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El Padre
               Julio Chevalier, msc

                 ¿Quién es? …




Padre Jean Tostain, Misionero del Sagrado Corazón

             Traducción al español:
            P. Raymundo Savard msc
PREFACIO

    En el prefacio de la edición francesa, el P. Daniel Auguie msc, Rector de la
Basílica de Nuestra Señora del Sagrado Corazón de Issoudun, Francia, escribió:
“Faltaba una publicación para el publico dando a conocer la riqueza espiritual del P.
Chevalier y su gracia por nuestro tiempoquot;. Si faltaba una publicación sobre nuestro
fundador en su país de origen, ¿cuanto más aquí en el México?
    Para nosotros, esa publicación es una gracia.
    Al final del siglo pasado, llegó aquí la devoción a Nuestra Señora del Sagrado
Corazón. En los años 1940, ante tan maravilloso acontecimiento, 1a Iglesia
mexicana pidió al Papa Pío XII, el privilegio especial que sea coronada en nombre
del Papa la imagen en la Catedral Metropolitana de México por el Arzobispo de
México, Dn. Luis María Martínez. Esa coronación tuvo lugar el 26 de septiembre de
l948. Desde entonces muchas iglesias tomaron el nombre de Nuestra Señora del
Sagrado Corazón.
    Hoy en día, contamos 26 parroquias con este nombre en todo el país. Entre
ellas, 14 se ubican en el Distrito Federal.
    Recientemente, el 19 de marzo de 1994, el templo Parroquial de San José y de
Nuestra Señora del Sagrado Corazón fue honrado con el título y dignidad de
Basílica Menor por el Sr. Ernesto Corripio Ahumada, Arzobispo de México.
    Todo este desarrollo se hizo sin que lo MSC estuvieron presentes en México.
Ahora que estamos presentes, muchas personas, tanto párrocos como feligreses
desean conocer más acerca de esa devoción. Esta publicación nos ayudará
bastante.
    Esta publicación es una gracia para la pastoral vocacional. No teníamos nada
que dar a los futuros candidatos para que conozcan la vida del P. Chevalier.
    Esta publicación es una gracia en ese primero año de preparación al Jubileo del
año 2000. El hecho de acercarse a la vida de nuestro fundador para profundizar el
carisma que Jesús nos dio, el de ser Misioneros de su Corazón, hace que nos
unamos a la preocuapción de la Iglesia: volver a descubrir Jesucristo como nuestro
Señor y Salvador.
    Aprovechando el Encuentro de Formadores y Superiores MSC 1997 de la CA-
MSC, quiero presentar esta herramienta promocional y agradecer tanto al P.
Tostain como al P. Savard, por el gran servicio que nos están dando. De manera
especial, quiero subrayar el esfuerzo y la rapidez con la cual el P. Savard respondió
a la invitación de traducir la publicación del P. Tostain.
                             Juan Lucas Couture, msc Promotor vocacional de México.
ENCUENTRO

     Julio de 1859. Ya pasaron las doce del mediodía. Un sacerdote toca a la puerta
de la casa curial de Ars. Tiene expresión enérgica, sotana gastada: es el Padre
Julio Chevalier. Tiene 35 años de edad. Un amigo lo ha llevado a hacer una
peregrinación a la Salette, y quiso, cueste lo que cueste, darse una vuelta él solo en
dirección de Ars. Necesita consejo, estímulo: ¿quién mejor que el santo cura, cuya
fama se ha extendido en Francia entera, podría dárselos?.
     Cinco años antes, Julio Chevalier fundado una pequeña congregación, en
Issoudun, con un gran propósito y la certeza de que tiene que cumplir una misión
esencial, la de dar a conocer a los hombres que Dios es amor. ¡Inmenso proyecto!.
Muchas congregaciones han nacido en esa primera mitad del siglo 19, donde las
necesidades de la Iglesia son tan grandes. Cada una con un fin preciso: la
educación, la enseñanza a los pobres, la evangelización de los campos, las
misiones al extranjero.
     Julio Chevalier no rechaza ningún apostolado, o mejor dicho acepta todo de
antemano, pero su fin es más grande: decir a los hombres que Dios los ama, decirlo
en todas partes, decirlo a todos.
     Su obispo lo apoyó, pensando que debía estimular todas las buenas
voluntades, y que la diócesis no podía sino aprovechar un nuevo centro que
irradiaría en toda la región. Pero, después de cinco años, ¡la quot;Congregaciónquot; de los
quot;Misioneros del Sagrado Corazónquot; contaba sólo con dos miembros! Los
resultados tangibles no parecen responder a las expectativas. Se habla de confiar a
los dos sacerdotes la parroquia de Issoudun, y minimizar ese proyecto de familia
religiosa que no llega a concretizarse.
     Nadie ha contestado su timbrazo. Indeciso, Julio Chevalier toca otra vez. Se oye
el ruido de un paso precipitado, y la puerta se abre con violencia. Un sacerdote muy
enojado se hace presente. ¡El ver que el que ha tocado el timbre es un sacerdote
no lo apacigua, todo lo contrario! quot;No podía ser más que un sacerdote para ser tan
sinvergüenza. El Señor Cura no recibe.quot;. Y da un portazo. ¡Juan María Vianney, el
humilde Cura de Ars, parece bien protegido ahora! El P. Chevalier se va, triste por
haber fallado en su diligencia.
     Pero no tiene tiempo de ir muy lejos. Una voz lo llama: quot;¡Señor cura, Señor
cura!quot; Es el mismo sacerdote de antes. quot;Excúseme, se lo ruego, mi mal humor.
¡Pero nos molestan tanto! ¡Entre! En un momento, lo espero, el Sr. Cura podrá
recibirlo. Estaba muy cansado, pero a lo mejor.quot; ¡Qué cambio tan brusco! Con toda
seguridad, el Cura Vianney oyó la negativa e insistió en recibir al visitante
importuno. Está siempre a disposición de todos.
     Aquí está, el santo Cura, con su sobrepelliz sobre el brazo: va a confesar como
lo hace todos los días, hasta 18 horas al día. Pálido, demacrado, los ojos muy vivos
hundidos en sus órbitas. Muy emocionado, el P. Chevalier al momento lo pone al
tanto de su pequeña fundación y del fin que se propone.
     El Cura de Ars contesta. quot;¡Esta obra es la obra de las obras! ¡Tenga confianza!
Ud. se encuentra en el comienzo nada más de sus pruebas. Ud. verá muchas más.
El infierno utilizará todos sus recursos para destruir su obra, llamada a salvar
muchas almas. Pero el Corazón de Jesús y su buena Madre intervendrán.quot;
     ¿Palabras piadosas? ¿Trivialidad de circunstancia? Sí, si se quiere, como todo
lo que dice el Cura de Ars. Nadie, después de su muerte, se ha atrevido a utilizar
sus sermones, sus quot;catecismosquot;, que él escribía laboriosamente, cada día, en la
sacristía: son de una trivialidad desconcertante. Juan María Vianney no es un
orador, es un ignorante. Todo está en su mirada, su convicción. Las palabras son
accesorias nada más. El Cura de Ars convirtió las multitudes diciendo trivialidades
con una fe ardiente. El pueblo cristiano no se ha equivocado. El gran Lacordaire
mismo fue turbado al escucharlo hablando de la Santísima Trinidad.
    Julio Chevalier también está emocionado, convencido, reconfortado. Vuelve a
hablar para pedir al santo Cura que haga con él una novena. Es la costumbre del P.
Chevalier. Cada vez que se encuentra en un momento importante, que tiene que
tomar una decisión, hace una novena. El Cura de Ars se lo promete. Él hará la
novena. Julio Chevalier regresa a Issoudun revigorizado. Algunos días después, se
entera de la muerte de Juan María Vianney. Nuestro santo continúa la novena en el
cielo. Y como ha entrado en la eternidad donde el tiempo ya no corre, la novena
durará hasta el fin de los siglos. ¡Dichosos los Misioneros del Sagrado Corazón!
    El encuentro de esos dos apóstoles - el uno quot;acabando la carreraquot;, como decía
san Pablo, y el otro entrando en ella - es el encuentro de dos generaciones de
sacerdotes que re-evangelizaron a Francia lastimada por la tormenta de la
Revolución. La primera, con pocos recursos, ha querido salvar y restablecer lo
esencial. La segunda emprendió una tarea en profundidad, con una gran
preocupación por la apertura al mundo.
    No se puede comprender bien el rol y el sitio del P. Chevalier, y su vocación, si
no se le sitúa en su contexto histórico. El mensaje de Julio Chevalier es universal.
Pero tiene su fuente y se desarrolló en circunstancias particulares. Julio Chevalier
es primeramente el hombre de una época antes de ser un apóstol para los siglos
venideros y para el mundo entero.
    ¿Cuál fue esa época? ¿Cómo él llegó a eso? ¿Quién es Julio Chevalier?
¿Cuáles son las circunstancias que lo rodearon? ¿En qué circunstancias Dios lo
llamó para proclamar su mensaje de amor? Es preciso echar una mirada a los
tiempos que han engendrado tal ímpetu, llama tan grande.

   DESPUÉS DE LA TORMENTA, LAS PRIMERAS VOCACIONES.

    Para todos los patriotas franceses, el 18 de junio de 1815 es una fecha muy
memorable. Pues fue el desastre de Waterloo. Al día siguiente, 19 de junio, en
Lyón, un pequeño cura era ordenado subdiácono. Era Juan María Vianney. Su
ordenación no tiene nada que ver con Waterloo. Si Napoleón hubiera vencido,
nuestro futuro santo hubiera sido ordenado igualmente. Pero la coexistencia de las
dos fechas nos ayuda a situarnos mejor.
    1815, es el final de Napoleón, el definitivo, después de su reaparición de 100
días. Un nuevo régimen comienza. ¿Nuevo? No tanto, pues se da a sí mismo el
nombre de quot;la Restauraciónquot;. Francia está saliendo de los 25 años más agitados de
su historia; quizá los más terribles, con sus grandezas anegadas en abismos de
destrucción y terror.
    Sin embargo, la Revolución no había empezado mal. El 5 de mayo 1789, se
abren los llamados Estados Generales donde el clero está bien representado. Han
sido preparados con los quot;Cuadernos de quejasquot; redactados en cada parroquia.
Esos quot;Cuadernosquot; presentan deseos de reforma para la Iglesia y para los sectores
de la vida nacional. No se nota ninguna animosidad contra la religión. Se abre la
asamblea con una procesión muy solemne.
     El 4 de agosto, en la euforia, el Clero renuncia, así como la Nobleza, a sus
privilegios. Los pequeños curas de parroquia no tienen privilegios. Se trata
entonces del Alto Clero que está, en realidad, muy ligado a la nobleza. Todavía no
hay nada que temer. La igualdad y el compartir son virtudes bastante evangélicas.
     Después, se produce la Declaración de los Derechos del Hombre (26 de
agosto). En sí, los cristianos no tienen nada en contra. Hasta el día de hoy,
cristianos y sacerdotes, en todas partes del mundo, son encarcelados, torturados,
muertos, por defender ese principio de que todos los hombres son hijos de Dios, es
que todos tienen el derecho estricto de ser respetados integralmente. Pero en 1789,
esos quot;Derechos del Hombre y del Ciudadanoquot;, principios fundamentales del nuevo
régimen, huelen mal. Porque son inspirados en las doctrinas de los Filósofos de la
Iluminación. De acuerdo con esas doctrinas, la religión es considerada como una
forma de opresión y entonces no podemos estar de acuerdo con ella. El panorama
se está poniendo oscuro.
     Sin embargo, lascosas van a deteriorarse rápidamente por otro motivo. Al
Estado le falta dinero (por ese motivo el Rey había convocado los Estados
Generales). En muy poco tiempo se aprobará la solución cómoda de Talleyrand
(entonces obispo): todos los bienes del clero pasan a ser bienes nacionales. ¡Así de
sencillo! Es verdad que los monasterios eran ricos. Pero esa transferencia de
propiedades, sin precedente ni moderación, va a arruinar la Iglesia, quitarle sus
lugares de culto que fueron saqueados, utilizados como canteras de piedras o
destinados a usos totalmente profanos. La burguesía y los ricos campesinos que
consiguieron esos bienes nacionales a precio irrisorio, estarán en adelante a favor
de la Revolución y en contra de la Iglesia, por temor a que se les quiten los mismos.
     Puesto que los monasterios ya no existen, la Constituyente prohíbe los votos
religiosos (13 de febrero de 1790). Antes de la Revolución, es verdad que los
monasterios conocían un período de decadencia y sus efectivos estaban bastante
reducidos. Con este nuevo golpe, parece acercarse el fin.
     En su afán de reforma, la Constituyente no para: las diócesis se adecuarán en
adelante a los departamentos oficiales (se reducen de esta manera de 135 a 85).
Los obispos y los curas serán elegidos por los electores, comprendidos los no-
católicos, como cualquier otro civil elegido. El rey Luis XVI, de carácter débil, acaba
por aprobar esa quot;Constituciónquot;. De mala gana, es verdad, pero aun así la promulgó.
     Se produce el desasosiego completo en el clero. 32 obispos diputados (de la
Constituyente) elevan su protesta. Como respuesta, la Asamblea exige que todos
los miembros del clero presten juramento de fidelidad a la Constitución. De ahí
resultó la desunión total: hubo sacerdotes quot;refractariosquot; (rebeldes) perseguidos,
masacrados cuando cogidos (cerca de 35,000 se exilaron), y “juradosquot; (renegados)
en los que la población no tenía confianza.
     El Papa Pío VI condena firmemente la Constitución Civil del Clero y la
Declaración de los Derechos del Hombre en su forma presente. Pero, ¿que
importaba el Papa? Crece la persecución. El Rey, símbolo del orden anterior, es
ejecutado en la guillotina. Las ejecuciones colectivas se multiplican (300 sacerdotes
en un mismo día cuando los masacres de septiembre de 1792 en el centro de
París, y centenares más en otras Provincias). Se estableció el quot;Terrorquot;, llevado a su
paroxismo desde septiembre '93 hasta julio '94. Por esa fecha, se puede decir que
todo culto exterior ha desaparecido en Francia.
     La caída de Robespierre (27 de julio 1794) señala una pausa en esa furia de
destrucción. El 21 de febrero de 1795, la Convención reconoce la libertad de culto.
La Iglesia recobra un poco de aliento y trata de organizarse. Una especie de
concilio de Francia se reúne en París. Las quot;Misionesquot; se multiplican en los campos,
en las granjas, dondequiera. Laicos aseguran la enseñanza del catecismo, mal que
bien. Pero en 1797, el Directorio, temiendo un resurgimiento monárquico, endurece
otra vez su política hacia la Iglesia. Numerosos sacerdotes son arrestados,
deportados a Guyana o fusilados.
     A la llegada de Napoleón (9 de noviembre 1799), no hay cambio al principio.
Pero el hastío de tanta violencia va a inclinar los espíritus hacia la solución de un
compromiso. Napoleón piensa que él no puede gobernar sin una reconciliación
religiosa de los franceses. Por pura política entabla negociaciones con el delegado
del Papa Pío VII: llevarán al Concordato de 1801. Consecuencia: todos los obispos
del Antiguo Régimen deben renunciar. El Primer Cónsul (Napoleón) nombrará él
mismo a los obispos a los cuales el Papa dará la institución canónica (no hay más
que 60 diócesis). El gobierno asegura el sueldo del clero (pero no hay nada para los
religiosos porque Napoleón no los quiere). Los poseedores de bienes nacionales no
serán inquietados. Una vez firmado el Concordato, Napoleón le agrega 77
quot;Artículos Orgánicosquot; para hacer de la Iglesia de Francia la Iglesia galicana, que
había sido antaño un sueño de algunos; una Iglesia, instrumento de su política del
gobierno. El Papa protesta. Sin resultado. ¿Qué puede hacer el Papa?
     Todo eso no constituye la paz soñada por la Iglesia, pero es una clase de paz
que le permitirá comenzar a sanar sus heridas. La libertad de culto es declarada
solemnemente en Notre-Dame de París, el 18 de abril de 1802. Las diócesis se
organizan lentamente. Faltan sacerdotes, pero las vocaciones son numerosas. Los
nuevos sacerdotes tienen poca formación, pero les sobra buena voluntad. Aquí y
allá, tímidamente, se abren seminarios. Se necesitará tiempo para ver los
resultados
     Así llegamos al año 1815: Waterloo, la Restauración, Juan María Vianney.
     Si menciono mucho a este último, es porque es muy conocido. Y,
contrariamente a lo que se piensa, no es realmente una excepción. El pequeño
Cura de Ars era un santo, un gran santo, pero era el reflejo de toda una época.
Juan María Vianney, en su pequeña aldea perdida de Ars, hace muy bien lo que
una legión de pequeños sacerdotes trata de hacer, cada uno en su rincón.
     ¿Quiénes son esos sacerdotes desconocidos? Primero, son hombres
traumatizados al ver a Francia tan rápidamente y tan totalmente descristianizada. A
lo mejor debería decir paganizada. quot;Dejen una parroquia veinte años sin sacerdote,
y allí adorarán los animalesquot;, decía el Cura de Ars. No era un aviso, sino una
constatación.
     Esos sacerdotes tienen poca instrucción. No hay seminarios todavía. Uno pasa
sólo un año o dos con un cura viejo que ha sobrevivido a la tormenta. Se estudia un
poco de latín, pues todos los libros religiosos están escritos en latín, y se estudia un
poco de teología (lo que se puede). Los candidatos pasan un examen ante el
obispo, pero son juzgados más según su piedad y sus motivaciones que según sus
conocimientos intelectuales. Hay que arar con los bueyes que se tiene. Juan María
Vianney, vocación retardada más que tardía, y particularmente duro de cabeza para
aprender en los libros, será finalmente aceptado, después de mucha vacilación, y
enviado a una muy pequeña parroquia alejada. quot;Si no hace el bien allí, a lo menos
no hará ningún malquot;, dice el obispo.
     Esos curas del principio del siglo 19 son pobres, muy pobres. El quot;sueldoquot;
previsto por el Estado es muy bajo; además depende de las municipalidades; ellas
mismas muy pobres. Es abonado solamente a los titulares de parroquias
reconocidas (los curas), y no a los otros (cooperadores). El Cura de Ars era
cooperador. Todo el mundo conoce sus pobres alimentos. Pero era cosa ordinaria
en muchas casas parroquiales.
   Encima de eso, sin embargo, esa generación de sacerdotes es llevada por un
impulso que no podemos imaginar. La Revolución, ese período horroroso que ha
acabado con todo, la Revolución ha terminado. El Rey regresó. Ahora es el
momento de la quot;RESTAURACIÓNquot;. Se va a restaurar la Iglesia también; van a
reconstruirla, a rehacer de Francia una cristiandad como antes, y aun más bella que
antes.

    Predicarán sobre todo el retorno, la conversión, la penitencia. Si el Cura de Ars
tuvo éxito, es primeramente por su oración y sus propias penitencias, pero también
porque se mostró particularmente severo. Juan María Vianney prohibía los bailes,
cualesquiera que sean; eso es bien conocido. Pero predicaba también mucho sobre
el infierno y sobre las pobres almas que se condenan por toda la eternidad. Y
cuando los feligreses asustados iban a confesarse, sucedía que negaba la
absolución, a veces varias semanas seguidas, hasta que hubiera señales exteriores
de conversión visible.
    Al mismo tiempo, los curas tratan de devolver a Dios toda la gloria que le es
debida. Multiplican las procesiones. El Cura de Ars, tan pobre, encuentra la manera
de comprar los mejores ornamentos sacerdotales de su tiempo. Sueña con
transformar su pequeña iglesia para hacer un edificio suntuoso: los trabajos se
realizarán después de su muerte según los planos preparados por él.
    ¿Cuál será el resultado de ese impulso de quot;restauraciónquot; de la Iglesia a
mediados del siglo? El balance es incierto. Cierto que la parroquia de Juan María
Vianney se convirtió (quot;Ars ya no es Arsquot;, dice), y la muchedumbre acude hacia el
santo hombre. Pero Ars es un islote en el océano, y su cura es verdaderamente un
gran santo. ¿Qué sucede en otras partes? Es muy variable, según las regiones En
1850, si en Vandea se cuenta un 90% de practicantes, en la región parisina 10%
comulga en Pascua. En Orleáns, 4% de los hombres y 20% de las mujeres lo
hacen. Y así sucesivamente. La buena voluntad de los sacerdotes no fue suficiente.
Uno se da cuenta que el sueño de una Iglesia quot;como antesquot;, no era más que eso,
un sueño. No se puede volver quot;como antesquot;, hay que ir hacia quot;adelantequot;.
Demasiadas cosas han cambiado, y siguen cambiando.
    En la población rural, la gente no entiende lo que pasa en París. El rey
constitucional ya no es el rey de antaño. Luis XVIII es un carácter flojo que vacila
entre laxismo y autoritarismo. Quisiera ser, al mismo tiempo, el que restablece los
valores antiguos y ser el guardián de los 'logros de la Revoluciónquot;. Carlos X, célebre
por sus desenfrenos, se volvió un beato ridículo. Sus leyes torpes suscitan una ola
de anticlericalismo. Se producen motines en París (el arzobispado es devastado). El
rey es derrocado y reemplazado por Luis-Felipe (llamado quot;Felipe-Igualdadquot;). Su
reino terminará con la revolución de 1848. Se proclama la República.
    Ya uno se siente desorientado. Demasiados cambios en poco tiempo. Uno no
sabe a donde agarrarse. En vez de hostilidad, la indiferencia se generaliza.
    ¡La indiferencia! Es la que va a suscitar nuevos apóstoles. El Padre Chevalier
con muchos otros. Están mejor preparados que sus mayores, pero la tarea les
parece más difícil todavía.
LA SEGUNDA OLA

