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Sundance '14

1
Víctor Esquirol Molinas
Enero 2013
Cinemanía / GARA / El Séptimo Arte (www.elseptimoarte.net)

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Índice
Cinemanía
- Lo que hay que ver............................................................................................... pág. 4
- Guía de supervivencia........................................................................................ pág. 10
- Teoría general de las aperturas........................................................................ pág. 13
- ¡Muévete!............................................................................................................ pág. 16
- Adaptándose al cambio...................................................................................... pág. 19
- Finánciate como puedas..................................................................................... pág. 22
- Infancia recuperada........................................................................................... pág. 26
- La (in)soportable levedad del ego..................................................................... pág. 30
- Descargando tensión........................................................................................... pág 34
- Insomnia.............................................................................................................. pág. 38
- Esperar juntos; visionar solos........................................................................... pág. 42
- Baquetas arriba, último redoble y.................................................................... pág. 46

GARA
- Al Festival de Sundance le han bastado 30 años para hacerse mayor.......... pág. 50
- Qué fiesta la de aquel año.................................................................................. pág. 54
- De músicos y piratas: El indie, treinta años después en Sundance................ pág. 56

El Séptimo Arte
- Sundance '14, de la A a la Y.............................................................................. pág. 59

3
Sundance 2014: Lo que hay que ver
(http://cinemania.es/actualidad/noticias/20264/sundance-2014-lo-que-hay-que-ver)
Antes de que empiecen las celebraciones del 30º cumpleaños de Sundance,
aprovechamos los últimos momentos de calma para hacer un repaso
exprés y apriorístico de las películas que prometen seguir añadiéndole
valor a la marca 'indie'. Por VÍCTOR ESQUIROL

Christine Vachon, productora y sufridora de profesión, declaró hace poco más de dos años que
la criatura a la que había dado a luz (ella y muchas otras personas) había cambiado. El cine
independiente, tal y como lo conocemos ahora, poco o nada tiene que ver con el indie que
empezaba a reivindicarse, justo cuando los 80 empezaban a pedir a gritos la llegada de los 90,
al amparo de las frías montañas de Utah. La meca dedicada a esta manera de entender el arte
y la industria cinematográfica, también ha cambiado. Sundance, esa loca vía de escape de
Robert Redford, es todavía joven (30 años son los que cumple este 2014), pero ha madurado
asombrosamente.
Independientes, seguramente, pero sin lugar a dudas fundamentales. No en vano, y la
tendencia se consolida año tras año, los títulos y/o proyectos que más éxito cosechan en Park
City, son los que posteriormente se encargan de nutrir la parrilla de certámenes tan
prestigiosos como la Berlinale, Locarno o Cannes. En nuestro país, San Sebastián y Sitges
siguen también con mucha atención lo que se cuece en por aquí, y en suelo americano, la
mismísima Academia toma buena nota, prácticamente un año antes de la celebración de “la
noche más mágica”, sobre qué películas van a postularse en serias candidatas a los Oscar.

4
Como para no prestarle atención... Como para no ir apuntando ya los títulos que tienen todos
los números para convertirse en las nuevas sensaciones cinéfilas de la temporada.
Empezamos:

White Bird in a Bizzard
Diez años después de haber alcanzado la que a día de hoy sigue siendo su más rotunda obra
maestra (a saber, Oscura inocencia), ese fascinante cóctel Molotov llamado Gregg Araki vuelve
a la adaptación literaria. La poderosa prosa de Laura Kasischke, apoyada también en la
presencia del talento emergente de Shailene Woodley, puede convertirse en el campo de
batalla ideal para comprobar el estado de forma de uno de los mayores baluartes del New
Queer Cinema.

The Voices

El bueno de Jerry Hickfang, a quien da vida Ryan Reynolds, se ve arrastrado al abismo de la
locura cuando la fijación que siente por una compañera de trabajo se ve agravada por los
consejos que recibe por parte de sus peculiares animales de compañía: un malvado gato
parlanchín y un perro que también posee la capacidad de hablar. ¿Cómo acabará...? ¿Y cómo
le irá a Marjane Satrapi una vez rota la sociedad con Vincent Paronnaud? Maldita la espera...

The Trip to Italy

5
Ni el título ni la ficha artística dejan lugar a dudas. Estamos obviamente ante la secuela de The
Trip, aquella estupenda -y alargadísima- broma en la que Michael Winterbottom ponía a
prueba la paciencia del espectador... y su propia genialidad. Repiten, cómo no, Steve Coogan y
Rob Brydon, y con esta compañía, no puede haber mal viaje.

A Most Wanted Man

AKA la esperadísima reválida para el todoterreno Anton Corbijnn. El pedigrí de esta película
(adaptación del best-seller de John le Carré protagonizada por Philip Seymour Hoffman, Rachel
McAdams, Willem Dafoe y Robin Wright) es para caerse de culo. La promesa por parte del
director (la de la modernización definitiva del género thriller, ni más ni menos), también.

The Raid 2
6
La última vez que Gareth Evans e Iko Uwais cruzaron sus caminos, surgió como de la nada, uno
de los mayores hitos en la historia del cine de acción. Aquel monstruo llevó por título The Raid,
y su secuela, que recogerá la acción justo donde la dejó la antecesora, promete llevar a otro
nivel la fórmula del “más y mejor”. Ante nosotros, más de dos horas y media de criminales
despiadados dialogando a base de disparos, patadas y puñetazos... ¿la quintaesencia del cine
adrenalínico?

Wish I Was Here
El existencialismo arty de Zach Braff resucita de la mano del milagro del crowdfunding. Es
pronto para pronunciarse al respecto, pero todo en el nuevo trabajo como director del eterno
“JD” huele a más que posible reedición del éxito de culto que supuso su celebrado debut, Algo
en común.

The Guest

La factoría de sustos de Sundance se reivindica un año más en el imprescindible espacio Park
City at Midnight. Ahí brilla con luz propia la última película del imprevisible pero siempre
interesante Adam Wingard, quien después de firmar con Tú eres el siguiente una de las
grandes sorpresas del terror moderno, vuelve con ganas de jugar diabólicamente, y como sólo
él sabe, con todos los géneros que osen plantarse delante suyo.

Finding Fela

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La firme apuesta de la organización por la no-ficción se ve reflejada de nuevo con la presencia
de algunos de los más prestigiosos documentalistas del mundo. Alex Gibney, uno de los
mayores conocedores de las miserias del imperio norteamericano, hace las maletas y se va (y
nos lleva) a Nigeria para diseccionar el complejo y apasionante movimiento musical Afrobeat.

Boyhood

Hace un año, y en este mismo escenario, Richard Linklater se lució con la inmejorable
culminación de la trilogía Antes de..., es por esto (y por los innumerables logros conquistados
durante su carrera) que el anuncio a última hora de una “Special Preview” de su “nueva”
película (en realidad hablamos de un proyecto rodado a lo largo de los últimos diez años) han
8
hecho subir, más si cabe, las ganas de que el certamen empiece a rodar. Y maldita la espera,
sí...

9
Sundance 2014: Guía de supervivencia
(http://cinemania.es/actualidad/noticias/20274/sundance-2014-guia-de-supervivencia)
A pesar de la malvada alineación de astros, ponemos los pies por fin en suelo
americano. Ahora sí. Última oportunidad para respirar hondo y repasar las
lecciones vitales que permitan la supervivencia en Sundance. Por VÍCTOR
ESQUIROL

Durante la tiránica era Miramax, una de las muchas cosas que los hermanos Weinstein
parecían saber mejor que nadie era que en este mundo hay dos tipos de personas: las
que van directas del punto A al punto B y las que para hacer el mismo recorrido pasan
antes por todas las letras del abecedario. En el seno de su mítica productora /
distribuidora, los vuelos directos eran un lujo sólo al alcance de los peces gordos (esto
es, de Harvey y de Bob); el resto de mortales se veía irremediablemente abocado a la
penitencia de las escalas. Bien para la contabilidad... no tanto para el estrés.
Vale. Por su parte, el amable personal de las aduanas estadounidenses divide el mundo
en dos categorías diferentes: Americanos (AKA “yankees”, consideración con la que a
veces son honrados los ciudadanos canadienses) y “Resto del mundo”. Los segundos
somos obviamente los que pringamos. La espera para pasar cada control de seguridad /
documentación dedicado a los “Extranjeros” se cuenta por horas. Hay tiempo para
todo... menos para sacar fotos de tan agradable situación. Prohibidísimo inmortalizar el
momento, pues no hay que dar al futuro turista desprevenido más información de la que
necesita.
Sumamos estos dos primeros puntos y extraemos la primera moraleja de esta historia: si
alguna vez se ve usted obligado a ir a ese culo-del-mundo llamado Salt Lake City,
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planifique el viaje con la máxima antelación posible. Trate de dejar al azar fuera de la
ecuación, si no aténgase a las consecuencias, que en esta ocasión se traducen, en el
mejor de los casos, en carreras por los aeropuertos al estilo familia McCallister (lo cual
es divertido... cuando se recuerda, no cuando se vive). En el peor de los casos, toca
dirigirse al encargado de turno de la compañía aérea y sacar el máximo partido de ese
mantra tan estadounidense en el que se ha convertido el "I’m gonna sue you!" (en
cristiano: "¡Te voy a demandar!"). Y que sea lo que Star Alliance -oops- quiera.
Una vez llegados a Park City (que es el ojete-del-ojete-del-mundo), el panorama
mejora notablemente. Uno se da cuenta de que la gente que hace posible el festival de
Sundance se divide también en dos clases: los que cobran y los que, simplemente, no. El
papel que juegan los voluntarios es, como sucede con el resto de grandes certámenes,
fundamental... sólo que en casa de Robert Redford, éste (por aspectos cuantitativos y
cualitativos) se nota más que en cualquier otra parte. ¿Necesita encontrar una parada de
autobús? ¿Un taxi? ¿Una entrada de última de hora? ¿Un buen sitio para ir a comer? ¿Se
siente solo y necesita a alguien con quien hablar? No hay más que buscar a uno de los
pardillos con chaleco rojo. Los que vuelven a casa con los bolsillos vacíos, vaya. Más
indie, imposible. Esto (helarse en el invierno de Utah por la simple satisfacción de
ayudar a los novatos) es amor al arte... lo otro son festivales de cine.
Hablando de lo nuestro, las salas de proyección tienen también su propia concepción del
mundo, pues en ellas se reúne gente también de dos tipos: los que toman palomitas con
mantequilla y los que prefieren la mantequilla fundida con un poco de palomitas. En
Estados Unidos abundan los segundos, lo cual, por pura curiosidad, es simpático. Al
cabo de cuatro días, eso sí, la broma se hace excesivamente pestilente. Las pinzas para
la nariz acaban siendo pues otro ítem imprescindible para el asiduo a Sundance con
poca tolerancia a las grasas saturad(ísim)as en el aire.
La organización nunca ha tenido en cuenta éste último utensilio, quizás porque la
costumbre nos hace olvidar lo obvio. Y es que treinta años lidiando con maíz
mantequilloso son muchos. Quizás demasiados. Lo mismo sucede con el mal de altura
(Park City está a más de 2000 metros por encima del nivel del mar) y con el frío. Lo
primero es fácilmente solventado con una botellita y un mapa donde están marcados los
“Puntos de hidratación”. “Bebe continuamente, aunque no tengas sed. Esto ayudará al
organismo a mitigar la falta de oxígeno”. El agua, ciertamente, es vida, y aquí, por lo
visto, lo es todavía más. El problema de las bajas temperaturas ni llega a tal
consideración: “Le recomendamos encarecidamente que vaya caminando a todos
los sitios”. El hecho de que el año pasado se llegaran a registrar mínimas de
-30º parece no importarle a nadie. Es más resulta que acaba convirtiéndose en la excusa
perfecta para la elección de estas fechas: “¿Qué mejor sitio que una sala de cine para
entrar en calor?” Touché.
Lo cual nos deja con el último problema. La actividad en Sundance dura hasta media
noche (la peliculera, se entiende, porque la farrera se prolonga en glorioso nonstop). Pobre del que aguante hasta tan tarde y no haya podido costearse un alojamiento
en Park City (que por norma general, en esta época rondan unos precios ridículamente
caros). A él (es decir, a mí), les espera un panorama similar al que se encontró Zazú
cuando Simba y Nala pararon de cantar: la más amarga soledad, rematada por el
gigantesco culo de aquel rinoceronte. Y el mal de altura... y el frío. El último bus sale
a las siete de la tarde, y de nuevo, la distancia que separa el punto A del B vuelve a

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antojarse insalvable. Se siente. Buena suerte regateando con los taxistas... y dé gracias
por estar en el país donde Jack Kerouac sigue siendo un Dios. Un segundo, ¿esto del
autoestop es legal en este estado? A saber. No pregunte, que como dijo aquel sabio, a
veces más vale pedir perdón que permiso.

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[Crónica Sundance 2014] Teoría general de las
aperturas
(http://cinemania.es/actualidad/noticias/20298/-cronica-sundance-2014-teoria-generalde-las-aperturas)
Arranca la 30ª edición del Festival de Sundance con una de cal y otra de arena.
Damien Chazelle se confirma en la arrolladora ‘Whiplash’ como un talento al que
seguir muy de cerca; a su lado Todd Miller y su ‘Dinosaur 13’ parecen estar
atrapados en el cretácico. Por VÍCTOR ESQUIROL

Dejemos de lado por un momento nuestra hombría y admitamos que durante los
primeros diez minutos de Up lloramos cual magdalenas. ¿Por qué? Porque tuvimos la
mala pata -o no- de toparnos con la Pixar en plena comprensión y uso de sus
(súper)poderes. Correcto. Aunque también hay que tener en cuenta el tempo, que en
este caso concreto jugó un papel determinante. Por razones que ahora mismo no vienen
al caso, nuestro subconsciente ha establecido que toda buena relación debe empezar a
fundamentarse en la vacuidad del calentamiento. “Hola”; “¿Cómo va?”; “¿A qué te
dedicas?”; “¿Dónde vives?” Preguntas cuyas respuestas no (nos) importan. Las
disparamos más o menos al azar sólo para ver cómo reacciona el otro. Ya habrá tiempo
para conocerse, de modo que, estiremos antes los músculos.
Pete Docter y Bob Peterson se pasaron por el forro todos estos mecanismos, así que
cuando creíamos que estábamos empezando a conocerlos, a ellos les había sobrado el
tiempo para abrirnos en canal y arrancarnos el corazón. Lo tuvieron relativamente fácil,
pues todavía teníamos las defensas bajas. Bajísimas. Los festivales de cine, por norma
general, son máquinas que alcanzan, con mayor o menor fortuna, la perfección en
13
labores de contemporización. Lo normal es que se alarguen durante más de una semana,
y que por lo tanto los asistentes terminen agotados. Sí, nos quedaríamos un mes entero
si hiciera falta, pero empaparse de celuloide puede llegar a cansar, créanme. Somos
humanos.
Es tal vez por esto que entre las distintas organizaciones de los distintos certámenes y
los enfermos que nos dejamos ahí buena parte de nuestra materia gris, existe una
especie de pacto no escrito consistente en no forzar demasiado la máquina. Nos interesa
a todos. “Hola”; “¿Cómo va?”; “¿De dónde dices que vienes?”, etc. En otras palabras:
“Vamos a llevarnos bien, que el camino es largo. Empezaremos poquito a poco, ¿te
parece?” Con esta filosofía, téngase en cuenta, suelen elegirse las películas de apertura...
Hasta que llega Sundance y se pasa por el forro el susodicho mecanismo. A saco, que
no todos los años cumplo treinta. Así, cuando estábamos todavía acomodándonos
(figurada y literalmente), y cuando todavía estábamos dando gracias al cielo por haber
conseguido entrar en la primera full-house de la temporada, llegó el nuevo proyecto
apadrinado por Jason Reitman y nos dejó planchados (ahora sí, sólo en el sentido
literal).
Whiplash es el título del filme encargado de abrir la veda de Sundance ‘14. Es también
el título del que se alzara con el Premio al Mejor Cortometraje hará ya un año en este
mismo escenario. Es, en suma, el primer largometraje de un abusón (Damien
Chazelle es su nombre) sin respeto alguno por las normas de conducta. Negro absoluto
ante nuestros ojos y redoble de batería. Se encienden las luces y vemos a un joven
marcado por cicatrices dejándose la vida ante su instrumento. De repente para porque
aparece en pantalla otro abusón. Maestro y alumno, cara a cara... aunque hay mucho
más que un cara a cara memorable entre J.K. Simmons y Miles Teller.
Whiplash es, ante todo, un estudio superlativo sobre la musicalidad del cine. Es, en
consecuencia, un viaje alucinante por el mismo cine. Son más de cien minutos en los
que la oída se ve asaltada por la violencia y la sublimidad del jazz más frenético, y por
las frases más hirientes (al más puro estilo Sorkin), y por el ruido más glorioso, usado
como hilo conductor entre unas referencias que surgen por pura lógica. Mientras, salta a
la vista que Audiard y Toback tenían razón, al igual que Powell & Pressburger, y
como por arte de magia, el tono ligero de Woody Allen comparte pentagrama con el
desquiciado giallo de Dario Argento. Lo mejor es que a Chazelle no le hace falta
alardear de conocimientos, porque salta a la vista que el talento fluye por sus venas.
Los músicos de los que nos habla se ven convertidos en máquinas en pos de una
perfección que obviamente entraña sacrificios. “¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar
para convertirte en el nuevo Charlie Parker?” Sin rodeos ni calentamientos que
valgan: la percusión sirve, efectivamente, para noquear al espectador, y el golpe
definitivo viene servido por uno de esos clímax que hacen historia. Y nosotros con las
defensas bajas. Bajísimas.
Quizás para que nos pudiéramos recuperar, la digestión de Whiplash ha estado presidida
por el primer tropiezo del festival. Y el balance de la apertura volvió a la normalidad.
Lástima. El ciclo de documentales lo ha inaugurado Dinosaur 13, cinta empeñada en
desmontar la teoría consistente en que el factor “dino” en el título de una película es
sinónimo de calidad. Al menos de diversión. Todd Miller desentierra la historia
olvidada de Sue, es decir, el 13º Tiranosaurio hallado por la comunidad paleontóloga.
Pero en realidad, ésta es una película sobre los -crueles- giros que da constantemente la

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vida. El “qué”, títulos aparte, está claro; el “cómo”, no. Miller se pasa frenada en
todo lo que acaba importando. Emotivamente mal calculada, lo sensiblero se impone a
lo científico; lo anecdótico a lo realmente importante y las anotaciones a pie de página a
la narración principal.

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[Crónica Sundance 2014] ¡Muévete!
(http://cinemania.es/actualidad/noticias/20323/-cronica-sundance-2014-muevete)
Ante el frío, nada mejor que un poco de ejercicio. Y para esto último, nada mejor
que Sundance, donde el imprevisto es la norma general y donde la improvisación
es la única filosofía viable. Por VÍCTOR ESQUIROL

Suena el despertador, te despiertas y te duchas. Sales del cuarto de baño y te abalanzas
sobre el reloj. Compruebas la hora y lanzas un suspiro de alivio: hay tiempo. Tienes que
estar en las oficinas del festival de Sundance a las ocho en punto, y todavía son las siete.
Todo controlado. De Salt Lake City a Park City hay un trayecto de exactamente 28
minutos... casi 35 si el tránsito no fluye como debiera. Vamos bien... hasta que te das
cuenta de que el golferas que te acoge en su dulce hogar, el mismo que tiene que
llevarte a tu destino, está demasiado ocupado sufriendo las consecuencias de la noche
anterior (no pregunten).
¿Y qué vas a hacer? ¿Llorar? Al principio, un poquito, pero como las lágrimas se
congelan fácilmente, lo dejas para otro día y te mueves. Pones pies en polvorosa: tienes
que cazar, como sea, un autobús. Dejas una nota en la mesita del salón (“¡He ido a por
tabaco... cabrón!”) y huyes. Una hora y media después, llegas a Park City y una cosa
está clara: la visita a las oficinas tendrá que esperar a mañana, porque apenas te quedan
veinte minutos para llegar a la primera película de la jornada, que es ni más ni menos
que el nuevo trabajo de Anton Corbjin. Corres todavía más, esquivas un par de coches
y... Mierda.
La cola en el pabellón de espera del Holiday es kilométrica. Te pones al final de todo
por el simple hecho de hacer algo, y también para darte cuenta (por si todavía tenías
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dudas al respecto) de lo estúpido que eres. Obviamente, a la de Corbjin no entras ni
borracho. ¿Y qué vas a hacer? ¿Llorar? Bueno... llorarle al agente de publicidad de
dicha película y pedirle una entrada para otro día (continuará...). Esto y volver a
moverte. A correr se ha dicho, porque sigues estando, no lo olvides, en la tierra de las
oportunidades, y hay otra que llama a tu puerta en poco menos de quince minutos.
Spotlight es la sección de Sundance dedicada a recuperar películas que hayan causado
impacto en anteriores certámenes (lo que vendría a ser la versión americana de las
Perlas del Zinemaldia). Ahí aguarda un tal Ivan Locke, un ingeniero que se dirige a
Londres en su coche, y que durante el trayecto intenta que la vida que ha ido
construyendo desde que nació, no se derrumbe hasta los cimientos en un abrir y cerrar
de ojos. Steven Knight, guionista de películas como Promesas del este o Negocios
ocultos se lanza a la dirección, firmando una atípica road movie de planteamiento
teatral. Locke es un intenso, estiloso y asfixiante drama presentado en tiempo casi-real y
en continuo movimiento estático. Un hombre (Tom Hardy, quien no desaprovecha la
ocasión para reivindicarse como uno de los actores más bestialmente terroríficos de
nuestros tiempos), una autopista y un manos-libres.
La economía de elementos se diluye mágicamente en un virtuosismo formal que, lejos
de cargar, hipnotiza por su atípica capacidad para calibrar la deformación, logrando así
que la realidad se transforme, de manera natural, en sueño (o pesadilla). Las luces
artificiales desenfocadas y los retrovisores que nos descubren ángulos imposibles se
acoplan como elementos imprescindibles de una narración sólida, grave y lo
suficientemente inteligente como para reivindicar, de paso, una voz potente que el cine
británico tendría a bien prestarle atención.
Sin salir de las “respecas” de Spotlight, llega la hora de los valientes con R100, sin duda
una obra mayor que como tal, disfruta poniendo a prueba al espectador. Las deserciones
durante la proyección de lo nuevo del gran Hitoshi Matsumoto se han contado a
docenas, lo cual, no está de más repetirlo, estaba en el guión. La razón de tanta
irritabilidad en el patio de butacas nos la da, cómo no, Homer Simpson: “¡Nos llevan
siglos de ventaja!”, declaró el orondo héroe americano refiriéndose a los japoneses. El
reverso de la “ventaja” es, por supuesto, la inferioridad, y ésta, como es sabido, escuece.
Hay que evitar pues verse envuelto en cualquier comparativa con la nación del sol
naciente, porque el resultado (una goleada de escándalo) acostumbra a ser siempre el
mismo. Pero, ¿y en las perversiones? ¿Nos ganarán también en esto? Por favor...
Para muestra, la sinopsis de ahora: La vida de un patético vendedor de centro comercial
da un giro de 180º el día en que decide contratar los servicios de una agencia de
dominatrix. Y esto es sólo el principio.
Matsumoto consigue lo que parecía imposible: seguir moviendo su cine y llevarlo a
otro nivel. Con esto, dirige la que seguramente sea la burla definitiva al -pervertidooficio de la dirección fílmica. Lo cursi, lo estirado y lo clásico explotan al unísono en un
híper-estimulante ejercicio metalingüístico. Es como si a alguien se le hubiera ocurrido
jugar con substancias tremendamente inestables: pongamos el Survive Style 5+ de Gen
Sekiguchi con el Glory to the Filmmaker! de Kitano, en lo que sin duda es una rotunda
(y despiadada) celebración de la creatividad artística más desbocada.
El movimiento se ha erigido de nuevo en protagonista principal del programa doble de
documentales para hoy. En Alive Inside, Michael Rossato-Bennett sigue los pasos de

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Dan Cohen, un auténtico culo inquieto, y de paso da evidencias de ser víctima de esta
misma naturaleza. ¿Su trabajo trata sobre los -milagrosos- efectos terapéuticos de la
música? ¿O quizás sobre las carencias (más bien vergüenzas) del sistema del bienestar
americano? ¿O quizás sobre el papel de la tercera edad en la sociedad actual? De todo
un poco, y con sólo una hora y cuarto disponible para intentar destacar en tantas
materias, al director, obviamente, le acaba faltando tiempo para desarrollar
satisfactoriamente todas sus tesis, pero le sobra para lograr en el espectador el golpe
de efecto (que de esto también se trataba).
Por su parte, The Overnighters, de Jesse Moss, coge como punto de partida el drama
social del movimiento, es decir, el de la inmigración (interna, en este caso) para prender
la mecha de un relato de estructura fractal, casi inabarcable, pero igualmente
contundente. El pastor de una parroquia de una pequeña localidad de Dakota del Norte
(actualmente desbordada por el flujo migratorio causado por el florecimiento de su
industria petrolífera), se convierte en el eje vertebrador de un relato coral que,
queriéndolo o no, se convierte en terrorífico testigo de unos tiempos de crisis (en
mayúsculas). La estructura puede desconcertar, pero el poso (que es lo realmente
importante), nos habla de algo tan profundo como desgarrador: la derrota, física,
moral... y en todos los sentidos que vengan a la cabeza.

