La deformidad, la curiosidad y la apropiación la sabiduría cisterciense según san bernardo (10)
1. LA SABIDURÍA CISTERCIENSE
SEGÚN SAN BERNARDO
TEMA X. –
LA DEFORMIDAD, LA CURIOSIDAD Y LA
APROPIACIÓN
La criatura espiritual no se conoce a sí
misma, porque ha perdido su semejanza con el
Creador. Pero esta semejanza con Dios es
espiritual. Es en el espíritu donde reside la
forma del alma, y esta palabra forma, tan usada
en la doctrina bernardiana, pertenece al lenguaje
de la belleza. Por su desemejanza, de la que
hemos visto la concatenacion de causas, el
espíritu humano se ha deformado, se ha hecho
deforme. Al comentar el elogio del alma por
Dios: Tus mejillas son hermosas (Cant 1,9) , san
Bernardo dice que al usar el plural se refiere a
dos aspectos del rostro del alma, esto es, de su
intención: la cosa y la causa. Si uno de estos
aspectos no es puro, no puede decirse que el
rostro sea bello, sino deforme. Y el ejemplo que le viene a la mente es el del amor de la
verdad. Cuando se busca la verdad por otro motivo distinto al amor, una de las mejillas está
fea y hace al alma deforme. Y si no se busca la verdad, las dos mejillas están feas. La mentira
del monje resulta evidente, cuando bajo capa de buscar a Dios persigue otro fin1.
El verdadero conocimiento de sí mismo no se da nunca sin una cierta búsqueda de Dios, ya
que el espíritu está hecho a su imagen. Conocerse no es solamente descubrir su miseria y
fealdad. El drama reside al tomar conciencia del contraste entre la fealdad y la belleza. Y al
contrario, la ignorancia por parte del alma de su grandeza o de su pequeñez, o más
exactamente, la ignorancia de su dignidad de imagen de Dios, dotada de razón, la iguala con
1
Id. 40, 2-3.
2. 2
los animales. Al no percibir su propia belleza, que es interior, la criatura espiritual la busca en
el exterior, en las realidades únicamente sensibles.
“Sigue los caprichos de su curiosidad y se hace como las otras criaturas, porque no
considera que ha recibido más que los demás seres. Evitemos, por tanto, esa ignorancia
que nos incita a apreciarnos en menos de lo que somos...2
Al perder de vista su relación de dependencia con Dios, y que, como dice Sartre, se ve
“condenado a la libertad”, y al saber que no se ha hecho él a sí mismo, el ser humano privado
de quien le responda, se entrega a la curiosidad. Es verdad que existe una curiosidad buena en
san Bernardo3, pero también se da la mala, la que nos impulsa a buscar en las realidades
visibles y sensibles la belleza del Espíritu, del cual la criatura espiritual conserva la forma,
aunque tan deformada que no puede reconocerla en ella misma ni en los objetos a los que
pide que se la recuerden. Continuamente insatisfecha, la curiosidad quiere un alimento que
cambie sin cesar, y es incapaz de permanecer en un espectáculo tranquilo y duradero. ¿No
demuestra eso que no existe verdadero sosiego en todas estas curiosidades, puesto que su
atractivo proviene del cambio continuo?4 La curiosidad, excitada por la vanidad de saber, ha
sido objeto de una descripción llena de humor, y san Bernardo se fija en Abelardo, cuando
habla de un teólogo que busca más la novedad que la verdad; y como no soporta pensar como
los demás, prefiere ser el único y el primero en decir otra cosa. Es incapaz de guardar la
mesura.5.
La desmesura y falta de discreción es señal de orgullo, que en la perspectiva de la
curiosidad emana, más o menos directamente, de la conciencia de estar creado a imagen de
Dios. La relación con aquel de quien somos imagen requiere un conocimiento recogido,
solitario y silencioso de sí mismo; porque como repite san Bernardo, un esposo tan celoso
como él no busca al alma en medio de la multitud 6. Pero la curiosidad es el mayor obstáculo
para el conocimiento de sí, porque en lugar de recogimiento es dispersión en la exterioridad, y
sobre todo en esa actividad tan absorbente de criticar al otro. La charlatanería que le
2
AmD 4.
3
SC 33, 1; 62, 3; Adv I, 1.
4
Conv 14. “Ella (la curiosidad) sólo busca lo nuevo para saltar de eso hacia lo que vuelve a ser
nuevo...Por eso la curiosidad se caracteriza por la incapacidad específica de permanecer en cualquier
cosa que se le ofrezca...La curiosidad consigue con esta inestabilidad la posibilidad constante de la
distración. No tiene nada en común con la consideración admirativa...”, M. HEIDEGGER, El Ser y el
Tiempo, I, V, 36.
5
Cart 77, 11.
6
SC 40, 5 y 4.
