N 20151118 dentro de pocos años encontraremos vida fuera de la tierra (x)
N 20060221 la aduana de santo domingo-méxico)
1. 1
N-20070822
LA LEYENDA DE LA ADUANA DE SANTO DOMINGO
(MÉXICO)
¿Leyenda , Historia… o ambas cosas a la vez?. Sea lo que fuere
debemos relatar lo que se cuenta acerca de la construcción de este
edificio, en la que entró como razón principal el amor de un noble y
rico caballero, a distinguida dama, hermosa y de alto linaje.
Edificio de la Real Aduana en la Plaza de Santo Domingo
(México) construida por amor Don Juan Gutiérrez Rubín de
Celis en el año 1731
2. 2
A principios del siglo XVIII, vivía en esta Corte de la Nueva España,
Don Juan Gutiérrez Rubín de Celis, rico y noble caballero, coronel del
Regimiento “Tres Villas”, así como Prior del Consulado, nombramiento
que había recibido de Virrey, don Juan de Acuña, Marqués de
Casafuerte (1). Esto le hacía ser respetado y gozar de distinciones en
las altas esfera sociales y nobles del Virreinato.
Don Juan vivía en medio de un gran lujo y la suntuosidad más
refinada; jamás se le veía en pie, siempre en su carroza o en su litera
forrada de seda. Mediana de estatura, medio robusto, bonachón, Don
Juan Gutiérrez Rubín de Celis era, eso sí, un hombre elegante y
presumido hasta la exageración. No había ventana en la Nueva
España que no se le abriera disimuladamente al paso de su carruaje
de finas maderas labradas e incrustaciones de oro: sus cortinas,
impecablemente bordadas con hilo de plata en sus filos, eran de
seda china, y los caballos siempre blancos, tenían monturas de
terciopelo bordadas de pedrería.
A su vez Don Juan –quien, pese a todo, lo que menos tenía era
fama de Don Juan- vestía de gala de la cabeza a los pies: en el
sombrero, plumas de la India; en su casacón de terciopelo dorado,
lucía un bordado de perlas valuado en 35 mil pesos oro de 1730, y
adornado, además, de lentejuelas, cordones y botonaduras del áureo
metal. En su pecho brillaba un pesado collar de esmeraldas.
El atuendo que llevó el Caballero de la Orden de Santiago, titulo
obtenido más por su dinero que por su piedad religiosa,
y afirma más de un historiador, que en 1716, durante los festejos de
la toma de posesión del virrey Marqués de Valero (2), llevaba tal
cantidad de joyas sobre su traje que solamente los bordados de perlas
del casacón representaban la suma de treinta mil pesos. Por cuyo
dato, se podía calcular el valor de sus cadenas, sortijas, de los alfileres
3. 3
sobre el encaje de la corbata, los broches en el sombrero, y demás
brillantes preseas. A él le dedicó dos párrafos cuajados de adjetivos en
su memorable crónica del fastuoso evento, el director de la Gaceta de
México, el segundo periódico de la Nueva España, Don Juan Francisco
Sahagún de Arévalo, nombrado, por cierto, Primer y general cronista
de la ciudad de México.
Uno de quienes seguirían la huella de éste en la tarea de dar forma
al recuerdo, Don Artemio de Valle-Arizpe, describía así el derroche de
vestimenta del presumido español Gutiérrez Rubín de Celis: “sus
telas eran urdidas en los más preciados telares de Flandes y España,
eran brocados de oro muy lucido. Espolines con flores esparcidas;
terciopelos atrencillados o lisos de tres altos. Sus capas eran de dos
felpas o de fino liniste segoviano. En bretañas ruanes, bramantes,
gorgoneas, estopillas y mitanes eran labradas sus ropas interiores de
frescura halagadora.”
