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LIBRE DE ATADURAS!
¡Cómo hallar libertad
en Cristo!
DR. NEIL
ANDERSON
© 1995 EDITORIAL CARIBE
Una división de Thomas Nelson
P.O. Box 141000
Nashville, TN 37217-1000, EE.UU.
Título del original en inglés: Released from Bondage
© 1993 por Neil T. Anderson
Publicado por Thomas Nelson, Inc.
ISBN: 0-88113-283-7
Traductora: Susana Roberts Arbizu
Salvo que se indique en el texto, las citas bíblicas son de la Santa Biblia, Versión Reina
Valera Actualizada Editorial Mundo Hispano, 1982–1989. Las citas bíblicas identificadas
con una BV corresponden a la Biblia Viviente
Reservados todos los derechos.
Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin la debida autorización de los
editores.
Dedico este libro
a mis queridos amigos, Ron y Carole Wormser, y también a los valientes que nos narraron
sus historias.
Que el Señor los proteja y a través de su testimonio y servicio fiel les permita ayudar a
muchos a lograr su victoria en Cristo. Han mostrado que son verdaderos discípulos: «En
esto es glorificado mi Padre: en que llevéis mucho fruto y seáis mis discípulos» (Juan
15:8).
Agradecimientos
No hay nadie «hijo de sus obras». Sólo el «hijo de Dios» existe espiritualmente y da
fruto. Los verdaderos hijos de Dios nacen de arriba. Maduran en la medida en que sus
mentes se renuevan mediante la Palabra de Dios y por vencer la cruda realidad de un
mundo caído. Dios no nos salva de las pruebas y las tribulaciones en este mundo, sino de
una eternidad sin Él. Pasamos a esta vida eterna en el momento en que confiamos en Él.
Dios nos libra de nuestro pasado y obra por medio de las dificultades en la vida para
engendrar un carácter piadoso.
Este libro trata acerca del descubrimiento de nuestra libertad en Cristo y de nuestra
supervivencia en un mundo cuyo dios anda como león rugiente buscando a quien devorar.
Jesús dijo: «Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis
aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo» (Juan 16:33).
Quiero dar gracias a las personas cuyas historias aparecen en este libro. Han encontrado
su paz en Cristo y han vencido al mundo. Son muy amables al permitirme contar sus
historias. En el proceso de colaborar con nosotros se vieron obligadas a revivir el horror por
el cual pasaron. Para mí, son héroes de la fe. «Y ellos le han vencido [a Satanás] por medio
de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos» (Apocalipsis 12:11). Lo
único que los motiva a contar sus experiencias es ayudar a otros.
Quiero también reconocer a mis queridos amigos, Ron y Carole Wormser, que hicieron
posible este libro. Se responsabilizaron con gran parte de la redacción y edición, y
aconsejaron particularmente a algunas personas de este libro. Una pareja preciosa que ha
servido más de treinta años al Señor en la labor misionera.
Contenido
Introducción: Libertad para los cautivos
1. Molly: Libertad del ciclo de abusos
2. Anne: Libertad a través de las etapas de desarrollo
3. Sandy: Libertad de la esclavitud de sectas y del ocultismo
4. Jennifer: Libertad de los trastornos alimentarios
5. Nancy: Libertad del abuso sexual femenino
6. Doug: Libertad del abuso sexual masculino
7. Charles: El violador liberado
8. Una familia: Libertad de los falsos maestros
9. La iglesia: Conduce a la gente hacia la libertad
10. El abuso ritual y el TPM
Apéndice: Pasos hacia la libertad en Cristo
Introducción
Libertad para los cautivos
¿Dónde están los dolientes?
¿Cuál es su esperanza?
Cuando me gradué del seminario esperaba llegar a ser el capitán de un barco del
evangelio. Zarparíamos hacia el eterno atardecer, rescatando a la gente del abismo acuático.
Tendríamos estudios bíblicos, clubes para los niños y deportes para los que les guste (con el
fin de evangelizarlos, por supuesto). Nos amaríamos unos a otros.
Zarpé a cargo de mi primera misión, y casi de inmediato noté un barco sombrío
navegando al costado. Allí se encontraban personas con toda clase de problema. Luchaban
contra el alcohol, el sexo, las drogas y todo tipo de abuso concebible. De repente me di
cuenta que estaba en el barco equivocado. Dios me había llamado a ser el capitán del barco
sombrío. A través de una serie de hechos trascendentales en mi vida llegué a ser ese
capitán; y para mi sorpresa, ¡descubrí que era el mismo barco!
Los necesitados no sólo están «por allí» en cualquier lado. Nuestras iglesias están
repletas de personas dolidas que usan máscaras, asustadas de que alguien descubra lo que
realmente sucede en su interior. Para ellas no habría mayor gozo que recibir un poco de
esperanza, confianza y apoyo.
Este libro trata sobre la liberación de ese tipo de esclavitud. Aquí leerá relatos verídicos
de personas valientes que decidieron narrar sus historias desde su propia perspectiva. Antes
de nuestro encuentro eran cristianos evangélicos. Algunos ejercen el ministerio a tiempo
completo. Sólo que para proteger sus identidades hemos cambiado los nombres, oficios y
referencias geográficas. Le aseguro que lo que dicen es verdad y que no se trata únicamente
de unos cuantos casos aislados.
Tenemos cientos de relatos similares de sesiones de consejería personal y miles que se
contaron en congresos. Lo que está en juego no es mí reputación ni un ministerio
transitorio, sino la integridad de la iglesia y de los millones incontables de personas que
dependen de que la iglesia tome su lugar debido en el programa del reino de Dios de liberar
a los cautivos. Espero que al leer estas páginas, encuentre una gran ayuda personal pero
más que eso, es mi sincera oración que llegue a participar del creciente movimiento de Dios
para liberar a los cautivos, que empieza a desarrollarse en la Iglesia.
Esperanza para los desesperados
Un día me llamó un colega en el ministerio. Charlamos sobre lo que Dios estaba
realizando en nuestras vidas. Después de contar los testimonios de matrimonios rescatados
y de gente liberada del cautiverio, fue al objetivo principal de su llamada.
«Neil» empezó a decir, «me acuerdo que decías que un marido se puede ver en un
conflicto de conductas cuando trata de aconsejar a su propia esposa. He tenido el privilegio
de ayudar a otros a encontrar su libertad en Cristo, pero lograr esto en mi propia familia es
otra cosa. ¿Te sería posible encontrar un momento para hablar con mi esposa, Mary? Es
una mujer maravillosa, la gente la ve muy equilibrada, pero interiormente tiene una lucha
diaria».
Observe que esta es la esposa de un hombre que tiene un ministerio. Sin embargo, ¿por
qué Satanás no debería atacar a los que se encuentren en el frente de batalla?
Me reuní dos veces con Mary. El primer día apenas llegamos a conocernos. Al segundo
día la acompañé a dar los pasos hacia la libertad en Cristo, relacionados con las siete áreas
principales en que Satanás podría tener la oportunidad de lograr una fortaleza en nuestras
vidas (estos pasos hacia la libertad se encuentran en el apéndice). A la semana siguiente
recibí esta carta:
Querido Neil:
¿Cómo se lo puedo agradecer? El Señor me permitió pasar un rato con usted cuando
llegaba a la conclusión de que no había esperanza de romper con la espiral descendente de
la derrota continua, de la depresión y la culpabilidad. No conocía mi posición en Cristo ni
reconocía las acusaciones del enemigo.
Todo el mundo pensaba que era tan fuerte por dentro como por
fuera.
Prácticamente me crié en la iglesia, y por eso, así como también por ser esposa de un
pastor durante veinticinco años, todo el mundo pensaba que era tan fuerte por dentro como
por fuera. Al contrario, sabía que interiormente no tenía infraestructura, y a menudo me
preguntaba cuándo se desplomaría mi vida bajo el peso de tratar de mantener mi fortaleza.
Parecía que lo único que me sostenía era la voluntad firme de seguir adelante.
Era un día diáfano y maravilloso cuando salí de su oficina el jueves pasado; al ver las
montañas coronadas de nieve sentí que un velo se me había caído de los ojos. En la casetera
sonaba la melodía al piano del himno: «Alcancé salvación», cuyas palabras prácticamente
estallaban en mi mente ante la conciencia de que estoy bien con mi Dios … por primera vez
en muchos años.
Al día siguiente en el trabajo, mi respuesta inmediata a la pregunta: «¿Cómo estás
hoy?», fue: «¡Estoy maravillosamente bien! ¿Y tú, cómo andas?» Antes hubiera susurrado
algo así como que apenas estaba viva. El siguiente comentario que escuché fue: «Bueno,
algo te tiene que haber sucedido ayer».
Quiero proclamar a los cuatro vientos lo que ha sucedido en mi
vida.
He escuchado las mismas canciones y he leído los mismos versículos bíblicos de antes,
pero es como si fueran totalmente nuevos. Hay gozo y paz entretejidos en medio de las
mismas circunstancias que antes me llevaban al fracaso y al desánimo. Por primera vez he
querido leer mi Biblia y orar. Me cuesta contenerme porque quiero proclamar a los cuatro
vientos lo que ha sucedido en mi vida, pero mi verdadero deseo es que mi vida grite por mí.
El engañador ya ha tratado de sembrar en mi mente que esto no va a durar, que es
simplemente otro truco que no va a servir. La diferencia es que ahora sé que esas son
mentiras de Satanás y no la verdad. ¡Cuán distinta me siento con mi libertad en Cristo!
Muy agradecida,
Mary
Y en efecto, ¡cuán distinta! ¿Será que hay algo especial en Neil Anderson que hizo que
esta sesión de consejería fuera tan eficaz? ¿Será que tengo un don único de Dios o una
unción especial? No lo creo. Es más, hay gente en todo el mundo que utiliza con resultados
similares las mismas verdades que yo para ayudar a la gente a encontrar su libertad en
Cristo. Entonces, ¿cómo nos explicamos tales resultados?
¿Qué es la salud mental?
Los sicólogos y los expertos en salud mental generalmente admiten que las personas
tienen buena salud mental cuando se mantienen en contacto con la realidad y en cierto
modo libres de la ansiedad. Desde un punto de vista secular, entonces a cada persona
mencionada en este libro se le consideraría enferma mental, y por lo tanto lo sería cualquier
que estuviera bajo ataque espiritual. Visto a través del marco de nuestra cultura occidental,
esta gente tiene un problema neurológico o sicológico.
Si alguien oye voces o ve una aparición que el consejero no capta, este llega a la
conclusión de que la persona ha perdido contacto con la realidad y hay que ponerla bajo
medicamentos antisicóticos para callar las voces. Sin embargo, he aconsejado a muchas
personas que oyen voces, y hasta el día de hoy todas han sido voces demoníacas o con
trastornos de personalidad múltiple). Contando con la colaboración de la persona,
normalmente se requiere entre dos y tres horas y media para liberar a un cristiano de esa
influencia.
En 1 Timoteo 4:1 vemos que «en los últimos tiempos algunos se apartarán de la fe,
prestando atención a espíritus engañosos y a doctrinas de demonios». Para mí es más fácil
creer que estas personas que escuchan voces están bajo ataque espiritual y no que son
enfermos mentales, ni que su mente se ha dividido de algún modo y una parte converse con
la otra. Después de oír sus relatos, he dicho a muchos que no se están volviendo locos, sino
que hay una batalla espiritual que se libra en sus mentes. No se puede imaginar el gran
alivio que esto da a las personas atribuladas.
Si están mentalmente trastornadas, no les puedo ofrecer un pronóstico muy positivo.
Pero si hay una batalla en sus mentes, podemos ganar la guerra. Sí creo, sin embargo, que
durante un trauma severo la mente se puede disociar como mecanismo de defensa para
sobrevivir. Discutiré ese fenómeno en el último capítulo.
Satanás paraliza a su presa
Cualquiera que esté bajo ataque espiritual fallaría también en el segundo criterio para la
salud mental: estar relativamente libre de la ansiedad. El temor es un hecho para los
esclavizados. Como un león, el rugido engañador de Satanás (1 Pedro 5:8) paraliza de
temor a su presa, pero debemos permanecer firmes en nuestra fe, o sea, en lo que creemos.
El temor y la fe se excluyen mutuamente. Si el temor a lo desconocido gobierna nuestra
vida, entonces no hay fe en Dios. Sólo el temor de Dios es compatible con la fe bíblica. En
realidad, este león que se llama «Satanás» ya no tiene dientes, ¡pero con sus encías está
asustando de muerte de manera desaforada a los cristianos!
Un pastor amigo llamó para pedirme ayuda. Su esposa estaba enfrentando una
enfermedad terminal, y él me llamaba porque ella experimentaba un temor tremendo. En el
transcurso de nuestra conversación ella me dijo con lágrimas que quizás no era una
cristiana. Eso me asombró. Era uno de los más amorosos y piadosos ejemplo de
cristianismo que jamás he conocido. Sin embargo, al encontrarse cara a cara con la muerte
no tenía seguridad de su salvación.
—Cariño—le contesté—, si tú no eres cristiana, estoy en problemas serios. ¿Por qué
piensas eso?
—A veces cuando voy a la iglesia tengo pensamientos terribles acerca de Dios y me
pasan malas insinuaciones por la mente—replicó.
—Esa no eres tú—le aseguré.
Media hora después entendía de dónde provenían esos pensamientos y cuáles eran las
tácticas de Satanás; con eso se desaparecieron, así como su temor.
Si esos pensamientos hubieran sido suyos, ¿qué podía haber concluido respecto a su
propia naturaleza? «¿Cómo puedo ser cristiana y a la vez pensar esas cosas?», razonaba, así
es como lo hacen millones de cristianos bien intencionados. Cuando se expone la mentira y
se comprende cuál es la batalla por la mente, se gana la mitad de la lucha. La otra mitad se
gana teniendo un verdadero conocimiento de Dios y sabiendo quién es uno como hijo de
Dios.
Dónde empieza la salud mental
Creo que la salud mental empieza con un conocimiento verdadero de Dios y de quiénes
somos como sus hijos. Si sabe que Dios lo ama, que jamás lo dejará ni lo desamparará y
que le ha preparado un lugar para toda la eternidad … si sabe que sus pecados son
perdonados, que Dios suplirá todas sus necesidades y lo habilitará para vivir con
responsabilidad en Cristo … si no le teme a la muerte porque la vida eterna es algo que
posee ahora y para siempre … si sabe todo eso … si lo conoce profundamente y lo cree …
¿tendrá buena salud mental? ¡Por supuesto que sí!
Si la salud mental empieza a partir de ese conocimiento verdadero de Dios y de quiénes
somos, déjeme agregar de inmediato que la clave de la enfermedad mental es un
conocimiento distorsionado de Dios: una comprensión patética de su relación con Él y la
ignorancia de quién es usted como hijo de Dios. Por eso los consejeros seculares muchas
veces odian la religión. ¡La mayoría de sus clientes son muy religiosos! Visite un salón
siquiátrico en un hospital y observará algo, unas de las personas más religiosas que jamás
haya visto, pero no tienen una comprensión real de quiénes son en Cristo. Como los
consejeros seculares ignoran el mundo espiritual, se equivocan al echar la culpa de los
problemas de sus clientes a los pastores y a las iglesias (aunque debo aceptar que existen
algunos pastores e iglesias bastante enfermizos, que en realidad le crean problemas a la
gente).
El evangelio en la consejería sicológica
Le pido a Dios que venga el día en que se pueda definir la consejería cristiana en base a
dos asuntos clave. Primero, ¿qué papel juega el evangelio en el proceso de consejería?
¿Son los atribulados sólo un producto de su pasado, o serán principalmente un producto de
la obra de Cristo en la cruz? Las experiencias del pasado pueden tener un efecto profundo
sobre nuestro diario vivir y en nuestras perspectivas actuales, pero, ¿podremos ser libres de
nuestro pasado? ¿Cómo?
A menudo se hacen intentos de arreglar el pasado. Usted no puede arreglarlo; ni se
puede devolver para deshacer lo hecho. Es muchísimo mejor la verdad de que se puede ser
una nueva criatura en Cristo Jesús y obtener su libertad del pasado, estableciendo una
nueva identidad en Cristo y perdonando a los que le hayan ofendido. La cruz de Cristo es el
eje central de la historia y de la experiencia humanas, y sin esto no habría evangelio ni
perdón (este es el tema de mi primer libro, Victory Over the Darkness [Victoria sobre la
tinieblas]).
El segundo asunto clave que debe caracterizar a la consejería cristiana se relaciona con
la perspectiva bíblica del mundo: ¿Toma en cuenta el consejero pastoral la realidad del
mundo espiritual? ¿Qué importancia tiene en nuestro proceso de consejería el hecho de que
«nuestra lucha no es contra sangre ni carne, sino contra principados, contra autoridades,
contra los gobernantes de estas tinieblas, contra espíritus de maldad en los lugares
celestiales»? (Efesios 6:12) ¿Cómo puede el consejero conducir a la persona de la
esclavitud a la libertad? (Este es el tema de mi segundo libro, The Bondage Breaker
[Rompiendo las cadenas]. Ambos libros ofrecen la base teológica por medio de la cual
encontraron su libertad en Cristo las personas cuyas historias se relatan en el presente
tomo.)
¿Poseído por un demonio o endemoniado?
Hay otro asunto que tiene que ver con la posesión demoníaca. ¿Puede un cristiano ser
poseído por un demonio? No hay asunto que polarice más a la comunidad cristiana que
este, y la tragedia es que no hay forma bíblica para resolverla. Sin embargo, existen dos
puntos dignos de notarse: en las traducciones bíblicas del griego al castellano, la frase
«poseído por un demonio» se deriva de una sola palabra griega. Por lo tanto, prefiero usar
más bien la palabra «endemoniado». Además, la palabra que se traduce como «posesión
demoníaca» jamás vuelve a aparecer en las Escrituras después de la cruz, por lo que nos
deja sin ninguna precisión teológica respecto a lo que consiste estar endemoniado en la era
de la Iglesia.
Pese a ello, el que un cristiano pueda estar de un modo u otro bajo la influencia del
«dios de este mundo» es un hecho en el Nuevo Testamento. De no ser así, ¿por qué se nos
instruye que nos pongamos la armadura de Dios y estemos firmes (Efesios 6:10); que
cautivemos todo pensamiento a la obediencia de Cristo (2 Corintios 10:5), y que resistamos
al diablo (Santiago 4:7)? ¿Qué pasa si no nos ponemos la armadura de Dios, ni nos
mantenemos firmes, ni nos responsabilizamos por lo que pensamos? ¿Y qué si dejamos de
resistir al diablo? ¿Entonces qué? Somos presa fácil para el enemigo de nuestras almas.
Así que, ¿cómo nos damos cuenta si un problema es sicológico o espiritual? Creo que
esa pregunta es fundamentalmente falsa. Nuestros problemas nunca dejan de ser
sicológicos. No hay momento alguno en que las experiencias previas, las relaciones
personales y nuestra propia mente, voluntad y emociones no contribuyan a nuestros
problemas actuales, ni sean la clave para resolverlos. Pero, de igual modo, nuestros
problemas jamás dejan de ser espirituales. No hay momento en que Dios no esté presente,
ni momento en que se pueda dar el lujo de quitarse la armadura de Dios. La posibilidad de
ser tentado, acusado y engañado por el maligno es una realidad constante. Debemos tratar
con la totalidad de la persona, tomando en cuenta tanto lo espiritual como lo sicológico, o
una espiritualidad falsa suplantará a la auténtica, como sucede con la invasión de la
filosofía de la Nueva Era en los grupos de los doce pasos así como en otros de
autorrecuperación, de sicología secular y de educación.
¿Un encuentro con la verdad o un enfrentamiento de poderes?
Ahora me gustaría tocar un tema de metodologías. Propongo sostener un «encuentro
con la verdad» antes que un «enfrentamiento de poderes». El modelo clásico de liberación
es conseguir a algún experto que invoque al demonio, consiga su nombre, y hasta su rango
en la jerarquía, para luego echarlo fuera. En un enfrentamiento de poderes hay una lucha
entre un agente externo y la fortaleza demoníaca. Pero no es el poder el que le da la libertad
al cautivo: es la verdad (Juan 8:32). Cuando viven en derrota, los creyentes a menudo
estiman equivocadamente que lo que necesitan es poder, así que buscan alguna experiencia
religiosa que se los prometa. No hay ningún versículo en la Biblia, después de Pentecostés,
que nos inste a buscar el poder, sólo la verdad. Eso se debe a que el poder del cristiano
reside en la verdad; al estar en Cristo poseemos todo el poder que necesitamos. El problema
es que no lo vemos ni lo creemos, por lo que el apóstol Pablo ora que lleguemos a
comprenderlo (Efesios 1:18, 19). En contraste, el poder de Satanás reside en la mentira y
una vez que esta se ha expuesto ese poder queda anulado.
En un encuentro con la verdad, trato únicamente con esa persona y no hago a un lado su
mente. De forma que la gente es libre para tomar sus propias decisiones. Jamás hay falta de
control en la medida en que facilito el proceso de ayudarles a asumir su responsabilidad
ante Dios. Al fin y al cabo, no es lo que yo diga, haga o crea lo que libera a la gente; es a lo
que renuncien, confiesen, abandonen, a quienes perdonen y la verdad que reafirmen lo que
les da la libertad. Este «proceder de la verdad» me exige que trabaje con la persona
integralmente, tratando con su cuerpo, su alma y su espíritu.
La medicina y la iglesia
Tratar a la persona en su totalidad incluye lo físico y lo interpersonal. Por supuesto,
existen problemas glandulares y desequilibrios químicos, y tanto la iglesia como el campo
médico deberían ansiar los aportes. La profesión médica se dispone a sanar el cuerpo, pero
sólo la iglesia está en condiciones de resolver los conflictos espirituales. Así que no nos
sentemos en juicio de las deficiencias del mundo secular si como iglesia no nos
responsabilizamos con las soluciones espirituales.
En estos últimos días veremos muchas falsedades espirituales. En mi libro, Walking
Through the Darkness [Caminando a través de las tinieblas], trato de identificar esos falsos
prodigios y establecer los parámetros de la dirección divina. Necesitamos ese tipo de
discernimiento espiritual para mantenernos firmes contra las filosofías de la Nueva Era y de
los falsos maestros que surgirán de entre nosotros (2 Pedro 2:1 ss). Los principales
promotores de la medicina integral son los de la Nueva Era, y son los que manejan la
mayoría de los negocios de alimentos para la salud. No hay nada malo en comprar las
pastillas en los estantes, pero no lea la literatura en los anaqueles.
El mayor asidero de Satanás
Además, nuestros problemas jamás se originan ni se resuelven independientemente de
las relaciones personales. Tenemos una necesidad absoluta de Dios, pero también nos
necesitamos desesperadamente unos a otros. En mi experiencia, la falta de perdón para con
los demás le abre a Satanás la principal puerta de acceso a la iglesia. Cuando la gente
perdona de corazón, da un paso gigantesco hacia la libertad. Y una vez libres, las buenas
relaciones ayudan a promover ese crecimiento. Es por eso, por ejemplo, que no es una
solución adecuada resolver el problema espiritual de un niño para volverlo a internar en una
familia con disfunción en sus relaciones. (Steve Russo y yo hemos tratado extensamente
este tema en nuestro libro The Seduction of Our Children [La seducción de nuestros hijos].)
No hay tal madurez instantánea
El último asunto es distinguir entre la libertad y la madurez. No creo en la madurez
instantánea. Se necesita mucho tiempo para renovar nuestras mentes, desarrollar el carácter
y aprender a vivir con responsabilidad. Un cautivo primero necesita ser liberado para luego
aprender a disfrutar de esa libertad, porque fue por libertad que Cristo nos hizo libres
(Gálatas 5:1). En mi experiencia, las personas atadas no crecen y rara vez, si acaso,
experimentan la sanidad emocional. Una persona atada necesita su libertad y a una persona
herida hay que tratarla con compasión para que pueda recibir su sanidad con el tiempo.
Ahora bien, permítame presentarle a algunos de los seguidores selectos de Cristo.
Conforme digan la historia de sus vidas, agregaré algunas percepciones mías respecto a la
naturaleza y solución de sus problemas. Por lo menos usted aprenderá tanto de sus
experiencias como de mis comentarios. Es mi oración que sus testimonios sean de
tremendo estímulo para los que anhelan ser libres, así como para los que desean ayudarles.
