron llegando de lejanas tierras y con todas estas dificultades durante meses; continuaba Mendieta: “afirma un religioso siervo de Dios, que pasó por allí huésped, que en cinco días que allí estuvo bautizaron él y otro sacerdote por cuenta catorce mil y doscientos y tantos. Y aunque el trabajo no era poco (porque a todos ponía óleo y crisma), dice que sentía en lo interior un no sé qué de 46 De hecho, algunos frailes misioneros, como Sahagún y Durán, se dieron a la tarea de investigar, de manera meticulosa, la cultura india, para poder combatir mejor cualquier idolatría, que pudiera perjudicar a sus recién convertida grey: “El médico no puede acertadamente aplicar las medicinas al enfermo sin que primero conozca qué humor o de qué causas procede la enfermedad [...] para predicar contra estas cosas, y aun para saber si las hay, menester es saber cómo las usaban.” FRAY BERNARDINO DE SAHAGÚN, Historia General, p. 17. Esta fue la actitud general. Sin embargo, ciertamente hubo casos de excepción como Fray Jacobo de Testera, quien escribió: “a nosotros los religiosos, cuando entramos en esta tierra, no nos espantó ni desconfió su idolatría, mas habiendo compasión de su ceguedad, tuvimos muy gran confianza que todo aquello y mucho más harían en servicio de nuestro Dios, cuando lo conociesen”. Carta de fray Jacobo de Testera. Huejotzingo, el 6 de mayo de 1533, en Cartas de Indias, Madrid, 1877, p. 66. 47 Cfr. FRAY DIEGO DURÁN, Historia de las Indias de Nueva España e Islas de Tierra Firme, terminada en 1591, Ed. Porrúa (= Col. Biblioteca Porrúa Nos. 36 y 37), México 1967. 48 FRAY TORIBIO MOTOLINIA, Historia de los Indios, p. 85. 49 FRAY TORIBIO MOTOLINIA, Historia de los Indios, p. 85. 50 FRAY JUAN DE TORQUEMADA, Monarquía Indiana, Ed. Porrúa (= Col. Biblioteca Porrúa No 43), introducción de MIGUEL LEÓN-PORTILLA, México 51986, T. III, p. 140. 51 FRAY GERÓNIMO DE MENDIETA, Historia Eclesiástica, p. 276. 52 FRAY GERÓNIMO DE MENDIETA, Historia Eclesiástica, p. 276. 17
  • 18. contento en bautizar aquellos más que a otros; porque su devoción y fervor de aquellos ponía al ministro espíritu y fuerzas para los consolar a todos, y para que ninguno se les fuese desconsolado. Y cierto fue cosa de notar y maravillar, ver el ferviente deseo que estos nuevos convertidos traían al bautismo, que no se leen cosas mayores en la primitiva Iglesia. Y no sabe hombre de qué se maravillar más, o de ver así venir a esta nueva gente, o de ver cómo Dios los traía. Aunque mejor diremos, que de ver cómo Dios los traía y recibía al gremio de su santa Iglesia. Después de bautizados, era cosa notable verlos ir tan consolados, regocijados y gozosos con sus hijuelos a cuestas, que parecía no caber en sí de placer.”53 Cuando esta conversión adquirió dimensión masiva, se reflexionó sobre la mejor manera de administrar el bautismo y se buscó una guía segura escribiendo al Papa para conocer las soluciones que se pudieran dar a este caso, y mientras llegaban las disposiciones de Roma, los frailes tuvieron que suspender momentáneamente los bautismos en gran masa; esto propició que los frailes vieran testimonios que les partían el corazón, la gente estaba ansiosa de tener el sacramento, con actitudes que conmovían y sorprendían a los misioneros, por ejemplo, el mismo Mendieta nos informa sobre estos indígenas a quienes no les importaban distancias, temporales, hambres, etc. con tal de tener el bautismo; y que, por supuesto, no les importaba esperar todo el tiempo que fuera necesario hasta conseguir su objetivo. Tanto en el convento de Guacachula como en el de Tlaxcala, se contaron cerca de 2,000 indígenas que pacientemente esperaban en los patios, y rogaban a