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AÑO 1 
NÚMERO 2
La cosa misma, la cosa en sí misma, por fuera 
de interpretaciones, vinculaciones o 
relaciones que podamos establecer con la 
cosa, es la cosa. La cosa misma. Cosa 
siempre fantaseada por los estudiantes de 
letras. Desde ALALetra -como agrupación de 
estudiantes de letras- decidimos solamente 
impulsarlo para que la cosa pueda 
materializarse. Se trata de abrir un espacio 
que se irá consolidando. Está abierto a una 
sección para cartas de lectores, columnas 
específicas, dibujos y cualquier tipo de 
producción artística propia de los estudiantes. 
Este sencillo formato autogestionado que 
consensuamos en llamar revista, tendrá el 
precio del costo de la fotocopia. Por eso 
sugerimos que envíen textos breves para que 
más gente pueda publicar sin elevar 
demasiado los costos. 
Esperamos propuestas y textos, serán 
bienvenidos. 
Septiembre 2014
No soy yo, es el siglo 
de André Silvestri 
Nunca fui un tipo profundo 
ni sustancial, ni enardecido insurgente 
ni siquiera libre ni siquiera océano 
más bien huero... anodino... 
Te veo y veo un cuerpo, tus tetas 
puntiagudas y exuberantes bajo el pulóver 
tu habla densa para mi bobo aire 
tus labios de invierno igual sensuales 
Ya basta de arrinconarme 
no soy un tipo profundo ni abstruso 
por más que hayas oído los gritos de mis chanchos 
por más que me hayas visto en el encantador espacio del nunca 
orinando sobre los surcos rojos que han quedado del firme hachazo 
de los aguijones 
y por más que insista tu miel 
¡Nunca fui un tipo profundo! 
Sé que sostuviste con tu lengua mi lágrima 
y con tus dioses mis diablos 
pero mi anciano borracho y mi niño cansado 
beben juntos en los toneles 
sin agudas peripecias 
Deberías de ver lo triviales y sensatas que resultan mis mañanas - 
entre Bach y la clara queja muda-deberías 
de ver lo mansas que cabalgan mis noches -entre risa 
ordinaria y vómito electrónico- 
Realmente no soy un tipo profundo 
son los playos tiempos que rodean 
y hunden su arena en laberintos 
que han nacido demasiado tarde.
Cuestión 
de André Silvestri 
¿A través de que lunas he de vivir 
antes de habitar y resumirme en el cambio eterno y 
[constante? 
¿Qué río he de cultivar y qué nombre le pondré? 
¿Con qué razón -siempre errática- bañaré mis pasos? 
¿Seguirán mis noches siendo la vida de los pianos que 
[extasiados 
sienten dedos de la dama que nunca guardaré en mis 
[playas del tacto? 
¿A través de qué se abrirán mis días y cuál será la melodía 
[que marcará el paso? 
¿A qué luz le daré mi sombra, y a que sombra le daré mis 
[días y mis ecos? 
¿Cuales libros me encontrarán despierto en las ondas 
[expansivas de un ayer que se pudre? 
¿En qué páramo desviaré mis toxinas, donde venderé mi 
[alma y cuantos pesos me darán por ella; como engordaré 
[la visión de hoy? 
¿Cuándo y porque romperé el calabozo de mis lágrimas? - 
[espero estén cálidas- pero ¿a quién tendré que darle 
[gracias? 
¿Qué historias y qué versos se abrirán en el tramado 
[tumultuoso sin intención de ser lo que serán? 
¿Qué ser será la cripta de mi debilidad? 
¿Sobre el desierto vivir desperdigando lentamente gotas o 
[expandir de una vez y sin sed un gran charco de barro?
Testa 
de André Silvestri 
Se reduce en un testa y un rostro 
pero se va expandiendo --sin ruido-- 
una esplendida testa sin cuerpo 
testa que dibuja cíclopes en las nubes 
que con tesón crea sin tesauros 
rodeada de un ambiente sin tertulias 
de amargura rojiza como la tierra 
un terreno que se le guarda 
ahora en el cabello- pero 
tuvo antes en las uñas, 
tiene ahora el vino en las diminutas 
venas de sus ojos- pero 
tuvo antes en el alma 
y va... solo, incompleto, macizo 
duro como el huracán 
queriendo deshojarse ya de todo. 
De Manuel Díaz 
Padre Ferdinand que estás en las aulas 
Santificado sea tu signo 
Venga a nosotros la arbitrariedad 
Hágase tu voluntad tanto en el concepto 
Como en la huella psíquica. 
Danos hoy nuestra lengua de cada día 
Perdona nuestras nomenclaturas 
Así como también nosotros perdonamos a quienes no saben pronunciar tu 
[nombre 
No nos dejes caer en el significado sin significante 
Ni en el significante sin significado 
Líbranos del lenguaje y del habla. 
Arbor
Arenas 
de Jorge Alfredo Cossar 
He perdido las piezas de un recuerdo 
Estaban: el ocaso, tus piernas y la brisa… 
Pero, ¿a dónde estaba yo? ¿Qué era de mí? 
Se extendía tu vientre 
como vasto desierto donde 
marchando iban camellos morados, 
con un andar impreciso que formaba 
constelaciones 
Las alimañas atesoraban venenos que 
esperaban huir y herir la sangre; 
Pero como el cielo mojaba tu nombre, 
amoldaba el tejido del paisaje 
con la placidez de tus vocales 
He perdido las piezas de un recuerdo 
Estaban: el naranja, el siena y el púrpura 
Pero, ¿a dónde estaba yo?, ¿qué era de mí? 
Los manjares del profundo silencio 
pintaban el cuadro de tu silueta 
con la precisión de tus confines: 
tus pechos, tu cintura, y la cuna 
de los besos. 
¡Algo, al fin, voy recordando!... 
permanecías sentada en el horizonte; 
asomaban tus pies desnudos, tus rodillas, 
tus muslos, el desierto, las dunas, 
los camellos, la cuna… 
He perdido las piezas de un recuerdo. 
Me detuve, tras largo andar, a beber de un oasis… 
¡Eran tus ojos!, y allí mismo me desvanecí.
Sexus 
de Jorge Alfredo Cossar 
Torre lúbrica, impetuosa: 
Tuyo el prepucio 
Que cobija, ama y 
Corona tu rosada cúpula. 
Allá donde, en lo alto, 
Brota el ave migratoria, 
Sacudiendo sus alas 
Del blanco adiós: 
Pregonero del otoño. 
Y el excitado crepúsculo 
Se estremece tan pronto 
Como recibe el cáliz 
Fecundo del revoloteo: 
Tan armónico y confuso 
En su huida hacia ese 
Bendito hemisferio… 
¡Ay! El de esos pechos 
Que ciñen tan finamente 
El collar de perlas que 
Vehemente se ha derramado.
Trazos 
de Jorge Alfredo Cossar 
Hombres bípedos, erguidos. 
Caminantes verticales de 
calles horizontales. 
Sombra perpendicular a lo lejos. 
Hombre que hunde su raíz y su 
muerte en el barro 
de jardines sagrados. 
Hombre que, mientras vivo, 
conquista las alturas. 
Hombres que yacen horizontales 
en caricias circulares 
contemplando a la noche tendida 
sobre sus cabezas. 
Hombre que encuentra que se ama 
con el amor extendido de las palabras 
De avenidas, calles y esquinas. 
Hombres que rezan oblicuamente 
y así también se lamentan. 
Como es el lamento: 
un poco de plegaria al cielo 
y una lágrima al río. 
de Franco Secco 
La oscuridad se dejo ver y las ratas comenzaron el vals, 
murciélagos que cantan y alguien llora ahí atrás. 
Palabras huecas se saben soltar, historias largas de ningún lugar, 
largo circo ha de montar para la pavada actual. 
Bla, bla, bla dice este tal. Bla, bla, bla puedo escuchar. 
Bla, bla, bla te cuentan por demas. Bla, bla, bla como mierda salgo 
[de acá? 
Uno quiso reír pero logro llorar 
aquel quiso morfar y llego a vomitar 
Todos estos quienes de tal en el circo fugaz 
se pusieron a bailar y aun no se pueden bajar.
Escondidas 
de Jorge Alfredo Cossar 
Uno, dos, tres 
Manos ajenas reposan sobre mis ojos 
Cuatro, cinco, seis 
Se abre una ventana en sus dedos 
Siete, ocho, nueve 
Cae una tierna lágrima por mi mejilla 
Diez 
Esta es la última vez. 
Once, doce, trece 
Escucho, la piedra de mármol se abre 
Catorce, quince, dieciséis 
Ya mis penas huelen a lirios 
Diecisiete, dieciocho, diecinueve 
Me daré vuelta y desaparecerás 
Veinte 
¡Ay! y tanto te habré de llorar. 
de Franco Secco 
Serpiente que desfila por cada torrente de mi cuerpo, socavando 
en mis emociones. Salvavidas de la inexpresividad total, la muerte 
implosiva. Guía de mis propios sentimientos, alzándome sobre tu 
lomo, para así recorrer el largo camino hacia mi sol, mi centro, mi 
corazón, mi alma. Enfermera de la soledad, eres quien me sana las 
heridas de aquel vació letárgico. La musa en cada momento de mi 
vida, compañera fiel, que haces de mi el hombre más feliz en el 
momento q te acaricio cada nota de tu cuerpo. Eso eres para mi, 
mi amor, mi música.
Sueños. 
de Cintia Elizabeth 
Me senté a llover junto a la ventana, 
empañando los cristales con el susurrante deseo de que desaparezcas... 
Palidecí ante los hechos, 
y me vi huyendo despavorida una vez más.... 
No es que tenga miedo a fracasar, 
ya me acostumbre al monótono y fugitivo deseo de huír a destiempo, 
borrando los pasos... 
desapareciendo los recuerdos... 
Me asusta su presencia y esa es mi conclusión... 
Me asusta su extrañeza, justamente la misma que adopte para ser quien 
[soy... 
Me encuentro en la encrucijada de no saber hacia donde echarme a 
[andar, 
si retrocedo, si me atrevo 
o si declino sin siquiera empezar.... 
Me abrumaron sus palabras, esas que él jamás pronuncio... 
Me desconsolaron las esperanzas... 
Ese... "Lo que pudo haber sido si yo..." 
El era una noche estrellada, 
y yo era un sueño.... 
El cual no era momento de soñar. 
de Cabeza de Calabaza 
Después de ese primer día, no volvió a ser igual. 
Ver las cosas tan claramente pocas veces podía saber tan bien. 
Él, liberándome por completo, 
qué mas podría necesitar? 
Libera su energía, expandiendo su frío dentro de mí. 
Limpia mi cuerpo, me convierte en alma pura. 
Su brillo se consume y se convierte en mi sangre. 
Nos unimos muchas noches, 
sin contemplación, sin nada que esperar mas que el disfrute de esa unión. 
La única que sería eterna, a pesar de ser tan efímera.
Atrida Corazón 
de Cintia Elizabeth 
¡Este mundo no necesita más amor. 
Necesita más aventurados a encontrarlo... 
Locos suicidas, 
kamikazes entrenados que no teman caer a tal dicha fatídica... 
Aquellos capaces y azarosos, 
como Aqueos que veneran la muerte en la guerra por excelencia, 
necesitamos de esos... 
Que no teman caer en la desgracia divina de sentirse vivos... 
Porque así es esto, 
como el dolor y el llanto que hincha el pecho de valentía, 
esa antítesis de lo desgraciado y lo divino que nos hace sentir 
[ vivos, 
esto es el amor!... 
Porque si esto no fuera así, 
entonces que sería de nosotros?... 
Imagínate un mundo sin amor.... 
Pero no a este amor de ahora... 
Ni siquiera me refiero al amor de años atrás... 
Aquel amor ancestral, 
evocado por los poetas, proferido por musas fantásticas... 
Ese amor que subía por las cascadas a contra corriente, sin pedir 
[permiso, 
que llegaba se instalaba y había que obedecer... 
Me refiero a ese amor que no era buscado ni rechazado, sino 
[ recibido... 
Y se seguía sin más... 
No hablo de forzarlo y mucho menos me refiero a arrancarlo 
y si fuera así, 
que mis manos no vuelvan a poder escribir semejantes palabras! 
Me refiero a dejarlo fluir... 
como las aguas cristalinas en las laderas de una montaña y que 
[bajan hasta su cauce...
Eso es el amor, 
es el destino, 
el dejarnos llevar.. 
Y no me refiero a un amor puntual, 
sólo estoy generalizando... 
Imagina nada más... 
que esto se pierda para siempre... 
Qué sería de nosotros? 
Sólo piénsalo un momento... 
Apología del reencuentro 
de Edgardo García 
Los dos adultos se sientan en el mirador, 
con el horizonte de la isla cercana. 
No falta mucho para que la noche 
convierta en tinta el agua. 
La amena charla se va tiñendo 
con las reminiscencias que llegan 
navegando a babor en un barco arenero 
de color naranja 
y bajan por las curvas del tiempo, 
desandando ladrillos en las arcadas. 
El chico que escribiera cartas de amor 
y quien fuera 
su princesa del Colegio San Francisco 
caminaban por Puccio y quisieron ver el río. 
Igual que en los días de su adolescencia, 
en la Plaza Santos Dumont se vuelven a ver 
y la apología del reencuentro 
es el leitmotiv del atardecer.
Pidi 
de Edgardo García 
La memoria personal debe regirse por leyes verdaderamente 
complejas. En el punto de Boulevard Rondeau por el que habré 
transitado en más de mil oportunidades, sólo se divisa hoy el burdo 
calco propagandístico de un concejal de poca monta. Pero durante 
muchos años una leyenda, tan romántica como cómica, sorprendía 
y parecía instanciarse nuevamente cada vez, transmitiendo la viva 
impresión de haber sido escrita apenas unos cinco minutos antes. 
