Los cristianos somos llamados a una nueva vida en Cristo. La gracia santificante recibida en el Bautismo nos dispone combate de la fe. Las virtudes en el alma son como los músculos en el cuerpo si las ejercitamos se fortalecen y nos traen alegrías.
Los dones del Espíritu Santo, no es otra cosa que el Espíritu Santo recibido que nos ayuda cuando deseamos llevar esa vida cristiana en santidad.
1. GRACIAY VIRTUDES
En el Bautismo se comunica una nueva vida:
el cristiano, por la gracia santificante,
“participa de la vida divina” (2 P 1,4) y
puede decir: “Ya no vivo yo, sino que es
Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20). Para
identificarse con Cristo se necesita la
acción del Espíritu Santo.
Esta identificación abarca todo el ser
espiritual: razón, voluntad, vida afectiva.
A la acción del Espíritu Santo el cristiano debe responder con
una lucha ascética continuada: esta cooperación del hombre
con el Espíritu Santo ha de ser habitual: crear hábitos en el
fiel, que se llaman virtudes: la virtud es un hábito que facilita
al hombre el buen obrar.
2. La Virtud es una disposición habitual y
firme para hacer el bien.
Hay : virtudes humanas y virtudes teologales.
3.
4. Las principales virtudes
humanas son las llamadas
Cardinales. Constituyen las
bases de la vida virtuosa.
Según Sab 8, 7, son la
Prudencia, la Justicia, la
Fortaleza y la Templanza.
5. La Prudencia dis-
pone la razón a dis-
cernir, en cada cir-
cunstancia, nuestro
verdadero bien y a
elegir los medios
adecuados para rea-
lizarlo.
Es guía de las demás virtudes, indicándoles
su regla y medida.
6. La Justicia consiste en
la constante y firme vo-
luntad de dar a los de-
más lo que les es debido.
La Justicia para con Dios se llama
“virtud de la religión”.
7. La Fortaleza asegura la
firmeza en las dificul-
tades.
La constancia en la bús-
queda del bien.
Llega incluso a la capacidad de
aceptar el eventual sacrificio de la
propia vida por una causa justa.
8. La Templanza mo-
dera la atracción
de los placeres.
Asegura el dominio
de la voluntad so-
bre los instintos.
Procura el equilibrio en el uso
de los bienes creados.
9. Las Virtudes teologales son
las que tienen como origen,
motivo y objeto inmediato a
Dios mismo.
Infusas en el hombre con la
gracia santificante.
Nos hacen capaces de vivir
en relación con la Santísima
Trinidad.
Son la garantía de la presencia y de la
acción del Espíritu Santo en las
facultades del ser humano.
11. La Fe es la virtud teologal por la que cree-
mos en Dios.
En todo lo que Él nos ha revelado.
En lo que la Iglesia nos propone.
Por la fe el hombre se aban-
dona libremente a Dios.
Trata de conocer y hacer
la voluntad de Dios.
12. La Esperanza es la virtud teologal por la
que deseamos y esperamos de Dios la
vida eterna como nuestra felicidad.
Confiamos en las promesas de Cristo.
Nos apoyamos en la ayuda del Espíritu
Santo para merecerla y perseverar has-
ta el fin de nuestra vida.
13. La Caridad es la virtud
teologal por la cual a-
mamos a Dios sobre to-
das las cosas y a nues-
tro prójimo como a no-
sotros mismos por a –
mor a Dios.
Jesús hace de ella el
mandamiento nuevo,
la plenitud de la Ley.
14. Los dones del Espíritu
Santo son disposiciones
permanentes que ha-
cen al hombre dócil
para seguir las inspi-
raciones divinas.
Son siete: sabiduría,
entendimiento, consejo,
ciencia, fortaleza, piedad
y temor de Dios.
15. El don de Sabiduría nos permite
“saborear” el amor de Dios que
entregó a su Hijo en la Cruz por
cada uno de nosotros.
Está íntimamente unido a la
virtud de la fe.
Mediante este don participamos de
los mismos sentimientos de
Jesucristo.
Nos enseña a ver los acontecimientos
dentro del plan providencial de Dios:
para el cristiano todo es gracia.
16. Mediante el don de Entendimiento
llegamos a tener un conocimiento
más profundo de los misterios de
la fe.
El Espíritu Santo ilumina la inteli-
gencia con una luz poderosísima,
dando la capacidad de captar el
verdadero sentido de la Palabra de Dios
que se nos ha revelado en las Escrituras,
pues según el Apocalipsis la Biblia es un
libro sellado con siete sellos, que no
cualquiera puede entender.
17. El don de Ciencia nos da a conocer el
verdadero valor de las criaturas en su
relación con el Creador.
Facilita al hombre comprender las
cosas creadas como señales que llevan
a Dios.
Nos hace distinguir lo que viene de
Dios (que nos acerca a Él) y lo que
viene del maligno (que nos aparta de
Dios).
18. El Espíritu Santo mediante el
don de Consejo perfecciona los
actos de la virtud de la pruden-
cia, que se refiere a los medios
que se deben emplear en cada
situación.
Con mucha frecuencia debemos
tomar decisiones. En todas ellas
tenemos comprometida nuestra
santidad. Dios concede el
don de Consejo para decidir con
rectitud y rapidez.
19. El Espíritu Santo proporciona
al alma la Fortaleza necesaria
para vencer los obstáculos y
practicar las virtudes.
Nada parece entonces demasia-
do difícil; no ponemos la con –
fianza de modo absoluto en los
medios humanos a utilizar sino
en la gracia del Señor.
El don de fortaleza crece en las
dificultades.
20. El don de Piedad tiene como efec-
to propio el sentido de la filiación
divina.
Nos mueve a tratar a Dios con la
ternura y el afecto de un buen
hijo hacia su Padre y a los demás
hombres como a hermanos que
pertenecen a la misma familia.
21. Santo Temor de Dios es el
temor del hijo que ama
al Padre con todo su ser y
que no quiere separarse de
Él por nada en el mundo.
Como lo único que lo puede
separar del Padre es el peca-
do tiene gran horror de éste
y si lo comete, una vivísima
contrición.
22. Los Frutos del Espíritu Santo son
perfecciones plasmadas en nosotros como
primicias de la vida eterna.
La tradición de la Iglesia enumera doce:
Caridad, gozo, paz, paciencia, bondad,
longanimidad, benignidad, mansedum-
bre, fidelidad, modestia, continencia y
castidad.
23. San Andrés de Creta, Sermón 9: Sobre el Domingo de Ramos
Bendito el que viene, como rey, en
nombre del Señor
Así es como nosotros deberíamos pros-
ternarnos a los pies de Cristo, no ponien-
do bajo sus pies nuestras túnicas o unas
ramas inertes, que muy pronto perderían
su verdor, su fruto y su aspecto agradable,
sino revistiéndonos de su gracia, es decir,
de él mismo, pues los que os habéis incor-
porado a Cristo por el bautismo os habéis
revestido de Cristo. Así debemos ponernos
a sus pies como si fuéramos unas túnicas.
Y si antes, teñidos como estábamos de la escarlata del pecado,
volvimos a encontrar la blancura de la lana gracias al saludable baño
del bautismo, ofrezcamos ahora al vencedor de la muerte no ya
ramas de palma, sino trofeos de victoria.