cuanto misionero veían para que los bautizaran. Los misioneros fueron testigos de que, cuando se les despedía sin darles el sacramento, los indios volvían a sus casas, “llorando y quejándose, y diciendo mil lástimas, que eran para quebrar los corazones, aunque fueran de piedra.”54 Y lo mismo dígase de los indígenas que trataban de confesarse: “Acaecía –decía Mendieta– por los caminos, montes y despoblados, seguir a los religiosos mil y dos mil indios y indias, sólo para confesarse, dejando desamparadas sus casas y hacienda; y muchas de ellas mujeres preñadas, y tanto que algunas parían por los caminos, y casi todas cargadas con sus hijos a cuestas. Otros viejos y viejas que apenas se podían tener en pie con sus báculos, y hasta ciegos, se hacían llevar de quince y veinte leguas a buscar confesor. De los sanos muchos venían de treinta leguas, y otros acaecía andar de monasterio en monasterio más de ochenta leguas buscando quien confesase. Porque como en cada parte había tanto que hacer, no hallaban entrada. Muchos de ellos llevaban sus mujeres e hijos y su comidilla, como si fueran de propósito a morar a otra parte. Y acaecía estarse un mes y dos meses esperando confesor, o lugar para confesarse.”55 Uno de los sacramentos que más dificultades había presentado para la aceptación indígena era el Matrimonio, ya que el dejar a sus mujeres y tener sólo una, no era cosa fácil, en un esquema de familia que incluso en algunos lugares de México rige todavía. Los indígenas, pueblo entregado a la guerra y a los sacrificios humanos como parte de la armonía del cosmos, no podían imaginar el no tener muchos hijos, integrantes fundamentales de esta armonía sagrada. Por lo que, si bien ya era de sorprender la conversión en masa que se dio poco después del gran Acontecimiento Guadalupano, y sabiendo los misioneros la resistencia que ofrecían los indios al sacramento del matrimonio con una sola mujer; resulta aun más admirable que, precisamente después del Acontecimiento Guadalupano, éstos llegaran a pedir con gran fervor el matrimonio cristiano. 53 FRAY GERÓNIMO DE MENDIETA, Historia Eclesiástica, p. 277. 54 FRAY GERÓNIMO DE MENDIETA, Historia Eclesiástica, p. 278. 55 FRAY GERÓNIMO DE MENDIETA, Historia Eclesiástica, pp. 282-283. 18
  • 19. Fray Toribio Motolinia nos informa sobre este proceso de cambio. Después de muchos esfuerzos y fatigas, el primer matrimonio cristiano tuvo lugar el 14 de octubre de 1526, cuando se casaron ocho parejas, entre los que se encontraba don Hernando, hermano del señor de Texcoco; Motolinia alude a este primer matrimonio en la tierra del Anáhuac, señalando esta fecha como punto de referencia debido a que los matrimonios eran muy escasos, y nos informa también la razón de esto: “los señores tenían las más mujeres, no las querían dejar, ni ellos [los frailes misioneros] se las podían quitar, ni bastaba ruegos, ni sermones, ni otra cosa que con ellos se hiciese, para que dejadas todas se casasen con una sola en faz de la Iglesia; y respondían que también los españoles tenían muchas mujeres, y si les decíamos que las tenían para su servicio, decían que ellos también la tenían para lo mismo; y así aunque estos indios tenían muchas mujeres con quien según su costumbre eran casados, también las tenían por manera de granjería, porque las hacían a todas tejer y hacer mantas y otros oficios.”56 Pero, en 1536 Motolinia comprueba y es testigo de que después de 1531 las cosas cambiaron radicalmente, continuaba: “ha placido a Nuestro Señor que de su voluntad de cinco a seis años a esta parte comenzaron algunos a dejar la muchedumbre de mujeres que tenían y a contentarse con una sola, casándose con ella como lo manda