No había barco que llegara de Europa sin un traje bordado para Don
Juan Gutiérrez Rubín de Celis, y la Nao de China (3) - que en
realidad venía de Filipinas- no partía de Acapulco sin dejarle una
carga de seda al menos... Y así su casa: los metates preciosos se
metían en todas las paredes y en todos los rincones. Usaba una
bellísima vajilla de oro macizo y unas copas talladas en grueso cristal
de roca. Sus sillones eran de terciopelo bordados con piedras de
Damasco. En sus jardines cantaban pájaros exóticos traídos de Africa
y Filipinas... y encerrados en jaulas, naturalmente entre barrotes
de plata.
Era, pues, un hombre amante del derroche y la ostentación. No
obstante, de todas sus ropas – encerradas apretadamente en cuatro
habitaciones gigantes de su palacio de la calle Del Factor - hoy
Allende - había una que lucía con más orgullo: Su hábito blanco de
caballero de Santiago (4), que mandó cubrir de finísimas perlas de
la cabeza a los pies. La ceremonia en que se impusieron, en la iglesia
de la Profesa, fue la más suntuosa que se recuerda en muchos años. Y
luego, naturalmente, hubo en la casa del nuevo caballero santiaguino
un festejo de tres días: 14 corderos, 70 gallinas, 100 arrobas de pan y
70 pichel de vino.
No obstante, un nombramiento mayor esperaba al ostentoso
caballero: el prior del Consulado, cuya misión era tasar la mercancía
que llegaba a la Nueva España, para fijar las alcabalas - es decir-
impuesto de importación, a los que hoy se llama aranceles -. La
4. 4
noticia se volvió fiesta de ocho días. Y vino de las más afamadas casas
de Francia, Flandes, España e Italia. La más rancia sociedad aquella
que haría suspirar al más apasionado cronista de sociales, estaba en
su casa. Condes, marqueses, duques, príncipes...
La obligación más trascendente del ya famoso y flamante prior del
Consulado, era terminar el edificio del Tribunal del Consulado,
conocido, también, como Real Aduana,, que llevaba 20 años en el
olvido, y que, paradójicamente, sustituía, desde entonces, con carácter
de sede provisional, una añeja construcción situada en la calle de la
Aduana Vieja, hoy 5 de Febrero, entre la calle de San Felipe de Jesús
(Regina), y el cuadrante de San Miguel - San Jerónimo, que ya estaba
inservible
La austeridad de entonces, dado lo menguado de las arcas públicas,
urgía al gobierno a desalojar la propiedad cuanto antes. Pero el nuevo
edificio no tenía para cuando terminar de construirse. Primero detuvo
la obra la solicitud de un vecino del predio; el convento de la
Encarnación, cuyo superior decía que por la incipiente obra podrían
brincarse ladrones y asaltar el encierro monacal. Luego fue que un
riquísimo personaje quería construir ahí su residencia...
El problema, ahora, era que el nuevo prior del Consulado no le
ponía muchas ganas al asunto de terminar el edificio del
Tribunal del Consulado (Real Aduana). Ha de saber usted que entre
los muchos defectos de don Juan Gutiérrez de Celis estaba el de la
pereza. Más allá de su paseo diario, al atardecer, a la Catedral a rezar
a la Virgen de Guadalupe, su ocupación única era la de leer completita
la Gaceta de Sahagún, de Arévalo, revisar los libros del tribunal.., y
reposar. Ni siquiera los negocios le importaban. Su lema era su
orgullo: “no traer al día de hoy las congojas de mañana.”
Pero volviendo a los días de los festejos de la toma de posesión del
virrey Marqués de Casafuerte (1722), entre los almidonados y selectos
invitados del nuevo prior del Consulado, había una dama que lucía
entre todas, doña Sara de García Somera y Acuña (parienta del
nuevo Virrey). Sus manos intensamente blancas, su pelo infinitamente
negro, sus ojos verdes o quizá sus labios de palpitante rojo cautivaron
a don Juan Gutiérrez Rubín de Celis, y le rogó al mismísimo virrey que
se la presentara.