De todos modos, recuerdo claramente una ocasión que me hallé 
frente a ella. Por qué mi memoria habrá preservado con especial 
nitidez esa circunstancia y no cualquiera de las tantas otras es algo 
que desconozco. 
En ese momento el colectivo se detuvo en el semáforo, a la altura de 
la calle Martín Fierro: mientras se ahogaba el chirrido de los frenos 
pude contemplar la inscripción de cierto enamorado, de tono 
imperativo y suplicante. A través de un espacio con forma bastante 
circular en el vidrio de la ventana que no estaba cubierto de tierra, 
se leían aquellas letras sobre el cantero del carril rápido; trazadas 
con pintura negra, eran letras de la misma exacta cantidad de 
centímetros y milímetros de altura que el estrecho cordón. 
Ignoro quiénes serían la mentada Pidi y el amoroso arriesgado que 
dejó grabada su demandante confesión: 
"Pidi te amo y no pongás esa cara de forra que te lo digo de corazón. 
Yo “
La columna filosófic 
a 
De la imposibilidad de la certeza de estar 
en o con Dios 
Supongamos que se abren los cielos y baja una 
figura contenida en un resplandor generoso. 
Supongamos que la figura es antropomórfica, 
enorme, algo translúcida. Supongamos que nos 
dice, con una voz que resuena en todos lados: 
"Soy Dios." Si se quiere sostener una actitud 
filosófica, no cabría el asombro ante ese hecho. ¿A 
qué asombrarse de lo que efectivamente ocurre? Si ocurre, 
era posible; si era posible, no cabe el asombro. Sí cabría 
esperar a ver qué hace o preguntarle, con suma delicadeza, 
si se le ofrece algo. Incluso tendríamos el derecho, ante la 
afirmación "Soy Dios", de decirle: "Demuéstremelo." 
Para estar seguros de que estamos en o con Dios, 
tendríamos que dejar de ser humanos, porque la duda es 
parte constitutiva de nuestra condición. Tendríamos que 
ser de tal manera que ni siquiera fuésemos capaces de 
imaginar la duda. La duda no es algo que se elija, sino algo 
que viene a nosotros. Por más que queramos creer que eso 
que bajó del cielo es Dios, algo en nosotros puede dudar de 
que no lo sea. Por eso la relación del hombre con Dios no 
puede nunca pasar de una creencia, de una sospecha 
esperanzada. 
Juan Cruz Echavarren
Sin coraza 
De Marce Gómez 
De soledad tirita el sol ausente 
frío y lúgubre como esta piel mustia, 
que se desgaja ante el omnipresente 
amor que solía amar y ahora es angustia. 
De viajes risueños el compañero 
ya no me acercará al tiempo lozano. 
Aquél quien siempre ha sido, al que prefiero, 
se ha ido como se va el sol del piano. 
Solas las sábanas saben susurrar 
silentes falsedades sigilosas 
con las que la flor se puede desgarrar. 
Solas las palabras se tornan briosas 
al intentar pronunciar el olvido 
de lo que no pierden y no han tenido
Derrotero de un héroe 
De Federico Areste 
Llovizna ligera, una máxima de 22°, un martes a las 19.41 pm. 
Varúð se tira en el cemento, sumergido en la pedantería de algún deseo; 
atrapado y dominado se entrega con no mucha resistencia. 
Más sensible a la belleza que de costumbre comienza a caminar en busca de 
alguna historia que lo conmueva. 
Sigue caminando. Las gentes lo atraviesan como las horas y lo invitan a 
transfigurarse. 
Los olores parecen guiarlo hacia algo que cree que vale la pena; de repente se 
pierden y todo vuelve a la extraña sensación de solamente mover los pies con 
algún que otro ritmo. 
La oscuridad; el amor; el sexo; tu perfume; una boca; algún pájaro 
arrepentido; los refugios eternos de los hombres para sobrevivir; la vida y la 
muerte; unos pechos hermosos seguidos por la belleza de una mujer que corre 
en forma circular sin parar, a la que cruza dos veces en pocos minutos y lo 
perfora con una mirada de simetría singular a la que no cree poder jamás 
concederle el goce del olvido. 
Todos esos podrían ser temas viables piensa y sigue caminando. La ciudad se 
empieza a apagar como la voz de un pesimista del siglo XIX que nunca tuvo 
esperanzas, porque podes ser un pesimista esperanzado como Hesíodo, 
aunque a veces se pone áspero, creo que él no te lo va a negar, Varúð tampoco, 
y yo menos. 
Caían las horas y llegaba la noche que borraba todo de un plumazo, una 
especie de pincelada divina que coloreaba todo con un misterio arcano. 
Sigue caminando. De repente, sin buscarlo, como al amor, se choca y se rompe 
contra un cartel. Dejo pasar unos instantes, se acomodó las ideas para volver 
a la realidad y ve que estaba escrito en alemán, lo cual le llamo poderosamente 
la atención, "otra de las asquerosas maniobras de marketing de los 
inescrupulosos publicistas apurados" se dijo. Utilizando la poca tecnología 
que llevaba encima lo traduce y se encuentra con un anuncio bastante 
extravagante. Más bien parecía una broma, algo sin mucho sentido. Su primer 
sensación fue seguir caminando y olvidarlo todo, pero aprovechando la 
cercanía al lugar donde citaba el anuncio y el tiempo que esta vez no era su 
enemigo como la mayoría de las veces, comenzó a caminar de nuevo, siempre 
para adelante, sediento de alguna aventura que ande flotando por el aire. 
Al llegar lo recibe una persona completamente desnuda. Se presenta, acto 
seguido lo invita a desnudarse y a tomar asiento hasta ser atendido. Es 
bastante aburrido describir las emociones que lo recorrían en ese momento,
según tengo entendido creo que tampoco las recuerda, pero fueron 
innumerables. Persigue las órdenes sin interponer palabras. Se sienta, toma 
una revista de las tantas que adormecían arriba de una mesa y se encuentra 
con una nota magistral de psicomagia, ahí estaba Jodo y sus apasionantes 
historias, de esas de las que no podes no salir herido. Entusiasmado hasta la 
médula empieza a indagar las páginas, la historia lo iba atravesando por la 
carne cuando de repente aparece otra persona despojada completamente de 
sus atuendos, castrada, un hombre vaginal, que lo invita a ingresar en una 
habitación. Seguía sin emitir juicio, solo asentía con un movimiento de 
cabeza hacia abajo y tratando de mirar poco a los ojos, cosa que a él no le 
g u s t a e n a b s o l u t o . 
Se enterraron los dos en la habitación, era de esos lugares donde mucho no 
se deduce lo que pasa a pesar de esforzarte hasta el cansancio, pintado con 
varios tonos azules y verdes, intercalados cuidadosamente unos con otros, 
formando una especie de delirio óptico extraordinario que a la primera 
percepción te teletransportaba a una orgia intensa de 1519 en la India o en la 
e s t a n c i a d e l Q u e r a n d í . 
Había unas velas prendidas, algunos sahumerios, multitudes 
e x c i t a d a m e n t e d e s n u d a s q u e i b a n y v e n í a n . 
Al abstraerse un momento del lugar logró visualizar en una pared una 
pintura, era una persona con una cuchilla en la mano, totalmente desnuda, 
era una mujer hermosa, parecía ser quien tutelaba el lugar. Su mirada 
inconfundiblemente decidida la delataba, la volvía deseada, la hacía eterna. 
Era de esas miradas que no se olvidan en la vida. Inmediatamente logró 
reconocerla. Era la mujer de los pechos sublimes que corría sin parar en 
círculos reducidos. Esa mujer que vio pasar dos veces, o tres, o ninguna por 
adelante suyo hacia no más de 15 minutos, que ahora estaba viniendo hacia 
él completamente desnuda con una cuchilla en la mano, como si hubiese 
descendido del cuadro. No despegaba su mirada de la suya. Comprender lo 
que pasaba se le hacía imposible. Probablemente era Ramnusia pensó, la hija 
de la oscuridad y de la noche, que estaba tratando de aleccionarlo por ser un 
ferviente admirador de lo imposible. Lo seguía mirando muy fijo y se le 
acercaba cada vez más con su cuchilla en la mano. Cuchilla que 
posiblemente haya sido creada por el majestuoso Aquemenes, ese que posee 
u n e s p í r i t u d e s e g u i d o r . 
Hacemos una tregua con el relato para aclarar que esta última aseveración 
respecto al primer portador y dueño de la cuchilla me la atribuyo a mí quien 
hago a las veces de relator de esta historia bastante distorsionada respecto 
de la que alguna vez me confiara Varúð, su protagonista. Resulta que según
confiesa Varúð sobre su episodio revelador, la cuchilla que sostenía la 
Némesis poseía un escrito persa que traducido al castellano significa 
Pasargada, primera capital del Imperio persa aqueménida fundada por Ciro 
II el Grande. Intuyo que éste último heredó la espada de su bisabuelo Teispes 
habiéndola éste heredado primero de su padre Aquemenes como elemento 
sagrado del imperio persa. Después de las interminables guerras y las 
eternas herencias, la cuchilla pasaría en manos de algún sátrapa, protector de 
la tierra donde se erguía el caído imperio persa aqueménida, que tras volver a 
Roma se dirigió al Capitolio y la sacrificó ante la diosa de la justicia retributiva 
entregándosela como una ofrenda por su perpetua protección. 
Olvidando un poco los avatares de la historia, volvemos nuevamente al 
relato que protagoniza Varúð, a quien Ramnusia seguía acercándosele 
decididamente. Trató de calmarse para poder razonar y dominar la situación 
pero le llevo algo de tiempo, y el tiempo ahora si se había transformado en su 
verdugo abominable. Estaba entrando en un embelesamiento visual donde 
todo era monumental, sus pechos se empiezan a petrificar; el resto de vida 
que anidaba en su cuerpo se adormece. Se sintió fuertemente violentado por 
algunas preguntas, como se siente violentado un útero por los espermas que 
tratan de fecundarlo sin el menor de sus consentimientos. Se cae, 
desvanecido, enredado en una especie de sueño cataléptico donde la poca 
armonía háptica que alguna vez habito en él se desploma consigo y se le 
escurre entre las manos como alguna clase de arena. Recuerda las imágenes, 
esas visiones espectrales que lo recorrían por dentro tratando de 
representarle alguna realidad exterior que no podía descifrar. 
La red de mentiras en que atrapan al héroe que ahora es la víctima; el increíble 
poder de esa mirada; la fuerza incalculable de esos tres milímetros de 
diámetro del iris; la escena primordial; el teatro original; la contemplación de 
esa imagen fija que lo recorre y lo satura, lo harta de su contemplación, de su 
forma monumental, de su dureza. 
Logra despertar pasado unos minutos y ahí estaba; en medio de un ritual, de 
una representación magistral, rodeado de tambores. Ese teatro eterno del 
tiempo donde los hombres solo son actores viciosos del sufrimiento, 
buscadores incansables de la redención. Ese teatro donde todo se convierte en 
fuego, y el fuego en todas las cosas. Quería volver a caminar pero perdió el 
respeto total de sus músculos, su sensibilidad seguía adormecida al igual que 
gran parte de su voluntad. De todas maneras junto coraje, amontono un poco 
del aliento que tenía a su alcance, pegó media vuelta con la cabeza hacia abajo 
y comenzó a caminar hacia la puerta de salida lentamente. Los tambores 
seguían sonando cada vez con mayor intensidad, lo invitaban a quedarse, le 
convidaban lujuria. A pesar de todo eso ofrece resistencias a sus pasados; le
canta shâh mâta a sus historiales, como seguramente lo hubiese hecho el 
fabricante de tiendas, el hiperbóreo Omar; y decide irse antes de algún final 
con el propósito de a ese instante consagrarlo hasta el infinito. Se entrega 
nuevamente al polvo interminable del cemento, ese desde dónde venimos y 
hacia donde siempre volvemos, vos, él, yo, todos. 
A veces la sensibilidad por la belleza te puede aturdir el poco juicio o la ilusión 
de él que te corre por las venas y te puede volver asquerosamente cobarde sin 
perder en el camino el polimorfismo que la atraviesa y solo a través de éste 
poder entenderla como una razón por la que sufrir más allá de alguna lógica 
mundana; y que transforma, por medio del sacrificio, lo humano en deidad. 
Sigue caminando, desnudo. Vuelve a su casa. 
Inútil bosquejo de un pájaro 
de Federico Areste 
Esta es la historia de George Fox, aquel fundador de la sociedad religiosa de 
los Amigos, los quakers, esos que temblaban cuando los atravesaba el 
espíritu. 
Así la relata su correligionario William Penn el padre de the holy 
experiment, en uno de sus antiguos escritos encontrados en el parque 
nacional de Yellowstone, al noroeste de los Estados Unidos, por Walt 
Whitman en octubre de 1888 antes de que un infarto lo sorprendiera por la 
madrugada mientras transitaba el Yellowstone Park Bison Herd. 
Cuenta George según William que los dioses en algún momento de sus 
vidas predeciblemente mundanas decidieron unánimemente reunidos 
concederles a las tierras más sagradas la belleza de las montañas y los 
mares. Además de esas simplezas, también les concedieron a los cielos 
desconsoladamente inalcanzables toda la representación de lo infinito. Las 
lunas y los soles parecen nada menos ni nada más que eso sostiene el 
taciturno George, para quien el tiempo se ahueca, se corta al medio y se 
precipita un par de veces al día. Para quien todo es pausa, cielo, montañas, 
p i e d r a s , n o a g u a . 