la Iglesia; y con los mozos que de nuevo se casan son ya tantos, que hinchan las iglesias, porque hay días de desposar cien pares; y días de doscientos y de trescientos y días de quinientos.”57 Por su parte Mendieta decía: “Y era mucho de ponderar la fe de los indios, que les acaecía a muchos haber dejado las mujeres legítimas, porque no les tenían amor, y andar revueltos con las mancebas a quienes estaban aficionados, y tener en ellas tres o cuatro hijos, y por cumplir lo que se les mandaba, dejaban éstas en quien tenían puesta su afición, e iban a buscar las otras, quince y veinte leguas, porque no les negasen el bautismo.”58 Los mismos misioneros estaban desconcertados de este radical cambio, de tantas y tantas sorpresivas conversiones; y trataban de razonar este fenómeno diciendo que, en parte, había sido resultado de su predicación y testimonio; como hemos dicho, no cabe duda que esto ciertamente influyó en las conversiones iniciales; sin embargo, la masiva conversión dejaba a los seráficos misioneros con admiración y con expresiones de asombro, como decía Mendieta: “fue cosa de notar y maravillar”, “de mucha admiración”. El documento histórico llamado Nican Motecpana también corrobora y confirma este cambio desde el corazón indígena, que se manifestó en la aceptación de la fe; a su modo y en estilo por esta importante fuente se nos dice que los indios: “sumidos en profundas tinieblas, todavía aman y servían a falsos diosecillos, obras manuales e imágenes de nuestro enemigo el demonio, aunque ya había llegado a sus oídos la fe, desde que oyeron que se apareció la Santa Madre de Nuestro Señor Jesucristo, y desde que vieron y admiraron su perfectísima imagen, que no tiene arte humano; con lo cual abrieron mucho los ojos, cual si de repente hubiera amanecido para ellos.”59 Fue tal la conversión, que muchos de ellos tiraron, con sus propias manos, los antiguos ídolos: “Y luego (según los viejos dejaron pintado) algunos nobles, lo mismo que sus criados plebeyos, de buena voluntad echaron fuera de sus casas, arrojaron y esparcieron las 56 FRAY TORIBIO MOTOLINIA, Historia de los Indios, p. 98. 57 FRAY TORIBIO MOTOLINIA, Historia de los Indios, p. 98. 58 FRAY GERÓNIMO DE MENDIETA, Historia Eclesiástica, p. 300. 59 FERNANDO DE ALVA IXTLILXÓCHITL, Nican Motecpana, p. 307. 19
  • 20. imágenes del demonio y empezaron a creer y venerar Nuestro Señor Jesucristo y su preciosa Madre.”60 El Acontecimiento Guadalupano no sólo convierte a los indígenas sino a los mismos españoles; uno de los ejemplos más explícitos de esto son los variados testimonios de los testigos en la llamada Información de 1556; donde explícitamente se hace referencia a grandes peregrinaciones de españoles a la ermita del Tepeyac, de milagros, de conversiones y del gran amor a Santa María de Guadalupe logrando grandes conversiones no sólo de los indígenas sino también de españoles.61 Dice el testimonio de Juan de Salazar que “la gran devoción que toda esta ciudad ha tomado a esta bendita Imagen, y los indios también, y cómo van descalzas señoras principales y muy regaladas, y a pie con sus bordones en las manos, a visitar y encomendar a nuestra Señora y de estos los naturales han recibido grande ejemplo y siguen lo mismo [...] muchas señoras de este pueblo y doncellas, así de calidad como de edad, iban descalzas y con sus bordones en las manos a la dicha ermita de nuestra Señora y que así este testigo lo ha visto, porque ha ido muchas veces a la dicha ermita, de que este testigo no poco se ha maravillado, por haber visto muchas viejas y doncellas ir a pie con sus bordones en las manos, en mucha cantidad a visitar la dicha Imagen”.62 Y añade este mismo