¡Quieto!
Con la amargura rondando todavía por el paladar, vuelve la Competición
Estadounidense, y nos quedamos estáticos. Camp X-Ray, de Peter Sattler, empieza con
un prólogo de gran impacto. A partir de ahí, falla desde la base... y no hay manera de
levantarla. Mucho menos cuando el discurso se apoya en la falsedad de la denuncia, así
como en lo increíble del proceso reconciliatorio. Por si fuera poco, en la ficha artística
encontramos a Kristen Stewart, la que posiblemente sea una de las peores actrices de
la historia del cine (y escribe alguien con mucho porno en la retina). La trama central
pone el resto: Una joven militar es destinada a Guantánamo, donde no tardará en hacer
buenas migas con uno de los reclusos (Peyman 'Nader' Moaadi). La violación
sistemática de los derechos humanos y la paranoia americana post-11S encuentran en
esta película la perfecta metáfora en la ambigüedad que el profesor Severus Snape va
mostrando a lo largo de la saga Harry Potter. Como lo leen. ¿Estúpido e inocente? Sí, y
hasta indignante... si no fuera tan aburrido.

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[Crónica Sundance 2014] Adaptándose al cambio
(http://cinemania.es/actualidad/noticias/20324/-cronica-sundance-2014-adaptandose-alcambio)
Sundance sigue amparándose en una de sus más eternas y desesperantes virtudes:
imposible anticipar sus movimientos. En terrenos tan inestables, Adam Wingard y
Lenny Abrahamson se crecen; Cutter Hodierne y Mona Fastvold prueban suerte.
Por VÍCTOR ESQUIROL

Y una vez más, caes en ese error tan humano: hacer planes. Porque te engañas y te autoconvences de que la infinidad de factores que van a alegrarte (o a joderte) el día
depende de ti y sólo de ti. Como se dice por estas tierras: Bullshit. Sin ir demasiado
lejos (y a riesgo de quemarme a base de batallitas), anoche mi querido sofá en Salt Lake
City no pudo disfrutar de mi compañía porque, por circunstancias ajenas a mi voluntad
(¿lo ven?), terminamos todos (larga historia) en un sótano de Park City. La mar de
confortable, eso sí. Y las idas y venidas que nos ahorramos. Al mal tiempo buena cara,
¿y qué si las cosas no salen cómo en un principio queríamos?
En estas que el irlandés Lenny Abrahamson (una de las vacas sagradas del rebaño
Sundance) sube al escenario del Eccles Theatre y suelta: “Nunca sabes cómo es tu
película hasta que no la has compartido con la audiencia, porque estrenar oficialmente
una película es acabarla del todo". Lo dicho. Su último trabajo, que ahora sí puede decir
orgullosamente que ha sido finalizado, se titula Frank, y trata, grosso modo, sobre un
aspirante a músico-compositor que, por mucho que lo intente, parece no poder saltar el
muro de su propia mediocridad. Quiere pero no puede. El caso es que, por caprichos
más o menos macabros, el destino le concederá una última oportunidad en una
estrafalaria banda de rock vanguardista comandada por un inquietante artista que oculta
19
su cara (como lo hiciera el humorista Chris Sievey) detrás de una máscara más cercana
a la categoría de escafandra.
Abrahamson quizás no sabía cómo terminaría su película (en la ronda de preguntas
posterior a la proyección ha insistido mucho en la concepción orgánica y semiimprovisada de ésta), pero sí debía verse con la seguridad suficiente para apostar por
algunas decisiones que podrían haberle salido carísimas. Por ejemplo, la de hacerse con
los servicios de Michael Fassbender... para que su rostro aparezca sólo durante cinco
minutos de número musical (eso sí, qué cinco minutos... cosas de los colosos).
Asentándose en lo raro (de tal modo que casi ninguno de sus gags parece venir a
cuento... y aún así, están perfectamente acoplados al conjunto), el director dublinés
reflexiona, con gracia y tristeza marciana, sobre lo irracional del proceso creativo y
sobre la presión de sentarse frente al espejo para descubrir si se tiene (o no) lo que hay
que tener (llámenlo inspiración, llámenlo duende, llámenlo arte,...). El resultado es, a
simple vista, un compendio de portadas de LP’s, y profundizando un poco más, un
tratado sobre la fachada -ironías- del indie. Irregular; desconcertante también... pero
grande en sus -aparentes- defectos.
Y como ya habremos usado más de tres veces el término “imprevisible”, aparece, como
surgido del averno, Adam Wingard, para inaugurar Park City at Midnight, sección
convertida en uno de los muchos síntomas que atestiguan el excelente estado de forma
por el que ahora mismo pasa el género terror / fantástico. Pero con este demonio del
indie-horror ya se sabe que nunca puede hablarse de un solo género, sino de muchos a la
vez. The Guest es, sin rodeos, el Teorema de Pasolini pasado por la batidora del
Mumblegore. ¿Quién dijo miedo? Está la clásica familia, y también el -encantadorfactor externo que lo va a poner todo patas arriba.
El intruso dice ser un soldado que luchó junto al fallecido hijo mayor de dicha familia,
pero en realidad es el lobo; una bomba siempre presta a estallar. Tiene también algo de
vampiro, pues no pondrá los pies en casa ajena hasta que no se le haya invitado
expresamente a hacerlo. Falsas apariencias, dispuestas a desatar, a la mínima, la
violencia más bestial. Como sucediera en la imprescindible Tú eres el siguiente (así
como en casi todas las obras de su filmografía), los géneros deciden invitarse los unos a
los otros, para poco después pelearse y mancharse con la sangre del de al lado, y así,
The Guest se convierte en una batalla campal entre el drama familiar, el thriller de
acción, las teenage movies y, por supuesto, la comedia. Durante el proceso, los
estereotipos mueren lenta y dolorosamente. Puro desmadre (al que por cierto, le cuesta
aguantar en la recta final); puro Wingard, quien se reivindica, en cada lucecita, en cada
máscara, en cada pulsión fetichista, en cada nota sintetizada, en cada planteamiento, en
cada encadenado... como un señor autor. Del terror, y del fantástico, y...
En la edición en la que imprevisibilidad se está erigiendo en leitmotiv, no podían faltar
las referencias a la guerra del Vietnam, es decir, a uno de los mayores errores de
apreciación de la historia moderna. Last Days in Vietnam narra, precisamente, lo que
supusieron los últimos días del conflicto vietnamita. Desde la óptica de los vencidos,
por supuesto. El documental de Rory Kennedy es la reconstrucción de una insufrible
agonía. Con las tropas de Vietnam del Norte sitiando Saigón, queda por fin claro que la
única jugada que le queda al ejército estadounidense es la de la huida.
Escalofriantemente dramática.

20
Los testimonios de altura (Henry Kissinger, por supuesto, no falta a la cita) y los que
vivieron la tragedia en sus propias carnes se combinan para dar sentido a un excelente
trabajo de recopilación de material de archivo. La narración, como era de esperar, se
aleja de la imparcialidad, pero con un sentido de la heroicidad que no molesta (y que de
paso, llama a la puerta de las grandes productoras) y con una firme voluntad
descongestionante, Rory Kennedy acaba firmando un trabajo quizás demasiado
acomodado en los esquemas del documental televisivo (el Canal Historia ha hecho
mucho daño), pero innegablemente competente a la hora de impartir la clase magistral
sobre política, guerra... y todas las medidas desesperadas que las envuelven.

Sin cambios de planes
Y una jornada más, la Competición Estadounidense decidió ir a contracorriente. Los
esperados (y prometedores) debuts de Cutter Hodierne y Mona Fastvold no han
dejado a nadie indiferente... aunque esto ya estaba escrito en el programa. El primero de
ellos ha cumplido, con Fishing Without Nets, buena parte de las promesas / amenazas
presentes en el cortometraje de mismo título que presentara en sociedad hará ya un año.
Continuismo bien entendido. Por lo visto, aquello era más bien un teaser-tráiler de lo
que estaba por llegar. La ambición presente en aquel trabajo se mantiene intacta y el
referente (por reciente) es tan evidente que parece una obligación citarlo: estamos ante
la otra cara de Capitán Phillips.
Los piratas somalíes son ahora los protagonistas, y aún así, éstos estaban
considerablemente más humanizados en la cinta de Greengrass. Dolería si ésta fuera la
principal prioridad de Hodierne. Lo que este rookie pretende es documentar (y claro,
vuelve a aparecer la sombra de San Paul). En este sentido, no se arruga y consigue que
el indie pierda, por unos instantes, el complejo de inferioridad (si es que a estas
alturas seguía arrastrándolo). Técnicamente notable, es ésta una cinta más bien filmada
que montada; agotadora en el bueno y en el mal sentido, que consigue (más allá de
despertar posibles antipatías) que el espectador se sienta como un rehén más o, para
ponernos en el otro bando (¿por qué no?) como un pescador obligado al que no le queda
otra que probar suerte con la “pesca sin red”.
Lejos de la África oriental, y de retiro en una mansión a lo Le Corbusier, la noruega
Mona Fastvold dirige, co-escribe y co-protagoniza The Sleepwalker (“La sonámbula”),
en la que la apacible (?) vida de una pareja cambia radicalmente cuando la hermana de
ella (quien llevaba tiempo en status de “ilocalizable”) decide presentarse sin previo
aviso para hurgar en las heridas mal cicatrizadas. Absolutamente todo en esta ópera
prima recuerda a uno de los debuts marca Sundance más celebrados de los últimos años.
Se palpa la presencia de Sean Durkin y su Martha Marcy May Marlene en cada
-estupenda- composición, en cada desenfoque y en cada gesto incómodo. Fastvold, se
nota, es de ideas fijas, y por lo tanto su película no tiene que esperar al contacto con el
público para considerarse acabada. La intención, de principio a fin, es perturbar
(indagando en sin pudor en las relaciones sociales / amorosas; desenterrando el dolor
del pasado). Esto y poco más... hasta caer en un artificio que puede hacerse pesado. Y es
que al igual que Durkin, Fastvold la cineasta es consciente del amplio arsenal de armas
que le ofrece el cine, pero a diferencia de éste, hace uso de ellas de una manera mucho
más vasta; mucho menos sutil.

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[Crónica Sundance 2014] Finánciate como puedas
(http://cinemania.es/actualidad/noticias/20335/-cronica-sundance-2014-financiatecomo-puedas)
La crisis no perdona a nadie. Mucho menos a la industria cinematográfica. A la
espera de que vuelvan los “días felices”, autores y espectadores son libres para
encontrar las soluciones que más se adecuen a sus necesidades. Por VÍCTOR
ESQUIROL

"Que no... que no me entiendes. No digo que la película sea mala. Al contrario, me
ha encantado. ¡Nos ha encantado a todos! ¿A que sí, chicos? Lo que pasa es que no
acabamos de verle la viabilidad para las salas comerciales". La escena, real como
los forfaits que nos endosan aquí a modo de acreditación, se da en el hall del hotel
Yarrow, mismo escenario en el que, dos horas antes, un renqueante Danny Glover se ha
interesado por la disponibilidad de la silla que está a tu lado. Pero ahora el veterano
actor ya no está. Su lugar lo ocupan cuatro hombres abrigados que hacen piña alrededor
de un smartphone.
Al otro lado de la línea se supone que está un director con problemas, pues su película, a
juzgar por los alaridos (la intensidad de la discusión va in crescendo), difícilmente va a
volver a ver la luz del sol. Y no es por la calidad, ojo, porque a todos los compradores
“les ha encantado”, es porque la inversión difícilmente se va a ver amortizada.
Números, cuentas, balances... financiación. En problemas concerniendo esto último,
poco o nada van a poder enseñarnos -a nosotros- los amigos americanos. Pero, ¿y en
soluciones? Probemos.

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Primero con Zach Braff. La antigua estrella de la legendaria Scrubs se lanzó, hará ya
una década, a la aventura de la dirección cinematográfica. Con Garden State (Algo en
común) le reímos -casi- todas las gracias, pero con su siguiente proyecto parecía que el
reír se le iba a acabar. Cosas de la vida, que sin verse obligada a dar explicaciones, se ve
con el derecho -inalienable- de mostrarse así de perra. Afortunadamente, también suele
ofrecer alternativas; vías de escape a sus propias putadas, solo que hay que saber verlas.
Y apareció internet (¿se acuerdan de Álex de la Iglesia despidiéndose de su cargo en la
Academia y hablando del futuro?) y el poder de convocatoria de Mr. Braff puso el resto.
Sin entrar todavía en la valoración de la calidad de la película de marras (ya llega, ya
llega), ésta viene precedida por un rotundo éxito. De cuentas, números, balances y
financiación, sí. Porque hablar de Wish I Was Here es hablar del milagro (¿se acepta?)
del micro-mecenazgo; de las redes sociales manifestándose, al fin, en algo tan tangible
como el sucio dinero, imprescindible, esto sí, para que, por ejemple, Zach braff pudiera
estar hoy rondando por las calles de Park City.
Por todo lo demás, Wish I Was Here, a pesar de su largo metraje (un poco más de dos
horas de duración) se resume en tan poco tiempo como el que se tarda en nombrar su
único objetivo, esto es, hacer que el público salga de la sala de cine sintiéndose bien.
El inicio de la cinta, prácticamente calcado al remake de La vida secreta de Walter
Mitty por parte de Ben Stiller, no deja lugar a dudas. El espíritu feel-good se instaura en
cada réplica, cada recuerdo y cada giro argumental. Del primer al último fotograma.
Descubrimos entonces que la famosa “película del crowdfunding” en realidad no es
una película, sino el sofisticado mecanismo de una bomba lacrimógena.
Un padre de familia (Braff) esquiva como puede los golpes del destino (hijos difíciles
de controlar, mujer insatisfecha con su relación sentimental, hermano con el que es
imposible cruzar cuatro palabras sin querer partirle la cara, padre al que le acaban de
diagnosticar cáncer...) y de paso hace todo lo posible para mantener con vida su
insostenible sueño de convertirse en actor. Facturada con tanta cara dura como,
admitámoslo, gracia, Braff se confirma como un buen conocedor (y pícaro gestor) de
las necesidades del gran público. Los personajes con los que trata son plantas a las que
va regando con varias dosis de drama, carisma y ternura. Lo justo para que crezcan
sin ahogarse y para que al final del día, la cámara lenta se regodee, cuando el rock/folk
indie suena a todo volumen, con sus sonrisas, con sus abrazos de grupo y, por supuesto,
son sus lágrimas. Calculadísima epifanía colectiva, y por ello algo tramposa, pero
con la suficiente fuerza de impacto como para no enfadarse -demasiado- con sus
numerosos defectos.
En lo que a imperfecciones se refiere, en esta jornada la palma se la lleva claramente
Cooties, primer martirio servido por Park City at Midnight. La ópera prima de
Jonathan Milott y Cary Murnion tiene su sustento en Elijah Wood, quien además de
figurar en la lista de productores pone cara a esta comedia (?) terrorífica (ídem),
alargando de paso la estracha relación que está manteniendo con el cine de género
durante estos últimos años. Y financiación solucionada. Imagínense el clásico de
Narciso Ibáñez Serrador en versión “¿Quién puede matar a todos los niños de una
escuela?”, y en el que una troupe de profesores neuróticos se las ve contra una horda de
zombies pre-púberes. Imagínense que las puertas de dicho recinto están vigiladas por un
Jorge Garcia colocado hasta las cejas... y prepárense para la más desesperante de las
incomprensiones al comprobar que no hay manera de que el conjunto levante el vuelo.

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La culpa es, en su práctica totalidad, de la dupla de directores, más verdes que los
violentos alumnos a los que filman. Milott & Murnion saben crear imágenes, pero no
escenas, y así todo cuesta; todo duele a los sentidos. No hablamos de las pinceladas
gore (lo único salvable de toda la película), sino del imperdonable derroche de
potencial. Bajo las órdenes de estos dos debutantes, hasta Rainn Wilson parece un
inepto a la hora de arrancarnos sonrisas. La coherencia se sacrifica por una -abusivaconcatenación de gags a destiempo, mal planteados, peor resueltos y ya oídos en
anteriores ocasiones. Por si fuera poco, nombres como Ridley Scott y Edgar Wright se
ven manchados por homenajes torpes, y otros como Eddie Murphy son directamente
fusilados (hay que ser abusón), porque sí. Un desastre.
Para compensar, y como medida desesperada, probamos suerte en Next (sección
dedicada, supuestamente, a los proyectos más experimentalmente arriesgados) y ahí nos
topamos, sin quererlo, con la que tiene todos los números para convertirse en una de las
-inesperadas- perlas indie de la temporada. Tan pequeña que hasta da miedo
averiguar cómo diablos se habrá financiado. El título Appropriate Behavior nos remite
a normas de conducta, a, efectivamente, “comportamientos apropiados”, pero en
realidad trata sobre los procesos (de enamoramiento, de ruptura, de autoconocimiento,
de superación, de aceptación...) que nos hacen madurar como seres humanos.
Para su primer largometraje, Desiree Akhavan, hace “un Ben Affleck”, compensando
el error de guardarse para ella el papel principal con un encomiable trabajo detrás de las
cámaras (dirección y guión). Entre Noah Baumbach e Ira Sachs, encontramos a una
joven de orígenes persas que está también entre dos sexualidades, y que intenta
recomponerse de su anterior relación amorosa. Encadenando saltos temporales y
emocionales, se descubre ésta como una cinta rebosante de vida, cien por cien
neoyorkina, dinámica y ocurrente. Puro indie: desmelenado, veraz y auténtico.
A su lado, el documental SEPIDEH: Reaching fot the Stars, sobre cómo las barreras
(geográficas, culturales y sí, financieras) no deberían ser jamás una excusa para alcanzar
nuestros sueños, se ha quedado también pequeño. Berit Madsen dirige un trabajo
convencional y demasiado empeñado en convencernos de su carácter mágico, no
obstante, las vivencias de Sepideh, joven iraní empeñada en dedicar su vida al estudio /
exploración del espacio exterior, contienen, efectivamente, aquello de lo que tanto se
alardea: una -leve- pizca de esa intangible sustancia de la que están formados los
sueños. De niños o de adultos, poco importa, viene a ser lo mismo.

Exprímelos como puedas
Sepa, antes de cerrar por hoy, que si las soluciones a sus problemas financieros no dan
resultado, siempre podrá desquitarse con los del eslabón más débil. Usted elige el
quién, el cómo y el cuándo... y prepárese para ponerse las botas. Eso sí, tenga en cuenta
las primeras apariencias: no se le olvide soltar, antes que nada, aquella mentira que dice
así: “Venimos como amigos”. Como quien afirma aquello de “No te va a doler”.
La mejor manera de introducir We Come as Friends es presentarla como la The Act of
Killing del 2014, pues en ella está el mismo espíritu suicida, la misma valentía, el
mismo rigor y compromiso. Sobre ella recae la misma necesidad (obligatoriedad, vaya)
en su visionado. El gran Hubert Sauper ofrece la que es la extensión natural de su
celebrada ‘La pesadilla de Darwin’. Del lago Victoria a Sudán para ver que la mierda,

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por increíble que parezca, ha seguido con su implacable expansionismo, y en
crecimiento exponencial.
Los caminos del neo-colonialismo son inescrutables, pero ninguno escapa al vuelo
rasante de la avioneta cochambrosa de Sauper, mucho menos a su violenta e híperintrusiva cámara. Sin previo aviso, nos elevamos hasta la estratosfera. Ahí, el mundo
parece volverse del revés... y el río Congo se ha convertido en una interminable vía
ferroviaria que nos lleva al corazón... del continente africano, ese pastel que sigue
repartiéndose a miles de kilómetros de distancia. Al final del trayecto no nos espera
Kurtz, sino toda su descendencia.
Un piloto nos enseña, orgulloso, cómo la Internacional se ha convertido en la tonta
musiquita de un juguete de bebé; el comisario de la ONU habla de construir chiringuitos
de helados; el delegado del gobierno tararea, por pura ignorancia, el himno más vacío
jamás concebido; a los hombres de Dios se les ilumina la mirada cuando hablan de
“Nueva Texas”; los vigilantes de la paz se beben su cometido de un solo trago y los
locos parecen los únicos cuerdos. Joseph Conrad en aberrante primerísimo primer
plano. Con la frialdad de Werner Herzog a la hora de mirar, de frente, al abismo, y con
la capacidad omnipresente de Frederick Wiseman, Sauper se planta en el epicentro del
nacimiento de una nación (la más joven del mundo, Sudán del Sur, que por cierto, se
halla en urgente necesidad de financiación) para reivindicarse como uno de los
mejores de nuestros tiempos. Quizás de todos los tiempos.
Sin piedad ni concesiones, Sauper planta la cámara en el lugar y el sitio que más duelen.
Y dan ganas de llorar, hasta de reírse para acabar de contagiarse por la locura. Al final
de este grotesco buffet libre sólo queda la náusea, en espera del vómito. Brutal.

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[Crónica Sundance 2014] Infancia recuperada
(http://cinemania.es/actualidad/noticias/20355/-cronica-sundance-2014-infanciarecuperada)
Sundance dirige la mirada hacia la candidez, la rebeldía pueril y los mocos para
acabar de asegurarle a Richard Linklater un extenso capítulo en los libros de
historia del arte, y cómo no, para seguir dando con nuevos talentos. Por VÍCTOR
ESQUIROL

La infancia, como sabemos (aunque a veces lo olvidemos) es un tesoro que, como tal,
está en permanente peligro. De ser robado, destruido o, simplemente, desvanecido.
Despierta envidia e incomprensión por parte de quien ya no la posee. Puede llegar a ser
odiada, incluso por su propio propietario... pero éste casi siempre acaba rectificando. Es
disfrutable sólo durante una etapa concreta de nuestra vida. A partir de cierta edad,
pierde su valor. Esto último, por supuesto, es mentira, lo que pasa es que hemos
decidido creérnoslo. Dejémoslo en que, la infancia, a pesar de la creencia popular, no
tiene por qué depender de la edad.
La “nueva” película de Richard Linklater (incorporación de ultimísima hora en la
parrilla de este año en Sundance) en realidad no es tan nueva, y se titula Boyhood, cuya
traducción literal al cristiano significa “niñez”, que como sabemos (aunque a veces lo
olvidemos) es prima hermana de la infancia. Trata sobre Mason, un niño taciturno que
parece estar siempre perdido en otro lugar. ¿Y qué le pasa a Mason? Pues todo; la vida.
Y ahí está el qué. El riesgo, la ambición y, a la postre, el más rotundo de los éxitos.