3. 3
acompaña de manera inevitable es una evasión fácil, pues existen tantas curiosas
deformidades en torno nuestro que vivimos gratamente distraídos de lo nuestro...7
La curiosidad charlatana es muy significativa para cierto existencialismo que ve en ella la
expresión de la angustia y del cuidado (curiosidad viene de cura, cuidado)8. Es interesante
comparar las etapas de san Bernardo y de Heidegger, aunque sea diferente la verdad a que se
llega. Como veremos en el c. III, sólo la Verdad, Cristo, salva la situación en que se halla el
ser espiritual después que, arrojado al mundo y creyéndose libre, ha perdido su identidad por
perder su relación de dependencia a una libertad absoluta. Quiso ser autónomo y se ha hecho
heterónomo, es decir, dependiente de todo, sumiso a la ley de las cosas, a la servidumbre del
“mundo”. Sólo el amor de Dios puede salvarle haciéndole entrar en la ley que, en cierto
modo, es de la que vive Dios, que es Amor.
La ambigüedad radical del corazón humano, que conoce su grandeza a la vez que su
degradación, se hace perceptible en el compuesto humano de alma y cuerpo, que refleja, para
san Bernardo, esta dura contradicción. Dios, en efecto, sólo ha podido crear al hombre a su
imagen en el alma, a la cual ha otorgado la rectitud y la justicia. Pero Dios también ha
concedido al hombre el privilegio sobre los animales de su rectitud corporal, que le permite
contemplar el cielo. La posición recta del cuerpo y su belleza física son para el alma un
motivo de vergüenza, ya que no existe peor degradación para ella, de origen celeste, que
rebajarse como los animales y por sus instintos hacia las cosas de la tierra. El cuerpo reprocha
al alma diciéndole: yo he sido plasmado por Dios a imagen tuya, y he conservado mi rectitud
y mi belleza; y tú, hecha a imagen de nuestro Creador, las has perdido. Dios es Espíritu, y
solamente entrando en sí mismos los seres compuestos de espíritu pueden recuperar la belleza
de su imagen. Más allá de una concepción cartesiana, e incluso platónica, este diálogo entre el
alma y el cuerpo puede ser hoy interesante, ya que la expresión que dice: “Yo soy mi cuerpo”,
permite una cierta analogía con el pensamiento de san Bernardo. Es posible asumir este
contraste en el ser humano, entre la inocencia del cuerpo y la falta de rectitud moral del
espíritu9. Será preciso que el Verbo devuelva al espíritu su belleza, e incluso en su cuerpo, la
7
Id. 24, 4. “La curiosidad que lo sabe todo y la charlatanería que todo lo comprende se garantizan, es
decir, garantizan a esa persona una „vida‟ que pretende ser verdaderamente „viva‟. ¡Los ruidos de la
palabrería y las astucias indiscretas de la curiosidad mantienen la animación (el ser-en-común), allí
donde en el fondo nunca ocurre nada!” M. HEIDEGGER, El Ser y el tiempo, I, V, 36-37. Trad.
J.GAOS, FCE de España, Madrid, 1980.
8
Heidegger describe la angustia y preocupación en los párrafos siguientes a la curiosidad y
charlatanería, y antes de la búsqueda del “sentido” y de la verdad. El Ser y el Tiempo I, VI, 39-42.
9
SC 24, 5-6.
4. 4
criatura podrá contemplar a Dios con pleno conocimiento de sí como imagen. Entonces cesará
la curiosidad de encontrar fuera de él y sin él la verdad y la belleza 10.
La pérdida de la desemejanza, en la doctrina de la imagen, corresponde en gran parte a la
existencia inauténtica de que hablan los pensadores contemporáneos. Si existe una
ambigüedad inevitable: grandeza y servidumbre, también se da un equívoco, denunciado
claramente por san Bernardo a propósito de unas palabras de Ezequiel: Has perdido la
sabiduría por tu belleza (Ez 28, 17). La belleza de que aquí se trata, dice él, es nuestra belleza
personal, y no tiene nada de pernicioso, ni nadie puede reprocharnos de haberla recibido y ser
felices por ella. La desgracia viene de un pequeño adjetivo posesivo, pues Dios no dice que ha
perdido la sabiduría por la belleza, sino por su belleza. La sabiduría no es solamente la forma
del alma, sino su única belleza. Al querer apropiarse su sabiduría y su belleza, el hombre
perdió ambas cosas. Al no querer reconocer su dependencia y dar gracias, al pretender que
todo dependiera de su propia voluntad, salió de la verdad. Perdió toda la sabiduría, porque
poseerla de ese modo es perder. Y perderse a sí mismo es perderlo todo; ¿y quién no pierde
todo y a sí mismo al perder de vista a Dios?11
El repliegue sobre sí mismo, la apropiación de la sabiduría, de la inteligencia o de la
libertad, esa ruptura de relación de dependencia amorosa para con Dios, es también el rechazo
de la verdad, es un orgullo radical, la deformidad que hace al hombre irreconocible. La
ignorancia más profunda proviene del terrible equívoco en que se halla quien está persuadido
de poder bastarse a sí mismo, de no haber recibido nada y no necesitar de nadie. La tercera
ignorancia es peor, dice san Bernardo: consiste en la pretensión de una total autonomía y de
una loca suficiencia. Es una desviación y una usurpación. Semejante soberbia “desnaturaliza”
a la criatura espiritual y, en consecuencia, la hace más extraña a la belleza del espíritu,
mientras que permanecen en ella, indelebles pero sepultados, su deseo y su capacidad de lo
divino 12.
10
Puede verse más adelante, el cap. V, 3.
11
SC 74, 10.
12
AmD 4.