testigo que incluso llegó a tal punto la devoción que “ya no se platica otra cosa en la tierra, si no es ¿dónde queréis que vayamos? vamos a nuestra Señora de Guadalupe”.63 Otro testigo, el bachiller Francisco de Salazar juraba: “no solamente las personas que sin detrimento de su salud y sin vejación de su cuerpo pueden, van a pie; pero mujeres y hombres de edades mayores y enfermos, con esta devoción van a la dicha ermita”.64 En su testimonio, Juan de Masseguer nos dice: “Que todo el pueblo a una tiene gran devoción en la dicha Imagen de Nuestra Señora de todo género de gente, nobles ciudadanos e indios”.65 Mientras que Alvar Gómez testificó: “que es verdad que ha ido allá una vez, y que topó muchas señoras de calidad que iban a pie, y otras personas, hombres y mujeres de toda suerte, a la ida y a la venida, y que allá vio dar limosnas hartas, y que a su parecer que era con gran devoción, y que no vio cosa que le pareciese mal, sino para provocar a devoción de Nuestra Señora, y que a este testigo, viendo a los otros con tanta devoción, le provocaron más; y que le parece que es cosa que se debe favorecer y llevar adelante, especial que en esta tierra no hay otra devoción señalada, donde la gente haya tomado tanta devoción, y que con esta Santa devoción se estorban muchos de ir a las huertas, como era costumbre en esta tierra, y ahora se van allí donde no hay aparejos de huertas ni otros regalos ningunos, mas de estar delante de Nuestra Señora en contemplación y en devoción”.66 En palabras sencillas, el culto a la Virgen de Guadalupe se manifiesta como una verdadera evangelización;67 los misioneros observaron que con el mensaje y la imagen de Nuestra Señora 60 FERNANDO DE ALVA IXTLILXÓCHITL, Nican Motecpana, p. 307. 61 Cfr. Información de 1556 ordenada realizar por Alonso de Montúfar, arzobispo de México, en ERNESTO DE LA TORRE VILLAR Y RAMIRO NAVARRO DE ANDA, Testimonios Históricos Guadalupanos, Ed. FCE, México 1982. 62 «Testimonio de Juan de Salazar», en Información de 1556, p. 51. 63 «Testimonio de Juan de Salazar», en Información de 1556, p. 53. 64 «Testimonio de Francisco de Salazar», en Información de 1556, p. 59. 65 «Testimonio de Juan de Masseguer», en Información de 1556, p. 71. 66 «Testimonio de Alvar Gómez de León», en Información de 1556, p. 67. 67 Cfr. MARIANO CUEVAS, El culto Guadalupano del Tepeyac. Sus orígenes y sus críticos en el siglo XVI, Apéndice: La información de 1556 sobre el sermón del provincial franciscano Bustamante, Ed. Centro de Estudios Fray Bernardino de Sahagún, México 1978. 20
  • 21. de Guadalupe la esencia del Evangelio era entendido y movía de tal forma las almas que la conversión hacia Jesucristo era una manifestación patente de ello. Ciertamente es sorprender este cambio, que tuvo su origen en las profundidades del corazón y esta nueva actitud que revela una luz de esperanza, la cual permitió que se llevara a cabo la evangelización de un pueblo que estaba como tierra bien preparada para recibir el mensaje de la Salvación. De hecho, se inicia una devoción que nadie podrá detener, y que aun más se fue profundizando y extendiendo durante los diversos periodos históricos que tuvieron lugar en México. El Santuario de la Reina del Cielo, de la Niña Morena, es uno de los más visitados del mundo; miles y miles de personas caminan en peregrinación, desgranando rosarios, alzando cánticos de alabanza, oraciones de petición y súplica, de agradecimiento y reconocimiento. Modelo de Evangelización perfectamente inculturada Cuando se habla de “cultura” es importante la descripción que el cardenal Paul Poupard expresó: la cultura es “la manera peculiar en que los hombres, en un determinado