1
Molly:
Libertad del ciclo de abusos
Me agrada empezar una conferencia preguntándole a la gente: «¿Me agradarían si en
verdad lograra conocerlos en el poco tiempo que estaré aquí? Quiero decir: ¿Si los llegara a
conocer verdaderamente?» Hice esa pregunta a mi clase en el seminario y antes de que
pudiera continuar uno de mis alumnos respondió: «¡Me tendría lástima!» Lo dijo en broma,
pero captó la perspectiva de muchos que experimentan una vida de desesperación
disimulada. Perdidos en su soledad y autocompasión, se aferran a un hilo de esperanza que,
de alguna manera, Dios irrumpirá entre la espesa neblina de la desesperación que rodea sus
vidas.
El sistema no los ha beneficiado. Los padres que se suponían iban a ofrecer el amor, el
cariño y la aceptación que necesitaban, eran más bien la causa de su condición. Tampoco la
iglesia de la que se habían aferrado en busca de esperanza parecía tener las respuestas.
Tal es el caso de la persona que nos presenta el primer relato. No conocía a Molly antes
de recibir su extensa carta, en la que me dio a conocer su recién lograda libertad en Cristo.
Meses más tarde, tuve el privilegio de encontrarme con ella cuando dictaba una serie de
conferencias. Esperaba ver a una criatura acabada y regordeta. Por el contrario, la persona
que almorzó con mi esposa y conmigo era una profesional inteligente y atractiva.
Conforme usted conoce, creará su imagen mental. Su relato es importante porque no la
aconsejé personalmente. Encontró su libertad viendo en la Escuela Dominical los videos de
nuestro congreso sobre «Cómo resolver los conflictos personales y espirituales». Su
historia representa a todos los que sufren debido a una familia disfuncional y a una iglesia
inepta. Creo que muchos de los que hoy viven en la esclavitud espiritual saldrían a la
libertad ahora mismo si supieran quiénes son en Cristo y cuál es la naturaleza de la batalla
espiritual que se libra en sus mentes. Jesucristo es el que libera, Él ha venido a darnos vida
en abundancia.
* * *
La historia de Molly
Nací de las dos personas más odiosas que jamás he conocido.
Toda mi vida ha cambiado desde que empecé a participar en la serie de videos sobre:
«Cómo resolver los conflictos personales y espirituales». Por primera vez en mi vida se me
aclaró cuál era la fuente de mis ataduras. Tengo cuarenta años y siento que sólo ahora he
encontrado «la tierra prometida».
Nací en una zona rural de Estados Unidos, hija de las dos personas más miserables que
jamás he conocido. Mi padre era un agricultor de muy poca educación que se casó con mi
madre cuando ella era muy joven. Él era uno de los quince hijos de una familia plagada de
enfermedades mentales. Hay también una gran inestabilidad en la familia de mi madre,
pero simplemente niegan que haya un problema.
La luz que más brillaba entre mis familiares era mi abuela. De no haber sido por ella,
estoy convencida que de no haber sido por ella, hace años estuviera loca. Fue una santa y
yo sabía que me amaba.
Fui la primogénita de mis padres, sin embargo, nací cuando cumplieron doce años de
casados. Mis primeros recuerdos de ellos juntos eran que en la noche mi madre dejaba fuera
a mi papá. Todavía veo la expresión feroz de su cara mientras se dirigía a mí a través de la
puerta y gritaba: «¡Molly! Ábreme la puerta y déjame entrar». Mi mamá, parada
directamente detrás de mí, me gritaba: «No te atrevas a abrir esa puerta».
Al pie de la cama pude ver la clásica figura del diablo
Mis padres se divorciaron cuando tenía cuatro años y mi madre nos llevó a otra casa.
Mucho antes del divorcio recuerdo la noche en que mis padres iban a salir. Mi hermanita de
un año de edad y yo estábamos en la cama de ellos, sin duda esperando a la muchacha que
nos iba a cuidar, cuando de repente vi bailar al pie de la cama una aparición malévola
exactamente como el tradicional diablo rojo. Estaba petrificada del temor y me sentí
obligada a no decirle a nadie lo que veía.
Llamé a mi mamá y llorando solamente le dije que había algo en el cuarto. Encendió la
luz y dijo: «Aquí no hay nada, ni acá». Me cubrió con las mantas para no ver el pie de la
cama cuando ella apagó la luz y salió del cuarto. Pasé largo rato escondida debajo de las
mantas, demasiado aterrorizada como para asomarme. Cuando lo hice, todavía estaba allí
aquella presencia, riendo.
Sentí que esas palabras me traspasaban el corazón como un
puñal.
Después del divorcio de mis padres, recuerdo que se encontraron una vez en la calle, se
pararon a conversar y papá le pidió a mamá que lo dejara llevarse a mi hermanita. Sentí que
esas palabras me traspasaban el corazón como un puñal, porque me indicaban que mi padre
no me quería.
Lo más probable es que las voces hayan empezado en esa época: «Tu padre ni siquiera
te quiere». Y era verdad. Siempre me había dicho que era «exacta a mi madre». Sabia lo
que significaba eso: Sabía que la odiaba. Ella era colérica y a mí me aterraban sus
arranques de ira.
Una vez, cuando tenia unos seis años y estaba en casa de mi papá, una tía le dijo:
«Molly es exacta a ti». De inmediato, cambió su expresión por completo y le gritó: «¡Es
exacta a su madre! ¡Vivi dieciséis años con esa mujer y ella se parece a su madre!»
Diciendo eso salió furioso de la casa y sentí que un dolor agudo me atravesaba el pecho.
Temía mucho que ella nos envenenara.
Nuestros familiars pensaban que mi madre podría maltratarnos. Una vez, cuando ella
estaba muy mal llegó una tía y se paró fuera, frente a una de las ventanas. Nos estaba
vigilando porque temía por nuestra seguridad. Mamá nos maldecia muchísimo y controlaba
nuestras vidas totalmente. No tenía amistades, ni amor, ni ternura y a menudo decía que su
vida habría sido mucho major sin mí. Sentí que estaba resentida con nosotros y que le
éramos un estorbo.
En los dos años siguientes, mamá llegó a ser aún más cruel y malévola. Temí por mi
vida el resto de mis años junto a ella. Aunque no conocía mucho del mundo espiritual,
sentía, aun en ese entonces, que Satanís estaba involucrado en nuestra vida familiar.
Llegó el momento en que no comía a menos que ella lo hiciera antes, porque temía que
nos envenenara. Me es imposible describir el terror de ser una niña que siempre vivía
amenazada por el peligro de muerte. Aun cuando algunos de nuestros parientes temían por
nuestra seguridad, no nos ayudaron porque le temían más a ella.
Una vez, cuando tenía catorce años, mi madre creyó que le habia perdido algo y no me
quiso alender cuando traté de decirle que nunca habia tenido en mis manos aquello. Me
pegó y me estuvo maldiciendo desde las seis de la tarde hasta la una de la mañana,
obligándome a revisar la basura una y otra vez para encontrar ese objeto. Al fin se acostó.
Sin duda muerta del cansancio. ¡Lo que buscaba era la tapita del tubo de pasta de dientes!
Poco después llegó mi padre para su visita mensual. Tal vez nos hubiera visitado más a
menudo a no ser que su esposa alegaba y rabiaba todo el tiempo que estaban con nosotras,
tratándonos de la misma manera que lo hacía nuestra madre. De regreso a casa ese día, de
repente mi mente se quedó en blanco. No podía recordar quién era ni toda esa gente que
estaba en el auto. Se me hizo un enorme nudo en la garganta, estaba tan asustada que no
podía hablar. Luego, de manera igualmente repentina, me volvió la memoria como un
torrente apenas papá hizo que el auto doblara hacia la calle en que vivíamos. Cómo odiaba
el regreso al «infierno» de mi hogar, pero no tenía otro recurso.
En medio de todo, anhelaba desesperadamente el amor de mis padres. Todavía cuando
tenía treinta y tantos años llamaba a mi madre a diario, a pesar de que muy a menudo me
tiraba el teléfono. A esas alturas seguía tratando de obligarla a amarme.
Siempre me amenazaba con decirle a mi mamá que yo fumaba
cigarrillos si le contaba lo que él me hacía.
Cuando aún era pequeña, uno de mis tíos, que tenía muchos hijos, llegaba a mi casa y
me sacaba a pasear. Al parecer, a mi madre jamás se le ocurrió ser cautelosa y preguntarme
por qué hacía eso. Cuando tenía entre cuatro y siete años, recuerdo que me hacía caricias
íntimas y me amenazaba con que si alguna vez le contaba a mamá lo que me hacía, me
acusaría con ella de fumar cigarrillos. Recuerdo haber sentido una culpabilidad inmensa,
creyendo que debía haber dicho que «no», pero tenía miedo de hacerlo.
Después llegué a enviciarme con la masturbación, un problema que jamás pude
controlar hasta que encontré mi libertad en Cristo. Ese deseo sexual ha tratado de volver,
pero ya sé lo que tengo que hacer: simplemente proclamo en voz alta que soy hija de Dios,
le digo a Satanás y a sus mensajeros malignos que me dejen. Entonces la compulsión se va
inmediatamente.
Hace poco quise contarle a alguien acerca de esa adicción sexual para aceptar mi
responsabilidad. Cuando se lo conté a una de mis amigas del mismo estudio bíblico,
exclamó: «¡Yo siempre he tenido ese mismo problema!» Lloramos juntas y le conté de mi
victoria sobre esa influencia demoníaca y sobre todos los pensamientos sexuales violentos
que la acompañaban. Me regocijo ahora que ya no tengo que estar sometida a la presencia
malévola y al poder arrollador que se asociaba con ese acto. En Cristo soy libre para
decidirme a no pecar de esa manera.
De nuevo, a los nueve años de edad, un compañero de trabajo de mi madre abusó de mí.
Ella le permitía llevarnos a pasear en auto, a mi hermana y a mí, me besuqueaba y me metía
su lengua en la boca. Una vez estaba tan asustada de lo que me podría hacer que me subí a
la ventana trasera de su auto y le rogué que nos llevara a casa, después de lo cual jamás nos
volvió a sacar.
Había visto películas en que la gente perdía toda noción de la
realidad.
A medida que crecía, todo empeoraba. No recuerdo exactamente cuándo fue, pero
empecé a pedirle a Dios que no me dejara volver loca y parar en un asilo. Sabía que no
sería muy difícil terminar allí porque había estado escuchando voces desde que tenía uso de
razón. Había visto películas como «Las tres caras de Eva», en que la gente perdía toda
noción de la realidad y me era fácil verme en esa misma condición.
No teníamos vida espiritual alguna. Mi madre rechazó el cristianismo totalmente y no
me dejaba hablar con ella del tema. Mi padre asistía todos los domingos a la iglesia, pero
era demasiado legalista, trampa en la que después caí yo también.
De adolescente empecé a asistir a una iglesia del vencindario y me convertí en una
legalista muy aferrada, haciendo todo lo que me indicaran … todo … para lograr ser feliz
cuando fuera adulta.
A la edad de catorce años le pedí a Jesucristo que fuera mi Salvador. Me sentí tan
emocionada que esperaba con ansias aprender todo lo que pudiera sobre Él. La primera vez
que asistí a un grupo de jóvenes, distribuyeron unos libros y nos asignaron una tarea. Para
la siguiente semana, ya había contestado todas las preguntas y había comprado un cuaderno
de notas. Alguien vio que había completado el trabajo y gritó: «¡Miren, todos! Ella hasta
contestó las preguntas».
Todo el grupo se rió y jamás volví a hacer una tarea.
La Escuela Dominical fue peor. Había muchas muchachas en la iglesia que eran
acaudaladas, toda la clase pertenecía a una hermandad de muchachas, excepto otra
muchacha y yo. Ella y yo nos llamábamos cada domingo por la mañana para estar seguras
de que ambas asistiríamos, porque las demás no nos hablaban y ninguna de las dos quería
estar allí sola.
En todo ese tiempo las voces me decían: «Eres fea. Eres repugnante. Eres indigna. Dios
jamás te podrá amar». Y con lo que era mi vida, me convencí de que era así.
Cuando me casara, Dios me permitiría encontrar la felicidad.
La opresión, la depresión y las voces de condena seguían, pero nadie lo sabía. No tenía
a quién contarle esta parte de mi vida. Creía que lo merecía. Cuando trataba de contarle a la
gente cómo era mi madre, no entendían o respondían de manera inadecuada. Una vez se lo
confesé a una maestra en la Escuela Dominical y me dijo: «Vamos a hablar con tu mamá».
Fue tal el terror que sentí por lo que sabía sería la reacción de mi madre una vez que se
hubiera ido la maestra, que me negué a hacerlo. Estaba demasiado aterrorizada.
Vivía de acuerdo al código del autoesfuerzo, tratando de complacer a mamá para evitar
que se enojara. Creía que Dios me había puesto en el lugar donde estaba y, si podía
aguantar el sufrimiento, ser obediente, llevar una vida buena y sin pecado, cuando me
casara, Él me permitiría encontrar la felicidad. Mi meta era tener un hogar y un marido
cristianos para ser feliz; tener un lugar seguro donde nadie abusara de mí.
El matrimonio fue una gran conmoción.
El verano después de mi graduación de la enseñanza secundaria me encontré con un
hombre que me presentaron en aquella graduación, fue amor a primera vista. Con él me
casaría diez meses después, a los diecinueve años de edad, en busca de felicidad.
Asistíamos a la iglesia todos los domingos y miércoles por las noches y a cualquier otro
programa al que se pudiera asistir. Pero no teníamos amistades y jamás nos invitaron a otro
hogar.
En nuestra iglesia no ofrecían orientación prematrimonial, de manera que el matrimonio
fue una gran conmoción. Me había guardado para el matrimonio, pero odiaba el sexo. Al
cabo de una semana, mi marido empezó a salir de casa por largo rato, a veces todo el fin de
semana. Nos mudamos a un apartamento y con todas las cajas sin desempacar, simplemente
se fue a jugar golf y a estar con sus amigos.
Ese fue el colmo, después de toda una vida de no sentirme jamás amada por nadie. Mi
autoestima estaba tan baja que cuando me di cuenta de que a mi esposo ya no le importaba,
me enfermé, sumida en una tremenda depresión. A las tres semanas, me convencí de
pecado y me levanté, pensando: ¿Cómo podrá amarme? No podrá jamás respetar a una
mujer que se le une y trata de seguir desesperadamente cada paso que dé. Así que traté de
cambiar y de hacer que nuestro matrimonio marchara bien. No sé cómo, pero logramos
estar juntos durante quince años … quince años de conflicto, de rechazo y de dolor …
vacilando entre una vida de pretensión legalista en el cristianismo y de dar la espalda a Dios
completamente.
No era el tipo de mujer coqueta.
Esperaba que tener un hijo nos traería la felicidad, como no podía quedar embarazada
empecé a visitar a distintos médicos. Cuando mi doctor de cincuenta años de edad fue
bondadoso y me tomó de la mano, creí que simplemente actuaba como un padre. Pero
luego me acarició íntimamente cuando estaba sobre la camilla. Más tarde, cuando me salió
una protuberancia en un seno, fui a otro médico que me hizo algo parecido.
No era el tipo de mujer coqueta; pues apenas si podía mirar los ojos a otra persona.
Creo que es exactamente como obra Satanás, utilizando a los demás para traer su maldad a
nuestras vidas cuando somos vulnerables. Me sentía muy incómoda mientras sucedían estas
cosas, pero de todos modos estaba acostumbrada a sentirme molesta.
Más tarde, me llamó una de mis amigas que trabajaba en un bufete de abogados, me
dijo que uno de esos médicos le había hecho lo mismo a otra mujer, la que lo estaba
enjuiciando. Fue en ese momento que al fin supe que no era yo, lo cual me alivió bastante
de las muchas dudas que tenía sobre mí misma. Lo bueno era malo y lo malo era bueno.
Los procesos mentales que tenía andaban tan equivocados que ya no sabía lo que era justo y
recto.
Al fin quedé embarazada y salté de repente a la maternidad. Al poco tiempo, mi esposo
llegó a casa una noche y me dijo: «De lo único que hablan los compañeros de trabajo es de
muchachas y de sexo, por lo que me paso la mayor parte del tiempo con Linda. Ella asiste a
nuestra iglesia, es cristiana y en mi tiempo libre estoy con ella.
Me preguntó si me importaba y le dije que no. Con el tiempo me dejó por Linda.
Mis amigas me habían advertido que se estaba viendo con otras mujeres, pero no lo
creía. Simplemente decía: «Él no haría eso».
Traté así el asunto porque quería evitar el dolor de saber o enterarme que me estaba
siendo infiel.
Renuncié a Dios.
Cuando al fin mi esposo me abandonó y me dejó con dos bebés, renuncié a Dios,
culpándolo de todo mi dolor. En la iglesia había aprendido que el camino a la felicidad para
la soltera era casarse con un cristiano, cosa que había hecho. Ahora estaba enojada con
Dios y durante seis años lo eché a un lado.
Mi madre me instaba: «Haz algo. No te quedes allí sentada toda tu vida. Haz algo,
aunque sea malo».
Mis compañeros de trabajo querían que los acompañara al bar y, aunque jamás había
entrado en uno, fui con ellos y pronto quedé inmersa en ese estilo de vida. Jamás tuve la
intención de salir con hombres indecentes, pero esa clase baja de personas me hacía sentir
mejor. ¡Hasta terminé yendo a bares donde algunas de las personas ni siquiera tenían
dientes! Supongo que ese era el único lugar donde me sentía bien conmigo misma porque
ellos estaban peor que yo.
Todavía estaba atada por el legalismo y a veces trataba de ir a la iglesia, pero eso
demandaba un esfuerzo hercúleo. Los viernes en la noche iba al bar y, cuando mis hijos
regresaban el sábado de la visita a su padre, volvía a mi papel de buena madre. El domingo
trataba de llevarlos a la iglesia, pero cuando lo hacía, sentía como si me clavaran la frente.
Había padecido siempre de dolores de cabeza, pero este dolor era insoportable. A veces me
enfermaba y tenía que salir de la iglesia; una de ellas me vomité en el auto, por lo que
decidí no volver a la iglesia.
Iba al bar y alguien me decía algo agradable.
Recuerdo uno de los últimos sermones que escuché. El predicador dijo: «Hay una
espiral descendente. Cuando empieza, el círculo es bien grande y las cosas se mueven
lentamente en la superficie. A medida que baja se acerca cada vez más, adquiriendo
velocidad hasta que pierde el control. Pero usted puede parar esa espiral descendente
simplemente al no dar ese primer paso».
Di ese primer paso y las cosas se escaparon de mi control y ya no pude parar. Cuando
me deprimía, iba al bar y alguien me decía algo agradable. Me tomaba un trago y por el
momento no me sentía tan mal. Me aceptaban más en el bar que en la iglesia. Desde los
catorce años había asistido a ella con regularidad, pero nunca tuve una amiga íntima. Era
muy retraída y parecía que la gente no me extendía la mano, por lo que me quedaba sola y
triste.
Me encontraba en una situación muy mala en mi vida. La gente en esos bares se peleaba
con cuchillos y a veces alguno sacaba una pistola. Pero conforme pasaba el tiempo, logré ir
a tomarme un trago sola sin hacerle caso al peligro. En realidad, no me importaba ya lo que
me sucediera.
Recuerdo que decía: «No creo que esto sea malo».
Tuve un encuentro con el cáncer que me asustó mucho y pensé que quizás era Dios que
me estaba golpeando fuerte. Así que renuncié a los bares y volví a la iglesia. Pero un año
después ya se me había pasado el susto y había vuelto a mi antiguo estilo de vida. Vivía una
mentira tal que era inevitable. Siempre había tenido una conciencia muy fuerte, pero en ese
momento me acuerdo que pensé: Ni siquiera me siento mal por esto.
Me sentía infeliz, miserable y pensé en el suicidio, pero era tan cobarde que no lo podía
hacer. Mi vida estaba tan descontrolada que cuando conocí en el bar a un hombre que se
quería casar conmigo, me lancé sin pensarlo. No le pregunté a Dios qué le parecía, porque
sabía la respuesta que me daría y no me importaba. El tipo todavía estaba casado cuando lo
conocí, era cliente del lugar donde trabajaba. Tenía muchísimo temor de que mencionara
que me había conocido en el bar, pues quería mantener esa parte de mi vida en secreto. Me
casé con él en mi desesperada búsqueda de felicidad, pero sólo estuvimos junto dos años.
Aun antes de este matrimonio había vuelto al ciclo legalista en que trataba de
controlarlo todo. Íbamos a la iglesia y me aseguraba de que mi esposo leyera todo lo que yo
quería que leyera. Pero estaba más enfermo que yo y muy débil, sin el menor sentido de su
identidad propia. Al principio pude controlarlo todo, pero cuando llegaron sus dos hijas a
vivir con nosotros, «se desataron los infiernos». La madre había estado en un hospital
siquiátrico y ahora tenía una relación lesbiana. Las niñas no tenían la menor disciplina y yo
había decidido que las iba a «salvar»; pero me salió el tiro por la culata.
Al fin le pedí a mi esposo que se fuera, pues ya sabía que lo estaba pensando y quise
adelantarme a los hechos. Pedí el divorcio, pero entonces no podía dormir en las noches y
paré el procedimiento. Sabía que lo que hacía era malo. Le dije que cuando quisiera, le
daría el divorcio, pero jamás supe nada más de él.
Fuimos a los consejeros, pero nadie nos ayudó.
Mi segundo esposo y yo sí fuimos a buscar consejería matrimonial, pero no hubo quien
nos ayudara. La gente no trataba la realidad del conflicto espiritual, así que, ¿cómo nos
podrían ayudar? Sólo nos daban una palmadita en la mano y nos decían que todo iba a
resultar bien.
Finalmente, el último consejero que tuve reconoció que estaba experimentando un
problema espiritual. Muchas veces le hablé de mi temor a la muerte … de los pensamientos
de suicidio … de la incapacidad de sentir el amor de Dios … de la nube que me rodeaba
cada vez que entraba a mi casa … pero no parecía saber cómo ayudarme.
Me preguntó si amaba a Dios, a lo que respondí: «No lo sé». Entonces me contestó:
«Bueno, sé que lo amas». Le dije que el único Dios que conocía era el que me esperaba en
los cielos con un martillo para golpearme. Discutió conmigo que Dios no era así, pero de
nada valió.
No le hablé de la enorme araña negra que veía todas las mañanas al despertar, porque
apenas comenzaba las actividades del día se me olvidaba. Es increíble que hubiera sucedido
durante diez años y que jamás lo recordara excepto en el momento en que sucedía. En ese
momento me convencía de que tenía una pesadilla con los ojos abiertos.
Finalmente no pude seguir fingiendo: lloraba todo el fin de semana y clamaba a Dios:
«Ya no puedo fingir más que estoy bien». Apenas llegaban los niños del fin de semana con
su padre, me levantaba y ponía la cara de buena madre. La verdad era que había pasado
todo el fin de semana acostada en el sofá, envuelta totalmente en tinieblas. Jamás abría las
ventanas y nunca salía. No le hablaba a nadie porque siempre habían voces que me decían:
«Ellos no quieren hablar contigo. No les gustas». Nunca me di cuenta de que esas cosas
negativas que escuchaba en la cabeza las puso allí el mismo Satanás.
Era como si una nube me esperara para devorarme.
De día, en mis labores, trabajaba más o menos bien, pero en el instante en que entraba
por la puerta después del trabajo, me esperaba una nube para tragarme. De nuevo me tiraba
en el sofá, sintiéndome miserable. Pequeñeces como ir a comprar al supermercado me eran
dificilísimas porque allí había gente y sentía que todos me odiaban.
Seguí visitando a ese último consejero porque estaba desesperada y ya no podía seguir
con la farsa. Llegué al punto en que siempre lloraba en el trabajo y le dije a mi consejero:
«Me estoy volviendo loca, me siento desgraciada. Ya no puedo más».
Me dio un libro para leer, pero este no llegó a la raíz de mi problema. A pesar de que
hablaba de Cristo, no había solución; la única esperanza era asistir a una de las clínicas que
describía. Sin embargo, el libro tocaba el tema de la codependencia maligna y yo sabía que
ese era mi caso: sin amistades, totalmente aislada, viviendo una mentira, sin saber quién
era. Eso me aterró.
