2. Hijo de Joás,
de una
familia
humilde de la
tribu de
Manasés,
era Gedeón
“el talador”.
Vivió en
tiempos
calamitosos
para la paz
de Israel ya
instalado
en la Tierra
Prometida.
Constantemente, pero sobre todo en tiempo de cosechas, surgían los
beduinos del desierto, que robaban y saqueaban los productos del
campo tan trabajosamente cultivados.
3. Además -y
esto era más
doloroso- el
pueblo se iba
debilitando
en su fe en el
único Dios,
el que
les había
liberado de la
esclavitud de
los egipcios,
y
la mezclaba
con las
creencias y
cultos a los
ídolos que
tenían los pueblos vecinos. Los creyentes se lamentaban de la
infidelidad de su pueblo y la tristeza nublaba sus ojos y abatía sus
corazones.
4. En situación
tan triste,
mientras, por
miedo a los
beduinos,
trillaba
escondido
la cosecha
de grano,
un día
Gedeón
se vio
sorprendido
al escuchar la
voz de Dios:
“Yo estoy
contigo,
valiente”.
Tal fue su sorpresa que no la supo disimular y se quejó al Señor del
abandono en que tenía a su pueblo escogido. Dios le advirtió: “¿No será
al revés? ¡Vosotros me habéis abandonado!”
5. No quedó ahí
el asunto.
Haciéndose
el sordo,
Dios le dice
que le ha
escogido a él
para salvar a
Israel. La
réplica de
Gedeón
-un poco por
el miedo que
le dio tal
tarea- fue
inmediata.
No es
asunto mío
-le vino a expresar- sino tuyo, porque Tú eres el que te has
comprometido a liberar a Israel. Como Dios insistió y le prometió su
presencia y ayuda, Gedeón aceptó.
6. Su primera
misión es que
su pueblo
abandone los
ídolos; éste es
el verdadero
mal para la fe
y la unidad de
Israel. Y tiene
que empezar
derribando el
altar que su
padre había
construido a
Baal en su
propia casa.
El padre
reaccionó
bien;
al ver que los vecinos querían matar a su hijo, le defendió y no sólo
consiguió que le dejaran con vida, sino que, además, se dieran cuenta de
su error. Desde entonces a Gedeón le apodaron Yerubaal; es decir: “Que
Baal se defienda”.
7. Convencido
por toda una
serie de
signos que
le muestran
que Dios
está con él,
Gedeón se
decide por
fin a
plantarles
cara a los
beduinos y
convoca a
las gentes
de su tribu
y de otras
próximas.
Total, un buen ejército dispuesto a arrojar de sus tierras a los invasores.
Pero Dios no está por ésas; quiere que todos se den cuenta de que es Él
quien salva a Israel. Y le hace saber a Gedeón que le basta un puñado de
hombres -trescientos más o menos- bien ágiles y dispuestos.
8. Gedeón era
astuto.
Repartió a
cada soldado
un cántaro,
con una
antorcha
encendida
dentro, y
una trompeta.
Los dividió en
tres cuerpos
y mandó
rodear el
campamento
enemigo por
tres sitios
distintos.
Cuando estuvieron dispuestos, Gedeón tocó la trompeta y rompió el
cántaro. Todos le imitaron inmediatamente y gritaron: “El Señor y
Gedeón”. Ante tan repentinos ruidos y luces cundió el pánico en el
enemigo y, entre gritos, choques y caídas, la desbandada fue total.
9. Con ésta y
otras victorias
retornó la paz
e Israel volvió a
Dios.
El pueblo,
entusiasmado
con Gedeón, le
pidió que fuera
su jefe; su
respuesta fue
una rotunda
negativa a la
vez que
expresión
tajante de su
fidelidad a
Dios:
“Vuestro jefe será el Señor”. Sin embargo, más tarde él mismo volvió a
caer en la idolatría; con el botín de las batallas se hizo una vestidura
sacerdotal y la usó no como era su fin: recordar la bondad del Señor,
sino para que le halagaran a él.
10. Texto e imágenes
Revista Gesto, Nº 88
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