pueblo, cultivan su relación con la naturaleza, consigo mismos y con Dios, a fin de alcanzar un nivel verdadera y plenamente humano”.68 La Conferencia del Episcopado Latinoamericano (CELAM) expresó en el Documento de Puebla de una manera elocuente lo que es la “inculturación” y que es lo que prácticamente el Acontecimiento Guadalupano marca la pauta, así lo expresan los obispos latinoamericanos: “En efecto, la fe transmitida por la Iglesia es vivida a partir de una cultura presupuesta, esto es, por creyentes «vinculados profundamente a una cultura y la construcción del Reino no puede por menos de tomar los elementos de la cultura y de las culturas humanas». Por otra parte permanece válido, en el orden pastoral, el principio de encarnación formulado por san Ireneo: «Lo que no es asumido no es redimido». El principio general de encarnación se concreta en diversos criterios particulares: Las culturas no son terreno vacío, carente de auténticos valores. La Evangelización de la Iglesia no es un proceso de destrucción, sino de consolidación y de fortalecimiento de dichos valores; una contribución al crecimiento de los «gérmenes del Verbo» presentes en las culturas. Todo esto implica que la Iglesia –obviamente la Iglesia particular–, se esmere en adaptarse, realizando el esfuerzo de un trasvasamiento del mensaje evangélico al lenguaje antropológico y a los símbolos de la cultura en la que se inserta. De este modo, por la evangelización, la Iglesia busca que las culturas sean renovadas, elevadas y perfeccionadas por la presencia activa del Resucitado, centro de la historia, y de su Espíritu.”69 Es decir, que quienes queramos proclamar el Evangelio a gentes diversas de nosotros mismos, debemos hacer el esfuerzo al evangelizar a los gentiles: exponer y compartir nuestra Fe a partir de los conocimientos y sentimientos de los otros, no sólo de los nuestros, obteniendo así ambos un doble enriquecimiento, pues ninguno tendría que renunciar a sus propios valores y tradiciones para adoptar los del otro, sino uno y otro adoptar, asimilar y depurar los de los dos. 68 PAUL POUPARD, «Intervención en la 7ª. Congregación General, presente el Santo Padre, el 20 de noviembre de 1997», en JAVIER GARCÍA GONZÁLEZ, Historia del Sínodo de América, Ed. Nueva Evangelización, México 1999, p. 190. 69 Documento de Puebla, Nos. 400-401; 404 y 407. 21
  • 22. Y esta inculturación ocurrió cuando menos podía esperarse, cuando nuestra patria mestiza se debatía en atroces dolores de un parto que amenazaba culminar en una destrucción total, como aconteció en otras partes, donde la población indígena quedó exterminada, pues no se veía posibilidad alguna de acuerdo entre pueblos tan diversos; cuando indios y españoles se veían con miedo y rencor, deformada su perspectiva por una total incomprensión mutua, ya que las culturas de ambos eran humanamente incompatibles. Los españoles estaban convencidos que se enfrentaban con Satanás en persona, de modo que toda tolerancia equivaldría a una clara traición a Dios, y los indios estaban convencidos que su ineludible deber esa ser fieles a su raíz, a lo que siempre habían sido y, en especial, la versión del Evangelio que los misioneros les presentaban les resultaba insultante e inaceptable, Dios, a través de su Madre Santísima, supo resolver ese insoluble problema, sin desautorizar a sus enviados españoles, sin reprobar los valores indios. Supo, en una palabra, confirmar la predicación de sus enviados inculturando su mensaje a la mente india. Y con esto no sólo obtuvo su conversión entusiastamente masiva e instantánea, sino que se aceptaran unos a otros tan efectivamente que nacimos ese pueblo nuevo, hijo y heredero