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Ni un año ha pasado desde que Linklater presentara en sociedad la inmejorable
culminación de la trilogía (de momento) Antes-de, y cuando todavía estábamos
reponiéndonos, volvió a aparecer con otra obra capital; maestra, si se prefiere.
Histórica, sin lugar a dudas. “¡4208 días después, aquí estamos!”, ha afirmado el
propio director, acompañado en el Eccles por Ellar Coltrane, Patricia Arquette,
Lorelei Linklater y, cómo no, Ethan Hawke (principales protagonistas del maratón).
“Esta película sólo podía verse por primera vez en Sundance”, ha sido la siguiente
declaración, lo cual tiene sentido si seguimos creyendo en lo que alguna vez llegó a ser
el indie.
Al fin y al cabo, hemos venido a Park City para ver películas únicas, ¿no? ¿Y si
estuviéramos a punto de ver una que ha sido rodada durante doce años? Volvamos a
Mason, porque cuando empieza Boyhood le vemos a él mirando al cielo mientras suena
de fondo Yellow, de los Coldplay. Dos horas y 41 minutos después, se oye un
combinado entre el Deep Blue de Arcade Fire y el Get Lucky de Daft Punk. Una vez
más, ¿qué ha pasado entre una cosa y la otra? Tengan en cuenta las fechas en que el
planeta se topó por primera vez con estas canciones, hagan números y piensen en todo
lo que cabe en este inmenso espacio.
Piensen también en lo que podría pasar si algún genio diera por fin con la solución a un
problema irresoluble. ¿Cómo puede cristalizar algo tan grande como la vida misma
en una película? Linklater nos dice: “Siguiéndola”. Literalmente. Y teniendo en
cuenta que siempre es “ahora mismo”. Así, su Boyhood se convierte en “La vida de
Mason. Capítulos 1, 2, 3, 4, 5...”, en la que Linklater va construyendo a Mason, y éste
a sí mismo, con toda la autonomía que le permiten las circunstancias. Empieza, cómo
no, en la niñez y termina en el momento en que el polluelo puede por fin abandonar el
nido. Desde los primeros años de escuela hasta la entrada a la universidad, pasando, por
supuesto, por el instituto.
Y el mundo marcha... Mason, el mocoso que va creciendo sin necesidad de rótulos
explicativos, se transforma de repente en un cuerpo celeste que avanza inexorablemente
por la inmensidad del universo. Su trayectoria irá sufriendo cambios sólo por la
interacción con la órbita de otros cuerpos... y la vida, que a efectos prácticos arranca en
la infancia, rara vez había sido tan bien capturada. En casi tres horas de metraje, los
diálogos marca de la casa vuelven a rendir a máxima potencia, y aun así nunca aparece
la frase lapidaria o la sentencia definitiva. Linklater (con su naturalidad, gracia,
ocurrencia y espontaneidad habituales), una vez más, no pretende aleccionar, sino
documentar (a través de la ficción, sí, pero el propósito no cambia en ningún
momento). Lo hace con plena conciencia de época(s), fijándose en los detalles
identificativos para resaltar lo que permanece (es decir, lo que realmente importa), y sin
olvidar que, primero, no hay nada más confuso que el presente, y que, segundo, no se
trata de la edad, sino de las actitudes y de las inquietudes. Infinitas gracias por el
recordatorio.
Cambiando radicalmente de tono, Park City at Midnight ha vuelto a sorprender con The
Babadook, cuento de terror sobre una madre viuda que tiene que hacer frente a algo
que, ciertamente, puede llegar a ser escalofriante: la infancia. Y es que su hijo de siete
años (nacido el mismo día en que murió su padre) muestra un comportamiento cada vez
más violento debido a una extraña presencia que parece haberse instalado en la casa.
Jennifer Kent, la directora de la cinta, se presentó en el año 2005 con el cortometraje

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Monster, pequeño anticipo del largo que ahora nos concierne. En aquella pequeña
pieza, la cineasta ya daba señales de su potencial y ahora, todas aquellas vibraciones se
han confirmado.
De atmósfera recargadamente tétrica, The Babadook supone el nacimiento de un
talento que parece estar ya consagrado. Kent sueña con Méliès, con Wiene y concibe
una criatura de nombre perfecto. Montada sobre ella, explora -y explota- el terror en
todas sus facetas: el moderno, el clásico, el violento, el psicológico, el sutil, el
primario, el racional y el irracional. La película, como le pedíamos, da miedo (más que
asustar), pero es que además es espeluznantemente lista. Más allá de revivir en la
audiencia manías tan desesperantes como la de comprobar cada rincón oscuro antes de
ir a dormir, o la de asegurarse que la manta (es decir, el escudo más potente jamás
creado) nos cubra todo el cuerpo, ‘The Babadook’ convierte al propio género en el
verdadero monstruo, y este, a su vez, se transforma en el agujero negro perfecto. La
maternidad, la soledad, la pena, la locura, el duelo y obviamente la infancia, todo pasa
por ahí. Y da la sensación de que ninguno de estos temas vaya a entenderse sin la
presencia amenazante del hombre del saco. Genial.
En la misma línea terrorífica, aunque no tanto, entran en escena cuatro vampiros. Uno
cuenta su edad en milenios, los demás en siglos. De procedencia, gustos y hábitos
radicalmente diferentes, lo único que les une es un lugar (son compañeros de piso en la
Nueva Zelanda contemporánea) y un objetivo: el que el público se reencuentre con el
niño -gamberro- que reside en su interior. What We Do in the Shadows (es decir, “Lo
que hacemos en las sombras”) es un falso documental dirigido (y escrito, y
protagonizado) por Taika Cohen y Jemaine Clement, dos de los principales artífices
de la serie de culto Flight of the Conchords.
Como sucediera en la pequeña pantalla, el mockumentary se presenta como el vehículo
ideal para burlarse del objeto de estudio sin perder el respeto hacia él. Como si se
tratara de la versión austral de la estupenda Vampires, de Vincent Lanoo, el cachondeo
adquiere más cuota de pantalla, perdiéndose así en sutilidad pero ganándose en
carcajadas. Lo mejor, más allá de la más que aceptable ratio de gags acertados, es que la
identidad del (sub)género vampírico sublima con una pureza altísima. A lo largo de
una hora y media que pasa volando. Tal y como pasaba con los profesores favoritos de
nuestra infancia: en sus clases nos reíamos y ni por asomo se nos ocurría comprobar
cuánto faltaba para que sonase el timbre. Cuando éste finalmente lo hacía, volvíamos a
casa con unas agujetas terribles... y con muchísimo más conocimiento en el coco.
El ciclo express dedicado a la infancia lo ha cerrado, en cierto modo, Lynn Shelton,
quien definitivamente ha dejado el mumblecore en el baúl de los recuerdos. En Laggies,
Keira Knightley recibe la proposición de matrimonio por parte de Mark Webber (el
actor) y a partir de ahí en su cerebro se dispara una reacción en cadena que le hará
querer refugiarse en el único bunker realmente inaccesible. En otras palabras, aquella
etapa vital en la que nadie nos exigía responsabilidad alguna. Shelton se sube al carro
del mainstream para esta comedia romántica en la que, intérpretes aparte, nada es
especialmente reseñable / memorable. Aun así, se ve en todo momento con el agrado
suficiente como para no desconectar de lo que se nos está contando. La clave: la
ligereza no-discordante con el verdadero telón de fondo, es decir, el terremoto
implícito en cada relación sentimental. Denso donde los haya, cierto, pero no
necesariamente indigesto. Voilà.

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In memoriam
En Sundance, como en todo buen festival, hay espacio para la cinefilia. Para tomarnos
un respiro del orden del día y librarnos del todo (por si no lo estábamos haciendo ya) al
eterno vicio y/o pasión cinematográfica. En este aspecto, pocos han debido haber que se
hayan volcado con tanta devoción como Roger Ebert, quien nos dejó el año pasado a la
edad de 71 años. Life Itself es el documental que rinde homenaje a este incansable
amante del séptimo arte. Steve James, el director (y amigo de la estrella de la función)
toma como referencia la propia autobiografía de Ebert para estructurar una película que
renuncia a lo ilustrativo par quedarse en la sonrisa nostálgica. Cineastas de la talla
de Martin Scorsese, Werner Herzog o Errol Morris se plantan delante de la cámara
para recrearse en las luces de la vida y obra del famoso crítico cinematográfico. El tono
bonachón imprimido por James remata la faena: he aquí el recuerdo que los amigos, los
rivales y hasta el propio Ebert se merecían.

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[Crónica Sundance 2014] La (in)soportable levedad del ego
(http://cinemania.es/actualidad/noticias/20370/-cronica-sundance-2014-la-insoportable-levedad-del-ego)
Llegados al ecuador de su 30ª edición, el Festival de Sundance entabla debate
esquizofrénico entre el YO y el NADIE. Los representantes de las dos
facciones, se lucen. Por VÍCTOR ESQUIROL

“Pues ya lo ves... ¡Así está Kurt Russell!”; “Ya te digo... el tío está cascadísimo.”; “¿Sabías que
su padre tenía un equipo de baseball y que le hizo jugar en él?”; “¿En serio?”; “Te lo juro.”;
“Bueno, ¿y a quién más has visto hoy?”; “A nadie más, tío. Esto está muertísimo.”; “¿Sí? Pues
mira, precisamente por ahí va uno del séquito de la Lohan.”; “Espera, ¿Lindsay Lohan?”; “Sí.”;
“¿¡Lindsay Lohan está en Sundance!?”; “Claro, pensaba que ya lo sabí...”
Ni te da tiempo a terminar la frase. Ya no se respeta nada. El chupóptero que trabaja para TMZ
ha cogido su cámara telescópica y te acaba de dejar con la palabra en la boca, colgado, solo.
Muriéndote de frío en el párking dónde se supone que alguien (¡quien sea!) va a venir a
recogerte. Y todo esto, ¿por qué? Por la llamada del ego, una de las pocas cosas en las que las
celebrities van sobradas. Por culpa del maldito ego no hay manera de poner el freno de lengua
y una rueda de prensa se te puede ir de las manos (por cierto, el primer volumen de
Nymphomaniac ha acabado siendo la sesión sorpresa este año en Sundance). El ego es el
diminuto demonio que se posa en tu hombro y te reta a hacer las peores estupideces... sólo
para ver cómo haces el ridículo ante todos los paparazzi que, por supuesto, estaban esperando
tu gran momento.

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Con ego (y mucho) se ha levantado hoy el sol en Park City. Los tablones del escenario del
Eccles (que es por donde se pasean, en sesión matutina, los peces gordos) casi revientan. No
por acumulación de personas, sino porque las tres que se encontraban ante la audiencia se
acababan de marcar un banquete antológico de ellos mismos. Con ustedes, Michael
Winterbottom, Steve Coogan, y Rob Brydon. Como ya sucediera hace cuatro años con The
Trip, porque de hecho, de lo que se trata aquí es de repetir la experiencia. ¿Por qué? Primero,
porque en la primera se lo pasaron teta. Segundo, porque no tienen que darle explicaciones a
nadie.
De hecho, The Trip to Italy tiene como punto de partida la excusa más rancia que se pueda
imaginar. Es la gracia. Los preparativos se ventilan en menos de un minuto, y el juego (que
tiene en el ombligo su centro de gravedad), desde la primera escena, vuelve a estar en marcha.
La pregunta, como en la anterior ocasión, es la de saber si hay alguien más invitado aparte de
las tres estrellas. La respuesta está en cada espectador, porque la película poco o nada hace en
materia de concesiones. Es la gracia, también.
Todo igual, pues, bajo el sol del Piemonte, y de Roma, y de la Costa Amalfitana. Coogan y
Brydon, en descarado “as themselves” (y en estado de gracia) se pegan de nuevo la vida padre
en esta conjunción casi perfecta entre buddy y road movie. Sentada(s) la(s) base(s) toca
empezar a levantar el edificio, que se sustenta, cómo no, en dos pilares. ¿Es una guía turística
de altísimo standing (por mucho que a los protagonistas les dé por repetir que lo suyo es la
vida “sencilla”)? ¿Es una gira humorística en la que priman las imitaciones de primer nivel
(cómo no, Michael Cane y Sean Connery vuelven a pasar por el aro)? También.
Y así, Michael Winterbottom, que también interviene, da una lección magistral sobre cómo
alargar una broma. 115 minutos (220 si contamos desde The Trip), y sigue habiendo motivos
para reír. También para salivar de lo lindo con cada plato que se zampan estos dos vividores...
y también para maravillarse, por enésima vez, con algunas de las vistas más fantásticas que
pueden encontrarse en Italia. El prolífico director británico se decide a rodar de manera
deliciosa, a que fluya la química entre sus personajes y sí, a dialogar también, con toda la cara
dura del mundo, con el público (es la gracia, como era de esperar de uno de los genios de la
posmodernidad), tanto, que el fallo en la proyección que durante más de diez minutos habría
podido provocar más de un ataque epiléptico en el patio de butacas, ha sido tomado, por la
amplia mayoría, como un gag más del repertorio. Cosas del ego... y de la genialidad.
Por si la sala no se había quedado lo suficiente pequeña, el programa doble de documentales
ha seguido estrechando el espacio. Ni en el Palais de Cannes -y ya es decir- se habría podido
respirar. Y es que del Reino Unido nos llega también 20.000 Days on Earth, que empieza con
Nick Cave, ni más menos, hablando de sí mismo: “Puedo controlar la meteorología con mi
humor... lo que pasa es que no puedo controlar mi humor.” No apto para claustrofóbicos. Los
veinte mil días de los que nos habla el título hacen referencia, como puede deducirse con total
facilidad, a la edad de la estrella. La cuenta sigue en marcha. Un día más (resumido en poco
más de hora y media de metraje), que es el que vamos a pasar junto a este artista todoterreno.

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Los directores Iain Forsyth y Jane Pollard hacen un excelente uso de la técnica cinematográfica
(máxima explotación, sin hacerse pesada, de factores tan fundamentales como la fotografía, la
banda sonora o los saltos narrativos) para que nos olvidemos por completo de la barrera que
separa la ficción de la realidad, así como de la encargada de distinguir la entrevista del
psicoanálisis. 20.000 Days on Earth tiene mucho más de lo segundo, consiguiéndose así una
inmersión casi total en la mente de este galán con apariencia de cavernícola; de este artista
(en mayúsculas) sumido, desde hace mucho tiempo, en un desbocado proceso de creatividad
desencadenada, con tal de conseguir lo que a una tal Nina Simone se le daba tan bien:
conseguir, en cada actuación, transformar a la audiencia... y a ella misma. Pasado a una
pantalla de cine, esto sólo se puede traducir en mostrar aquello que los ojos no pueden llegar
a ver. Forsyth, Pollard y, desde luego, Cave lo consiguen, en lo que sin duda es una experiencia
artística (en mayúsculas, también) única.
De apariencia mucho más mundanal, The Battered Bastards of Baseball llega con la intención
de contarnos, efectivamente, una historieta de este deporte que tanta incomprensión /
repelús ha encontrado siempre en nuestro territorio. Década de los 70, el veterano actor Bing
Russell (exacto, padre de Kurt... por lo visto la sanguijuela aquella no mentía), muy de vuelta
de Hollywood y de la “caja tonta” (donde encarnó al sheriff de Bonanza y donde se convirtió
también en uno de los intérpretes con menor esperanza de vida en pantalla), decidió fundar
en Portland el único equipo independiente de la Federación Oeste del susodicho deporte. Lo
que empezó siendo un circo que funcionaba a las mil maravillas como hazmerreír de la prensa
y de las principales franquicias, no tardó en convertirse en la gran revelación que pasaría
despertar las envidias más bajas entre sus rivales.
David contra Goliat, o para no movernos del caso, Bing Russell, su troupe (y el ego de todos)
contra el establishment. Los debutantes Chapman Way y Maclain Way nos cuentan una
historia de cine (literalmente, en el equipo no sólo estaba en clan Russell, sino también el
mismísimo Todd Field). Una Gran Reserva que debería ser de consumo obligatorio tanto para
los amantes del baseball como del deporte en general. Al igual que en Moneyball (aunque con
intenciones diferentes), queda patente que, como el dios en el que hemos convertido cada
juego en el que intervenga una pelotita, todo lo que éste nos da, éste mismo nos los quita...
para, quizás, más adelante, devolvérnoslo. Y así hasta el infinito. Con una conciencia casi
perfecta de la historia narrada, así como de lo inspirador, entrañable y épico (genial banda
sonora), The Battered Bastards of Baseball, del mismo modo en que lo hizo el imprescindible
documental La extraordinaria historia del New York Cosmos, trasciende las apariencias para
hablarnos de algo más profundo. De una época, de una nación y de su gente... así como de
aquello que se mueve en nuestro interior cada vez que el -maldito- esférico llega allá donde
toda la grada espera.

Heil Five!
Antes de que mi ego y yo nos vayamos a dormir, y para distender un poco el ambiente, nada
mejor que juntarse con gamberros. Con aquellos golfos especialistas en competir en aquello
de ver quién la hace más gorda. No por autosatisfacción, sino por el tan conocido placer der

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ver arder el mundo. Wetlands es pura provocación, tanto que empieza con un cartel en el que
se lee que la novela en la que se basa dicha película, jamás debería adaptarse al cine, y que lo
que estamos a punto de ver no es más que un asqueroso compendio de unos tiempos -los
nuestros- vulgares. Helen siente un profundo desprecio por la higiene personal, una terrible
curiosidad para saber qué verdura le va a dar un mayor orgasmo, y un cariño sin mesura por
sus hemorroides.
Es como si Irvine Welsh y Chuck Palahniuk se hubieran violado mutuamente y de tal
espectáculo hubiera surgido una adorable criaturita que reprodujera, muy puerilmente, las
virtudes de sus progenitores. El director David Wnendt nos lleva por una trepidante montaña
rusa de la guarrería que poco tiene que envidiar a hitos de lo asqueroso como podría ser, por
ejemplo, el legendario vídeo de “2 Girls 1 Cup”. Manda la náusea, pero sobre todo las risas,
gracias al encanto desbordante de la protagonista Carla Juri, y al desternillante
aprovechamiento de la -asquerosa- espiral nihilista provocada. Mientras el espiral gira con
fuerza, la película se traduce en la más pringosa / maloliente / desagradable y hasta estilosa de
las gozadas.
Última parada de esta jornada capicúa. Empezamos con una segunda parte y terminamos,
también, con una secuela. Dead Snow: Red vs. Dead da respuesta al enigma que durante los
últimos cinco años ha estado acechando a la humanidad: ¿Qué puede ser mejor que una
película con zombies nazis? Respuesta: Una película de zombies nazis luchando a muerte
contra zombies comunistas. Genial. Retomando la acción justo dónde la había dejado la
notable primera entrega, Tommy Wirkola se recompone de su horrible desembarco en suelo
estadounidense volviendo a su Noruega natal... sin olvidarse de mantener líneas abiertas, eso
sí, con su nuevo país de acogida.
De lo que se trata aquí es de explotar (hasta que la máquina, efectivamente, explote) la
fórmula del más y mejor. Es por esto que Dead Snow: Red vs. Dead puede reivindicarse como
una de esas honrosísimas excepciones que confirman la falsedad aquella de que “Segundas
partes nunca fueron buenas.”, porque lleva al límite el subgénero de los muertos vivientes, así
como todo los que estos implican. A abrir en canal todos los tabús se ha dicho. Wirkola no se
corta un pelo y filma con talento (atentos al homenaje a la pelea entre Uma Thurman y Daryl
Hannah en Kill Bill Vol. 2) la que es, desde ya, la nueva cima a superar del splastick. Pocas
(poquísimas) veces el gore se había presentado tan creativo, salvaje, vandálico y divertido.

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[Crónica Sundance 2014] Descargando tensión
(http://cinemania.es/actualidad/noticias/20404/-cronica-sundance-2014-descargandotension)
Con el agotamiento haciendo mella en los pocos asiduos que siguen rondando por
Sundance, se entiende que los nervios de la parroquia estén destrozados y que, de
algún modo, pidan que el cine les dé lo que el Código Penal les prohíbe en el mudo
real. Por VÍCTOR ESQUIROL

Sientes que vas a explotar en cualquier momento. Vas calentando los nudillos, por si
acaso, mientras notas cómo las venas de la sien se te están hinchando más que los
presupuestos en obra pública en nuestro querido país. “¿Señor? ¿Se encuentra bien? Le
veo un poco rojo... ¿le ha dado una insolación?”, a lo que respondes, sin pensártelo,
“¿Una insolación? ¿En Utah? NO. Es que no consigo quitarme la maldita canción esa
de Lady Gaga.”, a lo que te contesta, “Bueno, en este caso creo que debería tener un
poco más de consideración. Creo que su actitud no es la más adecuada ahora mismo”.
Sin quererlo ni pedirlo, la escena se ha puesto –muy– tensa. No lo entiendes, así que te
retiras elegantemente al rincón de pensar, donde, pasados unos pocos minutos, te das
cuenta del error fatal que acabas de cometer.
Recuerdas antes que, si algo tiene el pueblo estadounidense, es esa gracia para
combinar, como ningún otro, la capacidad para explotar (en todos los sentidos) con la de
recompensar. Lo mismo que darle golpecitos amistosos a la espalda al mismo
desgraciado al que has estado fustigando hasta casi matarle. Los voluntarios que
impiden, día tras día, que este festival se vaya al garete, llevan un llamativo chaleco de
color azul que aparte de protegerles del frío invernal, debe taparles también las heridas
de los latigazos que han estado sufriendo durante estos días. Lo suyo es sacrificio puro y
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duro. Amor al arte y a los plastas que acudimos a ellos para que nos ayuden en
absolutamente... todo. Y siempre con una sonrisa de oreja a oreja. Con razón se han
ganado una jornada dedicada a ellos.
En Sundance, El Día del Voluntario es como cualquier otro, la única diferencia es
que cada proyección viene precedida por un simpático video en el que se agradece
la labor de dicho colectivo. Este año, a alguien se le encendió la bombilla y descubrió
que las cuatro últimas letras de dicho certamen le llevaban directamente a un famoso hit
de Lady Gaga. Habemus concepto: “Sin la dedicación de nuestros voluntarios, no
habría SunDANCE” Y a partir de ahí, todos (incluidos Sam Rockwell y Glenn Close)
se ponen a bailar como si les fuera la vida en ello. La primera vez hace gracia, la
segunda no tanta... la quinta produce los síntomas descritos al principio de este nuevo
capítulo.
Vas a explotar, y necesitas descargar tensión como sea. No sólo tú, sino también todos
los demás asistentes a una de las sesiones más esperadas del festival. Se nota en el
ambiente cuando, precisamente uno de los voluntarios, anuncia que la siguiente película
que vamos a ver es The Raid 2. “HELL YEAH!”, se oye al fondo de todo, y los de la
prensa e industria estallamos en el primer aplauso de la noche... antes siquiera de que
haya empezado la película en cuestión.
Dos horas y media después de este estallido de euforia, se produce el que quizás estaba
más cantado: la ovación de despedida durante el desfile de los títulos de crédito finales.
Entre éste momento y el otro, se han ido sucediendo muchos más chispazos. Fruto de la
más bestial descarga de las tensiones que se nos podría haber ofrecido, cierto, pero
también por ver cumplida una de las promesas más gordas que nos había hecho el cine
en los últimos años. Esto es, coger uno de los trabajos más apabullantes jamás vistos en
el cine de acción, y llevarlo más allá. ¿La película “de artes marciales” más
ambiciosa de la historia? Posiblemente.
The Raid 2 retoma la acción justo donde la dejó su antecesora, y a pesar de esto, luce en
todo momento una sorprendente autonomía. Al fin y al cabo, las intenciones de Gareth
Evans con esta atípica secuela van mucho más allá de la -mínima- historia iniciada hace
dos años. Se trata de llevar al género donde nunca antes había osado llegar. El
exceso se apodera del producto, siendo esto tanto su mayor virtud como el peor (aunque
ni mucho menos condenatorio) de sus defectos. A medio camino entre El padrino,
Promesas del este y la saga Infernal Affairs (todo esto bañado en un inmenso mar de
tortas, claro), la trama de aquella redada original con aires de John Carpenter se
complica. Hay entonces más calado dramático; más profundidad en sus personajes
principales... aunque a efectos prácticos, lo realmente importante es que la melé se ha
hecho mucho más grande. El caos y la furia que alimentan este extenuante
espectáculo, también.
Cuantos más seamos, mejor. Dicho y hecho, The Raid 2 es pura operística de la leña.
Una saturada y prolongada sinfonía dedicada a las infinitas formas con las que se puede
romper el cuerpo humano. Una oda a las articulaciones dislocadas, a las
extremidades torcidas, al hueso partido y a los nudillos en carne viva. La acción se
multiplica, se diversifica (hay luchas, tiroteos, persecuciones de coche...) y se eleva, en
constante más-difícil-todavía, a la máxima potencia. Evans, quien una vez más renuncia
a la cámara lenta para dar más importancia a lo trepidante de su propuesta, se convierte