Terminado el libro, fui a ver a mi consejero y le dije: «Esta soy yo …»
Estaba al borde del suicidio, pero sólo me dijo que volviera a los quince días. Intenté
ingresar a la clínica, pero no pude por no tener el dinero que exigían.
En esa misma época, mi hermana estaba pasando también por problemas serios, pero no
podía visitar al consejero de nuestra iglesia porque no era miembro. Tenían tantos casos
que atender que no podían tomar casos que no fueran de miembros. Mi consejero
recomendó una clase para hijos de familias disfuncionales, ofrecida en otra iglesia.
También quise asistir, pero me era demasiado dificil volver a empezar con un grupo nuevo.
Al llegar el fin de semana, se fueron mis hijos y me acosté en el sofá todo el viernes por
la noche y todo el sábado, totalmente deprimida y comiendo nada más que rosetas de maíz.
El domingo se me ocurrió que debería asistir a aquella clase. No había nada más difícil en
este mundo que hacerlo, no sé ni cómo, pero logré armarme de valor. Apenas entré, me
sentí completamente como en mi casa. Empecé a asistir con regularidad y me ayudó
muchísimo, pues me sirvió de mucha ayuda tener amistades aunque también estuvieran
enfermas.
A medida que observaba el video me quedaba boquiabierta.
Una de mis nuevas amistades me invitó a una clase distinta en que iban a pasar una
serie de videos de Neil Anderson. A medida que observaba el video, me quedaba
boquiabierta repitiendo constantemente: Esto sí es verdad. A partir de ese momento, jamás
falté ni una sola vez a la clase. Una vez fui enferma, porque no había nada en mi vida que
me hubiera dado tanta esperanza.
Cuando oí a Neil hablar de personas que escuchan voces, me emocioné muchísimo
porque al fin había encontrado quien comprendiera lo que estaba experimentando. Luego
habló de Zacarías 3 donde Satanás acusa al sumo sacerdote y el Señor le dice: «Jehová te
reprenda». Esa verdad me liberó porque pensé: Yo lo puedo hacer.
En ese momento me di cuenta de que el padre de las mentiras, Satanás, me había
engañado. Me había acusado toda la vida y no me había plantado contra él. Aprendí que al
estar en el Señor Jesucristo tengo autoridad para reprender a los espíritus engañadores y
rechazar las mentiras de Satanás. Cuando esa noche salí del curso, me sentí flotando en las
nubes.
Se fue mi depresión … se fueron las voces … ¡desapareció ese enorme objeto parecido
a una araña que vi durante diez años en mi cuarto al despertar por las mañanas!
Ahora amo la luz.
Para Navidad, mi jefe me regaló una serie de casetes titulada: «Cómo resolver los
conflictos personales y espirituales», que escucho siempre. En mi mente hay luz donde
antes había oscuridad. Ahora amo la luz y abro las cortinas y las ventanas para permitir que
entre. ¡Es cierto que ya soy una nueva persona! Recibo en mi casa a personas que quieren
estudiar la Biblia en esos casetes, cosa que jamás hubiera podido hacer antes.
Al reflexionar sobre mi pasado veo que los mensajes que recibí de parte de mi familia
fueron negativos. No recuerdo jamás en mi vida haber sentido amor hasta que escuché los
videos y me di cuenta de que Dios me amaba tal y como soy.
Antes de encontrar mi libertad en Cristo me portaba de la misma manera que mi mamá
conmigo: con arranques de ira hacia mis hijos y luego odiándome por haberlo hecho. Ahora
esos arranques son raros y mis hijos se sienten bien conmigo.
No soy como antes; estoy sanando. Sé lo que debo hacer cada vez que me veo cayendo
en un viejo hábito o patrón de pensamiento. No tengo que humillarme en autocompasión.
En cada punto de conflicto puedo buscar la mentira específica que Satanás quiere que crea
y luego enfrentarla, escogiendo deliberadamente lo que ahora conozco como la verdad.
Mi gran meta ahora es ser el tipo de madre que Dios quiere que sea, y creo que Él
compensará todos esos años que se comieron las langostas (Joel 2:24, 25).
* * *
Cómo vive la gente
Nadie se puede comportar constantemente de manera que no corresponda con la visión
que tenga de sí mismo. Molly creía que no valía nada, que nadie la quería, que no era digna
de ser amada. Vivía una vida distorsionada, impuesta sobre ella por padres maltratados y
abusadores. Ese ciclo de abuso habría seguido, de no haber sido por la gracia de Dios.
Cada vez que escucho un relato como este, y son muchos los que oigo, simplemente
deseo que la gente como Molly pudiera recibir un sano abrazo de parte de alguien, por cada
vez que haya sido tocada por el mal. Deseo disculparme con ella porque tuvo que tener esos
padres. Deseo ver que la gente tenga oportunidad de cambiar. Están sentados en los bares
cerca de su iglesia. Algunos se meten sigilosamente por la puerta de atrás del santuario y se
sientan en la última fila. Otros se convierten en pestes que se le guindan a uno y a quienes
se busca evitar. Son hijos de Dios, pero no lo saben, y la mayoría no han sido tratados como
tales.
Detener el ciclo del abuso
Los cristianos tenemos todo el poder necesario para llevar vidas productivas y la
autoridad para resistir al diablo. Las personas como Molly no son el problema; son las
víctimas … martirizadas por el dios de este mundo, por padres abusadores, por una
sociedad cruel y por las iglesias legalistas o liberales.
¿Cómo paramos este ciclo de abuso? Los conducimos a Cristo y les ayudamos a
establecer su identidad como hijos de Dios. Les enseñamos la realidad del mundo espiritual
y los animamos a andar por la fe en el poder del Espíritu Santo. Nos importan lo suficiente
como para enfrentarnos a ellos en amor y apoyarlos cuando caen. Lo hacemos al
transformarnos en los pastores, padres y amigos que Dios quiere que seamos. Le hacemos
caso a las palabras de Cristo en Mateo 9:12, 13:
Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos. ld, pues, y
aprended qué significa: Misericordia quiero y no sacrificio. Porque yo no he venido para
llamar a justos, sino a pecadores.
Los «Pasos hacia la libertad» que ayudaron a Molly cuando vio las películas, están en el
apéndice. También se encuentran en el libro The Bondage Breaker [Rompiendo las
cadenas].
El camino hacia Dios
De ninguna manera estoy abogando por una solución fácil a los problemas difíciles.
Parece que seguir siete pasos u oraciones sencillas es algo simple o fácil, pero me temo que
no es así. Hay un millón de maneras en que uno se puede equivocar. El camino a la
destrucción es amplio, las sendas numerosas y su explicación compleja. Pero el camino
hacia Dios no es tan ancho. Jesús es el camino estrecho, la verdad simple y la vida
transformadora. No es de extrañar que Pablo hubiera dicho: «Pero me temo que, así como
la serpiente con su astucia engañó a Eva, de alguna manera vuestros pensamientos se hayan
extraviado de la sencillez y la pureza que debéis a Cristo» (2 Corintios 11:3).
A pesar de esto, no es tan fácil ayudar a la persona a reconocer el engaño, la dirección
falsa y a decidirse por la verdad. Saber cómo lograr que la persona se dé cuenta del dolor
emocional del pasado y se esfuerce por perdonar no es tampoco tan fácil. Más bien,
enfrentarla con su orgullo, su rebelión y su comportamiento pecaminoso exigen muchísimo
amor y aceptación incondicionales.
Muchos pueden elaborar estos pasos por sí solos como lo hizo Molly. Mi hijo me
preguntó una vez si la gente podría lograr su libertad en Cristo. Sí lo pueden hacer, porque
la verdad es la que nos libera y Jesús es el libertador. Sin embargo, muchos van a necesitar
la ayuda de parte de una persona piadosa. Prerrequisito para el pastor o consejero es que
tenga el carácter de Cristo y el conocimiento de sus caminos. Este tipo de orientación exige
la presencia y la dirección del Espíritu Santo, el «Maravilloso Consejero».
Pareciera como si la mayoría de los profesionales de servicio se concentraran en el
problema. Padecemos de parálisis analítica. Si estuviera perdido en un laberinto, no me
gustaría que alguien me estuviera explicando todas las complejidades de los laberintos y
por qué la gente se mete en ellos. En realidad, no necesito que nadie me diga qué tonto fui
al meterme en ese lío. Necesitaría y querría que alguien me diera un mapa para salir de allí.
Dios envió a su Hijo como nuestro Salvador, nos dio las Escrituras como mapa del camino
y nos envió al Espíritu Santo a guiarnos. La gente en todo nuestro entorno se está muriendo
en el laberinto de la vida, por falta de alguien que le muestre con mucha ternura cuál es el
camino.
2
Anne:
Libertad a través de las etapas de desarrollo
Molly nos ha contado su vida, espero que haya tenido un gran impacto en usted. Los
siguientes capítulos relatan las historias de otras personas valientes que han permitido que
las publiquemos.
Sin embargo, este será distinto. Antes de proceder, me parece importante que veamos
cuál es el plan de Dios para los procesos de desarrollo y santificación; explicados
basándonos en las Escrituras e ilustrados con la vida de Anne, otra persona restaurada. Le
ayudará a comprender mejor el peregrinaje espiritual de las personas a quienes conocerá en
este libro, y a contribuir a sanar las heridas de aquellos que atraviesen su camino.
Muertos al nacer
San Pablo escribe: «En cuanto a vosotros, estabais muertos en vuestros delitos y
pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, conforme a la corriente de este mundo y
al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora actúa en los hijos de desobediencia»
(Efesios 2:1, 2). Desde Adán todos nacimos físicamente vivos, pero muertos
espiritualmente, o sea, separados de Dios. Durante nuestros primeros años de formación
aprendemos cómo vivir independientes de Dios. No teníamos ni la presencia de Él en
nuestras vidas ni el conocimiento de sus caminos.
Esta independencia de Dios, aprendida por nosotros, es característica de la carnalidad o
de la antigua naturaleza. Una de las maneras en que funciona la carne es desarrollar
mecanismos de defensa por medio de los cuales aprendemos a lidiar con la vida, a tener
éxito, a sobrevivir o a vencer sin tomar en cuenta a Dios.
Vivos para la eternidad
Cuando nos entregamos a Cristo recibimos vida espiritual, lo que significa que ahora
estamos unidos con Dios. Esta vida eterna no es algo que recibimos al morir; la poseemos
desde ahora mismo por estar en Cristo: «Y éste es el testimonio: que Dios nos ha dado vida
eterna, y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo
de Dios no tiene vida» (1 Juan 5:11, 12).
Programados de nuevo
Desde el momento de nuestra conversión tenemos a nuestro alcance todos los recursos
de Dios. Desafortunadamente, nadie aprieta la tecla indicada para «borrar» lo programado
anteriormente en nuestra mente. Hasta que no empiece el proceso de transformación de
Dios en nuestras vidas, viviremos en un estado de conformidad a este mundo y
reglamentados por él. Por eso Pablo escribe: «No os conforméis a este mundo; más bien,
transformaos por la renovación de vuestro entendimiento, de modo que comprobéis cuál
sea la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta» (Romanos 12:2). Por lo tanto:
• la tarea principal de la educación cristiana es discipular a las personas que
anteriormente estaban programadas para vivir independientes de Dios, a fin de que
vivan en una relación de dependencia con Él.
• la tarea principal del discipulado o la consejería es librar a la gente de su propio
pasado y erradicar los viejos mecanismos de defensa, sustituyéndolos por Cristo
como su única defensa.
Ser transformados
La verdad y la obediencia son la clave en un estilo de vida que dependa de Cristo. Pero
la verdad sólo se puede creer si se entiende, y los mandamientos se pueden obedecer
solamente cuando se conocen. Debemos responder con nuestra fe y nuestra obediencia en la
medida en que el Espíritu Santo nos conduce a toda verdad: «El que dice, ―Yo le conozco‖,
y no guarda sus mandamientos es mentiroso, y la verdad no está en él» (1 Juan 2:4). La
desobediencia le da campo abierto a Satanás para realizar su obra en nosotros. Según
Efesios 2:2, ese espíritu «ahora actúa en los hijos de desobediencia».
«La santificación» es el proceso por medio del cual nuestro ser se conforma a la imagen
y al carácter de Cristo. Dios actúa en este proceso paciente y cuidadosamente, nos hace
avanzar, porque renovar nuestra mente y desarrollar el carácter requiere tiempo. Pero hay
otro dios que también está activo, y sería un descuido desastroso pensar que este proceso se
realizara independiente del «príncipe del reino del aire» (el dios de este mundo, Satanás).
Dispersión del pasado
En muchos casos, las experiencias traumáticas de la infancia siguen teniendo un
impacto debilitador sobre la vida actual. Es muy común tener bloqueadas muchas de ellas
en la memoria. Conscientes de esto, muchos sicólogos seculares intentan llegar a los
recuerdos ocultos usando la hipnosis. Algunos tratan de inducir recuerdos mediante el uso
de drogas en un programa de hospitalización. Si bien se les puede felicitar por su
sinceridad, estoy totalmente en contra del uso de ambas opciones por dos razones: Primero,
no quiero hacer nada que desvíe la mente de una persona; y segundo, no quiero adelantarme
al tiempo de Dios.
En las Escrituras no existe instrucción que inste a centrarse en uno mismo ni a dirigir
sus pensamientos hacia dentro. Ellas siempre abogan por el uso activo de nuestras mentes y
porque nuestros pensamientos se dirijan hacia afuera. Es a Dios a quien le pedimos que
examine nuestros corazones (Salmos 139:23, 24). Toda práctica oculta intenta inducir un
estado pasivo de la mente, y las religiones orientales nos exhortan a desviarla. Las
Escrituras nos exigen que pensemos y asumamos la responsabilidad de llevar todo
pensamiento cautivo a la obediencia de Jesucristo (2 Corintios 10:5).
Si hay dolor dentro de nosotros y recuerdos ocultos de nuestro pasado, Dios espera
hasta que lleguemos a la madurez adecuada antes de revelárnoslos. Pablo dice:
Para mí es poca cosa el ser juzgado por vosotros o por cualquier tribunal humano; pues
ni siquiera yo me juzgo a mí mismo. No tengo conocimiento de nada en contra mía, pero no
por eso he sido justificado; pues el que me juzga es el Señor. Así que, no juzguéis nada
antes de tiempo, hasta que venga el Señor, quien a la vez sacará a la luz las cosas ocultas de
las tinieblas y hará evidentes las intenciones de los corazones. Entonces tendrá cada uno la
alabanza de parte de Dios (1 Corintios 4:3–5).
La búsqueda de Dios
¿Qué debemos hacer cuando sabemos que algo de nuestro pasado todavía nos está
afectando? Creo que debemos continuar en busca del conocimiento de Dios, aprender a
creer y a obedecer todo lo que es verdadero y comprometernos con el proceso santificador
de desarrollar nuestro carácter. Cuando hemos alcanzado suficiente seguridad y madurez en
Cristo, Él nos revela un poquito más sobre quiénes somos realmente. En la medida en que
Cristo se convierta en la única defensa que necesitemos, nos apartará gradualmente de
nuestras formas antiguas de defendernos.
Despojarnos de los antiguos mecanismos de defensa y revelar las deficiencias en
nuestro carácter es como quitar las capas a una cebolla. Cuando se nos quita una capa nos
sentimos muy bien. No tenemos nada en contra de nosotros mismos y nos sentimos libres
de lo que piensen los demás de nosotros, pero todavía no hemos alcanzado la perfección.
En el momento justo, Él nos revela algo más para que podamos disfrutar su santidad.
Nuestro próximo relato tiene que ver con este proceso progresivo de santificación.
Anne redactó la siguiente carta y me la entregó en medio de una conferencia. Escuchó
quién era ella como hija de Dios, aprendió a caminar en fe y vio la naturaleza de la batalla
en su mente. Se emocionó tanto que se adelantó y cumplió por sí sola los pasos hacia la
libertad.
* * *
Estimado Neil:
¡Alabado sea Dios! Creo que esta es la respuesta que he buscado. ¡No estoy loca! No
tengo una imaginación demasiado activa, como me han dicho y he creído, por años.
Simplemente soy normal como todo el mundo.
¿Cómo podía admitir ante alguien de la iglesia lo que cruzaba
por mi mente?
Durante toda mi experiencia cristiana he luchado contra pensamientos extraños que me
apenaban tanto que nunca hablé a nadie de ellos. ¿Cómo le iba a contar a alguien de la
iglesia lo que cruzaba por mi mente? Una vez, en un grupo de cristianos, traté de hablar con
sinceridad de lo que me pasaba. La gente se asustó, hubo un silencio tenso, entonces
alguien cambió el tema. Casi me muero. Rápidamente aprendí que estas cosas no se aceptan
en la iglesia, o por lo menos en esa época no lo hacían.
No sabía lo que significaba llevar cautivo todo pensamiento. Una vez traté de hacerlo,
pero sin mayor éxito, porque me culpaba a mí misma de todas estas cosas. Creía que todos
esos pensamientos eran míos y que era yo quien los estaba produciendo. Siempre ha habido
un terrible peso sobre mí debido a esto. Jamás pude aceptar el hecho de que fuera
verdaderamente recta, porque no me sentía así.
Gracias a Dios que sólo era Satanás y no yo. ¡Yo valgo! El problema es más fácil de
tratar cuando se sabe lo que es.
Me maltrataron cuando era niña. Mi madre me mentía mucho y Satanás utilizaba lo que
decía, como: «Eres perezosa. Jamás vas a valer nada». Me alimentaba continuamente con
demasiada basura, agobiándome con mis peores temores. Tenía pesadillas, temía que las
mentiras fueran ciertas y en la mañana amanecía deprimida. Me ha costado mucho
deshacerme de todo esto.
Como se me maltrató, aprendí a no pensar por mí misma. Hacía lo que se me ordenaba
y jamás cuestionaba nada por temor a ser castigada. Esto me preparó para los juegos
mentales de Satanás. Estaba condicionada, especialmente por mi madre, a que me dijeran
mentiras sobre mi persona. Me daba miedo tomar el control de mi mente porque no sabía lo
que podría suceder. Creía que perdería mi identidad porque no tendría quién me dijera lo
que tenía que hacer.
Por fin soy yo, ¡una hija de Dios!
Actualmente he recuperado mi identidad por primera vez en la vida. Ya no soy
producto de las mentiras de mi madre; ya no soy producto de la basura que me tira Satanás.
Por fin soy yo, ¡una hija de Dios! En medio de tanta asquerosidad, Satanás me había
aterrorizado. Vivía aterrada de mi misma, pero gloria a Dios, ya eso se acabó. Antes me
mortificaba tratando de distinguir si un pensamiento venia de Satanás o de mí misma.
Ahora me doy cuenta que ese no es el punto. Simplemente debo examinar el pensamiento a
la luz de la Palabra de Dios y luego decidirme por la verdad.
Me siento un poco insegura escribiendo esta carta tan pronto. Quizás deba tomar una
actitud de «veremos lo que pasa», pero es tal el gozo y la paz que siento en mi interior que
debe ser auténtico. ¡Gloria a Dios por la verdad y por la oración contestada! ¡Ya soy libre!
Con el corazón lleno de gratitud,
Anne
* * *
Se desprendió una capa de la cebolla. Se le dio a conocer a Anne lo crucial de la
primera parte, de las Epístolas, que habla de nuestra identidad en Cristo. Ya ella no es
simplemente un producto de su pasado; es una nueva criatura en Cristo. Con ese
fundamento, pudo enfrentar y repudiar las mentiras que había creído por muchos años. Se
sintió rechazada cuando trató de expresar algunas de sus luchas en el pasado, posiblemente
porque los demás miembros del grupo luchaban con lo mismo sin poderlo resolver.
Cuánto anhelo el día en que nuestras iglesias ayuden a la gente a establecer firmemente
su identidad en Cristo, y ofrezcan un ambiente en que las personas como Anne puedan
manifestar la verdadera naturaleza de su lucha. Satanás hace todo en la oscuridad. Cuando
surgen asuntos como este, no debemos suspirar y cambiar de tema. Mantener todo a
escondidas es comprar la falsa estrategia de Satanás. Andemos en la luz y tengamos
comunión los unos con los otros para que la sangre de Jesucristo nos limpie de todo pecado
(1 Juan 1:7). Dios es luz y no hay oscuridad en Él (1 Juan 1:5). Dejemos de lado toda
falsedad y hablemos la verdad con amor, pues somos miembros uno del otro (Efesios 4:15,
25).
Ahora Anne sabe quién es y comprende la naturaleza de la batalla que se está librando
en su mente. ¿Debe ser ahora totalmente libre? ¡No, no es cierto! Quedó libre de lo que
analizó, pero Dios no había terminado con ella todavía. La cebolla no tiene una sola capa.
A las dos semanas de terminada la conferencia, escribió la segunda carta.
* * *
Estimado Neil:
¡Cielos! ¿Dónde empiezo? Permitame decir que fui a su conferencia sólo por razones
académicas. Jamás pude haber vislumbrado lo que el Señor tenía en mente para mí. De
todos modos no lo hubiera creído. Pienso que debería empezar desde donde terminé con
usted hace unos días.
Le escribí una carta explicando que fui liberada de los pensamientos obsesivos. Hace
unos meses le había pedido al Señor que me ayudara a comprender este problema. Me
emocioné muchísimo cuando escuché la información en la conferencia, al principio de la
semana. Era exactamente lo que le había pedido al Señor. En mi casa oré siguiendo todas
las oraciones de los «Pasos hacia la libertad». Fue una lucha, pero dejaron de molestarme
las voces. Me sentí libre, por lo que pensé que ya todo se había acabado. ¡Qué engañada
estaba!
Como resultado de ese esfuerzo falso llegué a ser muy amargada
y sarcástica.
Usted habló conmigo una noche después de una de las sesiones y me dijo que tal vez
necesitaba perdonar a mi madre. No me convenció mucho porque lo había intentado una
vez y no me dio resultado. Ahora me doy cuenta de que algunos cristianos bien
intencionados me empujaron, diciendo que no importaban mis sentimientos. Es más,
dijeron que ni siquiera debería tener sentimientos de ira. Para ellos, el tipo de ira que yo
sentía era muy pecaminoso. Así de malagana empecé a decir, que perdonaba a las personas
que me habían dañado. Como resultado de ese esfuerzo falso llegué a ser amargada y
sarcástica. Traté de no serlo, pero la verdad es que lo era. Dios me mostró después, que mi
amargura venía como resultado de negar que estaba enojada cuando aparentaba perdonar.
Hace un año asistí a un grupo de apoyo para las víctimas del maltrato. La líder del
grupo me dijo que yo estaba amargada por haber tratado de perdonar antes de estar lista
para hacerlo. Me dijo que debía analizar todos mis sentimientos respecto a cada incidente.
Después, sería capaz de perdonar.
Esa noche, cuando usted me habló, pensé que me estaba induciendo a la oración ritual
de perdón que no significaba nada. De todos modos, estaba segura de que no podía regresar
a ese sendero tan amargo. Decidí tomar la información que recibí al principio de la
conferencia como algo que Dios quería que recibiera, y puse en el estante académico el
resto de la información.
El asunto del perdón me golpeó de nuevo.
El jueves por la noche cuando usted tocó el tema del perdón, me sentí desgraciada.
Durante la reunión, estaba incomodísima en mi asiento, me sentía aburrida y enojada.
Estaba muy confundida y creía que estaba desperdiciando mi tiempo. Sabía que no podría
salir del auditorio porque entonces todos pensarían que estaba poseída o algo parecido, por
lo tanto terminé luchando por permanecer despierta, casi no aguantaba las ganas de salir.
Esa noche empecé a realizar una tarea para una clase que estaba recibiendo, pero no
pude concentrarme porque el asunto del perdón me seguía retando constantemente. Estaba
enojada, pero algo en mi interior me decía que tenía que haber más en lo que usted decía en
la conferencia. Decidí que debía ser receptiva y a estar dispuesta a probar lo que fuera.
Supuse que no me podría hacer más daño, aunque realmente dudaba de que me ayudara, ya
que tenía años de estar tratando de perdonar a mis padres.
Así que hice una lista de las personas y las ofensas, como usted lo había sugerido esa
noche. El Señor me mostró que yo reaccionaba con ira ante las ofensas de esas personas
porque era mi manera de protegerme para no sufrir más abusos. No sabía cómo
bíblicamente fijar límites a mi alrededor, para protegerme de la injuria. La iglesia me había
enseñado que debía seguir dando la otra mejilla y dejar que la gente me siguiera
cacheteando. Pero cuando usted habló de lo que realmente significa honrar a sus padres,
supe que ese era mi boleto hacia la libertad.