     La visita que hizo el P. Chevalier al Cura de Ars nos ha permitido asistir al
encuentro de dos generaciones diferentes de sacerdotes. No podemos creer, sin
embargo, que hubo interrupción, o cambio brusco. Poco a poco, después de
Napoleón (y aun antes), las transformaciones fueron preparándose y se realizaron.
No podían hacerse de un día para otro. Se necesitaba tiempo para ver cómo se
operaban lentamente los cambios.
     Millares de parroquias fueron reabiertas. Para proveerlos con sacerdotes, los
seminarios fueron reorganizados y confiados, en su mayoría, a los Sulpicianos. Los
candidatos al sacerdocio siguen el escalafón: seminario menor, y cinco años de
seminario mayor. Los estudios son sólidos, la formación espiritual lo es todavía
más.
     Al mismo tiempo, se ve un verdadero fenómeno propio de esa época post-
revolucionaria en la Iglesia de Francia: centenares de Congregaciones religiosas
salen a la luz. Algunas antiguas renacen (los Jesuitas tienen problemas: se desea
su presencia en las diócesis, pero son mal vistos por los sucesivos gobiernos), pero
sobre todo una multitud de pequeñas congregaciones nuevas, de hombres y de
mujeres, que quieren responder a una necesidad particular. ¡Había tanto que hacer!
Muchas se consagran a la enseñanza, primaria y secundaria, principalmente para
los pobres; otras se dedican a la evangelización de los campos y a las quot;misionesquot;
parroquiales. Pero se está muy abierto también a las Misiones quot;extranjerasquot;. La
mayoría de esas Congregaciones son quot;diocesanasquot; y quieren responder a una
necesidad local: muchas desaparecerán en el siglo siguiente o fusionarán con
otras. Pero muchas otras conocerán un desarrollo extraordinario, y tendrán
influencia en el mundo entero.
     Este florecimiento de Sociedades religiosas se explica sobre todo a partir una
convicción muy fuerte, que frente a la urgencia es necesario darse íntegramente,
consagrando totalmente su vida. Luego se tiene conciencia de que los esfuerzos
dispersos o aislados son difíciles y sin futuro. El apoyo de una comunidad es una
fuerza y una seguridad de continuidad. (Sin embargo, existe otro motivo que hay
que tener en cuenta sin exagerarlo: los seminarios diocesanos no son gratuitos, y
las vocaciones de gente pobre, en una Francia pobre, son muy numerosas. Las
Congregaciones se hacen cargo de todos esos jóvenes de buena voluntad. Lo que
no excluye en ellos, al contrario, las otras motivaciones: don de sí mismo y
búsqueda comunitaria).
     Sacerdotes bien formados, en creciente número, religiosos y religiosas que no
desean más que dedicarse en la quot;viña del Señorquot;. Se podría creer que la Iglesia de
Francia estaba en vía de recuperación. El asunto no es tan sencillo. La situación ha
cambiado mucho, y las mentalidades también.
     La generación del Cura de Ars tenía como primera preocupación el traer de
nuevo al redil a los hijos pródigos, juntar el rebaño dispersado por la tormenta. Se
podía pensar, a pesar de las apariencias, que Francia era, a pesar de todo, un país
cristiano, un país de cristianos desamparados, abandonados. Bastaba con
devolverle al buen camino. Pero la tarea que se presentaba inmensa, se verá
todavía más difícil de lo que se pensaba.
Primero, existe una nueva realidad: la Revolución ha dejado, bastante difundido
en todos los estratos sociales de la población, un anticlericalismo que anteriormente
era exclusivo de los intelectuales y descreídos de París. Hubo demasiadas cazas
de curas, esos quot;enemigos del puebloquot;, durante 20 años. Forzosamente queda algo
de la mentalidad. Y también existe mucho respeto humano, sobre todo en los
hombres. Después de aclamar las quot;ideas nuevasquot;, no se quiere ser tildado de
retrógrado. La separación de la Iglesia y del Estado, la terminación del monopolio
de la Iglesia en la enseñanza, todas son ideas que se abren camino hasta los
rincones más alejados, gracias a los periódicos que empiezan a multiplicarse y son
distribuidos en los pueblos por los vendedores ambulantes. El sueño de una
restauración a la situación quot;como antesquot; no no encuentra eco.
     Pero la nota dominante es la indiferencia. Es un fenómeno nuevo que se está
generalizando. Bajo el Antiguo Régimen, la religión era parte integrante de la
sociedad. No se podía uno imaginar la vida pública, aun la vida a secas, sin la
religión (religión de estado). Incluso la llegada del Protestantismo, y las divisiones
que traerá, no había cambiado ese estado de ánimo. Se aceptaba o no la
posibilidad de un estado protestante, pues un país protestante hubiera permanecido
un país religioso, como en otras partes de Europa. Pero ¡ un país sin Dios! Esa idea
no cabría en la mente de la población.
     Eso no quiere decir que cada habitante del Reino tenía una fe viva y sincera,
sino que la religión era parte del marco de su vida. No se podía prescindir de ella. El
clero, los monjes a menudo sufrían burla, eran caricaturizados, pero de la misma
manera que hoy caricaturizamos a nuestros hombres políticos, a pesar de que no
pensamos vivir sin ellos. Ese quot;marcoquot; religioso podía aparecer a veces como un
marco vacío y hueco, pero a lo menos era un marco: permitía pegarse a Dios en
cualquier momento. Se admitía que se vivía como pecadores. Pero los pecadores
no son personas sin Dios, pues por definición el pecado es una falta contra Dios.
Luis XIV despedía a su querida durante la Cuaresma para poder comulgar en
Pascua, pero la volvía a recibir más tarde. ¿Hipocresía? ¿Debilidad humana? Todo
lo que se quiera, pero no era indiferencia. Y los más libertinos tenían miedo a una
sola cosa: morir sin los sacramentos. Se bautizaba a los niños al nacer: eso
permitía instruirlos más tarde (más o menos bien) y luego dar a cada uno la
posibilidad de oír la llamada de Dios y responderle.
     Pero ¡la indiferencia! Esa indiferencia que penetra poco a poco en una
población que ha visto demasiados cambios, demasiadas verdades sucesivas y
contradictorias, afirmadas todas con la misma violencia. Todo lo que se llamaba
institución parece vacilar. La Revolución, el Imperio, los reyes constitucionales que
nadie respeta, la República, y ¿qué más? El marco se ha desvanecido.
     No es oposición, no es odio a Dios, como se conocerá en el siglo siguiente bajo
los regímenes comunistas. ¡No! Es solamente indiferencia. ¿Dios? No se piensa en
él; eso es todo. Hay otras preocupaciones. La vida es dura. Las hecatombes de las
guerras napoleónicas han cavado grandes huecos en las fuerzas vivas del país. Se
vive pobremente. El éxodo rural comienza, y una clase obrera miserable se crea en
las ciudades, hecha de gentes desarraigadas que han perdido todos sus puntos de
referencia.
     Nosotros, que llegamos al siglo 21, conocemos bien esa indiferencia que ha
continuado desarrollándose por causa del desasosiego del mundo obrero, y que se
ha instalado después por un motivo opuesto: la llegada del confort y de la sociedad
de consumo. ¿Dios? ¿Para qué?
     Pero para el P. Chevalier y los sacerdotes de su generación, el descubrimiento
de la indiferencia que se generaliza es un choc, una conmoción. Ellos ven en ella la
fuente de los males de su tiempo, de todos los tiempos. Cuando Dios está ausente,
¿sobre qué regular su vida y la vida de la sociedad?
    Entonces no van a predicar tanto sobre la vuelta a la quot;prácticaquot; religiosa y la
necesidad de la penitencia, sino que van a hablar de Dios. Dios al que hemos
olvidado. Tomando conciencia de que el pueblo cristiano no está compuesto
solamente por hijos pródigos que hay que regresar al camino derecho, sino más
bien por ovejas perdidas, errando sin meta, recuerdan la ternura de Jesús para con
ellas:
    quot;Viendo al gentío, se compadeció porque estaban cansados y decaídos, como
ovejas sin pastorquot; (Mateo 9,36).



   LOS SULPICIANOS



    Hablar de Dios a los hombres. Julio Chevalier ha sido bien preparado, como
muchos sacerdotes de su generación, por la formación recibida en el Seminario
Mayor de Bourges. La enseñanza es dada por los sacerdotes de San Sulpicio. Los
Sulpicianos, del Seminario de San Sulpicio en París, son algo serio. Es también una
larga historia, ligada a la Iglesia de Francia.
    Es el Concilio de Trento (un concilio capital después de la primera ola del
Protestantismo) que, el primero, decretó la necesidad de abrir seminarios. El
Concilio duró 20 años (1545-1563). Se necesitó más tiempo todavía para aplicar
sus decretos. Pues es Vicente de Paúl quien, el primero en Francia, más o menos
100 años después, empieza reuniendo a los candidatos al sacerdocio. Se trata de
un retiro de once días que presenta a los ordenados lo esencial de la teología. Pero
Vicente inventa también la formación permanente del clero, en las quot;Conferencias de
los martesquot;. Poco a poco se instalan seminarios en todas las diócesis, en forma de
sesiones de algunos meses primero, y después de un año, para llegar, en la
víspera de la Revolución, a dos años (en el tiempo de Julio Chevalier, 50 años más
tarde, el ciclo será de 5 años). Los obispos confían la dirección de sus seminarios a
los Sulpicianos, a los Lazaristas (fundados por San Vicente de Paúl) o a los
Eudistas (San Juan Eudes). Todos tienen el mismo origen. Tenemos que estudiar
su historia para conocer las fuentes de Julio Chevalier y comprender cuáles son las
raíces de su Congregación.
        Esa historia tiene su origen en Pedro de Berulle, un teólogo y un gran
maestro espiritual (1575-1629, inmediatamente después del Concilio de Trento).
Berulle es el que introdujo en Francia las Carmelitas. Pero sobre todo elaboró una
teología del sacerdocio que dejará huellas en varias generaciones de sacerdotes.
              Pedro de Berulle, sacerdote, era de la nobleza. Empezó renunciando a
todos sus beneficios. En esa época, era un hecho extraordinario, pues uno se hacía
sacerdote más bien para asegurarse ganancias. Vicente de Paúl, por ejemplo,
pequeño sacerdote oriundo de Flandes, sube a París con la firme esperanza de
encontrar un puesto remunerador. ¡Y encontrará a Cristo en los pobres!
    Pero Berulle es también un sabio erudito. Ahora bien, en su tiempo florece lo
que se llama el quot;Humanismoquot;. Se redescubre el pensamiento griego y latino, se es
aficionado a la experiencia, al vértigo de la razón. El gran Descartes trata de
vincular la fe y la razón: es trabajo arduo. Pero Berulle arranca desde un punto de
vista tan simple como profundo. A Dios, no lo conocemos; pero, Jesús, Hijo de Dios,
tiene una existencia histórica. Es algo concreto. Entonces es a partir de Jesús que
hay que ir hacia Dios. Berulle escribe una quot;Vida de Jesúsquot;. Muy extraordinaria esa
quot;Vidaquot;, pues se termina con el nacimiento del Salvador. Es una contemplación de la
persona de Cristo: a la vez la persona de un hombre y la persona de un Dios.
Berulle se admira de ella profundamente. Pues Dios no es ya el inaccesible,
podemos alcanzarlo por Cristo. quot;En él, Dios incomprensible se deja comprender,
Dios inaudible se hace oír, Dios invisible se deja ver.quot;
    Por él, con él, en él, Dios se hace cercano a nosotros. La única oración que vale
a sus ojos, es la de Cristo: nuestra única manera posible de orar es pues unirnos a
Cristo. El Hijo de Dios comparte todo con su Padre: unidos a Cristo, compartimos
toda su riqueza, su santidad, su gracia. Entonces tenemos una sola meta: ser otros
Cristos, ser Cristo. Berulle no inventa nada, redescubre lo que decía san Pablo: quot;Mi
vida es Cristoquot;, quot;Formamos un solo cuerpo en Cristoquot;, quot;Herederos de Dios,
coherederos con Cristoquot;. Podríamos agregar decenas de citas: quot;Ya no vivo yo, es
Cristo que vive en míquot;. ¡Qué maravilla!
    Quizá somos menos sensibles a esa admiración, porque para nosotros son
cosas que nos han enseñado en el catecismo. Tenemos la impresión que lo
sabemos todo eso. Pero conocer y experimentar son dos cosas. Los santos son los
que han experimentado eso. Cada día hay gente nueva que escribe también quot;Vidas
de Jesúsquot; en su propia vida. Julio Chevalier sabrá admirarse muy temprano. La
palabra de san Pablo que le gustará más es: quot;Los ojos fijos en él.quot; (Heb. 12,2).
Nunca quot;perder de vistaquot; a Cristo Jesús: será su línea de conducta. Y desde la
primera redacción de la Regla de su Congregación religiosa, pondrá en primer lugar
esas palabras que son esenciales para él: quot;Los ojos siempre fijos en Nuestro Señor
Jesucristoquot;.
    Siguiendo su meditación, Berulle toma claramente conciencia que si la vocación
de estar unido a Cristo es propia de todo bautizado, el sacerdote desempeña un
papel indispensable en el desarrollo de esa vocación. El sacerdote, por el
sacramento del Orden, es quot;configuradoquot; con Cristo. ¡He aquí una palabra muy
sabia! No sé cómo traducirla: quot;hecho semejante a Cristo de manera especialquot;, sería
lo que más se aproxima.
    Cristo es quot;el único mediador entre Dios y los hombresquot; (l Tim. 2,5). Sólo El
puede ofrecer un sacrificio a Dios, el que ofrece en la Cruz. Los bautizados no
pueden ofrecer sino un solo sacrificio, su único sacrificio. Pero para eso, tienen
necesidad Cristo.
    Cristo es también quot;la cabeza del Cuerpoquot; (Col. 1,18). La cabeza: símbolo para
un judío como era san Pablo (los judíos hablaban de la cabeza como nosotros
hablamos del corazón). El sacerdote transmite esa vida de Cristo por los
sacramentos: sin sacerdote, no hay Reconciliación, ni Eucaristía, ni quot;comuniónquot;
plena con Cristo.
    La cabeza: es igualmente la que dirige (¡el buen pastor!), que instruye. Aquí
también el papel del sacerdote es instruir: no enseñar doctrina abstracta, sino hacer
a Cristo presente, presentarlo quot;vivoquot; a los hombres, y dirigirlos hacia él. En fin,
cabeza porque el sacerdote es el que coordina en nombre de Cristo, en lugar de
Cristo, la actividad del Cuerpo. Es el signo de la unidad de todos los bautizados en
Jesucristo.
    Se entiende que después de esa profunda meditación, Berulle haya tenido una
alta opinión del sacerdocio. Quiere vivir, tan perfectamente como sea posible, de
acuerdo con el modelo de sacerdote que es Dios hecho hombre, Jesucristo. Reúne
en torno a si un grupo de sacerdotes y funda una comunidad con las mismas reglas
de la fundada por san Felipe Neri, en Italia, en el siglo anterior: el quot;Oratorioquot;. Entre
sus discípulos, se encontrarán grandes figuras de esa fecunda época: san Vicente
de Paúl, el P. Olier, san Juan Eudes, san Grignon de Montfort.
     Hay que advertir que todos esos grandes hombres espirituales tienen los pies
firmes en la tierra. Pedro de Berulle, de grande nobleza, cree de su deber ocuparse
de política: se opone a Richelieu, consigue reconciliar Luis XIII con su madre, y
acepta el cargo de cardenal al final de su vida.
     El Padre Olier no se contenta con fundar un seminario:
     envía sus Sulpicianos a abrir numerosas escuelas en los campos. Vicente de
Paúl es bien conocido por su caridad activa para con los pobres (con la fundación
de las Hijas de la Caridad). San Juan Eudes, entre otras muchas cosas, ataca
decididamente el problema de la prostitución. Era la lógica misma: prolongar el
respeto y el amor de Jesús para los hombres de su tiempo. Los hombres (¡y las
mujeres!) son el Cuerpo de Cristo, tienen derecho a un respeto infinito. Ir hacia los
hombres, como Cristo, para conducirlos hacia Dios, por Cristo. Veremos más luego
que el Padre Chevalier no querrá, a ningún precio, religiosos (tampoco religiosas)
enclaustrados.
     Uno de los primeros discípulos de Berulle, el Padre Olier (quot;Señorquot; Olier, como
se decía en ese tiempo), muy íntimo con Vicente de Paúl (quot;Señorquot; Vicente),
transforma la parroquia San Sulpicio de París, y allí mismo abre un seminario. Para
dirigirlo, funda la quot;Compañía de Sacerdotes de San Sulpicioquot;. Muy pronto los
Sulpicianos crean otros seminarios en Francia, donde son llamados por los obispos
para enseñar en sus diócesis.
     ¿Qué enseñan esos Sulpicianos? La filosofía y la teología, claro, pero también
la Sagrada Escritura y la Moral, y todo lo que se debe aprender en un seminario. Y,
al hacerlo hablan de Cristo. Pero hablan de Él de una manera diferente a la que se
acostumbraba: es una persona VIVA, es ALGUIEN, está presente. No se le puede
reducir a una materia de estudio, a definiciones dogmáticas. Hasta ese tiempo, se
tenía la costumbre no de hablar de Cristo, sino de discurrir quot;sobrequot; Cristo. El estilo
de las conclusiones del Concilio de Trento está en esta línea: quot;Si alguno dice
acerca de Cristo que... que sea considerado como herejequot; quot;Si alguien dice que la
humanidad de Cristo, que la divinidad de Cristo, que la Resurrección de Cristo., etc.
Pero, ¿quién piensa todavía en el mismo Cristo? Eso nos hace pensar en ciertos
cirujanos que llaman a su paciente según la operación hecha: quot;El estómago de la
habitación 14 se despertó. La vesícula del 20 está agitada. La próstata del 32 podrá
salir mañana.quot; Pero, ¿y el enfermo? Lo hemos olvidado. Sin embargo, es una
persona, no se la puede reducir a uno de sus órganos. Cristo también es una
persona, en toda su plenitud. Para Julio Chevalier, será siempre una convicción:
Cristo no será nunca para él un tema de examen del final del seminario. Es una
presencia, es Alguien que vive con él, con quien él vive.
     También, más profundamente, los discípulos del Sr. Olier hablan mucho de
quot;religiónquot; de Cristo. Cristo como quot;religioso del Padrequot;. El vocabulario ha
evolucionado y las palabras no tienen el mismo sentido para nosotros.
Cambiémoslas por quot;alianzaquot;, quot;mediaciónquot;. Cristo quot;Mediador del Padrequot;, unión entre
el Padre y los hombres. El hombre, pecador, ha perdido su unión con Dios. Cristo
repara ese desorden y restablece la alianza. Al hacerse semejante a los hombres,
el Hijo de Dios se hizo alianza viva del hombre y de Dios. Cada ser humano, en El,
puede decir: quot;Padrequot;, y recibir, por El, la vida que da el Padre. Cristo es pues el
perfecto quot;religiosoquot;, y somos hecho quot;religiososquot; con Él. La historia del mundo llega a
ser la historia de la construcción del Cuerpo místico de Cristo.
    Ser quot;religiosoquot; con Jesús, para compartir con Él, y hacer compartir al mundo, la
intimidad de Dios Padre, Julio Chevalier, en adelante, va a consagrar su vida a ello.
Y aunque sea la vocación de todo bautizado, entendemos mejor ahora por qué el P.
Chevalier querrá ser quot;religiosoquot; y fundar una congregación quot;religiosaquot;, a pesar de
todas las objeciones que se le enfrentarán. No era para alejarse del clero llamado
quot;secularquot;, y todavía menos por una facilidad de organización. Era para mejor afirmar
que el sacerdote, como Cristo, con Cristo, es quot;religiosoquot; del Padre.