Arguye William que George injustamente el 19 de Julio de 1666 estaba 
intentando ser encarcelado por blasfemia en Scarborough cuando el 
antropomorfismo de una nube la devino en un pterosaurio héroe, ese 
sempiterno clado de vertebrados amniotas al que pertenecen unas pocas 
aves privilegiadas. Sostiene William que George lo veía venir hacia él, 
sentía que se le acercaba rápidamente el pasado, más rápido de lo que tarda 
una gota de lágrima en caer que es el mismo tiempo que tarda un hombre en 
perdonar. George aprovechó el impulso que le propicio un salto 
aventurado desde una roca y se entregó por completo a la voluntad del
pájaro que preside a los vientos; se entregó totalmente a su entero dominio de las 
alturas. Él solamente quería escapar aun sabiendo que retornaba a lo 
irretornable. 
Los árboles comenzaban a bifurcarse entre ellos que ahora eran uno encarnando 
a todos los hombres pasados. Las manos de George se convirtieron en sus alas, 
sus piernas en sus patas. La realidad ahora era única por una simple necesidad 
de identidad irremediablemente compartida. Este pájaro nuevo que eran, 
resistente al fuego del sol, reúne y representa con toda responsabilidad el 
sentido no poco sublime del vértigo. ¿Que serían esos menudos palos 
amontonados con forma de palabra sino el vuelo libre del ser? El vuelo se 
imposibilita con la ausencia del vértigo. 
Desde arriba el ahora George alado vislumbra la angustia que enlaza a los 
hombres y los hace tan hermosos, tan humanos, tan asquerosamente humanos. 
Aunque a algunos los ve perdidos. Eso desde allá arriba él lo siente, como se 
siente la ruptura de un ligamento cruzado anterior derecho en el silencio total de 
la noche. Esta última sensación la agrega quien relata la historia de George 
contada por William que encontró Walt. 
Quedo demostrado por Walt a través de las anotaciones de William, que George 
nunca existió más allá de un pájaro que pertenecía a un ejército adiestrado para 
la localización de espíritus ilguriosos capaces de pisar la cabeza y aplastar al más 
grande de todos los dioses. 
Profesó William al final de sus escritos que George nunca quiso pertenecer al 
mundo de las realidades físicas ya que por más bello y atractivo que sea siempre 
estará sujeto a las leyes de la gravedad. 
Él prefirió ser el espíritu incorpóreo de un pájaro sin gravedad ni presiones, 
gobernado alocadamente por la imaginación, incluido únicamente en el relato 
de William para poder cumplir el deseo de llegar a las manos de Walt Whitman 
e iniciar un periplo por su conciencia. Ese Whitman de la barba sagrada, ese que 
solo se adelanta un instante para retornar luego a las sombras. Solo a través de 
su expresión poética que se aprovecha de un alejamiento intencionado de las 
pautas de la rima y de la métrica, solo a través de su prosa los cuáqueros van a 
ser inmortales. 
En el escrito encontrado por Walt Whitman se percibe que el día 30 de julio de 
1718 a las 05:35 post merídiem, un par de horas antes de morir William concluye: 
todo lo indefinible esta necesariamente definido y contenido por algo.
de Celso Rafael 
El guerrero va, insuflado de vigor y certezas. Carga consigo su armadura, con 
orgullosos destellos avanza a decorarla con guirnaldas de sangre y tierra. 
Escudo siniestro, dispuesto al ritual de brutales besos con cual pertrecho 
corteje. Espada diestra, regalando estrellas fugaces de acero que abren surcos 
en el bronce y cavan manantiales rojos. 
El guerrero avanza, a fuerza de músculos que cierran y abren, a fuerza de su 
nombre en los cantares de bardos, a fuerza de una voz. El sudor condimenta 
sus ojos, las bocanadas entran y salen cual dragones que juegan en la puerta de 
un volcán. Sus pies avanzan, lentos y pesados, dibujando cicatrices en el suelo 
¿saben acaso dónde detenerse? 
El guerrero va, sembrando con mandobles cuerpos y retazos de vida en la 
greda ¿se volteará y contemplará a ver que flores nacen de ella? ¿Cuán 
abundante será su cosecha? ¿Cuándo sabrá detenerse? ¿Bajará la guardia a la 
voz del capitán? ¿Al sonar el cuerno de retirada? ¿Será por el peso de sus 
armas? ¿Será por la aplastante piel de metal que lo cubre? ¿Será por una herida 
que le arrebate su existencia? ¿O será porque se encuentra con la nada del 
frente enemigo? ¿Será esa nada un trofeo de victoria o un muro de miedo a 
adentrarse en ella? ¿O será que sus mandatos le impiden al valeroso guerrero 
aventurarse en ese detrás? 
SI LA ARQUITECTURA ES EL PRIMER ARTE, LA MÚSICA ES EL ARTE 
UNIVERSAL. 
De Celso Rafael 
Antes de la palabra, en los albores de la humanidad, estaba la música. Antes de la 
decadencia instintual, antes del quiebre de la manada por la rebelión de los egos, 
la música era el lazo invisible que nos hermanaba. Antes de que los simios 
dejaran de confiar en la providencia divina de la naturaleza y empezaran a 
emanciparse de su condición bestial, inventando el asco, la vergüenza y la moral 
como excusas de la evolución, la música era el bálsamo para las carencias y los 
dolores. Antes de que los hombres empezaran a proclamarse dueños de sí 
mismos, antes de que empezaran a desentenderse los unos de los otros 
construyendo sus propios dialectos, la música era el lenguaje universal, lenguaje 
sui generis. Aún antes de que el silencio, contaminado por el hombre, que lo 
encasilló con sus significantes al nominarlo "silencio", categoría que lo excluye de 
toda entidad sonora, el silencio era la música de la nada. 
¿No existen acaso en nuestra humana animalidad (y a veces humana 
vegetalidad) algunos atisbos de esa primitiva condición? ¿No es acaso el llanto 
del recién nacido un cántico desgarrador que lo defiende de su propia inermidad
y un llamado estremecedor a otro ser (llámese materno) completamente ajeno a 
él para que intente devolverle la completud que le fue arrebatada para siempre? 
¿No es acaso mal premiada la música como la segunda de las siete bellas artes? 
Existen personas que gozan de la belleza de un cuadro, existen otras que no. 
Existen personas que se trasportan en los versos de un poema, existen otras que 
no. Existen personas que alimentan su imaginación con la literatura, existen otras 
que no. Existen personas que contemplan embelesadas magníficas esculturas, 
existen otras que no. Pero, más allá de la monótona tarea de existir, está el ser. El 
caos de la existencia es la armonía del ser. Por eso, no existe ser; persona, 
humano, hombre, mujer, infante, anciano; sin música. Solo la muerte es la vida 
sin música, porque la carne, en el orden perfecto, es el corazón que no percute, es 
la voz que no vibra, es la pasión que no canta, no es la existencia con caos, es la 
existencia con armonía. 
ARGENTINA 
de Samir Nasif 
Vengo de "La linda", veo un cielo azul, 
Donde el cardo juega con la luz… 
Y trae despacio el día. 
Sube el carro lento tirado por bueyes mansos, 
Sobre el carro viejo, CAMPESINOS, por más 
Que el sol queme sus pieles, fiel a su tierra van a trabajar. 
Tengo un matecito e' plata, con bombilla de oro, 
Pero es más riqueza mi pampa, 
Que siempre verde lucirá. 
Buenos días "Malos Aires", buen día Ciudad, 
Humo, ruido, población, no son más 
Que contaminación. 
Vengo de un pueblo del Sur, 
Donde el viento no tiene longitud, 
Donde también se puede ver, 
Naranja el amanecer. Vengo de un pueblo, 
Donde el mundo admira la grandeza de mis GLACIARES. 
Quiero irme y me da miedo, 
A tu encanto volveré, 
Tierra del "fin del mundo"…
Rosario, un gran amor. 
de Macarena Montiquin 
Si tuviera que describirte diría que sos historias, música y arte. 
No hago más que admirarte, quererte y volverte a mirar. 
Tan hermosa como siempre, pero hoy, hoy más. 
Sos el clásico partido de Newell's y Central. 
Algún que otro tema del famoso Fito Páez. 
Los domingos futboleros y esos mates mañaneros, 
tan amargos como eternos. 
(ricos en sociabilidad) 
Tenés algo que atrapa a cualquiera, no podría negarlo aunque quisiera. 
Y aun teniendo la posibilidad, de cambiarte, de viajar. 
Volvería una vez más a Rosario, mi ciudad. 
Porque no podría olvidar jamás esa infancia de parques, risas y algo más. 
Porque sos mi religión, mi fuente de inspiración. 
Sos orgullo, y sos pasión. 
Sos Rosario, y como vos no hay dos... 
Una noche 
de Agustín Larrañaga 
El goteo de la canilla comenzó a fastidiarlo a pesar de estar a una distancia considerable de ella. 
Probó tapándolo con algodón, pero el goteo continuó hasta que usó finalmente unos cuantos 
chicles que por suerte tenía. A eso de las dos de la mañana despierta con una molestia en su 
abdomen, creyendo que era su estómago. Su pensamiento fue erróneo, era su vejiga, quejosa por 
la carga ingerida. En camino al baño se chocó todas las cosas habidas y por haber, incluso 
rompiendo una de ellas, una lámpara de lava que adornaba la pequeña mesita del pasillo. La 
inquietud empezó a malhumorarlo, no pudiendo conciliar el sueño. Se movía de lado a lado, 
probando distintas posiciones, no resultando ninguna cómoda, hasta que finalmente después 
de una hora de batalla logró dormirse. 
La habitación estaba tranquila, muy monótona, con un silencio absoluto. Era raro que no 
intervenga algún grillo, las periferias de las ciudades son todas descampadas, todas quintas con 
grandes terrenos, los preferidos de los insectos. Obviamente pocos se someten a el agobiante 
silencio de las periferias, y digo agobiante porque la intensa tranquilidad que provocan al estar 
alejadas del barullo central puede a uno presionarlo demasiado y no pudiendo soportar. El 
ruido y constante movimiento de las partes céntricas o de más adentro genera una cierta 
seguridad en uno, se siente más acompañado y no teme dar un paso hacia adelante. Agregando 
la iluminación, las cual carecen las periferias de esta pequeña ciudad. 
El viento empezó a penetrar, moviendo indiscretamente las cortinas, pero purificando la 
habitación, y mimando las fosas nasales del bello durmiente. Cayendo las tres y media, 
aproximadamente, le empezó a molestar su nariz, como si alguien rozara la misma con una sutil 
pluma. Se la apretó, tomo aire y quiso aguantar, pero finalmente con una mueca de profundo 
desprecio soltó el estornudo hacia la izquierda, acto seguido se levantó vertiginosamente a 
buscar papel de cocina para limpiarse, el cual no había, y teniendo así que ir a lavarse. Se quedó
mirándose al espejo, miraba su cara de muerto vivo, totalmente demacrada. Los pelos 
desparramados rústicamente y sus ojos llorosos por el anterior estornudo. Agarró unas tiras de 
papel higiénico, por si sucedía algún otro estúpido y burlante acontecimiento. Echó una mirada 
hacia la mesita de luz para ver la hora, pero el reloj no estaba. Encendió el velador para confirmar 
que su cansancio no lo engañaba, pero no, no estaba. Ni tampoco se encontraba debajo de la cama, 
ni en el suelo. Bueno, no tenía que levantarse a trabajar, por lo tanto se dio media vuelta, cerró sus 
ojos y rogó. 
El silencio era más agudo, totalmente sofocante, todo estaba muy oscuro, la luz crepuscular no 
traspasaba por la ventana, a pesar de que las cortinas no eran oscuras precisamente. Lo invadía una 
cierta incertidumbre, sus pensamientos eran inconcretos. Comenzaba a temer, ¿A qué? No lo 
sabía… Su estado mutó radicalmente, de blanco a gris, y de gris a negro, como cuando tenemos que 
ir a un determinado lugar y nos agarra la noche, y vagamos por calles interminables, sentimos 
pasos, detrás de nuestro y tememos voltear. 
La atmosfera pasó de cálida a intensamente calurosa, insoportable, y él seguía tapado hasta la 
frente. No podía ver absolutamente nada, obviamente, pero sentía como si algo o alguien lo 
observara y juzgará. Comenzó a temer, más aún, y se empezó a oprimir, quería desaparecer sin 
emprender la acción de marcharse, como en situaciones desesperantes en donde es imposible 
escapar y hay que enfrentar lo frontal, lateral, inferior y superior 
ll 
Se encontraba en el comedor de un hotel, tomando una soda, sin un acompañante. Comenzó a 
pispar profundamente el lugar, desde los cuadros de las generaciones familiares del dueño del 
hotel, hasta el terminado de las paredes. Cuando desvió la mirada hacia la mesa lateral, pudo ver 
una tosca señora, a la cual se le derrama el café en las piernas en consecuencia de una mala 
maniobra. La taza se estrelló contra el piso, haciéndose añicos. Fue muy gracioso, incluso llego a 
reírse tan caudalosamente que la señora le echo una mirada penetrante de profundo odio, lo 
sobresaltó, agachó la cabeza pero siguió riéndose muy despacio. Volteó y pidió la cuenta, y se 
perdió arduamente en los ojos de la moza. Una morocha de ojos miel. Sus ojos embobaron con su 
piel bronceada, admirando cada centímetro, mientras sentía un aroma exquisito, un perfume muy 
evasivo, pero agradable. 
-Son cinco pesos señor- 
Pagó y se fue avergonzado, por no poder emitir palabra alguna a la hermosa joven. Alejándose del 
hotel vio un inmenso cartel digital, muy resplandeciente, que nombraba a la película que se 
estrenaría esa misma noche. Caminó vertiginosamente para guardar un lugar, porque la gente 
demanda mucho el material cinematográfico, en esta época de constantes estrenos. 
