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Cad. Saúde Públ., Rio de Janeiro, 10 (1): 111-122, jan/mar, 1994 111
ARTIGO / ARTICLE
Participación Comunitaria: Necesidad, Excusa o Estrategia?
O de qué Hablamos Cuando Hablamos de Participación
Comunitaria
Community Participation: Need, Excuse, or Strategy? What are We
Talking About When We Refer to Community Participation?
Mario Bronfman1
Marcela Gleizer1
BRONFMAN, M. & GLEIZER, M. Community Participation: Need, Excuse, or Strategy? What
are We Talking About When We Refer to Community Participation? Cad. Saúde Públ., Rio de
Janeiro, 10 (1): 111-122, Jan/Mar, 1994.
This paper evaluates the strategy of including community participation in health care and health
promotion programs, taking into account three dimensions: the pertinence of the practice, the
characteristics of its implementation, and the results generated by it.
After doing a critical review of the bibliography on the issue, we came to the conclusion that
many heterogeneous programs are grouped under the term “community participation”. This
requires a specification of what king of community participation is being talked about. As a
consequence, the study proposes a classification of the different practices grouped under this
heading. The following criteria were used in the classification: 1) theoretical and ideological
conceptions underlying the practice of community participation; 2) aspects to be implemented
and subjects to be influenced by intervention; and 3) forms that community participation takes in
practice. The study also analyzes the articulation between these three aspects.
Finally, the role of social research and qualitative methodology in the implementation of
community participation for health care programs is considered. The study also considers
challenges that overall proposals must face in order for strategies to develop successfully,
beyond their differences in conception and implementation.
Key words: Consumer Participation; Health Promotion
INTRODUCCIÓN
La inclusión de la participación comunitaria
en los programas de salud no es una práctica
novedosa. Implica la incorporación de la pobla-
ción o de sectores de ella, en grados y formas
variables, a alguna actividad específica relacio-
nada con la salud. Sin embargo, al igual que
otros conceptos, el de “participación comunita-
ria” no denota siempre al mismo objeto. Revi-
sando la literatura sobre el tema, encontramos
que bajo el mismo nombre se incluyen:
1) distintas concepciones sobre el sentido de la
incorporación de la comunidad en el diseño
y desarrollo de programas de salud, y
2) distintas formas y niveles en los que la
participación comunitaria se lleva a cabo.
Ambos aspectos, como luego trataremos de
demostrar, están íntimamente relacionados.
EL SENTIDO DE LA
PARTICIPACIÓN COMUNITARIA
Las posiciones acerca e la inclusión de la
participación comunitaria en los programas de
salud son diversas e, inclusive, contradictorias.
1
Secretaría de Salud (Estados Unidos Mexicanos). FCO.
de P. Miranda # 177 Piso 4. Unidad Plateros, 01 480,
Mexico, DF.
Simplificando, podemos distinguir dos posici-
ones extremas – la que apoya la inclusión de
la participación en los programas y la que la
rechaza – y dos criterios o dimensiones prin-
cipales para justificar esas posiciones: el que
enfatiza las consecuencias políticas y sociales y
el quepone el eje en las consecuencias para la
salud de la participación comunitaria. El peso
que cada criterio recibe en la argumentación y
la forma en que ambos se articulan en la misma
permiten organizar al interior de las categorías
de aceptacion y rechazo diversas concepciones
sobre la participación comunitaria identificadas
en la literatura.
Dentro de la posición favorable a la inclusión
de la participación comunitaria encontramos tres
concepciones básicas: 1) la que privilegia en su
argumentación los aspectos políticos y sociales
de la participación, concibiéndola como una
actividad necesaria por sus efectos democratiza-
dores sobre la sociedad; 2) la que privilegia en
su argumentación las consecuencias para la
salud de problación, concibiendo a la participa-
ción como una estrategia que brinda mayores
posibilidades de éxito a los programas; y 3) la
que bajo una argumentación de apoyo a la
participación por sus efectos en el nivel de la
salud esconde una intención de manipulación en
el nivel de lo social y lo político.
El primer enfoque concibe a la participación
comunitaria como una forma de resolución de
los problemas de salud que, al ser autogestiva,
brinda a la comunidad autosuficiencia e in-
dependencia, aumentando su nivel de autonom-
ía. Resolver de esta manera los problemas de
salud tiene un “efecto de demonstración” y
significa un aprendizaje para la resolución de
otros problemas que aquejan a la comunidad.
De Roux et al. (1990) señalan que “la partici-
pación social así definida, tiene implicaciones
políticas que rebasan el marco de la atención a
la salud, por cuanto significa el ejercicio de
poder y como tal, (el) fortalecimiento de la
sociedad civil y de la democracia de base (...),
(lo que) constituye una finalidad en sí misma si
se la considera como una condición inherente a
la democracia real (...) (y) equivale al proceso
de reapropiación por la problación, del conjunto
de instrumentos que regulan la vida social y los
servicios que presta”. Según esta posición, el
involucramiento de la comunidad en actividades
de salud tiene su objetivo último no sólo en la
solución del problema de salud específico, sino
en el desarrollo de la comunidad como un todo,
con énfasis en la autosuficiencia y asumiendo
las respuesta a las necesidades tal como las
articula la misma comunidad (Winch et al.,
1991). En este modelo, la participación comuni-
taria se plantea como un fin en sí mismo y es
siempre deseable, independientemente de su
impacto en la salud, siempre y cuando se
eleven los niveles de organización y conciencia
de la comunidad.
El segundo enfoque enfatiza en su argumen-
tación las consecuencias de la participación en
la salud de la población. Desde esta perspectiva
la participación es concebida como un medio
técnico, una modalidad que permite el mejor
funcionamiento y aceptación de los programas
de salud. Su inclusión, en este caso, respondería
a diversas necesidades pragmáticas.
Siguiendo este enfoque, encontramos una
amplia variedad de situaciones en donde la
participación comunitaria resultaría a consejable.
El argumento más utilizado señala que ante el
fracaso de los programas diseñados e imple-
mentados sin tomar en cuenta a la comunidad,
la participación comunitaria es una opción que
garantiza mayor efectividad ya que el éxito de
los programas depende de que la comunidad los
sienta como algo propio, responsabilizándose
por el problema y participando en su solución.
También se indica como alternativa cuando las
acciones exclusivamente biológicas no resuel-
ven un problema — p.e. inexistencia de pre-
vención por immunización para una enfermedad
determinada — o cuando los recursos econó-
micos no son suficientes para implementar otro
tipo de medidas (Winch et al. 1991). En este
último caso la participación comunitaria es
concebida como una herranienta para reducir
costos, permitiendo ampliar la cobertura de los
servicios gracias al financiamiento, directo o
indirecto, de los mismos beneficiarios.
La postura de Winch et al. (1991) es un buen
ejemplo de la concepción de la participación
como un medio técnico para la implementación
de los programas. Al hablar del control de
enfermedades transmitidas por vectores con-
sideran que el enfoque más útil es aquél en
donde la participación debe ser negociada entre
el gobierno, el sector privado y los residentes
112 Cad. Saúde Públ., Rio de Janeiro, 10 (1): 111-122, jan/mar, 1994
Bronfman, M. & Gleizer, M.
de la comunidad, dando más peso a los ob-
jetivos definidos por el ministerio de salud. De
esta manera plantean sus diferencias con el
enfoque que denominan “de desarrollo comuni-
tario” en el que se privilegia el punto de vista
de la población y que parece equivalente a la
postura que plantea a la participación como un
fin en sí mismo.
Otro ejemplo lo constituye la posición de la
OMS expresada en la declaración de Alma Ata
(1978). Según ésta, la participación comunitaria
se basa en dos axiomas:
1)que el único camino para superar las limita-
ciones y la inequidad en la distribución de
los recursos para asegurar la meta de Salud
para Todos es el involucramiento de las
comunidades locales en la prevención y el
tratamiento, y
2)que sin el involucramiento y responsabilidad
de la comunidad, los programas fracasarán.
Así concebida, la participación comunitaria
deviene en una estrategia para maximizar la
accesibilidad y disponibilidad de los servicios
(Manderson et al., 1991).
Esta concepción de la participación comunita-
ria como herramienta se piensa a sí misma
como social y políticamente “neutra”. La par-
ticipación es sólo un medio para llegar a un fin:
el mejoramiento de la calidad de salud de la
población a la que se dirige el programa. Al dar
todo el peso a la dimensión sanitaria, no toma
en cuenta los efectos del programa sobre las
dimensiones políticas y sociales relevantes para
la comunidad. Pero la participación nunca es
absolutamente neutra, ni puede ser abstraída del
contexto en el que tiene lugar; siempre tiene
algún efecto sobre la estructura social de la
comunidad, su organización y su capacidad de
acción. Aún cuando el objetivo último del
programa se dirija exclusivamente a incidir
sobre problemas de salud específicos y los
beneficios que se obtengan sean claros y evi-
dentes, al concebir a la participación como una
estrategia sin consecuencias sociales, se corre el
peligro de que el programa tenga efectos negati-
vos sobre otros aspectos de la vida comunitaria.
Puede conducir a consecuencias no esperadas ni
deseadas por los diseñadore del programa;
puede estimular la apatía y la desmovilización
o incrementar la dependencia de la asistencia
externa, resultando, en última instancia, contra-
producente para la calidad de vida de la pobla-
ción (Gwatkin et al., 1979).
El discurso que ignora las consecuencias
políticas y sociales de la participación comuni-
taria tiene además el peligro de esconder a la
tercera de las posiciones señaladas, en donde la
participación esté siendo incorporada en el
programa como excusa para manipular política-
mente a la población.
Cuando los programas tienen objetivos que
van más allá de la resolución de los problemas
de salud de la población como, por ejemplo,
legitimar a quien lo promueve e implemente
(Testa, 1990) — desde el Estado hasta grupos
religiosos —, la participación comunitaria es
concebida e implementada como un instrumento
político. Para quienes comparten esta perspec-
tiva, inclusive las mejoras en la salud constituir-
ían un medio antes que un fin en sí mismo, y la
participación comunitaria se incluiría como
estrategia política, antes ue como herramienta
de utilidad técnica. A diferencia del primer
enfoque — donde también las consecuencias
políticas son privilegiadas frente a las de la
salud — en este caso los efectos que se per-
siguen pueden, incluso, ser ajenos a los intere-
ses de la población. Obviamente, quienes inclu-
yen a la participación comunitaria con estos
objetivos, rara vez lo explicitan en su discurso
y tienden a justificar a la participación por su
utilidad técnica para los programas.
El segundo gran grupo de enfoques es el de
aquellos que rechazan a la participación comu-
nitaria. Aquí también encontramos argumentos
distintos, de acuerdo al criterio que se privilegia
para definir esta posición.
En primer lugar, en esta línea se encuentran
quienes interpretan a la participación comunita-
ria como una excusa para manipular política y
socialmente a la comunidad. Su concepción
coincide con ele último enfoque que acabamos
de describir — la participación como medio
político — pero difiere diametralmente en las
conclusiones a las que arriba: en lugar de
justificarla por su utilidad, cuestionan la inclu-
sión de esta estrategia en los programas por los
efectos negativos que tiene sobre la comunidad.