Dios me mostró que estaba bien que me defendiera y que no necesitaba esa actitud de
falta de perdón para protegerme. Me mostró que el grupo de apoyo para personas
maltratadas tenía razón al decirme que me centrara en mis emociones; sin embargo, nunca
hubo resolución porque jamás nos enseñaron a llegar hasta el punto en que nos
decidiéramos por el perdón. Eso siempre quedaba más adelante en el camino, para cuando
uno se sintiera mejor. Veo ahora que ambos grupos destacaban un solo aspecto del perdón,
pero nunca ambos.
Una vez completado el perdón, me sentí extenuada. Lo interesante Neil, sin embargo,
fue que inmediatamente un amor genuino hacia usted invadió mi corazón. Antes no lo había
tenido. Me acosté a dormir sintiéndome muy bien.
Una hora más tarde me desperté sudando frío y con taquicardia. Acababa de tener otra
de mis espantosas pesadillas. No las había tenido en varios meses, por lo que me
sorprendió. Por primera vez en mi vida se me ocurrió que quizás no era por culpa del
maltrato que había sufrido, como se me había enseñado en el pasado. Le pedí al Señor que
me ayudara a averiguar la causa y me volví a dormir. A las dos y media de la madrugada
me despertó mi compañera de cuarto con sus gritos. Salté de la cama y la desperté.
Comparamos relatos y nos dimos cuenta de que ambas habíamos tenido pesadillas
parecidas. Después de orar juntas y de renunciar a Satanás, regresamos a la cama y ambas
dormimos bien el resto de la noche.
En esas horas de la madrugada, mientras dormitaba, Dios me mostró que había tenido
pesadillas similares desde el tercer grado, había soñado que me topaba con el diablo y que
me maldecía. No puedo creer que todo eso se me hubiera olvidado. Le pregunté al Señor
qué había sucedido en tercer grado y me acordé que en esa época había empezado a ver el
programa de televisión Bewitched [Hechizada]. Era mi programa favorito y lo veía
fielmente.
Fue por ese programa que me interesé en los poderes espirituales. Junto con muchas de
mis compañeras de escuela, leía libros sobre fantasmas, percepción extrasensorial,
quiromancia y aun uno sobre encantos y maleficios. También estaba de moda jugar con las
ocho bolas mágicas, con la ouija y con juegos de magia. Otro de mis programas favorito de
televisión era La Isla de Gilligan, de donde obtuve la idea de usar mis muñecas como
figuras de vudú para vengarme de mamá. Estuve contemplando la posibilidad de hacerle un
maleficio. Cuando estaba en sexto grado ya me deprimía muchísimo. Empecé a leer libros y
cuentos de Edgar Allen Poe, llegó a ser lo único que ansiaba. No puedo creer que hubiera
olvidado todo esto.
En la secundaria me volvieron a atormentar las pesadillas y llegué a tener fuertes
tendencias de suicidio. Por la gracia de Dios, invité a Jesucristo a mi corazón en esa época.
Lo más grande que me mostró Dios fue que yo sabía desde muy niña que existía un poder
malévolo que había deseado tener.
Cuando llegó el sábado, créalo, era todo oídos. Ya no eran puras palabras cabalísticas.
Así que hice de nuevo todas las oraciones conforme usted nos dirigió a través de los «Pasos
hacia la libertad», y renuncié a todas las mentiras que han circulado en mi familia por años.
Reconocí mi propio pecado y la falta de perdón.
Esta es la mejor forma de describirle lo que me pasó esta semana: ¿Sabe qué ocurre
cuando alguien ha estado por mucho tiempo en una secta y lo internan para
desprogramarlo? Así pasó conmigo. Fue como si Dios me hubiera encerrado en un cuarto y
me hubiera dicho: «Dame tu cerebro. No saldremos de aquí hasta que me lo entregues». Ha
sido una semana intensa, y necesaria para que comprendiera las mentiras con que había
vivido. No tuve la menor idea de lo que había hecho.
Pude sentir que la opresión salió de mi corazón.
Tan pronto regresé a casa volvieron en gran cantidad los pensamientos mentirosos: «No
vales nada. Eres estúpida. Nadie te quiere». Le conté todo a mi esposo, así que cada vez que
recibo un pensamiento mentiroso se lo cuento y ambos nos reímos y hablamos de lo que es
realmente cierto. ¡Gloria a Dios! Antes sentía demasiada vergüenza para contarle nada.
Anoche me quiso volver a dar una de mis pesadillas. Sentí la opresión que me venía
encima cuando ya estaba dormitando e inmediatamente dije: «Jesús». Neil, pude sentir que
la opresión salió rápidamente de mi corazón, como si alguien la hubiera arrancado de allí.
¡Gloria a Dios!
Debido a la consejería que he recibido al cabo de los años, tengo algunos cuadernos
llenos de historias sobre el dolor de mi pasado. Este dolor ha estado amontonado en mi
gaveta y me ha mortificado cada vez que lo he visto. Ahora sé que mi identidad no tiene
nada que ver con el pasado sino que está en Cristo. Así que quemé todos esos cuadernos.
Gracias por decirme la verdad, aunque no la comprendiera al principio. ¡Siento el
mismo gozo que experimenté cuando recibí a Cristo! Al fin entiendo lo que significa ser
una hija de Dios.
Gozosamente,
Anne
* * *
Quitar tres capas de la cebolla en una sola semana es fantástico. Anne reconoció su
identidad en Cristo, pudo perdonar de corazón y aprendió a resistir a Satanás. Quizás tenga
más ventajas que la mayoría, pues tuvo una educación cristiana y tiene un marido amoroso
y comprensivo que la apoya en su hogar. Esto no significa que otros no puedan resolver los
mismos problemas, pero puede que sea un poco más lento el proceso.
El perdón libera
Cabe destacar aquí varios asuntos. Cada persona en este libro ha tenido que enfrentarse
con la obligación de perdonar. A los consejeros legítimos les afecta que los cristianos bien
intencionados sugieran que alguien que expresa sentimientos como la ira y la amargura no
debería «sentirse así». Desviar los sentimientos jamás permitirá que se resuelvan los
problemas. Si uno desea la sanidad, tiene que establecer un contacto con sus raíces
emocionales. Dios hará que salga a flote el dolor emocional para que se pueda tratar. Los
que no quieran encarar la realidad, tratarán de empujarla hacia adentro, cosa que producirá
únicamente mayor amargura.
El perdón es lo que nos libera de nuestro pasado. No lo hacemos por el bien de la otra
persona, sino por el nuestro. Debemos perdonar así como Cristo nos ha perdonado. No
existe libertad sin perdón. «Pero no sabes cuánto daño me hicieron», protesta la víctima. El
caso es que todavía le están haciendo daño y, así que, ¿cómo va a parar el dolor? Debe
perdonar de todo corazón, reconocer el dolor y el odio, y dejarlos ir. Cuando no se perdona
de corazón, se le da oportunidad a Satanás (Mateo 18:34, 35; 2 Corintios 2:10, 11).
Otro error es ver el perdón como un proceso de larga duración. Muchos consejeros
dicen: «Tiene que experimentar el sentimiento a profundidad, para entonces perdonar».
Pero repasar el pasado y revivir todo el dolor sin perdonar, sólo lo refuerza. Mientras más
hable de eso, más fuerte será el dominio que tendrá sobre la persona. Se supone que
primero uno tiene que sanar para luego perdonar. ¡No es cierto! Primero hay que perdonar,
entonces empieza el proceso de sanidad.
No hay manera de leer las Escrituras y llegar a la conclusión de que el perdón es un
proceso a largo plazo. Puede que los sentimientos dolorosos lleven tiempo para sanar, pero
el perdón es una decisión. Una crisis de la voluntad cuyo premio es la libertad.
Resistir el pecado
Igual que Anne, muchos ven en su ira un medio para protegerse de más maltrato. Los
consejeros seculares creen que el perdón cristiano es una codependencia y argumentan:
«No dejes que esa persona te controle más. ¡Enójate!» Pero yo digo: «No dejes que esa
persona te siga controlando. ¡Perdónala!»
Luego resista el pecado. El perdón no es tolerar la manera en que otros pecan contra
uno. Dios perdona, pero no tolera el pecado. Me duele que algunos pastores se enteren de
maltratos y le digan a un hijo o a una esposa que simplemente vuelvan a casa y se sometan,
diciendo: «Confíe en que Dios te va a proteger». Quisiera decirle a ese pastor: «Anda tú a
esa casa en vez de esta persona, para ver si no te maltratan a ti también». Pero, ¿no dice la
Biblia que las esposas y los hijos deben someterse? Cierto, pero también dice que Dios ha
establecido el gobierno para proteger a los niños agredidos y a las mujeres golpeadas. Lea
Romanos 13:1–7 y entregue a los abusadores a la ley, como se exige en muchos estados.
Si un hombre de su iglesia abusara de una mujer de la misma congregación, ¿lo
toleraría usted? Si un hombre o una mujer en su iglesia maltratara al hijo de otro miembro,
¿lo toleraría? Entonces, ¿por qué entonces tolerar en su propio hogar lo que es claramente
un pecado intolerable en otros, simplemente por ser la esposa o el hijo?
Dios ha dado a los padres la responsabilidad de amar, proteger y suplir las necesidades
de su hogar. Jamás se les ha dado licencia para abusar, ni siquiera se debería tolerar esto.
Entréguelos a la autoridad, para el bien de todos. No se ayuda al abusador permitiendo que
continúe en su pecado.
Una noche, una madre de tres hijos me dijo llorando que sabía exactamente a quién
tenía que perdonar: a su madre. Pero que si la perdonaba esa noche, ¿qué haría al día
siguiente, domingo, cuando tenía que volver a su casa? «Simplemente me va a volver a
maltratar verbalmente como siempre». ―Póngale fin a eso‖, le dije. «Tal vez puede decirle
algo como: ―Escucha mamá, has estado hablando pestes de mí toda la vida. Nada has
ganado con eso, y realmente a mí tampoco me ha hecho ningún bien. Ya no puedo seguir
con esto. Si tienes que tratarme así, me voy».
Ella dio una respuesta típica: Pero, ¿no dice la Biblia que debo honrar a mi madre?
Le expliqué que dejar que su madre la destruyera sistemáticamente tanto a ella como a
su familia, en verdad no sería honrarla. De cualquier manera la deshonraría».
«Honrar a su padre y a su madre» por lo general se entiende como tener responsabilidad
económica por ellos en su ancianidad. Ya no se aplica para esta mujer el que tuviera que
obedecer a sus padres, porque ya ha dejado a padre y madre para estar bajo la autoridad de
su marido.
Vivir con las consecuencias
La decisión principal que se toma al perdonar es pagar la pena por el pecado de otra
persona. Todo perdón es eficaz. Si hemos de perdonar como nos perdonó Cristo, ¿cómo lo
hizo Él? Tomó para sí los pecados del mundo: sufrió las consecuencias de nuestro pecado.
Cuando perdonamos el pecado de otro, estamos dispuesto a vivir con sus consecuencias.
Quizás diga: «¡Eso no es justo!» Bueno, pero va a tener que hacerlo de todos modos, sea
que perdone o no. Todo el mundo vive con las consecuencias del pecado de otra persona.
Todos vivimos con las consecuencias del pecado de Adán. En realidad, la única opción que
tenemos es hacerlo dentro de la libertad producida por el perdón o dentro de la esclavitud
que resulta de la amargura.
Usted podría preguntar: «¿Por qué debo dejar que queden libres?» El caso es que
cuando usted los engancha queda enganchado con ellos por medio de su falta de perdón. Un
hombre exclamó: «¡Con razón no resultó cuando me mudé a otro lugar!» Cuando usted deja
que se vayan libres, ¿se liberan de rendirle cuentas a Dios? ¡Jamás! Dice el Señor: «Mía es
la venganza; yo daré la retribución» (Hebreos 10:30). Dios tratará con justicia a todos en el
juicio final.
Incluya a Dios en el proceso
Debemos incluir a Dios en el proceso. El tercero de los «Pasos hacia la libertad» trata el
asunto de la amargura en contraste con el perdón y empieza con una oración pidiendo a
Dios que «traiga a mi mente sólo a los que no he perdonado para que ahora lo pueda
hacer». Muchos me han mirado con toda sinceridad, asegurándome que no creen que haya
alguna persona a quien no hayan perdonado. Pero les he pedido que de todos modos me
dijeran los nombres que les viniera a la memoria. No es nada raro que en pocos minutos
tenga en mano una hoja llena de nombres, porque el Señor es fiel en contestar este tipo de
oración. Luego pasamos la siguiente hora (o a veces, horas) trabajando a través del proceso
del perdón.
Animo a estas personas a orar: «Señor, perdono a (nombre) por (lo que hizo)», y luego
repasamos todo dolor y maltrato que recuerden. Dios les traerá muchos recuerdos dolorosos
para que perdonen de todo corazón. Es probable que por años Él haya traído a la memoria
esos recuerdos, pero la gente los ha ido suprimiendo. Una persona dijo: «No puedo
perdonar a mi mamá. ¡La odio!»
«Ahora sí puedes», le dije. Dios jamás nos pide que mintamos acerca de lo que
sentimos. Sólo nos pide que lo soltemos de nuestro corazón para que Él nos pueda librar de
nuestro pasado.
Insto a la gente a quedarse con la imagen de la persona que están perdonando hasta que
haya salido a flote todo recuerdo doloroso, antes de seguir adelante con la siguiente
persona. He visto salir a la luz experiencias que jamás habían hablado ni recordado antes.
Algunos quizás respondan: «Mi lista es tan larga que no va a tener tiempo». Siempre les
contesto: «Sí tengo tiempo. Si es necesario me quedaré aquí toda la noche». Y es la pura
verdad. Un hombre empezó a llorar y me dijo: «Usted es la única persona que me ha dicho
tal cosa».
Este tipo de consejería no se puede dar en sesiones de cincuenta minutos. Me
comprometo a permanecer con una persona a través de todos los siete pasos hacia la
libertad para que pueda lidiar con cada área en la que Satanás haya intervenido. Una vez
iniciado el proceso, se debe cumplir todo; no se deben separar en sesiones diferentes. Una
resolución parcial le dará a Satanás una oportunidad y un incentivo de hostigar con mayor
fuerza.
Las capas de la cebolla
No se sorprenda si la gente sale sintiéndose libre para luego luchar por varias semanas o
meses. Quizás lleguen a la conclusión de que no resultó, pero si revisa los asuntos con los
que ahora están lidiando, probablemente verá que estos representan otra capa de la misma
cebolla. En muchos casos, como en los relatos en este libro, se mantiene la libertad cuando
saben quiénes son como hijos de Dios y comprenden la naturaleza de la lucha en que
estamos enfrascados. Mientras habitemos en el planeta Tierra tendremos que levantar
nuestra cruz a diario y seguir a Jesucristo. Esto significa ponernos toda la armadura de Dios
y resistir al mundo, a la carne y al diablo.
En el capítulo 10 trataré el trauma severo en la niñez, como es el caso del abuso ritual
satánico. Para quienes lo han sufrido, los recuerdos permanecen mucho más profundamente
enterrados. Normalmente no logran recordar hasta que tienen treinta o cuarenta años de
edad. El «efecto de la cebolla» es más pronunciado y siempre empieza desde la tierna
infancia hacia adelante. Creo que debemos ayudar a esta gente a establecer firmemente su
identidad en Cristo y luego ayudarles a resolver los conflictos en su pasado, conforme Dios
se los revele lentamente.
En todo momento sigo insistiendo en que la libertad es un prerrequisito para crecer.
Esto se puede observar en el crecimiento rápido que ocurre en la vida de una persona
cuando logra cierto grado de libertad. Sin embargo, como en el caso de Anne, estas
personas enfrentarán muchos otros asuntos con que tendrán que lidiar. Por ejemplo, ella
sintió una noche que le sobrevenía una opresión, pero había aprendido qué hacer para
resistirla, y fue lo que hizo: expresar verbalmente el nombre de Jesús. Dependía del Señor
para que la defendiera y se lo estaba anunciando al enemigo. Conforme otras tretas de
Satanás, salen a la superficie, ella está aprendiendo a reconocerlas y exponerlas ante la luz
de la verdad, verdad que la sigue liberando.
3
Sandy:
Libertad de la esclavitud de sectas y del
ocultismo
Conocí a Sandy cuando huía llena de temor de una sesión en congreso. Es una mujer
linda de poco más de unos cuarenta años, normalmente tiene una personalidad llena de vida
y suficiente energía como para dos. Tiene un marido cristiano comprometido con el Señor,
varios hijos y vive en una hermosa comunidad en las afueras de la ciudad.
Durante toda su vida Sandy había ocultado muy bien la batalla que se libraba en su
mente. Pocos, tal vez ninguno, sospechaban la guerra que tenía por dentro hasta que
misteriosamente empezó a desaparecer de su mundo unos dieciocho meses antes de que nos
conociéramos. He aquí su historia:
* * *
La historia de Sandy
Casi siempre vivía dentro de un minúsculo rincón de mi mente.
Al fin puedo creer que soy hija de Dios. Ahora estoy segura de mi lugar en el corazón
de mi Padre. Él me ama. Mi espíritu da testimonio con su Espíritu de que esto es cierto y ya
no me siento fuera de la familia de Dios; ya no me siento huérfana.
La presencia malévola que tenía adentro desde el momento que pasamos juntos en el
congreso se fue, al igual que las muchas voces que me persiguieron durante treinta y cinco
años. Siento que toda mi mente luce limpia, amplia y bella.
Antes de encontrar mi libertad en Cristo vivía casi siempre en un minúsculo rincón de
mi mente. Aun así, jamás pude escapar de las voces que me ordenaban, de las expresiones
obscenas ni de la ira acusadora. Así que trataba de separarme de mi mente y llevar una vida
lejos de todo eso.
En 1979 me convertí a Cristo, y desde entonces fue una lucha constante poder creer que
Dios realmente me aceptaba, me quería y yo le importaba. Pero por fin, ya, se acabó esta
lucha de toda una vida. Nunca antes pude escuchar esa apacible y delicada voz de Dios en
mi mente sin recibir castigo de parte de las otras voces. Hoy sólo está allí la apacible y
delicada voz.
Esperaba que mi padre tuviera la razón y que Dios no existiera.
Todo empezó cuando yo era muy niña. Mi padre profesaba ser ateo y mi madre era muy
religiosa, por lo que hubo mucho conflicto y confusión en nuestro hogar. Asistía a escuelas
religiosas, pero cuando llegaba a casa escuchaba a mi padre decir que la religión era una
tontería sólo para los débiles. Realmente esperaba que él tuviera la razón y que no existiera
ningún Dios, porque le tenía miedo a la religión de mamá. Temía que Dios me castigara si
no me comportaba correctamente. Aun así, buscaba respuestas espirituales a pesar de
rechazar las soluciones de mis padres.
Me comunicaba con la bola, usándola como un medio para
predecir el futuro, y creía que era mágica.
Mi familia, tanto mis padres como mis abuelos, estaba plagada de creencias
supersticiosas y de amuletos. Recuerdo que cuando visitaba a mis abuelos maternos sentía
que su casa era un lugar tranquilo donde lograba escaparme del caos del hogar en que me
criaba. El único juguete que mi abuela tenía para mi era una bola mágica negra. La bola
tenía una ventanita y pequeñas fichas adentro que daban quizás cien respuestas distintas. Le
hacía una pregunta a la bola, como «¿lloverá mañana?» y flotaba a la superficie una
respuesta como «probablemente».
Me encantaba esa bola y pasaba largo rato donde mi abuela jugando con ella y creyendo
que tenía poderes mágicos y respuestas para todo los aspectos de mi vida. Le comunicaba a
la bola los problemas de mis padres y de lo que estaba sucediendo en mi vida, usándola
como un medio de predecir mi destino. Después de un tiempo me fui dando cuenta que
muchas de las respuestas que me daba eran correctas confirmando mi creencia de que tenía
poder especiales.
Supongo que los adultos creían que era simplemente un juguete con el que podían jugar
los nietos. Sin embargo, cada vez que yo tenía problemas, los guardaba hasta llegar a casa
de mi abuela donde trataba de resolverlos con la bola mágica.
Cuando visitaba a mis abuelos paternos, me llevaban a su muy legalista iglesia, y
empecé a tenerle terror al infierno. Con temor a Dios y a la religión, me volqué hacia la
bola mágica para tratar de pronosticar hechos. De esa manera podría estar preparada por
adelantado a los desastres que Dios enviara a mi camino.
Explotaba de ira por cualquier cosa. Al mismo tiempo me sentía
como una temerosa niñita triste y sola.
Cuando cumplí catorce años, ya me había convertido en una persona muy religiosa en
la iglesia católica, donde por alguna razón me sentía muy segura. En casa no había paz
porque el alcoholismo de papá y los pleitos entre él y mamá se intensificaron.
Probablemente ellos dirían que el problema era yo, una niña problemática. Mi madre
trataba de separarnos, a mi padre y a mí, porque él era muy abusador y yo no era muy
pasiva. Me encantaba pelear y siempre me entremetía cuando él estaba enojado con
alguien. Cada vez que me veía me echaba de la casa, por lo que al fin sólo volvía cuando él
no estaba o cuando dormía.
Yo era iracunda, rebelde y odiaba a toda autoridad hasta el punto que la gente pasaba a
mi lado cuidadosamente debido a mi cólera explosiva. Lo que no sabían era que por dentro
me sentía como una niñita temerosa, triste y sola. Simplemente quería tener a alguien quien
que me cuidara, pero jamás pude hablar de esto con nadie. Cuando alguien intentaba
acercarse a mí, escondía mi inseguridad volviéndome agresiva.
En la escuela y en la comunidad era un problema, y llegué a ser sexualmente
promiscua, haciendo básicamente todo lo que pudiera para quebrantar los diez
mandamientos. Una vez entré a una iglesia católica, miré al crucifijo y dije: «Amo todo lo
que odias y odio todo lo que amas.
Estaba retando a Dios para que me golpeara y ni siquiera tenía miedo de que lo hiciera.
Deseaba simplemente estar en una familia y sentirme segura.
A los diecinueve años fui a una gran ciudad y durante dos años viví con otras dos
muchachas. A las dos de la mañana en un bar un barman nos dio una pequeña tarjeta y nos
preguntó:
«¿Por qué no van a mi iglesia? Tal vez allí encuentren las respuestas a algunos de sus
problemas y no tendrán que estar aquí a media noche.
Sentí que debería por lo menos intentar el asunto de «iglesia» una vez más, creyendo
que todas eran iguales. Simplemente quería estar en una familia y sentirme segura; por lo
que al día siguiente asistimos a esa iglesia. No tenía la menor idea de que era una secta …
¡y por diez años participé en ella!
Al principio me sentí amada; era mi «familia». Se interesaron por mi vida, nadie me
había prestado antes tanta atención. Nadie se ocupó lo suficiente de mí como para decirme:
«Queremos que duermas nueve horas por las noches. Queremos que comas tres veces al
día. Queremos saber dónde estás». Me hicieron rendir cuentas de mi estilo de vida y yo
interpreté su interés por mí como amor y preocupación por mi bienestar. Hubiera dado mi
vida por ellos.
Acepté su filosofía de que todos somos dioses. Esto se ajustaba a la visión atea de mi
padre de que realmente no existe un Dios supremo y que la religión es un invento de
alguien para controlar a la gente. También me explicaron quién era Jesucristo, lo cual
parecía satisfacer la religión de mi madre. Dijeron que él era simplemente un buen maestro,
como Mahoma o Buda, pero que no era ni supremo ni Dios, porque de serlo no hubiera
tenido que morir en una cruz.
Mi mundo entero giraba alrededor de las enseñanzas de la secta
Mientras más me metía en la secta, más me consumía la vida. Creía todo lo que me
decían, y consideraba una mentira cualquier cosa que leyera en los periódicos o viera en la
televisión. Así que no leía nada que no hubiera redactado la secta, y no creía nada a menos
que su firma estuviera en ello. Mi mundo entero giraba en torno a su enseñanza.