-Un boleto para (…) y si es posible, un asiento que no esté tan cerca de la pantalla- 
Cuando termino de gestionar estas palabras su boca se cerró secamente al ver voltear a la señora 
que atendía, la misma que minutos atrás lo condeno visualmente con una sentenciante mirada, 
luego del papelón con el café. Se sobresaltó, impetuoso. El primer sentido en funcionar fue el del 
olfato, una fragancia intensa acechó en su nariz. Su destino, el mismo, como si una fuerza de 
atracción interviniera. Se dirigió con vehemencia, despreciando, echando unos cuantos insultos, 
pero nuevamente su boca se cerró, tenazmente, más fruncida que antes, al encender la luz y ver en 
el espejo del botiquín el boleto de cine, el reloj en la ducha y una pequeña taza de porcelana 
humeante, posada en la jabonera. Una noche…
de Griselda Carrizo 
Hubo un día en el que decidiste que no nos miráramos más 
y la mirada salto el alambrado 
trepó los árboles 
voló al ras del océano 
esquivó gaviotas y mástiles de barcos 
la mirada bebió cielos 
escupió horizontes horizontales 
verticales 
ladeados 
sueltos 
surtidos los horizontes. 
La mirada sobrevoló montes y bosques 
Se volvió ecuestre 
esquiva 
ecuánime la mirada 
fue de altura 
de arriba. 
Insto a la instancia mi mirada y se me hizo ajena 
ajetreada 
se erradico de mi 
soltó mi pena 
sabrás de mi mirada algún día 
ese día 
cuéntame. 
El rastro 
de Andrés Guaranelli 
Sintió el aroma una vez más, ese olor tan nítido que su nariz reconoció rápidamente y que hizo 
que su mente volara a través de los mares más anchos del tiempo. Se perdió entonces en lo 
profundo de su ser y, al volver a la realidad, supo que había vuelto a encontrar el rastro. 
Muchas otras veces le había sucedido de hallarlo, sin embargo, nunca a través de un olor. Pero 
esa fragancia le era tan familiar que formó rápidamente la nostalgia. Infló su pecho con todo el 
aire que pudo y lo largó lentamente mientras esbozaba una sonrisa de felicidad, o al menos, de 
intento de ésta. Salió de su pensión bastante de prisa y olvidó que afuera era invierno, mas no le 
importó caminar con sólo una remera puesta y tiritar de frío mientras pudiese mantener ese 
estado de magia que había llegado inesperadamente esa mañana. 
Cuando Gabriel lo vio entrar a su confitería pensó que finalmente había enloquecido, pues 
estaba a punto de sufrir de hipotermia (según su catastrófico pronóstico) y, como un amigo que
se preocupa por su camarada, lo tomó del brazo pálido y lo sentó frente a la estufa de gas mientras 
ordenaba a su mozo a los gritos una taza de café bien caliente sin percatarse de si hubo respuesta 
de su empleado o no. 
Como tantas otras veces, Gabriel decidió esperar a que Tristán comenzara a hablar aunque, pese a 
su cara de desinteresado, por dentro se moría de ganas de preguntarle qué había pasado. Así que 
se mantuvo firme, parado al lado de él, observándolo calentarse. Pero no fue lo que Gabriel quería 
escuchar lo que su amigo dijo. 
- Qué curiosa esta estufa. - fue lo que Tristán comentó mientras se frotaba las manos y se 
regocijaba con exagerado placer. 
Gabriel estaba acostumbrado a hablar siempre del tema que él propusiera, así que le siguió la 
charla. 
- Es sólo una estufa de cemento que imita a las leñas. 
-Claro, como si fuera una fogata real. 
- Pero es artificial, los troncos son de cemento y por los agujeritos sale el gas que produce el fuego. - 
le explicó impacientemente Gabriel. 
- ¡Oh! - exclamó Tristán de forma teatral. - ¿Entonces nunca se va a consumir? 
- No. 
- Pues me compadezco de la pobre estufa. Qué vida tan mísera le ha tocado. Siempre ahí, echando 
fuego, sin poder arder realmente. 
Gabriel notó en él un enfado que ya conocía, como si la rabia fuese dirigida a Dios, a la vida o a sí 
mismo por no poder hacer nada al respecto. Lo miró así un rato y luego apuró al mozo para que 
trajera el café; le molestaban las tardanzas. Encima no encontró respuesta ni tampoco lo vio. Pero 
el mozo nunca faltaba al trabajo y mucho menos se escapaba. Además, ya lo había visto llegar a la 
mañana temprano. Pensó que estaría acomodando algunas cosas en la cocina pues tampoco había 
otros clientes a los que atender aún. Se dispuso a ir a calentar el agua cuando su acción se vio 
interrumpida por las palabras de Tristán. 
- He encontrado el rastro, Gabriel. - le dijo. 
- ¿Qué rastro, Tristán? - preguntó sintiéndose, en parte, aliviado por el comentario de su amigo, ya 
que supo que era de lo que él realmente quería hablar cuando llegó casi congelado al 
establecimiento. 
Sus miradas se cruzaron por una fracción de segundo y fue entonces cuando Gabriel se contagió, 
aunque en menor medida, de la magia que Tristán destilaba. Se sintió conmovido y el corazón le 
latió rebeldemente. Habían pasado tantos años… 
-¿Ves? Te acabo de transmitir una pizca, una huella. - le confesó Tristán mientras cortaba aquel 
silencio que pareció haberse acomodado en la conversación. 
A Gabriel le temblaron las piernas y sintió que se desvanecía (así de exagerado era) pero pudo 
recuperar la calma dando un largo sorbo a un vaso con agua. 
-Ahora sé a qué te referís con el "rastro". - le confesó. 
Quince años eran los que habían transcurrido desde el día en que los gitanos llegaron a la ciudad. 
Por aquel entonces solo importaba el comercio de harina que producía el gran molino que daba 
trabajo a la mayoría, excepto a Gabriel, quien entonces ayudaba a su padre en el Café, y a Tristán, 
un muchacho huérfano que era mantenido por la familia de Gabriel. 
Los nómades se instalaron cerca del prestigioso molino y armaron una colorida feria. Gabriel se 
mostraba indiferente respecto a ir pero Tristán, aquella mañana de febrero, llegó a los saltos lleno 
d e e n t u s i a s m o y l o a r r a s t r ó a l l í . 
En la feria encontraron todo tipo de entretenimientos típicos, pero predominaban las viejas que 
aseguraban poder leer el futuro con sólo tantear las palmas de las manos. Ambos se mostraron 
indiferentes, pero aún así pensaban distinto y Gabriel lo sabía. Él se mantenía totalmente
escéptico con respecto a ese tipo de poderes; la indiferencia de Tristán, en cambio, se basaba en no 
encontrar. Parecía la técnica de un profesional: caminaba, de puesto en puesto, apenas pispeaba de reojo 
a las ancianas maquilladas fuertemente, olfateaba un poco los sahumerios y luego seguía con una 
mueca que decía "no" en su rostro. 
-¿Qué buscás? 
-Un sueño que tuve. - le respondió Tristán sin dejar de caminar. 
Y finalmente, cuando el día dejaba poco a poco espacio a la noche, se hallaron frente a una mujer tan 
hermosa que ambos se quedaron pasmados varios segundos (o toda la eternidad). De fondo explotaban 
los fuegos artificiales, pero a ellos les importó poco y nada lo que se celebraba. La chica estaba parada 
inocentemente observando el cielo. Su larga pollera y su rubia cabellera ondeaban al compás del viento. 
Ambos jóvenes concordaron en que la muchacha era mejor espectáculo que los fuegos de artificio. 
Pero fue Tristán, cuya indiferencia se esfumó con la artística figura que se hallaba delante de sus ojos, 
quién tomó la iniciativa y se acercó a hablarle. Gabriel se sintió apenado por no tener el coraje de su 
amigo. Aún así, lo siguió tímidamente. 
-Ahora entiendo por qué tanto alboroto. - le dijo Tristán a la chica, quién se dio vuelta repentinamente. - 
¡Con semejante hermosura presente habría que bajar el cielo a cuetazos! 
Ella sonrió y lo miró fijamente, pero no dijo nada. No hacía falta, sus pupilas hablaban, sugerían… 
Entonces apareció una gitana más vieja que Matusalén, un tanto encorvada y con blancos pelos débiles. 
La muchacha la saludó calurosamente y ésta, luego de hacer lo mismo, se dirigió a los chicos, y sin 
rodeos dijo: 
-¿Quién de ustedes dos la quiere a ella? 
Gabriel se mostró totalmente impactado por su pregunta, sin embargo, Tristán que siempre demostró 
tener cierta fascinación por lo inesperado, ilógico e incoherente, gritó: 
- ¡Yo! 
Y fue así como de la mente de Gabriel jamás pudo borrarse la escena donde la anciana tomaba de la 
mano a Tristán y lo arrastraba lentamente dentro de una carpa, seguidos por la joven chica. Él se quedó 
allí fuera ante la imperiosa orden de la vieja y se limitó a esperar. Tristán salió luego de unos cuantos 
minutos. 
-¿Qué pasó con la chica y la señora? - preguntó Gabriel ansioso. 
Tristán dio varios pasos inseguros y temblorosos y luego, mirando a su amigo a los ojos, destilando esa 
magia que ahora él, en el bar, había vuelto a percibir, le dijo: 
- La chica se fue. 
-¿Adónde? Si entró en la carpa con ustedes… 
-La vieja me dijo que si quería tenerla debía buscar su rastro. 
Tras ese episodio no volvieron a ver a la joven rubia y los gitanos se fueron del pueblo. Pasaron los años 
y ambos siguieron sus tranquilas vidas. Pero Tristán había perdido algo en su mirada, era opaca y 
estaba como perdida. 
Hasta que apareció ese día helado en el Café. 
-Me llegó volando su aroma. ¡El rastro ha vuelto! 
- Me alegro por vos - le dijo Gabriel mientras retaba al mozo por no haber escuchado sus órdenes. 
Estuvieron en silencio todo el día, siendo testigos de la gente que entraba, consumía, charlaba y se iba. A 
Gabriel le hubiera gustado decirle muchas cosas a su amigo. Le habría encantado confesarle que aquel 
día en la feria había perdido totalmente su escepticismo, le habría gustado decirle que la gitana guapa 
era la felicidad y que él, el valiente Tristán, se había arriesgado a perseguirla. Pero entendió que su 
amigo ya sabía todo eso y que no eran necesarias las palabras cuando con simples miradas y recuerdos 
podían entenderse. 
Tristán se fue cuando el local estaba cerrando, dio media vuelta y sonrió. Sus ojos estaban iluminados de 
poesía. Se despidió de su amigo, quizás para siempre, diciéndole: 
-Muchas veces aspiramos a tocar el cielo para luego darnos cuenta que no es tangible… 
Ambos rieron a carcajadas, y finalmente Gabriel, tocándole levemente el hombro lo despidió. 
-Por suerte no lo es, amigo mío. Por suerte, pero está ahí, lo vemos, lo contemplamos, lo anhelamos. Y 
eso es lo que muchos llaman esperanza, felicidad o, en tu caso, rastro.
Vieja Cosechera 
de Agustín Larrañaga 
La noche le teme, el sol le teme, 
las flores le temen, la vida le teme... 
Se corta el oxigeno, se siente a lo lejos 
Que hosca que eres, que eterna que eres... 
Nadie la espera, aparece disfrazada 
de aire, de fuego, de agua y de viento... 
Siempre tan fiel, rosando nuestra sombra... 
En cada semilla, en cada embrión, 
Eterna profesión... 
La noche le teme, el sol le teme, 
las flores le temen, la vida le teme... 
Pisa nuestros talones, nos roba el aliento, 
se siente a lo lejos, el galope abismal... 
Escapar no se puede, (Puede estar cerca) 
En cada esquina, en cada aliento... 
La mano del hombre puede tomar... 
La puede dominar, la puede inmortalizar... 
No hay preelección, puede ser tu propia decisión... 
Puede engañarte, hasta llevarte consigo, 
en su balsa de ébano remaras y remaras... 
Esta bien que le temas, ¡Ella siempre va a estar! 
La noche le teme, el sol le teme, 
las flores le temen, la vida le teme... 
Se desvela en cada latido, 
Se anticipa a cada error, (oportunista...) 
Puede avisar o puede callar... 
No falla, su beso es letal... 
La noche le teme, el sol le teme, 
las flores le temen, la vida le teme 
En cada segundo, en cada minuto, 
Cada hora, (en cada descuido..). 
Habita en el tiempo, se lleva a los buenos,
se lleva a los malos, no pacta con nadie... 
A nadie desprecia... 
Que blancos sus dientes, que duros sus ojos... 
Nunca envejece, que firme que ejerce... 
La pieza mas frágil, el propio corazón, 
Callara, pero el alma jamas cederá... 
Vivirá eternamente, y sonreirá, 
entre lágrimas y nostalgias al ver 
otra vida brotar... 
Vieja cosechera, insumisa verdad, 
todos te temen, el sol te teme, 
la luna te teme, las estrellas te temen, las flores te temen, 
¡¡La vida te teme!! Y el amor... el amor también te teme. 
Gravedad 
de Celso Rafael 
No tengas miedo mi amor, todo cae 
Los reinos, por su apogeo, caen 
Los saberes, por su idiosincrasia, caen 
Los cuerpos, por el precio de vivir, caen 
Las ideas, por su cobardía, caen 
Las modas, por sus modismos, caen 
El tiempo, tarde o temprano, cae 
Las culturas, por ilusas, caen 
Las especies, por su adaptación, caen 
La alegría, por su aburrimiento, cae 
La tristeza, por su podredumbre, cae 
El bien, por su blandura, cae 
El mal, por su propio peso, cae 
Julio Cesar, por un puñal, cae 
Jesucristo, por voluntad divina, cae 
La verdad, por no ser una mentira audaz, cae 
Las instituciones, por instituirse, caen 
El amor, por la costumbre, cae 
Son solo parásitos ebrios 
Descubiertos al vértigo que los envuelve 
Las ruinas son las únicas fieles 
A esta gravedad que nos sabe tan leve
UNA CRIATURA ENTRE LOS GIROS 
de Gabriel Spinetta 
Dedicado a Maru 
Una criatura entre los giros de la luz, 
alterna su forma; el oleaje del oro 
sobre el bostezante rostro del día. 