   EL SAGRADO CORAZÓN

     Si, en los primeros años de su seminario mayor, se hubiese preguntado a los
compañeros de Julio Chevalier lo que pensaban de su joven colega, quizá su
apreciación no hubiese sido entusiasta. Julio había sido siempre un muchacho
serio, un honrado estudiante. Se hacía cada día más modelo de trabajo y de
estricta fidelidad al reglamento de la casa, modelo de piedad, atento a los demás,
medido en sus palabras. Pero no se quiere mucho a los quot;modelosquot;. No faltaría
mucho para que digan que Julio es demasiado bueno. Lo han clasificado de una
vez por todas como quot;rigoristaquot;. De hecho, en esa época, parece más bien austero,
rígido. No se le reprocha nada, pero no es divertido. Es que un cambio importante
se está produciendo en él, y necesariamente se nota en su exterior.
     Julio Chevalier está cautivado por un pensamiento: unidos a Dios por Cristo,
somos el Cuerpo de Cristo. Pero entonces, hay que llegar a serlo. Y comienza una
empresa grande de purificación, tratando de conseguir el dominio sobre sí mismo a
costa de esfuerzos de cada instante. No, no es rigorista. No es el reglamento por el
reglamento, no se trata de acumular méritos ni de ascetismo. Es otra cosa. Para él,
nuestros esfuerzos deben dirigirse a hacernos semejantes a Cristo (ya lo somos),
sino a destruir en nosotros todo lo que empaña esa imagen de Cristo que somos.
No se trata de ir hacia Cristo, sino de apartar todo lo que nos puede alejar de El.
     Al mismo tiempo, Julio es obsesionado por esa convicción de que el sacerdote,
como Cristo, es el quot;religiosoquot;, el que une los hombres a Dios Padre. Y es para
poder quot;decirquot; Dios a los hombres, para tener posibilidad de ser escuchado, que el
religiosoquot; debe también tratar de ser imagen de Cristo la más fiel posible. Los
esfuerzos de purificación del joven seminarista, con la preocupación de su misión,
no son hechos con espíritu de penitencia, para redimir sus pecados o los del
mundo, sino para llegar a ser voz creíble, para hallar el tono exacto, y así hacer
pasar su mensaje. Parecerse lo más posible a Cristo, para darle a conocer mejor y
atraer hacia Él a todos los hombres.
     Sin duda, sabe de manera confusa que la obra no será fácil. Por un lado, para
parecerse a Cristo, tiene que deshacerse de todo lo que no es de Cristo; por otro
lado, su seriedad, su quot;rigorismoquot; puede alejar a los que él quiere convencer. Si sus
compañeros aprecian de manera moderada ese condiscípulo quot;modeloquot;, las ovejas
errantes no se apresurarán para seguir a ese pastor austero. Pero, ¿qué medios
tomar entonces para vencer esa indiferencia que Julio considera como quot;elquot; mal de
su tiempo? ¿Cómo hacer a Dios presente a los hombres, quot;unir los hombres a
Diosquot;?
Entonces nace en la cabeza y el corazón de Julio la idea de una congregación.
No era una idea original para la época: ya hemos visto cómo surgían las
congregaciones en todas partes. Un grupo (en ese tiempo se hablaba de quot;ejércitoquot;,
quot;legiónquot;, quot;cohortequot;) es una fuerza y un apoyo. Pero mientras la mayoría de las
asociaciones religiosas fundadas en esa época permanece a nivel muy local, con
un fin preciso, Julio piensa en seguida en algo mundial, universal. No se trata de
crear baluartes, fortines de fervor en el inmenso océano de la indiferencia. Hay que
ir a todas partes, hacia todos.
     Julio está solamente en su segundo año de seminario mayor. Le queda mucho
camino por recorrer. El Superior a quien da a conocer su proyecto, calma su
entusiasmo. Ese sacerdote, Sr. Ruel (un hombre excelente además, de buen juicio
y gran fe), tiene conciencia también de que el obispo le ha encargado una función
bien precisa: formar sacerdotes para su diócesis de Bourges, cuyas necesidades
son grandes. No se trata de alentar proyectos utopistas para las misiones
extranjeras. Sugiere al joven eclesiástico, por ejemplo, pensar primero en convertir
una ciudad como Issoudun.
     Hay algo de ironía en esa proposición del buen Sr. Ruel. De hecho, Issoudun,
ciudad de 15,000 habitantes, tiene fama de ser la parroquia más anticlerical y
quot;paganizadaquot; de la región; y los nuevos sacerdotes, todos lo saben, temen mucho
ser enviados a ella. Julio Chevalier acepta de buena gana esa idea de un
apostolado en Issoudun. Pero, en el fondo, lo que ha recordado es: quot;primero
Issoudunquot;. De acuerdo con Issoudun, y no hablemos más de lo otro ya que no se
puede. Pero su convicción es firme: Issoudun será un punto de partida, un
trampolín para quot;decirquot; Dios a los hombres.
     Sin embargo, todavía está en el seminario: en primer lugar los estudios. Con la
autorización del Superior, Julio comienza un pequeño grupo, al interior del
seminario, con algunos compañeros que le parecen más animosos. Toma el
nombre de quot;Caballeros del Sagrado Corazónquot; (sus compañeros escogieron ese
nombre, con agudeza, en alusión al quot;fundadorquot;, Julio Chevalier). Se reúnen durante
los recreos, los paseos. Hablan de Dios, de la indiferencia de los hombres; rezan
mucho juntos y. hablan de Issoudun. No porque tienen la seguridad de que será,
para cada uno de ellos, el futuro campo de apostolado, sino más bien para
concretizar ideas: Issoudun es el ejemplo típico de la ciudadela de indiferencia a la
que debe atacarse.
     Completamente dedicado a sus estudios y a sus ardientes proyectos de
conversión del mundo, Julio Chevalier se hace cada vez más serio, formal. Quiere
ser lo más parecido posible a Cristo: es su vida, y eso exige mucha renuncia,
dominio de sí mismo. La pequeña asociación de los quot;Caballeros del Sagrado
Corazónquot;, en vez de abrirlo, no hace sino animarlo a más esfuerzos todavía para
dominarse a si mismo.
     Es entonces cuando, en el desarrollo normal del ciclo de los estudios, se llega al
capítulo de la Encarnación. Julio se interesa especialmente y toma muchos
apuntes. La Encarnación, es el Hijo de Dios que se hace hombre para que los
hombres lleguen a ser hijos de Dios (es uno de los puntos que producen tanta
admiración en Berulle). Profundización teológica, análisis de los comentarios de los
quot;Padres de la Iglesiaquot; y de los santos. Apasionante para Julio.
     Y para concluir esa serie de cursos sobre la Encarnación, el profesor hace una
exposición muy enfática sobre el Sagrado Corazón. Para Julio Chevalier, es una
gran revelación. Se va a encontrar con el profesor, habla largamente con él, y sale
con una quot;Vida de Santa Margarita Maríaquot; debajo del brazo. Lee el libro con avidez.
Está conmovido. Toma realmente conciencia de una cosa: Cristo no está
solamente presente a los hombres, los ama. Un amor total, un amor de Dios. No es
solamente el Verbo encarnado, es el amor encarnado. quot;Dios es amorquot;, Cristo es
Dios, por consiguiente es amor. Es el amor hecho hombre. Y nos pide que lo
amemos, que le devolvamosquot; amor por amorquot;. El Dios del Antiguo Testamento,
delante de quien los más grandes profetas se cubrían la cara, se hace accesible por
Jesucristo. Lo podemos amar en Jesucristo. El Señor lo había dicho por boca del
profeta Ezequiel: quot;Serán mi pueblo y yo seré su Dios.quot; (Ez. 37,27). Con la venida de
Jesús, podemos decir: 'ahora somos tu pueblo, y Tú eres nuestro Dios'. Para Julio
es un impacto. Siente que acaba de descubrir lo que buscaba con tanta dificultad,
con tanto trabajo, el camino para ser verdaderamente unido a Dios, el medio para
quot;unirquot; todos los hombres a Dios: el amor.
    Cuando decimos que Julio descubrió entonces el Sagrado Corazón, hay que
entenderse bien. Conocía muy bien la quot;devociónquot; al Sagrado Corazón, que los
sacerdotes del siglo 19 habían ampliamente difundido. Su mamá lo había
consagrado desde pequeño al Sagrado Corazón (conservaba como un tesoro su
quot;certificado de consagraciónquot;). Todas las capillas e iglesias de ese tiempo tenían
una estatua del Sagrado Corazón. Había oraciones y novenas al Sagrado Corazón
en todas las parroquias. Cuando Julio reunió a su alrededor algunos jóvenes
compañeros, muy naturalmente tomaron el nombre de quot;Caballeros del Sagrado
Corazónquot;.
    Ciertamente, conocía al Sagrado Corazón, pero como una quot;devociónquot;.
Preeminente entre las otras devociones, porque tenía por objeto el Corazón de
Cristo mismo, pero sólo una devoción, es decir un medio para captar la piedad,
como el Rosario, el pesebre de Navidad o una imagen venerada. La tradición
hubiera podido dejarnos otras devociones respecto a Cristo. Por ejemplo, las
manos sagradas de Jesús. Esas manos que trabajaron durante treinta años, que
han bendecido, curado, levantado muertos, multiplicado panes. Esas manos que
fueron traspasadas en la Cruz, y que dan testimonio de su Resurrección (quot;Mira mis
manos, Tomás.quot;). Si, ¿por qué no las manos de Jesús? Honramos también las
cinco llagas de Cristo. Sin embargo, es sobre todo el corazón, más noble, que ha
sido retenido, pero quedándose la mayoría de las veces en ese aspecto de
devoción, acto de piadoso respeto hacia todo lo que toca la persona de Jesús.
    Lo que Julio descubre ahora se dirige hacia lo esencial. El Corazón de Jesús es
el símbolo, el signo del amor del Hijo de Dios, del amor infinito de Dios. Dios nos
ama, y nos lo manifiesta en Jesucristo. Dios nos ama, y nos da su corazón. Y nos
pide el nuestro en cambio. Es, en un lenguaje accesible a todos, - el del corazón - la
revelación que hay que hacer a los hombres. Una revelación que puede conmover
al mundo.
    Si puedo permitirme una comparación sencilla, tomaré el ejemplo de un
muchacho que trata de conquistar el corazón de una muchacha. Le podemos dar
consejos, indicarle la mejor manera de llegar a su fin, los esfuerzos que debe hacer
para merecer la atención de la persona en cuestión. Todo eso no lo convencerá
necesariamente, y hasta lo puede desanimar. Pero si le podemos revelar que la
persona deseada ya está locamente enamorada de él, todo cambia, y todo se le
arregla fácilmente. No tendrá más que una preocupación: no hacer nada que
desagrade a su amiga. El quot;religiosoquot; ya no tiene que vocear: quot;¡Penitencia!..
¡Penitencia!.. Les recuerdo sus obligaciones y sus deberes.quot;, sino solamente: quot;Dios
los amaquot;. Y hasta el más indiferente, el que no piensa en nada y no espera nada,
cuando se entera que es amado de esta manera, deja por lo menos de ser
indiferente.
    Ahora bien, de eso se trata precisamente: Dios ha tomado la iniciativa. quot;Nos
amó primero.., nos envió a su Hijo..quot; (l Jn. 4,19). Ese Hijo se hizo hombre, con el
corazón de un hombre, para manifestar el amor de su Padre, hacerlo visible,
palpable. Para que podamos, nosotros los humanos, compartir ese amor y ser con
Dios como Cristo es con nosotros. Gracias a santa Margarita María, Julio Chevalier
descubre de verdad y, sobre todo comprende, lo que el Evangelio proclama desde
hace 2000 años: quot;Como el Padre me ha amado, decía Jesús, así los he amado yo.
Permanezcan en mi amorquot;. Y, en su oración antes de dar la vida por nosotros, para
hacer morir en su muerte todo lo que nos separa de Dios, decía: quot;Padre, como Tú
estás en mí, y yo en Ti, que ellos también estén en nosotros.quot;
    ¡Ah! Decir eso a los hombres, encontrar las palabras para decirlo, y ¡el mundo
será salvo! El amor de Dios para con nosotros. La espera impaciente de Dios de ser
amado por nosotros. quot;El Corazón de Jesús, escribirá más tarde el P. Chevalier, es
el centro donde todo converge en el Antiguo y el Nuevo Testamento; el eje., el sol
de la Iglesia, el foco de nuestro amor, el origen de nuestros sacramentos, la prueba
de nuestra reconciliación, la salvación del mundo, el remedio a todos los males.quot; Es
todo eso lo que revela y resume el Corazón de Jesús.
    Algunos querrán reprocharle al P. Chevalier haberse fijado demasiado en el
símbolo del corazón. Es verdad que lo reproducía en todas partes. Encontramos
corazones en Issoudun, en la herrería de las barandillas de las escaleras, o
formados por tejas de techo, o dibujados por los matorrales del parque. Hubiera
querido una basílica en forma de corazón; la puerta del sagrario estaba en forma de
corazón, de oro. Eso nos parece algo pueril o ridículo. Y lo es para nosotros.
Nuestra época ya no es muy sensible a los símbolos. A lo mejor, nuestra bandera
no nos indica más que la obtención de una medalla de oro en los juegos olímpicos.
Pero durante la guerra mundial, hombres dieron su vida por esa bandera, para
salvar la bandera, por el honor de la bandera. De hecho, lo hacían por todo lo que
significaba para ellos la bandera: todos los valores sagrados para ellos, en los que
creían, todo lo que componía su vida, y también todas las personas que amaban.
    Para Julio Chevalier, el corazón es el signo, quot;el centro, el eje, el foco de nuestro
amor.quot; Ese quot;signoquot; es también el punto de reunión, de convergencia de todas las
ovejas errantes sin meta. quot;Del Corazón de Jesús traspasado en el Calvario,
escribirá más tarde (1900), veo nacer un mundo nuevo. Esta creación magnifica y
fecunda, inspirada por el amor y la misericordia, es la Iglesia, cuerpo místico de
Cristo, que la conservará en la tierra, hasta el fin de los tiempos.quot; Se puede
imaginar el hervor, la exaltación (y la exultación) que se apoderan del futuro
sacerdote, ansioso de ser otro Cristo, y encandilado por la indiferencia de su
tiempo, cuando descubre en el Corazón de Jesús, en el amor de Dios, la respuesta
sencilla y evidente a todas sus angustias.
    Precisamente ha llegado la hora para él de salvar una etapa importante en el
camino del sacerdocio, una etapa decisiva: Julio Chevalier va a ser ordenado
subdiácono. Entra en retiro por ocho días como es la costumbre. Y una profunda
transformación se opera en él. Después de la ordenación, sus compañeros
descubren en el nuevo subdiácono un hombre que no conocían. Sonriente, alegre,
afable, agradable. Sus colegas, agradablemente sorprendidos por el cambio radical
sobrevenido en Julio tan serio, se preguntan si eso va a durar.
    Pero, eso, sí, va a durar. Hasta el fin de su vida aunque llena de pruebas. Pues,
la afortunada transformación de Julio no viene de una resolución tomada en un
momento de gracia. Él no ha decidido cambiar su comportamiento, es él mismo que
ha cambiado. No tiene que hacer esfuerzos. Esa sonrisa, esa gentileza que parece
nueva, viene del fondo de su corazón. Si lo pensamos bien, no se trata de una
transformación, sino de una maduración, de un brote. quot;Si el grano de trigo no cae
en tierra y no muere, se queda solo. Pero si muere, da mucho fruto.quot; (Jn. 12,24).
Todos esos esfuerzos que ha hecho Julio para morir a sí mismo, para hacer
desaparecer todo lo que podía empañar la imagen de Cristo, encuentran hoy su
resultado. quot;Hagan morir lo que les queda de vida 'terrenal', decía san Pablo (Col.
3,5). quot;Ustedes se despojaron del hombre viejo y de su manera de vivir para
revestirse del hombre nuevo, que se va siempre renovando, conforme a la imagen
de Dios, su Creadorquot; (Col 3, 9-10). Julio Chevalier está transformado porque ahora
puede decir con san Juan: quot;Hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos
creído en élquot; (l Jn. 4,16).



   JULIO, ¿QUIÉN ES?

    Como se ve, Julio Chevalier no deja indiferentes a sus allegados. Sea por su
quot;rigorismoquot; juzgado con algo de rigor, sea por su amable quot;conversiónquot;, atrae los
comentarios. Se le reconoce una personalidad fuerte y verdaderas cualidades.
Tanto es así, por ejemplo, que no tiene problema para formar un pequeño grupo de
oración y de reflexión: los compañeros sondeados se sienten muy contentos con
seguir sus huellas.
    Pero durante sus piadosas conversaciones quot;informalesquot;, sus condiscípulos, con
toda seguridad, interrogaron a Julio sobre sus orígenes, su infancia, su vocación.
Tan pronto alguien sobresale un poco, inevitablemente surge la pregunta: ¿Quién
es éste?.. Julio, ¿quién es? Por ejemplo, ¿cómo ha llegado al seminario de
Bourges, que no era su diócesis de origen? ¿En que clase de familia se crió?
¿Cómo le nació su deseo de ser sacerdote? ¿Qué camino ha recorrido, el que es
de más edad que el promedio de sus compañeros? En ese ambiente cerrado del
seminario, se buscan confidencias, y la amistad se apoya en intercambios. Julio,
que siempre se interesa por los demás y a quien le gusta suscitar conversaciones
sobre lo que es de importancia para los otros, no ha debido dejarse presionar para
contar, de vez en cuando, poco a poco, al azar de la conversación, su infancia y las
circunstancias que lo llevaron a Bourges.

    Julio nació en Richelieu. Es el nombre del famoso cardenal. Su familia tenía una
casa de campo en Touraine, cerca de Chinon. Mons. Armando de Richelieu, que
primero fue un buen obispo de Luçon, llamó la atención de Luis XIII por sus
cualidades, y llegó a ser el gran ministro que conocemos. Elevado a la dignidad de
'duque' y de 'cardenal', creyó que la ancestral casa de campo no estaba conforme
con su nuevo rango. La hizo arrasar y la reemplazó con un gran castillo. Y, al lado,
mandó construir completamente, en campo raso, una ciudad para alojar su
numeroso séquito y sus servidores.

    El castillo fue derribado en la Revolución, pero la ciudad permaneció hasta
nuestros días, más o menos igual. Se dice que es una ciudad pintoresca. Estuve
allá y me la hallé muy aburrida. Una pared grande forma un recinto rectangular de
alrededor de 700 metros por 500. Las calles están trazadas a ángulo recto. Las
casas de piedras son todas parecidas. Siempre he pensado que si Julio Chevalier
tenía un carácter juzgado rigorista, aunque ordenado y metódico, se lo debía a su
ciudad natal, sin fantasía, sin callejones caprichosos, sin escondrijos, sin escondites
donde jugar. Es en ese marco austero que nació el 15 de marzo de 1824, tercer hijo
de una familia pobre. Su padre, Juan Carlos, era descendiente de una familia
relativamente acomodada, pero la muerte de sus padres lo había dejado sin
recursos. Juan Carlos se ejercitará en varios oficios (vendedor de cereales,
panadero) sin poder sacar a los suyos de una pobreza rayando en la miseria (pero
la pobreza es generalizada en esa época). A lo menos sabia leer y escribir, lo que
no era común entre los pobres de esos tiempos, y eso tendrá su importancia más
tarde. No era practicante, pero cristiano por tradición, y un poco perdido a causa de
sus sucesivos fracasos.

    La mamá, Luisa Oury, era la más joven de una familia de 13. Una tía se
encargó de la pequeña y la crió. Esa tía era una persona piadosa que, durante la
Revolución, escondió nobles y sacerdotes (con misas clandestinas en cuevas),
aunque anteriormente había sido inquietada por el tribunal revolucionario. Dio a la
pequeña Luisa una educación religiosa sólida que la marcará para siempre. Pero la
niña no fue a la escuela. Por falta de escuela.

    Creo que era importante fijar el marco de la infancia de Julio. Cada una queda
marcado por sus orígenes y su ambiente. Julio nació pobre, muy pobre. Conservará
toda su vida un corazón de pobre, el sacrificio era una cosa natural para él.
Además, en su ciudad sin atractivo, vivió todos los infortunios de la Revolución: La
iglesia, abandonada durante mucho tiempo, estaba en estado deplorable; durante
su infancia se vendían todavía piedras del castillo; y su mamá debía hablarle a
veces de la tía muy amada y heroica, de los sacerdotes perseguidos, de las misas a
escondidas por las que los sacerdotes y los participantes arriesgaban su vida. Julio,
de temperamento receptivo, fue sin duda marcado profundamente por la
inseguridad cotidiana de la pobreza, y por las desgracias de su época.

    Sin embargo, la infancia de Julio se desarrolló normalmente. Se puede ser
pobre y feliz cuando se vive en una familia unida. Los cronistas se entretuvieron en
señalar algunas travesuras de Julio y toda clase de hechos sin importancia para
mostrarnos que era un muchacho normal, que tenía una buena madre, y que fue
bien educado. No le dediquemos más tiempo, no es nada excepcional.

    Lo que quizá puede ser de más importancia, es que a muy temprana edad Julio
fue atraído por la iglesia: en el centro de la ciudad cuadrada, en una plaza
cuadrada, en el cruce a ángulo recto de las cuatro calles rectilíneas, sin duda era
para él un lugar aparte, un lugar de vida. Muy pronto es monaguillo, levantándose
antes del alba para ayudar a misa, prestando mil servicios al párroco. En la casa,
reviste un lienzo como si fuera casulla, quot;celebra la misaquot;, y trata de repetir con
convicción los sermones oídos en la iglesia. Aparte de esos quot;oficiosquot;, y cuando el
párroco no necesita su ayuda, Julio visita los pobres, los ancianos, los lisiados y es
servicial. Se podrá decir que el niño no tenía otras distracciones, ni nada más que
hacer. Se podría preguntar lo que hubiera sido de Julio si hubiera podido ocupar
sus tiempos libres con juegos, vídeo y dibujos animados en la televisión. Sin
embargo, debía haber algún entretenimiento. Pues la ciudad de Richelieu no era
más agradable para los demás niños de su edad, y todos no pasaban su tiempo
ayudando a misa y visitando a los pobres.

    Julio tiene doce años. En ese tiempo, es la edad de la primera comunión, y la
edad de dejar la escuela para entrar en la vida activa. De su primera comunión, no
tenemos más eco que esta nota escrita por él muchos años más tarde: quot;Al regresar
de la iglesia, mi corazón desbordaba de alegría.quot; Es muy poco y al mismo tiempo es
mucho cuando se conoce el gran recato de Julio Chevalier por todo lo toca sus
experiencias espirituales personales.

    Sin embargo, muy pronto esa alegría será puesta a prueba. En efecto, Julio,
muy decidido, anuncia a su familia que quiere entrar al seminario. Era de esperarse.
Pero la consternación se adueñó de sus padres. No porque se oponían a una
vocación (están muy emocionados), sino porque no es posible. El seminario no es
gratuito, y ellos no pueden pagar la pensión, por razonable que sea. Además, el
pequeño salario complementario que podrá ganar Julio es indispensable a la vida
de la familia.

    Para Julio, el golpe es duro. Pero no se deja desanimar por ello. quot;Muy bien.
Aprenderé un oficio, ahorraré, y cuando tenga bastante dinero, iré al seminario”.
Aquí reconocemos al Reverendo Padre Chevalier detrás de la decisión de este niño
de doce años. El que no se dejará nunca detener por nada. El que comenzará la
construcción de un Centro y de una Basílica sin nada en los bolsillos. El que,
estando solo y sin recursos, se lanzará a la fundación de una obra que
resplandecerá en el mundo entero. Pero, como él mismo lo escribirá un día: “Los
obstáculos son medios.”

    Lo encontramos ahora como aprendiz de zapatero. Muy pronto (¡qué atrevido!
Eso no se hacía en la época) abandona su patrono por otro, porque juzga que el
primero no le enseña seriamente el oficio. Julio se dedica seriamente al trabajo,
pero considera que al mismo tiempo es una preparación en el camino del
sacerdocio. Muy pronto salió de la infancia, y rápidamente se hizo un muchacho
serio. En vez de unirse a las distracciones de los jóvenes de su edad, pasa sus
tiempos libres en la casa curial, en el mantenimiento de la iglesia ó en las visitas a
los pobres, levantándose temprano para asistir a misa.. Suponemos las bromas de
sus amigos hacia el quot;cura fracasadoquot;, ese soñador, ese iluminado.

   Llega un día en que Julio cree que sus deseos van a realizarse. Un Lazarista,
de paso en Richelieu para una misión parroquial, se fija en él, y se informa. Está
seguro de conseguirle la gratuidad en el seminario. Que estudie un poco de latín
mientras tanto, él toma eso por su cuenta. Julio, guiado por el párroco y lleno de
entusiasmo, se lanza en el estudio del latín. Para eso, se levanta más temprano
aún, y se acuesta más tarde. Tiene su gramática delante cuando arregla zapatos. El
asunto no llega a nada. El seminario atraviesa graves dificultades financieras, no
hay posibilidad de aceptar alumnos gratuitamente. Enorme decepción para Julio,
como lo podemos imaginar, pero sigue solo estudiando latín: es su manera de
mostrar que continúa creyendo en su vocación.
   Sin embargo, los años pasan. Y Julio no consigue ahorrar dinero como lo había
esperado. El horizonte es oscuro. Julio trabaja a pesar de todo. Está seguro que un
día será sacerdote. Lo dice a todo el mundo, lo repite, a pesar de las sonrisas
burlonas o apiadadas que encuentra. No sabe cómo se va a realizar, pero está
seguro. Sin embargo, está llegando a los 17 años. ¿Qué puede esperar todavía, el
pequeño aprendiz a zapatero?
     Y el milagro se produce en el momento en que menos se esperaba. Un día, un
viajero se detiene en la posada de Richelieu para tomar una copa. Charlando con el
encargado, le dice que busca un guarda bosque. Necesitaría un hombre fuerte,
honrado, y libre en seguida. La camarera que lo ha oído, dice que ella conoce a
alguien, con una familia que alimentar, muy meritorio, etc. quot;Sabe leer y escribir?quot;
pregunta el hombre. quot;Síquot;. Y la muchacha agrega: quot;Son gentes muy buenas, y su
hijo quisiera ser sacerdote.quot; El convenio queda cerrado muy pronto. El papá, al que
fueron a buscar con toda urgencia, queda empleado acto continuo. Y, en la euforia
del momento, el Señor añade que estaría contento con pagar la pensión de un
seminarista.
     La pequeña casa forestal (dos piezas) que los Chevalier habitarán en adelante,
está aislada en medio del bosque, a 6 kilómetros de la ciudad más cercana: Vatan.
Está lejos de Richelieu, mejor dicho está en otro mundo: cien kilómetros a recorrer
en carreta cargada con los pocos muebles. Una verdadera expedición, un
desarraigo. Pero Julio está feliz, pues va a entrar en el seminario menor. Él sabia
que ese momento iba a llegar. No está sorprendido, pero podemos imaginar su
alegría.
     Estamos en marzo de 1841: no se puede entrar al seminario a mitad de año.
Sin embargo, a petición del párroco, el vicario cooperador acepta darle algunas
lecciones hasta la apertura de las clases. Cada día, Julio va a Vatan (12 kms ida y
vuelta) y comienza otra vez a estudiar latín con nuevo ardor.
     Al llegar octubre, lo vemos (¡ por fin!) en el seminario menor, soñado desde
hace 5 años. La institución está en San Gaultier, cerca de Blanc, al extremo
opuesto del departamento. Lejos de Richelieu, lejos de Vatan, donde están sus
padres. Julio se siente perdido. Además tiene 17 años y medio (de hecho entra al
seminario a la edad en que los otros terminan) y se encuentra, confuso por su
tamaño y su anchura de espaldas, en la sección de los pequeños. El, trabajador
manual, tiene que ponerse a estudiar a tiempo completo. La vida cotidiana,
estrictamente regulada por el horario, le parece triste y pesada. Además, se siente
extraño, lejos de los suyos, lejos de todo. En su Touraine natal, la gente es afable,
comunicativa. En el Berry, por el contrario, las personas son más reservadas, y se
necesita tiempo antes que acepten hacerse más sociables.
     Julio se pone muy melancólico. Quiere irse. No porque renuncia a su vocación,
sino que su bienhechor pagará también sin duda su pensión en el seminario de
Tours. Allá, a lo menos, se sentirá en su casa, con personas como él. El Superior
trata de apaciguarlo: un cambio es siempre problemático. Dios lo llevó hasta aquí,
porque tiene su proyecto. Que Julio tenga paciencia a lo menos hasta el retiro (a
final de octubre).
     Julio consigue serenarse. Entra en retiro con los otros y, con un esfuerzo de
voluntad, reencuentra la paz. Se queda, claro, y se pone a trabajar con ardor. Julio
continúa su camino. El año siguiente, teniendo en cuenta su edad y su adelanto en
latín, se le hace saltar un curso. Ahora está en la sección de los grandes: le va
mejor. Terminará el ciclo en mejores condiciones. Es así como está integrado a la
diócesis de Bourges y que, un día, será párroco de Issoudun. Es muy extraño, pues
su familia no se quedó más que dos años en Vatan. El intendente de la hacienda
cambió, y no necesitaba los servicios del Sr. Chevalier.
   Éste volvió a Richelieu donde fue guarda campestre. Julio se quedará en el
Berry. ¿Una intervención de la Providencia? Lo podemos pensar con razón, tanto
más cuanto su pensión fue pagada solamente el primer año.

    En la monotonía de los meses, en San Gaultier, un hecho notable no se puede
dejar de señalar. Un día de paseo, Julio subió con sus compañeros a una elevación
para admirar el panorama. Para bajar, quiere tomar un atajo. Resbala sobre la
nieve y rueda cuesta abajo a gran velocidad. Lo encuentran inanimado 30 metros
más abajo. Lo creen muerto. Lo creen de veras. Trasladan el quot;cuerpoquot; a un castillo
vecino, donde se improvisa una capilla ardiente. Prenden velas y se ponen a orar.
Una parte del grupo, con los sentimientos que se pueden adivinar, vuelve al
seminario, llevando la espantosa noticia. El Superior, sin resuello, reúne a todo su
mundo en la capilla, para rezar el salmo 130 (Desde lo hondo), y envía un médico
para levantar acta de defunción. Cuando éste llega al lugar, el quot;muertoquot; abre los
ojos, y el médico no constata más que algunas contusiones.

    ¡Extraña experiencia! Durante horas, Julio, completamente inanimado, no podía
mover una pestaña, pero oía a todos lamentando su muerte. Acababa por creerlo
(quot;¿Es ésa es la muerte? ¡Pero entonces voy a comparecer ante Dios!.quot;). De esa
aventura que se podría juzgar más divertida que trágica, Julio conservará el sentido
de la fragilidad y de la brevedad de la vida. Esa vida tan pasajera, decide entonces
consagraría totalmente a Dios.

    Y le llega la edad del servicio militar. Los clérigos son exentos en esa época,
pero Julio, con 5 años de retraso en sus estudios, no es clérigo todavía a sus 20
años. Y el servicio dura 7 años. Existe la perspectiva de perder más años, cuando
ha perdido ya tanto tiempo. El sistema de sorteo está en vigencia. Solamente los
que sacan un número malo son incorporados. Y como es en Richelieu, común de
su nacimiento, que debe participar de esa cruel lotería, su padre lo hará por él. El
pobre hombre, siempre tan desdichado en su vida, por una vez tiene suerte: saca
un numero bueno. Julio queda exento. ¿Qué hubiera pasado si hubiera sido
bloqueado todavía por 7 años? En los testimonios de la época, nada deja suponer
que Julio se hubiera inquietado. De toda manera, está seguro de su vocación,
seguro que nada podrá detenerlo.

    Y Julio llega al final de esa primera etapa de 5 años. Antes de su entrada al
seminario mayor, se dirige a Richelieu para unas vacaciones cortas. Lleva sotana
(era costumbre en esos tiempos). A su alrededor, todos entienden entonces que va
en serio. Muchos se alegran, y los burlones no se ríen más de su proyecto de
sacerdocio. Hasta que algunos encuentran que encuentran es una pena: quot;Con la
instrucción que tienes, y libre del servicio milita, podrías conseguir un buen puestoquot;.
El tono de la réplica de Julio es tal que todos se dan por enterados.