Recibí bastante instrucción personal en que me indicaban lo que tenía que hacer para
convertirme en un «ser espiritual totalmente libre». Como enseñaban la reencarnación,
creía que había tenido varias vidas anteriores. «Aprendí» nombres anteriores, cuántos hijos
tuve, hasta el color de mi cabello. Esto incluía vidas en otros planetas. Como yo confiaba
en ellos, les creía; la razón por la que nadie más conocía esta «verdad» respecto a sí mismos
era que no estaban dispuestos a conocerla.
Vivía en dos mundos
Traté de vivir en dos mundos. Desde los siete años de edad he oído voces en mi cabeza
y he tenido amigos invisibles, por lo que en la escuela vivía en un mundo y en mi casa tenía
otro. Las voces en mi cabeza me seguían hablando, y los líderes de la secta me decían que
eran voces de mis vidas anteriores. Mi esperanza inútil era que cuando estuviera
plenamente instruida, esas voces se aquietarían y no me molestarían más.
Mientras sucedía esto, mi familia se trasladó a otro estado donde mi madre fue invitada
a asistir a un estudio bíblico en el vecindario y aceptó a Jesucristo. No lo dijo a nadie
porque mi padre todavía era ateo y no la habría dejado asistir al estudio. Sin embargo, pidió
a sus amigos que oraran por la conversión de su marido y de sus hijos. Si hubiera sabido
que estaban orando por mí, también habría intentado detenerla.
Fui a visitar a mi madre en su lecho de muerte con la idea de que
un miembro de la secta pudiera convertirla.
Neil t.anderson   libre de ataduras
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  • 1. LIBRE DE ATADURAS! ¡Cómo hallar libertad en Cristo! DR. NEIL ANDERSON © 1995 EDITORIAL CARIBE Una división de Thomas Nelson P.O. Box 141000 Nashville, TN 37217-1000, EE.UU. Título del original en inglés: Released from Bondage © 1993 por Neil T. Anderson Publicado por Thomas Nelson, Inc. ISBN: 0-88113-283-7 Traductora: Susana Roberts Arbizu Salvo que se indique en el texto, las citas bíblicas son de la Santa Biblia, Versión Reina Valera Actualizada Editorial Mundo Hispano, 1982–1989. Las citas bíblicas identificadas con una BV corresponden a la Biblia Viviente Reservados todos los derechos. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin la debida autorización de los editores.
  • 2. Dedico este libro a mis queridos amigos, Ron y Carole Wormser, y también a los valientes que nos narraron sus historias. Que el Señor los proteja y a través de su testimonio y servicio fiel les permita ayudar a muchos a lograr su victoria en Cristo. Han mostrado que son verdaderos discípulos: «En esto es glorificado mi Padre: en que llevéis mucho fruto y seáis mis discípulos» (Juan 15:8). Agradecimientos No hay nadie «hijo de sus obras». Sólo el «hijo de Dios» existe espiritualmente y da fruto. Los verdaderos hijos de Dios nacen de arriba. Maduran en la medida en que sus mentes se renuevan mediante la Palabra de Dios y por vencer la cruda realidad de un mundo caído. Dios no nos salva de las pruebas y las tribulaciones en este mundo, sino de una eternidad sin Él. Pasamos a esta vida eterna en el momento en que confiamos en Él. Dios nos libra de nuestro pasado y obra por medio de las dificultades en la vida para engendrar un carácter piadoso. Este libro trata acerca del descubrimiento de nuestra libertad en Cristo y de nuestra supervivencia en un mundo cuyo dios anda como león rugiente buscando a quien devorar. Jesús dijo: «Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo» (Juan 16:33). Quiero dar gracias a las personas cuyas historias aparecen en este libro. Han encontrado su paz en Cristo y han vencido al mundo. Son muy amables al permitirme contar sus historias. En el proceso de colaborar con nosotros se vieron obligadas a revivir el horror por el cual pasaron. Para mí, son héroes de la fe. «Y ellos le han vencido [a Satanás] por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos» (Apocalipsis 12:11). Lo único que los motiva a contar sus experiencias es ayudar a otros. Quiero también reconocer a mis queridos amigos, Ron y Carole Wormser, que hicieron posible este libro. Se responsabilizaron con gran parte de la redacción y edición, y aconsejaron particularmente a algunas personas de este libro. Una pareja preciosa que ha servido más de treinta años al Señor en la labor misionera. Contenido Introducción: Libertad para los cautivos
  • 3. 1. Molly: Libertad del ciclo de abusos 2. Anne: Libertad a través de las etapas de desarrollo 3. Sandy: Libertad de la esclavitud de sectas y del ocultismo 4. Jennifer: Libertad de los trastornos alimentarios 5. Nancy: Libertad del abuso sexual femenino 6. Doug: Libertad del abuso sexual masculino 7. Charles: El violador liberado 8. Una familia: Libertad de los falsos maestros 9. La iglesia: Conduce a la gente hacia la libertad 10. El abuso ritual y el TPM Apéndice: Pasos hacia la libertad en Cristo Introducción Libertad para los cautivos ¿Dónde están los dolientes? ¿Cuál es su esperanza? Cuando me gradué del seminario esperaba llegar a ser el capitán de un barco del evangelio. Zarparíamos hacia el eterno atardecer, rescatando a la gente del abismo acuático. Tendríamos estudios bíblicos, clubes para los niños y deportes para los que les guste (con el fin de evangelizarlos, por supuesto). Nos amaríamos unos a otros. Zarpé a cargo de mi primera misión, y casi de inmediato noté un barco sombrío navegando al costado. Allí se encontraban personas con toda clase de problema. Luchaban contra el alcohol, el sexo, las drogas y todo tipo de abuso concebible. De repente me di cuenta que estaba en el barco equivocado. Dios me había llamado a ser el capitán del barco sombrío. A través de una serie de hechos trascendentales en mi vida llegué a ser ese capitán; y para mi sorpresa, ¡descubrí que era el mismo barco! Los necesitados no sólo están «por allí» en cualquier lado. Nuestras iglesias están repletas de personas dolidas que usan máscaras, asustadas de que alguien descubra lo que realmente sucede en su interior. Para ellas no habría mayor gozo que recibir un poco de esperanza, confianza y apoyo.
  • 4. Este libro trata sobre la liberación de ese tipo de esclavitud. Aquí leerá relatos verídicos de personas valientes que decidieron narrar sus historias desde su propia perspectiva. Antes de nuestro encuentro eran cristianos evangélicos. Algunos ejercen el ministerio a tiempo completo. Sólo que para proteger sus identidades hemos cambiado los nombres, oficios y referencias geográficas. Le aseguro que lo que dicen es verdad y que no se trata únicamente de unos cuantos casos aislados. Tenemos cientos de relatos similares de sesiones de consejería personal y miles que se contaron en congresos. Lo que está en juego no es mí reputación ni un ministerio transitorio, sino la integridad de la iglesia y de los millones incontables de personas que dependen de que la iglesia tome su lugar debido en el programa del reino de Dios de liberar a los cautivos. Espero que al leer estas páginas, encuentre una gran ayuda personal pero más que eso, es mi sincera oración que llegue a participar del creciente movimiento de Dios para liberar a los cautivos, que empieza a desarrollarse en la Iglesia. Esperanza para los desesperados Un día me llamó un colega en el ministerio. Charlamos sobre lo que Dios estaba realizando en nuestras vidas. Después de contar los testimonios de matrimonios rescatados y de gente liberada del cautiverio, fue al objetivo principal de su llamada. «Neil» empezó a decir, «me acuerdo que decías que un marido se puede ver en un conflicto de conductas cuando trata de aconsejar a su propia esposa. He tenido el privilegio de ayudar a otros a encontrar su libertad en Cristo, pero lograr esto en mi propia familia es otra cosa. ¿Te sería posible encontrar un momento para hablar con mi esposa, Mary? Es una mujer maravillosa, la gente la ve muy equilibrada, pero interiormente tiene una lucha diaria». Observe que esta es la esposa de un hombre que tiene un ministerio. Sin embargo, ¿por qué Satanás no debería atacar a los que se encuentren en el frente de batalla? Me reuní dos veces con Mary. El primer día apenas llegamos a conocernos. Al segundo día la acompañé a dar los pasos hacia la libertad en Cristo, relacionados con las siete áreas principales en que Satanás podría tener la oportunidad de lograr una fortaleza en nuestras vidas (estos pasos hacia la libertad se encuentran en el apéndice). A la semana siguiente recibí esta carta: Querido Neil: ¿Cómo se lo puedo agradecer? El Señor me permitió pasar un rato con usted cuando llegaba a la conclusión de que no había esperanza de romper con la espiral descendente de la derrota continua, de la depresión y la culpabilidad. No conocía mi posición en Cristo ni reconocía las acusaciones del enemigo. Todo el mundo pensaba que era tan fuerte por dentro como por fuera. Prácticamente me crié en la iglesia, y por eso, así como también por ser esposa de un pastor durante veinticinco años, todo el mundo pensaba que era tan fuerte por dentro como por fuera. Al contrario, sabía que interiormente no tenía infraestructura, y a menudo me preguntaba cuándo se desplomaría mi vida bajo el peso de tratar de mantener mi fortaleza. Parecía que lo único que me sostenía era la voluntad firme de seguir adelante.
  • 5. Era un día diáfano y maravilloso cuando salí de su oficina el jueves pasado; al ver las montañas coronadas de nieve sentí que un velo se me había caído de los ojos. En la casetera sonaba la melodía al piano del himno: «Alcancé salvación», cuyas palabras prácticamente estallaban en mi mente ante la conciencia de que estoy bien con mi Dios … por primera vez en muchos años. Al día siguiente en el trabajo, mi respuesta inmediata a la pregunta: «¿Cómo estás hoy?», fue: «¡Estoy maravillosamente bien! ¿Y tú, cómo andas?» Antes hubiera susurrado algo así como que apenas estaba viva. El siguiente comentario que escuché fue: «Bueno, algo te tiene que haber sucedido ayer». Quiero proclamar a los cuatro vientos lo que ha sucedido en mi vida. He escuchado las mismas canciones y he leído los mismos versículos bíblicos de antes, pero es como si fueran totalmente nuevos. Hay gozo y paz entretejidos en medio de las mismas circunstancias que antes me llevaban al fracaso y al desánimo. Por primera vez he querido leer mi Biblia y orar. Me cuesta contenerme porque quiero proclamar a los cuatro vientos lo que ha sucedido en mi vida, pero mi verdadero deseo es que mi vida grite por mí. El engañador ya ha tratado de sembrar en mi mente que esto no va a durar, que es simplemente otro truco que no va a servir. La diferencia es que ahora sé que esas son mentiras de Satanás y no la verdad. ¡Cuán distinta me siento con mi libertad en Cristo! Muy agradecida, Mary Y en efecto, ¡cuán distinta! ¿Será que hay algo especial en Neil Anderson que hizo que esta sesión de consejería fuera tan eficaz? ¿Será que tengo un don único de Dios o una unción especial? No lo creo. Es más, hay gente en todo el mundo que utiliza con resultados similares las mismas verdades que yo para ayudar a la gente a encontrar su libertad en Cristo. Entonces, ¿cómo nos explicamos tales resultados? ¿Qué es la salud mental? Los sicólogos y los expertos en salud mental generalmente admiten que las personas tienen buena salud mental cuando se mantienen en contacto con la realidad y en cierto modo libres de la ansiedad. Desde un punto de vista secular, entonces a cada persona mencionada en este libro se le consideraría enferma mental, y por lo tanto lo sería cualquier que estuviera bajo ataque espiritual. Visto a través del marco de nuestra cultura occidental, esta gente tiene un problema neurológico o sicológico. Si alguien oye voces o ve una aparición que el consejero no capta, este llega a la conclusión de que la persona ha perdido contacto con la realidad y hay que ponerla bajo medicamentos antisicóticos para callar las voces. Sin embargo, he aconsejado a muchas personas que oyen voces, y hasta el día de hoy todas han sido voces demoníacas o con trastornos de personalidad múltiple). Contando con la colaboración de la persona, normalmente se requiere entre dos y tres horas y media para liberar a un cristiano de esa influencia. En 1 Timoteo 4:1 vemos que «en los últimos tiempos algunos se apartarán de la fe, prestando atención a espíritus engañosos y a doctrinas de demonios». Para mí es más fácil
  • 6. creer que estas personas que escuchan voces están bajo ataque espiritual y no que son enfermos mentales, ni que su mente se ha dividido de algún modo y una parte converse con la otra. Después de oír sus relatos, he dicho a muchos que no se están volviendo locos, sino que hay una batalla espiritual que se libra en sus mentes. No se puede imaginar el gran alivio que esto da a las personas atribuladas. Si están mentalmente trastornadas, no les puedo ofrecer un pronóstico muy positivo. Pero si hay una batalla en sus mentes, podemos ganar la guerra. Sí creo, sin embargo, que durante un trauma severo la mente se puede disociar como mecanismo de defensa para sobrevivir. Discutiré ese fenómeno en el último capítulo. Satanás paraliza a su presa Cualquiera que esté bajo ataque espiritual fallaría también en el segundo criterio para la salud mental: estar relativamente libre de la ansiedad. El temor es un hecho para los esclavizados. Como un león, el rugido engañador de Satanás (1 Pedro 5:8) paraliza de temor a su presa, pero debemos permanecer firmes en nuestra fe, o sea, en lo que creemos. El temor y la fe se excluyen mutuamente. Si el temor a lo desconocido gobierna nuestra vida, entonces no hay fe en Dios. Sólo el temor de Dios es compatible con la fe bíblica. En realidad, este león que se llama «Satanás» ya no tiene dientes, ¡pero con sus encías está asustando de muerte de manera desaforada a los cristianos! Un pastor amigo llamó para pedirme ayuda. Su esposa estaba enfrentando una enfermedad terminal, y él me llamaba porque ella experimentaba un temor tremendo. En el transcurso de nuestra conversación ella me dijo con lágrimas que quizás no era una cristiana. Eso me asombró. Era uno de los más amorosos y piadosos ejemplo de cristianismo que jamás he conocido. Sin embargo, al encontrarse cara a cara con la muerte no tenía seguridad de su salvación. —Cariño—le contesté—, si tú no eres cristiana, estoy en problemas serios. ¿Por qué piensas eso? —A veces cuando voy a la iglesia tengo pensamientos terribles acerca de Dios y me pasan malas insinuaciones por la mente—replicó. —Esa no eres tú—le aseguré. Media hora después entendía de dónde provenían esos pensamientos y cuáles eran las tácticas de Satanás; con eso se desaparecieron, así como su temor. Si esos pensamientos hubieran sido suyos, ¿qué podía haber concluido respecto a su propia naturaleza? «¿Cómo puedo ser cristiana y a la vez pensar esas cosas?», razonaba, así es como lo hacen millones de cristianos bien intencionados. Cuando se expone la mentira y se comprende cuál es la batalla por la mente, se gana la mitad de la lucha. La otra mitad se gana teniendo un verdadero conocimiento de Dios y sabiendo quién es uno como hijo de Dios. Dónde empieza la salud mental Creo que la salud mental empieza con un conocimiento verdadero de Dios y de quiénes somos como sus hijos. Si sabe que Dios lo ama, que jamás lo dejará ni lo desamparará y que le ha preparado un lugar para toda la eternidad … si sabe que sus pecados son perdonados, que Dios suplirá todas sus necesidades y lo habilitará para vivir con
  • 7. responsabilidad en Cristo … si no le teme a la muerte porque la vida eterna es algo que posee ahora y para siempre … si sabe todo eso … si lo conoce profundamente y lo cree … ¿tendrá buena salud mental? ¡Por supuesto que sí! Si la salud mental empieza a partir de ese conocimiento verdadero de Dios y de quiénes somos, déjeme agregar de inmediato que la clave de la enfermedad mental es un conocimiento distorsionado de Dios: una comprensión patética de su relación con Él y la ignorancia de quién es usted como hijo de Dios. Por eso los consejeros seculares muchas veces odian la religión. ¡La mayoría de sus clientes son muy religiosos! Visite un salón siquiátrico en un hospital y observará algo, unas de las personas más religiosas que jamás haya visto, pero no tienen una comprensión real de quiénes son en Cristo. Como los consejeros seculares ignoran el mundo espiritual, se equivocan al echar la culpa de los problemas de sus clientes a los pastores y a las iglesias (aunque debo aceptar que existen algunos pastores e iglesias bastante enfermizos, que en realidad le crean problemas a la gente). El evangelio en la consejería sicológica Le pido a Dios que venga el día en que se pueda definir la consejería cristiana en base a dos asuntos clave. Primero, ¿qué papel juega el evangelio en el proceso de consejería? ¿Son los atribulados sólo un producto de su pasado, o serán principalmente un producto de la obra de Cristo en la cruz? Las experiencias del pasado pueden tener un efecto profundo sobre nuestro diario vivir y en nuestras perspectivas actuales, pero, ¿podremos ser libres de nuestro pasado? ¿Cómo? A menudo se hacen intentos de arreglar el pasado. Usted no puede arreglarlo; ni se puede devolver para deshacer lo hecho. Es muchísimo mejor la verdad de que se puede ser una nueva criatura en Cristo Jesús y obtener su libertad del pasado, estableciendo una nueva identidad en Cristo y perdonando a los que le hayan ofendido. La cruz de Cristo es el eje central de la historia y de la experiencia humanas, y sin esto no habría evangelio ni perdón (este es el tema de mi primer libro, Victory Over the Darkness [Victoria sobre la tinieblas]). El segundo asunto clave que debe caracterizar a la consejería cristiana se relaciona con la perspectiva bíblica del mundo: ¿Toma en cuenta el consejero pastoral la realidad del mundo espiritual? ¿Qué importancia tiene en nuestro proceso de consejería el hecho de que «nuestra lucha no es contra sangre ni carne, sino contra principados, contra autoridades, contra los gobernantes de estas tinieblas, contra espíritus de maldad en los lugares celestiales»? (Efesios 6:12) ¿Cómo puede el consejero conducir a la persona de la esclavitud a la libertad? (Este es el tema de mi segundo libro, The Bondage Breaker [Rompiendo las cadenas]. Ambos libros ofrecen la base teológica por medio de la cual encontraron su libertad en Cristo las personas cuyas historias se relatan en el presente tomo.) ¿Poseído por un demonio o endemoniado? Hay otro asunto que tiene que ver con la posesión demoníaca. ¿Puede un cristiano ser poseído por un demonio? No hay asunto que polarice más a la comunidad cristiana que este, y la tragedia es que no hay forma bíblica para resolverla. Sin embargo, existen dos
  • 8. puntos dignos de notarse: en las traducciones bíblicas del griego al castellano, la frase «poseído por un demonio» se deriva de una sola palabra griega. Por lo tanto, prefiero usar más bien la palabra «endemoniado». Además, la palabra que se traduce como «posesión demoníaca» jamás vuelve a aparecer en las Escrituras después de la cruz, por lo que nos deja sin ninguna precisión teológica respecto a lo que consiste estar endemoniado en la era de la Iglesia. Pese a ello, el que un cristiano pueda estar de un modo u otro bajo la influencia del «dios de este mundo» es un hecho en el Nuevo Testamento. De no ser así, ¿por qué se nos instruye que nos pongamos la armadura de Dios y estemos firmes (Efesios 6:10); que cautivemos todo pensamiento a la obediencia de Cristo (2 Corintios 10:5), y que resistamos al diablo (Santiago 4:7)? ¿Qué pasa si no nos ponemos la armadura de Dios, ni nos mantenemos firmes, ni nos responsabilizamos por lo que pensamos? ¿Y qué si dejamos de resistir al diablo? ¿Entonces qué? Somos presa fácil para el enemigo de nuestras almas. Así que, ¿cómo nos damos cuenta si un problema es sicológico o espiritual? Creo que esa pregunta es fundamentalmente falsa. Nuestros problemas nunca dejan de ser sicológicos. No hay momento alguno en que las experiencias previas, las relaciones personales y nuestra propia mente, voluntad y emociones no contribuyan a nuestros problemas actuales, ni sean la clave para resolverlos. Pero, de igual modo, nuestros problemas jamás dejan de ser espirituales. No hay momento en que Dios no esté presente, ni momento en que se pueda dar el lujo de quitarse la armadura de Dios. La posibilidad de ser tentado, acusado y engañado por el maligno es una realidad constante. Debemos tratar con la totalidad de la persona, tomando en cuenta tanto lo espiritual como lo sicológico, o una espiritualidad falsa suplantará a la auténtica, como sucede con la invasión de la filosofía de la Nueva Era en los grupos de los doce pasos así como en otros de autorrecuperación, de sicología secular y de educación. ¿Un encuentro con la verdad o un enfrentamiento de poderes? Ahora me gustaría tocar un tema de metodologías. Propongo sostener un «encuentro con la verdad» antes que un «enfrentamiento de poderes». El modelo clásico de liberación es conseguir a algún experto que invoque al demonio, consiga su nombre, y hasta su rango en la jerarquía, para luego echarlo fuera. En un enfrentamiento de poderes hay una lucha entre un agente externo y la fortaleza demoníaca. Pero no es el poder el que le da la libertad al cautivo: es la verdad (Juan 8:32). Cuando viven en derrota, los creyentes a menudo estiman equivocadamente que lo que necesitan es poder, así que buscan alguna experiencia religiosa que se los prometa. No hay ningún versículo en la Biblia, después de Pentecostés, que nos inste a buscar el poder, sólo la verdad. Eso se debe a que el poder del cristiano reside en la verdad; al estar en Cristo poseemos todo el poder que necesitamos. El problema es que no lo vemos ni lo creemos, por lo que el apóstol Pablo ora que lleguemos a comprenderlo (Efesios 1:18, 19). En contraste, el poder de Satanás reside en la mentira y una vez que esta se ha expuesto ese poder queda anulado. En un encuentro con la verdad, trato únicamente con esa persona y no hago a un lado su mente. De forma que la gente es libre para tomar sus propias decisiones. Jamás hay falta de control en la medida en que facilito el proceso de ayudarles a asumir su responsabilidad ante Dios. Al fin y al cabo, no es lo que yo diga, haga o crea lo que libera a la gente; es a lo que renuncien, confiesen, abandonen, a quienes perdonen y la verdad que reafirmen lo que
  • 9. les da la libertad. Este «proceder de la verdad» me exige que trabaje con la persona integralmente, tratando con su cuerpo, su alma y su espíritu. La medicina y la iglesia Tratar a la persona en su totalidad incluye lo físico y lo interpersonal. Por supuesto, existen problemas glandulares y desequilibrios químicos, y tanto la iglesia como el campo médico deberían ansiar los aportes. La profesión médica se dispone a sanar el cuerpo, pero sólo la iglesia está en condiciones de resolver los conflictos espirituales. Así que no nos sentemos en juicio de las deficiencias del mundo secular si como iglesia no nos responsabilizamos con las soluciones espirituales. En estos últimos días veremos muchas falsedades espirituales. En mi libro, Walking Through the Darkness [Caminando a través de las tinieblas], trato de identificar esos falsos prodigios y establecer los parámetros de la dirección divina. Necesitamos ese tipo de discernimiento espiritual para mantenernos firmes contra las filosofías de la Nueva Era y de los falsos maestros que surgirán de entre nosotros (2 Pedro 2:1 ss). Los principales promotores de la medicina integral son los de la Nueva Era, y son los que manejan la mayoría de los negocios de alimentos para la salud. No hay nada malo en comprar las pastillas en los estantes, pero no lea la literatura en los anaqueles. El mayor asidero de Satanás Además, nuestros problemas jamás se originan ni se resuelven independientemente de las relaciones personales. Tenemos una necesidad absoluta de Dios, pero también nos necesitamos desesperadamente unos a otros. En mi experiencia, la falta de perdón para con los demás le abre a Satanás la principal puerta de acceso a la iglesia. Cuando la gente perdona de corazón, da un paso gigantesco hacia la libertad. Y una vez libres, las buenas relaciones ayudan a promover ese crecimiento. Es por eso, por ejemplo, que no es una solución adecuada resolver el problema espiritual de un niño para volverlo a internar en una familia con disfunción en sus relaciones. (Steve Russo y yo hemos tratado extensamente este tema en nuestro libro The Seduction of Our Children [La seducción de nuestros hijos].) No hay tal madurez instantánea El último asunto es distinguir entre la libertad y la madurez. No creo en la madurez instantánea. Se necesita mucho tiempo para renovar nuestras mentes, desarrollar el carácter y aprender a vivir con responsabilidad. Un cautivo primero necesita ser liberado para luego aprender a disfrutar de esa libertad, porque fue por libertad que Cristo nos hizo libres (Gálatas 5:1). En mi experiencia, las personas atadas no crecen y rara vez, si acaso, experimentan la sanidad emocional. Una persona atada necesita su libertad y a una persona herida hay que tratarla con compasión para que pueda recibir su sanidad con el tiempo. Ahora bien, permítame presentarle a algunos de los seguidores selectos de Cristo. Conforme digan la historia de sus vidas, agregaré algunas percepciones mías respecto a la naturaleza y solución de sus problemas. Por lo menos usted aprenderá tanto de sus experiencias como de mis comentarios. Es mi oración que sus testimonios sean de tremendo estímulo para los que anhelan ser libres, así como para los que desean ayudarles.