Dar un giro en la luz, desemboca 
en acariciar los anillos a las amantes del sol, 
como una flecha en el roble de los blancos. 
Una criatura en el anillo advierte a tiempo 
la génesis del color, y el músculo de la vida, 
para apretar el hoy junto al mañana. 
Un pendiente en pleno giro delata, 
el alternar de la forma; las esporas de plata 
en la sinfonía silenciosa de la noche. 
Replegar la criatura al doblez de la sombra, 
es reposar en el lecho universal de los opacos, 
como una nube en el ciclo de las aguas. 
Un giro de abstracciones y presencias 
forma un mundo, el durmiente y el despierto 
marchan como espectros ante la luz. 
Una criatura entre los giros del mundo, 
se proyecta al recóndito, y cada anillo 
se repliega en su metal. 
Una criatura funde la luna y el sol, 
alterna su forma, 
Y duerme en los hilos que atan los días.
III 
de Marcelo Debailleux 
La danza. 
La sombra. 
La valentía bastarda 
Penetra y descarga. 
La imperceptible sombra. 
Los objetos espesos y las 
figuras que no existen. 
La tinta y su sombra. 
La sombra que veo de mi pluma, 
aguileña. 
Sin vuelo, ni anima. 
Su sombra me alumbra y 
me dice que existo - o me lo hace creer- 
La furia, los fendientes, 
la rasgadura del papel. 
El asomar de la pulcra madera 
que encuentra debajo. 
Mi sangre. 
Mis ojos, dos faros ineludibles y 
serenos que me arropan en los 
peñascos afilados de antaño, 
de la otredad 
La imperceptible sombra de dos amantes 
danzando sobre el borde del fin del mundo. 
Sobre el caos ineludible que nos susurra 
el destino fallido, 
sobre la noche, 
sobre la penumbra. 
Los perfiles imperceptibles de dos espectros 
danzando en la oscuridad, 
que ningún faro podrá alumbrar jamás, 
ni podrá nunca dejar de alumbrar.
ContrATapA 
palindromica 
Arte de tapa: Giselle Imboden 
Arte de contratapa: Érica Brasca

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Número 2 terminado

  • 1. LacOsamisMa AÑO 1 NÚMERO 2
  • 2. La cosa misma, la cosa en sí misma, por fuera de interpretaciones, vinculaciones o relaciones que podamos establecer con la cosa, es la cosa. La cosa misma. Cosa siempre fantaseada por los estudiantes de letras. Desde ALALetra -como agrupación de estudiantes de letras- decidimos solamente impulsarlo para que la cosa pueda materializarse. Se trata de abrir un espacio que se irá consolidando. Está abierto a una sección para cartas de lectores, columnas específicas, dibujos y cualquier tipo de producción artística propia de los estudiantes. Este sencillo formato autogestionado que consensuamos en llamar revista, tendrá el precio del costo de la fotocopia. Por eso sugerimos que envíen textos breves para que más gente pueda publicar sin elevar demasiado los costos. Esperamos propuestas y textos, serán bienvenidos. Septiembre 2014
  • 3. No soy yo, es el siglo de André Silvestri Nunca fui un tipo profundo ni sustancial, ni enardecido insurgente ni siquiera libre ni siquiera océano más bien huero... anodino... Te veo y veo un cuerpo, tus tetas puntiagudas y exuberantes bajo el pulóver tu habla densa para mi bobo aire tus labios de invierno igual sensuales Ya basta de arrinconarme no soy un tipo profundo ni abstruso por más que hayas oído los gritos de mis chanchos por más que me hayas visto en el encantador espacio del nunca orinando sobre los surcos rojos que han quedado del firme hachazo de los aguijones y por más que insista tu miel ¡Nunca fui un tipo profundo! Sé que sostuviste con tu lengua mi lágrima y con tus dioses mis diablos pero mi anciano borracho y mi niño cansado beben juntos en los toneles sin agudas peripecias Deberías de ver lo triviales y sensatas que resultan mis mañanas - entre Bach y la clara queja muda-deberías de ver lo mansas que cabalgan mis noches -entre risa ordinaria y vómito electrónico- Realmente no soy un tipo profundo son los playos tiempos que rodean y hunden su arena en laberintos que han nacido demasiado tarde.
  • 4. Cuestión de André Silvestri ¿A través de que lunas he de vivir antes de habitar y resumirme en el cambio eterno y [constante? ¿Qué río he de cultivar y qué nombre le pondré? ¿Con qué razón -siempre errática- bañaré mis pasos? ¿Seguirán mis noches siendo la vida de los pianos que [extasiados sienten dedos de la dama que nunca guardaré en mis [playas del tacto? ¿A través de qué se abrirán mis días y cuál será la melodía [que marcará el paso? ¿A qué luz le daré mi sombra, y a que sombra le daré mis [días y mis ecos? ¿Cuales libros me encontrarán despierto en las ondas [expansivas de un ayer que se pudre? ¿En qué páramo desviaré mis toxinas, donde venderé mi [alma y cuantos pesos me darán por ella; como engordaré [la visión de hoy? ¿Cuándo y porque romperé el calabozo de mis lágrimas? - [espero estén cálidas- pero ¿a quién tendré que darle [gracias? ¿Qué historias y qué versos se abrirán en el tramado [tumultuoso sin intención de ser lo que serán? ¿Qué ser será la cripta de mi debilidad? ¿Sobre el desierto vivir desperdigando lentamente gotas o [expandir de una vez y sin sed un gran charco de barro?
  • 5. Testa de André Silvestri Se reduce en un testa y un rostro pero se va expandiendo --sin ruido-- una esplendida testa sin cuerpo testa que dibuja cíclopes en las nubes que con tesón crea sin tesauros rodeada de un ambiente sin tertulias de amargura rojiza como la tierra un terreno que se le guarda ahora en el cabello- pero tuvo antes en las uñas, tiene ahora el vino en las diminutas venas de sus ojos- pero tuvo antes en el alma y va... solo, incompleto, macizo duro como el huracán queriendo deshojarse ya de todo. De Manuel Díaz Padre Ferdinand que estás en las aulas Santificado sea tu signo Venga a nosotros la arbitrariedad Hágase tu voluntad tanto en el concepto Como en la huella psíquica. Danos hoy nuestra lengua de cada día Perdona nuestras nomenclaturas Así como también nosotros perdonamos a quienes no saben pronunciar tu [nombre No nos dejes caer en el significado sin significante Ni en el significante sin significado Líbranos del lenguaje y del habla. Arbor
  • 6. Arenas de Jorge Alfredo Cossar He perdido las piezas de un recuerdo Estaban: el ocaso, tus piernas y la brisa… Pero, ¿a dónde estaba yo? ¿Qué era de mí? Se extendía tu vientre como vasto desierto donde marchando iban camellos morados, con un andar impreciso que formaba constelaciones Las alimañas atesoraban venenos que esperaban huir y herir la sangre; Pero como el cielo mojaba tu nombre, amoldaba el tejido del paisaje con la placidez de tus vocales He perdido las piezas de un recuerdo Estaban: el naranja, el siena y el púrpura Pero, ¿a dónde estaba yo?, ¿qué era de mí? Los manjares del profundo silencio pintaban el cuadro de tu silueta con la precisión de tus confines: tus pechos, tu cintura, y la cuna de los besos. ¡Algo, al fin, voy recordando!... permanecías sentada en el horizonte; asomaban tus pies desnudos, tus rodillas, tus muslos, el desierto, las dunas, los camellos, la cuna… He perdido las piezas de un recuerdo. Me detuve, tras largo andar, a beber de un oasis… ¡Eran tus ojos!, y allí mismo me desvanecí.
  • 7. Sexus de Jorge Alfredo Cossar Torre lúbrica, impetuosa: Tuyo el prepucio Que cobija, ama y Corona tu rosada cúpula. Allá donde, en lo alto, Brota el ave migratoria, Sacudiendo sus alas Del blanco adiós: Pregonero del otoño. Y el excitado crepúsculo Se estremece tan pronto Como recibe el cáliz Fecundo del revoloteo: Tan armónico y confuso En su huida hacia ese Bendito hemisferio… ¡Ay! El de esos pechos Que ciñen tan finamente El collar de perlas que Vehemente se ha derramado.
  • 8. Trazos de Jorge Alfredo Cossar Hombres bípedos, erguidos. Caminantes verticales de calles horizontales. Sombra perpendicular a lo lejos. Hombre que hunde su raíz y su muerte en el barro de jardines sagrados. Hombre que, mientras vivo, conquista las alturas. Hombres que yacen horizontales en caricias circulares contemplando a la noche tendida sobre sus cabezas. Hombre que encuentra que se ama con el amor extendido de las palabras De avenidas, calles y esquinas. Hombres que rezan oblicuamente y así también se lamentan. Como es el lamento: un poco de plegaria al cielo y una lágrima al río. de Franco Secco La oscuridad se dejo ver y las ratas comenzaron el vals, murciélagos que cantan y alguien llora ahí atrás. Palabras huecas se saben soltar, historias largas de ningún lugar, largo circo ha de montar para la pavada actual. Bla, bla, bla dice este tal. Bla, bla, bla puedo escuchar. Bla, bla, bla te cuentan por demas. Bla, bla, bla como mierda salgo [de acá? Uno quiso reír pero logro llorar aquel quiso morfar y llego a vomitar Todos estos quienes de tal en el circo fugaz se pusieron a bailar y aun no se pueden bajar.
  • 9. Escondidas de Jorge Alfredo Cossar Uno, dos, tres Manos ajenas reposan sobre mis ojos Cuatro, cinco, seis Se abre una ventana en sus dedos Siete, ocho, nueve Cae una tierna lágrima por mi mejilla Diez Esta es la última vez. Once, doce, trece Escucho, la piedra de mármol se abre Catorce, quince, dieciséis Ya mis penas huelen a lirios Diecisiete, dieciocho, diecinueve Me daré vuelta y desaparecerás Veinte ¡Ay! y tanto te habré de llorar. de Franco Secco Serpiente que desfila por cada torrente de mi cuerpo, socavando en mis emociones. Salvavidas de la inexpresividad total, la muerte implosiva. Guía de mis propios sentimientos, alzándome sobre tu lomo, para así recorrer el largo camino hacia mi sol, mi centro, mi corazón, mi alma. Enfermera de la soledad, eres quien me sana las heridas de aquel vació letárgico. La musa en cada momento de mi vida, compañera fiel, que haces de mi el hombre más feliz en el momento q te acaricio cada nota de tu cuerpo. Eso eres para mi, mi amor, mi música.
  • 10. Sueños. de Cintia Elizabeth Me senté a llover junto a la ventana, empañando los cristales con el susurrante deseo de que desaparezcas... Palidecí ante los hechos, y me vi huyendo despavorida una vez más.... No es que tenga miedo a fracasar, ya me acostumbre al monótono y fugitivo deseo de huír a destiempo, borrando los pasos... desapareciendo los recuerdos... Me asusta su presencia y esa es mi conclusión... Me asusta su extrañeza, justamente la misma que adopte para ser quien [soy... Me encuentro en la encrucijada de no saber hacia donde echarme a [andar, si retrocedo, si me atrevo o si declino sin siquiera empezar.... Me abrumaron sus palabras, esas que él jamás pronuncio... Me desconsolaron las esperanzas... Ese... "Lo que pudo haber sido si yo..." El era una noche estrellada, y yo era un sueño.... El cual no era momento de soñar. de Cabeza de Calabaza Después de ese primer día, no volvió a ser igual. Ver las cosas tan claramente pocas veces podía saber tan bien. Él, liberándome por completo, qué mas podría necesitar? Libera su energía, expandiendo su frío dentro de mí. Limpia mi cuerpo, me convierte en alma pura. Su brillo se consume y se convierte en mi sangre. Nos unimos muchas noches, sin contemplación, sin nada que esperar mas que el disfrute de esa unión. La única que sería eterna, a pesar de ser tan efímera.
  • 11. Atrida Corazón de Cintia Elizabeth ¡Este mundo no necesita más amor. Necesita más aventurados a encontrarlo... Locos suicidas, kamikazes entrenados que no teman caer a tal dicha fatídica... Aquellos capaces y azarosos, como Aqueos que veneran la muerte en la guerra por excelencia, necesitamos de esos... Que no teman caer en la desgracia divina de sentirse vivos... Porque así es esto, como el dolor y el llanto que hincha el pecho de valentía, esa antítesis de lo desgraciado y lo divino que nos hace sentir [ vivos, esto es el amor!... Porque si esto no fuera así, entonces que sería de nosotros?... Imagínate un mundo sin amor.... Pero no a este amor de ahora... Ni siquiera me refiero al amor de años atrás... Aquel amor ancestral, evocado por los poetas, proferido por musas fantásticas... Ese amor que subía por las cascadas a contra corriente, sin pedir [permiso, que llegaba se instalaba y había que obedecer... Me refiero a ese amor que no era buscado ni rechazado, sino [ recibido... Y se seguía sin más... No hablo de forzarlo y mucho menos me refiero a arrancarlo y si fuera así, que mis manos no vuelvan a poder escribir semejantes palabras! Me refiero a dejarlo fluir... como las aguas cristalinas en las laderas de una montaña y que [bajan hasta su cauce...
  • 12. Eso es el amor, es el destino, el dejarnos llevar.. Y no me refiero a un amor puntual, sólo estoy generalizando... Imagina nada más... que esto se pierda para siempre... Qué sería de nosotros? Sólo piénsalo un momento... Apología del reencuentro de Edgardo García Los dos adultos se sientan en el mirador, con el horizonte de la isla cercana. No falta mucho para que la noche convierta en tinta el agua. La amena charla se va tiñendo con las reminiscencias que llegan navegando a babor en un barco arenero de color naranja y bajan por las curvas del tiempo, desandando ladrillos en las arcadas. El chico que escribiera cartas de amor y quien fuera su princesa del Colegio San Francisco caminaban por Puccio y quisieron ver el río. Igual que en los días de su adolescencia, en la Plaza Santos Dumont se vuelven a ver y la apología del reencuentro es el leitmotiv del atardecer.
