1. EL TEATRO HASTA 1936
Contexto histórico
Durante el primer tercio del siglo XX España experimenta una sucesión de
transformaciones. La crisis de Ultramar en 1898 repercutirá en la estabilidad del régimen de
la Restauración. El auge de los movimientos obreros, la guerra en el protectorado de
Marruecos y la descomposición del turno político precipitará el declive del sistema
parlamentario hasta el advenimiento de la dictadura de Primo de Rivera (1923). Ésta
terminará por arrastrar consigo a la monarquía en 1931 con la proclamación de la Segunda
República. Las tensiones posteriores concluirán con el estallido de la guerra civil en 1936.
En este período se suceden dos grandes tendencias teatrales: un teatro comercial, al
gusto de las clases populares y de la burguesía, y un teatro renovador, que experimenta
nuevas técnicas y fórmulas.
En el teatro comercial aparecen tres géneros: el teatro poético, el teatro cómico y la
comedia burguesa.
El teatro poético surge en oposición a la temática realista del siglo anterior. Su estilo,
escrito en verso, estuvo muy vinculado a la estética modernista y al drama romántico. En
cuanto a su temática, predomina la exaltación del pasado histórico, especialmente de la
España medieval, con el propósito de rescatar las virtudes de patriotismo, caballerosidad,
evangelización, etc. Entre sus principales dramaturgos cabe citar a Eduardo Marquina con
Las hijas del Cid (1908) y José María Pemán con El divino impaciente (1933), sobre la vida
misionera de San Francisco Javier.
El teatro cómico está integrado por tres subgéneros: el sainete, la tragicomedia grotesca
y el astracán.
El sainete es continuador del "género chico" (representación musical propia de la zarzuela)
en el que se ofrece una visión amable y simpática de la sociedad a través de un lenguaje
gracioso, con juegos de palabras, chistes y expresiones castizas. Los personajes no tienen
profundidad psicológica y la acción está plagada de escenas costumbristas. Destaca Carlos
Arniches con El santo de la Isidra (1898).
La tragicomedia grotesca se basa en situaciones dramáticas presentadas con un enfoque
humorístico con el propósito de provocar la risa, pero también de manifestar ciertas
injusticias o actitudes con propósito moralizador. Carlos Arniches también cultivó este
subgénero con La señorita de Trevélez (1916).
El astracán fue una creación del dramaturgo gaditano Pedro Muñoz Seca. Se trata de
obras cómicas descabelladas, cuyo único fin es provocar la risotada fácil mediante el
recurso al chiste y el juego de palabras (retruécanos). Entre sus obras sobresale La
venganza de don Mendo (1918).
La comedia burguesa trata las costumbres de la burguesía a través del diálogo elegante
entre sus personajes. Con un humor refinado se denuncian los convencionalismos sociales,
las falsas apariencias o la mojigatería. Destaca Jacinto Benavente con un lenguaje culto e
ingenioso en Los intereses creados (1907) mostrando la red de intereses materiales sobre
los que se asienta la sociedad.
2. El teatro renovador +: sobresalen Ramón Mª del Valle Inclán y Federico García Lorca.
Valle Inclán propuso una innovación de la escena a partir de distintos métodos. Éstos se
manifiestan en sus obras, agrupadas en tres grandes ciclos:
Ciclo mítico: Se centra en los ambientes mágicos de la Galicia rural, similares a los
tratados en su poesía modernista. En Las comedias bárbaras (1907) y en Divinas palabras
(1920) crea un mundo imaginario e intemporal.
Ciclo de la farsa: a partir de la sátira y la comicidad, el autor contrapone en estas
obras breves lo sentimental y lo grotesco para afrontar de otra manera la realidad y
desmitificar la sociedad de la época con un lenguaje cada vez más esperpéntico. Tablado
de marionetas para educación de príncipes (1926) es un recopilatorio de sus farsas.
Ciclo del esperpento: se impone finalmente este género, enraizado en la sátira burlesca
y deformante del Siglo de Oro (Quevedo) y en Los caprichos de Goya, en los que
uridiculiza algunos aspectos de la sociedad de su tiempo. Valle Inclán ofrece una imagen
extravagante de aquello que en verdad denuncia de una manera despiadada. Para ello
se recurre a un gran despliegue escénico, con multitud de personajes que, muchas veces,
hicieron imposible la representación. El lenguaje se retuerce hasta mezclar formas
refinadas con pedantería, groserías y exabruptos. Todo ello dentro de espacios decadentes.
En la escena todos los grupos sociales viven situaciones rocambolescas. La obra más
sobresaliente es Luces de bohemia (1920), donde denuncia la hipocresía social.
Federico García Lorca intentó acercar las artes escénicas a las clases populares,
haciéndolas partícipes de la cultura. Con ese fin fundó la compañía de teatro La (1931). La
frustración amorosa y la lucha por las libertades son los temas recurrentes de una obra
teatral que se divide en tres etapas:
1. Teatro modernista en verso: mantiene las formas y el estilo propio de esta corriente
literaria con dos dramas. En El maleficio de la mariposa (1919), donde trata la pérdida de la
inocencia infantil a causa de la irrupción del amor y Mariana Pineda (1923) en la que
dramatiza la historia de esta figura reprimida por el absolutismo.
2. Teatro innovador: Elabora farsas para guiñoles y otras para personas. En las
primeras, utiliza marionetas con un claro influjo del esperpento de Valle Inclán. En
Tragicomedia de don Cristóbal y la señá Rosita (1923) presenta un alegato en contra del
autoritarismo en el que denuncia los matrimonios concertados. En las farsas para personas
insiste en esta temática con La zapatera prodigiosa (1930).
3. Teatro de madurez: con obras descarnadas en las que se consideran aspectos
esenciales de la mujer, denunciando la opresión que ejercen sobre ellas los usos sociales
de la época. En esta etapa estrena dos tragedias rurales: Bodas de sangre (1932) y Yerma
(1934). Entremezcla el verso y la prosa. En la primera se detiene en la represión de los
impulsos amorosos y sus desastrosas consecuencias. En la segunda, considera la
maternidad frustrada por el egoísmo del marido que finalmente es asesinado, por su mujer
desesperada.
Doña Rosita la soltera (1935) y La casa de Bernarda Alba (1936) son dos dramas en prosa
donde se aborda, por un lado, el desengaño amoroso; y por otro, la dura represión que
ejerce una madre, aferrada al luto por su marido , sobre sus hijas, impidiéndoles cualquier
relación sentimental.