    Su hermano casado en París y su hermana casada en Tours hacen el viaje a
Richelieu para encontrarse con él. No se preocuparon mucho por él hasta ahora,
pero de repente descubren su importancia. Sin parecer tocar el punto, dejan
entrever su esperanza de que Julio se ocupará de ellos y de sus hijos. Él no se da
por enterado. Entonces se ponen más claros, haciendo alusión a tal cura conocido,
que ha procurado buenas situaciones a sus sobrinos y sobrinas. Entonces Julio
estalla: quot;Si cuentan conmigo, sufrirán decepción. Me hago sacerdote para estar al
servicio de Dios, y no para enriquecer a mi familiaquot;. Suponemos que el ambiente de
la casa debió enfriarse algo esa noche.

    Julio, ¿quién es? Es entonces un muchacho de 22 años, pausado, marcado por
una infancia dura y pobre, aguerrido por las dificultades, avasallado por una pasión:
la de consagrar su vida a Dios. Si parece tener un carácter un poco sombrío, es
porque nada ha sido fácil para él hasta ahora, y siente que tiene todavía mucho
camino por recorrer. Había soñado con el seminario menor como un paraíso, pero
esos 5 años fueron bastante difíciles. Fue un período más bien nublado, sin muchos
rayos de sol. Sin embargo, Julio aprendió que pasó el tiempo de los sueños. Su
camino emprendido no será nada fácil. Pero lejos de desanimarlo, ese pensamiento
lo hace más fuerte y más decidido.

   Y en octubre, hace su entrada al seminario mayor de Bourges (donde ya lo
hemos encontrado). Allí descubrirá que Dios lo ama, que su vocación no es
consagrarse a su servicio, como lo había pensado hasta ese momento, sino de
hacerlo amar. quot;Los ojos siempre fijosquot; en Jesús, continuará su camino.




   JULIO CHEVALIER, SACERDOTE

   El 14 de junio de 1851, Julio es ordenado sacerdote. He aquí un acontecimiento
importante. Quisiéramos detenernos en él. Julio tenía una idea tan elevada del
sacerdote, quot;configuradoquot; con Cristo, haciendo a Cristo presente a los hombres,
corporalmente, plenamente. Y la quot;presencia real” de Cristo en la Eucaristía era tan
esencial para él. Todo lo que había aprendido de los Sulpicianos y largamente
meditado, lo vive ahora en plenitud. Para él, es la realización de la oración de
Jesús: quot;Padre, yo en Ti, y ellos en miquot;.

    Nos gustaría compartir los sentimientos y la meditación de Julio Chevalier, en
ese día de ordenación cuando se hace, para los hombres, sacerdote de Jesucristo,
como Jesús, con Jesús. Pero no, nada o muy poca cosa. Más tarde se encontrará
esta nota: quot;Celebré mi primera misa en la pequeña capilla del jardín, dedicada a la
Virgen Santa. En el momento de la consagración, la grandeza del misterio y el
pensamiento de mi indignidad me penetraron tan hondamente que me deshice en
lágrimas. Necesité del estímulo del santo sacerdote que me acompañaba para
terminar el sacrificio. Día inolvidable..quot;

    Tendremos que contentarnos con esa pequeña idea de su emoción. Es un poco
más que respecto a su primera comunión, pero apenas. Julio Chevalier, que
escribió mucho (entre otros un libro sobre el Sagrado Corazón), no habla nunca de
si mismo, de sus experiencias personales.
Así, no se sabe nada o poca cosa sobre su quot;conversiónquot;, en la época del
subdiaconado, muy poco sobre la conmoción que fue para él el quot;descubrimientoquot;
personal del Sagrado Corazón. ¿Cuándo tuvo exactamente la certeza de que su
vocación era suscitar una congregación de quot;misioneros?” Solamente sabemos que
un día, en su segundo año de seminario mayor, habló del proyecto con el Superior.
Frente a las reticencias de éste, ocultó su proyecto en el fondo de su corazón. Por
el momento.

    Todo da a entender igualmente que el nombre de Nuestra Señora del Sagrado
Corazón no se debe, como se ha creído a menudo, a una súbita inspiración que
hubiera tenido en los comienzos de su pequeña congregación, para quot;agradecer a
Nuestra Señora con un título especial”. Ese nombre, lo llevaba ya dentro, desde sus
años de seminario, pero era su secreto personal. El día en que lo propone a su
comunidad, fue con cierta timidez, casi con pudor, como alguien que pone en la
plaza pública lo que hasta ese momento era para él una cosa íntima.

    Esa reserva, ese pudor, son antes que todo una actitud, un reflejo de pobre. El
pobre no se pone nunca en evidencia. El pobre escucha, pero no habla por sí
mismo, ni sobre si mismo. No habla si no se le interroga, y entonces cuando cree
que es su deber: cuando sabe algo que todo el mundo debe saber, y nadie más lo
dirá, si él mismo no lo dice.

    Julio Chevalier tenía un corazón de pobre. Y eso se debía no sólo al hecho de
haber conocido materialmente la pobreza en su infancia, o que no había tenido
recursos para pagar su pensión. Sobre todo tenía conciencia de una vocación de
sacerdote y, más tarde, de fundador, y conciencia de que esa vocación no venia de
él mismo, de su intuición, de su iniciativa o de su generosidad. Estaba convencido
de haber sido llamado, él, el pequeño Julio, a pesar de las pocas capacidades que
tenía para cumplir tal misión. Cuando habla de su quot;indignidadquot;, no es una manera
de hablar, un estilo. Es una convicción.

    Ya es sacerdote. Tres días después, comienza su ministerio como cooperador
en una pequeña parroquia. En tres años, el P. Chevalier trabajará en tres
parroquias, en lugares completamente opuestos de la vasta diócesis de Bourges.
Cada nuevo sacerdote era enviado así durante sus primeros años de sacerdocio, a
manera de pasantía, de aprendizaje práctico del ministerio, con párrocos enfermos
o de edad avanzada que necesitaban ayuda pasajera.

    Los párrocos que tuvieron al P. Chevalier como cooperador interino se
alegraron de su estancia con ellos. Se mostró, de hecho, muy atento a los consejos
y directivas de los pastores titulares, y al mismo tiempo, lleno de iniciativas. Si,
como él dice, quot;los niños, los enfermos, los pobres, los impedidos eran (para él) el
objeto de una solicitud particularquot;, suscitó también (con la aprobación del párroco)
aquí la adoración perpetua, allá una misa para hombres (que continuaron mucho
después de su salida) o dio nuevo vigor a las asociaciones y movimientos
existentes. Según los testimonios, quot;50 años después, se recordaba todavía el paso
de ese joven cooperadorquot;.
    En la tercera parroquia (Aubigny), el Padre Chevalier asistió al párroco en el
momento de su agonía y de su muerte. Era un buen sacerdote, de edad muy
avanzada. Después dé recibir la unción de los enfermos de manos de su vicario, lo
retuvo cerca de si para hablarle. Cito aquí por completo sus palabras, tales cuales
fueron relatadas más tarde por el P. Chevalier, porque ilustran perfectamente el
quot;pasoquot; de una generación de sacerdotes, a otra. Generaciones tan generosas y
afanosas la una como la otra, pero con una quot;ópticaquot; diferente: una vigilando más
bien el querido rebaño, la otra preocupada por las ovejas perdidas.

    quot;Mi querido padre, voy a morir, pero antes, permítame darle algunos consejosquot;
dice ese sacerdote de la generación del Cura de Ars. quot;En el curso de mi largo
ministerio, me he dedicado demasiado a las almas piadosas y devotas. Les
consagraba largas horas en el confesionario, sin mucha utilidad, y eso en
detrimento de lo que debía a los hombres y los jóvenes, y a mis otros deberes. Es
una falta grande. Por desgracia, esa falta es compartida, lo sé bien, por un gran
número de sacerdotes. Uno se preocupa demasiado de las mujeres y no bastante
de los hombres. Evite este escollo. Que sus preferencias sean para los pequeños,
los pobres, los ignorantes, los abandonados.quot; El P. Chevalier agrega simplemente:
quot;Se lo he prometido.quot;

    Dos semanas después, un nuevo párroco llega a Aubigny y, algunos días más
tarde, nuestro cooperador, ahora disponible, recibe una carta del obispado: su
nuevo destino. Abre el sobre con curiosidad, dispuesto de antemano a ir donde
quieran enviarle.

   Pero su corazón da un salto: ¡es Issoudun! …




   ISSOUDUN



    Para Julio, ese nombramiento es verdaderamente un signo del cielo, el signo.
Recuerda cómo su proyecto de una gran congregación de misioneros había sido
juzgado confuso y utopista por el superior del seminario. El buen Sr. Ruel había
respondido con una proposición un poco irónica: quot;¿Por qué no pensar antes en
convertir primero Issoudun?quot; Julio, convencido de que esa congregación saldría a
luz, había tomado esa réplica como una respuesta divina: había que comenzar
primero en Issoudun. Después nada; nada había venido a confirmar que no se
equivocaba. Había terminado sus años de estudios sin recibir el más mínimo signo
de que su proyecto tenía una pequeña posibilidad de realizarse.

    Pero ese proyecto seguía en su corazón como una certeza. Estaba dispuesto a
esperar. quot;¿Cómo se hará eso?quot; No tenía respuesta, pero sabía que se haría, tenía
confianza. En la paz de su corazón, se había puesto entonces con ánimo al servicio
de la diócesis en el ministerio parroquial, como cualquier joven sacerdote lo hubiese
hecho. Y habían pasado tres años más. Como habían pasado, uno tras otro, en
Richelieu, cuando era simple zapatero y que sabía que iba a ser sacerdote.
Alrededor de él, no lo creían. Y nada permitía esperarlo. Sin embargo, él se
preparaba orando, dedicándose a los pobres, estudiando latín en condiciones
imposibles, y también trabajando con ahínco en su humilde oficio. Tenía entonces
la misma convicción que ahora: cumplir con su quot;deber de estadoquot; era la mejor
preparación para esperar la hora de Dios.

    El nombramiento de Julio a Issoudun era inesperado, y por eso él ve ahí un
signo evidente. En efecto, era la costumbre establecida en la diócesis: después de
tres años como vicario itinerante, bajo la dirección de sacerdotes experimentados,
cada nuevo sacerdote era nombrado párroco en una pequeña parroquia donde
ejercería solo su ministerio. Julio esperaba un nombramiento de ese género. Pero
he aquí que es nombrado nuevamente como cooperador. Pero cooperador en
Issoudun. La alegría lo aprieta. La misma alegría que lo había apretado cuando un
viajero de paso había declarado que estaría dispuesto a pagar la pensión de un
seminarista.

    Julio busca rápidamente la guía de la diócesis para ver los nombres de los
sacerdotes que ya están de puesto en Issoudun y con quienes formará equipo. Hay
el párroco, un sacerdote entrado en edad, el Sr. Crozat. Además hay un vicario,
nombrado solamente algunas semanas antes que él. Y Julio recibe el segundo
choque del día, al leer su nombre: Emilio Maugenest. El P. Maugenest había sido
su condiscípulo en Bourges, y lo consideraba como el más animoso de los
quot;Caballeros del Sagrado Corazónquot;. ¡Sin decirlo nunca, Julio había siempre pensado
que podría ser el compañero ideal para fundar la Congregación de misioneros!

    Pero, ¿qué hacia en Issoudun? Julio lo había perdido de vista: de hecho había
dejado Bourges, antes de terminar el seminario, para entrar con los Sulpicianos en
París. El hecho no había sorprendido a nadie: era un muchacho excelente en todo,
muy capacitado, piadoso, generoso. Y habiendo decidido regresar a su diócesis,
era precisamente nombrado en Issoudun, casi al mismo tiempo que Julio. Todo eso
constituye demasiadas coincidencias para que sean solamente coincidencias. Julio
ve ahí el milagro, la señal esperada. Señal sin duda, pero no es tan cierto que sea
milagros, excepto si se considera que Dios actúa a veces gracias a la buena
voluntad de los hombres.

    Issoudun era un verdadero problema para el obispo y su consejo. Esa ciudad
había experimentado más que otras el remolino de la post-revolución. Habían
tenido lugar motines, reprimidos severamente. La burguesía, poco a poco, había
abandonado esa ciudad por falta de seguridad. Quedaba una mayoría popular,
amargada por el recuerdo de las exacciones pasadas, que quería verse libre de
todo apremio, sea del Estado o sea de la Iglesia. Además, Issoudun, que antaño
contaba con varios conventos, había visto muchos sacerdotes y religiosos
abandonar su estado, durante la Revolución, casarse, criar familias numerosas.
Todos esos escándalos habían alejado de la Iglesia a muchos creyentes.

    El P. Crozat, en 1830, escribía en su informe al obispo: quot;La Revolución moral ha
sido más profunda aquí que en otras partes. En ninguna otra parte, quizá, ha
habido más completa ruptura con el pasadoquot;. Las cosas no habían mejorado mucho
desde entonces. Es cierto que Monjas y Hermanos, con muchas dificultades y hasta
con riesgos y algunos buenos sustos, habían conseguido reabrir dos escuelas.
Quedaban todavía un centenar de familias más o menos practicantes: ¿una
esperanza de fermento en la masa? Pero el Padre Chevalier, a su llegada a
Issoudun, estará un poco pasmado al constatar, por ejemplo, que el catecismo
estaba reducido a 15 días solamente antes de la Comunión. Y se dice que por
mucho tiempo había un solo hombre (¡uno solo!) que comulgaba en la Pascua de
Resurrección.

     quot;¿Qué hacer para Issoudun?quot;, se preguntaban en las altas esferas. La situación
sobrepasaba al buen párroco Crozat. Primero, era de edad avanzada, gastado,
fatigado. Después, ese santo sacerdote, de extrema bondad, era también muy
tímido, poco emprendedor, y no sabía qué hacer. El poco éxito alcanzado en su
actividad pastoral lo había hecho más receloso todavía. Por ejemplo, las viejas
historias que se contaban en la ciudad sobre la poca moralidad de los antiguos
conventos, hacían que el Sr. Crozat tenía miedo de escandalizar. Cuando iba
donde las Hermanas, se revestía siempre de la sobrepelliz, con estola y birrete,
para mostrar que su ministerio, y sólo su ministerio, lo llevaba a donde esas damas.
Generalmente pasaba el resto del tiempo en la iglesia, en un rincón oscuro,
rezando el rosario a lo largo del día. No juzguemos a nadie, y no nos pongamos a
reír. Quizá los humildes rosarios del Sr. Crozat le valieron a Issoudun la gracia de la
venida del P. Chevalier. Entre los miembros del Consejo episcopal, estaba el
Superior del Seminario Mayor. No el Sr. Ruel, sino su sucesor, Sr. Gasnier. Antes,
había sido profesor en la misma casa. Había conocido muy bien a Julio y a los
quot;Caballeros del Sagrado Corazónquot;. Recordaba sus conversaciones a propósito de
Issoudun. Sugirió al obispo, recordando el compromiso de los jóvenes, nombrar
como vicarios, los dos más animosos del pequeño grupo que él había admirado
hacia poco. El obispo se dejó convencer, aunque el P. Maugenest, individuo de
élite, había sido propuesto para la Catedral de Bourges. Y así fue cómo se produjo
el quot;milagroquot;.



   8 DE DICIEMBRE DE 1854

     Julio andaba con rodeos. Hacia un mes que estaba en Issoudun, en contacto
cotidiano con el P. Maugenest. El ambiente era simpático, fraternal. Pero Julio
buscaba una ocasión para abordar el tema de la congregación. Esperaba que su
compañero mencionara los recuerdos de antaño, como sucede a menudo entre
antiguos condiscípulos, y que hiciera alusión a los quot;Caballeros del Sagrado
Corazónquot;. Sería una buena oportunidad para decir:
     quot;Precisamente, a propósito.quot; Pero, nada. Emilio Maugenest no parecía haber
conservado esos recuerdos. Quizá eso no lo había marcado, y Julio se había hecho
ilusiones.

    Julio no se atreve a tocar el tema. Espera un signo. Pero finalmente, no pudo
mas. Se dijo que había recibido ya muchos signos, y que ahora le tocaba a él
lanzarse. Entonces va a ver al P. Maugenest y, sin vacilar, le suelta un largo
discurso (cito textualmente, tal como lo relató): quot;Le dije: Dos plagas consumen
nuestro desdichado siglo, la indiferencia y el egoísmo. Se necesita un remedio
eficaz que pueda aplicarse a esos dos males. Ese remedio se halla en el Corazón
Sagrado de Jesús que es sólo amor y caridad. Además, ese Corazón adorable, que
nos es adicto, no es bastante amado de los hombres. Ignoran todos los tesoros que
encierra. Entonces, se necesitarán sacerdotes que trabajen para darle a conocer.
Llevarán el nombre de Misioneros del Sagrado Corazónquot;. ¡Ya lo dijo! ¡Lo dijo todo!

   El P. Maugenest queda estupefacto. Él también había tenido la misma idea, ya
en el seminario, después de sus conversaciones con Julio. Pero Julio no hablaba
más de eso, parecía haberlo olvidado. Entonces, él mismo no se había atrevido a
hablar primero. quot;Pero tenía ese proyecto en mi corazón desde hace tiempoquot;, agrega
Maugenest. quot;Soy suyo, comencemos en seguidaquot;. Se dan un abrazo, se arrodillan,
con lágrimas en los ojos, para dar gracias a Dios.

    Comenzar en seguida. Muy bien, pero Julio quiere ser razonable: dos pequeños
curas sin recursos y quizá indignos, ¿cómo se atreverían a lanzarse así de cabeza?
Deciden hablar con el buen Sr. Crozat. Si él es favorable, será ya una señal. Un
primer paso también, pues intervendrá seguramente ante el obispo en favor del
proyecto.

   Dicho y hecho. Van a buscar al Sr. Crozat. El tímido Sr. Crozat no contesta de
una vez, reflexiona. Nuestros dos sacerdotes, con mirada suplicante, alzan los ojos
hacia la estatua de la Inmaculada sobre el escritorio. Por fin, el anciano responde
quot;con acento de convicciónquot;: quot;Mis hijos, no sólo comparto sus sentimientos, sino
también los ayudaré con todas mis fuerzas para el establecimiento de una casa de
Misioneros del Sagrado Corazón en Issoudun. Y si la llegan a fundar, no tendré
más que entonar mi 'Nunc dimittisquot;'. Si hubiesen podido, lo hubieran abrazado. Pero
eso no se hacia en aquellos tiempos.

    Queda el problema financiero. Evidentemente, nuestros dos 'fundadores no
tienen un centavo. El Párroco no es rico tampoco. Entonces, Julio propone su
recurso favorito: vamos a hacer una novena. Precisamente, estamos a finales de
noviembre, el 8 de diciembre está cerca. En esa fecha, el Papa Pío IX debe
proclamar solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción.

    La novena comienza el 30 de noviembre, para poder terminar en ese gran día.
El P. Maugenest (quot;un poco artistaquot;) tuvo tiempo de pintar un cuadro que se coloca
delante de la estatua de la Inmaculada: quot;Dos sacerdotes de rodillas. Encima, en el
aire, el Corazón de Jesús arroja sus rayos sobre los dos sacerdotes.quot; Así como lo
dirá más tarde un experto: quot;Si Nuestra Señora ha escuchado su oración, con toda
certeza no fue por amor al artequot;. Nuestra Señora, a decir verdad, mira primero el
corazón del artista.

    Ya lo sabemos, la novena fue fervorosa. Y el 8 de diciembre, misa solemne del
P. Chevalier (con la pintura colocada sobre el altar). quot;El P. Crozat lloraba de
enternecimientoquot;, pero los dos padres estaban muy emocionados también. (Ellos
tres solos conocen él secreto. Ellos solos hicieron la novena). Después de la misa,
avisan al P. Chevalier que un señor desea hablar con él. Se va a la casa curial. El
señor dice que él es sólo un intermediario, y le anuncia que una persona anónima
ofrece 20,000 francos para una obra para el bien de las almas del Berry, con
preferencia una casa de misioneros. Una sola condición: esa obra deberá tener la
aprobación del arzobispo.

    Se puede imaginar el sobrecogimiento del P. Chevalier: quot;Ud. es el enviado del
Cielo, Señor. Es la respuesta de la Virgen María.quot; Y el P. Maugenest, que ha
prolongado su acción de gracias en la iglesia y no sabe nada, llega exaltado:
quot;Tengo la certeza de que esa buena Madre hará el milagro que hemos pedido.quot;
quot;Tiene Ud. razónquot;, responde el P. Chevalier que, lleno de emoción, apenas puede
explicarle que el milagro ya se ha producido.

    A toda prisa van a donde el Párroco para compartir con él la alegría de la noticia
y pedirle que de una vez haga diligencia con el obispo: éste, delante de la señal
evidente enviada por Nuestra Señora, no podrá sino dar su consentimiento. El P.
Crozat no tiene la misma seguridad. Además de su extrema prudencia natural, tiene
también una larga experiencia. Sabe que las autoridades toman raramente sus
decisiones por arranque de exaltación irreflexiva. El P. Crozat piensa que las cosas
van demasiado de prisa. Les pide algunos días para reflexionar.

    Julio Chevalier espera pacientemente. Está acostumbrado a esperar. No se
siente inquieto. Para él, la congregación nació este 8 de diciembre de 1854. El resto
vendrá a su tiempo, como acabó por llegar su entrada al seminario, su
nombramiento a Issoudun. Es Dios quien actúa, que lo hace todo. Su propio
cometido es ser disponible, velar en la oración y en el deber cotidiano fielmente
cumplido: quot;quot;Estén alerta, porque el Señor vendrá a la hora que menos piensanquot; (Mt.
24,44).

    El P. Crozat necesitó un mes de reflexión antes de decidirse a intervenir. Y en el
curso del mes de enero, Julio Chevalier puede, por fin, ir a encontrarse con su
arzobispo, Cardenal Dupont, quot;con una carta de nuestro piadoso Párroco, para
explicarle nuestro proyecto, y darle a conocer la gracia que acabábamos de
conseguir, y pedirle su autorizaciónquot;.

    El obispo se dice impresionado al enterarse de todo, y dispuesto a autorizar esa
fundación misionera, pero se inquieta por el porvenir. 20,000 francos pueden ser
suficientes para comprar una casa (¡una pequeña!), pero ¿después?.. ¿Cómo
subsistirá la Comunidad? Hay que tener recursos asegurados y regulares. Fiarse de
la Providencia está muy bien, pero no se la puede tentar. quot;Si Dios quiere esta obra
de Uds., les enviará lo necesario. Oren a la Santísima Virgen para que termine lo
que ya ha comenzadoquot;. He aquí una manera de hablar que Julio Chevalier entiende
muy bien. quot;Esa manera de hablar, dice él, era la de la prudencia y de la fe.quot;

     Regresa a Issoudun. Y decide hacer otra novena. Está prevista para terminar en
la fiesta del Corazón Inmaculado de María que, ese año, cae el 28 de enero. Pero
ésta no se hará como la primera, en el entusiasmo, la fiebre, la exaltación. Nuestros
dos 'fundadores' sienten que hay que pasar a las cosas serias. quot;Para que la Virgen
tome más nuestros intereses, escriben, hacemos con ella un contrato
Es Emilio Maugenest, el intelectual, que redacta ese famoso contrato, en debida
forma, y con 8 artículos. Está pomposamente intitulado: quot;Contrato establecido
entre la Santísima Virgen y dos sacerdotes del Sagrado Corazónquot;, y sigue así:
quot;Si la Virgen Santa triunfa de las dificultades y realiza la obra pensada. Por nuestra
parte tomamos los siguientes compromisos (resumimos): el nombre oficial de los
miembros de la Comunidad será: Misioneros del Sagrado Corazón, se esforzarán
por cumplir su significación. Tendrán un amor especial hacia el Corazón de Jesús y
el Corazón Inmaculado de María. En agradecimiento a María, la considerarán como
su fundadora, la asociarán a todas sus obras, y la harán amar y honrar de manera
especial. No predicarán ni oirán confesiones sin hablar de Jesús y de María.
Imitarán la vida escondida e interior de María. En su vida apostólica, imitarán su
celo por la salvación de las almas.quot; A continuación son previstas las fiestas
patronales, principales y secundarias, las imágenes que adornarán sus capillas.
Para mostrar que no son soñadores, y que la preocupación por las cosas concretas
es necesaria en una sociedad bien organizada.

    Hay algo infantil, conmovedor en ese 'contrato' redactado en una forma que se
quiere oficial, jurídica, completamente seria, pero que tiene también su lado
desmañado, pomposo, un poco improvisado. Sin querer hacer una primera quot;Reglaquot;
de la Congregación (se trata solamente de conseguir la gracia de la intervención de
María), muchos puntos esenciales se encuentran allí: el Sagrado Corazón que hay
que predicar en todas partes, la misericordia, el amor especial hacia María.