  • 13. Pidi de Edgardo García La memoria personal debe regirse por leyes verdaderamente complejas. En el punto de Boulevard Rondeau por el que habré transitado en más de mil oportunidades, sólo se divisa hoy el burdo calco propagandístico de un concejal de poca monta. Pero durante muchos años una leyenda, tan romántica como cómica, sorprendía y parecía instanciarse nuevamente cada vez, transmitiendo la viva impresión de haber sido escrita apenas unos cinco minutos antes. De todos modos, recuerdo claramente una ocasión que me hallé frente a ella. Por qué mi memoria habrá preservado con especial nitidez esa circunstancia y no cualquiera de las tantas otras es algo que desconozco. En ese momento el colectivo se detuvo en el semáforo, a la altura de la calle Martín Fierro: mientras se ahogaba el chirrido de los frenos pude contemplar la inscripción de cierto enamorado, de tono imperativo y suplicante. A través de un espacio con forma bastante circular en el vidrio de la ventana que no estaba cubierto de tierra, se leían aquellas letras sobre el cantero del carril rápido; trazadas con pintura negra, eran letras de la misma exacta cantidad de centímetros y milímetros de altura que el estrecho cordón. Ignoro quiénes serían la mentada Pidi y el amoroso arriesgado que dejó grabada su demandante confesión: "Pidi te amo y no pongás esa cara de forra que te lo digo de corazón. Yo “
  • 14. La columna filosófic a De la imposibilidad de la certeza de estar en o con Dios Supongamos que se abren los cielos y baja una figura contenida en un resplandor generoso. Supongamos que la figura es antropomórfica, enorme, algo translúcida. Supongamos que nos dice, con una voz que resuena en todos lados: "Soy Dios." Si se quiere sostener una actitud filosófica, no cabría el asombro ante ese hecho. ¿A qué asombrarse de lo que efectivamente ocurre? Si ocurre, era posible; si era posible, no cabe el asombro. Sí cabría esperar a ver qué hace o preguntarle, con suma delicadeza, si se le ofrece algo. Incluso tendríamos el derecho, ante la afirmación "Soy Dios", de decirle: "Demuéstremelo." Para estar seguros de que estamos en o con Dios, tendríamos que dejar de ser humanos, porque la duda es parte constitutiva de nuestra condición. Tendríamos que ser de tal manera que ni siquiera fuésemos capaces de imaginar la duda. La duda no es algo que se elija, sino algo que viene a nosotros. Por más que queramos creer que eso que bajó del cielo es Dios, algo en nosotros puede dudar de que no lo sea. Por eso la relación del hombre con Dios no puede nunca pasar de una creencia, de una sospecha esperanzada. Juan Cruz Echavarren
  • 15. Sin coraza De Marce Gómez De soledad tirita el sol ausente frío y lúgubre como esta piel mustia, que se desgaja ante el omnipresente amor que solía amar y ahora es angustia. De viajes risueños el compañero ya no me acercará al tiempo lozano. Aquél quien siempre ha sido, al que prefiero, se ha ido como se va el sol del piano. Solas las sábanas saben susurrar silentes falsedades sigilosas con las que la flor se puede desgarrar. Solas las palabras se tornan briosas al intentar pronunciar el olvido de lo que no pierden y no han tenido
  • 16. Derrotero de un héroe De Federico Areste Llovizna ligera, una máxima de 22°, un martes a las 19.41 pm. Varúð se tira en el cemento, sumergido en la pedantería de algún deseo; atrapado y dominado se entrega con no mucha resistencia. Más sensible a la belleza que de costumbre comienza a caminar en busca de alguna historia que lo conmueva. Sigue caminando. Las gentes lo atraviesan como las horas y lo invitan a transfigurarse. Los olores parecen guiarlo hacia algo que cree que vale la pena; de repente se pierden y todo vuelve a la extraña sensación de solamente mover los pies con algún que otro ritmo. La oscuridad; el amor; el sexo; tu perfume; una boca; algún pájaro arrepentido; los refugios eternos de los hombres para sobrevivir; la vida y la muerte; unos pechos hermosos seguidos por la belleza de una mujer que corre en forma circular sin parar, a la que cruza dos veces en pocos minutos y lo perfora con una mirada de simetría singular a la que no cree poder jamás concederle el goce del olvido. Todos esos podrían ser temas viables piensa y sigue caminando. La ciudad se empieza a apagar como la voz de un pesimista del siglo XIX que nunca tuvo esperanzas, porque podes ser un pesimista esperanzado como Hesíodo, aunque a veces se pone áspero, creo que él no te lo va a negar, Varúð tampoco, y yo menos. Caían las horas y llegaba la noche que borraba todo de un plumazo, una especie de pincelada divina que coloreaba todo con un misterio arcano. Sigue caminando. De repente, sin buscarlo, como al amor, se choca y se rompe contra un cartel. Dejo pasar unos instantes, se acomodó las ideas para volver a la realidad y ve que estaba escrito en alemán, lo cual le llamo poderosamente la atención, "otra de las asquerosas maniobras de marketing de los inescrupulosos publicistas apurados" se dijo. Utilizando la poca tecnología que llevaba encima lo traduce y se encuentra con un anuncio bastante extravagante. Más bien parecía una broma, algo sin mucho sentido. Su primer sensación fue seguir caminando y olvidarlo todo, pero aprovechando la cercanía al lugar donde citaba el anuncio y el tiempo que esta vez no era su enemigo como la mayoría de las veces, comenzó a caminar de nuevo, siempre para adelante, sediento de alguna aventura que ande flotando por el aire. Al llegar lo recibe una persona completamente desnuda. Se presenta, acto seguido lo invita a desnudarse y a tomar asiento hasta ser atendido. Es bastante aburrido describir las emociones que lo recorrían en ese momento,
  • 17. según tengo entendido creo que tampoco las recuerda, pero fueron innumerables. Persigue las órdenes sin interponer palabras. Se sienta, toma una revista de las tantas que adormecían arriba de una mesa y se encuentra con una nota magistral de psicomagia, ahí estaba Jodo y sus apasionantes historias, de esas de las que no podes no salir herido. Entusiasmado hasta la médula empieza a indagar las páginas, la historia lo iba atravesando por la carne cuando de repente aparece otra persona despojada completamente de sus atuendos, castrada, un hombre vaginal, que lo invita a ingresar en una habitación. Seguía sin emitir juicio, solo asentía con un movimiento de cabeza hacia abajo y tratando de mirar poco a los ojos, cosa que a él no le g u s t a e n a b s o l u t o . Se enterraron los dos en la habitación, era de esos lugares donde mucho no se deduce lo que pasa a pesar de esforzarte hasta el cansancio, pintado con varios tonos azules y verdes, intercalados cuidadosamente unos con otros, formando una especie de delirio óptico extraordinario que a la primera percepción te teletransportaba a una orgia intensa de 1519 en la India o en la e s t a n c i a d e l Q u e r a n d í . Había unas velas prendidas, algunos sahumerios, multitudes e x c i t a d a m e n t e d e s n u d a s q u e i b a n y v e n í a n . Al abstraerse un momento del lugar logró visualizar en una pared una pintura, era una persona con una cuchilla en la mano, totalmente desnuda, era una mujer hermosa, parecía ser quien tutelaba el lugar. Su mirada inconfundiblemente decidida la delataba, la volvía deseada, la hacía eterna. Era de esas miradas que no se olvidan en la vida. Inmediatamente logró reconocerla. Era la mujer de los pechos sublimes que corría sin parar en círculos reducidos. Esa mujer que vio pasar dos veces, o tres, o ninguna por adelante suyo hacia no más de 15 minutos, que ahora estaba viniendo hacia él completamente desnuda con una cuchilla en la mano, como si hubiese descendido del cuadro. No despegaba su mirada de la suya. Comprender lo que pasaba se le hacía imposible. Probablemente era Ramnusia pensó, la hija de la oscuridad y de la noche, que estaba tratando de aleccionarlo por ser un ferviente admirador de lo imposible. Lo seguía mirando muy fijo y se le acercaba cada vez más con su cuchilla en la mano. Cuchilla que posiblemente haya sido creada por el majestuoso Aquemenes, ese que posee u n e s p í r i t u d e s e g u i d o r . Hacemos una tregua con el relato para aclarar que esta última aseveración respecto al primer portador y dueño de la cuchilla me la atribuyo a mí quien hago a las veces de relator de esta historia bastante distorsionada respecto de la que alguna vez me confiara Varúð, su protagonista. Resulta que según
  • 18. confiesa Varúð sobre su episodio revelador, la cuchilla que sostenía la Némesis poseía un escrito persa que traducido al castellano significa Pasargada, primera capital del Imperio persa aqueménida fundada por Ciro II el Grande. Intuyo que éste último heredó la espada de su bisabuelo Teispes habiéndola éste heredado primero de su padre Aquemenes como elemento sagrado del imperio persa. Después de las interminables guerras y las eternas herencias, la cuchilla pasaría en manos de algún sátrapa, protector de la tierra donde se erguía el caído imperio persa aqueménida, que tras volver a Roma se dirigió al Capitolio y la sacrificó ante la diosa de la justicia retributiva entregándosela como una ofrenda por su perpetua protección. Olvidando un poco los avatares de la historia, volvemos nuevamente al relato que protagoniza Varúð, a quien Ramnusia seguía acercándosele decididamente. Trató de calmarse para poder razonar y dominar la situación pero le llevo algo de tiempo, y el tiempo ahora si se había transformado en su verdugo abominable. Estaba entrando en un embelesamiento visual donde todo era monumental, sus pechos se empiezan a petrificar; el resto de vida que anidaba en su cuerpo se adormece. Se sintió fuertemente violentado por algunas preguntas, como se siente violentado un útero por los espermas que tratan de fecundarlo sin el menor de sus consentimientos. Se cae, desvanecido, enredado en una especie de sueño cataléptico donde la poca armonía háptica que alguna vez habito en él se desploma consigo y se le escurre entre las manos como alguna clase de arena. Recuerda las imágenes, esas visiones espectrales que lo recorrían por dentro tratando de representarle alguna realidad exterior que no podía descifrar. La red de mentiras en que atrapan al héroe que ahora es la víctima; el increíble poder de esa mirada; la fuerza incalculable de esos tres milímetros de diámetro del iris; la escena primordial; el teatro original; la contemplación de esa imagen fija que lo recorre y lo satura, lo harta de su contemplación, de su forma monumental, de su dureza. Logra despertar pasado unos minutos y ahí estaba; en medio de un ritual, de una representación magistral, rodeado de tambores. Ese teatro eterno del tiempo donde los hombres solo son actores viciosos del sufrimiento, buscadores incansables de la redención. Ese teatro donde todo se convierte en fuego, y el fuego en todas las cosas. Quería volver a caminar pero perdió el respeto total de sus músculos, su sensibilidad seguía adormecida al igual que gran parte de su voluntad. De todas maneras junto coraje, amontono un poco del aliento que tenía a su alcance, pegó media vuelta con la cabeza hacia abajo y comenzó a caminar hacia la puerta de salida lentamente. Los tambores seguían sonando cada vez con mayor intensidad, lo invitaban a quedarse, le convidaban lujuria. A pesar de todo eso ofrece resistencias a sus pasados; le
  • 19. canta shâh mâta a sus historiales, como seguramente lo hubiese hecho el fabricante de tiendas, el hiperbóreo Omar; y decide irse antes de algún final con el propósito de a ese instante consagrarlo hasta el infinito. Se entrega nuevamente al polvo interminable del cemento, ese desde dónde venimos y hacia donde siempre volvemos, vos, él, yo, todos. A veces la sensibilidad por la belleza te puede aturdir el poco juicio o la ilusión de él que te corre por las venas y te puede volver asquerosamente cobarde sin perder en el camino el polimorfismo que la atraviesa y solo a través de éste poder entenderla como una razón por la que sufrir más allá de alguna lógica mundana; y que transforma, por medio del sacrificio, lo humano en deidad. Sigue caminando, desnudo. Vuelve a su casa. Inútil bosquejo de un pájaro de Federico Areste Esta es la historia de George Fox, aquel fundador de la sociedad religiosa de los Amigos, los quakers, esos que temblaban cuando los atravesaba el espíritu. Así la relata su correligionario William Penn el padre de the holy experiment, en uno de sus antiguos escritos encontrados en el parque nacional de Yellowstone, al noroeste de los Estados Unidos, por Walt Whitman en octubre de 1888 antes de que un infarto lo sorprendiera por la madrugada mientras transitaba el Yellowstone Park Bison Herd. Cuenta George según William que los dioses en algún momento de sus vidas predeciblemente mundanas decidieron unánimemente reunidos concederles a las tierras más sagradas la belleza de las montañas y los mares. Además de esas simplezas, también les concedieron a los cielos desconsoladamente inalcanzables toda la representación de lo infinito. Las lunas y los soles parecen nada menos ni nada más que eso sostiene el taciturno George, para quien el tiempo se ahueca, se corta al medio y se precipita un par de veces al día. Para quien todo es pausa, cielo, montañas, p i e d r a s , n o a g u a . Arguye William que George injustamente el 19 de Julio de 1666 estaba intentando ser encarcelado por blasfemia en Scarborough cuando el antropomorfismo de una nube la devino en un pterosaurio héroe, ese sempiterno clado de vertebrados amniotas al que pertenecen unas pocas aves privilegiadas. Sostiene William que George lo veía venir hacia él, sentía que se le acercaba rápidamente el pasado, más rápido de lo que tarda una gota de lágrima en caer que es el mismo tiempo que tarda un hombre en perdonar. George aprovechó el impulso que le propicio un salto aventurado desde una roca y se entregó por completo a la voluntad del
  • 20. pájaro que preside a los vientos; se entregó totalmente a su entero dominio de las alturas. Él solamente quería escapar aun sabiendo que retornaba a lo irretornable. Los árboles comenzaban a bifurcarse entre ellos que ahora eran uno encarnando a todos los hombres pasados. Las manos de George se convirtieron en sus alas, sus piernas en sus patas. La realidad ahora era única por una simple necesidad de identidad irremediablemente compartida. Este pájaro nuevo que eran, resistente al fuego del sol, reúne y representa con toda responsabilidad el sentido no poco sublime del vértigo. ¿Que serían esos menudos palos amontonados con forma de palabra sino el vuelo libre del ser? El vuelo se imposibilita con la ausencia del vértigo. Desde arriba el ahora George alado vislumbra la angustia que enlaza a los hombres y los hace tan hermosos, tan humanos, tan asquerosamente humanos. Aunque a algunos los ve perdidos. Eso desde allá arriba él lo siente, como se siente la ruptura de un ligamento cruzado anterior derecho en el silencio total de la noche. Esta última sensación la agrega quien relata la historia de George contada por William que encontró Walt. Quedo demostrado por Walt a través de las anotaciones de William, que George nunca existió más allá de un pájaro que pertenecía a un ejército adiestrado para la localización de espíritus ilguriosos capaces de pisar la cabeza y aplastar al más grande de todos los dioses. Profesó William al final de sus escritos que George nunca quiso pertenecer al mundo de las realidades físicas ya que por más bello y atractivo que sea siempre estará sujeto a las leyes de la gravedad. Él prefirió ser el espíritu incorpóreo de un pájaro sin gravedad ni presiones, gobernado alocadamente por la imaginación, incluido únicamente en el relato de William para poder cumplir el deseo de llegar a las manos de Walt Whitman e iniciar un periplo por su conciencia. Ese Whitman de la barba sagrada, ese que solo se adelanta un instante para retornar luego a las sombras. Solo a través de su expresión poética que se aprovecha de un alejamiento intencionado de las pautas de la rima y de la métrica, solo a través de su prosa los cuáqueros van a ser inmortales. En el escrito encontrado por Walt Whitman se percibe que el día 30 de julio de 1718 a las 05:35 post merídiem, un par de horas antes de morir William concluye: todo lo indefinible esta necesariamente definido y contenido por algo.
