El documento trata sobre tres temas: 1) Cenicientas y su curiosidad por el conocimiento a pesar de haber nacido en la servidumbre; 2) Guillermina, una empleada peruana que pasó 23 años sirviendo a la familia Jiménez y terminó considerándolos como su propia familia; 3) La violencia y el miedo que sienten algunos debido a la pobreza y la desgracia por la que han pasado.
2. Cenicientas
¿Qué se siente ser culto?, me pregunta cenicienta.
Ella cree que nació para servir a los que saben. Que el patrón es una persona respetada y la
señora una dama. Ella friega los pisos y sirve el desayuno. Está impecable. Siempre
perfecta en lo servicial. Con la cabeza inclinada ante lo superior. Con el miedo a ser
castigada o a equivocarse.
Qué se siente?. Nada!, poder valorar tu belleza!, le digo.
Para ella los libros son sagrados como una Biblia. Los mira desde lejos y les relaciona con
el saber. Con la autoridad. Con los que hacen y deciden a cada instante. Con la historia de
la humanidad en donde ella cenicienta nació entre los esclavos del conocimiento de otros.
No tuvo la posibilidad o el privilegio. Ya desde lo étnico. Fue conquistada, obnubilada
como tantos por todo ello.
Los ojos de cenicienta son el futuro. En ellos nada se corroe, no hay maldad ni ambición
desmedida. Solo curiosidad y trabajo. Por eso se sorprende cuando al llegar a los besos le
prometo algo que es indescifrable pero que ella intuye.
Casados con Guillermina
Guillermina llegó a trabajar a la casa de los Jiménez con 20 años apenas desde Perú. Y digo
apenas porque parecía tener quince años y no veinte. Hoy, 23 años mas tarde, era una
adicción y una dependencia total de su vida dedicada a sus patrones en que ya ella, de más
de 45, seguía siendo una niña. Valentino su patrón siempre había sido muy afectivo con ella
y mucho más a medida que sus cinco hijos se fueron yendo de la casa paterna. Con el
tiempo Guillermina también sería una más de los hijos de Jiménez. La virginidad de
Guillermina exaltaba su afecto y su conducta infantil que se ponía a la misma altura que sus
sobrinos adoptivos, los nietos de Jiménez. En la familia Jiménez ambos patrones ya
mayores veían partir a sus amigos hacia una vida de recuerdos. Lo insondable de que Mabel
y Valentino vieran irse o perdieran a tantos a quienes Guillermina había tratado en 23 años
de servicio le hacían ver a ella al morir como un viaje sin regreso. El duelo de Mabel y
Valentino tan frecuente le anticipaba que a ella le tocaría ser huérfana de ellos en un futuro.
Lo que Guillermina no soportaba era que se la viese como una carga y no como necesaria
en la vejez de sus patrones. Ella, hacía diez años ya, se imaginaba cuidándolos cuando la
vejez de ellos fuera más acentuada. Pero en cambio ellos le insistían desde hacía tiempo en
que se independizase y tomara sus decisiones de adulta. Además Guillermina tenía
ganancias de su trabajo de toda la vida y recibía unas cuantas rentas. Pero Guillermina no
era exactamente adulta. Ella quería ser la niña de ellos y la amiguita de sus nietos. Fuera de
3. la familia Jiménez sus afectos habían sido los vigilantes de las garitas de todos los sitios
donde los Jiménez habían vivido. Hombres sencillos de estilo pueblerino que suelen
ocuparse de ese tipo de trabajos. Ellos le daban charla y la escuchaban. Pero quizá la vida
de empleada de cierto lujo de ella en lo de los Jiménez la hacía verse como parte de ello y
ella sabía que no sería la esposa mucama de los otros en una casa pobre sino de sus
patrones en la opulencia. Especialmente porque ni el deseo físico ni la maternidad eran algo
de su interés. No sentía nada de lo que sus amigas también empleadas pero que se iban
casando y eran madres. Era, eso sí, tiástra de los niños Jiménez. El amedrentamiento que
ella de niña en su Perú había sufrido era una marca que le sentenciaba a no ser mujer para
los hombres sino amiga inocente sin culpas ni deberes. Golpes despiadados e intentos de
aprovecharse, de parte de un padrastro siendo ella púber, eran una hostil intermitencia. Sin
embargo en la familia de Mabel, mas exactamente en la sobrina de ella, Guillermina
encontró también una estrecha unión de mujeres damnificadas por la vida. Es que Yolanda
había vivido casi guacha, muerta su madre en su parto y negada por su padre que en su
segundo matrimonio le dio hermanastras que nunca llegaron a serle importantes como
familia real y menos aun su potencial madrastra que nunca quiso serlo. Guacha. La habían