de ambos: el pueblo mestizo que somos hoy México. Este anhelo, que hoy por primera vez es sincero y universal, topa sin embargo con la miseria humana, ante la que se estrellan todos los esfuerzos, y vemos abortar cuantos intentos se hacen ya no digamos para que se reconcilien, sino simplemente dejen de matarse pueblos hermanos. Y no sólo tenemos esa imagen, sino que dos pueblos, del todo diferentes, divididos por una incomprensión abismal, no sólo dejaron de masacrarse, sino que, al acoger el amor que les ofreció; Dios a través de su Madre Santísima, se aceptaron y fusionaron tan de veras que nació de ellos un pueblo heredero de las grandezas y miserias de los dos, pero genuinamente nuevo, síntesis y reconciliación de lo aparentemente irreconciliable, lo que el Santo Padre en persona definió como “un gran ejemplo de evangelización perfectamente inculturada.” Que tiene, obviamente, que continuar tocando corazones para que se realice una verdadera conversión cada día. La Cultura de la Vida forjadora de la Civilización del Amor Aunque estamos a casi cinco siglos del Acontecimiento Guadalupano, hoy se nos revela como algo maravillosamente nuevo, perfectamente adecuado a las necesidades de nuestra época que desea obtener la paz, que todos los hombres nos podamos superar en armonía, compartiendo las riquezas de nuestras culturas ancestrales. Y esto, que parece hoy imposible, ya se realizó en nuestra patria y de ahí nacimos nosotros. El Acontecimiento Guadalupano en su gran y profunda dimensión nos invita a conocerlo más y mejor, y asimismo a difundirlo, pues nos confirió la inmerecida distinción de hacernos, a través de su Madre Santísima, “sus embajadores, en quienes absolutamente depositó su confianza.”, para dar testimonio al mundo del amor de Dios. Es un hecho vivido por el pueblo, desde la fe del sencillo y del humilde; fue el pueblo simple quien comunicó por todas partes el gran Acontecimiento Guadalupano; una Devoción Popular que ha trascendido tiempo y espacio. Esto enriqueció la tradición oral. La narración del Acontecimiento Guadalupano fue transmitida por medio de la característica memoria indígena; una tradición que fue heredada de padres a hijos, de abuelos a nietos. 22
  • 23. Una de estas singulares narraciones, que se ha transmitido de generación en generación, que recoge lo esencial y lo más hermoso del Evento Guadalupano y en la que Juan Diego es llamado “uno de los nuestros” se escucha aún en Zozocolco, Veracruz, pueblecito perdido en las montañas entre Papantla y Poza Rica, a seis horas hacia la montaña. El padre Ismael Olmedo Casas, el doce de diciembre de 1995, tuvo la idea de preguntar a los fieles indígenas cual era el motivo de su celebración, antes de predicárselos él: “– ¡Buenos días, Grandes Jefes! Queremos que nos platiquen sobre la Virgen de Guadalupe. Hoy, en la fiesta de la Virgen de Guadalupe. “– ¡Señor Cura, Jefe servidor de las cosas santas, buenos días! “– Te platico lo que hemos oído a los ancianos, nuestros abuelos: Hace muchas pascuas [fiestas] de San Miguel, hace casi mil cosechas [dos por año], hace casi 500 vuelos del Palo Volador [un vuelo cada año durante una fiesta], sucedió que allá en el centro de donde nos mandaban a nosotros, que éramos servidores del Emperador Gran Señor, que vestía fina manta y hermosos plumajes, y ofrecía por el pueblo al Dios Bueno lo que la tierra producía y la sangre de sus hijos para que el orden de la vida siguiera adelante, llegaron hombres de cabello de sol, que nosotros ya sabíamos de su llegada; pero no esperábamos esos malos tratos de su parte, porque los creíamos enviados de los Ángeles, y sólo trajeron mugre, enfermedad, destrucción, muerte