  • 21. de Celso Rafael El guerrero va, insuflado de vigor y certezas. Carga consigo su armadura, con orgullosos destellos avanza a decorarla con guirnaldas de sangre y tierra. Escudo siniestro, dispuesto al ritual de brutales besos con cual pertrecho corteje. Espada diestra, regalando estrellas fugaces de acero que abren surcos en el bronce y cavan manantiales rojos. El guerrero avanza, a fuerza de músculos que cierran y abren, a fuerza de su nombre en los cantares de bardos, a fuerza de una voz. El sudor condimenta sus ojos, las bocanadas entran y salen cual dragones que juegan en la puerta de un volcán. Sus pies avanzan, lentos y pesados, dibujando cicatrices en el suelo ¿saben acaso dónde detenerse? El guerrero va, sembrando con mandobles cuerpos y retazos de vida en la greda ¿se volteará y contemplará a ver que flores nacen de ella? ¿Cuán abundante será su cosecha? ¿Cuándo sabrá detenerse? ¿Bajará la guardia a la voz del capitán? ¿Al sonar el cuerno de retirada? ¿Será por el peso de sus armas? ¿Será por la aplastante piel de metal que lo cubre? ¿Será por una herida que le arrebate su existencia? ¿O será porque se encuentra con la nada del frente enemigo? ¿Será esa nada un trofeo de victoria o un muro de miedo a adentrarse en ella? ¿O será que sus mandatos le impiden al valeroso guerrero aventurarse en ese detrás? SI LA ARQUITECTURA ES EL PRIMER ARTE, LA MÚSICA ES EL ARTE UNIVERSAL. De Celso Rafael Antes de la palabra, en los albores de la humanidad, estaba la música. Antes de la decadencia instintual, antes del quiebre de la manada por la rebelión de los egos, la música era el lazo invisible que nos hermanaba. Antes de que los simios dejaran de confiar en la providencia divina de la naturaleza y empezaran a emanciparse de su condición bestial, inventando el asco, la vergüenza y la moral como excusas de la evolución, la música era el bálsamo para las carencias y los dolores. Antes de que los hombres empezaran a proclamarse dueños de sí mismos, antes de que empezaran a desentenderse los unos de los otros construyendo sus propios dialectos, la música era el lenguaje universal, lenguaje sui generis. Aún antes de que el silencio, contaminado por el hombre, que lo encasilló con sus significantes al nominarlo "silencio", categoría que lo excluye de toda entidad sonora, el silencio era la música de la nada. ¿No existen acaso en nuestra humana animalidad (y a veces humana vegetalidad) algunos atisbos de esa primitiva condición? ¿No es acaso el llanto del recién nacido un cántico desgarrador que lo defiende de su propia inermidad
  • 22. y un llamado estremecedor a otro ser (llámese materno) completamente ajeno a él para que intente devolverle la completud que le fue arrebatada para siempre? ¿No es acaso mal premiada la música como la segunda de las siete bellas artes? Existen personas que gozan de la belleza de un cuadro, existen otras que no. Existen personas que se trasportan en los versos de un poema, existen otras que no. Existen personas que alimentan su imaginación con la literatura, existen otras que no. Existen personas que contemplan embelesadas magníficas esculturas, existen otras que no. Pero, más allá de la monótona tarea de existir, está el ser. El caos de la existencia es la armonía del ser. Por eso, no existe ser; persona, humano, hombre, mujer, infante, anciano; sin música. Solo la muerte es la vida sin música, porque la carne, en el orden perfecto, es el corazón que no percute, es la voz que no vibra, es la pasión que no canta, no es la existencia con caos, es la existencia con armonía. ARGENTINA de Samir Nasif Vengo de "La linda", veo un cielo azul, Donde el cardo juega con la luz… Y trae despacio el día. Sube el carro lento tirado por bueyes mansos, Sobre el carro viejo, CAMPESINOS, por más Que el sol queme sus pieles, fiel a su tierra van a trabajar. Tengo un matecito e' plata, con bombilla de oro, Pero es más riqueza mi pampa, Que siempre verde lucirá. Buenos días "Malos Aires", buen día Ciudad, Humo, ruido, población, no son más Que contaminación. Vengo de un pueblo del Sur, Donde el viento no tiene longitud, Donde también se puede ver, Naranja el amanecer. Vengo de un pueblo, Donde el mundo admira la grandeza de mis GLACIARES. Quiero irme y me da miedo, A tu encanto volveré, Tierra del "fin del mundo"…
  • 23. Rosario, un gran amor. de Macarena Montiquin Si tuviera que describirte diría que sos historias, música y arte. No hago más que admirarte, quererte y volverte a mirar. Tan hermosa como siempre, pero hoy, hoy más. Sos el clásico partido de Newell's y Central. Algún que otro tema del famoso Fito Páez. Los domingos futboleros y esos mates mañaneros, tan amargos como eternos. (ricos en sociabilidad) Tenés algo que atrapa a cualquiera, no podría negarlo aunque quisiera. Y aun teniendo la posibilidad, de cambiarte, de viajar. Volvería una vez más a Rosario, mi ciudad. Porque no podría olvidar jamás esa infancia de parques, risas y algo más. Porque sos mi religión, mi fuente de inspiración. Sos orgullo, y sos pasión. Sos Rosario, y como vos no hay dos... Una noche de Agustín Larrañaga El goteo de la canilla comenzó a fastidiarlo a pesar de estar a una distancia considerable de ella. Probó tapándolo con algodón, pero el goteo continuó hasta que usó finalmente unos cuantos chicles que por suerte tenía. A eso de las dos de la mañana despierta con una molestia en su abdomen, creyendo que era su estómago. Su pensamiento fue erróneo, era su vejiga, quejosa por la carga ingerida. En camino al baño se chocó todas las cosas habidas y por haber, incluso rompiendo una de ellas, una lámpara de lava que adornaba la pequeña mesita del pasillo. La inquietud empezó a malhumorarlo, no pudiendo conciliar el sueño. Se movía de lado a lado, probando distintas posiciones, no resultando ninguna cómoda, hasta que finalmente después de una hora de batalla logró dormirse. La habitación estaba tranquila, muy monótona, con un silencio absoluto. Era raro que no intervenga algún grillo, las periferias de las ciudades son todas descampadas, todas quintas con grandes terrenos, los preferidos de los insectos. Obviamente pocos se someten a el agobiante silencio de las periferias, y digo agobiante porque la intensa tranquilidad que provocan al estar alejadas del barullo central puede a uno presionarlo demasiado y no pudiendo soportar. El ruido y constante movimiento de las partes céntricas o de más adentro genera una cierta seguridad en uno, se siente más acompañado y no teme dar un paso hacia adelante. Agregando la iluminación, las cual carecen las periferias de esta pequeña ciudad. El viento empezó a penetrar, moviendo indiscretamente las cortinas, pero purificando la habitación, y mimando las fosas nasales del bello durmiente. Cayendo las tres y media, aproximadamente, le empezó a molestar su nariz, como si alguien rozara la misma con una sutil pluma. Se la apretó, tomo aire y quiso aguantar, pero finalmente con una mueca de profundo desprecio soltó el estornudo hacia la izquierda, acto seguido se levantó vertiginosamente a buscar papel de cocina para limpiarse, el cual no había, y teniendo así que ir a lavarse. Se quedó
  • 24. mirándose al espejo, miraba su cara de muerto vivo, totalmente demacrada. Los pelos desparramados rústicamente y sus ojos llorosos por el anterior estornudo. Agarró unas tiras de papel higiénico, por si sucedía algún otro estúpido y burlante acontecimiento. Echó una mirada hacia la mesita de luz para ver la hora, pero el reloj no estaba. Encendió el velador para confirmar que su cansancio no lo engañaba, pero no, no estaba. Ni tampoco se encontraba debajo de la cama, ni en el suelo. Bueno, no tenía que levantarse a trabajar, por lo tanto se dio media vuelta, cerró sus ojos y rogó. El silencio era más agudo, totalmente sofocante, todo estaba muy oscuro, la luz crepuscular no traspasaba por la ventana, a pesar de que las cortinas no eran oscuras precisamente. Lo invadía una cierta incertidumbre, sus pensamientos eran inconcretos. Comenzaba a temer, ¿A qué? No lo sabía… Su estado mutó radicalmente, de blanco a gris, y de gris a negro, como cuando tenemos que ir a un determinado lugar y nos agarra la noche, y vagamos por calles interminables, sentimos pasos, detrás de nuestro y tememos voltear. La atmosfera pasó de cálida a intensamente calurosa, insoportable, y él seguía tapado hasta la frente. No podía ver absolutamente nada, obviamente, pero sentía como si algo o alguien lo observara y juzgará. Comenzó a temer, más aún, y se empezó a oprimir, quería desaparecer sin emprender la acción de marcharse, como en situaciones desesperantes en donde es imposible escapar y hay que enfrentar lo frontal, lateral, inferior y superior ll Se encontraba en el comedor de un hotel, tomando una soda, sin un acompañante. Comenzó a pispar profundamente el lugar, desde los cuadros de las generaciones familiares del dueño del hotel, hasta el terminado de las paredes. Cuando desvió la mirada hacia la mesa lateral, pudo ver una tosca señora, a la cual se le derrama el café en las piernas en consecuencia de una mala maniobra. La taza se estrelló contra el piso, haciéndose añicos. Fue muy gracioso, incluso llego a reírse tan caudalosamente que la señora le echo una mirada penetrante de profundo odio, lo sobresaltó, agachó la cabeza pero siguió riéndose muy despacio. Volteó y pidió la cuenta, y se perdió arduamente en los ojos de la moza. Una morocha de ojos miel. Sus ojos embobaron con su piel bronceada, admirando cada centímetro, mientras sentía un aroma exquisito, un perfume muy evasivo, pero agradable. -Son cinco pesos señor- Pagó y se fue avergonzado, por no poder emitir palabra alguna a la hermosa joven. Alejándose del hotel vio un inmenso cartel digital, muy resplandeciente, que nombraba a la película que se estrenaría esa misma noche. Caminó vertiginosamente para guardar un lugar, porque la gente demanda mucho el material cinematográfico, en esta época de constantes estrenos. -Un boleto para (…) y si es posible, un asiento que no esté tan cerca de la pantalla- Cuando termino de gestionar estas palabras su boca se cerró secamente al ver voltear a la señora que atendía, la misma que minutos atrás lo condeno visualmente con una sentenciante mirada, luego del papelón con el café. Se sobresaltó, impetuoso. El primer sentido en funcionar fue el del olfato, una fragancia intensa acechó en su nariz. Su destino, el mismo, como si una fuerza de atracción interviniera. Se dirigió con vehemencia, despreciando, echando unos cuantos insultos, pero nuevamente su boca se cerró, tenazmente, más fruncida que antes, al encender la luz y ver en el espejo del botiquín el boleto de cine, el reloj en la ducha y una pequeña taza de porcelana humeante, posada en la jabonera. Una noche…
  • 25. de Griselda Carrizo Hubo un día en el que decidiste que no nos miráramos más y la mirada salto el alambrado trepó los árboles voló al ras del océano esquivó gaviotas y mástiles de barcos la mirada bebió cielos escupió horizontes horizontales verticales ladeados sueltos surtidos los horizontes. La mirada sobrevoló montes y bosques Se volvió ecuestre esquiva ecuánime la mirada fue de altura de arriba. Insto a la instancia mi mirada y se me hizo ajena ajetreada se erradico de mi soltó mi pena sabrás de mi mirada algún día ese día cuéntame. El rastro de Andrés Guaranelli Sintió el aroma una vez más, ese olor tan nítido que su nariz reconoció rápidamente y que hizo que su mente volara a través de los mares más anchos del tiempo. Se perdió entonces en lo profundo de su ser y, al volver a la realidad, supo que había vuelto a encontrar el rastro. Muchas otras veces le había sucedido de hallarlo, sin embargo, nunca a través de un olor. Pero esa fragancia le era tan familiar que formó rápidamente la nostalgia. Infló su pecho con todo el aire que pudo y lo largó lentamente mientras esbozaba una sonrisa de felicidad, o al menos, de intento de ésta. Salió de su pensión bastante de prisa y olvidó que afuera era invierno, mas no le importó caminar con sólo una remera puesta y tiritar de frío mientras pudiese mantener ese estado de magia que había llegado inesperadamente esa mañana. Cuando Gabriel lo vio entrar a su confitería pensó que finalmente había enloquecido, pues estaba a punto de sufrir de hipotermia (según su catastrófico pronóstico) y, como un amigo que