5. 5
En el nobilísimo y nada joven caballero, se despertó loca y
profunda pasión amorosa por la linda doncella Doña Sara García,
la cual dudaba en corresponder a aquel desenfrenado amor, por
el carácter especial del enamorado que no presagiaba mucha
felicidad en el matrimonio para el día de mañana…(59 años)
Pero eran tantas las promesas y tantos los juramentos del
apasionado pretendiente que allá por el año 1731, correspondió
Doña Sara a las pretensiones de Don Juan, pero con una sola
condición, algo rara en efecto (que algunos historiadores dicen
que aconsejada por su pariente, el Virrey), pero indispensable
para conseguir la mano de la dama, y fue ésta:
“que el apasionado caballero concluyera en el plazo
improrrogable de seis meses, las obras del edificio de la Aduana,
cuya construcción se había empezando años antes y estaba
completamente abandonada.”
Algo le extrañó la condición impuesta al caballero, Prior del
Consulado, pero como el amor es poderoso cuando se adueña de
las voluntades, sacudió don Juan su manera de ser abandonada
y fría, aceptando el requisito que se le imponía, y con actividad en
él desusada, puso mano a la obra sin escatimar gasto alguno ni
esfuerzo de ninguna clase, para salir airoso de la empresa.
No encontró ningún arquitecto que se comprometiera en ese
plazo, a terminar el edificio y él en persona se convirtió en
director de la obra. Hizo traer negros para que trabajasen día y
noche, con teas encendidas se realizaban estos trabajos cuando
la luz del sol faltaba; distribuyó entre los canteros, todos cuantos
existían en la ciudad, las piedras que habían de labrar; mandó
construir apresuradamente balcones y barandales de hierro; al
mismo tiempo hizo que cientos de carpinteros construyeran
bastidores, puertas, frontis y ventanas, vigilándolo todo él, antes
holgazán caballero, que al presente desplegaba una actividad
extraordinaria descansando apenas unas cuantas horas para
dormir.
De esta manera, empeñoso y con tesonera constancia, tres
días antes de expirar el plazo fijado por la dama de sus
pensamientos, se puso de gala y, en su mejor coche, se dirigió a
6. 6
la casa de la amada a la que, en un cojín de terciopelo, hizo
entrega de las llaves del edificio ya terminado y le pidió que
cumpliera su palabra de ser su esposa, ya que él había cumplido
la suya de terminar e edificio.
Don Juan, para dejar un testimonio de su amada a las
generaciones futuras, mando escupir sobre un arco una
inscripción acróstica, en la cual se puede leer lo siguiente:
“Siendo Prior del Consulado don Juan Gutiérrez Rubín de Celis,
caballero de la Orden de Santiago, y Cónsules don Gaspar de
Alvarado, de la misma Orden, y don Lucas Serafín Chacón, se
acabó la fábrica de esta Aduana, a 28 de Junio de 1731 “ (sic).
Y llegó el final. Un día antes del plazo fijado, exactamente el 28 de
junio de 1731, la bellísima prometida de don Juan descubría la
placa que sellaba a hazaña. Y otra vez fiesta, y otra vez lujo, y otra
vez derroche...
A las diez de la noche de ese día memorable para la ciudad, doña
Sara, la novia que logró el milagro, abandonaba, indispuesta, la
fiesta del caballero, y de ahí en adelante no paró la fiebre, que por
momentos alcanzaba niveles alarmantes...
Así pasaron 15 días en los cuales el dolor del prior del Consulado se
convenía en gruesas y abundantes lágrimas que manchaban sus
elegantes ropajes. Y la dama, pese a las tizonas, pese a los médicos,
no podía aliviarse, y un día (23 después de la inauguración del nuevo
edificio), doña Sara murió en silencio.
Ni siquiera tuvo don Juan Gutiérrez Rubín de Celis el consuelo
de su mano blanca. Ni siquiera la dicha de recoger su último
suspiro...
