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Qué es el pecado?
Entender el pecado es comprender nuestra conducta humana, y su relación con Dios; una
conducta que puede contravenir a su voluntad y a sus mandamientos. En nuestra sociedad actual
se tiende a ver todo como algo relativo, y que nuestros actos no tienen consecuencias. El primer
efecto es una grave (muy grave) constancia en la ofensa a Dios, y ha sido tan difundido este
efecto, que actualmente nuestra sociedad humana comienza a plagarse de problemas como la
deshonestidad, la mentira, la deslealtad y en casos muy graves la perversión misma comienza a
verse como algo "normal".
Comprender qué es el pecado es importante porque nos puede hacer comprender mejor nuestra
relación con Dios y los efectos de nuestras acciones.
Ser católicos cabales significa comprender lo bueno y malo de nuestros actos. Los católicos
debemos saber en qué creemos y por qué lo creemos. Este documento y los demás que integran
este informe especial dará a todos una perspectiva clara de qué es el pecado y por qué hay que
evitarlo.
Pero comencemos por definirlo:
El pecado dice San Agustín, es "toda palabra, acto o deseo contra la ley de Dios" (cfr. Contra
Faustum I, 22 c. 27: PL 42, 418). O bien, según la definición clásica, pecado es:

a) la transgresión: es decir violación o desobediencia;
b) voluntaria: porque se trata no sólo de un acto puramente material, sino de una acción formal,
advertida y consentida;
c) de la ley divina: o sea, de cualquier ley obligatoria, ya que todas reciben su fuerza de la ley
eterna.

En realidad siempre la causa universal de todo pecado es el egoísmo o amor desordenado de sí
mismo (cfr. S. Th., I-II, q. 84, a. 2).

Amar a alguien es desearle algún bien, pero por el pecado desea el hombre para sí mismo,
desordenadamente, un bien sensible incompatible con el bien racional. Que el amor desordenado a
sí mismo y a las cosas materiales es la raíz de todo pecado queda frecuentemente de manifiesto
en la Sagrada Escritura (cfr. Prov. 1, 19; Eclo. 10, 9; Jue. 5, 10; 10, 4; I Sam. 25, 20; II Sam. 17, 23;
I Re. 2, 40; Mt. 10, 25; etc.).

Junto a la causa universal de todo pecado, podemos distinguir otras, tanto internas como externas:

Las causas internas son las heridas que el pecado original dejó en la naturaleza humana:

1) la herida en el entendimiento: la ignorancia que nos hace desconocer la ley moral y su
importancia;
2) la herida en el apetito concupiscible: la concupiscencia o rebelión de nuestra parte más baja, la
carne, contra el espíritu;
3) la herida en el apetito irascible: la debilidad o dificultad en alcanzar el bien arduo, que sucumbe
ante la fuerza de la tentación y es aumentada por los malos hábitos;
4) la herida en la voluntad: la malicia que busca intencionadamente el pecado, o se deja llevar por
él sin oponer resistencia.

Las causas externas son:

1) el demonio, cuyo oficio propio es tentar o atraer a los hombres al mal induciéndolos a pecar.
"Sed sobrios y estad en vela, porque vuestro enemigo el diablo anda girando como león rugiente
alrededor de vosotros en busca de presa que devorar" (I Pe. 5, 8; cfr. también Sant. 4, 7);

2) las criaturas que, por el desorden que dejó en el alma el pecado original, en vez de conducirnos
a Dios en ocasiones nos alejan de El. Pueden ser causa del pecado ya sea como ocasión de
escándalo (ver 7.3.3.d), bien cooperando al mal del prójimo (ver 7.3.3.e).
EL DOBLE ELEMENTO DE TODO PECADO
El alejamiento de Dios

Es su elemento formal y, propiamente hablando, no se da sino en el pecado mortal, que es el único
en el que se realiza en toda su integridad la noción de pecado.
Al transgredir el precepto divino, el pecador percibe que se separa de Dios y, sin embargo, realiza
la acción pecaminosa. No importa que no tenga la intención directa de ofender a Dios, pues basta
que el pecador se de cuenta de que su acción es incompatible con la amistad divina y, a pesar de
ello, la realice voluntariamente, incluso con pena y disgusto de ofender a Dios.