  • 26. se preocupa por su camarada, lo tomó del brazo pálido y lo sentó frente a la estufa de gas mientras ordenaba a su mozo a los gritos una taza de café bien caliente sin percatarse de si hubo respuesta de su empleado o no. Como tantas otras veces, Gabriel decidió esperar a que Tristán comenzara a hablar aunque, pese a su cara de desinteresado, por dentro se moría de ganas de preguntarle qué había pasado. Así que se mantuvo firme, parado al lado de él, observándolo calentarse. Pero no fue lo que Gabriel quería escuchar lo que su amigo dijo. - Qué curiosa esta estufa. - fue lo que Tristán comentó mientras se frotaba las manos y se regocijaba con exagerado placer. Gabriel estaba acostumbrado a hablar siempre del tema que él propusiera, así que le siguió la charla. - Es sólo una estufa de cemento que imita a las leñas. -Claro, como si fuera una fogata real. - Pero es artificial, los troncos son de cemento y por los agujeritos sale el gas que produce el fuego. - le explicó impacientemente Gabriel. - ¡Oh! - exclamó Tristán de forma teatral. - ¿Entonces nunca se va a consumir? - No. - Pues me compadezco de la pobre estufa. Qué vida tan mísera le ha tocado. Siempre ahí, echando fuego, sin poder arder realmente. Gabriel notó en él un enfado que ya conocía, como si la rabia fuese dirigida a Dios, a la vida o a sí mismo por no poder hacer nada al respecto. Lo miró así un rato y luego apuró al mozo para que trajera el café; le molestaban las tardanzas. Encima no encontró respuesta ni tampoco lo vio. Pero el mozo nunca faltaba al trabajo y mucho menos se escapaba. Además, ya lo había visto llegar a la mañana temprano. Pensó que estaría acomodando algunas cosas en la cocina pues tampoco había otros clientes a los que atender aún. Se dispuso a ir a calentar el agua cuando su acción se vio interrumpida por las palabras de Tristán. - He encontrado el rastro, Gabriel. - le dijo. - ¿Qué rastro, Tristán? - preguntó sintiéndose, en parte, aliviado por el comentario de su amigo, ya que supo que era de lo que él realmente quería hablar cuando llegó casi congelado al establecimiento. Sus miradas se cruzaron por una fracción de segundo y fue entonces cuando Gabriel se contagió, aunque en menor medida, de la magia que Tristán destilaba. Se sintió conmovido y el corazón le latió rebeldemente. Habían pasado tantos años… -¿Ves? Te acabo de transmitir una pizca, una huella. - le confesó Tristán mientras cortaba aquel silencio que pareció haberse acomodado en la conversación. A Gabriel le temblaron las piernas y sintió que se desvanecía (así de exagerado era) pero pudo recuperar la calma dando un largo sorbo a un vaso con agua. -Ahora sé a qué te referís con el "rastro". - le confesó. Quince años eran los que habían transcurrido desde el día en que los gitanos llegaron a la ciudad. Por aquel entonces solo importaba el comercio de harina que producía el gran molino que daba trabajo a la mayoría, excepto a Gabriel, quien entonces ayudaba a su padre en el Café, y a Tristán, un muchacho huérfano que era mantenido por la familia de Gabriel. Los nómades se instalaron cerca del prestigioso molino y armaron una colorida feria. Gabriel se mostraba indiferente respecto a ir pero Tristán, aquella mañana de febrero, llegó a los saltos lleno d e e n t u s i a s m o y l o a r r a s t r ó a l l í . En la feria encontraron todo tipo de entretenimientos típicos, pero predominaban las viejas que aseguraban poder leer el futuro con sólo tantear las palmas de las manos. Ambos se mostraron indiferentes, pero aún así pensaban distinto y Gabriel lo sabía. Él se mantenía totalmente
  • 27. escéptico con respecto a ese tipo de poderes; la indiferencia de Tristán, en cambio, se basaba en no encontrar. Parecía la técnica de un profesional: caminaba, de puesto en puesto, apenas pispeaba de reojo a las ancianas maquilladas fuertemente, olfateaba un poco los sahumerios y luego seguía con una mueca que decía "no" en su rostro. -¿Qué buscás? -Un sueño que tuve. - le respondió Tristán sin dejar de caminar. Y finalmente, cuando el día dejaba poco a poco espacio a la noche, se hallaron frente a una mujer tan hermosa que ambos se quedaron pasmados varios segundos (o toda la eternidad). De fondo explotaban los fuegos artificiales, pero a ellos les importó poco y nada lo que se celebraba. La chica estaba parada inocentemente observando el cielo. Su larga pollera y su rubia cabellera ondeaban al compás del viento. Ambos jóvenes concordaron en que la muchacha era mejor espectáculo que los fuegos de artificio. Pero fue Tristán, cuya indiferencia se esfumó con la artística figura que se hallaba delante de sus ojos, quién tomó la iniciativa y se acercó a hablarle. Gabriel se sintió apenado por no tener el coraje de su amigo. Aún así, lo siguió tímidamente. -Ahora entiendo por qué tanto alboroto. - le dijo Tristán a la chica, quién se dio vuelta repentinamente. - ¡Con semejante hermosura presente habría que bajar el cielo a cuetazos! Ella sonrió y lo miró fijamente, pero no dijo nada. No hacía falta, sus pupilas hablaban, sugerían… Entonces apareció una gitana más vieja que Matusalén, un tanto encorvada y con blancos pelos débiles. La muchacha la saludó calurosamente y ésta, luego de hacer lo mismo, se dirigió a los chicos, y sin rodeos dijo: -¿Quién de ustedes dos la quiere a ella? Gabriel se mostró totalmente impactado por su pregunta, sin embargo, Tristán que siempre demostró tener cierta fascinación por lo inesperado, ilógico e incoherente, gritó: - ¡Yo! Y fue así como de la mente de Gabriel jamás pudo borrarse la escena donde la anciana tomaba de la mano a Tristán y lo arrastraba lentamente dentro de una carpa, seguidos por la joven chica. Él se quedó allí fuera ante la imperiosa orden de la vieja y se limitó a esperar. Tristán salió luego de unos cuantos minutos. -¿Qué pasó con la chica y la señora? - preguntó Gabriel ansioso. Tristán dio varios pasos inseguros y temblorosos y luego, mirando a su amigo a los ojos, destilando esa magia que ahora él, en el bar, había vuelto a percibir, le dijo: - La chica se fue. -¿Adónde? Si entró en la carpa con ustedes… -La vieja me dijo que si quería tenerla debía buscar su rastro. Tras ese episodio no volvieron a ver a la joven rubia y los gitanos se fueron del pueblo. Pasaron los años y ambos siguieron sus tranquilas vidas. Pero Tristán había perdido algo en su mirada, era opaca y estaba como perdida. Hasta que apareció ese día helado en el Café. -Me llegó volando su aroma. ¡El rastro ha vuelto! - Me alegro por vos - le dijo Gabriel mientras retaba al mozo por no haber escuchado sus órdenes. Estuvieron en silencio todo el día, siendo testigos de la gente que entraba, consumía, charlaba y se iba. A Gabriel le hubiera gustado decirle muchas cosas a su amigo. Le habría encantado confesarle que aquel día en la feria había perdido totalmente su escepticismo, le habría gustado decirle que la gitana guapa era la felicidad y que él, el valiente Tristán, se había arriesgado a perseguirla. Pero entendió que su amigo ya sabía todo eso y que no eran necesarias las palabras cuando con simples miradas y recuerdos podían entenderse. Tristán se fue cuando el local estaba cerrando, dio media vuelta y sonrió. Sus ojos estaban iluminados de poesía. Se despidió de su amigo, quizás para siempre, diciéndole: -Muchas veces aspiramos a tocar el cielo para luego darnos cuenta que no es tangible… Ambos rieron a carcajadas, y finalmente Gabriel, tocándole levemente el hombro lo despidió. -Por suerte no lo es, amigo mío. Por suerte, pero está ahí, lo vemos, lo contemplamos, lo anhelamos. Y eso es lo que muchos llaman esperanza, felicidad o, en tu caso, rastro.
  • 28. Vieja Cosechera de Agustín Larrañaga La noche le teme, el sol le teme, las flores le temen, la vida le teme... Se corta el oxigeno, se siente a lo lejos Que hosca que eres, que eterna que eres... Nadie la espera, aparece disfrazada de aire, de fuego, de agua y de viento... Siempre tan fiel, rosando nuestra sombra... En cada semilla, en cada embrión, Eterna profesión... La noche le teme, el sol le teme, las flores le temen, la vida le teme... Pisa nuestros talones, nos roba el aliento, se siente a lo lejos, el galope abismal... Escapar no se puede, (Puede estar cerca) En cada esquina, en cada aliento... La mano del hombre puede tomar... La puede dominar, la puede inmortalizar... No hay preelección, puede ser tu propia decisión... Puede engañarte, hasta llevarte consigo, en su balsa de ébano remaras y remaras... Esta bien que le temas, ¡Ella siempre va a estar! La noche le teme, el sol le teme, las flores le temen, la vida le teme... Se desvela en cada latido, Se anticipa a cada error, (oportunista...) Puede avisar o puede callar... No falla, su beso es letal... La noche le teme, el sol le teme, las flores le temen, la vida le teme En cada segundo, en cada minuto, Cada hora, (en cada descuido..). Habita en el tiempo, se lleva a los buenos,
  • 29. se lleva a los malos, no pacta con nadie... A nadie desprecia... Que blancos sus dientes, que duros sus ojos... Nunca envejece, que firme que ejerce... La pieza mas frágil, el propio corazón, Callara, pero el alma jamas cederá... Vivirá eternamente, y sonreirá, entre lágrimas y nostalgias al ver otra vida brotar... Vieja cosechera, insumisa verdad, todos te temen, el sol te teme, la luna te teme, las estrellas te temen, las flores te temen, ¡¡La vida te teme!! Y el amor... el amor también te teme. Gravedad de Celso Rafael No tengas miedo mi amor, todo cae Los reinos, por su apogeo, caen Los saberes, por su idiosincrasia, caen Los cuerpos, por el precio de vivir, caen Las ideas, por su cobardía, caen Las modas, por sus modismos, caen El tiempo, tarde o temprano, cae Las culturas, por ilusas, caen Las especies, por su adaptación, caen La alegría, por su aburrimiento, cae La tristeza, por su podredumbre, cae El bien, por su blandura, cae El mal, por su propio peso, cae Julio Cesar, por un puñal, cae Jesucristo, por voluntad divina, cae La verdad, por no ser una mentira audaz, cae Las instituciones, por instituirse, caen El amor, por la costumbre, cae Son solo parásitos ebrios Descubiertos al vértigo que los envuelve Las ruinas son las únicas fieles A esta gravedad que nos sabe tan leve
  • 30. UNA CRIATURA ENTRE LOS GIROS de Gabriel Spinetta Dedicado a Maru Una criatura entre los giros de la luz, alterna su forma; el oleaje del oro sobre el bostezante rostro del día. Dar un giro en la luz, desemboca en acariciar los anillos a las amantes del sol, como una flecha en el roble de los blancos. Una criatura en el anillo advierte a tiempo la génesis del color, y el músculo de la vida, para apretar el hoy junto al mañana. Un pendiente en pleno giro delata, el alternar de la forma; las esporas de plata en la sinfonía silenciosa de la noche. Replegar la criatura al doblez de la sombra, es reposar en el lecho universal de los opacos, como una nube en el ciclo de las aguas. Un giro de abstracciones y presencias forma un mundo, el durmiente y el despierto marchan como espectros ante la luz. Una criatura entre los giros del mundo, se proyecta al recóndito, y cada anillo se repliega en su metal. Una criatura funde la luna y el sol, alterna su forma, Y duerme en los hilos que atan los días.
  • 31. III de Marcelo Debailleux La danza. La sombra. La valentía bastarda Penetra y descarga. La imperceptible sombra. Los objetos espesos y las figuras que no existen. La tinta y su sombra. La sombra que veo de mi pluma, aguileña. Sin vuelo, ni anima. Su sombra me alumbra y me dice que existo - o me lo hace creer- La furia, los fendientes, la rasgadura del papel. El asomar de la pulcra madera que encuentra debajo. Mi sangre. Mis ojos, dos faros ineludibles y serenos que me arropan en los peñascos afilados de antaño, de la otredad La imperceptible sombra de dos amantes danzando sobre el borde del fin del mundo. Sobre el caos ineludible que nos susurra el destino fallido, sobre la noche, sobre la penumbra. Los perfiles imperceptibles de dos espectros danzando en la oscuridad, que ningún faro podrá alumbrar jamás, ni podrá nunca dejar de alumbrar.
  • 32. ContrATapA palindromica Arte de tapa: Giselle Imboden Arte de contratapa: Érica Brasca