Ya para qué la elegancia. Ya para qué el lujo. Ya para qué los
carruajes, las perlas, los baúles, las hebillas, las plumas de quetzal,
las-botellas de Burdeos, el fragor de los saraos.
Así se iba la vida del quién fue el más elegante caballero de la Nueva
España. y hubiera muerto de tristeza, de no ser porque un día,
muchos años después, alguien lo convenció de que se metiera de
monje al Convento del Carmen. (5)
7. 7
Mientras tanto, el edificio construido por don. Juan Gutiérrez
Rubín de Celis (Aduana Mayor) es uno de los más importantes de la
majestuosa plaza de Santo Domingo de México, que está en la hoy
calle de Brasil, frente a la plaza de Santo domingo, entre las calles de
Luis González Obregón y Venezuela. En aquella época se llenaba de
actividad. Apenas cabían, a veces, las recuas de mulas que llevaban
las mercaderías de importación a tasar, para fijar las 105 respectivas
alcabalas que demandaba el rey. “70 pesos-oro”, gritaban los jefes de
la Aduana, Gaspar de Alvarado y Lucas Serafín Chacón, “por este
tibor chino; 90 reales; por estos aretes de perlas, 70; por la pieza de
seda; 1500; por la carga de marfil…….
El tribunal de Consulado o Real Aduana se mantuvo como tal,
una vez anexados a él los edificios del convento de la Encarnación,
justamente hasta el día en que murieron las alcabalas. Dicha
institución consular se estableció en Nueva España en 1574, durante
el reinado de Felipe II, con el fin de aplicar un impuesto a las
operaciones de compra-venta, debido a los crecientes Gastos militares
de la Corona, librándose de tal cumplimiento los indios y los hombres
de la iglesia, de acuerdo con un bando del virrey Martín Enriquez,
leído el 17 de octubre de 1574. Al sobrevenir la independencia de
México, se siguió cobrando el impuesto, no para el Rey de España,
sino para el Gobierno de la República durante 30 años más.
Y el edificio en 1930, pasó a ser parte de las instalaciones de la
Secretaría de Educación Pública. En el cubo de su vieja escalera
empezó a pintar en 1945 el maestro, David Alfaro Siqueiros, el mural
Patricios y Patricidas que, por circunstancias desconocidas, nunca
concluyó.
En 1976 la obra que un día lograra el milagro de romper la
indolencia de don Juan Gutiérrez Rubín de Celis, fue restaurada en
su esplendor original. Y ahí está, para quien quiera saber hasta donde
puede llegar el amor.
-----------------------ooo0ooo----------------------.
Observaciones:
1).- Marqués de Casafuerte, don Juan de Acuña, fue virrey de Nueva
España desde el 15 de Octubre de 1722 hasta el 16 de marzo de 1734.
2).- Marqués de Velero, don Baltasar de Zúñiga Gurmán de Sotanayor y
Mendoza, fue virrey de Nueva España desde 16 de agosto de 1716 hasta el
15 de octubre de 1722
8. 8
3).- Nao de China, también llamado “Galeón de Manila”, era el nombre con
el que se conocían las naves españolas que cruzaban el Océano Pacífico,
una o dos veces por año, entre Manila y los puertos de Nueva España-
Acapulco. (Ver N-20100916 GALEÓN DE MANILA)
4).- Caballero de Santiago. Don Juan ingresó en dicha Orden el 4 de
diciembre de 1708, expediente 6.564, Canchillería de Valladolid.
5).- Convento del Carmen. Don Juan, estando recluido en este convento,
tras largas reflexiones sobre esta vida terrenal y la próxima venidera,
convencido por Nuestra Señora Virgen de Guadalupe la forma de purificar
su alma, fue cuando el 23 de febrero de 1946 firmo el protocolo para la
construcción de cuatro obras importantes para el Concejo de Celis: Puente
de La Herrería, sobre el río Nansa; La Escuela de Primeras Letras en La
Herrería; Iglesia Parroquial San Roque de Celis, y la traída de aguas desde
La Toja al pueblo de Celis, incluida la fuente junto a la Iglesia San Roque´
---------------------------------ooo0ooo---------------------------------.