La conversión a las criaturas

Como se deduce de lo ya dicho, en todo pecado hay también el goce ilícito de un ser creado,
contra la ley o mandato de Dios. Casi siempre es esto precisamente lo que busca el hombre al
pecar, más que pretender directamente ofender a Dios: deslumbrado por la momentánea felicidad
que le ofrece el pecado, lo toma como un verdadero bien, como algo que le conviene, sin admitir
que se trata sólo de un bien aparente que, apenas gustado, dejar en su alma la amargura del
remordimiento y de la decepción.
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Origen y Consecuencias
El origen del pecado se remonta a nuestros primeros padres, quienes en un acto de soberbia,
desobedecen libremente el mandato divino, con plena conciencia de las consecuencias que
tendria: el romper la amistad con Dios.
De la desobediencia de Adán y Eva (pecado original) comenzó un largo camino para la humanidad.
Las consecuencias del pecado son muchas, pero llama la atención poderosamente una de ellas: la
muerte. Así vemos que el Catecismo de la Iglesia Católica nos explica esta consecuencia del
pecado:
"'Frente a la muerte, el enigma de la condición humana alcanza su cumbre'. En un sentido, la
muerte corporal es natural, pero por la fe sabemos que realmente es 'salario del pecado' [Rm 6,23
.]. Y para los que mueren en la gracia de Cristo, es una participación en la muerte del Señor para
poder participar también en su Resurrección." (Catecismo, n. 1006).

"La muerte es consecuencia del pecado. Intérprete auténtico de las afirmaciones de la Sagrada
Escrituras y de la Tradición, el Magisterio de la Iglesia enseña que la muerte entró en el mundo a
causa del pecado del hombre. Aunque el hombre poseyera una naturaleza mortal, Dios lo
destinaba a no morir. Por tanto, la muerte fue contraria a los designios de Dios Creador, y entró en
el mundo como consecuencia del pecado. 'La muerte temporal de la cual el hombre se habría
liberado si no hubiera pecado ', es así 'el último enemigo' del hombre que debe ser vencido."
(Catecismo, n. 1008).

"Desfigurado por el pecado y por la muerte, el hombre continúa siendo 'a imagen de Dios', a
imagen del Hijo, pero 'privado de la Gloria de Dios' [Rm 3,23 .], privado de la 'semejanza'. La
Promesa hecha a Abraham inaugura la Economía de la Salvación, al final de la cual el Hijo mismo
asumirá 'la imagen' y la restaurará en 'la semejanza' con el Padre volviéndole a dar la Gloria, el
Espíritu 'que da la Vida'." (Catecismo, n. 705).
Pecado Mortal
• Definición
• El pecado mortal en relación a Dios y en relación al hombre
• Condiciones para que haya pecado mortal
Definición
"Es la transgresión deliberada y voluntaria de la ley moral en materia grave".

El pecado mortal implica la muerte del alma porque destruye la caridad en el corazón del hombre
por una infracción grave de la ley de Dios; aparta al hombre de Dios, que es su fin último y su
bienaventuranza, prefiriendo un bien inferior.

Para vivir espiritualmente, el hombre debe permanecer en comunión con el supremo principio de
vida, que es Dios, en cuanto es el último fin de todo su ser y obrar. Ahora bien, el pecado es un
desorden perpetrado por el hombre contra ese principio vital. Y cuando por medio del pecado el
alma comete una acción desordenada que llega hasta la separación del fin último Dios al que esta
unida por la caridad, entonces se da el pecado mortal (Exh. Ap. 'Reconciliación y Penitencia', n. 17,
del 2-XII-84).

EL PECADO MORTAL EN RELACION A DIOS Y EN RELACION AL HOMBRE

En relación a Dios el pecado mortal supone:

a) gravísima injusticia contra su supremo dominio al sustraerse de su ley;
b) desprecio de la amistad divina, manifestando enorme ingratitud para quien nos ha colmado de
tantos y tan excelentes beneficios;
c) renovación de la causa de la muerte de Cristo;
d) violación del cuerpo del cristiano como templo del Espíritu Santo.