  • 10. 1 Molly: Libertad del ciclo de abusos Me agrada empezar una conferencia preguntándole a la gente: «¿Me agradarían si en verdad lograra conocerlos en el poco tiempo que estaré aquí? Quiero decir: ¿Si los llegara a conocer verdaderamente?» Hice esa pregunta a mi clase en el seminario y antes de que pudiera continuar uno de mis alumnos respondió: «¡Me tendría lástima!» Lo dijo en broma, pero captó la perspectiva de muchos que experimentan una vida de desesperación disimulada. Perdidos en su soledad y autocompasión, se aferran a un hilo de esperanza que, de alguna manera, Dios irrumpirá entre la espesa neblina de la desesperación que rodea sus vidas. El sistema no los ha beneficiado. Los padres que se suponían iban a ofrecer el amor, el cariño y la aceptación que necesitaban, eran más bien la causa de su condición. Tampoco la iglesia de la que se habían aferrado en busca de esperanza parecía tener las respuestas. Tal es el caso de la persona que nos presenta el primer relato. No conocía a Molly antes de recibir su extensa carta, en la que me dio a conocer su recién lograda libertad en Cristo. Meses más tarde, tuve el privilegio de encontrarme con ella cuando dictaba una serie de conferencias. Esperaba ver a una criatura acabada y regordeta. Por el contrario, la persona que almorzó con mi esposa y conmigo era una profesional inteligente y atractiva. Conforme usted conoce, creará su imagen mental. Su relato es importante porque no la aconsejé personalmente. Encontró su libertad viendo en la Escuela Dominical los videos de nuestro congreso sobre «Cómo resolver los conflictos personales y espirituales». Su historia representa a todos los que sufren debido a una familia disfuncional y a una iglesia inepta. Creo que muchos de los que hoy viven en la esclavitud espiritual saldrían a la libertad ahora mismo si supieran quiénes son en Cristo y cuál es la naturaleza de la batalla espiritual que se libra en sus mentes. Jesucristo es el que libera, Él ha venido a darnos vida en abundancia. * * * La historia de Molly Nací de las dos personas más odiosas que jamás he conocido. Toda mi vida ha cambiado desde que empecé a participar en la serie de videos sobre: «Cómo resolver los conflictos personales y espirituales». Por primera vez en mi vida se me aclaró cuál era la fuente de mis ataduras. Tengo cuarenta años y siento que sólo ahora he encontrado «la tierra prometida». Nací en una zona rural de Estados Unidos, hija de las dos personas más miserables que jamás he conocido. Mi padre era un agricultor de muy poca educación que se casó con mi madre cuando ella era muy joven. Él era uno de los quince hijos de una familia plagada de
  • 11. enfermedades mentales. Hay también una gran inestabilidad en la familia de mi madre, pero simplemente niegan que haya un problema. La luz que más brillaba entre mis familiares era mi abuela. De no haber sido por ella, estoy convencida que de no haber sido por ella, hace años estuviera loca. Fue una santa y yo sabía que me amaba. Fui la primogénita de mis padres, sin embargo, nací cuando cumplieron doce años de casados. Mis primeros recuerdos de ellos juntos eran que en la noche mi madre dejaba fuera a mi papá. Todavía veo la expresión feroz de su cara mientras se dirigía a mí a través de la puerta y gritaba: «¡Molly! Ábreme la puerta y déjame entrar». Mi mamá, parada directamente detrás de mí, me gritaba: «No te atrevas a abrir esa puerta». Al pie de la cama pude ver la clásica figura del diablo Mis padres se divorciaron cuando tenía cuatro años y mi madre nos llevó a otra casa. Mucho antes del divorcio recuerdo la noche en que mis padres iban a salir. Mi hermanita de un año de edad y yo estábamos en la cama de ellos, sin duda esperando a la muchacha que nos iba a cuidar, cuando de repente vi bailar al pie de la cama una aparición malévola exactamente como el tradicional diablo rojo. Estaba petrificada del temor y me sentí obligada a no decirle a nadie lo que veía. Llamé a mi mamá y llorando solamente le dije que había algo en el cuarto. Encendió la luz y dijo: «Aquí no hay nada, ni acá». Me cubrió con las mantas para no ver el pie de la cama cuando ella apagó la luz y salió del cuarto. Pasé largo rato escondida debajo de las mantas, demasiado aterrorizada como para asomarme. Cuando lo hice, todavía estaba allí aquella presencia, riendo. Sentí que esas palabras me traspasaban el corazón como un puñal. Después del divorcio de mis padres, recuerdo que se encontraron una vez en la calle, se pararon a conversar y papá le pidió a mamá que lo dejara llevarse a mi hermanita. Sentí que esas palabras me traspasaban el corazón como un puñal, porque me indicaban que mi padre no me quería. Lo más probable es que las voces hayan empezado en esa época: «Tu padre ni siquiera te quiere». Y era verdad. Siempre me había dicho que era «exacta a mi madre». Sabia lo que significaba eso: Sabía que la odiaba. Ella era colérica y a mí me aterraban sus arranques de ira. Una vez, cuando tenia unos seis años y estaba en casa de mi papá, una tía le dijo: «Molly es exacta a ti». De inmediato, cambió su expresión por completo y le gritó: «¡Es exacta a su madre! ¡Vivi dieciséis años con esa mujer y ella se parece a su madre!» Diciendo eso salió furioso de la casa y sentí que un dolor agudo me atravesaba el pecho. Temía mucho que ella nos envenenara. Nuestros familiars pensaban que mi madre podría maltratarnos. Una vez, cuando ella estaba muy mal llegó una tía y se paró fuera, frente a una de las ventanas. Nos estaba vigilando porque temía por nuestra seguridad. Mamá nos maldecia muchísimo y controlaba nuestras vidas totalmente. No tenía amistades, ni amor, ni ternura y a menudo decía que su
  • 12. vida habría sido mucho major sin mí. Sentí que estaba resentida con nosotros y que le éramos un estorbo. En los dos años siguientes, mamá llegó a ser aún más cruel y malévola. Temí por mi vida el resto de mis años junto a ella. Aunque no conocía mucho del mundo espiritual, sentía, aun en ese entonces, que Satanís estaba involucrado en nuestra vida familiar. Llegó el momento en que no comía a menos que ella lo hiciera antes, porque temía que nos envenenara. Me es imposible describir el terror de ser una niña que siempre vivía amenazada por el peligro de muerte. Aun cuando algunos de nuestros parientes temían por nuestra seguridad, no nos ayudaron porque le temían más a ella. Una vez, cuando tenía catorce años, mi madre creyó que le habia perdido algo y no me quiso alender cuando traté de decirle que nunca habia tenido en mis manos aquello. Me pegó y me estuvo maldiciendo desde las seis de la tarde hasta la una de la mañana, obligándome a revisar la basura una y otra vez para encontrar ese objeto. Al fin se acostó. Sin duda muerta del cansancio. ¡Lo que buscaba era la tapita del tubo de pasta de dientes! Poco después llegó mi padre para su visita mensual. Tal vez nos hubiera visitado más a menudo a no ser que su esposa alegaba y rabiaba todo el tiempo que estaban con nosotras, tratándonos de la misma manera que lo hacía nuestra madre. De regreso a casa ese día, de repente mi mente se quedó en blanco. No podía recordar quién era ni toda esa gente que estaba en el auto. Se me hizo un enorme nudo en la garganta, estaba tan asustada que no podía hablar. Luego, de manera igualmente repentina, me volvió la memoria como un torrente apenas papá hizo que el auto doblara hacia la calle en que vivíamos. Cómo odiaba el regreso al «infierno» de mi hogar, pero no tenía otro recurso. En medio de todo, anhelaba desesperadamente el amor de mis padres. Todavía cuando tenía treinta y tantos años llamaba a mi madre a diario, a pesar de que muy a menudo me tiraba el teléfono. A esas alturas seguía tratando de obligarla a amarme. Siempre me amenazaba con decirle a mi mamá que yo fumaba cigarrillos si le contaba lo que él me hacía. Cuando aún era pequeña, uno de mis tíos, que tenía muchos hijos, llegaba a mi casa y me sacaba a pasear. Al parecer, a mi madre jamás se le ocurrió ser cautelosa y preguntarme por qué hacía eso. Cuando tenía entre cuatro y siete años, recuerdo que me hacía caricias íntimas y me amenazaba con que si alguna vez le contaba a mamá lo que me hacía, me acusaría con ella de fumar cigarrillos. Recuerdo haber sentido una culpabilidad inmensa, creyendo que debía haber dicho que «no», pero tenía miedo de hacerlo. Después llegué a enviciarme con la masturbación, un problema que jamás pude controlar hasta que encontré mi libertad en Cristo. Ese deseo sexual ha tratado de volver, pero ya sé lo que tengo que hacer: simplemente proclamo en voz alta que soy hija de Dios, le digo a Satanás y a sus mensajeros malignos que me dejen. Entonces la compulsión se va inmediatamente. Hace poco quise contarle a alguien acerca de esa adicción sexual para aceptar mi responsabilidad. Cuando se lo conté a una de mis amigas del mismo estudio bíblico, exclamó: «¡Yo siempre he tenido ese mismo problema!» Lloramos juntas y le conté de mi victoria sobre esa influencia demoníaca y sobre todos los pensamientos sexuales violentos que la acompañaban. Me regocijo ahora que ya no tengo que estar sometida a la presencia malévola y al poder arrollador que se asociaba con ese acto. En Cristo soy libre para decidirme a no pecar de esa manera.
  • 13. De nuevo, a los nueve años de edad, un compañero de trabajo de mi madre abusó de mí. Ella le permitía llevarnos a pasear en auto, a mi hermana y a mí, me besuqueaba y me metía su lengua en la boca. Una vez estaba tan asustada de lo que me podría hacer que me subí a la ventana trasera de su auto y le rogué que nos llevara a casa, después de lo cual jamás nos volvió a sacar. Había visto películas en que la gente perdía toda noción de la realidad. A medida que crecía, todo empeoraba. No recuerdo exactamente cuándo fue, pero empecé a pedirle a Dios que no me dejara volver loca y parar en un asilo. Sabía que no sería muy difícil terminar allí porque había estado escuchando voces desde que tenía uso de razón. Había visto películas como «Las tres caras de Eva», en que la gente perdía toda noción de la realidad y me era fácil verme en esa misma condición. No teníamos vida espiritual alguna. Mi madre rechazó el cristianismo totalmente y no me dejaba hablar con ella del tema. Mi padre asistía todos los domingos a la iglesia, pero era demasiado legalista, trampa en la que después caí yo también. De adolescente empecé a asistir a una iglesia del vencindario y me convertí en una legalista muy aferrada, haciendo todo lo que me indicaran … todo … para lograr ser feliz cuando fuera adulta. A la edad de catorce años le pedí a Jesucristo que fuera mi Salvador. Me sentí tan emocionada que esperaba con ansias aprender todo lo que pudiera sobre Él. La primera vez que asistí a un grupo de jóvenes, distribuyeron unos libros y nos asignaron una tarea. Para la siguiente semana, ya había contestado todas las preguntas y había comprado un cuaderno de notas. Alguien vio que había completado el trabajo y gritó: «¡Miren, todos! Ella hasta contestó las preguntas». Todo el grupo se rió y jamás volví a hacer una tarea. La Escuela Dominical fue peor. Había muchas muchachas en la iglesia que eran acaudaladas, toda la clase pertenecía a una hermandad de muchachas, excepto otra muchacha y yo. Ella y yo nos llamábamos cada domingo por la mañana para estar seguras de que ambas asistiríamos, porque las demás no nos hablaban y ninguna de las dos quería estar allí sola. En todo ese tiempo las voces me decían: «Eres fea. Eres repugnante. Eres indigna. Dios jamás te podrá amar». Y con lo que era mi vida, me convencí de que era así. Cuando me casara, Dios me permitiría encontrar la felicidad. La opresión, la depresión y las voces de condena seguían, pero nadie lo sabía. No tenía a quién contarle esta parte de mi vida. Creía que lo merecía. Cuando trataba de contarle a la gente cómo era mi madre, no entendían o respondían de manera inadecuada. Una vez se lo confesé a una maestra en la Escuela Dominical y me dijo: «Vamos a hablar con tu mamá». Fue tal el terror que sentí por lo que sabía sería la reacción de mi madre una vez que se hubiera ido la maestra, que me negué a hacerlo. Estaba demasiado aterrorizada. Vivía de acuerdo al código del autoesfuerzo, tratando de complacer a mamá para evitar que se enojara. Creía que Dios me había puesto en el lugar donde estaba y, si podía aguantar el sufrimiento, ser obediente, llevar una vida buena y sin pecado, cuando me
  • 14. casara, Él me permitiría encontrar la felicidad. Mi meta era tener un hogar y un marido cristianos para ser feliz; tener un lugar seguro donde nadie abusara de mí. El matrimonio fue una gran conmoción. El verano después de mi graduación de la enseñanza secundaria me encontré con un hombre que me presentaron en aquella graduación, fue amor a primera vista. Con él me casaría diez meses después, a los diecinueve años de edad, en busca de felicidad. Asistíamos a la iglesia todos los domingos y miércoles por las noches y a cualquier otro programa al que se pudiera asistir. Pero no teníamos amistades y jamás nos invitaron a otro hogar. En nuestra iglesia no ofrecían orientación prematrimonial, de manera que el matrimonio fue una gran conmoción. Me había guardado para el matrimonio, pero odiaba el sexo. Al cabo de una semana, mi marido empezó a salir de casa por largo rato, a veces todo el fin de semana. Nos mudamos a un apartamento y con todas las cajas sin desempacar, simplemente se fue a jugar golf y a estar con sus amigos. Ese fue el colmo, después de toda una vida de no sentirme jamás amada por nadie. Mi autoestima estaba tan baja que cuando me di cuenta de que a mi esposo ya no le importaba, me enfermé, sumida en una tremenda depresión. A las tres semanas, me convencí de pecado y me levanté, pensando: ¿Cómo podrá amarme? No podrá jamás respetar a una mujer que se le une y trata de seguir desesperadamente cada paso que dé. Así que traté de cambiar y de hacer que nuestro matrimonio marchara bien. No sé cómo, pero logramos estar juntos durante quince años … quince años de conflicto, de rechazo y de dolor … vacilando entre una vida de pretensión legalista en el cristianismo y de dar la espalda a Dios completamente. No era el tipo de mujer coqueta. Esperaba que tener un hijo nos traería la felicidad, como no podía quedar embarazada empecé a visitar a distintos médicos. Cuando mi doctor de cincuenta años de edad fue bondadoso y me tomó de la mano, creí que simplemente actuaba como un padre. Pero luego me acarició íntimamente cuando estaba sobre la camilla. Más tarde, cuando me salió una protuberancia en un seno, fui a otro médico que me hizo algo parecido. No era el tipo de mujer coqueta; pues apenas si podía mirar los ojos a otra persona. Creo que es exactamente como obra Satanás, utilizando a los demás para traer su maldad a nuestras vidas cuando somos vulnerables. Me sentía muy incómoda mientras sucedían estas cosas, pero de todos modos estaba acostumbrada a sentirme molesta. Más tarde, me llamó una de mis amigas que trabajaba en un bufete de abogados, me dijo que uno de esos médicos le había hecho lo mismo a otra mujer, la que lo estaba enjuiciando. Fue en ese momento que al fin supe que no era yo, lo cual me alivió bastante de las muchas dudas que tenía sobre mí misma. Lo bueno era malo y lo malo era bueno. Los procesos mentales que tenía andaban tan equivocados que ya no sabía lo que era justo y recto. Al fin quedé embarazada y salté de repente a la maternidad. Al poco tiempo, mi esposo llegó a casa una noche y me dijo: «De lo único que hablan los compañeros de trabajo es de muchachas y de sexo, por lo que me paso la mayor parte del tiempo con Linda. Ella asiste a nuestra iglesia, es cristiana y en mi tiempo libre estoy con ella.
  • 15. Me preguntó si me importaba y le dije que no. Con el tiempo me dejó por Linda. Mis amigas me habían advertido que se estaba viendo con otras mujeres, pero no lo creía. Simplemente decía: «Él no haría eso». Traté así el asunto porque quería evitar el dolor de saber o enterarme que me estaba siendo infiel. Renuncié a Dios. Cuando al fin mi esposo me abandonó y me dejó con dos bebés, renuncié a Dios, culpándolo de todo mi dolor. En la iglesia había aprendido que el camino a la felicidad para la soltera era casarse con un cristiano, cosa que había hecho. Ahora estaba enojada con Dios y durante seis años lo eché a un lado. Mi madre me instaba: «Haz algo. No te quedes allí sentada toda tu vida. Haz algo, aunque sea malo». Mis compañeros de trabajo querían que los acompañara al bar y, aunque jamás había entrado en uno, fui con ellos y pronto quedé inmersa en ese estilo de vida. Jamás tuve la intención de salir con hombres indecentes, pero esa clase baja de personas me hacía sentir mejor. ¡Hasta terminé yendo a bares donde algunas de las personas ni siquiera tenían dientes! Supongo que ese era el único lugar donde me sentía bien conmigo misma porque ellos estaban peor que yo. Todavía estaba atada por el legalismo y a veces trataba de ir a la iglesia, pero eso demandaba un esfuerzo hercúleo. Los viernes en la noche iba al bar y, cuando mis hijos regresaban el sábado de la visita a su padre, volvía a mi papel de buena madre. El domingo trataba de llevarlos a la iglesia, pero cuando lo hacía, sentía como si me clavaran la frente. Había padecido siempre de dolores de cabeza, pero este dolor era insoportable. A veces me enfermaba y tenía que salir de la iglesia; una de ellas me vomité en el auto, por lo que decidí no volver a la iglesia. Iba al bar y alguien me decía algo agradable. Recuerdo uno de los últimos sermones que escuché. El predicador dijo: «Hay una espiral descendente. Cuando empieza, el círculo es bien grande y las cosas se mueven lentamente en la superficie. A medida que baja se acerca cada vez más, adquiriendo velocidad hasta que pierde el control. Pero usted puede parar esa espiral descendente simplemente al no dar ese primer paso». Di ese primer paso y las cosas se escaparon de mi control y ya no pude parar. Cuando me deprimía, iba al bar y alguien me decía algo agradable. Me tomaba un trago y por el momento no me sentía tan mal. Me aceptaban más en el bar que en la iglesia. Desde los catorce años había asistido a ella con regularidad, pero nunca tuve una amiga íntima. Era muy retraída y parecía que la gente no me extendía la mano, por lo que me quedaba sola y triste. Me encontraba en una situación muy mala en mi vida. La gente en esos bares se peleaba con cuchillos y a veces alguno sacaba una pistola. Pero conforme pasaba el tiempo, logré ir a tomarme un trago sola sin hacerle caso al peligro. En realidad, no me importaba ya lo que me sucediera. Recuerdo que decía: «No creo que esto sea malo».