criado sus abuelos, padres de Mabel, y, muertos ellos ambos, Guillermina y Yolanda
entretejieron sus desgracias. La tía de Yolanda, la señora Jiménez, era parte de este hecho,
hermana del padre de Yolanda también fallecido. Quizá los Jiménez en algo se
identificaban con Yolanda y con Guillermina: eran parte de una generación guacha crecida
en el rigor y la primera generación de hijos que accedían a la universidad desde familias
humildes. Un choque de poder con sus padres y de posibilidades de conocer el mundo en lo
académico y en el viajar acomodándose como profesionales y en lo económico. Victorio,
hijo mayor de los Jiménez, acostumbraba como artista tener mujeres humildes cerca y esto
hacía en ella, la adoptada Guillermina, también notarlo. Ella valoraba esta sensibilidad de
Victorio porque tanto así no se sentía discriminada en un mundo de paños fríos y clases
sociales. Guillermina decía que Victorio no trabajaba como ella y lo miraba como un
hermano vago del que ellos, los Jiménez, mantenían sus vicios de artista. Es que a los
Jiménez ella los sentía padres adoptivos. Sí, los Jiménez. Por lo que a Victorio lo veía ella
casi como un hermanastro y en ello disparaba contra él comentarios autorizados por este
parentesco suyo inventado por ella y las circunstancias. Victorio a su vez se destacaba en lo
que hacía y gente de prestigio se refería a él con respeto y admiración y ella, Guillermina,
enfurecía de celos porque se lo notaba más que a ella entre esa ¨ humildad de ambos ¨
compartida para a partir de ello competir con él. En este contexto Guillermina se había ¨
casado ¨ con la familia Jiménez. La enfermedad que llevaba a cuestas hacia su final era
quizá la consecuencia de este casamiento fallido en el que tanto se había empecinado como
definitivo de su vida que definitivamente se extinguía. Al menos eso opinaba Valentino que
conocía los detalles de esta batalla interna y silenciosa o dramática en las puertas de su
hogar entre él y Mabel con Guillermina. Una trama de película pero sin mayor misterio que
en su aspecto de novela grotesca ponía intereses y fuerzas en juego. La muerte de
Guillermina llegó y afilaba comentarios y desataba en la familia Jiménez un posible duelo
con la verdad. La fatalidad, lo que estaba siendo plasmado en este hecho, era un desenlace
de la impotencia de Guillermina. Y cuando alguien le dijese de los vecinos ¨ la mucamita ¨,
ella enojada sacaba pecho y se sentía en verdad una Jiménez. Teófilo, el médico de la
familia y hermano de Victorio, sangraba por dentro. Había sido casi criado por Guillermina
como hijo menor Jiménez de pequeño. Desde su saber de médico le temblaban las piernas y
sentía a su otrora ser niño de 7 años que tenía que rendir el examen de salvarla. Su mujer
4. Mónica y sus hijos le recordaban ante ello que ya era grande. La película de alto
dramatismo y dolor parecía rodarse en Estados Unidos salvo que esto iba en serio. La
desesperación avanzaba día a día junto a la conciencia de que ella se les iba. Cada uno
tomaba su propio papel secundario. Alejandra, psicóloga, también hija de los Jiménez,
usaba su entrenamiento para comprender fricciones, choques y desajustes de los que
buscaban expresarse o entender. El señor Jiménez sentía el rigor del hecho frente al cual ya
manejaba el coche fúnebre. Miriam, esposa de Pedro Jiménez uno de los hijos Jiménez, se
enmarcaba en la conciencia del peso de lo que Guillermina había sido para sus hijos, nietos
de los Jiménez. Pedro trataba de coordinar y consensuar acciones. Y Jacinto, uno de los
cuarto hijos varones Jiménez mantenía su espíritu practico: ¨ no hay nada que hacer ¨, y su
mirada era atenta desde la distancia de las cumbres de Bariloche. Paula, su mujer, buscaba
en las lecturas algo de paz y paciencia. La señora Jiménez se adentraba en otro enigma de
su vida. Lo cierto es que nadie supo lo que en verdad pasó. Victorio dio a Guillermina
confesión charlando con ella toda una tarde y a los dos días el cielo se le abrió como un
paraguas. El mismo que dos días antes la había llevado bajo la lluvia a un restaurante
peruano en busca de su última cena con sus compatriotas de testigos. Apóstoles de su
cultura, costumbres y maneras. Es cosa de final abierto. Caso cerrado. Mary Poppins se
muestra los días de viento y lluvia allá arriba. Sobre las cabezas de los Jiménez. Sí. Casados
con Guillermina. Guillermina no murió soltera. Y fue madre de los que así lo quisieron.