Ugalde, por ejemplo, analiza el sentido que los
programas de participación comunitaria han
Cad. Saúde Públ., Rio de Janeiro, 10 (1): 111-122, jan/mar, 1994 113
Participación Comunitaria
tenido en América Latina, y concluye que la
misma produjo una explotación adicional de los
pobres por extracción de trabajo no remunera-
do. Además, contribuyó, por medio de la mani-
pulación, al empobrecimiento de su cultura,
erigiéndose en mecanismo de control y coop-
tación de líderes (Ugalde, 1985). Así definida,
la participación comunitaria sería sólo un instru-
mento para legitimar al poder, ejercer control
político y beneficiar intereses ajenos a los de la
población. En su versión más radical, esta
concepción critica indiscriminadamente cual-
quier inclusión de la participación comunitaria
en los programas de salud, dándole a la diver-
sidad de planteamientos con que se ha llevado
a la práctica, un mismo significado.
En segundo lugar encontramos la concepción
que rechaza la inclusión de la participación
comunitaria por considerar que las consecuen-
cias para la salud de los programas que utilizan
esta estrategia son negativas, ofreciendo ser-
vicios de segunda clase y/o de baja calidad, con
personal probemente entrenado y, en general,
con menores recursos materiales y humanos que
los servicios que se ofrecen a los sectores
privilegiados.
Si bien en cada una de estas dos posturas, la
argumentación para rechazar a la participación
se sostiene en uno sólo de los dos criterios, por
lo general ambos planteamientos se presentam
entrelazados: la postura que sostiene Ugalde,
por ejemplo, rechaza a la participación por
considerarla negativa tanto en el nivel político
y social como en el nivel de las consecuencias
para la salud.
Es interesante notar que, en realidad, esta
posición es esclava de una lógica inductiva: a
partir de la crítica a programas determinados se
concluye que inevitablemente todos los progra-
mas con participación comunitaria tienen efec-
tos negativos sobre la comunidad. La crítica a
programas concretos deviene, así, en una posi-
ción maniquea, en donde se rechaza a la par-
ticipación en sí misma y no a formas concretas
de proponerla, planearla e implementarla.
Una tercera posición es la que rechaza a la
participación argumentando que como los
programas de salud con enfoque participativo
tienen que ser “locales” y diferentes de una
región a otra, aumentan sus costos y disminuye
su factibilidad. Esta postura sería el reverso de
la que apoya a la participación por su efec-
tividad para lograr los objetivos de los progra-
mas, considerando que las dificultades son
mayores que los beneficios y que, en última
instancia, obstaculizan la extensión de la salud
a la población.
La distancia que asumen las posiciones resul-
tantes de cada uno de los dos criterios básicos
que utilizamos para clasificar a las distintas
posturas permiten que un mismo fenómeno sea
interpretado de manera distinta. En el nivel de
las consecuencias políticas de la participación,
por ejemplo, la construcción de una clínica
llevada a cabo por organizaciones democráticas
de los miembros de una comunidad puede ser
interpretada como: a) una conquista para rom-
per con viejas prácticas como el paternalismo
(Castellanos, 1979); o, b) como una explotación
del trabajo de la comunidad para eludir obliga-
ciones que debe cumplir el Estado (Ugalde,
1985).
Lo paradójico de esta situación es que ambas
interpretaciones se originan en la misma cor-
riente política: desde la izquierda se argumenta
a favor y en contra de la participación en
función de los mismos objetivos de mejorar las
condiciones de vida de los grupos menos favo-
recidos. Evidentemente, la construcción de la
clínica puede ser tanto una conquista como una
explotación de la comunidad, dependiendo de la
forma en que la participación se implementa en
la práctica. No es cierto que cualquier forma de
participación trae implícitas ventajas para la
organización política y social de la comunidad,
ni tampoco que genera necessariamente con-
secuencias negativas para la misma. De hecho,
ambas concepciones aceptam, en algún grado,
que las consecuencias políticas y sociales de la
participación comunitaria pueden ser — aunque
sea excepcionalmente — distintas a como las
imaginan y que no existe necesariamente una
relación biunivoca entre la participación y sus
efectos.
La postura favorable a la participación critica
a programas específicos donde ésta tiene un
significado distinto al propuesto. Esta posición
implica distinguir dos niveles: qué es y qué
debe ser la participación comunitaria. Por su
parte, la postura contraria a la participación
también acepta que ésta puede ser positiva en
determinadas situaciones. Por ejemplo, aún
114 Cad. Saúde Públ., Rio de Janeiro, 10 (1): 111-122, jan/mar, 1994
Bronfman, M. & Gleizer, M.
cuando sostenga que la participación comunita-
ria en sociedades estratificadas es sinónimo de
explotación, Ugalde rescata las experiencias de
participación de Cuba y Nicaragua.
Algo similar sucede cuando comparamos las
posiciones extremas en la dimensión de las
consecuencias para la salud: hay ejemplos que
sustentan la posición que ve a la participación
como una forma de extender la salud a toda la
población, y también los hay para sustentar la
que la concibe como una forma de brindar
servicios de bajo nivel a los grupos desfavoreci-
dos socialmente. Inclusive, podemos encontrar
situaciones que expresen ambos extremos
simultáneamente. Este es el caso cuando los
servicios que ofrece el programa son de baja
calidad en relación a otros servicios existentes
o a las posibilidades que ofrece la tecnología
disponible, pero aún así representa una ventaja
para la población frente a la situación sobre la
que se interviene.
La relación entre la participación comunitaria,
sus consecuencias sociales y políticas y sus
efecto sobre la salud dependen de las formas
que la participación adquiera en la práctica. Es
necesario, por tanto, tener claro, cuando se
propone incluir a la participación en programas
de salud, cuáles son los efectos que se espera
tenga la participación y cómo se va a impleme-
ntar para que, efectivamente, tenga los efectos
esperados y exista correspondencia entre la
concepción y la práctica de la participación.
Desde nuestra perspectiva, es importante
considerar que la participación comunitaria
tienen tanto efectos sobre los programas en
términos de sus resultados en el área de la
salud de la comunidad como sobre la vida
social y política de la misma, y ambos aspectos
deben ser considerados al evaluar su inclusión
en los programas. En ninguno de los dos nive-
les la participación es neutra, y en ambos puede
tener efectos positivos o negativos. Por ello
creemos que la participación comunitaria debe
incluirse en los programas cuando cumpla
simultáneamente con dos objetivos explícitos:
debe ser efectiva desde el punto de vista de la
salud y positiva desde el punto de vista de la
vida social de la comunidad. Esto implica, para
la primera dimensión, que la participación
comunitaria debe formar parte de los programas
cuando la población reciba como resultado
claros beneficios de salud y, para la segunda,
que debe resultar una experiencia enriquecedora
en términos del aprendizaje para resolver de
forma autogestiva otras necesidades de la
comunidad.
Un último aspecto a considerar en términos
de la conceptualización de la participación
comunitaria nos parece de crucial importancia:
en la decisión de incluir o no dentro de un
programa de salud a la participación comunita-
ria no participa la propia comunidad. Hay pocas
excepciones a esta regla y una de ellas es la
experiencia relatada por McKnight (1978) en
Chicago, donde es la comunidad quien solicita
el programa. En este caso, una orgainzación
comunitaria de un barrio de población negra de
bajos recursos, decidió tomar el control sobre
los dos hospitales de la zona que les negaban el
servicio. Después de varios años de ejercer este
control, decidieron evaluar los resultados de su
acción encontrando que no había habido cam-
bios signficativos como consecuencia de la
misma. A partir de estos resultados, la or-
ganización solicitó a un centro de investigación
un estudio que permitiera explicar lo que había
sucedido y que los orientara sobre cuáles pod-
ían ser medidas efectivas para mejorar la salud
de los miembros de la comunidad. El estudio
señaló como principales causas de hospitaliza-
ción a una serie de problemas — accidentes
automovilísticos, ataques interpersonales, otros
accidentes, malestares respiratorios, alcoholis-
mo, drogadicción y mordeduras de perros —
que, en realidad, eran en su mayoría problemas
sociales antes que enfermedades y que, por ello,
excedían al buen funcionamiento de los hospita-
les. En consecuencia, la organización comunita-
ria llevó a cabo un cierto número de acciones
para combatir las causas de la hospitalización.
Entre éstas, destacan la captura de perros cal-
lejeros, cambios en la vialidad para evitar
accidentes y la construcción de invernaderos en
los techos para el cultivo de hortalizas que
mejoraran su nutrición. Varios fueron los resul-
tados de estas actividades. En primer lugar, la
gente comprendió que sus acciones cotidianas,
antes que el funcionamiento hospitalario, deter-
minan su salud. Por otro lado fortalecieron a su
organización, involucrando a más miembros en
sus actividades y, por último, la construcción de
los invernaderos se reveló útil no sólo para
Cad. Saúde Públ., Rio de Janeiro, 10 (1): 111-122, jan/mar, 1994 115
Participación Comunitaria
solucionar el problema de salud, sino también
otros problemas económicos y sociales, al
involucrarse en su cuidado a los ancianos del
asilo de la comunidad.
Sin embargo, con mucha mayor frecuencia,
especialmente en Latinoaméric, la decisión
sobre la participación comunitaria se decide
“desde fuera”, y la participación que se solicita
está frecuentemente sujeta a un programa
predefinido (Manderson et al., 1991).
De Roux et al. (1990) señalan al respecto que
si la participación social en su sentido más
amplio es un proceso complejo inherente a la
dinámica de toda sociedad, la idea de que la
participación es un proceso susceptible de
estimularse desde afuera, y que la mayor o
menor movilización de la comunidad puede ser
manipulada por agentes externos, es un concep-
to relativamente moderno.
Para compensar, de alguna manera, la situa-
ción paradójica que se presenta cuando la
participación comunitaria no es propuesta por la
comunidad, varios autores sostienen la necesi-
dad de transferir conocimientos de salud hacia
la población. De esta manera su capacidad de
decisión sobre la participación en los programas
tendría un real sustento técnico (Manderson et
al., 1991). Esto no significa convertir a toda la
población en médicos, ni que cada decisión
respecto a la salud deba ser tomada en una
asamblea (Castellanos, 1979). Los conocimien-
tos a transferir deben ser operativos, permitien-
do a la comunidad definir sus prioridades al
tiempo que se reconoce la validez de su punto
de vista y de su percepción e interpretación de
los fenómenos de salud como ingrediente básico
para la elaboración de una visión coletiva y se
articula el saber popular con elementos del
pensamiento científico y técnico (De Roux et
al., 1990).
FORMAS DE LA
PARTICIPACIÓN COMUNITARIA
La segunda dificultad para definir a la par-
ticipación comunitaria es que, además de la
variedad de conceptualizaciones coexistentes,
las formas que adopta en la práctica son múl-
tiples y diversas. Estas pueden ser clasifica-
das según características correspondientes a
distintas dimensiones, entre las cuales destacan
las siguientes:
a)el aspecto, etapa o momento del programa
en el cual la comunidad participa;
b)los mecanismos a través de los cuales se
propone la participación;
c)el horizonte temporal de la participación; y
d)el tipo de acciones que realiza la comunidad.
En la primera dimensión encontramos distin-
tas combinaciones de una variedad de estrate-
gias posibles. Así, la participación puede darse
(Manderson et al., 1991).
• sólo en la discusión;
• en la toma de decisiones en varios niveles
(desde la definición de los mecanismos para
el involucramiento de la comunidad, hasta el
manejo de recursos);
• en el entrenamiento;
• en la ejecución de las tareas;
• sólo en la utilización de los servicios.