  • 16. Tuve un encuentro con el cáncer que me asustó mucho y pensé que quizás era Dios que me estaba golpeando fuerte. Así que renuncié a los bares y volví a la iglesia. Pero un año después ya se me había pasado el susto y había vuelto a mi antiguo estilo de vida. Vivía una mentira tal que era inevitable. Siempre había tenido una conciencia muy fuerte, pero en ese momento me acuerdo que pensé: Ni siquiera me siento mal por esto. Me sentía infeliz, miserable y pensé en el suicidio, pero era tan cobarde que no lo podía hacer. Mi vida estaba tan descontrolada que cuando conocí en el bar a un hombre que se quería casar conmigo, me lancé sin pensarlo. No le pregunté a Dios qué le parecía, porque sabía la respuesta que me daría y no me importaba. El tipo todavía estaba casado cuando lo conocí, era cliente del lugar donde trabajaba. Tenía muchísimo temor de que mencionara que me había conocido en el bar, pues quería mantener esa parte de mi vida en secreto. Me casé con él en mi desesperada búsqueda de felicidad, pero sólo estuvimos junto dos años. Aun antes de este matrimonio había vuelto al ciclo legalista en que trataba de controlarlo todo. Íbamos a la iglesia y me aseguraba de que mi esposo leyera todo lo que yo quería que leyera. Pero estaba más enfermo que yo y muy débil, sin el menor sentido de su identidad propia. Al principio pude controlarlo todo, pero cuando llegaron sus dos hijas a vivir con nosotros, «se desataron los infiernos». La madre había estado en un hospital siquiátrico y ahora tenía una relación lesbiana. Las niñas no tenían la menor disciplina y yo había decidido que las iba a «salvar»; pero me salió el tiro por la culata. Al fin le pedí a mi esposo que se fuera, pues ya sabía que lo estaba pensando y quise adelantarme a los hechos. Pedí el divorcio, pero entonces no podía dormir en las noches y paré el procedimiento. Sabía que lo que hacía era malo. Le dije que cuando quisiera, le daría el divorcio, pero jamás supe nada más de él. Fuimos a los consejeros, pero nadie nos ayudó. Mi segundo esposo y yo sí fuimos a buscar consejería matrimonial, pero no hubo quien nos ayudara. La gente no trataba la realidad del conflicto espiritual, así que, ¿cómo nos podrían ayudar? Sólo nos daban una palmadita en la mano y nos decían que todo iba a resultar bien. Finalmente, el último consejero que tuve reconoció que estaba experimentando un problema espiritual. Muchas veces le hablé de mi temor a la muerte … de los pensamientos de suicidio … de la incapacidad de sentir el amor de Dios … de la nube que me rodeaba cada vez que entraba a mi casa … pero no parecía saber cómo ayudarme. Me preguntó si amaba a Dios, a lo que respondí: «No lo sé». Entonces me contestó: «Bueno, sé que lo amas». Le dije que el único Dios que conocía era el que me esperaba en los cielos con un martillo para golpearme. Discutió conmigo que Dios no era así, pero de nada valió. No le hablé de la enorme araña negra que veía todas las mañanas al despertar, porque apenas comenzaba las actividades del día se me olvidaba. Es increíble que hubiera sucedido durante diez años y que jamás lo recordara excepto en el momento en que sucedía. En ese momento me convencía de que tenía una pesadilla con los ojos abiertos. Finalmente no pude seguir fingiendo: lloraba todo el fin de semana y clamaba a Dios: «Ya no puedo fingir más que estoy bien». Apenas llegaban los niños del fin de semana con su padre, me levantaba y ponía la cara de buena madre. La verdad era que había pasado todo el fin de semana acostada en el sofá, envuelta totalmente en tinieblas. Jamás abría las ventanas y nunca salía. No le hablaba a nadie porque siempre habían voces que me decían:
  • 17. «Ellos no quieren hablar contigo. No les gustas». Nunca me di cuenta de que esas cosas negativas que escuchaba en la cabeza las puso allí el mismo Satanás. Era como si una nube me esperara para devorarme. De día, en mis labores, trabajaba más o menos bien, pero en el instante en que entraba por la puerta después del trabajo, me esperaba una nube para tragarme. De nuevo me tiraba en el sofá, sintiéndome miserable. Pequeñeces como ir a comprar al supermercado me eran dificilísimas porque allí había gente y sentía que todos me odiaban. Seguí visitando a ese último consejero porque estaba desesperada y ya no podía seguir con la farsa. Llegué al punto en que siempre lloraba en el trabajo y le dije a mi consejero: «Me estoy volviendo loca, me siento desgraciada. Ya no puedo más». Me dio un libro para leer, pero este no llegó a la raíz de mi problema. A pesar de que hablaba de Cristo, no había solución; la única esperanza era asistir a una de las clínicas que describía. Sin embargo, el libro tocaba el tema de la codependencia maligna y yo sabía que ese era mi caso: sin amistades, totalmente aislada, viviendo una mentira, sin saber quién era. Eso me aterró. Terminado el libro, fui a ver a mi consejero y le dije: «Esta soy yo …» Estaba al borde del suicidio, pero sólo me dijo que volviera a los quince días. Intenté ingresar a la clínica, pero no pude por no tener el dinero que exigían. En esa misma época, mi hermana estaba pasando también por problemas serios, pero no podía visitar al consejero de nuestra iglesia porque no era miembro. Tenían tantos casos que atender que no podían tomar casos que no fueran de miembros. Mi consejero recomendó una clase para hijos de familias disfuncionales, ofrecida en otra iglesia. También quise asistir, pero me era demasiado dificil volver a empezar con un grupo nuevo. Al llegar el fin de semana, se fueron mis hijos y me acosté en el sofá todo el viernes por la noche y todo el sábado, totalmente deprimida y comiendo nada más que rosetas de maíz. El domingo se me ocurrió que debería asistir a aquella clase. No había nada más difícil en este mundo que hacerlo, no sé ni cómo, pero logré armarme de valor. Apenas entré, me sentí completamente como en mi casa. Empecé a asistir con regularidad y me ayudó muchísimo, pues me sirvió de mucha ayuda tener amistades aunque también estuvieran enfermas. A medida que observaba el video me quedaba boquiabierta. Una de mis nuevas amistades me invitó a una clase distinta en que iban a pasar una serie de videos de Neil Anderson. A medida que observaba el video, me quedaba boquiabierta repitiendo constantemente: Esto sí es verdad. A partir de ese momento, jamás falté ni una sola vez a la clase. Una vez fui enferma, porque no había nada en mi vida que me hubiera dado tanta esperanza. Cuando oí a Neil hablar de personas que escuchan voces, me emocioné muchísimo porque al fin había encontrado quien comprendiera lo que estaba experimentando. Luego habló de Zacarías 3 donde Satanás acusa al sumo sacerdote y el Señor le dice: «Jehová te reprenda». Esa verdad me liberó porque pensé: Yo lo puedo hacer. En ese momento me di cuenta de que el padre de las mentiras, Satanás, me había engañado. Me había acusado toda la vida y no me había plantado contra él. Aprendí que al estar en el Señor Jesucristo tengo autoridad para reprender a los espíritus engañadores y
  • 18. rechazar las mentiras de Satanás. Cuando esa noche salí del curso, me sentí flotando en las nubes. Se fue mi depresión … se fueron las voces … ¡desapareció ese enorme objeto parecido a una araña que vi durante diez años en mi cuarto al despertar por las mañanas! Ahora amo la luz. Para Navidad, mi jefe me regaló una serie de casetes titulada: «Cómo resolver los conflictos personales y espirituales», que escucho siempre. En mi mente hay luz donde antes había oscuridad. Ahora amo la luz y abro las cortinas y las ventanas para permitir que entre. ¡Es cierto que ya soy una nueva persona! Recibo en mi casa a personas que quieren estudiar la Biblia en esos casetes, cosa que jamás hubiera podido hacer antes. Al reflexionar sobre mi pasado veo que los mensajes que recibí de parte de mi familia fueron negativos. No recuerdo jamás en mi vida haber sentido amor hasta que escuché los videos y me di cuenta de que Dios me amaba tal y como soy. Antes de encontrar mi libertad en Cristo me portaba de la misma manera que mi mamá conmigo: con arranques de ira hacia mis hijos y luego odiándome por haberlo hecho. Ahora esos arranques son raros y mis hijos se sienten bien conmigo. No soy como antes; estoy sanando. Sé lo que debo hacer cada vez que me veo cayendo en un viejo hábito o patrón de pensamiento. No tengo que humillarme en autocompasión. En cada punto de conflicto puedo buscar la mentira específica que Satanás quiere que crea y luego enfrentarla, escogiendo deliberadamente lo que ahora conozco como la verdad. Mi gran meta ahora es ser el tipo de madre que Dios quiere que sea, y creo que Él compensará todos esos años que se comieron las langostas (Joel 2:24, 25). * * * Cómo vive la gente Nadie se puede comportar constantemente de manera que no corresponda con la visión que tenga de sí mismo. Molly creía que no valía nada, que nadie la quería, que no era digna de ser amada. Vivía una vida distorsionada, impuesta sobre ella por padres maltratados y abusadores. Ese ciclo de abuso habría seguido, de no haber sido por la gracia de Dios. Cada vez que escucho un relato como este, y son muchos los que oigo, simplemente deseo que la gente como Molly pudiera recibir un sano abrazo de parte de alguien, por cada vez que haya sido tocada por el mal. Deseo disculparme con ella porque tuvo que tener esos padres. Deseo ver que la gente tenga oportunidad de cambiar. Están sentados en los bares cerca de su iglesia. Algunos se meten sigilosamente por la puerta de atrás del santuario y se sientan en la última fila. Otros se convierten en pestes que se le guindan a uno y a quienes se busca evitar. Son hijos de Dios, pero no lo saben, y la mayoría no han sido tratados como tales. Detener el ciclo del abuso Los cristianos tenemos todo el poder necesario para llevar vidas productivas y la autoridad para resistir al diablo. Las personas como Molly no son el problema; son las
  • 19. víctimas … martirizadas por el dios de este mundo, por padres abusadores, por una sociedad cruel y por las iglesias legalistas o liberales. ¿Cómo paramos este ciclo de abuso? Los conducimos a Cristo y les ayudamos a establecer su identidad como hijos de Dios. Les enseñamos la realidad del mundo espiritual y los animamos a andar por la fe en el poder del Espíritu Santo. Nos importan lo suficiente como para enfrentarnos a ellos en amor y apoyarlos cuando caen. Lo hacemos al transformarnos en los pastores, padres y amigos que Dios quiere que seamos. Le hacemos caso a las palabras de Cristo en Mateo 9:12, 13: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos. ld, pues, y aprended qué significa: Misericordia quiero y no sacrificio. Porque yo no he venido para llamar a justos, sino a pecadores. Los «Pasos hacia la libertad» que ayudaron a Molly cuando vio las películas, están en el apéndice. También se encuentran en el libro The Bondage Breaker [Rompiendo las cadenas]. El camino hacia Dios De ninguna manera estoy abogando por una solución fácil a los problemas difíciles. Parece que seguir siete pasos u oraciones sencillas es algo simple o fácil, pero me temo que no es así. Hay un millón de maneras en que uno se puede equivocar. El camino a la destrucción es amplio, las sendas numerosas y su explicación compleja. Pero el camino hacia Dios no es tan ancho. Jesús es el camino estrecho, la verdad simple y la vida transformadora. No es de extrañar que Pablo hubiera dicho: «Pero me temo que, así como la serpiente con su astucia engañó a Eva, de alguna manera vuestros pensamientos se hayan extraviado de la sencillez y la pureza que debéis a Cristo» (2 Corintios 11:3). A pesar de esto, no es tan fácil ayudar a la persona a reconocer el engaño, la dirección falsa y a decidirse por la verdad. Saber cómo lograr que la persona se dé cuenta del dolor emocional del pasado y se esfuerce por perdonar no es tampoco tan fácil. Más bien, enfrentarla con su orgullo, su rebelión y su comportamiento pecaminoso exigen muchísimo amor y aceptación incondicionales. Muchos pueden elaborar estos pasos por sí solos como lo hizo Molly. Mi hijo me preguntó una vez si la gente podría lograr su libertad en Cristo. Sí lo pueden hacer, porque la verdad es la que nos libera y Jesús es el libertador. Sin embargo, muchos van a necesitar la ayuda de parte de una persona piadosa. Prerrequisito para el pastor o consejero es que tenga el carácter de Cristo y el conocimiento de sus caminos. Este tipo de orientación exige la presencia y la dirección del Espíritu Santo, el «Maravilloso Consejero». Pareciera como si la mayoría de los profesionales de servicio se concentraran en el problema. Padecemos de parálisis analítica. Si estuviera perdido en un laberinto, no me gustaría que alguien me estuviera explicando todas las complejidades de los laberintos y por qué la gente se mete en ellos. En realidad, no necesito que nadie me diga qué tonto fui al meterme en ese lío. Necesitaría y querría que alguien me diera un mapa para salir de allí. Dios envió a su Hijo como nuestro Salvador, nos dio las Escrituras como mapa del camino y nos envió al Espíritu Santo a guiarnos. La gente en todo nuestro entorno se está muriendo en el laberinto de la vida, por falta de alguien que le muestre con mucha ternura cuál es el camino.
  • 20. 2 Anne: Libertad a través de las etapas de desarrollo Molly nos ha contado su vida, espero que haya tenido un gran impacto en usted. Los siguientes capítulos relatan las historias de otras personas valientes que han permitido que las publiquemos. Sin embargo, este será distinto. Antes de proceder, me parece importante que veamos cuál es el plan de Dios para los procesos de desarrollo y santificación; explicados basándonos en las Escrituras e ilustrados con la vida de Anne, otra persona restaurada. Le ayudará a comprender mejor el peregrinaje espiritual de las personas a quienes conocerá en este libro, y a contribuir a sanar las heridas de aquellos que atraviesen su camino. Muertos al nacer San Pablo escribe: «En cuanto a vosotros, estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, conforme a la corriente de este mundo y al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora actúa en los hijos de desobediencia» (Efesios 2:1, 2). Desde Adán todos nacimos físicamente vivos, pero muertos espiritualmente, o sea, separados de Dios. Durante nuestros primeros años de formación aprendemos cómo vivir independientes de Dios. No teníamos ni la presencia de Él en nuestras vidas ni el conocimiento de sus caminos. Esta independencia de Dios, aprendida por nosotros, es característica de la carnalidad o de la antigua naturaleza. Una de las maneras en que funciona la carne es desarrollar mecanismos de defensa por medio de los cuales aprendemos a lidiar con la vida, a tener éxito, a sobrevivir o a vencer sin tomar en cuenta a Dios. Vivos para la eternidad Cuando nos entregamos a Cristo recibimos vida espiritual, lo que significa que ahora estamos unidos con Dios. Esta vida eterna no es algo que recibimos al morir; la poseemos desde ahora mismo por estar en Cristo: «Y éste es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene vida» (1 Juan 5:11, 12). Programados de nuevo Desde el momento de nuestra conversión tenemos a nuestro alcance todos los recursos de Dios. Desafortunadamente, nadie aprieta la tecla indicada para «borrar» lo programado anteriormente en nuestra mente. Hasta que no empiece el proceso de transformación de Dios en nuestras vidas, viviremos en un estado de conformidad a este mundo y reglamentados por él. Por eso Pablo escribe: «No os conforméis a este mundo; más bien,
  • 21. transformaos por la renovación de vuestro entendimiento, de modo que comprobéis cuál sea la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta» (Romanos 12:2). Por lo tanto: • la tarea principal de la educación cristiana es discipular a las personas que anteriormente estaban programadas para vivir independientes de Dios, a fin de que vivan en una relación de dependencia con Él. • la tarea principal del discipulado o la consejería es librar a la gente de su propio pasado y erradicar los viejos mecanismos de defensa, sustituyéndolos por Cristo como su única defensa. Ser transformados La verdad y la obediencia son la clave en un estilo de vida que dependa de Cristo. Pero la verdad sólo se puede creer si se entiende, y los mandamientos se pueden obedecer solamente cuando se conocen. Debemos responder con nuestra fe y nuestra obediencia en la medida en que el Espíritu Santo nos conduce a toda verdad: «El que dice, ―Yo le conozco‖, y no guarda sus mandamientos es mentiroso, y la verdad no está en él» (1 Juan 2:4). La desobediencia le da campo abierto a Satanás para realizar su obra en nosotros. Según Efesios 2:2, ese espíritu «ahora actúa en los hijos de desobediencia». «La santificación» es el proceso por medio del cual nuestro ser se conforma a la imagen y al carácter de Cristo. Dios actúa en este proceso paciente y cuidadosamente, nos hace avanzar, porque renovar nuestra mente y desarrollar el carácter requiere tiempo. Pero hay otro dios que también está activo, y sería un descuido desastroso pensar que este proceso se realizara independiente del «príncipe del reino del aire» (el dios de este mundo, Satanás). Dispersión del pasado En muchos casos, las experiencias traumáticas de la infancia siguen teniendo un impacto debilitador sobre la vida actual. Es muy común tener bloqueadas muchas de ellas en la memoria. Conscientes de esto, muchos sicólogos seculares intentan llegar a los recuerdos ocultos usando la hipnosis. Algunos tratan de inducir recuerdos mediante el uso de drogas en un programa de hospitalización. Si bien se les puede felicitar por su sinceridad, estoy totalmente en contra del uso de ambas opciones por dos razones: Primero, no quiero hacer nada que desvíe la mente de una persona; y segundo, no quiero adelantarme al tiempo de Dios. En las Escrituras no existe instrucción que inste a centrarse en uno mismo ni a dirigir sus pensamientos hacia dentro. Ellas siempre abogan por el uso activo de nuestras mentes y porque nuestros pensamientos se dirijan hacia afuera. Es a Dios a quien le pedimos que examine nuestros corazones (Salmos 139:23, 24). Toda práctica oculta intenta inducir un estado pasivo de la mente, y las religiones orientales nos exhortan a desviarla. Las Escrituras nos exigen que pensemos y asumamos la responsabilidad de llevar todo pensamiento cautivo a la obediencia de Jesucristo (2 Corintios 10:5). Si hay dolor dentro de nosotros y recuerdos ocultos de nuestro pasado, Dios espera hasta que lleguemos a la madurez adecuada antes de revelárnoslos. Pablo dice: Para mí es poca cosa el ser juzgado por vosotros o por cualquier tribunal humano; pues ni siquiera yo me juzgo a mí mismo. No tengo conocimiento de nada en contra mía, pero no por eso he sido justificado; pues el que me juzga es el Señor. Así que, no juzguéis nada
  • 22. antes de tiempo, hasta que venga el Señor, quien a la vez sacará a la luz las cosas ocultas de las tinieblas y hará evidentes las intenciones de los corazones. Entonces tendrá cada uno la alabanza de parte de Dios (1 Corintios 4:3–5). La búsqueda de Dios ¿Qué debemos hacer cuando sabemos que algo de nuestro pasado todavía nos está afectando? Creo que debemos continuar en busca del conocimiento de Dios, aprender a creer y a obedecer todo lo que es verdadero y comprometernos con el proceso santificador de desarrollar nuestro carácter. Cuando hemos alcanzado suficiente seguridad y madurez en Cristo, Él nos revela un poquito más sobre quiénes somos realmente. En la medida en que Cristo se convierta en la única defensa que necesitemos, nos apartará gradualmente de nuestras formas antiguas de defendernos. Despojarnos de los antiguos mecanismos de defensa y revelar las deficiencias en nuestro carácter es como quitar las capas a una cebolla. Cuando se nos quita una capa nos sentimos muy bien. No tenemos nada en contra de nosotros mismos y nos sentimos libres de lo que piensen los demás de nosotros, pero todavía no hemos alcanzado la perfección. En el momento justo, Él nos revela algo más para que podamos disfrutar su santidad. Nuestro próximo relato tiene que ver con este proceso progresivo de santificación. Anne redactó la siguiente carta y me la entregó en medio de una conferencia. Escuchó quién era ella como hija de Dios, aprendió a caminar en fe y vio la naturaleza de la batalla en su mente. Se emocionó tanto que se adelantó y cumplió por sí sola los pasos hacia la libertad. * * * Estimado Neil: ¡Alabado sea Dios! Creo que esta es la respuesta que he buscado. ¡No estoy loca! No tengo una imaginación demasiado activa, como me han dicho y he creído, por años. Simplemente soy normal como todo el mundo. ¿Cómo podía admitir ante alguien de la iglesia lo que cruzaba por mi mente? Durante toda mi experiencia cristiana he luchado contra pensamientos extraños que me apenaban tanto que nunca hablé a nadie de ellos. ¿Cómo le iba a contar a alguien de la iglesia lo que cruzaba por mi mente? Una vez, en un grupo de cristianos, traté de hablar con sinceridad de lo que me pasaba. La gente se asustó, hubo un silencio tenso, entonces alguien cambió el tema. Casi me muero. Rápidamente aprendí que estas cosas no se aceptan en la iglesia, o por lo menos en esa época no lo hacían. No sabía lo que significaba llevar cautivo todo pensamiento. Una vez traté de hacerlo, pero sin mayor éxito, porque me culpaba a mí misma de todas estas cosas. Creía que todos esos pensamientos eran míos y que era yo quien los estaba produciendo. Siempre ha habido un terrible peso sobre mí debido a esto. Jamás pude aceptar el hecho de que fuera verdaderamente recta, porque no me sentía así. Gracias a Dios que sólo era Satanás y no yo. ¡Yo valgo! El problema es más fácil de tratar cuando se sabe lo que es. Me maltrataron cuando era niña. Mi madre me mentía mucho y Satanás utilizaba lo que decía, como: «Eres perezosa. Jamás vas a valer nada». Me alimentaba continuamente con demasiada basura, agobiándome con mis peores temores. Tenía pesadillas, temía que las
  • 23. mentiras fueran ciertas y en la mañana amanecía deprimida. Me ha costado mucho deshacerme de todo esto. Como se me maltrató, aprendí a no pensar por mí misma. Hacía lo que se me ordenaba y jamás cuestionaba nada por temor a ser castigada. Esto me preparó para los juegos mentales de Satanás. Estaba condicionada, especialmente por mi madre, a que me dijeran mentiras sobre mi persona. Me daba miedo tomar el control de mi mente porque no sabía lo que podría suceder. Creía que perdería mi identidad porque no tendría quién me dijera lo que tenía que hacer. Por fin soy yo, ¡una hija de Dios! Actualmente he recuperado mi identidad por primera vez en la vida. Ya no soy producto de las mentiras de mi madre; ya no soy producto de la basura que me tira Satanás. Por fin soy yo, ¡una hija de Dios! En medio de tanta asquerosidad, Satanás me había aterrorizado. Vivía aterrada de mi misma, pero gloria a Dios, ya eso se acabó. Antes me mortificaba tratando de distinguir si un pensamiento venia de Satanás o de mí misma. Ahora me doy cuenta que ese no es el punto. Simplemente debo examinar el pensamiento a la luz de la Palabra de Dios y luego decidirme por la verdad. Me siento un poco insegura escribiendo esta carta tan pronto. Quizás deba tomar una actitud de «veremos lo que pasa», pero es tal el gozo y la paz que siento en mi interior que debe ser auténtico. ¡Gloria a Dios por la verdad y por la oración contestada! ¡Ya soy libre! Con el corazón lleno de gratitud, Anne * * * Se desprendió una capa de la cebolla. Se le dio a conocer a Anne lo crucial de la primera parte, de las Epístolas, que habla de nuestra identidad en Cristo. Ya ella no es simplemente un producto de su pasado; es una nueva criatura en Cristo. Con ese fundamento, pudo enfrentar y repudiar las mentiras que había creído por muchos años. Se sintió rechazada cuando trató de expresar algunas de sus luchas en el pasado, posiblemente porque los demás miembros del grupo luchaban con lo mismo sin poderlo resolver. Cuánto anhelo el día en que nuestras iglesias ayuden a la gente a establecer firmemente su identidad en Cristo, y ofrezcan un ambiente en que las personas como Anne puedan manifestar la verdadera naturaleza de su lucha. Satanás hace todo en la oscuridad. Cuando surgen asuntos como este, no debemos suspirar y cambiar de tema. Mantener todo a escondidas es comprar la falsa estrategia de Satanás. Andemos en la luz y tengamos comunión los unos con los otros para que la sangre de Jesucristo nos limpie de todo pecado (1 Juan 1:7). Dios es luz y no hay oscuridad en Él (1 Juan 1:5). Dejemos de lado toda falsedad y hablemos la verdad con amor, pues somos miembros uno del otro (Efesios 4:15, 25). Ahora Anne sabe quién es y comprende la naturaleza de la batalla que se está librando en su mente. ¿Debe ser ahora totalmente libre? ¡No, no es cierto! Quedó libre de lo que analizó, pero Dios no había terminado con ella todavía. La cebolla no tiene una sola capa. A las dos semanas de terminada la conferencia, escribió la segunda carta. * * * Estimado Neil:
  • 24. ¡Cielos! ¿Dónde empiezo? Permitame decir que fui a su conferencia sólo por razones académicas. Jamás pude haber vislumbrado lo que el Señor tenía en mente para mí. De todos modos no lo hubiera creído. Pienso que debería empezar desde donde terminé con usted hace unos días. Le escribí una carta explicando que fui liberada de los pensamientos obsesivos. Hace unos meses le había pedido al Señor que me ayudara a comprender este problema. Me emocioné muchísimo cuando escuché la información en la conferencia, al principio de la semana. Era exactamente lo que le había pedido al Señor. En mi casa oré siguiendo todas las oraciones de los «Pasos hacia la libertad». Fue una lucha, pero dejaron de molestarme las voces. Me sentí libre, por lo que pensé que ya todo se había acabado. ¡Qué engañada estaba! Como resultado de ese esfuerzo falso llegué a ser muy amargada y sarcástica. Usted habló conmigo una noche después de una de las sesiones y me dijo que tal vez necesitaba perdonar a mi madre. No me convenció mucho porque lo había intentado una vez y no me dio resultado. Ahora me doy cuenta de que algunos cristianos bien intencionados me empujaron, diciendo que no importaban mis sentimientos. Es más, dijeron que ni siquiera debería tener sentimientos de ira. Para ellos, el tipo de ira que yo sentía era muy pecaminoso. Así de malagana empecé a decir, que perdonaba a las personas que me habían dañado. Como resultado de ese esfuerzo falso llegué a ser amargada y sarcástica. Traté de no serlo, pero la verdad es que lo era. Dios me mostró después, que mi amargura venía como resultado de negar que estaba enojada cuando aparentaba perdonar. Hace un año asistí a un grupo de apoyo para las víctimas del maltrato. La líder del grupo me dijo que yo estaba amargada por haber tratado de perdonar antes de estar lista para hacerlo. Me dijo que debía analizar todos mis sentimientos respecto a cada incidente. Después, sería capaz de perdonar. Esa noche, cuando usted me habló, pensé que me estaba induciendo a la oración ritual de perdón que no significaba nada. De todos modos, estaba segura de que no podía regresar a ese sendero tan amargo. Decidí tomar la información que recibí al principio de la conferencia como algo que Dios quería que recibiera, y puse en el estante académico el resto de la información. El asunto del perdón me golpeó de nuevo. El jueves por la noche cuando usted tocó el tema del perdón, me sentí desgraciada. Durante la reunión, estaba incomodísima en mi asiento, me sentía aburrida y enojada. Estaba muy confundida y creía que estaba desperdiciando mi tiempo. Sabía que no podría salir del auditorio porque entonces todos pensarían que estaba poseída o algo parecido, por lo tanto terminé luchando por permanecer despierta, casi no aguantaba las ganas de salir. Esa noche empecé a realizar una tarea para una clase que estaba recibiendo, pero no pude concentrarme porque el asunto del perdón me seguía retando constantemente. Estaba enojada, pero algo en mi interior me decía que tenía que haber más en lo que usted decía en la conferencia. Decidí que debía ser receptiva y a estar dispuesta a probar lo que fuera. Supuse que no me podría hacer más daño, aunque realmente dudaba de que me ayudara, ya que tenía años de estar tratando de perdonar a mis padres. Así que hice una lista de las personas y las ofensas, como usted lo había sugerido esa noche. El Señor me mostró que yo reaccionaba con ira ante las ofensas de esas personas porque era mi manera de protegerme para no sufrir más abusos. No sabía cómo
  • 25. bíblicamente fijar límites a mi alrededor, para protegerme de la injuria. La iglesia me había enseñado que debía seguir dando la otra mejilla y dejar que la gente me siguiera cacheteando. Pero cuando usted habló de lo que realmente significa honrar a sus padres, supe que ese era mi boleto hacia la libertad. Dios me mostró que estaba bien que me defendiera y que no necesitaba esa actitud de falta de perdón para protegerme. Me mostró que el grupo de apoyo para personas maltratadas tenía razón al decirme que me centrara en mis emociones; sin embargo, nunca hubo resolución porque jamás nos enseñaron a llegar hasta el punto en que nos decidiéramos por el perdón. Eso siempre quedaba más adelante en el camino, para cuando uno se sintiera mejor. Veo ahora que ambos grupos destacaban un solo aspecto del perdón, pero nunca ambos. Una vez completado el perdón, me sentí extenuada. Lo interesante Neil, sin embargo, fue que inmediatamente un amor genuino hacia usted invadió mi corazón. Antes no lo había tenido. Me acosté a dormir sintiéndome muy bien. Una hora más tarde me desperté sudando frío y con taquicardia. Acababa de tener otra de mis espantosas pesadillas. No las había tenido en varios meses, por lo que me sorprendió. Por primera vez en mi vida se me ocurrió que quizás no era por culpa del maltrato que había sufrido, como se me había enseñado en el pasado. Le pedí al Señor que me ayudara a averiguar la causa y me volví a dormir. A las dos y media de la madrugada me despertó mi compañera de cuarto con sus gritos. Salté de la cama y la desperté. Comparamos relatos y nos dimos cuenta de que ambas habíamos tenido pesadillas parecidas. Después de orar juntas y de renunciar a Satanás, regresamos a la cama y ambas dormimos bien el resto de la noche. En esas horas de la madrugada, mientras dormitaba, Dios me mostró que había tenido pesadillas similares desde el tercer grado, había soñado que me topaba con el diablo y que me maldecía. No puedo creer que todo eso se me hubiera olvidado. Le pregunté al Señor qué había sucedido en tercer grado y me acordé que en esa época había empezado a ver el programa de televisión Bewitched [Hechizada]. Era mi programa favorito y lo veía fielmente. Fue por ese programa que me interesé en los poderes espirituales. Junto con muchas de mis compañeras de escuela, leía libros sobre fantasmas, percepción extrasensorial, quiromancia y aun uno sobre encantos y maleficios. También estaba de moda jugar con las ocho bolas mágicas, con la ouija y con juegos de magia. Otro de mis programas favorito de televisión era La Isla de Gilligan, de donde obtuve la idea de usar mis muñecas como figuras de vudú para vengarme de mamá. Estuve contemplando la posibilidad de hacerle un maleficio. Cuando estaba en sexto grado ya me deprimía muchísimo. Empecé a leer libros y cuentos de Edgar Allen Poe, llegó a ser lo único que ansiaba. No puedo creer que hubiera olvidado todo esto. En la secundaria me volvieron a atormentar las pesadillas y llegué a tener fuertes tendencias de suicidio. Por la gracia de Dios, invité a Jesucristo a mi corazón en esa época. Lo más grande que me mostró Dios fue que yo sabía desde muy niña que existía un poder malévolo que había deseado tener. Cuando llegó el sábado, créalo, era todo oídos. Ya no eran puras palabras cabalísticas. Así que hice de nuevo todas las oraciones conforme usted nos dirigió a través de los «Pasos hacia la libertad», y renuncié a todas las mentiras que han circulado en mi familia por años. Reconocí mi propio pecado y la falta de perdón. Esta es la mejor forma de describirle lo que me pasó esta semana: ¿Sabe qué ocurre cuando alguien ha estado por mucho tiempo en una secta y lo internan para desprogramarlo? Así pasó conmigo. Fue como si Dios me hubiera encerrado en un cuarto y me hubiera dicho: «Dame tu cerebro. No saldremos de aquí hasta que me lo entregues». Ha
  • 26. sido una semana intensa, y necesaria para que comprendiera las mentiras con que había vivido. No tuve la menor idea de lo que había hecho. Pude sentir que la opresión salió de mi corazón. Tan pronto regresé a casa volvieron en gran cantidad los pensamientos mentirosos: «No vales nada. Eres estúpida. Nadie te quiere». Le conté todo a mi esposo, así que cada vez que recibo un pensamiento mentiroso se lo cuento y ambos nos reímos y hablamos de lo que es realmente cierto. ¡Gloria a Dios! Antes sentía demasiada vergüenza para contarle nada. Anoche me quiso volver a dar una de mis pesadillas. Sentí la opresión que me venía encima cuando ya estaba dormitando e inmediatamente dije: «Jesús». Neil, pude sentir que la opresión salió rápidamente de mi corazón, como si alguien la hubiera arrancado de allí. ¡Gloria a Dios! Debido a la consejería que he recibido al cabo de los años, tengo algunos cuadernos llenos de historias sobre el dolor de mi pasado. Este dolor ha estado amontonado en mi gaveta y me ha mortificado cada vez que lo he visto. Ahora sé que mi identidad no tiene nada que ver con el pasado sino que está en Cristo. Así que quemé todos esos cuadernos. Gracias por decirme la verdad, aunque no la comprendiera al principio. ¡Siento el mismo gozo que experimenté cuando recibí a Cristo! Al fin entiendo lo que significa ser una hija de Dios. Gozosamente, Anne * * * Quitar tres capas de la cebolla en una sola semana es fantástico. Anne reconoció su identidad en Cristo, pudo perdonar de corazón y aprendió a resistir a Satanás. Quizás tenga más ventajas que la mayoría, pues tuvo una educación cristiana y tiene un marido amoroso y comprensivo que la apoya en su hogar. Esto no significa que otros no puedan resolver los mismos problemas, pero puede que sea un poco más lento el proceso. El perdón libera Cabe destacar aquí varios asuntos. Cada persona en este libro ha tenido que enfrentarse con la obligación de perdonar. A los consejeros legítimos les afecta que los cristianos bien intencionados sugieran que alguien que expresa sentimientos como la ira y la amargura no debería «sentirse así». Desviar los sentimientos jamás permitirá que se resuelvan los problemas. Si uno desea la sanidad, tiene que establecer un contacto con sus raíces emocionales. Dios hará que salga a flote el dolor emocional para que se pueda tratar. Los que no quieran encarar la realidad, tratarán de empujarla hacia adentro, cosa que producirá únicamente mayor amargura. El perdón es lo que nos libera de nuestro pasado. No lo hacemos por el bien de la otra persona, sino por el nuestro. Debemos perdonar así como Cristo nos ha perdonado. No existe libertad sin perdón. «Pero no sabes cuánto daño me hicieron», protesta la víctima. El caso es que todavía le están haciendo daño y, así que, ¿cómo va a parar el dolor? Debe perdonar de todo corazón, reconocer el dolor y el odio, y dejarlos ir. Cuando no se perdona de corazón, se le da oportunidad a Satanás (Mateo 18:34, 35; 2 Corintios 2:10, 11).