Llorar a nuestros muertos. Los relojes se detienen. El almanaque también y la impotencia
de despedirlos como si se fueran de viaje a no sabemos dónde sabiendo que no van a
volver. Un pañuelo rojo de sangre y uno blanco de esperanza. Uno negro de duelo y uno
azul de cielo. Y en todos ellos las lágrimas, o el silencio. Todo se detiene. Porque el amor
es eso. Un cariño suspendido que se adentra en el tiempo. Ese con el que Guillermina
conquistó a los Jiménez.
La violencia
Ella era inteligente y pobre. Tenía la belleza. Nada le importaba. Qué podía perder si a él
tampoco le importaba. El artista que no esperaba nada. Ella sí. Dejarlo algún día por un tipo
con plata. La transición era difícil. Ella mintiendo o fingiendo o actuando encuentros con
familia o amistades y él diciéndose que era una buena actriz. Acaso no la podía echar. Es
que la violencia era extrema, la pobreza y la desgracia. De ello la hacían odiarlo hasta el
extremo de usar lo que tenía al alcance para el durante. Pero estaba en su derecho. De
donde venía la gente mataba por poca cosa y moría sin que a nadie le importase. Él
tampoco lo podía cambiar. Pero ella odiaba que en el mundo de él la vida tenía un valor.
Que el tener de su familia era prestigio y que los suyos tenían dignidad mientras que en su
realidad nadie valía una mierda. Ella los quería pero ese mundo era una selva. No. Nada le
importaba porque el dolor era tan grande que ya no sentía. Porque cuando la verdad poco
importa entonces la locura es hacer cualquier cosa y engañar al que la quiere por un poco
5. de frivolidad. Esa que le había llegado a sus seres queridos en la sociedad que para todos
ellos tenía una mirada frívola. El odio era enorme. Casi no saber porqué se vivía. Pensar
con el poder del deseo de otros y la belleza y despertar el engañoso tenerla cuando podía
irse y venir o desaparecer en medio de esa violencia. Quizá buscaba infligir el dolor. Ver
que los que eran el patrimonio de la sociedad se viesen humillados como en ella todo y
todos los que conocía.
El miedo
Daba miedo saber que nadie estaba seguro de sí. Que lo que ocurría era una especulación.
Que medían fuerzas y se trataba de engañar o sacar ventaja. Que la tolerancia era simulada
y la actuación sobredimensionada. El desconfiar como si la moneda corriente pudiese pasar
de mano en mano para linchar, hacer sufrir y herir hasta a los que dependían de la atención
del afecto natural. De la afectación de los que se piensan como propios hacia el infierno de
la falsedad en acción en procura de otra cosa sin ver nada como escollo. Con la tranquilidad
del asesino y la maldad con que se mata a un animal para devorarlo. Con la cínica destreza
del que en la caza se aventura con el oficio del que ya ha alguna vez fue cazado y ha
confiado en su avidez la razón de su existencia. El manojo de las personas que se usan para
conformar una determinación de el propósito de sacar del prejuicio cualquier valor, moral o
ético, que infunda hasta siquiera detenerse en el desenfreno de la miseria de lo carcelario.