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en el tercer luchador con su brillante planificación y ejecución de las coreografías
(imprescindible para ello la entregadísima labor de esa invencible bestia parda
llamada Iko Uwais), con sus movimientos de cámara imposibles y con su
inquebrantable (esto sí) voluntad de hacernos creer que en el cine de género no todo
estaba -ni está- inventado.
Como el video de Lady Gaga ha vuelto a ser reproducido, toca calmar a la audiencia
con otra sesión express de violencia. Ya saben, que se desfoguen viendo películas
antes de que salga herido algún pobre voluntario. Killers es el nuevo trabajo de “The
Mo Brothers” (es decir, Kimo Stamboel y Timo Tjahjanto), representantes punteros
de la emergente cinematografía indonesia (a la franquicia ‘The Raid’ nos remitimos de
nuevo). Dos asesinos, uno de la misma nacionalidad que los directores y el otro japonés
(aparten a los niños) intercambian por internet los vídeos de sus fechorías,
despertándose así una terrible escalada de tensión que de paso va a acercar cada vez más
sus destinos.
Killers es, de paso, una película que acorta distancias. Es de Indonesia, y también de
Japón (en muchos momentos la podría haber dirigido el mismísimo Takashi Miike)... y
hasta de Hong Kong (tres cuartos de lo mismo pero con, por ejemplo, Johnnie To).
Después del título gore de culto ‘Macabre’ “los Mo” se lucen a la hora de reproducir
las claves que determinan la geografía cinematográfica, pero se quedan a medio
camino a la hora de consolidarse como cineastas de referencia en el género. Su último
trabajo, si bien aguanta elegantemente la vertical durante sus intensas (e in crescendo)
dos horas de duración falla (ya sea por falta de músculo o de cerebro) a la hora de darle
una solidez continuista al relato, de profundo calado moralista y, aun así, hijo bastardo
totalmente atribuible a unos tiempos presentes bañados en sangre.
Unas décadas antes en línea temporal, más concretamente entre el otoño y el invierno de
1988, la madre de la joven Kat Connor despareció para no volver a ser vista nunca
jamás. Estamos ahora en la América suburbial, tan idílica y colorista como -casisiempre nos la han pintado. Esto sí, el encargado del retrato es alguien que se siente
especialmente cómodo en los tonos más oscuros y, por supuesto, violentos. El que
fuera uno de los abanderados del New Queer Cinema, Gregg Araki, después de la
esperanzadora pero excesivamente reivindicativa Kaboom, prueba suerte de nuevo con
la adaptación literaria.
La prosa poética de Laura Kasischke se pone en White Bird in a Blizzard al servicio
del cineasta californiano para desembocar en un trabajo bien filmado pero no tan bien
narrado; impecable sobre el papel pero a la práctica no del todo redondo. La rabia pueril
y el enfado con el mundo (en general) tan definitorios del toque Araki aparecen aquí en
cantidades contenidas, lo cual abre de nuevo al gran público el arte de este autor
imprescindible del “otro cine” americano, pero por el contrario entorpece
excesivamente un proceso de cocción que por momentos pierde casi todo su interés.
Para salvar la función en los momentos de flojera, aparece al rescate Shailene Woodley
en su papel más completo de su breve pero cada vez más impecable carrera, así como
los temas más recurrentes en Araki, los cuales (el despertar hormonal, la difícil
maduración... la confusión en todo lo anterior), más de veinte años después, siguen
teniendo en este eterno rebelde una fuente casi inagotable de puro goce cinéfilo.

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El ciclo de la violencia made in Sundance ha cerrado hoy con el imprescindible
Michael Shannon liándose a tiros con unos bandidos de... agua. Young Ones es un
sorprendente western futurista firmado por Jake Paltrow, quien en su segundo
largometraje construye un inmenso castillo de referencias culturales para crear un
universo no obstante propio y, por ello, atractivo. La ciencia-ficción (?) nos habla ahora
de cómo el líquido elemento se ha convertido, definitivamente, en el objeto más
preciado (por ser el único) para la supervivencia. Haciendo alarde de una muy
convincente puesta en escena, así como de una inesperada solidez a la hora de poner la
imaginación al servicio del celuloide, Jake Paltrow reflexiona sobre la devastación de
la familia en un entorno ciertamente devastado, descubriéndose así como un excelente
comprendedor del factor ambiental en el séptimo arte.
Ajeno a todas las patadas, disparos, desapariciones y muertes horribles; de hecho, ajeno
a todo lo que no sea estrictamente su mundo, encontramos a Mr. X, es decir, al eterno
enfant terrible Leos Carax. El documental Mr leos caraX está obviamente dedicado al
misterioso y fascinante director detrás de películas como Boy Meets Girl, Mala sangre o
la más reciente Holy Motors. El trabajo de la directora Tessa Louise-Salomé confirma
en sus carencias (en el apartado de entrevistas, por ejemplo, da la sensación de que
muchas piezas no han acudido a la llamada) lo que en cierto modo, ya nos temíamos. La
obra y la figura de Leos Carax son tan inabarcables que es técnicamente imposible
hacer una película sobre él, aunque siempre puede hacerse una película de gente
hablando sobre Monsieur Carax. En este sentido, el documental sirve como excusa
perfecta para que los no-iniciados sientan interés por una materia que, efectivamente,
requiere de su atención; para los demás, siempre es un placer revisar (y poco más) los
pasos, por así llamarlo, de esa fascinante “brisa poética”.

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[Crónica Sundance 2014] Insomnia
(http://cinemania.es/actualidad/noticias/20405/-cronica-sundance-2014-insomnio)
A falta de poco más de tres días para que termine la 30ª edición del Festival de
Sundance, el cansancio acumulado hace mella no sólo en el espectador, sino
también en un programa que se ve beneficiado de dichas circunstancias. Por
VÍCTOR ESQUIROL

Hoy te despiertas por pura intervención divina... o esto parece. Por lo visto, el
despertador lleva sonando durante casi cinco minutos, lo cual, por suerte, parece no
haber interrumpido el sueño de tus compañeros de pocilga. Acabas de abrir los ojos, te
los despejas de legañas y te das cuenta de que algo no cuadra. Una cascada de sudor frío
desciende por tu espina dorsal. Te despejas ipso facto y corres hacia la maleta. La abres
esperándote la peor de las noticias, pero no, todo parece en orden. Entonces, ¿qué es lo
que falla? El “random-guy” que se desmayó en el otro sofá sigue ahí tendido, la
televisión sigue encendida y con el volumen a tope. Coges el mando a distancia,
apagues el maldito aparato y entonces te das cuenta: hay alguien más en la casa. Alguien
cuya voz no logras identificar, pero que sin duda se está dirigiendo a ti:
“Hoy te ha costado, eh”; “Perdone, ¿es a mí?”; “¡Pues claro! ¿Ves a alguien más
despierto por aquí?”; “... ¿Quién es ud.?”; “¿Tú qué crees? Soy la bandera de los
Estados Unidos. No, la de la cocina, no. No... tampoco la del cuarto de baño. Ahora sí,
la que está usando la piltrafa esa para no pasar frío”; “... ¿Y qué quiere de mí?”;
“Tranquilízate, soy las Barras y Estrellas, si quisiera algo de ti lo hubiera cogido sin
pedir permiso, ¿no crees?”; “Touché. ¿Entonces...?”; “Quiero darte un consejo, y

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estate atento, porque sólo pienso decirlo una vez: Ya va siendo hora de que tu cerebro
recupere horas de sueño.” Y, ahora sí, te despiertas.
Octava jornada de la 30ª edición del Festival de Cine de Sundance. Entre idas y venidas,
carreras entre salas y, faltaría más, proyecciones, el tiempo dedicado a depurar las
toxinas mentales se ha visto reducido a mínimos históricos, y los sentidos, claro, lo
notan. Hay casos históricos, debidamente documentados, que ponen los pelos de punta:
hay a quien se le secó el cerebro de tantas novelas de caballería que leyó; a otros les
sucede lo mismo con las películas.
Al personaje que encarna Ryan Reynolds en The Voices, filme encargado de abrir la
nueva sesión festivalera, las neuronas se le apagaron hace mucho tiempo. Enterrado en
lo más hondo de su memoria subyace un trauma que le ha impedido llevar una vida
normal. ¿O acaso pasaría desapercibido un hombre que habla, literalmente, con sus
animales de compañía? Jerry Hickfang, que así se llama el pobre desgraciado, convive
con un perro y un gato, y éstos se encargan de hacer realidad, cada vez que charlan con
él, aquella fantasía cartoon de la doble conciencia. Sobre su hombre derecho se posa la
voz de su querido cánido (según los responsables de la cinta, inspirado en el clásico
republicano bonachón), a la izquierda le aguardan los maléficos consejos del felino
(cuya voz nos hace pensar en un escocés con pocas ideas buenas rondando por su
cabeza).
En medio, como se ha dicho, está Jerry, quien acaba de enamorarse perdidamente de la
nueva chica de contabilidad de su oficina (la escandalosamente despampanante Gemma
Arterton). Marjane Satrapi, co-autora de la sobrevalorada Persépolis y de la
injustamente ninguneada Pollo con ciruelas emigra a territorio estadounidense sin su
pareja de baile habitual (Vincent Paronnaud), y ahora que todos los focos la apuntan a
ella en su búsqueda de la voz propia, los agoreros se frotan las manos... Sin embargo,
a la franco-iraní no le tiemblan las piernas, y se atreve con una propuesta compleja,
valiente y, por todo esto, arriesgada.
¿O acaso no se requieren agallas para presentar en Utah una burla tan ácida al American
Way of Life más tradicional? Gracias a un acertadísimo sentido de la estética, Satrapi
parece basarse en la imprescindible serie de “One-Frame-Movies” del fotógrafo
Gregory Crewdson para dar vida a esos Estados Unidos de interior, tantas veces
soñados / idealizados, y donde parece que el tiempo se haya detenido, para bien. La
bolera, el bar, la calle principal con sus pequeños y entrañables comercios, la fábrica
cuyas chimeneas siguen emanando humo... las piezas están perfectamente colocadas, y
parece que todas siguen en perfecto estado.
Pero The Voices, y ahí viene lo importante, es un perverso juego de –falsas–
apariencias. Todo lo que nos muestra Satrapi procede directamente de los ojos
enfermos de un tipo cuyos mejores consejeros son su perro y su gato. A partir de ahí, el
experimento va mudando de piel. Una y otra vez. Simplemente amena (y algo errática)
cuando se fija en la anécdota y verdaderamente interesante cuando decide ir de cara, es
decir, cuando es capaz de ir más allá de su propio planteamiento, para ponerse a lanzar
a puñales. Es entonces cuando la comedia, negrísima donde las haya, adquiere tintes de
drama desgarrador, no sólo por parte de un personaje condenado, sino también de un
colectivo igualmente obsesionado con afrontar sus problemas bunkerizándose en la

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más ridícula de las falsedades, llámese esto nostalgia, religión (estupendos títulos de
crédito finales) o, directamente, demencia compartida.
En la siguiente historia, Dane DeHaan asiste al funeral de su novia. Al día siguiente, y
cuando todavía está lidiando con el dolor de la pérdida, ve a su difunta media naranja
rondando, tan tranquilamente, por casa de sus padres. Al pobre chico no es que le falten
horas de sueño, sino que, sin saberlo él, está a punto de descubrir que los zombies sean
quizás algo más que un actualmente renovado icono de la cultura pop. Life After Beth
es “La vida después de Beth”, en la que fallecida Aubrey Plaza (cuando no podíamos
enamorarnos más de ella, se pone en la putrefacta piel de un zombie y...) vuelve de entre
los muertos para probar suerte en la no-vida.
El debut de Jeff Baena es, directamente, una de las películas del subgénero más
acertadas de los últimos años. En ella, los zombies van degenerándose (física y
mentalmente) poco a poco, sufren ataques de ira de lo más incomprensibles y calman
sus instintos animales escuchando smooth jazz. Entre lo absurdo y la lógica más
desternillantemente contundente, lo que al principio apunta a la Frankenweenie de los
muertos vivientes (esto es, el retorno macabramente inesperado del ser querido),
coquetea demasiado con los esquemas de la comedia más convencional, pero de repente
se convierte en una avalancha de sorpresas agradables o, para ser más concretos, en una
conjunción casi perfecta de géneros. Funciona de maravilla como drama / comedia
romántica, como cinta de terror (y su consiguiente parodia) y como filme apocalíptico a
diminuta escala.
Para seguir ampliando la cuenta de sorpresas agradables en esta jornada insomne, nos
topamos con dos geeks que trasnochan delante de su pantalla de ordenador. Por vicio,
claro, pero también por la misión que se han encomendado a ellos mismos. Sin cejar en
su empeño, persiguen por todo Estados Unidos el rastro de un hacker que les ha dejado
con el culo al aire. A medida que van estrechando el cerco, la relación entre ellos, cada
vez más desgastada, parecerá tener como único refugio un pasado exageradamente
idealizado, y por ello, seguramente ficticio.
Lo que distingue lo real de lo demencialmente increíble estalla sin previo aviso ante
nuestros ojos. El thriller informático adquiere violentas pinceladas terror, y en
pocos minutos muta en paranoica ciencia-ficción. El virtuoso William Eubank
parece haber encontrado en The Signal (su segundo largometraje) el punto de control
ideal a su potencia visual. Una vez superada la empanada autocomplaciente de ‘Love’
(su interesante pero también algo desesperante ópera prima), su siguiente trabajo supone
el ennoblecimiento definitivo del espíritu videoclipero en el cine. Pura estética con
sentido de ser; puro chute de energía para unas imágenes sorprendentes que nos
transmiten la que sin lugar a dudas es la mejor noticia del día: al indie le quedan ya
poquísimas barreras por derribar. Como si de una versión un poco más pulcra de
Neil Blomkamp se tratase, Eubank se ríe de los impedimentos (?) presupuestarios y
concibe un espectáculo alucinado y alucinante en el que todo es posible. Su poder de
creación podría ser el de un génesis freak desbocado... y el de destrucción, el del
apocalipsis dispuesto a desencadenarse en el interior de cada joven talento que lucha,
con uñas y dientes, para que se le haga el caso que merece. Misión cumplida.
Alejada de las ambiciones de sus compañeros de parrilla, la argentina Natalia Smirnoff
demuestra que lo suyo es un cine mucho más pequeño, aunque no por ello peor. La

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acción de El cerrajero se da durante la “época del humo”, es decir, en abril de 2008,
cuando la ciudad de Buenos Aires fue cubierta por una capa de humo de intenso olor y
de procedencia misteriosa. La excusa ambiental es usada por la directora argentina con
tal de dotar su producto de ese tan característico realismo mágico. La rutina de un
cerrajero bonaerense se ve interrumpida con el anuncio del embarazo de una “amiga” y
con la descubierta de un poder sobrenatural: descubrir todas las miserias de sus clientes
con sólo echarle un vistazo al cerrojo de la puerta de su hogar. Dosis mínimas (pero
más que suficientes) tanto del “día-a-día” como de las consecuencias de lo
extraordinario, y el discreto encanto de la cinta sale a relucir, poco a poco, tanto en el
dibujo de personajes, como en las relaciones entre ellos, como en la composición del
actor protagonista Esteban Lamothe, silenciosamente grande en su pétrea sinceridad.

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[Crónica Sundance 2014] Esperar juntos; visionar
solos
(http://cinemania.es/actualidad/noticias/20407/-cronica-sundance-2014-esperar-juntosvisionar-solos)
La organización ha desatado las hostilidades entre los representantes de la prensa
al dar por finalizados los pases especialmente concebidos para ellos. Toca buscarse
la vida con o sin las amistades perdidas. Por VÍCTOR ESQUIROL

“Y hasta aquí hemos llegado. Un placer conocerle y haberle servido en todo lo que
estuviera en mi mano.”; “¿Tan pronto nos despedimos? ¡Pero si todavía quedan tres
días de festival!”; “A mí que registren... sólo soy un voluntario. Además, me ha llegado
que era usted el que resoplaba con el video de Lady Gaga.”; “Sí, pero...”. Pero nada.
Se acabó, y punto. Los miembros acreditados de la prensa y la industria nos hemos
quedado, de un día para otro, sin pases exclusivos. Nada que no estuviera previsto en el
programa designado por la organización del festival, quien a buen seguro debía dar por
asumido que a estas alturas ya habríamos visto todo lo que merecía ser visto. El caso es
que siempre hay alumnos que se dejan algunos deberes para el último día. “No hagas
hoy lo que puedas hacer mañana". Y con el problema del trabajo acumulado nos
topamos.
A partir de ahí, las enseñanzas de Perdidos entran una vez más en nuestra vida. En la
Isla, los había que defendían el “Vivir juntos; morir solos” y lo que por el contrario se
posicionaban a favor del “Cada hombre por su cuenta”. En Park City hasta hoy reinaba
lo primero. El buen rollo. Nos cedíamos, los unos a los otros, el sitio en las colas de
espera: “Por favor, ha llegado usted antes”; “¡Ni hablar! He visto cómo estaba usted

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primero. ¡Insisto!” Sonrisas, reverencias y bromas de complicidad... hasta que nos
quedamos sin privilegios, y si te he visto, no me acuerdo: “¡Ni te acerques a mi sitio,
completo desconocido!”. Como con Suzanne Collins, resulta que las alianzas que habías
ibo cosechando durante todos estos días han servido sólo para tener más cerca al
pardillo al que le vas a clavar la puñalada trapera.
Con lo bien que parecíamos llevarnos... y con lo bien que nos habría ido la compañía al
menos en la primera película de esta jornada. I Origins es el esperado segundo
largometraje de Mike Cahill, director que en su debut titulado Another Earth nos
demostró, efectivamente, que el cine es sobre todo una experiencia hecha para ser
compartida. Para ser desmenuzada, diseccionada, analizada... comentada en familia.
Donde no llegue mi intelecto (con respecto al de Mr. Cahill, se entiende) llegará el mío
sumado al de mi amigo. Y donde no lleguen las teorías de ambos, lo harán las nuestras
sumadas al de que aquel otro conocido que también ha visto la película.
Con esta sensación te dejaba aquella imperfecta y aun así estimulante película en la que
se descubría la existencia de un planeta idéntico al nuestro. Las posibilidades, dentro de
la sinopsis, eran casi infinitas; las interpretaciones (las nuestras, claro) que surgían
después del visionado, también. Está por ver si, después de habernos peleado un poco
los unos con los otros, de haber trazado nuevos pactos a ultimísima hora y de haber
trampeado con los sistemas de seguridad de los cines de Park City, vamos a tener la
mente debidamente preparada para el reto que se le viene encima.
Sin más tiempo para la especulación y los codazos, empieza por fin I Origins, y lo hace
de la manera que preveíamos. Mike Cahill, que ahora está solo en las tareas de
guionista, cede al estilo (en su acepción más o menos vacía) el protagonismo a la
hora de proceder con las presentaciones. Un científico (Michael Pitt) con una algo
inquietante fijación por los ojos conoce en una fiesta a una extraña enmascarada (la
catalana Àstrid Bergès-Frisbey) de la que se enamorará perdidamente. Antes, por
cierto, nos ha pedido que prestemos atención a unos globos oculares que podrían
cambiar el destino de toda la humanidad. No es para menos, pues los ojos (sobre todo
los humanos) son directamente como el universo. Todo cabe en ellos: todas las formas y
colores imaginables, todas las identidades únicas y, quizás por todo esto, todas las vidas
habidas y por haber.
¿Se entiende? ¿No? Que no cunda el pánico, la verdad es que no importa demasiado.
Al menos durante la primera mitad del filme, en que la ciencia, como era de esperar, no
es el objetivo, sino la vía para llegar a algo de alcance / comprensión mucho más,
precisamente, universal. La primera hora de I Origins desconcierta en el mal
sentido: los mecanismos del cine romántico más previsible toman las riendas: chico
conoce a chica; la pierde de vista pero la vuelve a recuperar (nada de spoilers, palabra)
gracias a una imposible alineación de astros. El mundo entero parece depender de los
dos tortolitos, y el espectador, haya acudido acompañado o solo a la cita, va
comprendiendo que lo que está viendo, por muy misticismo con el que se haya querido
recubrir, es exactamente lo que parece. La fachada como único elemento del edificio...
... Hasta que el personaje de Brit Marling (quién si no) toma protagonismo y se rompe
el continuo espacio-tiempo. El factor científico, usado hasta el momento como mera
cháchara de cara a la galería, muta en ciencia-ficción, usada ahora como motor
espiritual del producto. De la paja (mental, también) al alma. Hasta la primera parte

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del filme parece recobrar sentido. Una serie de giros argumentales propician un cambio
radical en las preferencias de Cahill, y en estas nuevas, el cineasta de New Haven, saca
el mejor partido de su cine. De nuevo, se establece un interrogatorio (cuyo tema
principal no es otro que la fe, casi nada) entre artista y receptor. El primero
suministra con pasión contagiosa las herramientas y las pistas; el segundo las usa como
mejor se adecuen a su estado de ánimo que, por supuesto, en parte viene determinado
por lo que está viendo. Y la experiencia fílmica vuelve a compartirse, quizás no con
el de al lado, pero sin duda con lo de enfrente, cerrándose así un círculo casi perfecto.
Antes de retomar la Competición toca pararse en Next, donde aparte de aguardar
-avancémoslo ya- una de las sorpresas más agradables de este 30º Sundance (y a
juzgar por la recepción en el Marc Theatre, firme candidata a la hora de alzarse con el
Premio del Público), lo hace también la certeza de que, a la hora de caminar por este
paisaje al que llamamos “vida”, no hay nada mejor que una buena compañía. La voz del
santurrón Jack Shephard vuelve a resonar en el coco: “Si no vivimos juntos... vamos a
morir solos”. Me cago en la conciencia... En Land Ho!, dos ex-cuñados muy entraditos
en edad (presentados por dos directores aparentemente tan dispares como Aaron Katz y
Martha Stephens) se reúnen después de mucho tiempo para ponerse al día. Lo que
pasa es que uno de ellos considera que no hay mejor lugar / momento para ello que un
viaje a Islandia, esa isla de la que van a descubrir que no estaba tan devastada como
habían querido creer.
Cuando estábamos acabando de reponernos de la winterbottomada de The Trip to Italy,
aparece este último garbeo (?) en versión nórdica, sólo que en esta ocasión el
protagonismo no está al otro lado de la cámara, sino delante de ella, donde dos
personajes ficticios adquieren con asombrosa categoría de “reales-como-la-vidamisma.” Estamos pues mucho más cerca del Entre copas de Alexander Payne. Entre
Paul Eenhoorn y Earl Lynn Nelson se establece una química sólo quebrantable por
alguna que otra bronca ocasional... que no hará sino reforzar el vínculo que les une. Los
diálogos, situaciones y pruebas a las que se verán sometidos fluyen con una naturalidad,
y con un aprovechamiento del entorno que consigue que, en más de una ocasión, nos
olvidemos de que estamos viendo una película. Porque más que una buddy movie,
estamos ante lo que es un -merecidísimo- homenaje a una etapa vital; a un invierno
mucho más cálido y agradable de lo que nos habían querido vender. El trono de
productor ejecutivo en esta pequeña gema indie lo ocupa, por cierto, el divertido, tierno
y marcianito David Gordon Green... y todo cobra aun más sentido.
Desde luego mucho más que Jamie Marks is Dead, nuevo trabajo de uno de los
protegidos del Instituto Sundance. Carter Smith deja atrás el -buen- recuerdo (por así
llmarlo) de la ya casi olvidada Las ruinas, pasando del terror más cafre (pertenece a
aquella película uno de los grandes logros, en forma de angustiosa amputación, de la
historia del gore) al más sugerente. Esta adaptación del texto original de Christopher
Barzak, nos lleva, una vez más en este Sundance, a la América interior que, esta vez sí,
prescinde de imposturas y se muestra como lo que seguramente es: un violento
atolladero levantado sobre los cadáveres de las víctimas de las que nadie quiere oír ni
media palabra.
La película empieza haciendo justicia a su título. El cuerpo inerte de Jamie Marks, un
alumno de instituto víctima del acoso escolar, es encontrado en las afueras de su pueblo
natal. No es un relato negro, o tal vez sí. Tampoco es una teenage movie, ¿o...? Lo que