    El 28 de enero, en la fiesta del Corazón Inmaculado de María, durante la misa
mayor, el 'contrato' es colocado solemnemente sobre el altar. Quizá nuestros dos
misioneros en ciernes esperan un poco un nuevo quot;milagroquot; como el del 8 de
diciembre. Pero no habrá milagros. Será mucho más sencillo. El buen P. Crozat va
a encontrarse con sus dos vicarios después de misa. Les dice que él no ha
permanecido inactivo, y que ha buscado. Tiene mucho gusto en anunciarles quot;que
una dama generosa, inspirada por la gracia, promete una renta anual de 1, 000
francos, por el tiempo que los necesiten.quot; ¡Buen P. Crozat! ¡Bienaventurada
bienhechora anónima!

    quot;Nuestro júbilo estaba en el colmoquot;, escribe el P. Chevalier. Su alegría no viene
solamente de la seguridad de esos recursos suficientes (1,000 francos de esa
época deben corresponder más o menos a 100,000 francos de hoy). Los recursos
no eran su verdadero problema. El conoce la pobreza, y no tiene temor a quot;tentar la
Providenciaquot;. Lo que sabe ahora es que el obispo no podrá negarle su autorización.

     De hecho, el obispo queda muy impresionado. quot;El dedo de Dios está ahí, lo
veo, dice. Someteré su proyecto a los miembros de mi Consejo y les daré a
conocer a Uds. su decisiónquot;. Todo parece ir lo mejor posible. ¡Ay! El Consejo, por
unanimidad, rechaza el proyecto de una congregación en Issoudun: jóvenes sin
experiencia. Será un fracaso. La autoridad de la diócesis estará comprometida y
ridiculizada. El obispo, sintiéndose obligado por su promesa, vuelve a proponer el
asunto en tres reuniones del Consejo. Cada vez recibe la misma negativa tan
categórica como unánime.
Julio Chevalier Tostain
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Julio Chevalier Tostain