EL PUENTE DE LA HERRERIA (CELIS)
Esta fotografía, sacada desde el Parapeto el día 30 de junio de 2007,
representa al Puente de la Herrería, construido entre los años 1749 y 1760,
con un arco principal de 60 pies de altura y 99 de diámetro, siendo
rematado con una hornacina en la cima bajo la advocación de la Virgen de
Guadalupe, y allí estuvo la imagen respetada durante 177 años, hasta que
unos intolerantes la hicieron desaparecer en el año 1937 durante la Guerra
Civil.
9. 9
La parte izquierda del arco está cimentada sobre troncos de haya verdes,
técnica que se empleaba en aquella época cuando no se hallaba suelo
firme. Los troncos de haya enterrados bajo el nivel del agua del río
permanecen inalterables siglos- Durante la gran riada del río Nansa de 27
de septiembre de 1907, en parte dichos troncos fueron vistos en el fondo
del cauce del río.
Este puente ha sido declarado “Bien de Interés Local el día 24 de febrero
de 2004, por la Consejería de Cultura, Turismo y Deporte (CANTABRIA)
Medidas Castellanas:
Un a vara castellana = 3 pies = 0,83590 metros lineales
Un pie castellano = 27, 8635 cm. = 0,278635 metros lineales
Un codo = 2 pies = 55,7270 cm. lineales
Una vara cuadrada (vara^2) = 0,69873 metros cuadrados (m^2)
Un pie cuadrado (pie^2) = 0,0776375 m^2
Un carro (superficie) es igual a un cuadrado de 18 varas de lado, que
encierra una superficie de (18 varas )^2 = 324 varas cuadradas
Trazas para la Historia de Celis / / Víctor Manuel Cortijo Rubín
Celis, 12 de agosto de 2007
10. 10
.
.
Y el proyecto del edificio también reposaba, para burla de los
principales de la Nueva España, y comentarios agrios de la CortePor
fin, un día, aconsejada por el virrey y acuciada por las burlas que le
hacían por la eterna flojera de su enamorado -al que más de uno
había prometido a su muerte ponerle este epitafio: “En esta tumba
reposa quien jamás hizo otra cosa”, doña Sara le puso un ultimátum:
Tienes – le dijo- seis meses para terminar la obra y un día
después seré tu esposa” Era el 29 de diciembre de 1730.
11. 11
Era, finalmente, el mejor incentivo para el indolente. Al día
siguiente fue al lugar y contrato cientos de peones, canteros, herreros,
alarifes, carpinteros y decoradores, ofreciendo jugosos premios a los
que más avanzaran. Y así todos los días: su preocupación por el lujo
había dejado paso a otra mayor. Aún a media noche estaba el
caballero dando órdenes, revisando, supervisando, con gran
impaciencia, los avances de la obra. Y al día siguiente, desde las cinco
de la mañana estaba ya animando las tareas. Y así el tezontle cobra
forma. Y surgían las portadas y balcones de cantera. Y luego se abrió
el espacio para dos enormes puertas de madera labrada. Y más tarde
fue la escalera monumental de mármol, en cuyo arranque estaban
esculpidos dos primoroso leones pequeñitos, también de cantera.
) Don Baltasar de Zúñiga Gurmán y Mendoza (Marqués de Velero) fue virrey
de Nueva España desde 16 de agosto de 1716 hasta 15 de octubre de 1722.
Su sucesor fue Don Juan de Acuña (Marqués de Casafuerte), que ejerció
como virrey desde 16 de octubre de 1722 hasta el 17 de marzo de 1734.