44
Sundance 2014
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Sundance 2014

  • 2. Víctor Esquirol Molinas Enero 2013 Cinemanía / GARA / El Séptimo Arte (www.elseptimoarte.net) 2
  • 3. Índice Cinemanía - Lo que hay que ver............................................................................................... pág. 4 - Guía de supervivencia........................................................................................ pág. 10 - Teoría general de las aperturas........................................................................ pág. 13 - ¡Muévete!............................................................................................................ pág. 16 - Adaptándose al cambio...................................................................................... pág. 19 - Finánciate como puedas..................................................................................... pág. 22 - Infancia recuperada........................................................................................... pág. 26 - La (in)soportable levedad del ego..................................................................... pág. 30 - Descargando tensión........................................................................................... pág 34 - Insomnia.............................................................................................................. pág. 38 - Esperar juntos; visionar solos........................................................................... pág. 42 - Baquetas arriba, último redoble y.................................................................... pág. 46 GARA - Al Festival de Sundance le han bastado 30 años para hacerse mayor.......... pág. 50 - Qué fiesta la de aquel año.................................................................................. pág. 54 - De músicos y piratas: El indie, treinta años después en Sundance................ pág. 56 El Séptimo Arte - Sundance '14, de la A a la Y.............................................................................. pág. 59 3
  • 4. Sundance 2014: Lo que hay que ver (http://cinemania.es/actualidad/noticias/20264/sundance-2014-lo-que-hay-que-ver) Antes de que empiecen las celebraciones del 30º cumpleaños de Sundance, aprovechamos los últimos momentos de calma para hacer un repaso exprés y apriorístico de las películas que prometen seguir añadiéndole valor a la marca 'indie'. Por VÍCTOR ESQUIROL Christine Vachon, productora y sufridora de profesión, declaró hace poco más de dos años que la criatura a la que había dado a luz (ella y muchas otras personas) había cambiado. El cine independiente, tal y como lo conocemos ahora, poco o nada tiene que ver con el indie que empezaba a reivindicarse, justo cuando los 80 empezaban a pedir a gritos la llegada de los 90, al amparo de las frías montañas de Utah. La meca dedicada a esta manera de entender el arte y la industria cinematográfica, también ha cambiado. Sundance, esa loca vía de escape de Robert Redford, es todavía joven (30 años son los que cumple este 2014), pero ha madurado asombrosamente. Independientes, seguramente, pero sin lugar a dudas fundamentales. No en vano, y la tendencia se consolida año tras año, los títulos y/o proyectos que más éxito cosechan en Park City, son los que posteriormente se encargan de nutrir la parrilla de certámenes tan prestigiosos como la Berlinale, Locarno o Cannes. En nuestro país, San Sebastián y Sitges siguen también con mucha atención lo que se cuece en por aquí, y en suelo americano, la mismísima Academia toma buena nota, prácticamente un año antes de la celebración de “la noche más mágica”, sobre qué películas van a postularse en serias candidatas a los Oscar. 4
  • 5. Como para no prestarle atención... Como para no ir apuntando ya los títulos que tienen todos los números para convertirse en las nuevas sensaciones cinéfilas de la temporada. Empezamos: White Bird in a Bizzard Diez años después de haber alcanzado la que a día de hoy sigue siendo su más rotunda obra maestra (a saber, Oscura inocencia), ese fascinante cóctel Molotov llamado Gregg Araki vuelve a la adaptación literaria. La poderosa prosa de Laura Kasischke, apoyada también en la presencia del talento emergente de Shailene Woodley, puede convertirse en el campo de batalla ideal para comprobar el estado de forma de uno de los mayores baluartes del New Queer Cinema. The Voices El bueno de Jerry Hickfang, a quien da vida Ryan Reynolds, se ve arrastrado al abismo de la locura cuando la fijación que siente por una compañera de trabajo se ve agravada por los consejos que recibe por parte de sus peculiares animales de compañía: un malvado gato parlanchín y un perro que también posee la capacidad de hablar. ¿Cómo acabará...? ¿Y cómo le irá a Marjane Satrapi una vez rota la sociedad con Vincent Paronnaud? Maldita la espera... The Trip to Italy 5
  • 6. Ni el título ni la ficha artística dejan lugar a dudas. Estamos obviamente ante la secuela de The Trip, aquella estupenda -y alargadísima- broma en la que Michael Winterbottom ponía a prueba la paciencia del espectador... y su propia genialidad. Repiten, cómo no, Steve Coogan y Rob Brydon, y con esta compañía, no puede haber mal viaje. A Most Wanted Man AKA la esperadísima reválida para el todoterreno Anton Corbijnn. El pedigrí de esta película (adaptación del best-seller de John le Carré protagonizada por Philip Seymour Hoffman, Rachel McAdams, Willem Dafoe y Robin Wright) es para caerse de culo. La promesa por parte del director (la de la modernización definitiva del género thriller, ni más ni menos), también. The Raid 2 6
  • 7. La última vez que Gareth Evans e Iko Uwais cruzaron sus caminos, surgió como de la nada, uno de los mayores hitos en la historia del cine de acción. Aquel monstruo llevó por título The Raid, y su secuela, que recogerá la acción justo donde la dejó la antecesora, promete llevar a otro nivel la fórmula del “más y mejor”. Ante nosotros, más de dos horas y media de criminales despiadados dialogando a base de disparos, patadas y puñetazos... ¿la quintaesencia del cine adrenalínico? Wish I Was Here El existencialismo arty de Zach Braff resucita de la mano del milagro del crowdfunding. Es pronto para pronunciarse al respecto, pero todo en el nuevo trabajo como director del eterno “JD” huele a más que posible reedición del éxito de culto que supuso su celebrado debut, Algo en común. The Guest La factoría de sustos de Sundance se reivindica un año más en el imprescindible espacio Park City at Midnight. Ahí brilla con luz propia la última película del imprevisible pero siempre interesante Adam Wingard, quien después de firmar con Tú eres el siguiente una de las grandes sorpresas del terror moderno, vuelve con ganas de jugar diabólicamente, y como sólo él sabe, con todos los géneros que osen plantarse delante suyo. Finding Fela 7
  • 8. La firme apuesta de la organización por la no-ficción se ve reflejada de nuevo con la presencia de algunos de los más prestigiosos documentalistas del mundo. Alex Gibney, uno de los mayores conocedores de las miserias del imperio norteamericano, hace las maletas y se va (y nos lleva) a Nigeria para diseccionar el complejo y apasionante movimiento musical Afrobeat. Boyhood Hace un año, y en este mismo escenario, Richard Linklater se lució con la inmejorable culminación de la trilogía Antes de..., es por esto (y por los innumerables logros conquistados durante su carrera) que el anuncio a última hora de una “Special Preview” de su “nueva” película (en realidad hablamos de un proyecto rodado a lo largo de los últimos diez años) han 8
  • 9. hecho subir, más si cabe, las ganas de que el certamen empiece a rodar. Y maldita la espera, sí... 9
  • 10. Sundance 2014: Guía de supervivencia (http://cinemania.es/actualidad/noticias/20274/sundance-2014-guia-de-supervivencia) A pesar de la malvada alineación de astros, ponemos los pies por fin en suelo americano. Ahora sí. Última oportunidad para respirar hondo y repasar las lecciones vitales que permitan la supervivencia en Sundance. Por VÍCTOR ESQUIROL Durante la tiránica era Miramax, una de las muchas cosas que los hermanos Weinstein parecían saber mejor que nadie era que en este mundo hay dos tipos de personas: las que van directas del punto A al punto B y las que para hacer el mismo recorrido pasan antes por todas las letras del abecedario. En el seno de su mítica productora / distribuidora, los vuelos directos eran un lujo sólo al alcance de los peces gordos (esto es, de Harvey y de Bob); el resto de mortales se veía irremediablemente abocado a la penitencia de las escalas. Bien para la contabilidad... no tanto para el estrés. Vale. Por su parte, el amable personal de las aduanas estadounidenses divide el mundo en dos categorías diferentes: Americanos (AKA “yankees”, consideración con la que a veces son honrados los ciudadanos canadienses) y “Resto del mundo”. Los segundos somos obviamente los que pringamos. La espera para pasar cada control de seguridad / documentación dedicado a los “Extranjeros” se cuenta por horas. Hay tiempo para todo... menos para sacar fotos de tan agradable situación. Prohibidísimo inmortalizar el momento, pues no hay que dar al futuro turista desprevenido más información de la que necesita. Sumamos estos dos primeros puntos y extraemos la primera moraleja de esta historia: si alguna vez se ve usted obligado a ir a ese culo-del-mundo llamado Salt Lake City, 10
  • 11. planifique el viaje con la máxima antelación posible. Trate de dejar al azar fuera de la ecuación, si no aténgase a las consecuencias, que en esta ocasión se traducen, en el mejor de los casos, en carreras por los aeropuertos al estilo familia McCallister (lo cual es divertido... cuando se recuerda, no cuando se vive). En el peor de los casos, toca dirigirse al encargado de turno de la compañía aérea y sacar el máximo partido de ese mantra tan estadounidense en el que se ha convertido el "I’m gonna sue you!" (en cristiano: "¡Te voy a demandar!"). Y que sea lo que Star Alliance -oops- quiera. Una vez llegados a Park City (que es el ojete-del-ojete-del-mundo), el panorama mejora notablemente. Uno se da cuenta de que la gente que hace posible el festival de Sundance se divide también en dos clases: los que cobran y los que, simplemente, no. El papel que juegan los voluntarios es, como sucede con el resto de grandes certámenes, fundamental... sólo que en casa de Robert Redford, éste (por aspectos cuantitativos y cualitativos) se nota más que en cualquier otra parte. ¿Necesita encontrar una parada de autobús? ¿Un taxi? ¿Una entrada de última de hora? ¿Un buen sitio para ir a comer? ¿Se siente solo y necesita a alguien con quien hablar? No hay más que buscar a uno de los pardillos con chaleco rojo. Los que vuelven a casa con los bolsillos vacíos, vaya. Más indie, imposible. Esto (helarse en el invierno de Utah por la simple satisfacción de ayudar a los novatos) es amor al arte... lo otro son festivales de cine. Hablando de lo nuestro, las salas de proyección tienen también su propia concepción del mundo, pues en ellas se reúne gente también de dos tipos: los que toman palomitas con mantequilla y los que prefieren la mantequilla fundida con un poco de palomitas. En Estados Unidos abundan los segundos, lo cual, por pura curiosidad, es simpático. Al cabo de cuatro días, eso sí, la broma se hace excesivamente pestilente. Las pinzas para la nariz acaban siendo pues otro ítem imprescindible para el asiduo a Sundance con poca tolerancia a las grasas saturad(ísim)as en el aire. La organización nunca ha tenido en cuenta éste último utensilio, quizás porque la costumbre nos hace olvidar lo obvio. Y es que treinta años lidiando con maíz mantequilloso son muchos. Quizás demasiados. Lo mismo sucede con el mal de altura (Park City está a más de 2000 metros por encima del nivel del mar) y con el frío. Lo primero es fácilmente solventado con una botellita y un mapa donde están marcados los “Puntos de hidratación”. “Bebe continuamente, aunque no tengas sed. Esto ayudará al organismo a mitigar la falta de oxígeno”. El agua, ciertamente, es vida, y aquí, por lo visto, lo es todavía más. El problema de las bajas temperaturas ni llega a tal consideración: “Le recomendamos encarecidamente que vaya caminando a todos los sitios”. El hecho de que el año pasado se llegaran a registrar mínimas de -30º parece no importarle a nadie. Es más resulta que acaba convirtiéndose en la excusa perfecta para la elección de estas fechas: “¿Qué mejor sitio que una sala de cine para entrar en calor?” Touché. Lo cual nos deja con el último problema. La actividad en Sundance dura hasta media noche (la peliculera, se entiende, porque la farrera se prolonga en glorioso nonstop). Pobre del que aguante hasta tan tarde y no haya podido costearse un alojamiento en Park City (que por norma general, en esta época rondan unos precios ridículamente caros). A él (es decir, a mí), les espera un panorama similar al que se encontró Zazú cuando Simba y Nala pararon de cantar: la más amarga soledad, rematada por el gigantesco culo de aquel rinoceronte. Y el mal de altura... y el frío. El último bus sale a las siete de la tarde, y de nuevo, la distancia que separa el punto A del B vuelve a 11
  • 12. antojarse insalvable. Se siente. Buena suerte regateando con los taxistas... y dé gracias por estar en el país donde Jack Kerouac sigue siendo un Dios. Un segundo, ¿esto del autoestop es legal en este estado? A saber. No pregunte, que como dijo aquel sabio, a veces más vale pedir perdón que permiso. 12
  • 13. [Crónica Sundance 2014] Teoría general de las aperturas (http://cinemania.es/actualidad/noticias/20298/-cronica-sundance-2014-teoria-generalde-las-aperturas) Arranca la 30ª edición del Festival de Sundance con una de cal y otra de arena. Damien Chazelle se confirma en la arrolladora ‘Whiplash’ como un talento al que seguir muy de cerca; a su lado Todd Miller y su ‘Dinosaur 13’ parecen estar atrapados en el cretácico. Por VÍCTOR ESQUIROL Dejemos de lado por un momento nuestra hombría y admitamos que durante los primeros diez minutos de Up lloramos cual magdalenas. ¿Por qué? Porque tuvimos la mala pata -o no- de toparnos con la Pixar en plena comprensión y uso de sus (súper)poderes. Correcto. Aunque también hay que tener en cuenta el tempo, que en este caso concreto jugó un papel determinante. Por razones que ahora mismo no vienen al caso, nuestro subconsciente ha establecido que toda buena relación debe empezar a fundamentarse en la vacuidad del calentamiento. “Hola”; “¿Cómo va?”; “¿A qué te dedicas?”; “¿Dónde vives?” Preguntas cuyas respuestas no (nos) importan. Las disparamos más o menos al azar sólo para ver cómo reacciona el otro. Ya habrá tiempo para conocerse, de modo que, estiremos antes los músculos. Pete Docter y Bob Peterson se pasaron por el forro todos estos mecanismos, así que cuando creíamos que estábamos empezando a conocerlos, a ellos les había sobrado el tiempo para abrirnos en canal y arrancarnos el corazón. Lo tuvieron relativamente fácil, pues todavía teníamos las defensas bajas. Bajísimas. Los festivales de cine, por norma general, son máquinas que alcanzan, con mayor o menor fortuna, la perfección en 13
  • 14. labores de contemporización. Lo normal es que se alarguen durante más de una semana, y que por lo tanto los asistentes terminen agotados. Sí, nos quedaríamos un mes entero si hiciera falta, pero empaparse de celuloide puede llegar a cansar, créanme. Somos humanos. Es tal vez por esto que entre las distintas organizaciones de los distintos certámenes y los enfermos que nos dejamos ahí buena parte de nuestra materia gris, existe una especie de pacto no escrito consistente en no forzar demasiado la máquina. Nos interesa a todos. “Hola”; “¿Cómo va?”; “¿De dónde dices que vienes?”, etc. En otras palabras: “Vamos a llevarnos bien, que el camino es largo. Empezaremos poquito a poco, ¿te parece?” Con esta filosofía, téngase en cuenta, suelen elegirse las películas de apertura... Hasta que llega Sundance y se pasa por el forro el susodicho mecanismo. A saco, que no todos los años cumplo treinta. Así, cuando estábamos todavía acomodándonos (figurada y literalmente), y cuando todavía estábamos dando gracias al cielo por haber conseguido entrar en la primera full-house de la temporada, llegó el nuevo proyecto apadrinado por Jason Reitman y nos dejó planchados (ahora sí, sólo en el sentido literal). Whiplash es el título del filme encargado de abrir la veda de Sundance ‘14. Es también el título del que se alzara con el Premio al Mejor Cortometraje hará ya un año en este mismo escenario. Es, en suma, el primer largometraje de un abusón (Damien Chazelle es su nombre) sin respeto alguno por las normas de conducta. Negro absoluto ante nuestros ojos y redoble de batería. Se encienden las luces y vemos a un joven marcado por cicatrices dejándose la vida ante su instrumento. De repente para porque aparece en pantalla otro abusón. Maestro y alumno, cara a cara... aunque hay mucho más que un cara a cara memorable entre J.K. Simmons y Miles Teller. Whiplash es, ante todo, un estudio superlativo sobre la musicalidad del cine. Es, en consecuencia, un viaje alucinante por el mismo cine. Son más de cien minutos en los que la oída se ve asaltada por la violencia y la sublimidad del jazz más frenético, y por las frases más hirientes (al más puro estilo Sorkin), y por el ruido más glorioso, usado como hilo conductor entre unas referencias que surgen por pura lógica. Mientras, salta a la vista que Audiard y Toback tenían razón, al igual que Powell & Pressburger, y como por arte de magia, el tono ligero de Woody Allen comparte pentagrama con el desquiciado giallo de Dario Argento. Lo mejor es que a Chazelle no le hace falta alardear de conocimientos, porque salta a la vista que el talento fluye por sus venas. Los músicos de los que nos habla se ven convertidos en máquinas en pos de una perfección que obviamente entraña sacrificios. “¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar para convertirte en el nuevo Charlie Parker?” Sin rodeos ni calentamientos que valgan: la percusión sirve, efectivamente, para noquear al espectador, y el golpe definitivo viene servido por uno de esos clímax que hacen historia. Y nosotros con las defensas bajas. Bajísimas. Quizás para que nos pudiéramos recuperar, la digestión de Whiplash ha estado presidida por el primer tropiezo del festival. Y el balance de la apertura volvió a la normalidad. Lástima. El ciclo de documentales lo ha inaugurado Dinosaur 13, cinta empeñada en desmontar la teoría consistente en que el factor “dino” en el título de una película es sinónimo de calidad. Al menos de diversión. Todd Miller desentierra la historia olvidada de Sue, es decir, el 13º Tiranosaurio hallado por la comunidad paleontóloga. Pero en realidad, ésta es una película sobre los -crueles- giros que da constantemente la 14
  • 15. vida. El “qué”, títulos aparte, está claro; el “cómo”, no. Miller se pasa frenada en todo lo que acaba importando. Emotivamente mal calculada, lo sensiblero se impone a lo científico; lo anecdótico a lo realmente importante y las anotaciones a pie de página a la narración principal. 15
  • 16. [Crónica Sundance 2014] ¡Muévete! (http://cinemania.es/actualidad/noticias/20323/-cronica-sundance-2014-muevete) Ante el frío, nada mejor que un poco de ejercicio. Y para esto último, nada mejor que Sundance, donde el imprevisto es la norma general y donde la improvisación es la única filosofía viable. Por VÍCTOR ESQUIROL Suena el despertador, te despiertas y te duchas. Sales del cuarto de baño y te abalanzas sobre el reloj. Compruebas la hora y lanzas un suspiro de alivio: hay tiempo. Tienes que estar en las oficinas del festival de Sundance a las ocho en punto, y todavía son las siete. Todo controlado. De Salt Lake City a Park City hay un trayecto de exactamente 28 minutos... casi 35 si el tránsito no fluye como debiera. Vamos bien... hasta que te das cuenta de que el golferas que te acoge en su dulce hogar, el mismo que tiene que llevarte a tu destino, está demasiado ocupado sufriendo las consecuencias de la noche anterior (no pregunten). ¿Y qué vas a hacer? ¿Llorar? Al principio, un poquito, pero como las lágrimas se congelan fácilmente, lo dejas para otro día y te mueves. Pones pies en polvorosa: tienes que cazar, como sea, un autobús. Dejas una nota en la mesita del salón (“¡He ido a por tabaco... cabrón!”) y huyes. Una hora y media después, llegas a Park City y una cosa está clara: la visita a las oficinas tendrá que esperar a mañana, porque apenas te quedan veinte minutos para llegar a la primera película de la jornada, que es ni más ni menos que el nuevo trabajo de Anton Corbjin. Corres todavía más, esquivas un par de coches y... Mierda. La cola en el pabellón de espera del Holiday es kilométrica. Te pones al final de todo por el simple hecho de hacer algo, y también para darte cuenta (por si todavía tenías 16
  • 17. dudas al respecto) de lo estúpido que eres. Obviamente, a la de Corbjin no entras ni borracho. ¿Y qué vas a hacer? ¿Llorar? Bueno... llorarle al agente de publicidad de dicha película y pedirle una entrada para otro día (continuará...). Esto y volver a moverte. A correr se ha dicho, porque sigues estando, no lo olvides, en la tierra de las oportunidades, y hay otra que llama a tu puerta en poco menos de quince minutos. Spotlight es la sección de Sundance dedicada a recuperar películas que hayan causado impacto en anteriores certámenes (lo que vendría a ser la versión americana de las Perlas del Zinemaldia). Ahí aguarda un tal Ivan Locke, un ingeniero que se dirige a Londres en su coche, y que durante el trayecto intenta que la vida que ha ido construyendo desde que nació, no se derrumbe hasta los cimientos en un abrir y cerrar de ojos. Steven Knight, guionista de películas como Promesas del este o Negocios ocultos se lanza a la dirección, firmando una atípica road movie de planteamiento teatral. Locke es un intenso, estiloso y asfixiante drama presentado en tiempo casi-real y en continuo movimiento estático. Un hombre (Tom Hardy, quien no desaprovecha la ocasión para reivindicarse como uno de los actores más bestialmente terroríficos de nuestros tiempos), una autopista y un manos-libres. La economía de elementos se diluye mágicamente en un virtuosismo formal que, lejos de cargar, hipnotiza por su atípica capacidad para calibrar la deformación, logrando así que la realidad se transforme, de manera natural, en sueño (o pesadilla). Las luces artificiales desenfocadas y los retrovisores que nos descubren ángulos imposibles se acoplan como elementos imprescindibles de una narración sólida, grave y lo suficientemente inteligente como para reivindicar, de paso, una voz potente que el cine británico tendría a bien prestarle atención. Sin salir de las “respecas” de Spotlight, llega la hora de los valientes con R100, sin duda una obra mayor que como tal, disfruta poniendo a prueba al espectador. Las deserciones durante la proyección de lo nuevo del gran Hitoshi Matsumoto se han contado a docenas, lo cual, no está de más repetirlo, estaba en el guión. La razón de tanta irritabilidad en el patio de butacas nos la da, cómo no, Homer Simpson: “¡Nos llevan siglos de ventaja!”, declaró el orondo héroe americano refiriéndose a los japoneses. El reverso de la “ventaja” es, por supuesto, la inferioridad, y ésta, como es sabido, escuece. Hay que evitar pues verse envuelto en cualquier comparativa con la nación del sol naciente, porque el resultado (una goleada de escándalo) acostumbra a ser siempre el mismo. Pero, ¿y en las perversiones? ¿Nos ganarán también en esto? Por favor... Para muestra, la sinopsis de ahora: La vida de un patético vendedor de centro comercial da un giro de 180º el día en que decide contratar los servicios de una agencia de dominatrix. Y esto es sólo el principio. Matsumoto consigue lo que parecía imposible: seguir moviendo su cine y llevarlo a otro nivel. Con esto, dirige la que seguramente sea la burla definitiva al -pervertidooficio de la dirección fílmica. Lo cursi, lo estirado y lo clásico explotan al unísono en un híper-estimulante ejercicio metalingüístico. Es como si a alguien se le hubiera ocurrido jugar con substancias tremendamente inestables: pongamos el Survive Style 5+ de Gen Sekiguchi con el Glory to the Filmmaker! de Kitano, en lo que sin duda es una rotunda (y despiadada) celebración de la creatividad artística más desbocada. El movimiento se ha erigido de nuevo en protagonista principal del programa doble de documentales para hoy. En Alive Inside, Michael Rossato-Bennett sigue los pasos de 17