  • 1. El Padre Julio Chevalier, msc ¿Quién es? … Padre Jean Tostain, Misionero del Sagrado Corazón Traducción al español: P. Raymundo Savard msc
  • 2. PREFACIO En el prefacio de la edición francesa, el P. Daniel Auguie msc, Rector de la Basílica de Nuestra Señora del Sagrado Corazón de Issoudun, Francia, escribió: “Faltaba una publicación para el publico dando a conocer la riqueza espiritual del P. Chevalier y su gracia por nuestro tiempoquot;. Si faltaba una publicación sobre nuestro fundador en su país de origen, ¿cuanto más aquí en el México? Para nosotros, esa publicación es una gracia. Al final del siglo pasado, llegó aquí la devoción a Nuestra Señora del Sagrado Corazón. En los años 1940, ante tan maravilloso acontecimiento, 1a Iglesia mexicana pidió al Papa Pío XII, el privilegio especial que sea coronada en nombre del Papa la imagen en la Catedral Metropolitana de México por el Arzobispo de México, Dn. Luis María Martínez. Esa coronación tuvo lugar el 26 de septiembre de l948. Desde entonces muchas iglesias tomaron el nombre de Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Hoy en día, contamos 26 parroquias con este nombre en todo el país. Entre ellas, 14 se ubican en el Distrito Federal. Recientemente, el 19 de marzo de 1994, el templo Parroquial de San José y de Nuestra Señora del Sagrado Corazón fue honrado con el título y dignidad de Basílica Menor por el Sr. Ernesto Corripio Ahumada, Arzobispo de México. Todo este desarrollo se hizo sin que lo MSC estuvieron presentes en México. Ahora que estamos presentes, muchas personas, tanto párrocos como feligreses desean conocer más acerca de esa devoción. Esta publicación nos ayudará bastante. Esta publicación es una gracia para la pastoral vocacional. No teníamos nada que dar a los futuros candidatos para que conozcan la vida del P. Chevalier. Esta publicación es una gracia en ese primero año de preparación al Jubileo del año 2000. El hecho de acercarse a la vida de nuestro fundador para profundizar el carisma que Jesús nos dio, el de ser Misioneros de su Corazón, hace que nos unamos a la preocuapción de la Iglesia: volver a descubrir Jesucristo como nuestro Señor y Salvador. Aprovechando el Encuentro de Formadores y Superiores MSC 1997 de la CA- MSC, quiero presentar esta herramienta promocional y agradecer tanto al P. Tostain como al P. Savard, por el gran servicio que nos están dando. De manera especial, quiero subrayar el esfuerzo y la rapidez con la cual el P. Savard respondió a la invitación de traducir la publicación del P. Tostain. Juan Lucas Couture, msc Promotor vocacional de México.
  • 3. ENCUENTRO Julio de 1859. Ya pasaron las doce del mediodía. Un sacerdote toca a la puerta de la casa curial de Ars. Tiene expresión enérgica, sotana gastada: es el Padre Julio Chevalier. Tiene 35 años de edad. Un amigo lo ha llevado a hacer una peregrinación a la Salette, y quiso, cueste lo que cueste, darse una vuelta él solo en dirección de Ars. Necesita consejo, estímulo: ¿quién mejor que el santo cura, cuya fama se ha extendido en Francia entera, podría dárselos?. Cinco años antes, Julio Chevalier fundado una pequeña congregación, en Issoudun, con un gran propósito y la certeza de que tiene que cumplir una misión esencial, la de dar a conocer a los hombres que Dios es amor. ¡Inmenso proyecto!. Muchas congregaciones han nacido en esa primera mitad del siglo 19, donde las necesidades de la Iglesia son tan grandes. Cada una con un fin preciso: la educación, la enseñanza a los pobres, la evangelización de los campos, las misiones al extranjero. Julio Chevalier no rechaza ningún apostolado, o mejor dicho acepta todo de antemano, pero su fin es más grande: decir a los hombres que Dios los ama, decirlo en todas partes, decirlo a todos. Su obispo lo apoyó, pensando que debía estimular todas las buenas voluntades, y que la diócesis no podía sino aprovechar un nuevo centro que irradiaría en toda la región. Pero, después de cinco años, ¡la quot;Congregaciónquot; de los quot;Misioneros del Sagrado Corazónquot; contaba sólo con dos miembros! Los resultados tangibles no parecen responder a las expectativas. Se habla de confiar a los dos sacerdotes la parroquia de Issoudun, y minimizar ese proyecto de familia religiosa que no llega a concretizarse. Nadie ha contestado su timbrazo. Indeciso, Julio Chevalier toca otra vez. Se oye el ruido de un paso precipitado, y la puerta se abre con violencia. Un sacerdote muy enojado se hace presente. ¡El ver que el que ha tocado el timbre es un sacerdote no lo apacigua, todo lo contrario! quot;No podía ser más que un sacerdote para ser tan sinvergüenza. El Señor Cura no recibe.quot;. Y da un portazo. ¡Juan María Vianney, el humilde Cura de Ars, parece bien protegido ahora! El P. Chevalier se va, triste por haber fallado en su diligencia. Pero no tiene tiempo de ir muy lejos. Una voz lo llama: quot;¡Señor cura, Señor cura!quot; Es el mismo sacerdote de antes. quot;Excúseme, se lo ruego, mi mal humor. ¡Pero nos molestan tanto! ¡Entre! En un momento, lo espero, el Sr. Cura podrá recibirlo. Estaba muy cansado, pero a lo mejor.quot; ¡Qué cambio tan brusco! Con toda seguridad, el Cura Vianney oyó la negativa e insistió en recibir al visitante importuno. Está siempre a disposición de todos. Aquí está, el santo Cura, con su sobrepelliz sobre el brazo: va a confesar como lo hace todos los días, hasta 18 horas al día. Pálido, demacrado, los ojos muy vivos hundidos en sus órbitas. Muy emocionado, el P. Chevalier al momento lo pone al tanto de su pequeña fundación y del fin que se propone. El Cura de Ars contesta. quot;¡Esta obra es la obra de las obras! ¡Tenga confianza! Ud. se encuentra en el comienzo nada más de sus pruebas. Ud. verá muchas más. El infierno utilizará todos sus recursos para destruir su obra, llamada a salvar muchas almas. Pero el Corazón de Jesús y su buena Madre intervendrán.quot; ¿Palabras piadosas? ¿Trivialidad de circunstancia? Sí, si se quiere, como todo lo que dice el Cura de Ars. Nadie, después de su muerte, se ha atrevido a utilizar
  • 4. sus sermones, sus quot;catecismosquot;, que él escribía laboriosamente, cada día, en la sacristía: son de una trivialidad desconcertante. Juan María Vianney no es un orador, es un ignorante. Todo está en su mirada, su convicción. Las palabras son accesorias nada más. El Cura de Ars convirtió las multitudes diciendo trivialidades con una fe ardiente. El pueblo cristiano no se ha equivocado. El gran Lacordaire mismo fue turbado al escucharlo hablando de la Santísima Trinidad. Julio Chevalier también está emocionado, convencido, reconfortado. Vuelve a hablar para pedir al santo Cura que haga con él una novena. Es la costumbre del P. Chevalier. Cada vez que se encuentra en un momento importante, que tiene que tomar una decisión, hace una novena. El Cura de Ars se lo promete. Él hará la novena. Julio Chevalier regresa a Issoudun revigorizado. Algunos días después, se entera de la muerte de Juan María Vianney. Nuestro santo continúa la novena en el cielo. Y como ha entrado en la eternidad donde el tiempo ya no corre, la novena durará hasta el fin de los siglos. ¡Dichosos los Misioneros del Sagrado Corazón! El encuentro de esos dos apóstoles - el uno quot;acabando la carreraquot;, como decía san Pablo, y el otro entrando en ella - es el encuentro de dos generaciones de sacerdotes que re-evangelizaron a Francia lastimada por la tormenta de la Revolución. La primera, con pocos recursos, ha querido salvar y restablecer lo esencial. La segunda emprendió una tarea en profundidad, con una gran preocupación por la apertura al mundo. No se puede comprender bien el rol y el sitio del P. Chevalier, y su vocación, si no se le sitúa en su contexto histórico. El mensaje de Julio Chevalier es universal. Pero tiene su fuente y se desarrolló en circunstancias particulares. Julio Chevalier es primeramente el hombre de una época antes de ser un apóstol para los siglos venideros y para el mundo entero. ¿Cuál fue esa época? ¿Cómo él llegó a eso? ¿Quién es Julio Chevalier? ¿Cuáles son las circunstancias que lo rodearon? ¿En qué circunstancias Dios lo llamó para proclamar su mensaje de amor? Es preciso echar una mirada a los tiempos que han engendrado tal ímpetu, llama tan grande. DESPUÉS DE LA TORMENTA, LAS PRIMERAS VOCACIONES. Para todos los patriotas franceses, el 18 de junio de 1815 es una fecha muy memorable. Pues fue el desastre de Waterloo. Al día siguiente, 19 de junio, en Lyón, un pequeño cura era ordenado subdiácono. Era Juan María Vianney. Su ordenación no tiene nada que ver con Waterloo. Si Napoleón hubiera vencido, nuestro futuro santo hubiera sido ordenado igualmente. Pero la coexistencia de las dos fechas nos ayuda a situarnos mejor. 1815, es el final de Napoleón, el definitivo, después de su reaparición de 100 días. Un nuevo régimen comienza. ¿Nuevo? No tanto, pues se da a sí mismo el nombre de quot;la Restauraciónquot;. Francia está saliendo de los 25 años más agitados de su historia; quizá los más terribles, con sus grandezas anegadas en abismos de destrucción y terror. Sin embargo, la Revolución no había empezado mal. El 5 de mayo 1789, se abren los llamados Estados Generales donde el clero está bien representado. Han sido preparados con los quot;Cuadernos de quejasquot; redactados en cada parroquia. Esos quot;Cuadernosquot; presentan deseos de reforma para la Iglesia y para los sectores de la vida nacional. No se nota ninguna animosidad contra la religión. Se abre la
  • 5. asamblea con una procesión muy solemne. El 4 de agosto, en la euforia, el Clero renuncia, así como la Nobleza, a sus privilegios. Los pequeños curas de parroquia no tienen privilegios. Se trata entonces del Alto Clero que está, en realidad, muy ligado a la nobleza. Todavía no hay nada que temer. La igualdad y el compartir son virtudes bastante evangélicas. Después, se produce la Declaración de los Derechos del Hombre (26 de agosto). En sí, los cristianos no tienen nada en contra. Hasta el día de hoy, cristianos y sacerdotes, en todas partes del mundo, son encarcelados, torturados, muertos, por defender ese principio de que todos los hombres son hijos de Dios, es que todos tienen el derecho estricto de ser respetados integralmente. Pero en 1789, esos quot;Derechos del Hombre y del Ciudadanoquot;, principios fundamentales del nuevo régimen, huelen mal. Porque son inspirados en las doctrinas de los Filósofos de la Iluminación. De acuerdo con esas doctrinas, la religión es considerada como una forma de opresión y entonces no podemos estar de acuerdo con ella. El panorama se está poniendo oscuro. Sin embargo, lascosas van a deteriorarse rápidamente por otro motivo. Al Estado le falta dinero (por ese motivo el Rey había convocado los Estados Generales). En muy poco tiempo se aprobará la solución cómoda de Talleyrand (entonces obispo): todos los bienes del clero pasan a ser bienes nacionales. ¡Así de sencillo! Es verdad que los monasterios eran ricos. Pero esa transferencia de propiedades, sin precedente ni moderación, va a arruinar la Iglesia, quitarle sus lugares de culto que fueron saqueados, utilizados como canteras de piedras o destinados a usos totalmente profanos. La burguesía y los ricos campesinos que consiguieron esos bienes nacionales a precio irrisorio, estarán en adelante a favor de la Revolución y en contra de la Iglesia, por temor a que se les quiten los mismos. Puesto que los monasterios ya no existen, la Constituyente prohíbe los votos religiosos (13 de febrero de 1790). Antes de la Revolución, es verdad que los monasterios conocían un período de decadencia y sus efectivos estaban bastante reducidos. Con este nuevo golpe, parece acercarse el fin. En su afán de reforma, la Constituyente no para: las diócesis se adecuarán en adelante a los departamentos oficiales (se reducen de esta manera de 135 a 85). Los obispos y los curas serán elegidos por los electores, comprendidos los no- católicos, como cualquier otro civil elegido. El rey Luis XVI, de carácter débil, acaba por aprobar esa quot;Constituciónquot;. De mala gana, es verdad, pero aun así la promulgó. Se produce el desasosiego completo en el clero. 32 obispos diputados (de la Constituyente) elevan su protesta. Como respuesta, la Asamblea exige que todos los miembros del clero presten juramento de fidelidad a la Constitución. De ahí resultó la desunión total: hubo sacerdotes quot;refractariosquot; (rebeldes) perseguidos, masacrados cuando cogidos (cerca de 35,000 se exilaron), y “juradosquot; (renegados) en los que la población no tenía confianza. El Papa Pío VI condena firmemente la Constitución Civil del Clero y la Declaración de los Derechos del Hombre en su forma presente. Pero, ¿que importaba el Papa? Crece la persecución. El Rey, símbolo del orden anterior, es ejecutado en la guillotina. Las ejecuciones colectivas se multiplican (300 sacerdotes en un mismo día cuando los masacres de septiembre de 1792 en el centro de París, y centenares más en otras Provincias). Se estableció el quot;Terrorquot;, llevado a su paroxismo desde septiembre '93 hasta julio '94. Por esa fecha, se puede decir que todo culto exterior ha desaparecido en Francia. La caída de Robespierre (27 de julio 1794) señala una pausa en esa furia de
  • 6. destrucción. El 21 de febrero de 1795, la Convención reconoce la libertad de culto. La Iglesia recobra un poco de aliento y trata de organizarse. Una especie de concilio de Francia se reúne en París. Las quot;Misionesquot; se multiplican en los campos, en las granjas, dondequiera. Laicos aseguran la enseñanza del catecismo, mal que bien. Pero en 1797, el Directorio, temiendo un resurgimiento monárquico, endurece otra vez su política hacia la Iglesia. Numerosos sacerdotes son arrestados, deportados a Guyana o fusilados. A la llegada de Napoleón (9 de noviembre 1799), no hay cambio al principio. Pero el hastío de tanta violencia va a inclinar los espíritus hacia la solución de un compromiso. Napoleón piensa que él no puede gobernar sin una reconciliación religiosa de los franceses. Por pura política entabla negociaciones con el delegado del Papa Pío VII: llevarán al Concordato de 1801. Consecuencia: todos los obispos del Antiguo Régimen deben renunciar. El Primer Cónsul (Napoleón) nombrará él mismo a los obispos a los cuales el Papa dará la institución canónica (no hay más que 60 diócesis). El gobierno asegura el sueldo del clero (pero no hay nada para los religiosos porque Napoleón no los quiere). Los poseedores de bienes nacionales no serán inquietados. Una vez firmado el Concordato, Napoleón le agrega 77 quot;Artículos Orgánicosquot; para hacer de la Iglesia de Francia la Iglesia galicana, que había sido antaño un sueño de algunos; una Iglesia, instrumento de su política del gobierno. El Papa protesta. Sin resultado. ¿Qué puede hacer el Papa? Todo eso no constituye la paz soñada por la Iglesia, pero es una clase de paz que le permitirá comenzar a sanar sus heridas. La libertad de culto es declarada solemnemente en Notre-Dame de París, el 18 de abril de 1802. Las diócesis se organizan lentamente. Faltan sacerdotes, pero las vocaciones son numerosas. Los nuevos sacerdotes tienen poca formación, pero les sobra buena voluntad. Aquí y allá, tímidamente, se abren seminarios. Se necesitará tiempo para ver los resultados Así llegamos al año 1815: Waterloo, la Restauración, Juan María Vianney. Si menciono mucho a este último, es porque es muy conocido. Y, contrariamente a lo que se piensa, no es realmente una excepción. El pequeño Cura de Ars era un santo, un gran santo, pero era el reflejo de toda una época. Juan María Vianney, en su pequeña aldea perdida de Ars, hace muy bien lo que una legión de pequeños sacerdotes trata de hacer, cada uno en su rincón. ¿Quiénes son esos sacerdotes desconocidos? Primero, son hombres traumatizados al ver a Francia tan rápidamente y tan totalmente descristianizada. A lo mejor debería decir paganizada. quot;Dejen una parroquia veinte años sin sacerdote, y allí adorarán los animalesquot;, decía el Cura de Ars. No era un aviso, sino una constatación. Esos sacerdotes tienen poca instrucción. No hay seminarios todavía. Uno pasa sólo un año o dos con un cura viejo que ha sobrevivido a la tormenta. Se estudia un poco de latín, pues todos los libros religiosos están escritos en latín, y se estudia un poco de teología (lo que se puede). Los candidatos pasan un examen ante el obispo, pero son juzgados más según su piedad y sus motivaciones que según sus conocimientos intelectuales. Hay que arar con los bueyes que se tiene. Juan María Vianney, vocación retardada más que tardía, y particularmente duro de cabeza para aprender en los libros, será finalmente aceptado, después de mucha vacilación, y enviado a una muy pequeña parroquia alejada. quot;Si no hace el bien allí, a lo menos no hará ningún malquot;, dice el obispo. Esos curas del principio del siglo 19 son pobres, muy pobres. El quot;sueldoquot;
  • 7. previsto por el Estado es muy bajo; además depende de las municipalidades; ellas mismas muy pobres. Es abonado solamente a los titulares de parroquias reconocidas (los curas), y no a los otros (cooperadores). El Cura de Ars era cooperador. Todo el mundo conoce sus pobres alimentos. Pero era cosa ordinaria en muchas casas parroquiales. Encima de eso, sin embargo, esa generación de sacerdotes es llevada por un impulso que no podemos imaginar. La Revolución, ese período horroroso que ha acabado con todo, la Revolución ha terminado. El Rey regresó. Ahora es el momento de la quot;RESTAURACIÓNquot;. Se va a restaurar la Iglesia también; van a reconstruirla, a rehacer de Francia una cristiandad como antes, y aun más bella que antes. Predicarán sobre todo el retorno, la conversión, la penitencia. Si el Cura de Ars tuvo éxito, es primeramente por su oración y sus propias penitencias, pero también porque se mostró particularmente severo. Juan María Vianney prohibía los bailes, cualesquiera que sean; eso es bien conocido. Pero predicaba también mucho sobre el infierno y sobre las pobres almas que se condenan por toda la eternidad. Y cuando los feligreses asustados iban a confesarse, sucedía que negaba la absolución, a veces varias semanas seguidas, hasta que hubiera señales exteriores de conversión visible. Al mismo tiempo, los curas tratan de devolver a Dios toda la gloria que le es debida. Multiplican las procesiones. El Cura de Ars, tan pobre, encuentra la manera de comprar los mejores ornamentos sacerdotales de su tiempo. Sueña con transformar su pequeña iglesia para hacer un edificio suntuoso: los trabajos se realizarán después de su muerte según los planos preparados por él. ¿Cuál será el resultado de ese impulso de quot;restauraciónquot; de la Iglesia a mediados del siglo? El balance es incierto. Cierto que la parroquia de Juan María Vianney se convirtió (quot;Ars ya no es Arsquot;, dice), y la muchedumbre acude hacia el santo hombre. Pero Ars es un islote en el océano, y su cura es verdaderamente un gran santo. ¿Qué sucede en otras partes? Es muy variable, según las regiones En 1850, si en Vandea se cuenta un 90% de practicantes, en la región parisina 10% comulga en Pascua. En Orleáns, 4% de los hombres y 20% de las mujeres lo hacen. Y así sucesivamente. La buena voluntad de los sacerdotes no fue suficiente. Uno se da cuenta que el sueño de una Iglesia quot;como antesquot;, no era más que eso, un sueño. No se puede volver quot;como antesquot;, hay que ir hacia quot;adelantequot;. Demasiadas cosas han cambiado, y siguen cambiando. En la población rural, la gente no entiende lo que pasa en París. El rey constitucional ya no es el rey de antaño. Luis XVIII es un carácter flojo que vacila entre laxismo y autoritarismo. Quisiera ser, al mismo tiempo, el que restablece los valores antiguos y ser el guardián de los 'logros de la Revoluciónquot;. Carlos X, célebre por sus desenfrenos, se volvió un beato ridículo. Sus leyes torpes suscitan una ola de anticlericalismo. Se producen motines en París (el arzobispado es devastado). El rey es derrocado y reemplazado por Luis-Felipe (llamado quot;Felipe-Igualdadquot;). Su reino terminará con la revolución de 1848. Se proclama la República. Ya uno se siente desorientado. Demasiados cambios en poco tiempo. Uno no sabe a donde agarrarse. En vez de hostilidad, la indiferencia se generaliza. ¡La indiferencia! Es la que va a suscitar nuevos apóstoles. El Padre Chevalier con muchos otros. Están mejor preparados que sus mayores, pero la tarea les parece más difícil todavía.
  • 8. LA SEGUNDA OLA La visita que hizo el P. Chevalier al Cura de Ars nos ha permitido asistir al encuentro de dos generaciones diferentes de sacerdotes. No podemos creer, sin embargo, que hubo interrupción, o cambio brusco. Poco a poco, después de Napoleón (y aun antes), las transformaciones fueron preparándose y se realizaron. No podían hacerse de un día para otro. Se necesitaba tiempo para ver cómo se operaban lentamente los cambios. Millares de parroquias fueron reabiertas. Para proveerlos con sacerdotes, los seminarios fueron reorganizados y confiados, en su mayoría, a los Sulpicianos. Los candidatos al sacerdocio siguen el escalafón: seminario menor, y cinco años de seminario mayor. Los estudios son sólidos, la formación espiritual lo es todavía más. Al mismo tiempo, se ve un verdadero fenómeno propio de esa época post- revolucionaria en la Iglesia de Francia: centenares de Congregaciones religiosas salen a la luz. Algunas antiguas renacen (los Jesuitas tienen problemas: se desea su presencia en las diócesis, pero son mal vistos por los sucesivos gobiernos), pero sobre todo una multitud de pequeñas congregaciones nuevas, de hombres y de mujeres, que quieren responder a una necesidad particular. ¡Había tanto que hacer! Muchas se consagran a la enseñanza, primaria y secundaria, principalmente para los pobres; otras se dedican a la evangelización de los campos y a las quot;misionesquot; parroquiales. Pero se está muy abierto también a las Misiones quot;extranjerasquot;. La mayoría de esas Congregaciones son quot;diocesanasquot; y quieren responder a una necesidad local: muchas desaparecerán en el siglo siguiente o fusionarán con otras. Pero muchas otras conocerán un desarrollo extraordinario, y tendrán influencia en el mundo entero. Este florecimiento de Sociedades religiosas se explica sobre todo a partir una convicción muy fuerte, que frente a la urgencia es necesario darse íntegramente, consagrando totalmente su vida. Luego se tiene conciencia de que los esfuerzos dispersos o aislados son difíciles y sin futuro. El apoyo de una comunidad es una fuerza y una seguridad de continuidad. (Sin embargo, existe otro motivo que hay que tener en cuenta sin exagerarlo: los seminarios diocesanos no son gratuitos, y las vocaciones de gente pobre, en una Francia pobre, son muy numerosas. Las Congregaciones se hacen cargo de todos esos jóvenes de buena voluntad. Lo que no excluye en ellos, al contrario, las otras motivaciones: don de sí mismo y búsqueda comunitaria). Sacerdotes bien formados, en creciente número, religiosos y religiosas que no desean más que dedicarse en la quot;viña del Señorquot;. Se podría creer que la Iglesia de Francia estaba en vía de recuperación. El asunto no es tan sencillo. La situación ha cambiado mucho, y las mentalidades también. La generación del Cura de Ars tenía como primera preocupación el traer de nuevo al redil a los hijos pródigos, juntar el rebaño dispersado por la tormenta. Se podía pensar, a pesar de las apariencias, que Francia era, a pesar de todo, un país cristiano, un país de cristianos desamparados, abandonados. Bastaba con devolverle al buen camino. Pero la tarea que se presentaba inmensa, se verá todavía más difícil de lo que se pensaba.
  • 9. Primero, existe una nueva realidad: la Revolución ha dejado, bastante difundido en todos los estratos sociales de la población, un anticlericalismo que anteriormente era exclusivo de los intelectuales y descreídos de París. Hubo demasiadas cazas de curas, esos quot;enemigos del puebloquot;, durante 20 años. Forzosamente queda algo de la mentalidad. Y también existe mucho respeto humano, sobre todo en los hombres. Después de aclamar las quot;ideas nuevasquot;, no se quiere ser tildado de retrógrado. La separación de la Iglesia y del Estado, la terminación del monopolio de la Iglesia en la enseñanza, todas son ideas que se abren camino hasta los rincones más alejados, gracias a los periódicos que empiezan a multiplicarse y son distribuidos en los pueblos por los vendedores ambulantes. El sueño de una restauración a la situación quot;como antesquot; no no encuentra eco. Pero la nota dominante es la indiferencia. Es un fenómeno nuevo que se está generalizando. Bajo el Antiguo Régimen, la religión era parte integrante de la sociedad. No se podía uno imaginar la vida pública, aun la vida a secas, sin la religión (religión de estado). Incluso la llegada del Protestantismo, y las divisiones que traerá, no había cambiado ese estado de ánimo. Se aceptaba o no la posibilidad de un estado protestante, pues un país protestante hubiera permanecido un país religioso, como en otras partes de Europa. Pero ¡ un país sin Dios! Esa idea no cabría en la mente de la población. Eso no quiere decir que cada habitante del Reino tenía una fe viva y sincera, sino que la religión era parte del marco de su vida. No se podía prescindir de ella. El clero, los monjes a menudo sufrían burla, eran caricaturizados, pero de la misma manera que hoy caricaturizamos a nuestros hombres políticos, a pesar de que no pensamos vivir sin ellos. Ese quot;marcoquot; religioso podía aparecer a veces como un marco vacío y hueco, pero a lo menos era un marco: permitía pegarse a Dios en cualquier momento. Se admitía que se vivía como pecadores. Pero los pecadores no son personas sin Dios, pues por definición el pecado es una falta contra Dios. Luis XIV despedía a su querida durante la Cuaresma para poder comulgar en Pascua, pero la volvía a recibir más tarde. ¿Hipocresía? ¿Debilidad humana? Todo lo que se quiera, pero no era indiferencia. Y los más libertinos tenían miedo a una sola cosa: morir sin los sacramentos. Se bautizaba a los niños al nacer: eso permitía instruirlos más tarde (más o menos bien) y luego dar a cada uno la posibilidad de oír la llamada de Dios y responderle. Pero ¡la indiferencia! Esa indiferencia que penetra poco a poco en una población que ha visto demasiados cambios, demasiadas verdades sucesivas y contradictorias, afirmadas todas con la misma violencia. Todo lo que se llamaba institución parece vacilar. La Revolución, el Imperio, los reyes constitucionales que nadie respeta, la República, y ¿qué más? El marco se ha desvanecido. No es oposición, no es odio a Dios, como se conocerá en el siglo siguiente bajo los regímenes comunistas. ¡No! Es solamente indiferencia. ¿Dios? No se piensa en él; eso es todo. Hay otras preocupaciones. La vida es dura. Las hecatombes de las guerras napoleónicas han cavado grandes huecos en las fuerzas vivas del país. Se vive pobremente. El éxodo rural comienza, y una clase obrera miserable se crea en las ciudades, hecha de gentes desarraigadas que han perdido todos sus puntos de referencia. Nosotros, que llegamos al siglo 21, conocemos bien esa indiferencia que ha continuado desarrollándose por causa del desasosiego del mundo obrero, y que se ha instalado después por un motivo opuesto: la llegada del confort y de la sociedad de consumo. ¿Dios? ¿Para qué? Pero para el P. Chevalier y los sacerdotes de su generación, el descubrimiento
  • 10. de la indiferencia que se generaliza es un choc, una conmoción. Ellos ven en ella la fuente de los males de su tiempo, de todos los tiempos. Cuando Dios está ausente, ¿sobre qué regular su vida y la vida de la sociedad? Entonces no van a predicar tanto sobre la vuelta a la quot;prácticaquot; religiosa y la necesidad de la penitencia, sino que van a hablar de Dios. Dios al que hemos olvidado. Tomando conciencia de que el pueblo cristiano no está compuesto solamente por hijos pródigos que hay que regresar al camino derecho, sino más bien por ovejas perdidas, errando sin meta, recuerdan la ternura de Jesús para con ellas: quot;Viendo al gentío, se compadeció porque estaban cansados y decaídos, como ovejas sin pastorquot; (Mateo 9,36). LOS SULPICIANOS Hablar de Dios a los hombres. Julio Chevalier ha sido bien preparado, como muchos sacerdotes de su generación, por la formación recibida en el Seminario Mayor de Bourges. La enseñanza es dada por los sacerdotes de San Sulpicio. Los Sulpicianos, del Seminario de San Sulpicio en París, son algo serio. Es también una larga historia, ligada a la Iglesia de Francia. Es el Concilio de Trento (un concilio capital después de la primera ola del Protestantismo) que, el primero, decretó la necesidad de abrir seminarios. El Concilio duró 20 años (1545-1563). Se necesitó más tiempo todavía para aplicar sus decretos. Pues es Vicente de Paúl quien, el primero en Francia, más o menos 100 años después, empieza reuniendo a los candidatos al sacerdocio. Se trata de un retiro de once días que presenta a los ordenados lo esencial de la teología. Pero Vicente inventa también la formación permanente del clero, en las quot;Conferencias de los martesquot;. Poco a poco se instalan seminarios en todas las diócesis, en forma de sesiones de algunos meses primero, y después de un año, para llegar, en la víspera de la Revolución, a dos años (en el tiempo de Julio Chevalier, 50 años más tarde, el ciclo será de 5 años). Los obispos confían la dirección de sus seminarios a los Sulpicianos, a los Lazaristas (fundados por San Vicente de Paúl) o a los Eudistas (San Juan Eudes). Todos tienen el mismo origen. Tenemos que estudiar su historia para conocer las fuentes de Julio Chevalier y comprender cuáles son las raíces de su Congregación. Esa historia tiene su origen en Pedro de Berulle, un teólogo y un gran maestro espiritual (1575-1629, inmediatamente después del Concilio de Trento). Berulle es el que introdujo en Francia las Carmelitas. Pero sobre todo elaboró una teología del sacerdocio que dejará huellas en varias generaciones de sacerdotes. Pedro de Berulle, sacerdote, era de la nobleza. Empezó renunciando a todos sus beneficios. En esa época, era un hecho extraordinario, pues uno se hacía sacerdote más bien para asegurarse ganancias. Vicente de Paúl, por ejemplo, pequeño sacerdote oriundo de Flandes, sube a París con la firme esperanza de encontrar un puesto remunerador. ¡Y encontrará a Cristo en los pobres! Pero Berulle es también un sabio erudito. Ahora bien, en su tiempo florece lo que se llama el quot;Humanismoquot;. Se redescubre el pensamiento griego y latino, se es aficionado a la experiencia, al vértigo de la razón. El gran Descartes trata de