y mentira: Nos hablaban de un Dios que amaba, pero ellos con su vida odiaban. “– El pueblo ya estaba cansado, cuando en una obscura mañana de la media cosecha fuerte del café [mediados de diciembre], a uno de los nuestros le regaló Dios, Dios Espíritu Santo, un mensaje del cielo. Como lo dijera el Libro Grande de nuestros hermanos los mayas [el Popol Vuh]: El hombre se había portado mal, y el gran Dios mandaría a alguien para rehacer al hombre del maíz. “– También el Libro Grande de los españoles [la Biblia] dice que después de que el hombre destruyó la armonía que había en el Universo, manifestado en el vuelo perfecto del Volador, merecía la vida sin felicidad, pero Dios prometió que alguien nacido de una de nuestra raza, Mujer, nos devolvería la sonrisa a nuestros rostros, nos quitaría el mecapal con la carga en la cuesta más pesada, y haríamos fiesta días enteros, sin acabarse [la Vida Eterna]. “– Apareció, así lo dicen los Jefes, en el Cerro del Anáhuac, una señal del mismo Cielo, a donde llega la manzana del Volador: una Mujer con gran importancia, más que los mismos Emperadores, que, a pesar de ser mujer, su poderío es tal que se para frente al Sol, nuestro dador de vida, y pisa la Luna, que es nuestra guía en la lucha por la luz, y se viste con las Estrellas, que son las que rigen nuestra existencia y nos dicen cuándo debemos sembrar, doblar o cosechar. “– Es importante esta Mujer, porque se para frente al Sol, pisa la Luna y se viste con las Estrellas, pero su rostro nos dice que hay alguien mayor que Ella, porque está inclinada en signo de respeto. “– Nuestros mayores ofrecían corazones a Dios, para que hubiera armonía en la vida. Esta Mujer dice que, sin arrancarlos, le pongamos los nuestros entre sus manos, para que Ella los presente al verdadero Dios. “– Los tres volcanes surgen de sus manos y en el pecho, aquellos que flanquean el Anáhuac y el que vio la llegada de nuestros dominadores, que para Ella tienen que ser tenidos y tenerlos como de una nueva raza, por eso su rostro no es ni de ellos ni de nosotros, sino de ambos. En su túnica se pinta todo el Valle del Anáhuac y centra la atención en el vientre de esta Mujer, que, con la alegría de la fiesta, danza, porque nos dará a su Hijo, para que con la armonía del Ángel, que sostiene el cielo y la tierra [manto y túnica], se prolongue una vida nueva. Esto es lo que recibimos de nuestros ancianos, de nuestros abuelos, que nuestra vida no se acaba, sino 23
  • 24. que tiene un nuevo sentido, y como lo dice el Libro Grande de los españoles [la Biblia], que apareció una señal en el cielo, una Mujer vestida de Sol, con la Luna bajo sus pies y una corona de Estrellas, y está a punto de parir. “– Esto es lo que hoy celebramos, Señor Cura: la llegada de esta señal de unidad, de armonía, de nueva vida.”70 Los obispos reunidos en Brasil han lanzado esta verdad al mundo entero: “[María], así como dio a luz al Salvador del mundo, trajo el Evangelio a nuestra América. En el acontecimiento guadalupano, presidió, junto al humilde Juan Diego, el Pentecostés que nos abrió a los dones del Espíritu.”71 Y añadieron: “Todos los bautizados estamos llamados a «recomenzar desde Cristo», a reconocer y seguir su Presencia con la misma realidad y novedad, el mismo poder y afecto, persuasión y esperanza, que tuvo su encuentro con los primeros discípulos a las orillas del Jordán, hace 2000 años, y con los «Juan Diegos» del Nuevo Mundo.”72 70 El texto completo y su ratificación judicial, se encuentra en la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos, Archivo para la Causa de Canonización de Juan Diego. 71 Documento de Aparecida, 269. 72 Documento de Aparecida, 269. 24