  • 18. Dan Cohen, un auténtico culo inquieto, y de paso da evidencias de ser víctima de esta misma naturaleza. ¿Su trabajo trata sobre los -milagrosos- efectos terapéuticos de la música? ¿O quizás sobre las carencias (más bien vergüenzas) del sistema del bienestar americano? ¿O quizás sobre el papel de la tercera edad en la sociedad actual? De todo un poco, y con sólo una hora y cuarto disponible para intentar destacar en tantas materias, al director, obviamente, le acaba faltando tiempo para desarrollar satisfactoriamente todas sus tesis, pero le sobra para lograr en el espectador el golpe de efecto (que de esto también se trataba). Por su parte, The Overnighters, de Jesse Moss, coge como punto de partida el drama social del movimiento, es decir, el de la inmigración (interna, en este caso) para prender la mecha de un relato de estructura fractal, casi inabarcable, pero igualmente contundente. El pastor de una parroquia de una pequeña localidad de Dakota del Norte (actualmente desbordada por el flujo migratorio causado por el florecimiento de su industria petrolífera), se convierte en el eje vertebrador de un relato coral que, queriéndolo o no, se convierte en terrorífico testigo de unos tiempos de crisis (en mayúsculas). La estructura puede desconcertar, pero el poso (que es lo realmente importante), nos habla de algo tan profundo como desgarrador: la derrota, física, moral... y en todos los sentidos que vengan a la cabeza. ¡Quieto! Con la amargura rondando todavía por el paladar, vuelve la Competición Estadounidense, y nos quedamos estáticos. Camp X-Ray, de Peter Sattler, empieza con un prólogo de gran impacto. A partir de ahí, falla desde la base... y no hay manera de levantarla. Mucho menos cuando el discurso se apoya en la falsedad de la denuncia, así como en lo increíble del proceso reconciliatorio. Por si fuera poco, en la ficha artística encontramos a Kristen Stewart, la que posiblemente sea una de las peores actrices de la historia del cine (y escribe alguien con mucho porno en la retina). La trama central pone el resto: Una joven militar es destinada a Guantánamo, donde no tardará en hacer buenas migas con uno de los reclusos (Peyman 'Nader' Moaadi). La violación sistemática de los derechos humanos y la paranoia americana post-11S encuentran en esta película la perfecta metáfora en la ambigüedad que el profesor Severus Snape va mostrando a lo largo de la saga Harry Potter. Como lo leen. ¿Estúpido e inocente? Sí, y hasta indignante... si no fuera tan aburrido. 18
  • 19. [Crónica Sundance 2014] Adaptándose al cambio (http://cinemania.es/actualidad/noticias/20324/-cronica-sundance-2014-adaptandose-alcambio) Sundance sigue amparándose en una de sus más eternas y desesperantes virtudes: imposible anticipar sus movimientos. En terrenos tan inestables, Adam Wingard y Lenny Abrahamson se crecen; Cutter Hodierne y Mona Fastvold prueban suerte. Por VÍCTOR ESQUIROL Y una vez más, caes en ese error tan humano: hacer planes. Porque te engañas y te autoconvences de que la infinidad de factores que van a alegrarte (o a joderte) el día depende de ti y sólo de ti. Como se dice por estas tierras: Bullshit. Sin ir demasiado lejos (y a riesgo de quemarme a base de batallitas), anoche mi querido sofá en Salt Lake City no pudo disfrutar de mi compañía porque, por circunstancias ajenas a mi voluntad (¿lo ven?), terminamos todos (larga historia) en un sótano de Park City. La mar de confortable, eso sí. Y las idas y venidas que nos ahorramos. Al mal tiempo buena cara, ¿y qué si las cosas no salen cómo en un principio queríamos? En estas que el irlandés Lenny Abrahamson (una de las vacas sagradas del rebaño Sundance) sube al escenario del Eccles Theatre y suelta: “Nunca sabes cómo es tu película hasta que no la has compartido con la audiencia, porque estrenar oficialmente una película es acabarla del todo". Lo dicho. Su último trabajo, que ahora sí puede decir orgullosamente que ha sido finalizado, se titula Frank, y trata, grosso modo, sobre un aspirante a músico-compositor que, por mucho que lo intente, parece no poder saltar el muro de su propia mediocridad. Quiere pero no puede. El caso es que, por caprichos más o menos macabros, el destino le concederá una última oportunidad en una estrafalaria banda de rock vanguardista comandada por un inquietante artista que oculta 19
  • 20. su cara (como lo hiciera el humorista Chris Sievey) detrás de una máscara más cercana a la categoría de escafandra. Abrahamson quizás no sabía cómo terminaría su película (en la ronda de preguntas posterior a la proyección ha insistido mucho en la concepción orgánica y semiimprovisada de ésta), pero sí debía verse con la seguridad suficiente para apostar por algunas decisiones que podrían haberle salido carísimas. Por ejemplo, la de hacerse con los servicios de Michael Fassbender... para que su rostro aparezca sólo durante cinco minutos de número musical (eso sí, qué cinco minutos... cosas de los colosos). Asentándose en lo raro (de tal modo que casi ninguno de sus gags parece venir a cuento... y aún así, están perfectamente acoplados al conjunto), el director dublinés reflexiona, con gracia y tristeza marciana, sobre lo irracional del proceso creativo y sobre la presión de sentarse frente al espejo para descubrir si se tiene (o no) lo que hay que tener (llámenlo inspiración, llámenlo duende, llámenlo arte,...). El resultado es, a simple vista, un compendio de portadas de LP’s, y profundizando un poco más, un tratado sobre la fachada -ironías- del indie. Irregular; desconcertante también... pero grande en sus -aparentes- defectos. Y como ya habremos usado más de tres veces el término “imprevisible”, aparece, como surgido del averno, Adam Wingard, para inaugurar Park City at Midnight, sección convertida en uno de los muchos síntomas que atestiguan el excelente estado de forma por el que ahora mismo pasa el género terror / fantástico. Pero con este demonio del indie-horror ya se sabe que nunca puede hablarse de un solo género, sino de muchos a la vez. The Guest es, sin rodeos, el Teorema de Pasolini pasado por la batidora del Mumblegore. ¿Quién dijo miedo? Está la clásica familia, y también el -encantadorfactor externo que lo va a poner todo patas arriba. El intruso dice ser un soldado que luchó junto al fallecido hijo mayor de dicha familia, pero en realidad es el lobo; una bomba siempre presta a estallar. Tiene también algo de vampiro, pues no pondrá los pies en casa ajena hasta que no se le haya invitado expresamente a hacerlo. Falsas apariencias, dispuestas a desatar, a la mínima, la violencia más bestial. Como sucediera en la imprescindible Tú eres el siguiente (así como en casi todas las obras de su filmografía), los géneros deciden invitarse los unos a los otros, para poco después pelearse y mancharse con la sangre del de al lado, y así, The Guest se convierte en una batalla campal entre el drama familiar, el thriller de acción, las teenage movies y, por supuesto, la comedia. Durante el proceso, los estereotipos mueren lenta y dolorosamente. Puro desmadre (al que por cierto, le cuesta aguantar en la recta final); puro Wingard, quien se reivindica, en cada lucecita, en cada máscara, en cada pulsión fetichista, en cada nota sintetizada, en cada planteamiento, en cada encadenado... como un señor autor. Del terror, y del fantástico, y... En la edición en la que imprevisibilidad se está erigiendo en leitmotiv, no podían faltar las referencias a la guerra del Vietnam, es decir, a uno de los mayores errores de apreciación de la historia moderna. Last Days in Vietnam narra, precisamente, lo que supusieron los últimos días del conflicto vietnamita. Desde la óptica de los vencidos, por supuesto. El documental de Rory Kennedy es la reconstrucción de una insufrible agonía. Con las tropas de Vietnam del Norte sitiando Saigón, queda por fin claro que la única jugada que le queda al ejército estadounidense es la de la huida. Escalofriantemente dramática. 20
  • 21. Los testimonios de altura (Henry Kissinger, por supuesto, no falta a la cita) y los que vivieron la tragedia en sus propias carnes se combinan para dar sentido a un excelente trabajo de recopilación de material de archivo. La narración, como era de esperar, se aleja de la imparcialidad, pero con un sentido de la heroicidad que no molesta (y que de paso, llama a la puerta de las grandes productoras) y con una firme voluntad descongestionante, Rory Kennedy acaba firmando un trabajo quizás demasiado acomodado en los esquemas del documental televisivo (el Canal Historia ha hecho mucho daño), pero innegablemente competente a la hora de impartir la clase magistral sobre política, guerra... y todas las medidas desesperadas que las envuelven. Sin cambios de planes Y una jornada más, la Competición Estadounidense decidió ir a contracorriente. Los esperados (y prometedores) debuts de Cutter Hodierne y Mona Fastvold no han dejado a nadie indiferente... aunque esto ya estaba escrito en el programa. El primero de ellos ha cumplido, con Fishing Without Nets, buena parte de las promesas / amenazas presentes en el cortometraje de mismo título que presentara en sociedad hará ya un año. Continuismo bien entendido. Por lo visto, aquello era más bien un teaser-tráiler de lo que estaba por llegar. La ambición presente en aquel trabajo se mantiene intacta y el referente (por reciente) es tan evidente que parece una obligación citarlo: estamos ante la otra cara de Capitán Phillips. Los piratas somalíes son ahora los protagonistas, y aún así, éstos estaban considerablemente más humanizados en la cinta de Greengrass. Dolería si ésta fuera la principal prioridad de Hodierne. Lo que este rookie pretende es documentar (y claro, vuelve a aparecer la sombra de San Paul). En este sentido, no se arruga y consigue que el indie pierda, por unos instantes, el complejo de inferioridad (si es que a estas alturas seguía arrastrándolo). Técnicamente notable, es ésta una cinta más bien filmada que montada; agotadora en el bueno y en el mal sentido, que consigue (más allá de despertar posibles antipatías) que el espectador se sienta como un rehén más o, para ponernos en el otro bando (¿por qué no?) como un pescador obligado al que no le queda otra que probar suerte con la “pesca sin red”. Lejos de la África oriental, y de retiro en una mansión a lo Le Corbusier, la noruega Mona Fastvold dirige, co-escribe y co-protagoniza The Sleepwalker (“La sonámbula”), en la que la apacible (?) vida de una pareja cambia radicalmente cuando la hermana de ella (quien llevaba tiempo en status de “ilocalizable”) decide presentarse sin previo aviso para hurgar en las heridas mal cicatrizadas. Absolutamente todo en esta ópera prima recuerda a uno de los debuts marca Sundance más celebrados de los últimos años. Se palpa la presencia de Sean Durkin y su Martha Marcy May Marlene en cada -estupenda- composición, en cada desenfoque y en cada gesto incómodo. Fastvold, se nota, es de ideas fijas, y por lo tanto su película no tiene que esperar al contacto con el público para considerarse acabada. La intención, de principio a fin, es perturbar (indagando en sin pudor en las relaciones sociales / amorosas; desenterrando el dolor del pasado). Esto y poco más... hasta caer en un artificio que puede hacerse pesado. Y es que al igual que Durkin, Fastvold la cineasta es consciente del amplio arsenal de armas que le ofrece el cine, pero a diferencia de éste, hace uso de ellas de una manera mucho más vasta; mucho menos sutil. 21
  • 22. [Crónica Sundance 2014] Finánciate como puedas (http://cinemania.es/actualidad/noticias/20335/-cronica-sundance-2014-financiatecomo-puedas) La crisis no perdona a nadie. Mucho menos a la industria cinematográfica. A la espera de que vuelvan los “días felices”, autores y espectadores son libres para encontrar las soluciones que más se adecuen a sus necesidades. Por VÍCTOR ESQUIROL "Que no... que no me entiendes. No digo que la película sea mala. Al contrario, me ha encantado. ¡Nos ha encantado a todos! ¿A que sí, chicos? Lo que pasa es que no acabamos de verle la viabilidad para las salas comerciales". La escena, real como los forfaits que nos endosan aquí a modo de acreditación, se da en el hall del hotel Yarrow, mismo escenario en el que, dos horas antes, un renqueante Danny Glover se ha interesado por la disponibilidad de la silla que está a tu lado. Pero ahora el veterano actor ya no está. Su lugar lo ocupan cuatro hombres abrigados que hacen piña alrededor de un smartphone. Al otro lado de la línea se supone que está un director con problemas, pues su película, a juzgar por los alaridos (la intensidad de la discusión va in crescendo), difícilmente va a volver a ver la luz del sol. Y no es por la calidad, ojo, porque a todos los compradores “les ha encantado”, es porque la inversión difícilmente se va a ver amortizada. Números, cuentas, balances... financiación. En problemas concerniendo esto último, poco o nada van a poder enseñarnos -a nosotros- los amigos americanos. Pero, ¿y en soluciones? Probemos. 22
  • 23. Primero con Zach Braff. La antigua estrella de la legendaria Scrubs se lanzó, hará ya una década, a la aventura de la dirección cinematográfica. Con Garden State (Algo en común) le reímos -casi- todas las gracias, pero con su siguiente proyecto parecía que el reír se le iba a acabar. Cosas de la vida, que sin verse obligada a dar explicaciones, se ve con el derecho -inalienable- de mostrarse así de perra. Afortunadamente, también suele ofrecer alternativas; vías de escape a sus propias putadas, solo que hay que saber verlas. Y apareció internet (¿se acuerdan de Álex de la Iglesia despidiéndose de su cargo en la Academia y hablando del futuro?) y el poder de convocatoria de Mr. Braff puso el resto. Sin entrar todavía en la valoración de la calidad de la película de marras (ya llega, ya llega), ésta viene precedida por un rotundo éxito. De cuentas, números, balances y financiación, sí. Porque hablar de Wish I Was Here es hablar del milagro (¿se acepta?) del micro-mecenazgo; de las redes sociales manifestándose, al fin, en algo tan tangible como el sucio dinero, imprescindible, esto sí, para que, por ejemple, Zach braff pudiera estar hoy rondando por las calles de Park City. Por todo lo demás, Wish I Was Here, a pesar de su largo metraje (un poco más de dos horas de duración) se resume en tan poco tiempo como el que se tarda en nombrar su único objetivo, esto es, hacer que el público salga de la sala de cine sintiéndose bien. El inicio de la cinta, prácticamente calcado al remake de La vida secreta de Walter Mitty por parte de Ben Stiller, no deja lugar a dudas. El espíritu feel-good se instaura en cada réplica, cada recuerdo y cada giro argumental. Del primer al último fotograma. Descubrimos entonces que la famosa “película del crowdfunding” en realidad no es una película, sino el sofisticado mecanismo de una bomba lacrimógena. Un padre de familia (Braff) esquiva como puede los golpes del destino (hijos difíciles de controlar, mujer insatisfecha con su relación sentimental, hermano con el que es imposible cruzar cuatro palabras sin querer partirle la cara, padre al que le acaban de diagnosticar cáncer...) y de paso hace todo lo posible para mantener con vida su insostenible sueño de convertirse en actor. Facturada con tanta cara dura como, admitámoslo, gracia, Braff se confirma como un buen conocedor (y pícaro gestor) de las necesidades del gran público. Los personajes con los que trata son plantas a las que va regando con varias dosis de drama, carisma y ternura. Lo justo para que crezcan sin ahogarse y para que al final del día, la cámara lenta se regodee, cuando el rock/folk indie suena a todo volumen, con sus sonrisas, con sus abrazos de grupo y, por supuesto, son sus lágrimas. Calculadísima epifanía colectiva, y por ello algo tramposa, pero con la suficiente fuerza de impacto como para no enfadarse -demasiado- con sus numerosos defectos. En lo que a imperfecciones se refiere, en esta jornada la palma se la lleva claramente Cooties, primer martirio servido por Park City at Midnight. La ópera prima de Jonathan Milott y Cary Murnion tiene su sustento en Elijah Wood, quien además de figurar en la lista de productores pone cara a esta comedia (?) terrorífica (ídem), alargando de paso la estracha relación que está manteniendo con el cine de género durante estos últimos años. Y financiación solucionada. Imagínense el clásico de Narciso Ibáñez Serrador en versión “¿Quién puede matar a todos los niños de una escuela?”, y en el que una troupe de profesores neuróticos se las ve contra una horda de zombies pre-púberes. Imagínense que las puertas de dicho recinto están vigiladas por un Jorge Garcia colocado hasta las cejas... y prepárense para la más desesperante de las incomprensiones al comprobar que no hay manera de que el conjunto levante el vuelo. 23
  • 24. La culpa es, en su práctica totalidad, de la dupla de directores, más verdes que los violentos alumnos a los que filman. Milott & Murnion saben crear imágenes, pero no escenas, y así todo cuesta; todo duele a los sentidos. No hablamos de las pinceladas gore (lo único salvable de toda la película), sino del imperdonable derroche de potencial. Bajo las órdenes de estos dos debutantes, hasta Rainn Wilson parece un inepto a la hora de arrancarnos sonrisas. La coherencia se sacrifica por una -abusivaconcatenación de gags a destiempo, mal planteados, peor resueltos y ya oídos en anteriores ocasiones. Por si fuera poco, nombres como Ridley Scott y Edgar Wright se ven manchados por homenajes torpes, y otros como Eddie Murphy son directamente fusilados (hay que ser abusón), porque sí. Un desastre. Para compensar, y como medida desesperada, probamos suerte en Next (sección dedicada, supuestamente, a los proyectos más experimentalmente arriesgados) y ahí nos topamos, sin quererlo, con la que tiene todos los números para convertirse en una de las -inesperadas- perlas indie de la temporada. Tan pequeña que hasta da miedo averiguar cómo diablos se habrá financiado. El título Appropriate Behavior nos remite a normas de conducta, a, efectivamente, “comportamientos apropiados”, pero en realidad trata sobre los procesos (de enamoramiento, de ruptura, de autoconocimiento, de superación, de aceptación...) que nos hacen madurar como seres humanos. Para su primer largometraje, Desiree Akhavan, hace “un Ben Affleck”, compensando el error de guardarse para ella el papel principal con un encomiable trabajo detrás de las cámaras (dirección y guión). Entre Noah Baumbach e Ira Sachs, encontramos a una joven de orígenes persas que está también entre dos sexualidades, y que intenta recomponerse de su anterior relación amorosa. Encadenando saltos temporales y emocionales, se descubre ésta como una cinta rebosante de vida, cien por cien neoyorkina, dinámica y ocurrente. Puro indie: desmelenado, veraz y auténtico. A su lado, el documental SEPIDEH: Reaching fot the Stars, sobre cómo las barreras (geográficas, culturales y sí, financieras) no deberían ser jamás una excusa para alcanzar nuestros sueños, se ha quedado también pequeño. Berit Madsen dirige un trabajo convencional y demasiado empeñado en convencernos de su carácter mágico, no obstante, las vivencias de Sepideh, joven iraní empeñada en dedicar su vida al estudio / exploración del espacio exterior, contienen, efectivamente, aquello de lo que tanto se alardea: una -leve- pizca de esa intangible sustancia de la que están formados los sueños. De niños o de adultos, poco importa, viene a ser lo mismo. Exprímelos como puedas Sepa, antes de cerrar por hoy, que si las soluciones a sus problemas financieros no dan resultado, siempre podrá desquitarse con los del eslabón más débil. Usted elige el quién, el cómo y el cuándo... y prepárese para ponerse las botas. Eso sí, tenga en cuenta las primeras apariencias: no se le olvide soltar, antes que nada, aquella mentira que dice así: “Venimos como amigos”. Como quien afirma aquello de “No te va a doler”. La mejor manera de introducir We Come as Friends es presentarla como la The Act of Killing del 2014, pues en ella está el mismo espíritu suicida, la misma valentía, el mismo rigor y compromiso. Sobre ella recae la misma necesidad (obligatoriedad, vaya) en su visionado. El gran Hubert Sauper ofrece la que es la extensión natural de su celebrada ‘La pesadilla de Darwin’. Del lago Victoria a Sudán para ver que la mierda, 24
  • 25. por increíble que parezca, ha seguido con su implacable expansionismo, y en crecimiento exponencial. Los caminos del neo-colonialismo son inescrutables, pero ninguno escapa al vuelo rasante de la avioneta cochambrosa de Sauper, mucho menos a su violenta e híperintrusiva cámara. Sin previo aviso, nos elevamos hasta la estratosfera. Ahí, el mundo parece volverse del revés... y el río Congo se ha convertido en una interminable vía ferroviaria que nos lleva al corazón... del continente africano, ese pastel que sigue repartiéndose a miles de kilómetros de distancia. Al final del trayecto no nos espera Kurtz, sino toda su descendencia. Un piloto nos enseña, orgulloso, cómo la Internacional se ha convertido en la tonta musiquita de un juguete de bebé; el comisario de la ONU habla de construir chiringuitos de helados; el delegado del gobierno tararea, por pura ignorancia, el himno más vacío jamás concebido; a los hombres de Dios se les ilumina la mirada cuando hablan de “Nueva Texas”; los vigilantes de la paz se beben su cometido de un solo trago y los locos parecen los únicos cuerdos. Joseph Conrad en aberrante primerísimo primer plano. Con la frialdad de Werner Herzog a la hora de mirar, de frente, al abismo, y con la capacidad omnipresente de Frederick Wiseman, Sauper se planta en el epicentro del nacimiento de una nación (la más joven del mundo, Sudán del Sur, que por cierto, se halla en urgente necesidad de financiación) para reivindicarse como uno de los mejores de nuestros tiempos. Quizás de todos los tiempos. Sin piedad ni concesiones, Sauper planta la cámara en el lugar y el sitio que más duelen. Y dan ganas de llorar, hasta de reírse para acabar de contagiarse por la locura. Al final de este grotesco buffet libre sólo queda la náusea, en espera del vómito. Brutal. 25
  • 26. [Crónica Sundance 2014] Infancia recuperada (http://cinemania.es/actualidad/noticias/20355/-cronica-sundance-2014-infanciarecuperada) Sundance dirige la mirada hacia la candidez, la rebeldía pueril y los mocos para acabar de asegurarle a Richard Linklater un extenso capítulo en los libros de historia del arte, y cómo no, para seguir dando con nuevos talentos. Por VÍCTOR ESQUIROL La infancia, como sabemos (aunque a veces lo olvidemos) es un tesoro que, como tal, está en permanente peligro. De ser robado, destruido o, simplemente, desvanecido. Despierta envidia e incomprensión por parte de quien ya no la posee. Puede llegar a ser odiada, incluso por su propio propietario... pero éste casi siempre acaba rectificando. Es disfrutable sólo durante una etapa concreta de nuestra vida. A partir de cierta edad, pierde su valor. Esto último, por supuesto, es mentira, lo que pasa es que hemos decidido creérnoslo. Dejémoslo en que, la infancia, a pesar de la creencia popular, no tiene por qué depender de la edad. La “nueva” película de Richard Linklater (incorporación de ultimísima hora en la parrilla de este año en Sundance) en realidad no es tan nueva, y se titula Boyhood, cuya traducción literal al cristiano significa “niñez”, que como sabemos (aunque a veces lo olvidemos) es prima hermana de la infancia. Trata sobre Mason, un niño taciturno que parece estar siempre perdido en otro lugar. ¿Y qué le pasa a Mason? Pues todo; la vida. Y ahí está el qué. El riesgo, la ambición y, a la postre, el más rotundo de los éxitos. 26