  • 11. vincular la fe y la razón: es trabajo arduo. Pero Berulle arranca desde un punto de vista tan simple como profundo. A Dios, no lo conocemos; pero, Jesús, Hijo de Dios, tiene una existencia histórica. Es algo concreto. Entonces es a partir de Jesús que hay que ir hacia Dios. Berulle escribe una quot;Vida de Jesúsquot;. Muy extraordinaria esa quot;Vidaquot;, pues se termina con el nacimiento del Salvador. Es una contemplación de la persona de Cristo: a la vez la persona de un hombre y la persona de un Dios. Berulle se admira de ella profundamente. Pues Dios no es ya el inaccesible, podemos alcanzarlo por Cristo. quot;En él, Dios incomprensible se deja comprender, Dios inaudible se hace oír, Dios invisible se deja ver.quot; Por él, con él, en él, Dios se hace cercano a nosotros. La única oración que vale a sus ojos, es la de Cristo: nuestra única manera posible de orar es pues unirnos a Cristo. El Hijo de Dios comparte todo con su Padre: unidos a Cristo, compartimos toda su riqueza, su santidad, su gracia. Entonces tenemos una sola meta: ser otros Cristos, ser Cristo. Berulle no inventa nada, redescubre lo que decía san Pablo: quot;Mi vida es Cristoquot;, quot;Formamos un solo cuerpo en Cristoquot;, quot;Herederos de Dios, coherederos con Cristoquot;. Podríamos agregar decenas de citas: quot;Ya no vivo yo, es Cristo que vive en míquot;. ¡Qué maravilla! Quizá somos menos sensibles a esa admiración, porque para nosotros son cosas que nos han enseñado en el catecismo. Tenemos la impresión que lo sabemos todo eso. Pero conocer y experimentar son dos cosas. Los santos son los que han experimentado eso. Cada día hay gente nueva que escribe también quot;Vidas de Jesúsquot; en su propia vida. Julio Chevalier sabrá admirarse muy temprano. La palabra de san Pablo que le gustará más es: quot;Los ojos fijos en él.quot; (Heb. 12,2). Nunca quot;perder de vistaquot; a Cristo Jesús: será su línea de conducta. Y desde la primera redacción de la Regla de su Congregación religiosa, pondrá en primer lugar esas palabras que son esenciales para él: quot;Los ojos siempre fijos en Nuestro Señor Jesucristoquot;. Siguiendo su meditación, Berulle toma claramente conciencia que si la vocación de estar unido a Cristo es propia de todo bautizado, el sacerdote desempeña un papel indispensable en el desarrollo de esa vocación. El sacerdote, por el sacramento del Orden, es quot;configuradoquot; con Cristo. ¡He aquí una palabra muy sabia! No sé cómo traducirla: quot;hecho semejante a Cristo de manera especialquot;, sería lo que más se aproxima. Cristo es quot;el único mediador entre Dios y los hombresquot; (l Tim. 2,5). Sólo El puede ofrecer un sacrificio a Dios, el que ofrece en la Cruz. Los bautizados no pueden ofrecer sino un solo sacrificio, su único sacrificio. Pero para eso, tienen necesidad Cristo. Cristo es también quot;la cabeza del Cuerpoquot; (Col. 1,18). La cabeza: símbolo para un judío como era san Pablo (los judíos hablaban de la cabeza como nosotros hablamos del corazón). El sacerdote transmite esa vida de Cristo por los sacramentos: sin sacerdote, no hay Reconciliación, ni Eucaristía, ni quot;comuniónquot; plena con Cristo. La cabeza: es igualmente la que dirige (¡el buen pastor!), que instruye. Aquí también el papel del sacerdote es instruir: no enseñar doctrina abstracta, sino hacer a Cristo presente, presentarlo quot;vivoquot; a los hombres, y dirigirlos hacia él. En fin, cabeza porque el sacerdote es el que coordina en nombre de Cristo, en lugar de Cristo, la actividad del Cuerpo. Es el signo de la unidad de todos los bautizados en Jesucristo. Se entiende que después de esa profunda meditación, Berulle haya tenido una
  • 12. alta opinión del sacerdocio. Quiere vivir, tan perfectamente como sea posible, de acuerdo con el modelo de sacerdote que es Dios hecho hombre, Jesucristo. Reúne en torno a si un grupo de sacerdotes y funda una comunidad con las mismas reglas de la fundada por san Felipe Neri, en Italia, en el siglo anterior: el quot;Oratorioquot;. Entre sus discípulos, se encontrarán grandes figuras de esa fecunda época: san Vicente de Paúl, el P. Olier, san Juan Eudes, san Grignon de Montfort. Hay que advertir que todos esos grandes hombres espirituales tienen los pies firmes en la tierra. Pedro de Berulle, de grande nobleza, cree de su deber ocuparse de política: se opone a Richelieu, consigue reconciliar Luis XIII con su madre, y acepta el cargo de cardenal al final de su vida. El Padre Olier no se contenta con fundar un seminario: envía sus Sulpicianos a abrir numerosas escuelas en los campos. Vicente de Paúl es bien conocido por su caridad activa para con los pobres (con la fundación de las Hijas de la Caridad). San Juan Eudes, entre otras muchas cosas, ataca decididamente el problema de la prostitución. Era la lógica misma: prolongar el respeto y el amor de Jesús para los hombres de su tiempo. Los hombres (¡y las mujeres!) son el Cuerpo de Cristo, tienen derecho a un respeto infinito. Ir hacia los hombres, como Cristo, para conducirlos hacia Dios, por Cristo. Veremos más luego que el Padre Chevalier no querrá, a ningún precio, religiosos (tampoco religiosas) enclaustrados. Uno de los primeros discípulos de Berulle, el Padre Olier (quot;Señorquot; Olier, como se decía en ese tiempo), muy íntimo con Vicente de Paúl (quot;Señorquot; Vicente), transforma la parroquia San Sulpicio de París, y allí mismo abre un seminario. Para dirigirlo, funda la quot;Compañía de Sacerdotes de San Sulpicioquot;. Muy pronto los Sulpicianos crean otros seminarios en Francia, donde son llamados por los obispos para enseñar en sus diócesis. ¿Qué enseñan esos Sulpicianos? La filosofía y la teología, claro, pero también la Sagrada Escritura y la Moral, y todo lo que se debe aprender en un seminario. Y, al hacerlo hablan de Cristo. Pero hablan de Él de una manera diferente a la que se acostumbraba: es una persona VIVA, es ALGUIEN, está presente. No se le puede reducir a una materia de estudio, a definiciones dogmáticas. Hasta ese tiempo, se tenía la costumbre no de hablar de Cristo, sino de discurrir quot;sobrequot; Cristo. El estilo de las conclusiones del Concilio de Trento está en esta línea: quot;Si alguno dice acerca de Cristo que... que sea considerado como herejequot; quot;Si alguien dice que la humanidad de Cristo, que la divinidad de Cristo, que la Resurrección de Cristo., etc. Pero, ¿quién piensa todavía en el mismo Cristo? Eso nos hace pensar en ciertos cirujanos que llaman a su paciente según la operación hecha: quot;El estómago de la habitación 14 se despertó. La vesícula del 20 está agitada. La próstata del 32 podrá salir mañana.quot; Pero, ¿y el enfermo? Lo hemos olvidado. Sin embargo, es una persona, no se la puede reducir a uno de sus órganos. Cristo también es una persona, en toda su plenitud. Para Julio Chevalier, será siempre una convicción: Cristo no será nunca para él un tema de examen del final del seminario. Es una presencia, es Alguien que vive con él, con quien él vive. También, más profundamente, los discípulos del Sr. Olier hablan mucho de quot;religiónquot; de Cristo. Cristo como quot;religioso del Padrequot;. El vocabulario ha evolucionado y las palabras no tienen el mismo sentido para nosotros. Cambiémoslas por quot;alianzaquot;, quot;mediaciónquot;. Cristo quot;Mediador del Padrequot;, unión entre el Padre y los hombres. El hombre, pecador, ha perdido su unión con Dios. Cristo repara ese desorden y restablece la alianza. Al hacerse semejante a los hombres, el Hijo de Dios se hizo alianza viva del hombre y de Dios. Cada ser humano, en El,
  • 13. puede decir: quot;Padrequot;, y recibir, por El, la vida que da el Padre. Cristo es pues el perfecto quot;religiosoquot;, y somos hecho quot;religiososquot; con Él. La historia del mundo llega a ser la historia de la construcción del Cuerpo místico de Cristo. Ser quot;religiosoquot; con Jesús, para compartir con Él, y hacer compartir al mundo, la intimidad de Dios Padre, Julio Chevalier, en adelante, va a consagrar su vida a ello. Y aunque sea la vocación de todo bautizado, entendemos mejor ahora por qué el P. Chevalier querrá ser quot;religiosoquot; y fundar una congregación quot;religiosaquot;, a pesar de todas las objeciones que se le enfrentarán. No era para alejarse del clero llamado quot;secularquot;, y todavía menos por una facilidad de organización. Era para mejor afirmar que el sacerdote, como Cristo, con Cristo, es quot;religiosoquot; del Padre. EL SAGRADO CORAZÓN Si, en los primeros años de su seminario mayor, se hubiese preguntado a los compañeros de Julio Chevalier lo que pensaban de su joven colega, quizá su apreciación no hubiese sido entusiasta. Julio había sido siempre un muchacho serio, un honrado estudiante. Se hacía cada día más modelo de trabajo y de estricta fidelidad al reglamento de la casa, modelo de piedad, atento a los demás, medido en sus palabras. Pero no se quiere mucho a los quot;modelosquot;. No faltaría mucho para que digan que Julio es demasiado bueno. Lo han clasificado de una vez por todas como quot;rigoristaquot;. De hecho, en esa época, parece más bien austero, rígido. No se le reprocha nada, pero no es divertido. Es que un cambio importante se está produciendo en él, y necesariamente se nota en su exterior. Julio Chevalier está cautivado por un pensamiento: unidos a Dios por Cristo, somos el Cuerpo de Cristo. Pero entonces, hay que llegar a serlo. Y comienza una empresa grande de purificación, tratando de conseguir el dominio sobre sí mismo a costa de esfuerzos de cada instante. No, no es rigorista. No es el reglamento por el reglamento, no se trata de acumular méritos ni de ascetismo. Es otra cosa. Para él, nuestros esfuerzos deben dirigirse a hacernos semejantes a Cristo (ya lo somos), sino a destruir en nosotros todo lo que empaña esa imagen de Cristo que somos. No se trata de ir hacia Cristo, sino de apartar todo lo que nos puede alejar de El. Al mismo tiempo, Julio es obsesionado por esa convicción de que el sacerdote, como Cristo, es el quot;religiosoquot;, el que une los hombres a Dios Padre. Y es para poder quot;decirquot; Dios a los hombres, para tener posibilidad de ser escuchado, que el religiosoquot; debe también tratar de ser imagen de Cristo la más fiel posible. Los esfuerzos de purificación del joven seminarista, con la preocupación de su misión, no son hechos con espíritu de penitencia, para redimir sus pecados o los del mundo, sino para llegar a ser voz creíble, para hallar el tono exacto, y así hacer pasar su mensaje. Parecerse lo más posible a Cristo, para darle a conocer mejor y atraer hacia Él a todos los hombres. Sin duda, sabe de manera confusa que la obra no será fácil. Por un lado, para parecerse a Cristo, tiene que deshacerse de todo lo que no es de Cristo; por otro lado, su seriedad, su quot;rigorismoquot; puede alejar a los que él quiere convencer. Si sus compañeros aprecian de manera moderada ese condiscípulo quot;modeloquot;, las ovejas errantes no se apresurarán para seguir a ese pastor austero. Pero, ¿qué medios tomar entonces para vencer esa indiferencia que Julio considera como quot;elquot; mal de su tiempo? ¿Cómo hacer a Dios presente a los hombres, quot;unir los hombres a Diosquot;?
  • 14. Entonces nace en la cabeza y el corazón de Julio la idea de una congregación. No era una idea original para la época: ya hemos visto cómo surgían las congregaciones en todas partes. Un grupo (en ese tiempo se hablaba de quot;ejércitoquot;, quot;legiónquot;, quot;cohortequot;) es una fuerza y un apoyo. Pero mientras la mayoría de las asociaciones religiosas fundadas en esa época permanece a nivel muy local, con un fin preciso, Julio piensa en seguida en algo mundial, universal. No se trata de crear baluartes, fortines de fervor en el inmenso océano de la indiferencia. Hay que ir a todas partes, hacia todos. Julio está solamente en su segundo año de seminario mayor. Le queda mucho camino por recorrer. El Superior a quien da a conocer su proyecto, calma su entusiasmo. Ese sacerdote, Sr. Ruel (un hombre excelente además, de buen juicio y gran fe), tiene conciencia también de que el obispo le ha encargado una función bien precisa: formar sacerdotes para su diócesis de Bourges, cuyas necesidades son grandes. No se trata de alentar proyectos utopistas para las misiones extranjeras. Sugiere al joven eclesiástico, por ejemplo, pensar primero en convertir una ciudad como Issoudun. Hay algo de ironía en esa proposición del buen Sr. Ruel. De hecho, Issoudun, ciudad de 15,000 habitantes, tiene fama de ser la parroquia más anticlerical y quot;paganizadaquot; de la región; y los nuevos sacerdotes, todos lo saben, temen mucho ser enviados a ella. Julio Chevalier acepta de buena gana esa idea de un apostolado en Issoudun. Pero, en el fondo, lo que ha recordado es: quot;primero Issoudunquot;. De acuerdo con Issoudun, y no hablemos más de lo otro ya que no se puede. Pero su convicción es firme: Issoudun será un punto de partida, un trampolín para quot;decirquot; Dios a los hombres. Sin embargo, todavía está en el seminario: en primer lugar los estudios. Con la autorización del Superior, Julio comienza un pequeño grupo, al interior del seminario, con algunos compañeros que le parecen más animosos. Toma el nombre de quot;Caballeros del Sagrado Corazónquot; (sus compañeros escogieron ese nombre, con agudeza, en alusión al quot;fundadorquot;, Julio Chevalier). Se reúnen durante los recreos, los paseos. Hablan de Dios, de la indiferencia de los hombres; rezan mucho juntos y. hablan de Issoudun. No porque tienen la seguridad de que será, para cada uno de ellos, el futuro campo de apostolado, sino más bien para concretizar ideas: Issoudun es el ejemplo típico de la ciudadela de indiferencia a la que debe atacarse. Completamente dedicado a sus estudios y a sus ardientes proyectos de conversión del mundo, Julio Chevalier se hace cada vez más serio, formal. Quiere ser lo más parecido posible a Cristo: es su vida, y eso exige mucha renuncia, dominio de sí mismo. La pequeña asociación de los quot;Caballeros del Sagrado Corazónquot;, en vez de abrirlo, no hace sino animarlo a más esfuerzos todavía para dominarse a si mismo. Es entonces cuando, en el desarrollo normal del ciclo de los estudios, se llega al capítulo de la Encarnación. Julio se interesa especialmente y toma muchos apuntes. La Encarnación, es el Hijo de Dios que se hace hombre para que los hombres lleguen a ser hijos de Dios (es uno de los puntos que producen tanta admiración en Berulle). Profundización teológica, análisis de los comentarios de los quot;Padres de la Iglesiaquot; y de los santos. Apasionante para Julio. Y para concluir esa serie de cursos sobre la Encarnación, el profesor hace una exposición muy enfática sobre el Sagrado Corazón. Para Julio Chevalier, es una gran revelación. Se va a encontrar con el profesor, habla largamente con él, y sale con una quot;Vida de Santa Margarita Maríaquot; debajo del brazo. Lee el libro con avidez.
  • 15. Está conmovido. Toma realmente conciencia de una cosa: Cristo no está solamente presente a los hombres, los ama. Un amor total, un amor de Dios. No es solamente el Verbo encarnado, es el amor encarnado. quot;Dios es amorquot;, Cristo es Dios, por consiguiente es amor. Es el amor hecho hombre. Y nos pide que lo amemos, que le devolvamosquot; amor por amorquot;. El Dios del Antiguo Testamento, delante de quien los más grandes profetas se cubrían la cara, se hace accesible por Jesucristo. Lo podemos amar en Jesucristo. El Señor lo había dicho por boca del profeta Ezequiel: quot;Serán mi pueblo y yo seré su Dios.quot; (Ez. 37,27). Con la venida de Jesús, podemos decir: 'ahora somos tu pueblo, y Tú eres nuestro Dios'. Para Julio es un impacto. Siente que acaba de descubrir lo que buscaba con tanta dificultad, con tanto trabajo, el camino para ser verdaderamente unido a Dios, el medio para quot;unirquot; todos los hombres a Dios: el amor. Cuando decimos que Julio descubrió entonces el Sagrado Corazón, hay que entenderse bien. Conocía muy bien la quot;devociónquot; al Sagrado Corazón, que los sacerdotes del siglo 19 habían ampliamente difundido. Su mamá lo había consagrado desde pequeño al Sagrado Corazón (conservaba como un tesoro su quot;certificado de consagraciónquot;). Todas las capillas e iglesias de ese tiempo tenían una estatua del Sagrado Corazón. Había oraciones y novenas al Sagrado Corazón en todas las parroquias. Cuando Julio reunió a su alrededor algunos jóvenes compañeros, muy naturalmente tomaron el nombre de quot;Caballeros del Sagrado Corazónquot;. Ciertamente, conocía al Sagrado Corazón, pero como una quot;devociónquot;. Preeminente entre las otras devociones, porque tenía por objeto el Corazón de Cristo mismo, pero sólo una devoción, es decir un medio para captar la piedad, como el Rosario, el pesebre de Navidad o una imagen venerada. La tradición hubiera podido dejarnos otras devociones respecto a Cristo. Por ejemplo, las manos sagradas de Jesús. Esas manos que trabajaron durante treinta años, que han bendecido, curado, levantado muertos, multiplicado panes. Esas manos que fueron traspasadas en la Cruz, y que dan testimonio de su Resurrección (quot;Mira mis manos, Tomás.quot;). Si, ¿por qué no las manos de Jesús? Honramos también las cinco llagas de Cristo. Sin embargo, es sobre todo el corazón, más noble, que ha sido retenido, pero quedándose la mayoría de las veces en ese aspecto de devoción, acto de piadoso respeto hacia todo lo que toca la persona de Jesús. Lo que Julio descubre ahora se dirige hacia lo esencial. El Corazón de Jesús es el símbolo, el signo del amor del Hijo de Dios, del amor infinito de Dios. Dios nos ama, y nos lo manifiesta en Jesucristo. Dios nos ama, y nos da su corazón. Y nos pide el nuestro en cambio. Es, en un lenguaje accesible a todos, - el del corazón - la revelación que hay que hacer a los hombres. Una revelación que puede conmover al mundo. Si puedo permitirme una comparación sencilla, tomaré el ejemplo de un muchacho que trata de conquistar el corazón de una muchacha. Le podemos dar consejos, indicarle la mejor manera de llegar a su fin, los esfuerzos que debe hacer para merecer la atención de la persona en cuestión. Todo eso no lo convencerá necesariamente, y hasta lo puede desanimar. Pero si le podemos revelar que la persona deseada ya está locamente enamorada de él, todo cambia, y todo se le arregla fácilmente. No tendrá más que una preocupación: no hacer nada que desagrade a su amiga. El quot;religiosoquot; ya no tiene que vocear: quot;¡Penitencia!.. ¡Penitencia!.. Les recuerdo sus obligaciones y sus deberes.quot;, sino solamente: quot;Dios los amaquot;. Y hasta el más indiferente, el que no piensa en nada y no espera nada, cuando se entera que es amado de esta manera, deja por lo menos de ser
  • 16. indiferente. Ahora bien, de eso se trata precisamente: Dios ha tomado la iniciativa. quot;Nos amó primero.., nos envió a su Hijo..quot; (l Jn. 4,19). Ese Hijo se hizo hombre, con el corazón de un hombre, para manifestar el amor de su Padre, hacerlo visible, palpable. Para que podamos, nosotros los humanos, compartir ese amor y ser con Dios como Cristo es con nosotros. Gracias a santa Margarita María, Julio Chevalier descubre de verdad y, sobre todo comprende, lo que el Evangelio proclama desde hace 2000 años: quot;Como el Padre me ha amado, decía Jesús, así los he amado yo. Permanezcan en mi amorquot;. Y, en su oración antes de dar la vida por nosotros, para hacer morir en su muerte todo lo que nos separa de Dios, decía: quot;Padre, como Tú estás en mí, y yo en Ti, que ellos también estén en nosotros.quot; ¡Ah! Decir eso a los hombres, encontrar las palabras para decirlo, y ¡el mundo será salvo! El amor de Dios para con nosotros. La espera impaciente de Dios de ser amado por nosotros. quot;El Corazón de Jesús, escribirá más tarde el P. Chevalier, es el centro donde todo converge en el Antiguo y el Nuevo Testamento; el eje., el sol de la Iglesia, el foco de nuestro amor, el origen de nuestros sacramentos, la prueba de nuestra reconciliación, la salvación del mundo, el remedio a todos los males.quot; Es todo eso lo que revela y resume el Corazón de Jesús. Algunos querrán reprocharle al P. Chevalier haberse fijado demasiado en el símbolo del corazón. Es verdad que lo reproducía en todas partes. Encontramos corazones en Issoudun, en la herrería de las barandillas de las escaleras, o formados por tejas de techo, o dibujados por los matorrales del parque. Hubiera querido una basílica en forma de corazón; la puerta del sagrario estaba en forma de corazón, de oro. Eso nos parece algo pueril o ridículo. Y lo es para nosotros. Nuestra época ya no es muy sensible a los símbolos. A lo mejor, nuestra bandera no nos indica más que la obtención de una medalla de oro en los juegos olímpicos. Pero durante la guerra mundial, hombres dieron su vida por esa bandera, para salvar la bandera, por el honor de la bandera. De hecho, lo hacían por todo lo que significaba para ellos la bandera: todos los valores sagrados para ellos, en los que creían, todo lo que componía su vida, y también todas las personas que amaban. Para Julio Chevalier, el corazón es el signo, quot;el centro, el eje, el foco de nuestro amor.quot; Ese quot;signoquot; es también el punto de reunión, de convergencia de todas las ovejas errantes sin meta. quot;Del Corazón de Jesús traspasado en el Calvario, escribirá más tarde (1900), veo nacer un mundo nuevo. Esta creación magnifica y fecunda, inspirada por el amor y la misericordia, es la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, que la conservará en la tierra, hasta el fin de los tiempos.quot; Se puede imaginar el hervor, la exaltación (y la exultación) que se apoderan del futuro sacerdote, ansioso de ser otro Cristo, y encandilado por la indiferencia de su tiempo, cuando descubre en el Corazón de Jesús, en el amor de Dios, la respuesta sencilla y evidente a todas sus angustias. Precisamente ha llegado la hora para él de salvar una etapa importante en el camino del sacerdocio, una etapa decisiva: Julio Chevalier va a ser ordenado subdiácono. Entra en retiro por ocho días como es la costumbre. Y una profunda transformación se opera en él. Después de la ordenación, sus compañeros descubren en el nuevo subdiácono un hombre que no conocían. Sonriente, alegre, afable, agradable. Sus colegas, agradablemente sorprendidos por el cambio radical sobrevenido en Julio tan serio, se preguntan si eso va a durar. Pero, eso, sí, va a durar. Hasta el fin de su vida aunque llena de pruebas. Pues, la afortunada transformación de Julio no viene de una resolución tomada en un momento de gracia. Él no ha decidido cambiar su comportamiento, es él mismo que
  • 17. ha cambiado. No tiene que hacer esfuerzos. Esa sonrisa, esa gentileza que parece nueva, viene del fondo de su corazón. Si lo pensamos bien, no se trata de una transformación, sino de una maduración, de un brote. quot;Si el grano de trigo no cae en tierra y no muere, se queda solo. Pero si muere, da mucho fruto.quot; (Jn. 12,24). Todos esos esfuerzos que ha hecho Julio para morir a sí mismo, para hacer desaparecer todo lo que podía empañar la imagen de Cristo, encuentran hoy su resultado. quot;Hagan morir lo que les queda de vida 'terrenal', decía san Pablo (Col. 3,5). quot;Ustedes se despojaron del hombre viejo y de su manera de vivir para revestirse del hombre nuevo, que se va siempre renovando, conforme a la imagen de Dios, su Creadorquot; (Col 3, 9-10). Julio Chevalier está transformado porque ahora puede decir con san Juan: quot;Hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en élquot; (l Jn. 4,16). JULIO, ¿QUIÉN ES? Como se ve, Julio Chevalier no deja indiferentes a sus allegados. Sea por su quot;rigorismoquot; juzgado con algo de rigor, sea por su amable quot;conversiónquot;, atrae los comentarios. Se le reconoce una personalidad fuerte y verdaderas cualidades. Tanto es así, por ejemplo, que no tiene problema para formar un pequeño grupo de oración y de reflexión: los compañeros sondeados se sienten muy contentos con seguir sus huellas. Pero durante sus piadosas conversaciones quot;informalesquot;, sus condiscípulos, con toda seguridad, interrogaron a Julio sobre sus orígenes, su infancia, su vocación. Tan pronto alguien sobresale un poco, inevitablemente surge la pregunta: ¿Quién es éste?.. Julio, ¿quién es? Por ejemplo, ¿cómo ha llegado al seminario de Bourges, que no era su diócesis de origen? ¿En que clase de familia se crió? ¿Cómo le nació su deseo de ser sacerdote? ¿Qué camino ha recorrido, el que es de más edad que el promedio de sus compañeros? En ese ambiente cerrado del seminario, se buscan confidencias, y la amistad se apoya en intercambios. Julio, que siempre se interesa por los demás y a quien le gusta suscitar conversaciones sobre lo que es de importancia para los otros, no ha debido dejarse presionar para contar, de vez en cuando, poco a poco, al azar de la conversación, su infancia y las circunstancias que lo llevaron a Bourges. Julio nació en Richelieu. Es el nombre del famoso cardenal. Su familia tenía una casa de campo en Touraine, cerca de Chinon. Mons. Armando de Richelieu, que primero fue un buen obispo de Luçon, llamó la atención de Luis XIII por sus cualidades, y llegó a ser el gran ministro que conocemos. Elevado a la dignidad de 'duque' y de 'cardenal', creyó que la ancestral casa de campo no estaba conforme con su nuevo rango. La hizo arrasar y la reemplazó con un gran castillo. Y, al lado, mandó construir completamente, en campo raso, una ciudad para alojar su numeroso séquito y sus servidores. El castillo fue derribado en la Revolución, pero la ciudad permaneció hasta nuestros días, más o menos igual. Se dice que es una ciudad pintoresca. Estuve allá y me la hallé muy aburrida. Una pared grande forma un recinto rectangular de alrededor de 700 metros por 500. Las calles están trazadas a ángulo recto. Las
  • 18. casas de piedras son todas parecidas. Siempre he pensado que si Julio Chevalier tenía un carácter juzgado rigorista, aunque ordenado y metódico, se lo debía a su ciudad natal, sin fantasía, sin callejones caprichosos, sin escondrijos, sin escondites donde jugar. Es en ese marco austero que nació el 15 de marzo de 1824, tercer hijo de una familia pobre. Su padre, Juan Carlos, era descendiente de una familia relativamente acomodada, pero la muerte de sus padres lo había dejado sin recursos. Juan Carlos se ejercitará en varios oficios (vendedor de cereales, panadero) sin poder sacar a los suyos de una pobreza rayando en la miseria (pero la pobreza es generalizada en esa época). A lo menos sabia leer y escribir, lo que no era común entre los pobres de esos tiempos, y eso tendrá su importancia más tarde. No era practicante, pero cristiano por tradición, y un poco perdido a causa de sus sucesivos fracasos. La mamá, Luisa Oury, era la más joven de una familia de 13. Una tía se encargó de la pequeña y la crió. Esa tía era una persona piadosa que, durante la Revolución, escondió nobles y sacerdotes (con misas clandestinas en cuevas), aunque anteriormente había sido inquietada por el tribunal revolucionario. Dio a la pequeña Luisa una educación religiosa sólida que la marcará para siempre. Pero la niña no fue a la escuela. Por falta de escuela. Creo que era importante fijar el marco de la infancia de Julio. Cada una queda marcado por sus orígenes y su ambiente. Julio nació pobre, muy pobre. Conservará toda su vida un corazón de pobre, el sacrificio era una cosa natural para él. Además, en su ciudad sin atractivo, vivió todos los infortunios de la Revolución: La iglesia, abandonada durante mucho tiempo, estaba en estado deplorable; durante su infancia se vendían todavía piedras del castillo; y su mamá debía hablarle a veces de la tía muy amada y heroica, de los sacerdotes perseguidos, de las misas a escondidas por las que los sacerdotes y los participantes arriesgaban su vida. Julio, de temperamento receptivo, fue sin duda marcado profundamente por la inseguridad cotidiana de la pobreza, y por las desgracias de su época. Sin embargo, la infancia de Julio se desarrolló normalmente. Se puede ser pobre y feliz cuando se vive en una familia unida. Los cronistas se entretuvieron en señalar algunas travesuras de Julio y toda clase de hechos sin importancia para mostrarnos que era un muchacho normal, que tenía una buena madre, y que fue bien educado. No le dediquemos más tiempo, no es nada excepcional. Lo que quizá puede ser de más importancia, es que a muy temprana edad Julio fue atraído por la iglesia: en el centro de la ciudad cuadrada, en una plaza cuadrada, en el cruce a ángulo recto de las cuatro calles rectilíneas, sin duda era para él un lugar aparte, un lugar de vida. Muy pronto es monaguillo, levantándose antes del alba para ayudar a misa, prestando mil servicios al párroco. En la casa, reviste un lienzo como si fuera casulla, quot;celebra la misaquot;, y trata de repetir con convicción los sermones oídos en la iglesia. Aparte de esos quot;oficiosquot;, y cuando el párroco no necesita su ayuda, Julio visita los pobres, los ancianos, los lisiados y es servicial. Se podrá decir que el niño no tenía otras distracciones, ni nada más que hacer. Se podría preguntar lo que hubiera sido de Julio si hubiera podido ocupar sus tiempos libres con juegos, vídeo y dibujos animados en la televisión. Sin embargo, debía haber algún entretenimiento. Pues la ciudad de Richelieu no era
  • 19. más agradable para los demás niños de su edad, y todos no pasaban su tiempo ayudando a misa y visitando a los pobres. Julio tiene doce años. En ese tiempo, es la edad de la primera comunión, y la edad de dejar la escuela para entrar en la vida activa. De su primera comunión, no tenemos más eco que esta nota escrita por él muchos años más tarde: quot;Al regresar de la iglesia, mi corazón desbordaba de alegría.quot; Es muy poco y al mismo tiempo es mucho cuando se conoce el gran recato de Julio Chevalier por todo lo toca sus experiencias espirituales personales. Sin embargo, muy pronto esa alegría será puesta a prueba. En efecto, Julio, muy decidido, anuncia a su familia que quiere entrar al seminario. Era de esperarse. Pero la consternación se adueñó de sus padres. No porque se oponían a una vocación (están muy emocionados), sino porque no es posible. El seminario no es gratuito, y ellos no pueden pagar la pensión, por razonable que sea. Además, el pequeño salario complementario que podrá ganar Julio es indispensable a la vida de la familia. Para Julio, el golpe es duro. Pero no se deja desanimar por ello. quot;Muy bien. Aprenderé un oficio, ahorraré, y cuando tenga bastante dinero, iré al seminario”. Aquí reconocemos al Reverendo Padre Chevalier detrás de la decisión de este niño de doce años. El que no se dejará nunca detener por nada. El que comenzará la construcción de un Centro y de una Basílica sin nada en los bolsillos. El que, estando solo y sin recursos, se lanzará a la fundación de una obra que resplandecerá en el mundo entero. Pero, como él mismo lo escribirá un día: “Los obstáculos son medios.” Lo encontramos ahora como aprendiz de zapatero. Muy pronto (¡qué atrevido! Eso no se hacía en la época) abandona su patrono por otro, porque juzga que el primero no le enseña seriamente el oficio. Julio se dedica seriamente al trabajo, pero considera que al mismo tiempo es una preparación en el camino del sacerdocio. Muy pronto salió de la infancia, y rápidamente se hizo un muchacho serio. En vez de unirse a las distracciones de los jóvenes de su edad, pasa sus tiempos libres en la casa curial, en el mantenimiento de la iglesia ó en las visitas a los pobres, levantándose temprano para asistir a misa.. Suponemos las bromas de sus amigos hacia el quot;cura fracasadoquot;, ese soñador, ese iluminado. Llega un día en que Julio cree que sus deseos van a realizarse. Un Lazarista, de paso en Richelieu para una misión parroquial, se fija en él, y se informa. Está seguro de conseguirle la gratuidad en el seminario. Que estudie un poco de latín mientras tanto, él toma eso por su cuenta. Julio, guiado por el párroco y lleno de entusiasmo, se lanza en el estudio del latín. Para eso, se levanta más temprano aún, y se acuesta más tarde. Tiene su gramática delante cuando arregla zapatos. El asunto no llega a nada. El seminario atraviesa graves dificultades financieras, no hay posibilidad de aceptar alumnos gratuitamente. Enorme decepción para Julio, como lo podemos imaginar, pero sigue solo estudiando latín: es su manera de mostrar que continúa creyendo en su vocación. Sin embargo, los años pasan. Y Julio no consigue ahorrar dinero como lo había