En términos de los mecanismos una primera
distinción puede encontrarse entre los progra-
mas que proponen a la participación de indivi-
duos aislados y los que buscan que los miem-
bros de las comunidades realicen acciones
grupales a través de organizaciones. El primer
modelo da origen a la clásica figura del “pro-
motor de salud” con dos opciones: que los
“promotores” sean elegidos por la comunidad o
por los responsables del proyecto. El segundo
modelo propone el no menos popular “comité
de salud” que puede crear nuevas instancias por
y para el programa de salud, o puede apoyarse
en instituciones existentes en la comunidad.
En relación al horizonte temporal, encontra-
mos diferencias entre los programas que propo-
nen una participación permanente y aquellos
donde la participación se circunscribe a per-
íodos de tiempo limitados.
Por último, en términos del tipo de acciones
que realiza la comunidad, la variedad es enorme
y depende de los objetivos del programa: hacer
letrinas, vacunar a los niños, distribuir medica-
mentos, etc.
Tres criterios aparecen como los más impor-
tantes para optar por alguma de las alternativas
116 Cad. Saúde Públ., Rio de Janeiro, 10 (1): 111-122, jan/mar, 1994
Bronfman, M. & Gleizer, M.
— o sus posibles combinaciones — señaladas
para cada dimensión:
a) el tipo de concepción sobre participación
comunitaria;
b) los objetivos específicos del programa, y
c) las características sociales, culturales, políti-
cas y económicas de la comunidad donde éste
se lleve a cabo.
Si bien los tres criterios actúan simultánea-
mente, tienen distinto peso para definir la toma
de decisiones sobre cada dimensión. Algunos
ejemplos de programas concretos nos permitirán
ilustrar su relación con la clasificación propues-
ta.
En primer lugar, la concepción de participa-
ción comunitaria que compartan los diseñadores
del programa parece tener un fuerte lugar en la
decisión sobre el aspecto en que se solicita la
participación de la comunidad: la postura que
plantea a la participación como una necesidad en
sí misma por sus efectos democratizadores sobre
la sociedad, tiende a proponer el involucramiento
de la población en el mayor número de aspectos,
mientras que quienes la conciben de una manera
más pragmática, tienden a proponerla de forma
más limitada.
Un ejemplo del primer caso lo constituye el
programa para la erradicación de diarrea infantil
llevado a cabo en La Pampa, Argentina. En este
programa, con el objeto de “aproximarse al
conocimiento y experiencias con que los sectores
populares enfrentan y resuelven los problemas
cotidianos de la salud y la enfermedad, la per-
cepción de la diarrea y las formas de autoayuda
y de solidaridad” y de buscar “el fortalecimiento
de las acciones existentes para el desarrollo del
cuidado de la propia vida y dela comunidad”, se
involucró a la población en el diagnóstico del
problema, la elaboración de propuestas para la
transformación de situaciones concretas y en la
realización de las acciones (Di Liscia & Novaco-
vsky, 1988).
La segunda situación puede ejemplificarse con
un programa de administración masiva de medi-
camentos realizado en Kenia para controlar la
filariasis. En este caso, la distribución de los
fármacos se realizó a través de personal local no
médico, como una estrategia para conseguir
mayor aceptación del programa y reducir los
costos resultantes de que las tareas fueran reali-
zadas por personal con entrenamiento médico
(Wijers & Kaleli, 1984).
La relación entre concepción de participación
comunitaria y propuesta concreta de la misma,
dista mucho, sin embargo, de ser biunivoca y su
correspondencia no siempre resulta tan clara.
Encontramos casos en los que la participación es
indicada exclusivamente como una herramienta
para asegurar los resultados de los programas y
en los que es muy amplia, y otros en donde el
discurso de la participación no corresponde con
la forma que ésta adquiera en la práctica. Un
ejemplo del primer caso es el programa de
control de malaria llevado a cabo en Pondicher-
ry, India, donde se ayudó primero a solucionar
problemas considerados como apremiantes por la
población — agua potable y accesso a la atención
médica — para obtener la aceptación y par-
ticipación de la comunidad en el programa
(Rajagopalan & Panicker, 1984). Un ejemplo del
segundo caso lo constituye una experiencia
realizada con los mineros de Real del Monte y
Pachuca en México, donde detrás de un discurso
sobreideologizado sobre el trabajo conjunto, los
obreros se limitaron a recibir atención médica y
aceptar algunas sugerencias de incluir en sus
demandas cuestiones relacionadas con la salud
(Gutiérrez, 1981).
La concepción sobre la participación comuni-
taria también influye sobre la elección del meca-
nismo para lograrla. Por ejemplo, Gonzalez de la
Torre (1984), a partir de su experiencia en la
implementación de programas de salud en
Chiapas, México, sostiene que el comité de
salud es una instancia preferible al promotor de
salud, ya que evita la acumulación de conocimi-
entos en una sola persona — con los consecuen-
tes abusos potenciales que ésto puede significar
— y permite la participación activa y crítica de
la problación en los programas.
La postura que privilegia las consecuencias
políticas y sociales de la participación, tiende a
apoyar, como consecuencia lógica de su con-
cepción, la promoción de la participación a
través de organizaciones ya existentes en la
comunidad. En el caso en que se creen comités
de salud o se opte por promotores de salud, esta
postura se inclina porque su elección sea reali-
zada democráticamente por la población.
Sin embargo, tampoco en este caso la relación
entre concepción de la participación y mecanis-
mo propuesto es mecánica y es posible llegar a
Cad. Saúde Públ., Rio de Janeiro, 10 (1): 111-122, jan/mar, 1994 117
Participación Comunitaria
conclusiones similares a las expuestas desde
una perspectiva más pragmática, que busque el
mejor modelo para asegurar el éxito del progra-
ma.
En una evaluación sobre distintas experiencias
de participación comunitaria en América reali-
zado por la OPS, el trabajo de Colombia con-
cluye, por ejemplo, que es preferible el uso de
organizaciones comunitarias existentes como
mecanismos para la participación comunitaria,
ya que imponer la formación de un sistema de
comités de salud comunitarios y municipales
jerárquicos puede restringir la participación a
pequeños grupos y crear problemas para in-
tegrar a la comunidad en proporciones más
amplias. Este mismo trabajo señala que el
hecho de que la mayoría de los promotores de
salud sean pagados y supervisados por el sis-
tema de salud, aún habiendo sido seleccionados
de y por la comunidad, tienden a separarlos de
la comunidad y a identificarlos totalmente con
el sistema formal: se convierten en el personal
de salud de más bajo nivel antes que en un
vínculo con la comunidad. El texto concluye
que para que el promotor de salud sea un lazo
efectivo con la comunidad, éste debe ser res-
ponsable, en primer lugar, ante la comunidad.
Aún cuando el sistema de salud provea la
supervisión técnica, la comunidad debe ser
capaz de evaluar el desempeño del promotor y
reemplazar a un promotor inefectivo (PAHO,
1984).
El segundo de los criterios mencionados —
las características del programa de salud en
cuestión — también ocupa un lugar importante
en la difinición del mecanismo de participación
más apropiado. En varios países de América
Latina, por ejemplo, se han puesto en prática
programas de capacitación para parteras empíri-
cas (PAHO, 1984). Evidentemente, en este caso
la participación se restringe a individuos que
cumplen con funciones determinadas en la
comunidad. La creación de un comité no ten-
dría mucho sentido.
Por último, las características de la comuni-
dad donde se desrrolle el programa hacen a
determinados mecanismos más factibles que a
otros. Por ejemplo, la comunidad puede no
contar con organizaciones activas, por lo que
crear organizaciones por iniciativa del programa
puede resultar la única alternativa.
En términos de definir la temporalidad de la
participación y el tipo de tareas que se solicita
a la comunidad, uno de los criterios con mayor
peso es el tipo de programa de salud del que se
trate.
Con respecto a la primer característica, pode-
mos identificar programas de largo plazo, que
requieren instancias de participación más per-
manentes — como el de Salud Comunitaria
implementado en Panamá, donde la par-
ticipación se realiza a través de “Comités de
Salud” establecidos en cada comunidad (La
Forgia, 1985) — y aquéllos que tienen objeti-
vos más concretos, y son proyectos a más corto
plazo, como los de control de enfermedades
tropicales, donde la participación se circuns-
cribe a un período de tiempo limitado.
Las tarea y acciones emprendidas por la
comunidad también varían acuerdo al tipo de
problema de salud que se pretende solucionar.
Por ejemplo, Gordon (1988) argumenta que en
el caso del dengue, los recipientes de agua
artificiales proveen un lugar ideal para la repro-
ducción del vector, por lo que la participación
debe ser orientada a los esfuerzos individuales
de las amas de casa para eliminar estos sitios
requiriéndose estrategias educativas para modi-
ficar conductas individuales antes que alentar
actividades comunales. En contraste, este autor
señala que los proyectos para control de la
malaria requieren programas de participación
colectiva, porque los sitios de procreación del
vector son espacios comunes y públicos, como
lagunas y charcos, en donde las actividades
deben ser llevadas a cabo por instancias or-
ganizadas de miembros de la comunidad.
Por último, las características sociales, cul-
turales, económicas y políticas de la comunidad
también definen las posibilidades y formas de
la participación. Por ejemplo, en Cuba, la
situación postrevolucionaria implicó una mayor
participación de la comunidad en el sistema de
salud en general (PAHO, 1984). La participa-
ción también puede ser moldeada por los even-
tos cotidianos de la comunidad, por ejemplo,
puede tener menor envergadura en los períodos
de mayor actividad agrícola. Pero sobre todo,
118 Cad. Saúde Públ., Rio de Janeiro, 10 (1): 111-122, jan/mar, 1994
Bronfman, M. & Gleizer, M.
las características de la comunidad afectan los
resultados que tenga en la práctica el modelo de
participación comunitaria propuesto por un
programa de salud determinado.
Así como la relación entre la concepción sobre
la participación comunitaria y la propuesta
concreta de la misma no es biunivoca, tampoco
hay una correlación clara entre distintos mode-
los y sus resultados. La historia de éxitos en
conseguir metas a través de la acción comunita-
ria, la existencia de estructuras sociales a través
de las cuales la participación puede ocurrir, el
nivel de educación, la concentración espacial y
el transporte, la presencia de líderes, son al-
gunas de las características comunitarias que
parecen favorecer la práctica de la par-
ticipación. Por el contrario, la falta de homoge-
neidad social, profundas divisiones económicas
y políticas y la creencia de que la salud es sólo
terreno de expertos o que la responsabilidad
recae exclusivamente en el Estado, son algunas
de las características que parecen obstaculizar
las posibilidades de la participación comunita-
ria.
EL PAPEL DE LA INVESTIGACIÓN
Una premisa ampliamente aceptada es la
necesidad de adaptar los programas a las carac-
terísticas sociales, culturales, económicas y
políticas de cada comunidad como condición
para su desarrollo exitoso. Esto implica tener un
amplio conocimiento sobre la comunidad para
poder tomar las decisiones adecuadas y per-
tinentes. De otra manera, inclusive las con-
sideraciones metodológicas pueden parecer
contradictorias: ¿es conveniente respetar la
organización de la comunidad, fortaleciendo y
consolidando sus propias instancias para la
participación (Castellanos, 1979), o — como se
sugiere en otros casos — no reforzar estructuras
de explotación existentes brindando ayuda a
través de quienes controlan las organizaciones,
legitimando y beneficiando sólo a los más
poderosos (Gwatkin et al., 1979; PAHO, 1984)?