  • 27. Ni un año ha pasado desde que Linklater presentara en sociedad la inmejorable culminación de la trilogía (de momento) Antes-de, y cuando todavía estábamos reponiéndonos, volvió a aparecer con otra obra capital; maestra, si se prefiere. Histórica, sin lugar a dudas. “¡4208 días después, aquí estamos!”, ha afirmado el propio director, acompañado en el Eccles por Ellar Coltrane, Patricia Arquette, Lorelei Linklater y, cómo no, Ethan Hawke (principales protagonistas del maratón). “Esta película sólo podía verse por primera vez en Sundance”, ha sido la siguiente declaración, lo cual tiene sentido si seguimos creyendo en lo que alguna vez llegó a ser el indie. Al fin y al cabo, hemos venido a Park City para ver películas únicas, ¿no? ¿Y si estuviéramos a punto de ver una que ha sido rodada durante doce años? Volvamos a Mason, porque cuando empieza Boyhood le vemos a él mirando al cielo mientras suena de fondo Yellow, de los Coldplay. Dos horas y 41 minutos después, se oye un combinado entre el Deep Blue de Arcade Fire y el Get Lucky de Daft Punk. Una vez más, ¿qué ha pasado entre una cosa y la otra? Tengan en cuenta las fechas en que el planeta se topó por primera vez con estas canciones, hagan números y piensen en todo lo que cabe en este inmenso espacio. Piensen también en lo que podría pasar si algún genio diera por fin con la solución a un problema irresoluble. ¿Cómo puede cristalizar algo tan grande como la vida misma en una película? Linklater nos dice: “Siguiéndola”. Literalmente. Y teniendo en cuenta que siempre es “ahora mismo”. Así, su Boyhood se convierte en “La vida de Mason. Capítulos 1, 2, 3, 4, 5...”, en la que Linklater va construyendo a Mason, y éste a sí mismo, con toda la autonomía que le permiten las circunstancias. Empieza, cómo no, en la niñez y termina en el momento en que el polluelo puede por fin abandonar el nido. Desde los primeros años de escuela hasta la entrada a la universidad, pasando, por supuesto, por el instituto. Y el mundo marcha... Mason, el mocoso que va creciendo sin necesidad de rótulos explicativos, se transforma de repente en un cuerpo celeste que avanza inexorablemente por la inmensidad del universo. Su trayectoria irá sufriendo cambios sólo por la interacción con la órbita de otros cuerpos... y la vida, que a efectos prácticos arranca en la infancia, rara vez había sido tan bien capturada. En casi tres horas de metraje, los diálogos marca de la casa vuelven a rendir a máxima potencia, y aun así nunca aparece la frase lapidaria o la sentencia definitiva. Linklater (con su naturalidad, gracia, ocurrencia y espontaneidad habituales), una vez más, no pretende aleccionar, sino documentar (a través de la ficción, sí, pero el propósito no cambia en ningún momento). Lo hace con plena conciencia de época(s), fijándose en los detalles identificativos para resaltar lo que permanece (es decir, lo que realmente importa), y sin olvidar que, primero, no hay nada más confuso que el presente, y que, segundo, no se trata de la edad, sino de las actitudes y de las inquietudes. Infinitas gracias por el recordatorio. Cambiando radicalmente de tono, Park City at Midnight ha vuelto a sorprender con The Babadook, cuento de terror sobre una madre viuda que tiene que hacer frente a algo que, ciertamente, puede llegar a ser escalofriante: la infancia. Y es que su hijo de siete años (nacido el mismo día en que murió su padre) muestra un comportamiento cada vez más violento debido a una extraña presencia que parece haberse instalado en la casa. Jennifer Kent, la directora de la cinta, se presentó en el año 2005 con el cortometraje 27
  • 28. Monster, pequeño anticipo del largo que ahora nos concierne. En aquella pequeña pieza, la cineasta ya daba señales de su potencial y ahora, todas aquellas vibraciones se han confirmado. De atmósfera recargadamente tétrica, The Babadook supone el nacimiento de un talento que parece estar ya consagrado. Kent sueña con Méliès, con Wiene y concibe una criatura de nombre perfecto. Montada sobre ella, explora -y explota- el terror en todas sus facetas: el moderno, el clásico, el violento, el psicológico, el sutil, el primario, el racional y el irracional. La película, como le pedíamos, da miedo (más que asustar), pero es que además es espeluznantemente lista. Más allá de revivir en la audiencia manías tan desesperantes como la de comprobar cada rincón oscuro antes de ir a dormir, o la de asegurarse que la manta (es decir, el escudo más potente jamás creado) nos cubra todo el cuerpo, ‘The Babadook’ convierte al propio género en el verdadero monstruo, y este, a su vez, se transforma en el agujero negro perfecto. La maternidad, la soledad, la pena, la locura, el duelo y obviamente la infancia, todo pasa por ahí. Y da la sensación de que ninguno de estos temas vaya a entenderse sin la presencia amenazante del hombre del saco. Genial. En la misma línea terrorífica, aunque no tanto, entran en escena cuatro vampiros. Uno cuenta su edad en milenios, los demás en siglos. De procedencia, gustos y hábitos radicalmente diferentes, lo único que les une es un lugar (son compañeros de piso en la Nueva Zelanda contemporánea) y un objetivo: el que el público se reencuentre con el niño -gamberro- que reside en su interior. What We Do in the Shadows (es decir, “Lo que hacemos en las sombras”) es un falso documental dirigido (y escrito, y protagonizado) por Taika Cohen y Jemaine Clement, dos de los principales artífices de la serie de culto Flight of the Conchords. Como sucediera en la pequeña pantalla, el mockumentary se presenta como el vehículo ideal para burlarse del objeto de estudio sin perder el respeto hacia él. Como si se tratara de la versión austral de la estupenda Vampires, de Vincent Lanoo, el cachondeo adquiere más cuota de pantalla, perdiéndose así en sutilidad pero ganándose en carcajadas. Lo mejor, más allá de la más que aceptable ratio de gags acertados, es que la identidad del (sub)género vampírico sublima con una pureza altísima. A lo largo de una hora y media que pasa volando. Tal y como pasaba con los profesores favoritos de nuestra infancia: en sus clases nos reíamos y ni por asomo se nos ocurría comprobar cuánto faltaba para que sonase el timbre. Cuando éste finalmente lo hacía, volvíamos a casa con unas agujetas terribles... y con muchísimo más conocimiento en el coco. El ciclo express dedicado a la infancia lo ha cerrado, en cierto modo, Lynn Shelton, quien definitivamente ha dejado el mumblecore en el baúl de los recuerdos. En Laggies, Keira Knightley recibe la proposición de matrimonio por parte de Mark Webber (el actor) y a partir de ahí en su cerebro se dispara una reacción en cadena que le hará querer refugiarse en el único bunker realmente inaccesible. En otras palabras, aquella etapa vital en la que nadie nos exigía responsabilidad alguna. Shelton se sube al carro del mainstream para esta comedia romántica en la que, intérpretes aparte, nada es especialmente reseñable / memorable. Aun así, se ve en todo momento con el agrado suficiente como para no desconectar de lo que se nos está contando. La clave: la ligereza no-discordante con el verdadero telón de fondo, es decir, el terremoto implícito en cada relación sentimental. Denso donde los haya, cierto, pero no necesariamente indigesto. Voilà. 28
  • 29. In memoriam En Sundance, como en todo buen festival, hay espacio para la cinefilia. Para tomarnos un respiro del orden del día y librarnos del todo (por si no lo estábamos haciendo ya) al eterno vicio y/o pasión cinematográfica. En este aspecto, pocos han debido haber que se hayan volcado con tanta devoción como Roger Ebert, quien nos dejó el año pasado a la edad de 71 años. Life Itself es el documental que rinde homenaje a este incansable amante del séptimo arte. Steve James, el director (y amigo de la estrella de la función) toma como referencia la propia autobiografía de Ebert para estructurar una película que renuncia a lo ilustrativo par quedarse en la sonrisa nostálgica. Cineastas de la talla de Martin Scorsese, Werner Herzog o Errol Morris se plantan delante de la cámara para recrearse en las luces de la vida y obra del famoso crítico cinematográfico. El tono bonachón imprimido por James remata la faena: he aquí el recuerdo que los amigos, los rivales y hasta el propio Ebert se merecían. 29
  • 30. [Crónica Sundance 2014] La (in)soportable levedad del ego (http://cinemania.es/actualidad/noticias/20370/-cronica-sundance-2014-la-insoportable-levedad-del-ego) Llegados al ecuador de su 30ª edición, el Festival de Sundance entabla debate esquizofrénico entre el YO y el NADIE. Los representantes de las dos facciones, se lucen. Por VÍCTOR ESQUIROL “Pues ya lo ves... ¡Así está Kurt Russell!”; “Ya te digo... el tío está cascadísimo.”; “¿Sabías que su padre tenía un equipo de baseball y que le hizo jugar en él?”; “¿En serio?”; “Te lo juro.”; “Bueno, ¿y a quién más has visto hoy?”; “A nadie más, tío. Esto está muertísimo.”; “¿Sí? Pues mira, precisamente por ahí va uno del séquito de la Lohan.”; “Espera, ¿Lindsay Lohan?”; “Sí.”; “¿¡Lindsay Lohan está en Sundance!?”; “Claro, pensaba que ya lo sabí...” Ni te da tiempo a terminar la frase. Ya no se respeta nada. El chupóptero que trabaja para TMZ ha cogido su cámara telescópica y te acaba de dejar con la palabra en la boca, colgado, solo. Muriéndote de frío en el párking dónde se supone que alguien (¡quien sea!) va a venir a recogerte. Y todo esto, ¿por qué? Por la llamada del ego, una de las pocas cosas en las que las celebrities van sobradas. Por culpa del maldito ego no hay manera de poner el freno de lengua y una rueda de prensa se te puede ir de las manos (por cierto, el primer volumen de Nymphomaniac ha acabado siendo la sesión sorpresa este año en Sundance). El ego es el diminuto demonio que se posa en tu hombro y te reta a hacer las peores estupideces... sólo para ver cómo haces el ridículo ante todos los paparazzi que, por supuesto, estaban esperando tu gran momento. 30
  • 31. Con ego (y mucho) se ha levantado hoy el sol en Park City. Los tablones del escenario del Eccles (que es por donde se pasean, en sesión matutina, los peces gordos) casi revientan. No por acumulación de personas, sino porque las tres que se encontraban ante la audiencia se acababan de marcar un banquete antológico de ellos mismos. Con ustedes, Michael Winterbottom, Steve Coogan, y Rob Brydon. Como ya sucediera hace cuatro años con The Trip, porque de hecho, de lo que se trata aquí es de repetir la experiencia. ¿Por qué? Primero, porque en la primera se lo pasaron teta. Segundo, porque no tienen que darle explicaciones a nadie. De hecho, The Trip to Italy tiene como punto de partida la excusa más rancia que se pueda imaginar. Es la gracia. Los preparativos se ventilan en menos de un minuto, y el juego (que tiene en el ombligo su centro de gravedad), desde la primera escena, vuelve a estar en marcha. La pregunta, como en la anterior ocasión, es la de saber si hay alguien más invitado aparte de las tres estrellas. La respuesta está en cada espectador, porque la película poco o nada hace en materia de concesiones. Es la gracia, también. Todo igual, pues, bajo el sol del Piemonte, y de Roma, y de la Costa Amalfitana. Coogan y Brydon, en descarado “as themselves” (y en estado de gracia) se pegan de nuevo la vida padre en esta conjunción casi perfecta entre buddy y road movie. Sentada(s) la(s) base(s) toca empezar a levantar el edificio, que se sustenta, cómo no, en dos pilares. ¿Es una guía turística de altísimo standing (por mucho que a los protagonistas les dé por repetir que lo suyo es la vida “sencilla”)? ¿Es una gira humorística en la que priman las imitaciones de primer nivel (cómo no, Michael Cane y Sean Connery vuelven a pasar por el aro)? También. Y así, Michael Winterbottom, que también interviene, da una lección magistral sobre cómo alargar una broma. 115 minutos (220 si contamos desde The Trip), y sigue habiendo motivos para reír. También para salivar de lo lindo con cada plato que se zampan estos dos vividores... y también para maravillarse, por enésima vez, con algunas de las vistas más fantásticas que pueden encontrarse en Italia. El prolífico director británico se decide a rodar de manera deliciosa, a que fluya la química entre sus personajes y sí, a dialogar también, con toda la cara dura del mundo, con el público (es la gracia, como era de esperar de uno de los genios de la posmodernidad), tanto, que el fallo en la proyección que durante más de diez minutos habría podido provocar más de un ataque epiléptico en el patio de butacas, ha sido tomado, por la amplia mayoría, como un gag más del repertorio. Cosas del ego... y de la genialidad. Por si la sala no se había quedado lo suficiente pequeña, el programa doble de documentales ha seguido estrechando el espacio. Ni en el Palais de Cannes -y ya es decir- se habría podido respirar. Y es que del Reino Unido nos llega también 20.000 Days on Earth, que empieza con Nick Cave, ni más menos, hablando de sí mismo: “Puedo controlar la meteorología con mi humor... lo que pasa es que no puedo controlar mi humor.” No apto para claustrofóbicos. Los veinte mil días de los que nos habla el título hacen referencia, como puede deducirse con total facilidad, a la edad de la estrella. La cuenta sigue en marcha. Un día más (resumido en poco más de hora y media de metraje), que es el que vamos a pasar junto a este artista todoterreno. 31
  • 32. Los directores Iain Forsyth y Jane Pollard hacen un excelente uso de la técnica cinematográfica (máxima explotación, sin hacerse pesada, de factores tan fundamentales como la fotografía, la banda sonora o los saltos narrativos) para que nos olvidemos por completo de la barrera que separa la ficción de la realidad, así como de la encargada de distinguir la entrevista del psicoanálisis. 20.000 Days on Earth tiene mucho más de lo segundo, consiguiéndose así una inmersión casi total en la mente de este galán con apariencia de cavernícola; de este artista (en mayúsculas) sumido, desde hace mucho tiempo, en un desbocado proceso de creatividad desencadenada, con tal de conseguir lo que a una tal Nina Simone se le daba tan bien: conseguir, en cada actuación, transformar a la audiencia... y a ella misma. Pasado a una pantalla de cine, esto sólo se puede traducir en mostrar aquello que los ojos no pueden llegar a ver. Forsyth, Pollard y, desde luego, Cave lo consiguen, en lo que sin duda es una experiencia artística (en mayúsculas, también) única. De apariencia mucho más mundanal, The Battered Bastards of Baseball llega con la intención de contarnos, efectivamente, una historieta de este deporte que tanta incomprensión / repelús ha encontrado siempre en nuestro territorio. Década de los 70, el veterano actor Bing Russell (exacto, padre de Kurt... por lo visto la sanguijuela aquella no mentía), muy de vuelta de Hollywood y de la “caja tonta” (donde encarnó al sheriff de Bonanza y donde se convirtió también en uno de los intérpretes con menor esperanza de vida en pantalla), decidió fundar en Portland el único equipo independiente de la Federación Oeste del susodicho deporte. Lo que empezó siendo un circo que funcionaba a las mil maravillas como hazmerreír de la prensa y de las principales franquicias, no tardó en convertirse en la gran revelación que pasaría despertar las envidias más bajas entre sus rivales. David contra Goliat, o para no movernos del caso, Bing Russell, su troupe (y el ego de todos) contra el establishment. Los debutantes Chapman Way y Maclain Way nos cuentan una historia de cine (literalmente, en el equipo no sólo estaba en clan Russell, sino también el mismísimo Todd Field). Una Gran Reserva que debería ser de consumo obligatorio tanto para los amantes del baseball como del deporte en general. Al igual que en Moneyball (aunque con intenciones diferentes), queda patente que, como el dios en el que hemos convertido cada juego en el que intervenga una pelotita, todo lo que éste nos da, éste mismo nos los quita... para, quizás, más adelante, devolvérnoslo. Y así hasta el infinito. Con una conciencia casi perfecta de la historia narrada, así como de lo inspirador, entrañable y épico (genial banda sonora), The Battered Bastards of Baseball, del mismo modo en que lo hizo el imprescindible documental La extraordinaria historia del New York Cosmos, trasciende las apariencias para hablarnos de algo más profundo. De una época, de una nación y de su gente... así como de aquello que se mueve en nuestro interior cada vez que el -maldito- esférico llega allá donde toda la grada espera. Heil Five! Antes de que mi ego y yo nos vayamos a dormir, y para distender un poco el ambiente, nada mejor que juntarse con gamberros. Con aquellos golfos especialistas en competir en aquello de ver quién la hace más gorda. No por autosatisfacción, sino por el tan conocido placer der 32
  • 33. ver arder el mundo. Wetlands es pura provocación, tanto que empieza con un cartel en el que se lee que la novela en la que se basa dicha película, jamás debería adaptarse al cine, y que lo que estamos a punto de ver no es más que un asqueroso compendio de unos tiempos -los nuestros- vulgares. Helen siente un profundo desprecio por la higiene personal, una terrible curiosidad para saber qué verdura le va a dar un mayor orgasmo, y un cariño sin mesura por sus hemorroides. Es como si Irvine Welsh y Chuck Palahniuk se hubieran violado mutuamente y de tal espectáculo hubiera surgido una adorable criaturita que reprodujera, muy puerilmente, las virtudes de sus progenitores. El director David Wnendt nos lleva por una trepidante montaña rusa de la guarrería que poco tiene que envidiar a hitos de lo asqueroso como podría ser, por ejemplo, el legendario vídeo de “2 Girls 1 Cup”. Manda la náusea, pero sobre todo las risas, gracias al encanto desbordante de la protagonista Carla Juri, y al desternillante aprovechamiento de la -asquerosa- espiral nihilista provocada. Mientras el espiral gira con fuerza, la película se traduce en la más pringosa / maloliente / desagradable y hasta estilosa de las gozadas. Última parada de esta jornada capicúa. Empezamos con una segunda parte y terminamos, también, con una secuela. Dead Snow: Red vs. Dead da respuesta al enigma que durante los últimos cinco años ha estado acechando a la humanidad: ¿Qué puede ser mejor que una película con zombies nazis? Respuesta: Una película de zombies nazis luchando a muerte contra zombies comunistas. Genial. Retomando la acción justo dónde la había dejado la notable primera entrega, Tommy Wirkola se recompone de su horrible desembarco en suelo estadounidense volviendo a su Noruega natal... sin olvidarse de mantener líneas abiertas, eso sí, con su nuevo país de acogida. De lo que se trata aquí es de explotar (hasta que la máquina, efectivamente, explote) la fórmula del más y mejor. Es por esto que Dead Snow: Red vs. Dead puede reivindicarse como una de esas honrosísimas excepciones que confirman la falsedad aquella de que “Segundas partes nunca fueron buenas.”, porque lleva al límite el subgénero de los muertos vivientes, así como todo los que estos implican. A abrir en canal todos los tabús se ha dicho. Wirkola no se corta un pelo y filma con talento (atentos al homenaje a la pelea entre Uma Thurman y Daryl Hannah en Kill Bill Vol. 2) la que es, desde ya, la nueva cima a superar del splastick. Pocas (poquísimas) veces el gore se había presentado tan creativo, salvaje, vandálico y divertido. 33
  • 34. [Crónica Sundance 2014] Descargando tensión (http://cinemania.es/actualidad/noticias/20404/-cronica-sundance-2014-descargandotension) Con el agotamiento haciendo mella en los pocos asiduos que siguen rondando por Sundance, se entiende que los nervios de la parroquia estén destrozados y que, de algún modo, pidan que el cine les dé lo que el Código Penal les prohíbe en el mudo real. Por VÍCTOR ESQUIROL Sientes que vas a explotar en cualquier momento. Vas calentando los nudillos, por si acaso, mientras notas cómo las venas de la sien se te están hinchando más que los presupuestos en obra pública en nuestro querido país. “¿Señor? ¿Se encuentra bien? Le veo un poco rojo... ¿le ha dado una insolación?”, a lo que respondes, sin pensártelo, “¿Una insolación? ¿En Utah? NO. Es que no consigo quitarme la maldita canción esa de Lady Gaga.”, a lo que te contesta, “Bueno, en este caso creo que debería tener un poco más de consideración. Creo que su actitud no es la más adecuada ahora mismo”. Sin quererlo ni pedirlo, la escena se ha puesto –muy– tensa. No lo entiendes, así que te retiras elegantemente al rincón de pensar, donde, pasados unos pocos minutos, te das cuenta del error fatal que acabas de cometer. Recuerdas antes que, si algo tiene el pueblo estadounidense, es esa gracia para combinar, como ningún otro, la capacidad para explotar (en todos los sentidos) con la de recompensar. Lo mismo que darle golpecitos amistosos a la espalda al mismo desgraciado al que has estado fustigando hasta casi matarle. Los voluntarios que impiden, día tras día, que este festival se vaya al garete, llevan un llamativo chaleco de color azul que aparte de protegerles del frío invernal, debe taparles también las heridas de los latigazos que han estado sufriendo durante estos días. Lo suyo es sacrificio puro y 34
  • 35. duro. Amor al arte y a los plastas que acudimos a ellos para que nos ayuden en absolutamente... todo. Y siempre con una sonrisa de oreja a oreja. Con razón se han ganado una jornada dedicada a ellos. En Sundance, El Día del Voluntario es como cualquier otro, la única diferencia es que cada proyección viene precedida por un simpático video en el que se agradece la labor de dicho colectivo. Este año, a alguien se le encendió la bombilla y descubrió que las cuatro últimas letras de dicho certamen le llevaban directamente a un famoso hit de Lady Gaga. Habemus concepto: “Sin la dedicación de nuestros voluntarios, no habría SunDANCE” Y a partir de ahí, todos (incluidos Sam Rockwell y Glenn Close) se ponen a bailar como si les fuera la vida en ello. La primera vez hace gracia, la segunda no tanta... la quinta produce los síntomas descritos al principio de este nuevo capítulo. Vas a explotar, y necesitas descargar tensión como sea. No sólo tú, sino también todos los demás asistentes a una de las sesiones más esperadas del festival. Se nota en el ambiente cuando, precisamente uno de los voluntarios, anuncia que la siguiente película que vamos a ver es The Raid 2. “HELL YEAH!”, se oye al fondo de todo, y los de la prensa e industria estallamos en el primer aplauso de la noche... antes siquiera de que haya empezado la película en cuestión. Dos horas y media después de este estallido de euforia, se produce el que quizás estaba más cantado: la ovación de despedida durante el desfile de los títulos de crédito finales. Entre éste momento y el otro, se han ido sucediendo muchos más chispazos. Fruto de la más bestial descarga de las tensiones que se nos podría haber ofrecido, cierto, pero también por ver cumplida una de las promesas más gordas que nos había hecho el cine en los últimos años. Esto es, coger uno de los trabajos más apabullantes jamás vistos en el cine de acción, y llevarlo más allá. ¿La película “de artes marciales” más ambiciosa de la historia? Posiblemente. The Raid 2 retoma la acción justo donde la dejó su antecesora, y a pesar de esto, luce en todo momento una sorprendente autonomía. Al fin y al cabo, las intenciones de Gareth Evans con esta atípica secuela van mucho más allá de la -mínima- historia iniciada hace dos años. Se trata de llevar al género donde nunca antes había osado llegar. El exceso se apodera del producto, siendo esto tanto su mayor virtud como el peor (aunque ni mucho menos condenatorio) de sus defectos. A medio camino entre El padrino, Promesas del este y la saga Infernal Affairs (todo esto bañado en un inmenso mar de tortas, claro), la trama de aquella redada original con aires de John Carpenter se complica. Hay entonces más calado dramático; más profundidad en sus personajes principales... aunque a efectos prácticos, lo realmente importante es que la melé se ha hecho mucho más grande. El caos y la furia que alimentan este extenuante espectáculo, también. Cuantos más seamos, mejor. Dicho y hecho, The Raid 2 es pura operística de la leña. Una saturada y prolongada sinfonía dedicada a las infinitas formas con las que se puede romper el cuerpo humano. Una oda a las articulaciones dislocadas, a las extremidades torcidas, al hueso partido y a los nudillos en carne viva. La acción se multiplica, se diversifica (hay luchas, tiroteos, persecuciones de coche...) y se eleva, en constante más-difícil-todavía, a la máxima potencia. Evans, quien una vez más renuncia a la cámara lenta para dar más importancia a lo trepidante de su propuesta, se convierte 35
