Este documento resume la experiencia del autor al unirse a un nuevo grupo. Inicialmente se sintió ilusionado pero luego la realidad trajo miseria. Se contactó con el grupo a través de correos electrónicos sin esperar respuesta. Para su sorpresa, lo citaron en un bar donde conoció a la persona clave J. A pesar de sus dudas iniciales, se involucró en el grupo y asistió a un evento importante donde encontró su lugar. Aunque también hubo desgracias como la ambición de algunos, la suerte fue conocer gente magnífica.
1. Al final fue un tránsito de algo más de un año, el que medió entre la ilusión y la miseria.
Y me acordé de lo que Tse escribió hace ya bastante tiempo: El triunfo de la
mediocridad.
No conocía a nadie y tenía sólo la información de lo que leía en la prensa y en Internet.
Me atrajo, me ilusionó y, como un infante en su primera escapada furtiva, con más
vergüenza que miedo, mandé un correo electrónico. Pensé que ni contestarían, que me
mandarían a tomar viento. Jamás me había mezclado en nada así, por falta de espíritu
gregario y por una necesidad –a veces he pensado que errada y hoy la creo lo único que
me es posible- de no dejarme ver demasiado: no está bien que el cerdo se pasee por el
salón, sobre todo cuando vienen invitados de postín. No sé si la edad o la experiencia,
confusión voluntaria que solemos hacer de una y otra cosas, sea por alejar la mortaja o,
invirtiendo la cosa, por añadir alevosamente el conocimiento que no tenemos
escudándonos en el tiempo que nos bastó para tenerlo, me insinúan a grandes voces
que los pies en el tiesto son buen sitio en que tenerlos y no sacarlos. Todo depende del
tamaño de la maceta: para algunos es el universo todo; para otros, jardinera de balcón.
El caso es que me respondieron y me citaron un día a última hora en un bar. Fui,
bastante escéptico, y allí conocí a J. Estupenda. Había otros, de los que recuerdo sólo a
dos. Uno, un tipo encantador del que tengo pocas noticias. Otro, un cutre miserable,
que entonces sólo me pareció un majadero convencional. Pero J me pareció de fiar, de
golpetazo de filete magro sobre el mármol, como una vez le dije. Y lo es. Por eso me lié
en el asunto y, de buenas a primeras, sin haberlo pensado, me encontré en el mismo
medio del salón cuando no sólo venían los invitados de postín, sino que, encima, había
recepción. Pero fue magnífico, porque encontré una esquina de cochiquera, desde allí
escuché y aquello, como le he comentado a alguien, me empotró el alma en el cerebro.
Me pareció más que necesario, posible.
Y se fue añadiendo más gente, mucha, en todas partes. Tuve la suerte simultánea a la
desgracia de ver en el propio campo la traza del destino. Fue suerte ver cuánta gente
anhelaba simplemente la dignidad, cuánta de ella era capaz de ser quien decía ser. Fue
desgracia que un canto de cisne prematuro ya hubiese copado parte de las filas con la
soldada que aspira a generalato sin haber ganado batallas. Quieren ser quien firme la
capitulación del enemigo, pero que la sangre la pongan otros. Desgracia también
cuanto vi de los afanes de trastienda. Pero la suerte inmensa de haber conocido a gente
magnífica para toda una vida.