Adaptar y modificar los programas a la
realidad comunitaria, tomando en cuenta, ade-
mas, el contexto regional, nacional e internacio-
nal donde ésta se sitúa requiere partir de una
investigación previa al diseño del programa.
En la metodología de las ciencias sociales ha
habido una larga discusión sobre las ventajas y
desventajas de las estrategia cualitativas y
cuantitativas y sobre las ventajas de unas u
otras en relación a los objetivos de la inves-
tigación.
Sin embargo, hay un aparente consenso sobre
la utilidad de las técnicas cualitativas en las
investigaciones orientadas a lograr la adaptación
de los programas de salud a las características
particulares de cada comunidad (Winch &
Hudelson, 1991; PAHO, 1984) ya que éstas
permiten aprehender los procesos y las comple-
jas relaciones que constituyen el cuerpo social.
Los trabajos de Scrimshaw & Hurtado (1987) y
Chamber (1985) son buenos ejemplos de cómo
puede utilizarse estas herramientas.
Las técnicas cualitativas permiten obtener la
información necesaria para el diseño del con-
tenido y de la forma de los programas. En
cuanto al contenido, al reconstruir la percep-
ción y representación social de la enfermedad,
los conocimientos, las prácticas y experiencias
y las rescatar el lenguaje propio de la comuni-
dad, permiten estabelecer um diálogo auténtico
sobre el problema. En cuanto a la forma, al
brindar datos sobre los tipos de organización,
las costumbres y la dinámica de la comunidad,
permiten proponer un tipo de participación
comunitaria coherente con el contexto. Simul-
táneamente, la información sobre la vida social
de la comunidad permite plantear una forma de
participación comunitaria que, más allá de los
objetivos del programa, resulte una experiencia
auténticamente enriquecedora para todos los
miembros de la comunidad.
Las ciencias sociales al incorporarse a los
programas de salud con participación comunita-
ria no deben limitarse sólo a aportar los datos
necesarios para la mejor instrumentación de la
misma como estrategia de acción (De Almeida
& Silva, sin fecha); deben brindar también una
interpretación sobre la forma en que el progra-
ma afecta la productividad y la estructura social
de la comunidad. Además de las contribuciones
que puedan realizar par una efectiva adecua-
ción de los programas a las condiciones locales,
deben vincular los problemas de salud con el
contexto global de la comunidad, y evaluar el
impacto que sobre ésta puede tener un tipo de
participación determinada.
Cad. Saúde Públ., Rio de Janeiro, 10 (1): 111-122, jan/mar, 1994 119
Participación Comunitaria
COMENTARIOS FINALES
La revisión de la literatura sobre participación
comunitaria nos permite concluir que bajo el
mismo nombre se agrupan fenómenos muy
heterogéneos. Para comprender su diversidad
necesitamos, en primer lugar, distinguir la
existencia de distintos niveles: la concepción
global sobre la utilidad y pertinencia de la
participación comunitaria, el modelo de par-
ticipación propuesto y la forma en que este
modelo es lleva a cabo en la práctica. En cada
uno de estos niveles encontramos, como hemos
descrito, diferentes posiciones y propuestas.
Esto dificulta la posibilidad de realizar una
evaluación global sobre el uso de este recurso
en los programas de salud, obligando, antes de
realizar cualquier tipo de consideración, a
caracterizar de qué tipo de participación se
trata.
Aún así, conviene hacer algunos comentarios
sobre ciertos problemas generales que se pre-
sentan independientemente de la posición
adoptada para cada uno de los niveles señala-
dos. Estos se refieren al paso de un nivel a otro
y a la articulación entre niveles. Como se
analizó en el trabajo, concepciones distintas
sobre la participación pueden proponer modelos
de participación semejantes y, por el contrario,
concepciones semejantes pueden resultar en
modelos muy distintos. Aún cuando, como
hemos visto, existe una importante relación
entre ambos aspectos, la naturaleza de la rela-
ción es frecuentemente poco clara o directa-
mente confusa. Sólo si las propuestas hacen
explícita su concepción sobre participación
comunitaria y el proceso por el cuál optaron por
un determinado modelo de participación puede
evaluarse la coherencia con lo que realizan en
la práctica.
Por otro lado, cuando se trata de adaptar
modelos generales a programas y situaciones
concretas, las dificuldades emergen con más
fuerza. Aún cuando existe cada día mayor
reconocimiento del papel que la investigación
sobre las características sociales, culturales,
políticas y económicas de la comunidad puede
ofrecer para la implementación de los progra-
mas, es todavia necesario el desarrollo de
estrategias que faciliten la utilización de los
datos generados por estos estudios, especial-
mente cuando van a ser utilizados por personal
formado en disciplinas distintas a las ciencias
sociales.
A pesar de la variedad de experiencias exis-
tentes, continúan sin respuesta algunas pregun-
tas básicas sobre la forma operativa de imple-
mentar la participación comunitaria en los
sistemas nacionales de salud: ¿Cómo solucionar
las contradiciones existentes entre la orien-
tación y estructura de la mayoría de los sis-
temas de salud gubernamentales, y las con-
diciones necesarias para la participación comu-
nitaria?; ¿cómo conciliar las prioridades comu-
nitarias con las de los profesionales de la salud
cuando éstas no coinciden?; ¿cómo trasladar
experiencias piloto exitosas a programas regio-
nales o nacionales (Gwatkin et al., 1979;
PAHO, 1984)?
Por sobre todas las otras, la pregunta esencial
que hay que responder es acerca del carácter
necesario dela participación comunitaria en el
mejoramiento de la calidad de la salud de los
habitantes. A pesar de ser señalada como ele-
mento clave para el éxito de los programas de
salud, la mejora del nivel de salud de la pobla-
ción como consecuencia de la participación
comunitaria continúa siendo un resultado am-
biguo y dudoso (Ugalde, 1985; De Roux et al.,
1990). De hecho, puede no ser necesaria o
indicada en todos los casos. Esta situación
refleja uno de los problemas que aparece en la
mayor parte de los trabajos revisados la falta
de criterios claros para evaluar los resultados de
los programas de salud, y si éstos pueden
interpretarse como efecto de la participación
comunitaria (Gwatkin et al., 1979). Altman
sugiere que la pregunta básica sobre la efec-
tividad del programa, debe dividirse en pregun-
tas más significativas y concretas. Este autor
propone que la evaluación debería hacerse sobre
tres aspectos diferentes: el proceso del progra-
ma, los efectos fisiológicos, psicológicos y
sociales y la relevancia social del mismo en
términos de costo-efectividad y utilización y
generalización de los resultados (Altman, 1986).
Podemos agregar, a estos aspectos, la necesidad
de evaluar el éxito de la participación comuni-
taria en sí misma, más allá de su impacto sobre
la salud, examinando sus efectos en la vida
social de la comunidad, analizando sus con-
secuencias para promover la autonomia y la
120 Cad. Saúde Públ., Rio de Janeiro, 10 (1): 111-122, jan/mar, 1994
Bronfman, M. & Gleizer, M.
democratización. El desarrollo de técnicas de
evaluación adecuadas es uno de los retos impor-
tantes a los que deben responder los programas.
El segundo reto, si finalmente se concluye
que la participación comunitaria debe formar
parte de los programas, es buscar cómo imple-
mentar una participación que realmente respon-
da a la propuesta con la cual se la incluye en
los programas, es decir su coherencia. Las
experiencias de participación exitosas señalan
que cuando la participación comunitaria se
propone respetando la estructura organizativa de
la comunidad y brindando posibilidades de
crecimiento a sus miembros, pueden alcanzarse
altos grados de participación e involucramiento.
La salud no es un fenómeno aislado de la
realidad comunitaria. Cuando la propuesta de
participación integra los objetivos en salud con
beneficios en otras áreas de la vida de la comu-
nidad, ambos aspectos se enriquecen mutua-
mente, ampliando las posibilidades de éxito de
los programas.
Sin embargo, a pesar de que éstas son in-
dicaciones generales que orientan la dirección
que deben tomar futuros trabajos, quedan aún
sin responder las preguntas de carácter operativo.
Es necesario trabajar con mayor intensidad
en los aspectos relacionados con la implemen-
tacion de los programas, recuperar experiencias
y buscar estandarizar, hasta donde sea posible,
una metodología que garantice la mayor cor-
respondencia entre la intenciones y los resul-
tados.
RESUMEM
BRONFMAN, M. & GLEIZER, M.
Participación Comunitaria: Necesidad,
Excusa o Estrategia? O de qué Hablamos
Cuando Hablamos de Participación
Comunitaria. Cad. Saúde Públ., Rio de
Janeiro, 10 (1): 111-122, jan/mar, 1994.
El presente trabajo evalúa la estrategia de
incluir a la participación comunitaria en los
programas de atención y promoción a la
salud, considerando tres dimensiones: la
pertinencia de la prática, las características
de su impementación y los resultados que
genera.
Realizando una revisión crítica de la
bibliografia sobre el tema, se llega a la
conclusión de que bajo el término
“participación comunitaria” se agrupan
propuestas muy heterogéneas. Esto obliga,
antes de cualquier consideración, a especificar
de qué tipo de participación comunitaria se
trata. Se propone una clasificación de las
diferentes prácticas que se agrupan bajo este
nombre, según los siguientes criterios: 1) Las
concepciones teóricas e ideológicas que la
sustentan, 2) los aspectos en que se propone
implementar y las áreas sobre las que
pretende influir y 3) las modalidades que
adopta en la práctica. Se analizan la
articulación existente entre estos tres aspectos.
Por último, se considera el papel de la
investigación social y de la metodología
cualitativa en la implementación de la
participación comunitaria en programa de
atención a la salud y se examinan los retos
que debe enfrentar la propuesta general —
más allá de sus diferencias de concepción e
implementación — para que la estrategia se
desarrolle exitosamente.
Palavras-Chave: Participación Comunitaria;
Programas de Promoción a la Salud
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ana,16-21demarzo.
122 Cad. Saúde Públ., Rio de Janeiro, 10 (1): 111-122, jan/mar, 1994
Bronfman, M. & Gleizer, M.

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Participación Comunitaria: ¿Necesidad, Excusa o Estrategia?