  • 36. en el tercer luchador con su brillante planificación y ejecución de las coreografías (imprescindible para ello la entregadísima labor de esa invencible bestia parda llamada Iko Uwais), con sus movimientos de cámara imposibles y con su inquebrantable (esto sí) voluntad de hacernos creer que en el cine de género no todo estaba -ni está- inventado. Como el video de Lady Gaga ha vuelto a ser reproducido, toca calmar a la audiencia con otra sesión express de violencia. Ya saben, que se desfoguen viendo películas antes de que salga herido algún pobre voluntario. Killers es el nuevo trabajo de “The Mo Brothers” (es decir, Kimo Stamboel y Timo Tjahjanto), representantes punteros de la emergente cinematografía indonesia (a la franquicia ‘The Raid’ nos remitimos de nuevo). Dos asesinos, uno de la misma nacionalidad que los directores y el otro japonés (aparten a los niños) intercambian por internet los vídeos de sus fechorías, despertándose así una terrible escalada de tensión que de paso va a acercar cada vez más sus destinos. Killers es, de paso, una película que acorta distancias. Es de Indonesia, y también de Japón (en muchos momentos la podría haber dirigido el mismísimo Takashi Miike)... y hasta de Hong Kong (tres cuartos de lo mismo pero con, por ejemplo, Johnnie To). Después del título gore de culto ‘Macabre’ “los Mo” se lucen a la hora de reproducir las claves que determinan la geografía cinematográfica, pero se quedan a medio camino a la hora de consolidarse como cineastas de referencia en el género. Su último trabajo, si bien aguanta elegantemente la vertical durante sus intensas (e in crescendo) dos horas de duración falla (ya sea por falta de músculo o de cerebro) a la hora de darle una solidez continuista al relato, de profundo calado moralista y, aun así, hijo bastardo totalmente atribuible a unos tiempos presentes bañados en sangre. Unas décadas antes en línea temporal, más concretamente entre el otoño y el invierno de 1988, la madre de la joven Kat Connor despareció para no volver a ser vista nunca jamás. Estamos ahora en la América suburbial, tan idílica y colorista como -casisiempre nos la han pintado. Esto sí, el encargado del retrato es alguien que se siente especialmente cómodo en los tonos más oscuros y, por supuesto, violentos. El que fuera uno de los abanderados del New Queer Cinema, Gregg Araki, después de la esperanzadora pero excesivamente reivindicativa Kaboom, prueba suerte de nuevo con la adaptación literaria. La prosa poética de Laura Kasischke se pone en White Bird in a Blizzard al servicio del cineasta californiano para desembocar en un trabajo bien filmado pero no tan bien narrado; impecable sobre el papel pero a la práctica no del todo redondo. La rabia pueril y el enfado con el mundo (en general) tan definitorios del toque Araki aparecen aquí en cantidades contenidas, lo cual abre de nuevo al gran público el arte de este autor imprescindible del “otro cine” americano, pero por el contrario entorpece excesivamente un proceso de cocción que por momentos pierde casi todo su interés. Para salvar la función en los momentos de flojera, aparece al rescate Shailene Woodley en su papel más completo de su breve pero cada vez más impecable carrera, así como los temas más recurrentes en Araki, los cuales (el despertar hormonal, la difícil maduración... la confusión en todo lo anterior), más de veinte años después, siguen teniendo en este eterno rebelde una fuente casi inagotable de puro goce cinéfilo. 36
  • 37. El ciclo de la violencia made in Sundance ha cerrado hoy con el imprescindible Michael Shannon liándose a tiros con unos bandidos de... agua. Young Ones es un sorprendente western futurista firmado por Jake Paltrow, quien en su segundo largometraje construye un inmenso castillo de referencias culturales para crear un universo no obstante propio y, por ello, atractivo. La ciencia-ficción (?) nos habla ahora de cómo el líquido elemento se ha convertido, definitivamente, en el objeto más preciado (por ser el único) para la supervivencia. Haciendo alarde de una muy convincente puesta en escena, así como de una inesperada solidez a la hora de poner la imaginación al servicio del celuloide, Jake Paltrow reflexiona sobre la devastación de la familia en un entorno ciertamente devastado, descubriéndose así como un excelente comprendedor del factor ambiental en el séptimo arte. Ajeno a todas las patadas, disparos, desapariciones y muertes horribles; de hecho, ajeno a todo lo que no sea estrictamente su mundo, encontramos a Mr. X, es decir, al eterno enfant terrible Leos Carax. El documental Mr leos caraX está obviamente dedicado al misterioso y fascinante director detrás de películas como Boy Meets Girl, Mala sangre o la más reciente Holy Motors. El trabajo de la directora Tessa Louise-Salomé confirma en sus carencias (en el apartado de entrevistas, por ejemplo, da la sensación de que muchas piezas no han acudido a la llamada) lo que en cierto modo, ya nos temíamos. La obra y la figura de Leos Carax son tan inabarcables que es técnicamente imposible hacer una película sobre él, aunque siempre puede hacerse una película de gente hablando sobre Monsieur Carax. En este sentido, el documental sirve como excusa perfecta para que los no-iniciados sientan interés por una materia que, efectivamente, requiere de su atención; para los demás, siempre es un placer revisar (y poco más) los pasos, por así llamarlo, de esa fascinante “brisa poética”. 37
  • 38. [Crónica Sundance 2014] Insomnia (http://cinemania.es/actualidad/noticias/20405/-cronica-sundance-2014-insomnio) A falta de poco más de tres días para que termine la 30ª edición del Festival de Sundance, el cansancio acumulado hace mella no sólo en el espectador, sino también en un programa que se ve beneficiado de dichas circunstancias. Por VÍCTOR ESQUIROL Hoy te despiertas por pura intervención divina... o esto parece. Por lo visto, el despertador lleva sonando durante casi cinco minutos, lo cual, por suerte, parece no haber interrumpido el sueño de tus compañeros de pocilga. Acabas de abrir los ojos, te los despejas de legañas y te das cuenta de que algo no cuadra. Una cascada de sudor frío desciende por tu espina dorsal. Te despejas ipso facto y corres hacia la maleta. La abres esperándote la peor de las noticias, pero no, todo parece en orden. Entonces, ¿qué es lo que falla? El “random-guy” que se desmayó en el otro sofá sigue ahí tendido, la televisión sigue encendida y con el volumen a tope. Coges el mando a distancia, apagues el maldito aparato y entonces te das cuenta: hay alguien más en la casa. Alguien cuya voz no logras identificar, pero que sin duda se está dirigiendo a ti: “Hoy te ha costado, eh”; “Perdone, ¿es a mí?”; “¡Pues claro! ¿Ves a alguien más despierto por aquí?”; “... ¿Quién es ud.?”; “¿Tú qué crees? Soy la bandera de los Estados Unidos. No, la de la cocina, no. No... tampoco la del cuarto de baño. Ahora sí, la que está usando la piltrafa esa para no pasar frío”; “... ¿Y qué quiere de mí?”; “Tranquilízate, soy las Barras y Estrellas, si quisiera algo de ti lo hubiera cogido sin pedir permiso, ¿no crees?”; “Touché. ¿Entonces...?”; “Quiero darte un consejo, y 38
  • 39. estate atento, porque sólo pienso decirlo una vez: Ya va siendo hora de que tu cerebro recupere horas de sueño.” Y, ahora sí, te despiertas. Octava jornada de la 30ª edición del Festival de Cine de Sundance. Entre idas y venidas, carreras entre salas y, faltaría más, proyecciones, el tiempo dedicado a depurar las toxinas mentales se ha visto reducido a mínimos históricos, y los sentidos, claro, lo notan. Hay casos históricos, debidamente documentados, que ponen los pelos de punta: hay a quien se le secó el cerebro de tantas novelas de caballería que leyó; a otros les sucede lo mismo con las películas. Al personaje que encarna Ryan Reynolds en The Voices, filme encargado de abrir la nueva sesión festivalera, las neuronas se le apagaron hace mucho tiempo. Enterrado en lo más hondo de su memoria subyace un trauma que le ha impedido llevar una vida normal. ¿O acaso pasaría desapercibido un hombre que habla, literalmente, con sus animales de compañía? Jerry Hickfang, que así se llama el pobre desgraciado, convive con un perro y un gato, y éstos se encargan de hacer realidad, cada vez que charlan con él, aquella fantasía cartoon de la doble conciencia. Sobre su hombre derecho se posa la voz de su querido cánido (según los responsables de la cinta, inspirado en el clásico republicano bonachón), a la izquierda le aguardan los maléficos consejos del felino (cuya voz nos hace pensar en un escocés con pocas ideas buenas rondando por su cabeza). En medio, como se ha dicho, está Jerry, quien acaba de enamorarse perdidamente de la nueva chica de contabilidad de su oficina (la escandalosamente despampanante Gemma Arterton). Marjane Satrapi, co-autora de la sobrevalorada Persépolis y de la injustamente ninguneada Pollo con ciruelas emigra a territorio estadounidense sin su pareja de baile habitual (Vincent Paronnaud), y ahora que todos los focos la apuntan a ella en su búsqueda de la voz propia, los agoreros se frotan las manos... Sin embargo, a la franco-iraní no le tiemblan las piernas, y se atreve con una propuesta compleja, valiente y, por todo esto, arriesgada. ¿O acaso no se requieren agallas para presentar en Utah una burla tan ácida al American Way of Life más tradicional? Gracias a un acertadísimo sentido de la estética, Satrapi parece basarse en la imprescindible serie de “One-Frame-Movies” del fotógrafo Gregory Crewdson para dar vida a esos Estados Unidos de interior, tantas veces soñados / idealizados, y donde parece que el tiempo se haya detenido, para bien. La bolera, el bar, la calle principal con sus pequeños y entrañables comercios, la fábrica cuyas chimeneas siguen emanando humo... las piezas están perfectamente colocadas, y parece que todas siguen en perfecto estado. Pero The Voices, y ahí viene lo importante, es un perverso juego de –falsas– apariencias. Todo lo que nos muestra Satrapi procede directamente de los ojos enfermos de un tipo cuyos mejores consejeros son su perro y su gato. A partir de ahí, el experimento va mudando de piel. Una y otra vez. Simplemente amena (y algo errática) cuando se fija en la anécdota y verdaderamente interesante cuando decide ir de cara, es decir, cuando es capaz de ir más allá de su propio planteamiento, para ponerse a lanzar a puñales. Es entonces cuando la comedia, negrísima donde las haya, adquiere tintes de drama desgarrador, no sólo por parte de un personaje condenado, sino también de un colectivo igualmente obsesionado con afrontar sus problemas bunkerizándose en la 39
  • 40. más ridícula de las falsedades, llámese esto nostalgia, religión (estupendos títulos de crédito finales) o, directamente, demencia compartida. En la siguiente historia, Dane DeHaan asiste al funeral de su novia. Al día siguiente, y cuando todavía está lidiando con el dolor de la pérdida, ve a su difunta media naranja rondando, tan tranquilamente, por casa de sus padres. Al pobre chico no es que le falten horas de sueño, sino que, sin saberlo él, está a punto de descubrir que los zombies sean quizás algo más que un actualmente renovado icono de la cultura pop. Life After Beth es “La vida después de Beth”, en la que fallecida Aubrey Plaza (cuando no podíamos enamorarnos más de ella, se pone en la putrefacta piel de un zombie y...) vuelve de entre los muertos para probar suerte en la no-vida. El debut de Jeff Baena es, directamente, una de las películas del subgénero más acertadas de los últimos años. En ella, los zombies van degenerándose (física y mentalmente) poco a poco, sufren ataques de ira de lo más incomprensibles y calman sus instintos animales escuchando smooth jazz. Entre lo absurdo y la lógica más desternillantemente contundente, lo que al principio apunta a la Frankenweenie de los muertos vivientes (esto es, el retorno macabramente inesperado del ser querido), coquetea demasiado con los esquemas de la comedia más convencional, pero de repente se convierte en una avalancha de sorpresas agradables o, para ser más concretos, en una conjunción casi perfecta de géneros. Funciona de maravilla como drama / comedia romántica, como cinta de terror (y su consiguiente parodia) y como filme apocalíptico a diminuta escala. Para seguir ampliando la cuenta de sorpresas agradables en esta jornada insomne, nos topamos con dos geeks que trasnochan delante de su pantalla de ordenador. Por vicio, claro, pero también por la misión que se han encomendado a ellos mismos. Sin cejar en su empeño, persiguen por todo Estados Unidos el rastro de un hacker que les ha dejado con el culo al aire. A medida que van estrechando el cerco, la relación entre ellos, cada vez más desgastada, parecerá tener como único refugio un pasado exageradamente idealizado, y por ello, seguramente ficticio. Lo que distingue lo real de lo demencialmente increíble estalla sin previo aviso ante nuestros ojos. El thriller informático adquiere violentas pinceladas terror, y en pocos minutos muta en paranoica ciencia-ficción. El virtuoso William Eubank parece haber encontrado en The Signal (su segundo largometraje) el punto de control ideal a su potencia visual. Una vez superada la empanada autocomplaciente de ‘Love’ (su interesante pero también algo desesperante ópera prima), su siguiente trabajo supone el ennoblecimiento definitivo del espíritu videoclipero en el cine. Pura estética con sentido de ser; puro chute de energía para unas imágenes sorprendentes que nos transmiten la que sin lugar a dudas es la mejor noticia del día: al indie le quedan ya poquísimas barreras por derribar. Como si de una versión un poco más pulcra de Neil Blomkamp se tratase, Eubank se ríe de los impedimentos (?) presupuestarios y concibe un espectáculo alucinado y alucinante en el que todo es posible. Su poder de creación podría ser el de un génesis freak desbocado... y el de destrucción, el del apocalipsis dispuesto a desencadenarse en el interior de cada joven talento que lucha, con uñas y dientes, para que se le haga el caso que merece. Misión cumplida. Alejada de las ambiciones de sus compañeros de parrilla, la argentina Natalia Smirnoff demuestra que lo suyo es un cine mucho más pequeño, aunque no por ello peor. La 40
  • 41. acción de El cerrajero se da durante la “época del humo”, es decir, en abril de 2008, cuando la ciudad de Buenos Aires fue cubierta por una capa de humo de intenso olor y de procedencia misteriosa. La excusa ambiental es usada por la directora argentina con tal de dotar su producto de ese tan característico realismo mágico. La rutina de un cerrajero bonaerense se ve interrumpida con el anuncio del embarazo de una “amiga” y con la descubierta de un poder sobrenatural: descubrir todas las miserias de sus clientes con sólo echarle un vistazo al cerrojo de la puerta de su hogar. Dosis mínimas (pero más que suficientes) tanto del “día-a-día” como de las consecuencias de lo extraordinario, y el discreto encanto de la cinta sale a relucir, poco a poco, tanto en el dibujo de personajes, como en las relaciones entre ellos, como en la composición del actor protagonista Esteban Lamothe, silenciosamente grande en su pétrea sinceridad. 41
  • 42. [Crónica Sundance 2014] Esperar juntos; visionar solos (http://cinemania.es/actualidad/noticias/20407/-cronica-sundance-2014-esperar-juntosvisionar-solos) La organización ha desatado las hostilidades entre los representantes de la prensa al dar por finalizados los pases especialmente concebidos para ellos. Toca buscarse la vida con o sin las amistades perdidas. Por VÍCTOR ESQUIROL “Y hasta aquí hemos llegado. Un placer conocerle y haberle servido en todo lo que estuviera en mi mano.”; “¿Tan pronto nos despedimos? ¡Pero si todavía quedan tres días de festival!”; “A mí que registren... sólo soy un voluntario. Además, me ha llegado que era usted el que resoplaba con el video de Lady Gaga.”; “Sí, pero...”. Pero nada. Se acabó, y punto. Los miembros acreditados de la prensa y la industria nos hemos quedado, de un día para otro, sin pases exclusivos. Nada que no estuviera previsto en el programa designado por la organización del festival, quien a buen seguro debía dar por asumido que a estas alturas ya habríamos visto todo lo que merecía ser visto. El caso es que siempre hay alumnos que se dejan algunos deberes para el último día. “No hagas hoy lo que puedas hacer mañana". Y con el problema del trabajo acumulado nos topamos. A partir de ahí, las enseñanzas de Perdidos entran una vez más en nuestra vida. En la Isla, los había que defendían el “Vivir juntos; morir solos” y lo que por el contrario se posicionaban a favor del “Cada hombre por su cuenta”. En Park City hasta hoy reinaba lo primero. El buen rollo. Nos cedíamos, los unos a los otros, el sitio en las colas de espera: “Por favor, ha llegado usted antes”; “¡Ni hablar! He visto cómo estaba usted 42
  • 43. primero. ¡Insisto!” Sonrisas, reverencias y bromas de complicidad... hasta que nos quedamos sin privilegios, y si te he visto, no me acuerdo: “¡Ni te acerques a mi sitio, completo desconocido!”. Como con Suzanne Collins, resulta que las alianzas que habías ibo cosechando durante todos estos días han servido sólo para tener más cerca al pardillo al que le vas a clavar la puñalada trapera. Con lo bien que parecíamos llevarnos... y con lo bien que nos habría ido la compañía al menos en la primera película de esta jornada. I Origins es el esperado segundo largometraje de Mike Cahill, director que en su debut titulado Another Earth nos demostró, efectivamente, que el cine es sobre todo una experiencia hecha para ser compartida. Para ser desmenuzada, diseccionada, analizada... comentada en familia. Donde no llegue mi intelecto (con respecto al de Mr. Cahill, se entiende) llegará el mío sumado al de mi amigo. Y donde no lleguen las teorías de ambos, lo harán las nuestras sumadas al de que aquel otro conocido que también ha visto la película. Con esta sensación te dejaba aquella imperfecta y aun así estimulante película en la que se descubría la existencia de un planeta idéntico al nuestro. Las posibilidades, dentro de la sinopsis, eran casi infinitas; las interpretaciones (las nuestras, claro) que surgían después del visionado, también. Está por ver si, después de habernos peleado un poco los unos con los otros, de haber trazado nuevos pactos a ultimísima hora y de haber trampeado con los sistemas de seguridad de los cines de Park City, vamos a tener la mente debidamente preparada para el reto que se le viene encima. Sin más tiempo para la especulación y los codazos, empieza por fin I Origins, y lo hace de la manera que preveíamos. Mike Cahill, que ahora está solo en las tareas de guionista, cede al estilo (en su acepción más o menos vacía) el protagonismo a la hora de proceder con las presentaciones. Un científico (Michael Pitt) con una algo inquietante fijación por los ojos conoce en una fiesta a una extraña enmascarada (la catalana Àstrid Bergès-Frisbey) de la que se enamorará perdidamente. Antes, por cierto, nos ha pedido que prestemos atención a unos globos oculares que podrían cambiar el destino de toda la humanidad. No es para menos, pues los ojos (sobre todo los humanos) son directamente como el universo. Todo cabe en ellos: todas las formas y colores imaginables, todas las identidades únicas y, quizás por todo esto, todas las vidas habidas y por haber. ¿Se entiende? ¿No? Que no cunda el pánico, la verdad es que no importa demasiado. Al menos durante la primera mitad del filme, en que la ciencia, como era de esperar, no es el objetivo, sino la vía para llegar a algo de alcance / comprensión mucho más, precisamente, universal. La primera hora de I Origins desconcierta en el mal sentido: los mecanismos del cine romántico más previsible toman las riendas: chico conoce a chica; la pierde de vista pero la vuelve a recuperar (nada de spoilers, palabra) gracias a una imposible alineación de astros. El mundo entero parece depender de los dos tortolitos, y el espectador, haya acudido acompañado o solo a la cita, va comprendiendo que lo que está viendo, por muy misticismo con el que se haya querido recubrir, es exactamente lo que parece. La fachada como único elemento del edificio... ... Hasta que el personaje de Brit Marling (quién si no) toma protagonismo y se rompe el continuo espacio-tiempo. El factor científico, usado hasta el momento como mera cháchara de cara a la galería, muta en ciencia-ficción, usada ahora como motor espiritual del producto. De la paja (mental, también) al alma. Hasta la primera parte 43
  • 44. del filme parece recobrar sentido. Una serie de giros argumentales propician un cambio radical en las preferencias de Cahill, y en estas nuevas, el cineasta de New Haven, saca el mejor partido de su cine. De nuevo, se establece un interrogatorio (cuyo tema principal no es otro que la fe, casi nada) entre artista y receptor. El primero suministra con pasión contagiosa las herramientas y las pistas; el segundo las usa como mejor se adecuen a su estado de ánimo que, por supuesto, en parte viene determinado por lo que está viendo. Y la experiencia fílmica vuelve a compartirse, quizás no con el de al lado, pero sin duda con lo de enfrente, cerrándose así un círculo casi perfecto. Antes de retomar la Competición toca pararse en Next, donde aparte de aguardar -avancémoslo ya- una de las sorpresas más agradables de este 30º Sundance (y a juzgar por la recepción en el Marc Theatre, firme candidata a la hora de alzarse con el Premio del Público), lo hace también la certeza de que, a la hora de caminar por este paisaje al que llamamos “vida”, no hay nada mejor que una buena compañía. La voz del santurrón Jack Shephard vuelve a resonar en el coco: “Si no vivimos juntos... vamos a morir solos”. Me cago en la conciencia... En Land Ho!, dos ex-cuñados muy entraditos en edad (presentados por dos directores aparentemente tan dispares como Aaron Katz y Martha Stephens) se reúnen después de mucho tiempo para ponerse al día. Lo que pasa es que uno de ellos considera que no hay mejor lugar / momento para ello que un viaje a Islandia, esa isla de la que van a descubrir que no estaba tan devastada como habían querido creer. Cuando estábamos acabando de reponernos de la winterbottomada de The Trip to Italy, aparece este último garbeo (?) en versión nórdica, sólo que en esta ocasión el protagonismo no está al otro lado de la cámara, sino delante de ella, donde dos personajes ficticios adquieren con asombrosa categoría de “reales-como-la-vidamisma.” Estamos pues mucho más cerca del Entre copas de Alexander Payne. Entre Paul Eenhoorn y Earl Lynn Nelson se establece una química sólo quebrantable por alguna que otra bronca ocasional... que no hará sino reforzar el vínculo que les une. Los diálogos, situaciones y pruebas a las que se verán sometidos fluyen con una naturalidad, y con un aprovechamiento del entorno que consigue que, en más de una ocasión, nos olvidemos de que estamos viendo una película. Porque más que una buddy movie, estamos ante lo que es un -merecidísimo- homenaje a una etapa vital; a un invierno mucho más cálido y agradable de lo que nos habían querido vender. El trono de productor ejecutivo en esta pequeña gema indie lo ocupa, por cierto, el divertido, tierno y marcianito David Gordon Green... y todo cobra aun más sentido. Desde luego mucho más que Jamie Marks is Dead, nuevo trabajo de uno de los protegidos del Instituto Sundance. Carter Smith deja atrás el -buen- recuerdo (por así llmarlo) de la ya casi olvidada Las ruinas, pasando del terror más cafre (pertenece a aquella película uno de los grandes logros, en forma de angustiosa amputación, de la historia del gore) al más sugerente. Esta adaptación del texto original de Christopher Barzak, nos lleva, una vez más en este Sundance, a la América interior que, esta vez sí, prescinde de imposturas y se muestra como lo que seguramente es: un violento atolladero levantado sobre los cadáveres de las víctimas de las que nadie quiere oír ni media palabra. La película empieza haciendo justicia a su título. El cuerpo inerte de Jamie Marks, un alumno de instituto víctima del acoso escolar, es encontrado en las afueras de su pueblo natal. No es un relato negro, o tal vez sí. Tampoco es una teenage movie, ¿o...? Lo que 44