  • 27. Otro error es ver el perdón como un proceso de larga duración. Muchos consejeros dicen: «Tiene que experimentar el sentimiento a profundidad, para entonces perdonar». Pero repasar el pasado y revivir todo el dolor sin perdonar, sólo lo refuerza. Mientras más hable de eso, más fuerte será el dominio que tendrá sobre la persona. Se supone que primero uno tiene que sanar para luego perdonar. ¡No es cierto! Primero hay que perdonar, entonces empieza el proceso de sanidad. No hay manera de leer las Escrituras y llegar a la conclusión de que el perdón es un proceso a largo plazo. Puede que los sentimientos dolorosos lleven tiempo para sanar, pero el perdón es una decisión. Una crisis de la voluntad cuyo premio es la libertad. Resistir el pecado Igual que Anne, muchos ven en su ira un medio para protegerse de más maltrato. Los consejeros seculares creen que el perdón cristiano es una codependencia y argumentan: «No dejes que esa persona te controle más. ¡Enójate!» Pero yo digo: «No dejes que esa persona te siga controlando. ¡Perdónala!» Luego resista el pecado. El perdón no es tolerar la manera en que otros pecan contra uno. Dios perdona, pero no tolera el pecado. Me duele que algunos pastores se enteren de maltratos y le digan a un hijo o a una esposa que simplemente vuelvan a casa y se sometan, diciendo: «Confíe en que Dios te va a proteger». Quisiera decirle a ese pastor: «Anda tú a esa casa en vez de esta persona, para ver si no te maltratan a ti también». Pero, ¿no dice la Biblia que las esposas y los hijos deben someterse? Cierto, pero también dice que Dios ha establecido el gobierno para proteger a los niños agredidos y a las mujeres golpeadas. Lea Romanos 13:1–7 y entregue a los abusadores a la ley, como se exige en muchos estados. Si un hombre de su iglesia abusara de una mujer de la misma congregación, ¿lo toleraría usted? Si un hombre o una mujer en su iglesia maltratara al hijo de otro miembro, ¿lo toleraría? Entonces, ¿por qué entonces tolerar en su propio hogar lo que es claramente un pecado intolerable en otros, simplemente por ser la esposa o el hijo? Dios ha dado a los padres la responsabilidad de amar, proteger y suplir las necesidades de su hogar. Jamás se les ha dado licencia para abusar, ni siquiera se debería tolerar esto. Entréguelos a la autoridad, para el bien de todos. No se ayuda al abusador permitiendo que continúe en su pecado. Una noche, una madre de tres hijos me dijo llorando que sabía exactamente a quién tenía que perdonar: a su madre. Pero que si la perdonaba esa noche, ¿qué haría al día siguiente, domingo, cuando tenía que volver a su casa? «Simplemente me va a volver a maltratar verbalmente como siempre». ―Póngale fin a eso‖, le dije. «Tal vez puede decirle algo como: ―Escucha mamá, has estado hablando pestes de mí toda la vida. Nada has ganado con eso, y realmente a mí tampoco me ha hecho ningún bien. Ya no puedo seguir con esto. Si tienes que tratarme así, me voy». Ella dio una respuesta típica: Pero, ¿no dice la Biblia que debo honrar a mi madre? Le expliqué que dejar que su madre la destruyera sistemáticamente tanto a ella como a su familia, en verdad no sería honrarla. De cualquier manera la deshonraría». «Honrar a su padre y a su madre» por lo general se entiende como tener responsabilidad económica por ellos en su ancianidad. Ya no se aplica para esta mujer el que tuviera que obedecer a sus padres, porque ya ha dejado a padre y madre para estar bajo la autoridad de su marido.
  • 28. Vivir con las consecuencias La decisión principal que se toma al perdonar es pagar la pena por el pecado de otra persona. Todo perdón es eficaz. Si hemos de perdonar como nos perdonó Cristo, ¿cómo lo hizo Él? Tomó para sí los pecados del mundo: sufrió las consecuencias de nuestro pecado. Cuando perdonamos el pecado de otro, estamos dispuesto a vivir con sus consecuencias. Quizás diga: «¡Eso no es justo!» Bueno, pero va a tener que hacerlo de todos modos, sea que perdone o no. Todo el mundo vive con las consecuencias del pecado de otra persona. Todos vivimos con las consecuencias del pecado de Adán. En realidad, la única opción que tenemos es hacerlo dentro de la libertad producida por el perdón o dentro de la esclavitud que resulta de la amargura. Usted podría preguntar: «¿Por qué debo dejar que queden libres?» El caso es que cuando usted los engancha queda enganchado con ellos por medio de su falta de perdón. Un hombre exclamó: «¡Con razón no resultó cuando me mudé a otro lugar!» Cuando usted deja que se vayan libres, ¿se liberan de rendirle cuentas a Dios? ¡Jamás! Dice el Señor: «Mía es la venganza; yo daré la retribución» (Hebreos 10:30). Dios tratará con justicia a todos en el juicio final. Incluya a Dios en el proceso Debemos incluir a Dios en el proceso. El tercero de los «Pasos hacia la libertad» trata el asunto de la amargura en contraste con el perdón y empieza con una oración pidiendo a Dios que «traiga a mi mente sólo a los que no he perdonado para que ahora lo pueda hacer». Muchos me han mirado con toda sinceridad, asegurándome que no creen que haya alguna persona a quien no hayan perdonado. Pero les he pedido que de todos modos me dijeran los nombres que les viniera a la memoria. No es nada raro que en pocos minutos tenga en mano una hoja llena de nombres, porque el Señor es fiel en contestar este tipo de oración. Luego pasamos la siguiente hora (o a veces, horas) trabajando a través del proceso del perdón. Animo a estas personas a orar: «Señor, perdono a (nombre) por (lo que hizo)», y luego repasamos todo dolor y maltrato que recuerden. Dios les traerá muchos recuerdos dolorosos para que perdonen de todo corazón. Es probable que por años Él haya traído a la memoria esos recuerdos, pero la gente los ha ido suprimiendo. Una persona dijo: «No puedo perdonar a mi mamá. ¡La odio!» «Ahora sí puedes», le dije. Dios jamás nos pide que mintamos acerca de lo que sentimos. Sólo nos pide que lo soltemos de nuestro corazón para que Él nos pueda librar de nuestro pasado. Insto a la gente a quedarse con la imagen de la persona que están perdonando hasta que haya salido a flote todo recuerdo doloroso, antes de seguir adelante con la siguiente persona. He visto salir a la luz experiencias que jamás habían hablado ni recordado antes. Algunos quizás respondan: «Mi lista es tan larga que no va a tener tiempo». Siempre les contesto: «Sí tengo tiempo. Si es necesario me quedaré aquí toda la noche». Y es la pura verdad. Un hombre empezó a llorar y me dijo: «Usted es la única persona que me ha dicho tal cosa». Este tipo de consejería no se puede dar en sesiones de cincuenta minutos. Me comprometo a permanecer con una persona a través de todos los siete pasos hacia la libertad para que pueda lidiar con cada área en la que Satanás haya intervenido. Una vez
  • 29. iniciado el proceso, se debe cumplir todo; no se deben separar en sesiones diferentes. Una resolución parcial le dará a Satanás una oportunidad y un incentivo de hostigar con mayor fuerza. Las capas de la cebolla No se sorprenda si la gente sale sintiéndose libre para luego luchar por varias semanas o meses. Quizás lleguen a la conclusión de que no resultó, pero si revisa los asuntos con los que ahora están lidiando, probablemente verá que estos representan otra capa de la misma cebolla. En muchos casos, como en los relatos en este libro, se mantiene la libertad cuando saben quiénes son como hijos de Dios y comprenden la naturaleza de la lucha en que estamos enfrascados. Mientras habitemos en el planeta Tierra tendremos que levantar nuestra cruz a diario y seguir a Jesucristo. Esto significa ponernos toda la armadura de Dios y resistir al mundo, a la carne y al diablo. En el capítulo 10 trataré el trauma severo en la niñez, como es el caso del abuso ritual satánico. Para quienes lo han sufrido, los recuerdos permanecen mucho más profundamente enterrados. Normalmente no logran recordar hasta que tienen treinta o cuarenta años de edad. El «efecto de la cebolla» es más pronunciado y siempre empieza desde la tierna infancia hacia adelante. Creo que debemos ayudar a esta gente a establecer firmemente su identidad en Cristo y luego ayudarles a resolver los conflictos en su pasado, conforme Dios se los revele lentamente. En todo momento sigo insistiendo en que la libertad es un prerrequisito para crecer. Esto se puede observar en el crecimiento rápido que ocurre en la vida de una persona cuando logra cierto grado de libertad. Sin embargo, como en el caso de Anne, estas personas enfrentarán muchos otros asuntos con que tendrán que lidiar. Por ejemplo, ella sintió una noche que le sobrevenía una opresión, pero había aprendido qué hacer para resistirla, y fue lo que hizo: expresar verbalmente el nombre de Jesús. Dependía del Señor para que la defendiera y se lo estaba anunciando al enemigo. Conforme otras tretas de Satanás, salen a la superficie, ella está aprendiendo a reconocerlas y exponerlas ante la luz de la verdad, verdad que la sigue liberando. 3 Sandy: Libertad de la esclavitud de sectas y del ocultismo
  • 30. Conocí a Sandy cuando huía llena de temor de una sesión en congreso. Es una mujer linda de poco más de unos cuarenta años, normalmente tiene una personalidad llena de vida y suficiente energía como para dos. Tiene un marido cristiano comprometido con el Señor, varios hijos y vive en una hermosa comunidad en las afueras de la ciudad. Durante toda su vida Sandy había ocultado muy bien la batalla que se libraba en su mente. Pocos, tal vez ninguno, sospechaban la guerra que tenía por dentro hasta que misteriosamente empezó a desaparecer de su mundo unos dieciocho meses antes de que nos conociéramos. He aquí su historia: * * * La historia de Sandy Casi siempre vivía dentro de un minúsculo rincón de mi mente. Al fin puedo creer que soy hija de Dios. Ahora estoy segura de mi lugar en el corazón de mi Padre. Él me ama. Mi espíritu da testimonio con su Espíritu de que esto es cierto y ya no me siento fuera de la familia de Dios; ya no me siento huérfana. La presencia malévola que tenía adentro desde el momento que pasamos juntos en el congreso se fue, al igual que las muchas voces que me persiguieron durante treinta y cinco años. Siento que toda mi mente luce limpia, amplia y bella. Antes de encontrar mi libertad en Cristo vivía casi siempre en un minúsculo rincón de mi mente. Aun así, jamás pude escapar de las voces que me ordenaban, de las expresiones obscenas ni de la ira acusadora. Así que trataba de separarme de mi mente y llevar una vida lejos de todo eso. En 1979 me convertí a Cristo, y desde entonces fue una lucha constante poder creer que Dios realmente me aceptaba, me quería y yo le importaba. Pero por fin, ya, se acabó esta lucha de toda una vida. Nunca antes pude escuchar esa apacible y delicada voz de Dios en mi mente sin recibir castigo de parte de las otras voces. Hoy sólo está allí la apacible y delicada voz. Esperaba que mi padre tuviera la razón y que Dios no existiera. Todo empezó cuando yo era muy niña. Mi padre profesaba ser ateo y mi madre era muy religiosa, por lo que hubo mucho conflicto y confusión en nuestro hogar. Asistía a escuelas religiosas, pero cuando llegaba a casa escuchaba a mi padre decir que la religión era una tontería sólo para los débiles. Realmente esperaba que él tuviera la razón y que no existiera ningún Dios, porque le tenía miedo a la religión de mamá. Temía que Dios me castigara si no me comportaba correctamente. Aun así, buscaba respuestas espirituales a pesar de rechazar las soluciones de mis padres. Me comunicaba con la bola, usándola como un medio para predecir el futuro, y creía que era mágica. Mi familia, tanto mis padres como mis abuelos, estaba plagada de creencias supersticiosas y de amuletos. Recuerdo que cuando visitaba a mis abuelos maternos sentía que su casa era un lugar tranquilo donde lograba escaparme del caos del hogar en que me criaba. El único juguete que mi abuela tenía para mi era una bola mágica negra. La bola
  • 31. tenía una ventanita y pequeñas fichas adentro que daban quizás cien respuestas distintas. Le hacía una pregunta a la bola, como «¿lloverá mañana?» y flotaba a la superficie una respuesta como «probablemente». Me encantaba esa bola y pasaba largo rato donde mi abuela jugando con ella y creyendo que tenía poderes mágicos y respuestas para todo los aspectos de mi vida. Le comunicaba a la bola los problemas de mis padres y de lo que estaba sucediendo en mi vida, usándola como un medio de predecir mi destino. Después de un tiempo me fui dando cuenta que muchas de las respuestas que me daba eran correctas confirmando mi creencia de que tenía poder especiales. Supongo que los adultos creían que era simplemente un juguete con el que podían jugar los nietos. Sin embargo, cada vez que yo tenía problemas, los guardaba hasta llegar a casa de mi abuela donde trataba de resolverlos con la bola mágica. Cuando visitaba a mis abuelos paternos, me llevaban a su muy legalista iglesia, y empecé a tenerle terror al infierno. Con temor a Dios y a la religión, me volqué hacia la bola mágica para tratar de pronosticar hechos. De esa manera podría estar preparada por adelantado a los desastres que Dios enviara a mi camino. Explotaba de ira por cualquier cosa. Al mismo tiempo me sentía como una temerosa niñita triste y sola. Cuando cumplí catorce años, ya me había convertido en una persona muy religiosa en la iglesia católica, donde por alguna razón me sentía muy segura. En casa no había paz porque el alcoholismo de papá y los pleitos entre él y mamá se intensificaron. Probablemente ellos dirían que el problema era yo, una niña problemática. Mi madre trataba de separarnos, a mi padre y a mí, porque él era muy abusador y yo no era muy pasiva. Me encantaba pelear y siempre me entremetía cuando él estaba enojado con alguien. Cada vez que me veía me echaba de la casa, por lo que al fin sólo volvía cuando él no estaba o cuando dormía. Yo era iracunda, rebelde y odiaba a toda autoridad hasta el punto que la gente pasaba a mi lado cuidadosamente debido a mi cólera explosiva. Lo que no sabían era que por dentro me sentía como una niñita temerosa, triste y sola. Simplemente quería tener a alguien quien que me cuidara, pero jamás pude hablar de esto con nadie. Cuando alguien intentaba acercarse a mí, escondía mi inseguridad volviéndome agresiva. En la escuela y en la comunidad era un problema, y llegué a ser sexualmente promiscua, haciendo básicamente todo lo que pudiera para quebrantar los diez mandamientos. Una vez entré a una iglesia católica, miré al crucifijo y dije: «Amo todo lo que odias y odio todo lo que amas. Estaba retando a Dios para que me golpeara y ni siquiera tenía miedo de que lo hiciera. Deseaba simplemente estar en una familia y sentirme segura. A los diecinueve años fui a una gran ciudad y durante dos años viví con otras dos muchachas. A las dos de la mañana en un bar un barman nos dio una pequeña tarjeta y nos preguntó: «¿Por qué no van a mi iglesia? Tal vez allí encuentren las respuestas a algunos de sus problemas y no tendrán que estar aquí a media noche.
  • 32. Sentí que debería por lo menos intentar el asunto de «iglesia» una vez más, creyendo que todas eran iguales. Simplemente quería estar en una familia y sentirme segura; por lo que al día siguiente asistimos a esa iglesia. No tenía la menor idea de que era una secta … ¡y por diez años participé en ella! Al principio me sentí amada; era mi «familia». Se interesaron por mi vida, nadie me había prestado antes tanta atención. Nadie se ocupó lo suficiente de mí como para decirme: «Queremos que duermas nueve horas por las noches. Queremos que comas tres veces al día. Queremos saber dónde estás». Me hicieron rendir cuentas de mi estilo de vida y yo interpreté su interés por mí como amor y preocupación por mi bienestar. Hubiera dado mi vida por ellos. Acepté su filosofía de que todos somos dioses. Esto se ajustaba a la visión atea de mi padre de que realmente no existe un Dios supremo y que la religión es un invento de alguien para controlar a la gente. También me explicaron quién era Jesucristo, lo cual parecía satisfacer la religión de mi madre. Dijeron que él era simplemente un buen maestro, como Mahoma o Buda, pero que no era ni supremo ni Dios, porque de serlo no hubiera tenido que morir en una cruz. Mi mundo entero giraba alrededor de las enseñanzas de la secta Mientras más me metía en la secta, más me consumía la vida. Creía todo lo que me decían, y consideraba una mentira cualquier cosa que leyera en los periódicos o viera en la televisión. Así que no leía nada que no hubiera redactado la secta, y no creía nada a menos que su firma estuviera en ello. Mi mundo entero giraba en torno a su enseñanza. Recibí bastante instrucción personal en que me indicaban lo que tenía que hacer para convertirme en un «ser espiritual totalmente libre». Como enseñaban la reencarnación, creía que había tenido varias vidas anteriores. «Aprendí» nombres anteriores, cuántos hijos tuve, hasta el color de mi cabello. Esto incluía vidas en otros planetas. Como yo confiaba en ellos, les creía; la razón por la que nadie más conocía esta «verdad» respecto a sí mismos era que no estaban dispuestos a conocerla. Vivía en dos mundos Traté de vivir en dos mundos. Desde los siete años de edad he oído voces en mi cabeza y he tenido amigos invisibles, por lo que en la escuela vivía en un mundo y en mi casa tenía otro. Las voces en mi cabeza me seguían hablando, y los líderes de la secta me decían que eran voces de mis vidas anteriores. Mi esperanza inútil era que cuando estuviera plenamente instruida, esas voces se aquietarían y no me molestarían más. Mientras sucedía esto, mi familia se trasladó a otro estado donde mi madre fue invitada a asistir a un estudio bíblico en el vecindario y aceptó a Jesucristo. No lo dijo a nadie porque mi padre todavía era ateo y no la habría dejado asistir al estudio. Sin embargo, pidió a sus amigos que oraran por la conversión de su marido y de sus hijos. Si hubiera sabido que estaban orando por mí, también habría intentado detenerla. Fui a visitar a mi madre en su lecho de muerte con la idea de que un miembro de la secta pudiera convertirla.