  • 1. Cad. Saúde Públ., Rio de Janeiro, 10 (1): 111-122, jan/mar, 1994 111 ARTIGO / ARTICLE Participación Comunitaria: Necesidad, Excusa o Estrategia? O de qué Hablamos Cuando Hablamos de Participación Comunitaria Community Participation: Need, Excuse, or Strategy? What are We Talking About When We Refer to Community Participation? Mario Bronfman1 Marcela Gleizer1 BRONFMAN, M. & GLEIZER, M. Community Participation: Need, Excuse, or Strategy? What are We Talking About When We Refer to Community Participation? Cad. Saúde Públ., Rio de Janeiro, 10 (1): 111-122, Jan/Mar, 1994. This paper evaluates the strategy of including community participation in health care and health promotion programs, taking into account three dimensions: the pertinence of the practice, the characteristics of its implementation, and the results generated by it. After doing a critical review of the bibliography on the issue, we came to the conclusion that many heterogeneous programs are grouped under the term “community participation”. This requires a specification of what king of community participation is being talked about. As a consequence, the study proposes a classification of the different practices grouped under this heading. The following criteria were used in the classification: 1) theoretical and ideological conceptions underlying the practice of community participation; 2) aspects to be implemented and subjects to be influenced by intervention; and 3) forms that community participation takes in practice. The study also analyzes the articulation between these three aspects. Finally, the role of social research and qualitative methodology in the implementation of community participation for health care programs is considered. The study also considers challenges that overall proposals must face in order for strategies to develop successfully, beyond their differences in conception and implementation. Key words: Consumer Participation; Health Promotion INTRODUCCIÓN La inclusión de la participación comunitaria en los programas de salud no es una práctica novedosa. Implica la incorporación de la pobla- ción o de sectores de ella, en grados y formas variables, a alguna actividad específica relacio- nada con la salud. Sin embargo, al igual que otros conceptos, el de “participación comunita- ria” no denota siempre al mismo objeto. Revi- sando la literatura sobre el tema, encontramos que bajo el mismo nombre se incluyen: 1) distintas concepciones sobre el sentido de la incorporación de la comunidad en el diseño y desarrollo de programas de salud, y 2) distintas formas y niveles en los que la participación comunitaria se lleva a cabo. Ambos aspectos, como luego trataremos de demostrar, están íntimamente relacionados. EL SENTIDO DE LA PARTICIPACIÓN COMUNITARIA Las posiciones acerca e la inclusión de la participación comunitaria en los programas de salud son diversas e, inclusive, contradictorias. 1 Secretaría de Salud (Estados Unidos Mexicanos). FCO. de P. Miranda # 177 Piso 4. Unidad Plateros, 01 480, Mexico, DF.
  • 2. Simplificando, podemos distinguir dos posici- ones extremas – la que apoya la inclusión de la participación en los programas y la que la rechaza – y dos criterios o dimensiones prin- cipales para justificar esas posiciones: el que enfatiza las consecuencias políticas y sociales y el quepone el eje en las consecuencias para la salud de la participación comunitaria. El peso que cada criterio recibe en la argumentación y la forma en que ambos se articulan en la misma permiten organizar al interior de las categorías de aceptacion y rechazo diversas concepciones sobre la participación comunitaria identificadas en la literatura. Dentro de la posición favorable a la inclusión de la participación comunitaria encontramos tres concepciones básicas: 1) la que privilegia en su argumentación los aspectos políticos y sociales de la participación, concibiéndola como una actividad necesaria por sus efectos democratiza- dores sobre la sociedad; 2) la que privilegia en su argumentación las consecuencias para la salud de problación, concibiendo a la participa- ción como una estrategia que brinda mayores posibilidades de éxito a los programas; y 3) la que bajo una argumentación de apoyo a la participación por sus efectos en el nivel de la salud esconde una intención de manipulación en el nivel de lo social y lo político. El primer enfoque concibe a la participación comunitaria como una forma de resolución de los problemas de salud que, al ser autogestiva, brinda a la comunidad autosuficiencia e in- dependencia, aumentando su nivel de autonom- ía. Resolver de esta manera los problemas de salud tiene un “efecto de demonstración” y significa un aprendizaje para la resolución de otros problemas que aquejan a la comunidad. De Roux et al. (1990) señalan que “la partici- pación social así definida, tiene implicaciones políticas que rebasan el marco de la atención a la salud, por cuanto significa el ejercicio de poder y como tal, (el) fortalecimiento de la sociedad civil y de la democracia de base (...), (lo que) constituye una finalidad en sí misma si se la considera como una condición inherente a la democracia real (...) (y) equivale al proceso de reapropiación por la problación, del conjunto de instrumentos que regulan la vida social y los servicios que presta”. Según esta posición, el involucramiento de la comunidad en actividades de salud tiene su objetivo último no sólo en la solución del problema de salud específico, sino en el desarrollo de la comunidad como un todo, con énfasis en la autosuficiencia y asumiendo las respuesta a las necesidades tal como las articula la misma comunidad (Winch et al., 1991). En este modelo, la participación comuni- taria se plantea como un fin en sí mismo y es siempre deseable, independientemente de su impacto en la salud, siempre y cuando se eleven los niveles de organización y conciencia de la comunidad. El segundo enfoque enfatiza en su argumen- tación las consecuencias de la participación en la salud de la población. Desde esta perspectiva la participación es concebida como un medio técnico, una modalidad que permite el mejor funcionamiento y aceptación de los programas de salud. Su inclusión, en este caso, respondería a diversas necesidades pragmáticas. Siguiendo este enfoque, encontramos una amplia variedad de situaciones en donde la participación comunitaria resultaría a consejable. El argumento más utilizado señala que ante el fracaso de los programas diseñados e imple- mentados sin tomar en cuenta a la comunidad, la participación comunitaria es una opción que garantiza mayor efectividad ya que el éxito de los programas depende de que la comunidad los sienta como algo propio, responsabilizándose por el problema y participando en su solución. También se indica como alternativa cuando las acciones exclusivamente biológicas no resuel- ven un problema — p.e. inexistencia de pre- vención por immunización para una enfermedad determinada — o cuando los recursos econó- micos no son suficientes para implementar otro tipo de medidas (Winch et al. 1991). En este último caso la participación comunitaria es concebida como una herranienta para reducir costos, permitiendo ampliar la cobertura de los servicios gracias al financiamiento, directo o indirecto, de los mismos beneficiarios. La postura de Winch et al. (1991) es un buen ejemplo de la concepción de la participación como un medio técnico para la implementación de los programas. Al hablar del control de enfermedades transmitidas por vectores con- sideran que el enfoque más útil es aquél en donde la participación debe ser negociada entre el gobierno, el sector privado y los residentes 112 Cad. Saúde Públ., Rio de Janeiro, 10 (1): 111-122, jan/mar, 1994 Bronfman, M. & Gleizer, M.
  • 3. de la comunidad, dando más peso a los ob- jetivos definidos por el ministerio de salud. De esta manera plantean sus diferencias con el enfoque que denominan “de desarrollo comuni- tario” en el que se privilegia el punto de vista de la población y que parece equivalente a la postura que plantea a la participación como un fin en sí mismo. Otro ejemplo lo constituye la posición de la OMS expresada en la declaración de Alma Ata (1978). Según ésta, la participación comunitaria se basa en dos axiomas: 1)que el único camino para superar las limita- ciones y la inequidad en la distribución de los recursos para asegurar la meta de Salud para Todos es el involucramiento de las comunidades locales en la prevención y el tratamiento, y 2)que sin el involucramiento y responsabilidad de la comunidad, los programas fracasarán. Así concebida, la participación comunitaria deviene en una estrategia para maximizar la accesibilidad y disponibilidad de los servicios (Manderson et al., 1991). Esta concepción de la participación comunita- ria como herramienta se piensa a sí misma como social y políticamente “neutra”. La par- ticipación es sólo un medio para llegar a un fin: el mejoramiento de la calidad de salud de la población a la que se dirige el programa. Al dar todo el peso a la dimensión sanitaria, no toma en cuenta los efectos del programa sobre las dimensiones políticas y sociales relevantes para la comunidad. Pero la participación nunca es absolutamente neutra, ni puede ser abstraída del contexto en el que tiene lugar; siempre tiene algún efecto sobre la estructura social de la comunidad, su organización y su capacidad de acción. Aún cuando el objetivo último del programa se dirija exclusivamente a incidir sobre problemas de salud específicos y los beneficios que se obtengan sean claros y evi- dentes, al concebir a la participación como una estrategia sin consecuencias sociales, se corre el peligro de que el programa tenga efectos negati- vos sobre otros aspectos de la vida comunitaria. Puede conducir a consecuencias no esperadas ni deseadas por los diseñadore del programa; puede estimular la apatía y la desmovilización o incrementar la dependencia de la asistencia externa, resultando, en última instancia, contra- producente para la calidad de vida de la pobla- ción (Gwatkin et al., 1979). El discurso que ignora las consecuencias políticas y sociales de la participación comuni- taria tiene además el peligro de esconder a la tercera de las posiciones señaladas, en donde la participación esté siendo incorporada en el programa como excusa para manipular política- mente a la población. Cuando los programas tienen objetivos que van más allá de la resolución de los problemas de salud de la población como, por ejemplo, legitimar a quien lo promueve e implemente (Testa, 1990) — desde el Estado hasta grupos religiosos —, la participación comunitaria es concebida e implementada como un instrumento político. Para quienes comparten esta perspec- tiva, inclusive las mejoras en la salud constituir- ían un medio antes que un fin en sí mismo, y la participación comunitaria se incluiría como estrategia política, antes ue como herramienta de utilidad técnica. A diferencia del primer enfoque — donde también las consecuencias políticas son privilegiadas frente a las de la salud — en este caso los efectos que se per- siguen pueden, incluso, ser ajenos a los intere- ses de la población. Obviamente, quienes inclu- yen a la participación comunitaria con estos objetivos, rara vez lo explicitan en su discurso y tienden a justificar a la participación por su utilidad técnica para los programas. El segundo gran grupo de enfoques es el de aquellos que rechazan a la participación comu- nitaria. Aquí también encontramos argumentos distintos, de acuerdo al criterio que se privilegia para definir esta posición. En primer lugar, en esta línea se encuentran quienes interpretan a la participación comunita- ria como una excusa para manipular política y socialmente a la comunidad. Su concepción coincide con ele último enfoque que acabamos de describir — la participación como medio político — pero difiere diametralmente en las conclusiones a las que arriba: en lugar de justificarla por su utilidad, cuestionan la inclu- sión de esta estrategia en los programas por los efectos negativos que tiene sobre la comunidad. Ugalde, por ejemplo, analiza el sentido que los programas de participación comunitaria han Cad. Saúde Públ., Rio de Janeiro, 10 (1): 111-122, jan/mar, 1994 113 Participación Comunitaria
  • 4. tenido en América Latina, y concluye que la misma produjo una explotación adicional de los pobres por extracción de trabajo no remunera- do. Además, contribuyó, por medio de la mani- pulación, al empobrecimiento de su cultura, erigiéndose en mecanismo de control y coop- tación de líderes (Ugalde, 1985). Así definida, la participación comunitaria sería sólo un instru- mento para legitimar al poder, ejercer control político y beneficiar intereses ajenos a los de la población. En su versión más radical, esta concepción critica indiscriminadamente cual- quier inclusión de la participación comunitaria en los programas de salud, dándole a la diver- sidad de planteamientos con que se ha llevado a la práctica, un mismo significado. En segundo lugar encontramos la concepción que rechaza la inclusión de la participación comunitaria por considerar que las consecuen- cias para la salud de los programas que utilizan esta estrategia son negativas, ofreciendo ser- vicios de segunda clase y/o de baja calidad, con personal probemente entrenado y, en general, con menores recursos materiales y humanos que los servicios que se ofrecen a los sectores privilegiados. Si bien en cada una de estas dos posturas, la argumentación para rechazar a la participación se sostiene en uno sólo de los dos criterios, por lo general ambos planteamientos se presentam entrelazados: la postura que sostiene Ugalde, por ejemplo, rechaza a la participación por considerarla negativa tanto en el nivel político y social como en el nivel de las consecuencias para la salud. Es interesante notar que, en realidad, esta posición es esclava de una lógica inductiva: a partir de la crítica a programas determinados se concluye que inevitablemente todos los progra- mas con participación comunitaria tienen efec- tos negativos sobre la comunidad. La crítica a programas concretos deviene, así, en una posi- ción maniquea, en donde se rechaza a la par- ticipación en sí misma y no a formas concretas de proponerla, planearla e implementarla. Una tercera posición es la que rechaza a la participación argumentando que como los programas de salud con enfoque participativo tienen que ser “locales” y diferentes de una región a otra, aumentan sus costos y disminuye su factibilidad. Esta postura sería el reverso de la que apoya a la participación por su efec- tividad para lograr los objetivos de los progra- mas, considerando que las dificultades son mayores que los beneficios y que, en última instancia, obstaculizan la extensión de la salud a la población. La distancia que asumen las posiciones resul- tantes de cada uno de los dos criterios básicos que utilizamos para clasificar a las distintas posturas permiten que un mismo fenómeno sea interpretado de manera distinta. En el nivel de las consecuencias políticas de la participación, por ejemplo, la construcción de una clínica llevada a cabo por organizaciones democráticas de los miembros de una comunidad puede ser interpretada como: a) una conquista para rom- per con viejas prácticas como el paternalismo (Castellanos, 1979); o, b) como una explotación del trabajo de la comunidad para eludir obliga- ciones que debe cumplir el Estado (Ugalde, 1985). Lo paradójico de esta situación es que ambas interpretaciones se originan en la misma cor- riente política: desde la izquierda se argumenta a favor y en contra de la participación en función de los mismos objetivos de mejorar las condiciones de vida de los grupos menos favo- recidos. Evidentemente, la construcción de la clínica puede ser tanto una conquista como una explotación de la comunidad, dependiendo de la forma en que la participación se implementa en la práctica. No es cierto que cualquier forma de participación trae implícitas ventajas para la organización política y social de la comunidad, ni tampoco que genera necessariamente con- secuencias negativas para la misma. De hecho, ambas concepciones aceptam, en algún grado, que las consecuencias políticas y sociales de la participación comunitaria pueden ser — aunque sea excepcionalmente — distintas a como las imaginan y que no existe necesariamente una relación biunivoca entre la participación y sus efectos. La postura favorable a la participación critica a programas específicos donde ésta tiene un significado distinto al propuesto. Esta posición implica distinguir dos niveles: qué es y qué debe ser la participación comunitaria. Por su parte, la postura contraria a la participación también acepta que ésta puede ser positiva en determinadas situaciones. Por ejemplo, aún 114 Cad. Saúde Públ., Rio de Janeiro, 10 (1): 111-122, jan/mar, 1994 Bronfman, M. & Gleizer, M.