  • 20. esperado. El horizonte es oscuro. Julio trabaja a pesar de todo. Está seguro que un día será sacerdote. Lo dice a todo el mundo, lo repite, a pesar de las sonrisas burlonas o apiadadas que encuentra. No sabe cómo se va a realizar, pero está seguro. Sin embargo, está llegando a los 17 años. ¿Qué puede esperar todavía, el pequeño aprendiz a zapatero? Y el milagro se produce en el momento en que menos se esperaba. Un día, un viajero se detiene en la posada de Richelieu para tomar una copa. Charlando con el encargado, le dice que busca un guarda bosque. Necesitaría un hombre fuerte, honrado, y libre en seguida. La camarera que lo ha oído, dice que ella conoce a alguien, con una familia que alimentar, muy meritorio, etc. quot;Sabe leer y escribir?quot; pregunta el hombre. quot;Síquot;. Y la muchacha agrega: quot;Son gentes muy buenas, y su hijo quisiera ser sacerdote.quot; El convenio queda cerrado muy pronto. El papá, al que fueron a buscar con toda urgencia, queda empleado acto continuo. Y, en la euforia del momento, el Señor añade que estaría contento con pagar la pensión de un seminarista. La pequeña casa forestal (dos piezas) que los Chevalier habitarán en adelante, está aislada en medio del bosque, a 6 kilómetros de la ciudad más cercana: Vatan. Está lejos de Richelieu, mejor dicho está en otro mundo: cien kilómetros a recorrer en carreta cargada con los pocos muebles. Una verdadera expedición, un desarraigo. Pero Julio está feliz, pues va a entrar en el seminario menor. Él sabia que ese momento iba a llegar. No está sorprendido, pero podemos imaginar su alegría. Estamos en marzo de 1841: no se puede entrar al seminario a mitad de año. Sin embargo, a petición del párroco, el vicario cooperador acepta darle algunas lecciones hasta la apertura de las clases. Cada día, Julio va a Vatan (12 kms ida y vuelta) y comienza otra vez a estudiar latín con nuevo ardor. Al llegar octubre, lo vemos (¡ por fin!) en el seminario menor, soñado desde hace 5 años. La institución está en San Gaultier, cerca de Blanc, al extremo opuesto del departamento. Lejos de Richelieu, lejos de Vatan, donde están sus padres. Julio se siente perdido. Además tiene 17 años y medio (de hecho entra al seminario a la edad en que los otros terminan) y se encuentra, confuso por su tamaño y su anchura de espaldas, en la sección de los pequeños. El, trabajador manual, tiene que ponerse a estudiar a tiempo completo. La vida cotidiana, estrictamente regulada por el horario, le parece triste y pesada. Además, se siente extraño, lejos de los suyos, lejos de todo. En su Touraine natal, la gente es afable, comunicativa. En el Berry, por el contrario, las personas son más reservadas, y se necesita tiempo antes que acepten hacerse más sociables. Julio se pone muy melancólico. Quiere irse. No porque renuncia a su vocación, sino que su bienhechor pagará también sin duda su pensión en el seminario de Tours. Allá, a lo menos, se sentirá en su casa, con personas como él. El Superior trata de apaciguarlo: un cambio es siempre problemático. Dios lo llevó hasta aquí, porque tiene su proyecto. Que Julio tenga paciencia a lo menos hasta el retiro (a final de octubre). Julio consigue serenarse. Entra en retiro con los otros y, con un esfuerzo de voluntad, reencuentra la paz. Se queda, claro, y se pone a trabajar con ardor. Julio continúa su camino. El año siguiente, teniendo en cuenta su edad y su adelanto en latín, se le hace saltar un curso. Ahora está en la sección de los grandes: le va mejor. Terminará el ciclo en mejores condiciones. Es así como está integrado a la diócesis de Bourges y que, un día, será párroco de Issoudun. Es muy extraño, pues su familia no se quedó más que dos años en Vatan. El intendente de la hacienda
  • 21. cambió, y no necesitaba los servicios del Sr. Chevalier. Éste volvió a Richelieu donde fue guarda campestre. Julio se quedará en el Berry. ¿Una intervención de la Providencia? Lo podemos pensar con razón, tanto más cuanto su pensión fue pagada solamente el primer año. En la monotonía de los meses, en San Gaultier, un hecho notable no se puede dejar de señalar. Un día de paseo, Julio subió con sus compañeros a una elevación para admirar el panorama. Para bajar, quiere tomar un atajo. Resbala sobre la nieve y rueda cuesta abajo a gran velocidad. Lo encuentran inanimado 30 metros más abajo. Lo creen muerto. Lo creen de veras. Trasladan el quot;cuerpoquot; a un castillo vecino, donde se improvisa una capilla ardiente. Prenden velas y se ponen a orar. Una parte del grupo, con los sentimientos que se pueden adivinar, vuelve al seminario, llevando la espantosa noticia. El Superior, sin resuello, reúne a todo su mundo en la capilla, para rezar el salmo 130 (Desde lo hondo), y envía un médico para levantar acta de defunción. Cuando éste llega al lugar, el quot;muertoquot; abre los ojos, y el médico no constata más que algunas contusiones. ¡Extraña experiencia! Durante horas, Julio, completamente inanimado, no podía mover una pestaña, pero oía a todos lamentando su muerte. Acababa por creerlo (quot;¿Es ésa es la muerte? ¡Pero entonces voy a comparecer ante Dios!.quot;). De esa aventura que se podría juzgar más divertida que trágica, Julio conservará el sentido de la fragilidad y de la brevedad de la vida. Esa vida tan pasajera, decide entonces consagraría totalmente a Dios. Y le llega la edad del servicio militar. Los clérigos son exentos en esa época, pero Julio, con 5 años de retraso en sus estudios, no es clérigo todavía a sus 20 años. Y el servicio dura 7 años. Existe la perspectiva de perder más años, cuando ha perdido ya tanto tiempo. El sistema de sorteo está en vigencia. Solamente los que sacan un número malo son incorporados. Y como es en Richelieu, común de su nacimiento, que debe participar de esa cruel lotería, su padre lo hará por él. El pobre hombre, siempre tan desdichado en su vida, por una vez tiene suerte: saca un numero bueno. Julio queda exento. ¿Qué hubiera pasado si hubiera sido bloqueado todavía por 7 años? En los testimonios de la época, nada deja suponer que Julio se hubiera inquietado. De toda manera, está seguro de su vocación, seguro que nada podrá detenerlo. Y Julio llega al final de esa primera etapa de 5 años. Antes de su entrada al seminario mayor, se dirige a Richelieu para unas vacaciones cortas. Lleva sotana (era costumbre en esos tiempos). A su alrededor, todos entienden entonces que va en serio. Muchos se alegran, y los burlones no se ríen más de su proyecto de sacerdocio. Hasta que algunos encuentran que encuentran es una pena: quot;Con la instrucción que tienes, y libre del servicio milita, podrías conseguir un buen puestoquot;. El tono de la réplica de Julio es tal que todos se dan por enterados. Su hermano casado en París y su hermana casada en Tours hacen el viaje a Richelieu para encontrarse con él. No se preocuparon mucho por él hasta ahora, pero de repente descubren su importancia. Sin parecer tocar el punto, dejan entrever su esperanza de que Julio se ocupará de ellos y de sus hijos. Él no se da
  • 22. por enterado. Entonces se ponen más claros, haciendo alusión a tal cura conocido, que ha procurado buenas situaciones a sus sobrinos y sobrinas. Entonces Julio estalla: quot;Si cuentan conmigo, sufrirán decepción. Me hago sacerdote para estar al servicio de Dios, y no para enriquecer a mi familiaquot;. Suponemos que el ambiente de la casa debió enfriarse algo esa noche. Julio, ¿quién es? Es entonces un muchacho de 22 años, pausado, marcado por una infancia dura y pobre, aguerrido por las dificultades, avasallado por una pasión: la de consagrar su vida a Dios. Si parece tener un carácter un poco sombrío, es porque nada ha sido fácil para él hasta ahora, y siente que tiene todavía mucho camino por recorrer. Había soñado con el seminario menor como un paraíso, pero esos 5 años fueron bastante difíciles. Fue un período más bien nublado, sin muchos rayos de sol. Sin embargo, Julio aprendió que pasó el tiempo de los sueños. Su camino emprendido no será nada fácil. Pero lejos de desanimarlo, ese pensamiento lo hace más fuerte y más decidido. Y en octubre, hace su entrada al seminario mayor de Bourges (donde ya lo hemos encontrado). Allí descubrirá que Dios lo ama, que su vocación no es consagrarse a su servicio, como lo había pensado hasta ese momento, sino de hacerlo amar. quot;Los ojos siempre fijosquot; en Jesús, continuará su camino. JULIO CHEVALIER, SACERDOTE El 14 de junio de 1851, Julio es ordenado sacerdote. He aquí un acontecimiento importante. Quisiéramos detenernos en él. Julio tenía una idea tan elevada del sacerdote, quot;configuradoquot; con Cristo, haciendo a Cristo presente a los hombres, corporalmente, plenamente. Y la quot;presencia real” de Cristo en la Eucaristía era tan esencial para él. Todo lo que había aprendido de los Sulpicianos y largamente meditado, lo vive ahora en plenitud. Para él, es la realización de la oración de Jesús: quot;Padre, yo en Ti, y ellos en miquot;. Nos gustaría compartir los sentimientos y la meditación de Julio Chevalier, en ese día de ordenación cuando se hace, para los hombres, sacerdote de Jesucristo, como Jesús, con Jesús. Pero no, nada o muy poca cosa. Más tarde se encontrará esta nota: quot;Celebré mi primera misa en la pequeña capilla del jardín, dedicada a la Virgen Santa. En el momento de la consagración, la grandeza del misterio y el pensamiento de mi indignidad me penetraron tan hondamente que me deshice en lágrimas. Necesité del estímulo del santo sacerdote que me acompañaba para terminar el sacrificio. Día inolvidable..quot; Tendremos que contentarnos con esa pequeña idea de su emoción. Es un poco más que respecto a su primera comunión, pero apenas. Julio Chevalier, que escribió mucho (entre otros un libro sobre el Sagrado Corazón), no habla nunca de si mismo, de sus experiencias personales.
  • 23. Así, no se sabe nada o poca cosa sobre su quot;conversiónquot;, en la época del subdiaconado, muy poco sobre la conmoción que fue para él el quot;descubrimientoquot; personal del Sagrado Corazón. ¿Cuándo tuvo exactamente la certeza de que su vocación era suscitar una congregación de quot;misioneros?” Solamente sabemos que un día, en su segundo año de seminario mayor, habló del proyecto con el Superior. Frente a las reticencias de éste, ocultó su proyecto en el fondo de su corazón. Por el momento. Todo da a entender igualmente que el nombre de Nuestra Señora del Sagrado Corazón no se debe, como se ha creído a menudo, a una súbita inspiración que hubiera tenido en los comienzos de su pequeña congregación, para quot;agradecer a Nuestra Señora con un título especial”. Ese nombre, lo llevaba ya dentro, desde sus años de seminario, pero era su secreto personal. El día en que lo propone a su comunidad, fue con cierta timidez, casi con pudor, como alguien que pone en la plaza pública lo que hasta ese momento era para él una cosa íntima. Esa reserva, ese pudor, son antes que todo una actitud, un reflejo de pobre. El pobre no se pone nunca en evidencia. El pobre escucha, pero no habla por sí mismo, ni sobre si mismo. No habla si no se le interroga, y entonces cuando cree que es su deber: cuando sabe algo que todo el mundo debe saber, y nadie más lo dirá, si él mismo no lo dice. Julio Chevalier tenía un corazón de pobre. Y eso se debía no sólo al hecho de haber conocido materialmente la pobreza en su infancia, o que no había tenido recursos para pagar su pensión. Sobre todo tenía conciencia de una vocación de sacerdote y, más tarde, de fundador, y conciencia de que esa vocación no venia de él mismo, de su intuición, de su iniciativa o de su generosidad. Estaba convencido de haber sido llamado, él, el pequeño Julio, a pesar de las pocas capacidades que tenía para cumplir tal misión. Cuando habla de su quot;indignidadquot;, no es una manera de hablar, un estilo. Es una convicción. Ya es sacerdote. Tres días después, comienza su ministerio como cooperador en una pequeña parroquia. En tres años, el P. Chevalier trabajará en tres parroquias, en lugares completamente opuestos de la vasta diócesis de Bourges. Cada nuevo sacerdote era enviado así durante sus primeros años de sacerdocio, a manera de pasantía, de aprendizaje práctico del ministerio, con párrocos enfermos o de edad avanzada que necesitaban ayuda pasajera. Los párrocos que tuvieron al P. Chevalier como cooperador interino se alegraron de su estancia con ellos. Se mostró, de hecho, muy atento a los consejos y directivas de los pastores titulares, y al mismo tiempo, lleno de iniciativas. Si, como él dice, quot;los niños, los enfermos, los pobres, los impedidos eran (para él) el objeto de una solicitud particularquot;, suscitó también (con la aprobación del párroco) aquí la adoración perpetua, allá una misa para hombres (que continuaron mucho después de su salida) o dio nuevo vigor a las asociaciones y movimientos existentes. Según los testimonios, quot;50 años después, se recordaba todavía el paso de ese joven cooperadorquot;. En la tercera parroquia (Aubigny), el Padre Chevalier asistió al párroco en el
  • 24. momento de su agonía y de su muerte. Era un buen sacerdote, de edad muy avanzada. Después dé recibir la unción de los enfermos de manos de su vicario, lo retuvo cerca de si para hablarle. Cito aquí por completo sus palabras, tales cuales fueron relatadas más tarde por el P. Chevalier, porque ilustran perfectamente el quot;pasoquot; de una generación de sacerdotes, a otra. Generaciones tan generosas y afanosas la una como la otra, pero con una quot;ópticaquot; diferente: una vigilando más bien el querido rebaño, la otra preocupada por las ovejas perdidas. quot;Mi querido padre, voy a morir, pero antes, permítame darle algunos consejosquot; dice ese sacerdote de la generación del Cura de Ars. quot;En el curso de mi largo ministerio, me he dedicado demasiado a las almas piadosas y devotas. Les consagraba largas horas en el confesionario, sin mucha utilidad, y eso en detrimento de lo que debía a los hombres y los jóvenes, y a mis otros deberes. Es una falta grande. Por desgracia, esa falta es compartida, lo sé bien, por un gran número de sacerdotes. Uno se preocupa demasiado de las mujeres y no bastante de los hombres. Evite este escollo. Que sus preferencias sean para los pequeños, los pobres, los ignorantes, los abandonados.quot; El P. Chevalier agrega simplemente: quot;Se lo he prometido.quot; Dos semanas después, un nuevo párroco llega a Aubigny y, algunos días más tarde, nuestro cooperador, ahora disponible, recibe una carta del obispado: su nuevo destino. Abre el sobre con curiosidad, dispuesto de antemano a ir donde quieran enviarle. Pero su corazón da un salto: ¡es Issoudun! … ISSOUDUN Para Julio, ese nombramiento es verdaderamente un signo del cielo, el signo. Recuerda cómo su proyecto de una gran congregación de misioneros había sido juzgado confuso y utopista por el superior del seminario. El buen Sr. Ruel había respondido con una proposición un poco irónica: quot;¿Por qué no pensar antes en convertir primero Issoudun?quot; Julio, convencido de que esa congregación saldría a luz, había tomado esa réplica como una respuesta divina: había que comenzar primero en Issoudun. Después nada; nada había venido a confirmar que no se equivocaba. Había terminado sus años de estudios sin recibir el más mínimo signo de que su proyecto tenía una pequeña posibilidad de realizarse. Pero ese proyecto seguía en su corazón como una certeza. Estaba dispuesto a esperar. quot;¿Cómo se hará eso?quot; No tenía respuesta, pero sabía que se haría, tenía confianza. En la paz de su corazón, se había puesto entonces con ánimo al servicio de la diócesis en el ministerio parroquial, como cualquier joven sacerdote lo hubiese hecho. Y habían pasado tres años más. Como habían pasado, uno tras otro, en Richelieu, cuando era simple zapatero y que sabía que iba a ser sacerdote.
  • 25. Alrededor de él, no lo creían. Y nada permitía esperarlo. Sin embargo, él se preparaba orando, dedicándose a los pobres, estudiando latín en condiciones imposibles, y también trabajando con ahínco en su humilde oficio. Tenía entonces la misma convicción que ahora: cumplir con su quot;deber de estadoquot; era la mejor preparación para esperar la hora de Dios. El nombramiento de Julio a Issoudun era inesperado, y por eso él ve ahí un signo evidente. En efecto, era la costumbre establecida en la diócesis: después de tres años como vicario itinerante, bajo la dirección de sacerdotes experimentados, cada nuevo sacerdote era nombrado párroco en una pequeña parroquia donde ejercería solo su ministerio. Julio esperaba un nombramiento de ese género. Pero he aquí que es nombrado nuevamente como cooperador. Pero cooperador en Issoudun. La alegría lo aprieta. La misma alegría que lo había apretado cuando un viajero de paso había declarado que estaría dispuesto a pagar la pensión de un seminarista. Julio busca rápidamente la guía de la diócesis para ver los nombres de los sacerdotes que ya están de puesto en Issoudun y con quienes formará equipo. Hay el párroco, un sacerdote entrado en edad, el Sr. Crozat. Además hay un vicario, nombrado solamente algunas semanas antes que él. Y Julio recibe el segundo choque del día, al leer su nombre: Emilio Maugenest. El P. Maugenest había sido su condiscípulo en Bourges, y lo consideraba como el más animoso de los quot;Caballeros del Sagrado Corazónquot;. ¡Sin decirlo nunca, Julio había siempre pensado que podría ser el compañero ideal para fundar la Congregación de misioneros! Pero, ¿qué hacia en Issoudun? Julio lo había perdido de vista: de hecho había dejado Bourges, antes de terminar el seminario, para entrar con los Sulpicianos en París. El hecho no había sorprendido a nadie: era un muchacho excelente en todo, muy capacitado, piadoso, generoso. Y habiendo decidido regresar a su diócesis, era precisamente nombrado en Issoudun, casi al mismo tiempo que Julio. Todo eso constituye demasiadas coincidencias para que sean solamente coincidencias. Julio ve ahí el milagro, la señal esperada. Señal sin duda, pero no es tan cierto que sea milagros, excepto si se considera que Dios actúa a veces gracias a la buena voluntad de los hombres. Issoudun era un verdadero problema para el obispo y su consejo. Esa ciudad había experimentado más que otras el remolino de la post-revolución. Habían tenido lugar motines, reprimidos severamente. La burguesía, poco a poco, había abandonado esa ciudad por falta de seguridad. Quedaba una mayoría popular, amargada por el recuerdo de las exacciones pasadas, que quería verse libre de todo apremio, sea del Estado o sea de la Iglesia. Además, Issoudun, que antaño contaba con varios conventos, había visto muchos sacerdotes y religiosos abandonar su estado, durante la Revolución, casarse, criar familias numerosas. Todos esos escándalos habían alejado de la Iglesia a muchos creyentes. El P. Crozat, en 1830, escribía en su informe al obispo: quot;La Revolución moral ha sido más profunda aquí que en otras partes. En ninguna otra parte, quizá, ha habido más completa ruptura con el pasadoquot;. Las cosas no habían mejorado mucho
  • 26. desde entonces. Es cierto que Monjas y Hermanos, con muchas dificultades y hasta con riesgos y algunos buenos sustos, habían conseguido reabrir dos escuelas. Quedaban todavía un centenar de familias más o menos practicantes: ¿una esperanza de fermento en la masa? Pero el Padre Chevalier, a su llegada a Issoudun, estará un poco pasmado al constatar, por ejemplo, que el catecismo estaba reducido a 15 días solamente antes de la Comunión. Y se dice que por mucho tiempo había un solo hombre (¡uno solo!) que comulgaba en la Pascua de Resurrección. quot;¿Qué hacer para Issoudun?quot;, se preguntaban en las altas esferas. La situación sobrepasaba al buen párroco Crozat. Primero, era de edad avanzada, gastado, fatigado. Después, ese santo sacerdote, de extrema bondad, era también muy tímido, poco emprendedor, y no sabía qué hacer. El poco éxito alcanzado en su actividad pastoral lo había hecho más receloso todavía. Por ejemplo, las viejas historias que se contaban en la ciudad sobre la poca moralidad de los antiguos conventos, hacían que el Sr. Crozat tenía miedo de escandalizar. Cuando iba donde las Hermanas, se revestía siempre de la sobrepelliz, con estola y birrete, para mostrar que su ministerio, y sólo su ministerio, lo llevaba a donde esas damas. Generalmente pasaba el resto del tiempo en la iglesia, en un rincón oscuro, rezando el rosario a lo largo del día. No juzguemos a nadie, y no nos pongamos a reír. Quizá los humildes rosarios del Sr. Crozat le valieron a Issoudun la gracia de la venida del P. Chevalier. Entre los miembros del Consejo episcopal, estaba el Superior del Seminario Mayor. No el Sr. Ruel, sino su sucesor, Sr. Gasnier. Antes, había sido profesor en la misma casa. Había conocido muy bien a Julio y a los quot;Caballeros del Sagrado Corazónquot;. Recordaba sus conversaciones a propósito de Issoudun. Sugirió al obispo, recordando el compromiso de los jóvenes, nombrar como vicarios, los dos más animosos del pequeño grupo que él había admirado hacia poco. El obispo se dejó convencer, aunque el P. Maugenest, individuo de élite, había sido propuesto para la Catedral de Bourges. Y así fue cómo se produjo el quot;milagroquot;. 8 DE DICIEMBRE DE 1854 Julio andaba con rodeos. Hacia un mes que estaba en Issoudun, en contacto cotidiano con el P. Maugenest. El ambiente era simpático, fraternal. Pero Julio buscaba una ocasión para abordar el tema de la congregación. Esperaba que su compañero mencionara los recuerdos de antaño, como sucede a menudo entre antiguos condiscípulos, y que hiciera alusión a los quot;Caballeros del Sagrado Corazónquot;. Sería una buena oportunidad para decir: quot;Precisamente, a propósito.quot; Pero, nada. Emilio Maugenest no parecía haber conservado esos recuerdos. Quizá eso no lo había marcado, y Julio se había hecho ilusiones. Julio no se atreve a tocar el tema. Espera un signo. Pero finalmente, no pudo mas. Se dijo que había recibido ya muchos signos, y que ahora le tocaba a él lanzarse. Entonces va a ver al P. Maugenest y, sin vacilar, le suelta un largo discurso (cito textualmente, tal como lo relató): quot;Le dije: Dos plagas consumen
  • 27. nuestro desdichado siglo, la indiferencia y el egoísmo. Se necesita un remedio eficaz que pueda aplicarse a esos dos males. Ese remedio se halla en el Corazón Sagrado de Jesús que es sólo amor y caridad. Además, ese Corazón adorable, que nos es adicto, no es bastante amado de los hombres. Ignoran todos los tesoros que encierra. Entonces, se necesitarán sacerdotes que trabajen para darle a conocer. Llevarán el nombre de Misioneros del Sagrado Corazónquot;. ¡Ya lo dijo! ¡Lo dijo todo! El P. Maugenest queda estupefacto. Él también había tenido la misma idea, ya en el seminario, después de sus conversaciones con Julio. Pero Julio no hablaba más de eso, parecía haberlo olvidado. Entonces, él mismo no se había atrevido a hablar primero. quot;Pero tenía ese proyecto en mi corazón desde hace tiempoquot;, agrega Maugenest. quot;Soy suyo, comencemos en seguidaquot;. Se dan un abrazo, se arrodillan, con lágrimas en los ojos, para dar gracias a Dios. Comenzar en seguida. Muy bien, pero Julio quiere ser razonable: dos pequeños curas sin recursos y quizá indignos, ¿cómo se atreverían a lanzarse así de cabeza? Deciden hablar con el buen Sr. Crozat. Si él es favorable, será ya una señal. Un primer paso también, pues intervendrá seguramente ante el obispo en favor del proyecto. Dicho y hecho. Van a buscar al Sr. Crozat. El tímido Sr. Crozat no contesta de una vez, reflexiona. Nuestros dos sacerdotes, con mirada suplicante, alzan los ojos hacia la estatua de la Inmaculada sobre el escritorio. Por fin, el anciano responde quot;con acento de convicciónquot;: quot;Mis hijos, no sólo comparto sus sentimientos, sino también los ayudaré con todas mis fuerzas para el establecimiento de una casa de Misioneros del Sagrado Corazón en Issoudun. Y si la llegan a fundar, no tendré más que entonar mi 'Nunc dimittisquot;'. Si hubiesen podido, lo hubieran abrazado. Pero eso no se hacia en aquellos tiempos. Queda el problema financiero. Evidentemente, nuestros dos 'fundadores no tienen un centavo. El Párroco no es rico tampoco. Entonces, Julio propone su recurso favorito: vamos a hacer una novena. Precisamente, estamos a finales de noviembre, el 8 de diciembre está cerca. En esa fecha, el Papa Pío IX debe proclamar solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción. La novena comienza el 30 de noviembre, para poder terminar en ese gran día. El P. Maugenest (quot;un poco artistaquot;) tuvo tiempo de pintar un cuadro que se coloca delante de la estatua de la Inmaculada: quot;Dos sacerdotes de rodillas. Encima, en el aire, el Corazón de Jesús arroja sus rayos sobre los dos sacerdotes.quot; Así como lo dirá más tarde un experto: quot;Si Nuestra Señora ha escuchado su oración, con toda certeza no fue por amor al artequot;. Nuestra Señora, a decir verdad, mira primero el corazón del artista. Ya lo sabemos, la novena fue fervorosa. Y el 8 de diciembre, misa solemne del P. Chevalier (con la pintura colocada sobre el altar). quot;El P. Crozat lloraba de enternecimientoquot;, pero los dos padres estaban muy emocionados también. (Ellos tres solos conocen él secreto. Ellos solos hicieron la novena). Después de la misa, avisan al P. Chevalier que un señor desea hablar con él. Se va a la casa curial. El
  • 28. señor dice que él es sólo un intermediario, y le anuncia que una persona anónima ofrece 20,000 francos para una obra para el bien de las almas del Berry, con preferencia una casa de misioneros. Una sola condición: esa obra deberá tener la aprobación del arzobispo. Se puede imaginar el sobrecogimiento del P. Chevalier: quot;Ud. es el enviado del Cielo, Señor. Es la respuesta de la Virgen María.quot; Y el P. Maugenest, que ha prolongado su acción de gracias en la iglesia y no sabe nada, llega exaltado: quot;Tengo la certeza de que esa buena Madre hará el milagro que hemos pedido.quot; quot;Tiene Ud. razónquot;, responde el P. Chevalier que, lleno de emoción, apenas puede explicarle que el milagro ya se ha producido. A toda prisa van a donde el Párroco para compartir con él la alegría de la noticia y pedirle que de una vez haga diligencia con el obispo: éste, delante de la señal evidente enviada por Nuestra Señora, no podrá sino dar su consentimiento. El P. Crozat no tiene la misma seguridad. Además de su extrema prudencia natural, tiene también una larga experiencia. Sabe que las autoridades toman raramente sus decisiones por arranque de exaltación irreflexiva. El P. Crozat piensa que las cosas van demasiado de prisa. Les pide algunos días para reflexionar. Julio Chevalier espera pacientemente. Está acostumbrado a esperar. No se siente inquieto. Para él, la congregación nació este 8 de diciembre de 1854. El resto vendrá a su tiempo, como acabó por llegar su entrada al seminario, su nombramiento a Issoudun. Es Dios quien actúa, que lo hace todo. Su propio cometido es ser disponible, velar en la oración y en el deber cotidiano fielmente cumplido: quot;quot;Estén alerta, porque el Señor vendrá a la hora que menos piensanquot; (Mt. 24,44). El P. Crozat necesitó un mes de reflexión antes de decidirse a intervenir. Y en el curso del mes de enero, Julio Chevalier puede, por fin, ir a encontrarse con su arzobispo, Cardenal Dupont, quot;con una carta de nuestro piadoso Párroco, para explicarle nuestro proyecto, y darle a conocer la gracia que acabábamos de conseguir, y pedirle su autorizaciónquot;. El obispo se dice impresionado al enterarse de todo, y dispuesto a autorizar esa fundación misionera, pero se inquieta por el porvenir. 20,000 francos pueden ser suficientes para comprar una casa (¡una pequeña!), pero ¿después?.. ¿Cómo subsistirá la Comunidad? Hay que tener recursos asegurados y regulares. Fiarse de la Providencia está muy bien, pero no se la puede tentar. quot;Si Dios quiere esta obra de Uds., les enviará lo necesario. Oren a la Santísima Virgen para que termine lo que ya ha comenzadoquot;. He aquí una manera de hablar que Julio Chevalier entiende muy bien. quot;Esa manera de hablar, dice él, era la de la prudencia y de la fe.quot; Regresa a Issoudun. Y decide hacer otra novena. Está prevista para terminar en la fiesta del Corazón Inmaculado de María que, ese año, cae el 28 de enero. Pero ésta no se hará como la primera, en el entusiasmo, la fiebre, la exaltación. Nuestros dos 'fundadores' sienten que hay que pasar a las cosas serias. quot;Para que la Virgen tome más nuestros intereses, escriben, hacemos con ella un contrato
  • 29. Es Emilio Maugenest, el intelectual, que redacta ese famoso contrato, en debida forma, y con 8 artículos. Está pomposamente intitulado: quot;Contrato establecido entre la Santísima Virgen y dos sacerdotes del Sagrado Corazónquot;, y sigue así: quot;Si la Virgen Santa triunfa de las dificultades y realiza la obra pensada. Por nuestra parte tomamos los siguientes compromisos (resumimos): el nombre oficial de los miembros de la Comunidad será: Misioneros del Sagrado Corazón, se esforzarán por cumplir su significación. Tendrán un amor especial hacia el Corazón de Jesús y el Corazón Inmaculado de María. En agradecimiento a María, la considerarán como su fundadora, la asociarán a todas sus obras, y la harán amar y honrar de manera especial. No predicarán ni oirán confesiones sin hablar de Jesús y de María. Imitarán la vida escondida e interior de María. En su vida apostólica, imitarán su celo por la salvación de las almas.quot; A continuación son previstas las fiestas patronales, principales y secundarias, las imágenes que adornarán sus capillas. Para mostrar que no son soñadores, y que la preocupación por las cosas concretas es necesaria en una sociedad bien organizada. Hay algo infantil, conmovedor en ese 'contrato' redactado en una forma que se quiere oficial, jurídica, completamente seria, pero que tiene también su lado desmañado, pomposo, un poco improvisado. Sin querer hacer una primera quot;Reglaquot; de la Congregación (se trata solamente de conseguir la gracia de la intervención de María), muchos puntos esenciales se encuentran allí: el Sagrado Corazón que hay que predicar en todas partes, la misericordia, el amor especial hacia María. El 28 de enero, en la fiesta del Corazón Inmaculado de María, durante la misa mayor, el 'contrato' es colocado solemnemente sobre el altar. Quizá nuestros dos misioneros en ciernes esperan un poco un nuevo quot;milagroquot; como el del 8 de diciembre. Pero no habrá milagros. Será mucho más sencillo. El buen P. Crozat va a encontrarse con sus dos vicarios después de misa. Les dice que él no ha permanecido inactivo, y que ha buscado. Tiene mucho gusto en anunciarles quot;que una dama generosa, inspirada por la gracia, promete una renta anual de 1, 000 francos, por el tiempo que los necesiten.quot; ¡Buen P. Crozat! ¡Bienaventurada bienhechora anónima! quot;Nuestro júbilo estaba en el colmoquot;, escribe el P. Chevalier. Su alegría no viene solamente de la seguridad de esos recursos suficientes (1,000 francos de esa época deben corresponder más o menos a 100,000 francos de hoy). Los recursos no eran su verdadero problema. El conoce la pobreza, y no tiene temor a quot;tentar la Providenciaquot;. Lo que sabe ahora es que el obispo no podrá negarle su autorización. De hecho, el obispo queda muy impresionado. quot;El dedo de Dios está ahí, lo veo, dice. Someteré su proyecto a los miembros de mi Consejo y les daré a conocer a Uds. su decisiónquot;. Todo parece ir lo mejor posible. ¡Ay! El Consejo, por unanimidad, rechaza el proyecto de una congregación en Issoudun: jóvenes sin experiencia. Será un fracaso. La autoridad de la diócesis estará comprometida y ridiculizada. El obispo, sintiéndose obligado por su promesa, vuelve a proponer el asunto en tres reuniones del Consejo. Cada vez recibe la misma negativa tan categórica como unánime.