La persona narra cómo su vida solía estar llena de ilusiones sobre un futuro prometedor junto a su pareja, pero la realidad fue muy distinta. Su relación se fue distanciando a medida que cada uno seguía su propio camino, y ella cayó en una profunda depresión que la llevó a ingresar en un hospital psiquiátrico. Ahora, debilitada y sin esperanzas, espera el final de su sufrimiento mirando la luz verde al final del embarcadero.
Semelhante a Una luz verde al final del embarcadero, relato corto de María José Gandasegui Aparicio. Certamen de Relatos Cortos U.P. Carmen de Michelena 2020-2021
Semelhante a Una luz verde al final del embarcadero, relato corto de María José Gandasegui Aparicio. Certamen de Relatos Cortos U.P. Carmen de Michelena 2020-2021 (20)
Una luz verde al final del embarcadero, relato corto de María José Gandasegui Aparicio. Certamen de Relatos Cortos U.P. Carmen de Michelena 2020-2021
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UNA LUZ VERDE LA FINAL DEL EMBARCADERO
Nadie hubiera imaginado algo así. Nosotros éramos el sol y las estrellas, cumbres
nevadas iridiscentes que casi tocábamos el cielo. Él, el más deslumbrante, el mejor
conversador, siempre incondicional. Era hermoso y tenía una habilidad especial para
ser querido y deseado: un encantador de serpientes. Los demás buscaban su
compañía, era divertido y arrastraba allí donde iba la vida y su gozo. Y lo sabía, sabía
de su excepcionalidad y su carisma, y con ese convencimiento enraizado en sus
entrañas avanzaba hacia el futuro: rico, esplendoroso, sin fisuras, la persona más
dichosa. El mundo se abría para él, le estaba esperando, y yo transitaba a su lado.
Graciosa sin querer ser graciosa, divertida en mi falta de entendimiento de la vida,
como un pequeño animalillo al que todos miman y adoran. Para mi el futuro era como
una inmensa bola brillante en la que cabían todos mis deseos. Yo podía tenerlo todo,
porque sí, porque era yo. Las cosas se resolvían con un chasquido de dedos, esto
quiero, esto tengo.
La puerta se abrió de golpe, el enfermero de la noche dijo algo confuso al entrar. Con
la escasa luz que llegaba del pasillo, en la semioscuridad, buscó el escuálido brazo
izquierdo, sujetó un elástico de goma roja en la parte alta, después palpó la zona
cóncava del codo, y pichó. Era la primera extracción de sangre del día. Ya sola,
comenzó a reaccionar. Primero se ocupó en deshacer el nudo mortífero que habitaba
su estómago cada vez que pasaba del estado de sueño al de vigilia y que le recordaba
en donde estaba y por qué. En su falta de interés por seguir viviendo, se centraba en
averiguar en que momento le administrarían la siguiente dosis que le ayudaría a
disolver el cascote de dolor instalado en el centro de su cuerpo. Con los ojos
entornados miraba a través de la persiana como rezumaba la luz opaca y plomiza de
aquella no-mañana de invierno. En donde estaba el tiempo se arrastraba despacio,
marcado por unas pautas impuestas. Escuchaba los ruidos del pasillo que podía
identificar: las ruedas del carrito de las curas, el arrastrar del carro de las bandejas del
desayuno, las pisadas de las personas, sus voces. Sonidos que le acompañaban a lo
largo del día, eran la certeza de que la vida discurría en otras dimensiones que no
eran las suyas.
Pero no ocurrió así. Posiblemente nunca fue así en realidad, pero en mi inconsciencia
y en la confianza que me daba mi falsa seguridad inducida por los que me rodeaban,
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caí en el más absoluto de los autoengaños. Nosotros no caminábamos enlazados, no
teníamos una verdadera vida en común, cada uno seguía su camino. Él, consciente y
seguro de si mismo y de sus capacidades, tenía su propio proyecto, en el que yo no
tenia casilla de salida, estaba en el borde. Sin darme cuenta, caminaba a su lado
ajena a su realidad y a sus deseos desaforados de triunfar. Yo iba saltando
alegremente de un capricho a otro sin darme cuenta de la lejanía que existía entre su
vida y la mía, del abismo de incomunicación en el que se fue hundiendo poco a poco
el amor. ¿Hubo amor? Quizás el amor se confundió con la costumbre, fue fagocitado
por las rutinas. Solo en los espacios y en los tiempos en los que nos encontrábamos
frente a frente se nos hacia evidente la desconexión en la que vivíamos. Pero
seguíamos adelante, jugando a una vida plena y satisfactoria a la que exprimíamos
todo su jugo. Con la familia, con los amigos, en los viajes, éramos aquellos cuya
imagen nosotros mismos habíamos construido: los más maravillosos del mundo. Y nos
lo creímos, así de absurdas somos las personas.
El día va arrastrando su monotonía. Me la llevo a radiología, le dice el celador, que
aparece inesperadamente. Recorre tumbada los pasillos inhóspitos por los que van
desplazando su cama, y observa las luces de los techos. Antes las iba contando,
ahora solo ve resplandores. Hay una atávica reminiscencia de los primeros tiempos de
su vida en los que la paseaban tumbada en su cochecito de lujo por las calles y los
parques. Pero esta cama es un trasportador que lleva a ninguna parte, ida y vuelta. Y
espera que en algún momento no haya vuelta.
¿Dónde quedó la vida acelerada, rebosando tumultos de placeres, circulando como
una lanzadera en el espacio exterior con una dirección perdida? El tiempo es
subversivo, no navega a contracorriente y al final la realidad disolvió el sueño irreal de
nuestra existencia. Y desde ahí, el duelo engendró el tiempo que tejió una tela de
araña gris alrededor de mi corazón. Ahora busco la luz verde al final del embarcadero.
Consigue emerger de la somnolencia inducida y deseada. Mientras ella está
horizontal, en torno suyo se sitúan peones verticales vestidos con bata blanca. Y
dicen… todo lo posible... solo queda esperar la respuesta de su cuerpo…Y su cuerpo
abandona su gravidez, se diluye, flota. Alcanza, ya, a ver la luz verde al final del
embarcadero.