  • 5. cuando sostenga que la participación comunita- ria en sociedades estratificadas es sinónimo de explotación, Ugalde rescata las experiencias de participación de Cuba y Nicaragua. Algo similar sucede cuando comparamos las posiciones extremas en la dimensión de las consecuencias para la salud: hay ejemplos que sustentan la posición que ve a la participación como una forma de extender la salud a toda la población, y también los hay para sustentar la que la concibe como una forma de brindar servicios de bajo nivel a los grupos desfavoreci- dos socialmente. Inclusive, podemos encontrar situaciones que expresen ambos extremos simultáneamente. Este es el caso cuando los servicios que ofrece el programa son de baja calidad en relación a otros servicios existentes o a las posibilidades que ofrece la tecnología disponible, pero aún así representa una ventaja para la población frente a la situación sobre la que se interviene. La relación entre la participación comunitaria, sus consecuencias sociales y políticas y sus efecto sobre la salud dependen de las formas que la participación adquiera en la práctica. Es necesario, por tanto, tener claro, cuando se propone incluir a la participación en programas de salud, cuáles son los efectos que se espera tenga la participación y cómo se va a impleme- ntar para que, efectivamente, tenga los efectos esperados y exista correspondencia entre la concepción y la práctica de la participación. Desde nuestra perspectiva, es importante considerar que la participación comunitaria tienen tanto efectos sobre los programas en términos de sus resultados en el área de la salud de la comunidad como sobre la vida social y política de la misma, y ambos aspectos deben ser considerados al evaluar su inclusión en los programas. En ninguno de los dos nive- les la participación es neutra, y en ambos puede tener efectos positivos o negativos. Por ello creemos que la participación comunitaria debe incluirse en los programas cuando cumpla simultáneamente con dos objetivos explícitos: debe ser efectiva desde el punto de vista de la salud y positiva desde el punto de vista de la vida social de la comunidad. Esto implica, para la primera dimensión, que la participación comunitaria debe formar parte de los programas cuando la población reciba como resultado claros beneficios de salud y, para la segunda, que debe resultar una experiencia enriquecedora en términos del aprendizaje para resolver de forma autogestiva otras necesidades de la comunidad. Un último aspecto a considerar en términos de la conceptualización de la participación comunitaria nos parece de crucial importancia: en la decisión de incluir o no dentro de un programa de salud a la participación comunita- ria no participa la propia comunidad. Hay pocas excepciones a esta regla y una de ellas es la experiencia relatada por McKnight (1978) en Chicago, donde es la comunidad quien solicita el programa. En este caso, una orgainzación comunitaria de un barrio de población negra de bajos recursos, decidió tomar el control sobre los dos hospitales de la zona que les negaban el servicio. Después de varios años de ejercer este control, decidieron evaluar los resultados de su acción encontrando que no había habido cam- bios signficativos como consecuencia de la misma. A partir de estos resultados, la or- ganización solicitó a un centro de investigación un estudio que permitiera explicar lo que había sucedido y que los orientara sobre cuáles pod- ían ser medidas efectivas para mejorar la salud de los miembros de la comunidad. El estudio señaló como principales causas de hospitaliza- ción a una serie de problemas — accidentes automovilísticos, ataques interpersonales, otros accidentes, malestares respiratorios, alcoholis- mo, drogadicción y mordeduras de perros — que, en realidad, eran en su mayoría problemas sociales antes que enfermedades y que, por ello, excedían al buen funcionamiento de los hospita- les. En consecuencia, la organización comunita- ria llevó a cabo un cierto número de acciones para combatir las causas de la hospitalización. Entre éstas, destacan la captura de perros cal- lejeros, cambios en la vialidad para evitar accidentes y la construcción de invernaderos en los techos para el cultivo de hortalizas que mejoraran su nutrición. Varios fueron los resul- tados de estas actividades. En primer lugar, la gente comprendió que sus acciones cotidianas, antes que el funcionamiento hospitalario, deter- minan su salud. Por otro lado fortalecieron a su organización, involucrando a más miembros en sus actividades y, por último, la construcción de los invernaderos se reveló útil no sólo para Cad. Saúde Públ., Rio de Janeiro, 10 (1): 111-122, jan/mar, 1994 115 Participación Comunitaria
  • 6. solucionar el problema de salud, sino también otros problemas económicos y sociales, al involucrarse en su cuidado a los ancianos del asilo de la comunidad. Sin embargo, con mucha mayor frecuencia, especialmente en Latinoaméric, la decisión sobre la participación comunitaria se decide “desde fuera”, y la participación que se solicita está frecuentemente sujeta a un programa predefinido (Manderson et al., 1991). De Roux et al. (1990) señalan al respecto que si la participación social en su sentido más amplio es un proceso complejo inherente a la dinámica de toda sociedad, la idea de que la participación es un proceso susceptible de estimularse desde afuera, y que la mayor o menor movilización de la comunidad puede ser manipulada por agentes externos, es un concep- to relativamente moderno. Para compensar, de alguna manera, la situa- ción paradójica que se presenta cuando la participación comunitaria no es propuesta por la comunidad, varios autores sostienen la necesi- dad de transferir conocimientos de salud hacia la población. De esta manera su capacidad de decisión sobre la participación en los programas tendría un real sustento técnico (Manderson et al., 1991). Esto no significa convertir a toda la población en médicos, ni que cada decisión respecto a la salud deba ser tomada en una asamblea (Castellanos, 1979). Los conocimien- tos a transferir deben ser operativos, permitien- do a la comunidad definir sus prioridades al tiempo que se reconoce la validez de su punto de vista y de su percepción e interpretación de los fenómenos de salud como ingrediente básico para la elaboración de una visión coletiva y se articula el saber popular con elementos del pensamiento científico y técnico (De Roux et al., 1990). FORMAS DE LA PARTICIPACIÓN COMUNITARIA La segunda dificultad para definir a la par- ticipación comunitaria es que, además de la variedad de conceptualizaciones coexistentes, las formas que adopta en la práctica son múl- tiples y diversas. Estas pueden ser clasifica- das según características correspondientes a distintas dimensiones, entre las cuales destacan las siguientes: a)el aspecto, etapa o momento del programa en el cual la comunidad participa; b)los mecanismos a través de los cuales se propone la participación; c)el horizonte temporal de la participación; y d)el tipo de acciones que realiza la comunidad. En la primera dimensión encontramos distin- tas combinaciones de una variedad de estrate- gias posibles. Así, la participación puede darse (Manderson et al., 1991). • sólo en la discusión; • en la toma de decisiones en varios niveles (desde la definición de los mecanismos para el involucramiento de la comunidad, hasta el manejo de recursos); • en el entrenamiento; • en la ejecución de las tareas; • sólo en la utilización de los servicios. En términos de los mecanismos una primera distinción puede encontrarse entre los progra- mas que proponen a la participación de indivi- duos aislados y los que buscan que los miem- bros de las comunidades realicen acciones grupales a través de organizaciones. El primer modelo da origen a la clásica figura del “pro- motor de salud” con dos opciones: que los “promotores” sean elegidos por la comunidad o por los responsables del proyecto. El segundo modelo propone el no menos popular “comité de salud” que puede crear nuevas instancias por y para el programa de salud, o puede apoyarse en instituciones existentes en la comunidad. En relación al horizonte temporal, encontra- mos diferencias entre los programas que propo- nen una participación permanente y aquellos donde la participación se circunscribe a per- íodos de tiempo limitados. Por último, en términos del tipo de acciones que realiza la comunidad, la variedad es enorme y depende de los objetivos del programa: hacer letrinas, vacunar a los niños, distribuir medica- mentos, etc. Tres criterios aparecen como los más impor- tantes para optar por alguma de las alternativas 116 Cad. Saúde Públ., Rio de Janeiro, 10 (1): 111-122, jan/mar, 1994 Bronfman, M. & Gleizer, M.