Las rejas de lo espiritual como función unívoca del mandato divino de hacer justicia pero
sin que esta sea universal sino según la voluntad de amarrarse a lo que sucede para poder
ver cadenas en lo mal prefijado. Casi como el masacrar o torturar pero con el silencio de no
condenar a nadie ni a nada implícitamente sino derramar la sangre en la medida en que se
avanza hacia el fin de terminar como todo el dolor algún día.
Judíos
El judío no cree en nada. Solo en la ley heredada del fariseísmo. No tienen un profeta
redentor o una promesa de mañana. Están como locos ganando premios en ciencia, física y
química. Buscando bichitos y partículas. Inventando bombas atómicas. Generando caos en
revoluciones sociales. Demostrándose que pueden entender lo que es mejor para los que los
aborrecen. Son una reglamentación de la forma de vivir correctamente y adoran subsistir
6. con lo material bien a cuestas. Y los hay que se independizan de los que siguen la huella y
provocan a los que no la siguen con acciones que se entrometen en la vida de comunidades
y países o regiones que tienen sus propias costumbres y verdades. Invaden inclusivamente
territorios dándose por bienvenidos y van intentando y consiguiendo enquistarse en los
lugares claves de su dominio. El orgullo colectivo de estos invadidos los sentencia y hasta
los juzga, echa o mata. Entonces ellos van a lugares de libertad mayor para aborrecer esos
crímenes y vengarse dominando los mensajes desde allá. Siempre con la estrategia de una
organización que consigue lentamente absorber atención.
Ostracismo
Hay que estar muy dentro de las cosas para verlas desde dentro. La verticalidad de la caída
no es el horizontal modo de recostarse sobre los problemas. El postergarse los fusibles que
están quemando la vida de otros. La decencia de la decadencia y el horror al damnificado.
El espanto de oír gritos y la furia de un altercado. Gente que se queda con la vena
encendida de odio y mata por placer. Por vengarse de una ofensa o porque de todos modos
nadie va a interceder. El tranquilo magma del volcán encendido que arrasa con la paciencia
y gestiona tragedias para poder perder contacto con la realidad y justiciarse entre manos
vedadas que se han de apropiar de la justicia donde el bien y el mal dan risa y la gravedad
entra para apoderarse de cualquier criterio pacifico que no cambie las cosas. El laberinto de
culpables y culposos que acecha y devuelve a los perdidos al llorar en sus paredes de
cortante negatividad que radicaliza el dimensionar cada episodio dentro de miles. La forma
en cadena de relacionar lo que justifica cualquier reacción como la epidemia del deseo de
acabar con todo y morir en ello
Laclau
El tipo confrontaba animales sueltos que habían sido hombres y se sentía persona.
Gravitaba en la versión de la película 3D que le daba dimensión a ser parte de algo mas
bien vulgar en su vida de aburrimiento del que maneja títeres que se revuelcan como si él
les indicase cuando. Darle un consejo a los contendientes para que se trompeen por igual.
Verlos caer hechos trizas acostado él desde su cómoda butaca de primera clase. El era un
VIP del pensamiento que sujeta de pies y manos a los que corren a su encuentro. Simulaba
7. ser perfecto en el armado de su figura de superación de todo estigma de lo que se
consideraba dignidad para que el conciliar opiniones tuviera un poco de energía de esa que
se guarda para discutir a sangre fría. El dedo en el botón que pulsa cada decisión de una
mujer loca en la aceleración del pulso del fatídico despegarse del resto de los que ya no
saben lo que ella hace. Murió cuando un gitano le gritó un insulto en términos de maleficio
para cortarle las venas al canal que escupía sobre su país. La lengua le sangró por la
distancia que había provocado entre la madre y su hija patria. La saliva se la llevo la baba
de una guillotina que lo dejó mudo como si se tratase de una conspiración que puso fin a la
maldad. El pez por la boca se escapó y encontró su verdugo que de tanto escucharlo se le
reveló. La cadencia de la fórmula del duelo no estuvo planificada y eso sorprendió por la
pocas previscibilidad en su final que de todo hacía cinismo. Nadie quiere que en paz
descanse quien hacía de la guerra una conquista de los demás sujetos a el juego.