  • 7. — o sus posibles combinaciones — señaladas para cada dimensión: a) el tipo de concepción sobre participación comunitaria; b) los objetivos específicos del programa, y c) las características sociales, culturales, políti- cas y económicas de la comunidad donde éste se lleve a cabo. Si bien los tres criterios actúan simultánea- mente, tienen distinto peso para definir la toma de decisiones sobre cada dimensión. Algunos ejemplos de programas concretos nos permitirán ilustrar su relación con la clasificación propues- ta. En primer lugar, la concepción de participa- ción comunitaria que compartan los diseñadores del programa parece tener un fuerte lugar en la decisión sobre el aspecto en que se solicita la participación de la comunidad: la postura que plantea a la participación como una necesidad en sí misma por sus efectos democratizadores sobre la sociedad, tiende a proponer el involucramiento de la población en el mayor número de aspectos, mientras que quienes la conciben de una manera más pragmática, tienden a proponerla de forma más limitada. Un ejemplo del primer caso lo constituye el programa para la erradicación de diarrea infantil llevado a cabo en La Pampa, Argentina. En este programa, con el objeto de “aproximarse al conocimiento y experiencias con que los sectores populares enfrentan y resuelven los problemas cotidianos de la salud y la enfermedad, la per- cepción de la diarrea y las formas de autoayuda y de solidaridad” y de buscar “el fortalecimiento de las acciones existentes para el desarrollo del cuidado de la propia vida y dela comunidad”, se involucró a la población en el diagnóstico del problema, la elaboración de propuestas para la transformación de situaciones concretas y en la realización de las acciones (Di Liscia & Novaco- vsky, 1988). La segunda situación puede ejemplificarse con un programa de administración masiva de medi- camentos realizado en Kenia para controlar la filariasis. En este caso, la distribución de los fármacos se realizó a través de personal local no médico, como una estrategia para conseguir mayor aceptación del programa y reducir los costos resultantes de que las tareas fueran reali- zadas por personal con entrenamiento médico (Wijers & Kaleli, 1984). La relación entre concepción de participación comunitaria y propuesta concreta de la misma, dista mucho, sin embargo, de ser biunivoca y su correspondencia no siempre resulta tan clara. Encontramos casos en los que la participación es indicada exclusivamente como una herramienta para asegurar los resultados de los programas y en los que es muy amplia, y otros en donde el discurso de la participación no corresponde con la forma que ésta adquiera en la práctica. Un ejemplo del primer caso es el programa de control de malaria llevado a cabo en Pondicher- ry, India, donde se ayudó primero a solucionar problemas considerados como apremiantes por la población — agua potable y accesso a la atención médica — para obtener la aceptación y par- ticipación de la comunidad en el programa (Rajagopalan & Panicker, 1984). Un ejemplo del segundo caso lo constituye una experiencia realizada con los mineros de Real del Monte y Pachuca en México, donde detrás de un discurso sobreideologizado sobre el trabajo conjunto, los obreros se limitaron a recibir atención médica y aceptar algunas sugerencias de incluir en sus demandas cuestiones relacionadas con la salud (Gutiérrez, 1981). La concepción sobre la participación comuni- taria también influye sobre la elección del meca- nismo para lograrla. Por ejemplo, Gonzalez de la Torre (1984), a partir de su experiencia en la implementación de programas de salud en Chiapas, México, sostiene que el comité de salud es una instancia preferible al promotor de salud, ya que evita la acumulación de conocimi- entos en una sola persona — con los consecuen- tes abusos potenciales que ésto puede significar — y permite la participación activa y crítica de la problación en los programas. La postura que privilegia las consecuencias políticas y sociales de la participación, tiende a apoyar, como consecuencia lógica de su con- cepción, la promoción de la participación a través de organizaciones ya existentes en la comunidad. En el caso en que se creen comités de salud o se opte por promotores de salud, esta postura se inclina porque su elección sea reali- zada democráticamente por la población. Sin embargo, tampoco en este caso la relación entre concepción de la participación y mecanis- mo propuesto es mecánica y es posible llegar a Cad. Saúde Públ., Rio de Janeiro, 10 (1): 111-122, jan/mar, 1994 117 Participación Comunitaria
  • 8. conclusiones similares a las expuestas desde una perspectiva más pragmática, que busque el mejor modelo para asegurar el éxito del progra- ma. En una evaluación sobre distintas experiencias de participación comunitaria en América reali- zado por la OPS, el trabajo de Colombia con- cluye, por ejemplo, que es preferible el uso de organizaciones comunitarias existentes como mecanismos para la participación comunitaria, ya que imponer la formación de un sistema de comités de salud comunitarios y municipales jerárquicos puede restringir la participación a pequeños grupos y crear problemas para in- tegrar a la comunidad en proporciones más amplias. Este mismo trabajo señala que el hecho de que la mayoría de los promotores de salud sean pagados y supervisados por el sis- tema de salud, aún habiendo sido seleccionados de y por la comunidad, tienden a separarlos de la comunidad y a identificarlos totalmente con el sistema formal: se convierten en el personal de salud de más bajo nivel antes que en un vínculo con la comunidad. El texto concluye que para que el promotor de salud sea un lazo efectivo con la comunidad, éste debe ser res- ponsable, en primer lugar, ante la comunidad. Aún cuando el sistema de salud provea la supervisión técnica, la comunidad debe ser capaz de evaluar el desempeño del promotor y reemplazar a un promotor inefectivo (PAHO, 1984). El segundo de los criterios mencionados — las características del programa de salud en cuestión — también ocupa un lugar importante en la difinición del mecanismo de participación más apropiado. En varios países de América Latina, por ejemplo, se han puesto en prática programas de capacitación para parteras empíri- cas (PAHO, 1984). Evidentemente, en este caso la participación se restringe a individuos que cumplen con funciones determinadas en la comunidad. La creación de un comité no ten- dría mucho sentido. Por último, las características de la comuni- dad donde se desrrolle el programa hacen a determinados mecanismos más factibles que a otros. Por ejemplo, la comunidad puede no contar con organizaciones activas, por lo que crear organizaciones por iniciativa del programa puede resultar la única alternativa. En términos de definir la temporalidad de la participación y el tipo de tareas que se solicita a la comunidad, uno de los criterios con mayor peso es el tipo de programa de salud del que se trate. Con respecto a la primer característica, pode- mos identificar programas de largo plazo, que requieren instancias de participación más per- manentes — como el de Salud Comunitaria implementado en Panamá, donde la par- ticipación se realiza a través de “Comités de Salud” establecidos en cada comunidad (La Forgia, 1985) — y aquéllos que tienen objeti- vos más concretos, y son proyectos a más corto plazo, como los de control de enfermedades tropicales, donde la participación se circuns- cribe a un período de tiempo limitado. Las tarea y acciones emprendidas por la comunidad también varían acuerdo al tipo de problema de salud que se pretende solucionar. Por ejemplo, Gordon (1988) argumenta que en el caso del dengue, los recipientes de agua artificiales proveen un lugar ideal para la repro- ducción del vector, por lo que la participación debe ser orientada a los esfuerzos individuales de las amas de casa para eliminar estos sitios requiriéndose estrategias educativas para modi- ficar conductas individuales antes que alentar actividades comunales. En contraste, este autor señala que los proyectos para control de la malaria requieren programas de participación colectiva, porque los sitios de procreación del vector son espacios comunes y públicos, como lagunas y charcos, en donde las actividades deben ser llevadas a cabo por instancias or- ganizadas de miembros de la comunidad. Por último, las características sociales, cul- turales, económicas y políticas de la comunidad también definen las posibilidades y formas de la participación. Por ejemplo, en Cuba, la situación postrevolucionaria implicó una mayor participación de la comunidad en el sistema de salud en general (PAHO, 1984). La participa- ción también puede ser moldeada por los even- tos cotidianos de la comunidad, por ejemplo, puede tener menor envergadura en los períodos de mayor actividad agrícola. Pero sobre todo, 118 Cad. Saúde Públ., Rio de Janeiro, 10 (1): 111-122, jan/mar, 1994 Bronfman, M. & Gleizer, M.
  • 9. las características de la comunidad afectan los resultados que tenga en la práctica el modelo de participación comunitaria propuesto por un programa de salud determinado. Así como la relación entre la concepción sobre la participación comunitaria y la propuesta concreta de la misma no es biunivoca, tampoco hay una correlación clara entre distintos mode- los y sus resultados. La historia de éxitos en conseguir metas a través de la acción comunita- ria, la existencia de estructuras sociales a través de las cuales la participación puede ocurrir, el nivel de educación, la concentración espacial y el transporte, la presencia de líderes, son al- gunas de las características comunitarias que parecen favorecer la práctica de la par- ticipación. Por el contrario, la falta de homoge- neidad social, profundas divisiones económicas y políticas y la creencia de que la salud es sólo terreno de expertos o que la responsabilidad recae exclusivamente en el Estado, son algunas de las características que parecen obstaculizar las posibilidades de la participación comunita- ria. EL PAPEL DE LA INVESTIGACIÓN Una premisa ampliamente aceptada es la necesidad de adaptar los programas a las carac- terísticas sociales, culturales, económicas y políticas de cada comunidad como condición para su desarrollo exitoso. Esto implica tener un amplio conocimiento sobre la comunidad para poder tomar las decisiones adecuadas y per- tinentes. De otra manera, inclusive las con- sideraciones metodológicas pueden parecer contradictorias: ¿es conveniente respetar la organización de la comunidad, fortaleciendo y consolidando sus propias instancias para la participación (Castellanos, 1979), o — como se sugiere en otros casos — no reforzar estructuras de explotación existentes brindando ayuda a través de quienes controlan las organizaciones, legitimando y beneficiando sólo a los más poderosos (Gwatkin et al., 1979; PAHO, 1984)? Adaptar y modificar los programas a la realidad comunitaria, tomando en cuenta, ade- mas, el contexto regional, nacional e internacio- nal donde ésta se sitúa requiere partir de una investigación previa al diseño del programa. En la metodología de las ciencias sociales ha habido una larga discusión sobre las ventajas y desventajas de las estrategia cualitativas y cuantitativas y sobre las ventajas de unas u otras en relación a los objetivos de la inves- tigación. Sin embargo, hay un aparente consenso sobre la utilidad de las técnicas cualitativas en las investigaciones orientadas a lograr la adaptación de los programas de salud a las características particulares de cada comunidad (Winch & Hudelson, 1991; PAHO, 1984) ya que éstas permiten aprehender los procesos y las comple- jas relaciones que constituyen el cuerpo social. Los trabajos de Scrimshaw & Hurtado (1987) y Chamber (1985) son buenos ejemplos de cómo puede utilizarse estas herramientas. Las técnicas cualitativas permiten obtener la información necesaria para el diseño del con- tenido y de la forma de los programas. En cuanto al contenido, al reconstruir la percep- ción y representación social de la enfermedad, los conocimientos, las prácticas y experiencias y las rescatar el lenguaje propio de la comuni- dad, permiten estabelecer um diálogo auténtico sobre el problema. En cuanto a la forma, al brindar datos sobre los tipos de organización, las costumbres y la dinámica de la comunidad, permiten proponer un tipo de participación comunitaria coherente con el contexto. Simul- táneamente, la información sobre la vida social de la comunidad permite plantear una forma de participación comunitaria que, más allá de los objetivos del programa, resulte una experiencia auténticamente enriquecedora para todos los miembros de la comunidad. Las ciencias sociales al incorporarse a los programas de salud con participación comunita- ria no deben limitarse sólo a aportar los datos necesarios para la mejor instrumentación de la misma como estrategia de acción (De Almeida & Silva, sin fecha); deben brindar también una interpretación sobre la forma en que el progra- ma afecta la productividad y la estructura social de la comunidad. Además de las contribuciones que puedan realizar par una efectiva adecua- ción de los programas a las condiciones locales, deben vincular los problemas de salud con el contexto global de la comunidad, y evaluar el impacto que sobre ésta puede tener un tipo de participación determinada. Cad. Saúde Públ., Rio de Janeiro, 10 (1): 111-122, jan/mar, 1994 119 Participación Comunitaria
  • 10. COMENTARIOS FINALES La revisión de la literatura sobre participación comunitaria nos permite concluir que bajo el mismo nombre se agrupan fenómenos muy heterogéneos. Para comprender su diversidad necesitamos, en primer lugar, distinguir la existencia de distintos niveles: la concepción global sobre la utilidad y pertinencia de la participación comunitaria, el modelo de par- ticipación propuesto y la forma en que este modelo es lleva a cabo en la práctica. En cada uno de estos niveles encontramos, como hemos descrito, diferentes posiciones y propuestas. Esto dificulta la posibilidad de realizar una evaluación global sobre el uso de este recurso en los programas de salud, obligando, antes de realizar cualquier tipo de consideración, a caracterizar de qué tipo de participación se trata. Aún así, conviene hacer algunos comentarios sobre ciertos problemas generales que se pre- sentan independientemente de la posición adoptada para cada uno de los niveles señala- dos. Estos se refieren al paso de un nivel a otro y a la articulación entre niveles. Como se analizó en el trabajo, concepciones distintas sobre la participación pueden proponer modelos de participación semejantes y, por el contrario, concepciones semejantes pueden resultar en modelos muy distintos. Aún cuando, como hemos visto, existe una importante relación entre ambos aspectos, la naturaleza de la rela- ción es frecuentemente poco clara o directa- mente confusa. Sólo si las propuestas hacen explícita su concepción sobre participación comunitaria y el proceso por el cuál optaron por un determinado modelo de participación puede evaluarse la coherencia con lo que realizan en la práctica. Por otro lado, cuando se trata de adaptar modelos generales a programas y situaciones concretas, las dificuldades emergen con más fuerza. Aún cuando existe cada día mayor reconocimiento del papel que la investigación sobre las características sociales, culturales, políticas y económicas de la comunidad puede ofrecer para la implementación de los progra- mas, es todavia necesario el desarrollo de estrategias que faciliten la utilización de los datos generados por estos estudios, especial- mente cuando van a ser utilizados por personal formado en disciplinas distintas a las ciencias sociales. A pesar de la variedad de experiencias exis- tentes, continúan sin respuesta algunas pregun- tas básicas sobre la forma operativa de imple- mentar la participación comunitaria en los sistemas nacionales de salud: ¿Cómo solucionar las contradiciones existentes entre la orien- tación y estructura de la mayoría de los sis- temas de salud gubernamentales, y las con- diciones necesarias para la participación comu- nitaria?; ¿cómo conciliar las prioridades comu- nitarias con las de los profesionales de la salud cuando éstas no coinciden?; ¿cómo trasladar experiencias piloto exitosas a programas regio- nales o nacionales (Gwatkin et al., 1979; PAHO, 1984)? Por sobre todas las otras, la pregunta esencial que hay que responder es acerca del carácter necesario dela participación comunitaria en el mejoramiento de la calidad de la salud de los habitantes. A pesar de ser señalada como ele- mento clave para el éxito de los programas de salud, la mejora del nivel de salud de la pobla- ción como consecuencia de la participación comunitaria continúa siendo un resultado am- biguo y dudoso (Ugalde, 1985; De Roux et al., 1990). De hecho, puede no ser necesaria o indicada en todos los casos. Esta situación refleja uno de los problemas que aparece en la mayor parte de los trabajos revisados la falta de criterios claros para evaluar los resultados de los programas de salud, y si éstos pueden interpretarse como efecto de la participación comunitaria (Gwatkin et al., 1979). Altman sugiere que la pregunta básica sobre la efec- tividad del programa, debe dividirse en pregun- tas más significativas y concretas. Este autor propone que la evaluación debería hacerse sobre tres aspectos diferentes: el proceso del progra- ma, los efectos fisiológicos, psicológicos y sociales y la relevancia social del mismo en términos de costo-efectividad y utilización y generalización de los resultados (Altman, 1986). Podemos agregar, a estos aspectos, la necesidad de evaluar el éxito de la participación comuni- taria en sí misma, más allá de su impacto sobre la salud, examinando sus efectos en la vida social de la comunidad, analizando sus con- secuencias para promover la autonomia y la 120 Cad. Saúde Públ., Rio de Janeiro, 10 (1): 111-122, jan/mar, 1994 Bronfman, M. & Gleizer, M.
  • 11. democratización. El desarrollo de técnicas de evaluación adecuadas es uno de los retos impor- tantes a los que deben responder los programas. El segundo reto, si finalmente se concluye que la participación comunitaria debe formar parte de los programas, es buscar cómo imple- mentar una participación que realmente respon- da a la propuesta con la cual se la incluye en los programas, es decir su coherencia. Las experiencias de participación exitosas señalan que cuando la participación comunitaria se propone respetando la estructura organizativa de la comunidad y brindando posibilidades de crecimiento a sus miembros, pueden alcanzarse altos grados de participación e involucramiento. La salud no es un fenómeno aislado de la realidad comunitaria. Cuando la propuesta de participación integra los objetivos en salud con beneficios en otras áreas de la vida de la comu- nidad, ambos aspectos se enriquecen mutua- mente, ampliando las posibilidades de éxito de los programas. Sin embargo, a pesar de que éstas son in- dicaciones generales que orientan la dirección que deben tomar futuros trabajos, quedan aún sin responder las preguntas de carácter operativo. Es necesario trabajar con mayor intensidad en los aspectos relacionados con la implemen- tacion de los programas, recuperar experiencias y buscar estandarizar, hasta donde sea posible, una metodología que garantice la mayor cor- respondencia entre la intenciones y los resul- tados. RESUMEM BRONFMAN, M. & GLEIZER, M. Participación Comunitaria: Necesidad, Excusa o Estrategia? O de qué Hablamos Cuando Hablamos de Participación Comunitaria. Cad. Saúde Públ., Rio de Janeiro, 10 (1): 111-122, jan/mar, 1994. El presente trabajo evalúa la estrategia de incluir a la participación comunitaria en los programas de atención y promoción a la salud, considerando tres dimensiones: la pertinencia de la prática, las características de su impementación y los resultados que genera. Realizando una revisión crítica de la bibliografia sobre el tema, se llega a la conclusión de que bajo el término “participación comunitaria” se agrupan propuestas muy heterogéneas. Esto obliga, antes de cualquier consideración, a especificar de qué tipo de participación comunitaria se trata. Se propone una clasificación de las diferentes prácticas que se agrupan bajo este nombre, según los siguientes criterios: 1) Las concepciones teóricas e ideológicas que la sustentan, 2) los aspectos en que se propone implementar y las áreas sobre las que pretende influir y 3) las modalidades que adopta en la práctica. Se analizan la articulación existente entre estos tres aspectos. Por último, se considera el papel de la investigación social y de la metodología cualitativa en la implementación de la participación comunitaria en programa de atención a la salud y se examinan los retos que debe enfrentar la propuesta general — más allá de sus diferencias de concepción e implementación — para que la estrategia se desarrolle exitosamente. Palavras-Chave: Participación Comunitaria; Programas de Promoción a la Salud REFERÊNCIAS BIBLIOGRÁFICAS ALTMAN, D., 1986. A famework for evaluating community-based health disease prevention pro- grams. Social Science and Medicine, 22: 479- 487. CASTELLANOS, P., 1979. Reflexiones sobre la Medicina Comunitaria y la Participación de la Comunidad. Caracas: Escuela de Medicina “José M. Vargas”, Universidad Central de Venezuela. (Mimeo.) CHAMBERS, R., 1985. Shortcut methods of gather- ing social information for rural developmen pro- jects. In: Putting People First (M. Cernea, ed.), pp. 399-415, New York: Oxford University Press. CONIL, E., s/d. A Noção de Saúde Comunitária: Elementos de comparação internacional. Cam- pinas. (Mimeo.) DI LISCIA, M & NOVACOVSKY, I., 1988. Par- ticipación comunitaria para la erradicación de la diarrea infantil. Cuadernos Médicos Sociales, 1988: 61-68. Cad. Saúde Públ., Rio de Janeiro, 10 (1): 111-122, jan/mar, 1994 121 Participación Comunitaria
  • 12. DE ROUX, G.; PEDERSEN, D.; PONS, P. & PRACILIO, H., 1990. Participación social y sistemas locales de salud. In: Los Sistemas Locales de Salud (OPS, org.), pp. 28-49, Wash- ington: OPS. DE ALMEIDA, N. & SILVA, J., s/d. Sociocultural Problems of Health Programs or Resistance to theExtensionofHealth?NorthCarolina:Depart- ment of Epidemiology, School of Public Health, University of North Carolina. (Mimeo.) GONZALEZ DE LA TORRE, E. 1984. ¿Promotor de salud o comité de salud? II Conferencia Inter- americana de Educación Para la Salud, México: Unión Internacional de Educación para la Salud, Secretaría de Salubridad y Asistencia (México) y OPS. GORDON, A. J., 1988. Mixed strategies in health education and community participation: An evaluation of dengue control in the Dominican Republic. Health and Education Research, 3: 399-419. GUTIERREZ, I., 1981. Trabajo de Salud de los Mineros, con los Mineros. Conference Interna- tional Group for the Study of the Political Econ- omy of Healt, San Miguel, Regla, México: Universidad Autónoma de Hidalgo. (Mimeo.) GWATKIN, D.; WILCOX, J. & WRAY, J., 1979. Can Interventions Make a Difference? The Policy Implications of Field Experiment Expe- rience. Report to the Word Bank, Washington D.C.: World Bank. (Mimeo.) LA FORGIA, G., 1985. Fifteen years of community organization for health in panama: An assesment of current progress and problems. Social Science and Medicine, 21: 55-65. MANDERSON, L.; VALENCIA, L. & THOMAS, B., 1991. Bringing the people. In: Community Participation and the Control of Tropical Dise- ases. Resource Papers for Social and Economic Research in Tropical Diseases Nº 1, UNDP/ WORLD BANK/WHO/TDR, Geneve: World Health Organization. McKNIGHT, J., 1978. Community Health in a Chicago Slum. (Mimeo.) PAHO (Pan American Health Organization), 1984. CommunityParticipationinHealthandDevelop- ment in the Americas. An Analysis of Selected Case Studies. Washington D.C.: PAHO. (Scien- tific Publication Nº 473). RAJAGOPALAN, P. & PANICKER, K., 1984. Feasibility of community participation for vector control in villages. Indian Journal of Medical Research, 80: 117-124. SCRIMSHAW, S. & HURTADO, E., 1987. Rapid Assesment Procedures for Nutrition and Primary Health Care: Antropological Approaches to Improving Programme Effectiveness. Los Ange- les: UCLA Latin American Center/Tokyo: United Nations University. TESTA, M., 1990. Pensar en Salud. Washington D.C.: OPS/OMS. UGALDE, A., 1985. Ideological dimensions of community participation in Latin American health programs. Social Science and Medicine, 2: 41-53. WHITE, A., s/d. Medicine for a Second Class: a Review of Ideas on Community Participation and Village Health Workers. London. (Mimeo.) WIJERS, D. & KALELI, N., 1984. Bancroftian filariasis in Kenya. V. Mass treatment given by members of the local community. Annals of Tropical Medicine and Parasitology,78:383. WINCH, P; KENDALL, C. & GUBLER, D., 1991. Community Participation in the Control of vector-Borne Diseases: A Review of Selected Activities in Latin America. Trabalho apresen- tado no Simpósio “Community Participation and Control Efforts in Developing Countries”, An- nual Meeting of the American Mosquito Control Association, Louisiana, 16-21 de marzo. WINCH, P. & HUDELSON, P., 1991. Formative Research in Community-Based Vector Control Programs. Trabalho apresentado no Simpósio “Community Participation and Control Efforts in Developing Countries”, Annual Meeting of the American Mosquito Control Association, Louisi- ana,16-21demarzo. 122 Cad. Saúde Públ., Rio de Janeiro, 10 (1): 111-122, jan/mar, 1994 Bronfman, M. & Gleizer, M.