Por todo ello, teniendo en cuenta la distancia infinita entre el Creador y la criatura, el pecado mortal
encierra una maldad en cierto modo infinita. Además, como el orden moral tiene carácter eterno ley
eterna, destino eterno del hombre, su negación consciente rebasa el tiempo y llega hasta la
eternidad.

En relación al hombre:

El pecado mortal supone la negación del primer y más fundamental valor ontológico: la
dependencia de Dios. La consecuencia primera ser la aversión habitual de Dios, de la que se
siguen:

a) La pérdida de la caridad y la privación de la gracia santificante, es decir, del estado de gracia.
Con ello se pierden las virtudes infusas, los dones del Espíritu Santo y la presencia de inhabitación
de la Santísima Trinidad en el alma.

b) La pérdida de los méritos adquiridos durante la vida.

c) El oscurecimiento de la inteligencia que la misma ceguedad de la culpa lleva consigo.

d) La pérdida del derecho a la gloria eterna. Si no es rescatado por el arrepentimiento y el perdón
de Dios, causa la exclusión del Reino de Cristo y la muerte eterna del infierno; de modo que
nuestra libertad tiene poder de hacer elecciones para siempre, sin retorno (Catecismo, n. 1861).

e) El pecado atenta también contra la solidaridad humana, ya que el pecador no sólo se perjudica a
sí mismo sino que, en virtud del dogma de la Comunión de los Santos, daña además a la Iglesia y
aun a la totalidad de los hombres.

f) El reato de pena y esclavitud de Satanás; de hijo de Dios el hombre pasa a ser enemigo de Dios.
El concilio de Trento (ses. 14, cap. 5) señala que "todos los pecados mortales, aun los de
pensamiento, hacen a los hombres hijos de la ira y enemigos de Dios".

Aunque el pecador no quiera el alejamiento de Dios, sabe muy bien que independientemente de
sus deseos subjetivos, el orden moral objetivo establecido por Dios prohíbe o manda esta acción,
castigando con la pena eterna el hacerla u omitirla y, a pesar de saber todo eso, la realiza o la
omite. Por un instante de gozo, fugaz y pasajero, acepta quedarse sin su fin sobrenatural eterno.
CONDICIONES PARA QUE HAYA PECADO MORTAL

Para que haya pecado mortal se requiere que la acción reúna tres condiciones: materia grave,
plena advertencia y perfecto consentimiento.

Materia grave

No todos los pecados son igualmente graves, puesto que caben distintos grados de desorden
objetivo en los actos malos, así como distintos grados de maldad subjetiva al cometerlos. Para que
se de el pecado mortal se requiere materia grave, en sí misma (porque el objeto de aquel acto es
en sí mismo grave, p. ej., el aborto) o en sus circunstancias (p. ej., por el escándalo que puede
causar).
Para reconocer si la materia es grave, habrá que decir que todo aquello que sea incompatible con
el amor a Dios supone materia grave (es claro, por ejemplo, que la blasfemia o la idolatría no
admiten consorcio alguno con el amor a Dios).

b) Los que no siempre son mortales (llamados pecados graves, ex genere suo), ya que aunque se
refieran a materia gravemente prohibida (p. ej., el hurto), admiten parvedad de materia, de modo
que si sólo hay materia leve no pasan de pecado venial (p. ej., robar una cosa insignificante).


Plena advertencia

En primer lugar la advertencia se refiere a dos cosas:

1) advertencia del acto mismo: es necesario darse cuenta de lo que se esté haciendo (p. ej., no
advierte totalmente la acción el que está semidormido);
2) advertencia de la malicia del acto: es necesario advertir aunque sea confusamente que se está
haciendo un pecado, un acto malo (p. ej., el que come car- ne en vigilia, pero ignora absolutamente
que lo es, advierte la acción comer carne, pero no su ilicitud).
Cabe también decir que la advertencia moral no comienza sino cuando el hombre se da cuenta de
la malicia del acto: mientras no se advierta esta malicia no hay pecado.

Sin embargo, también es preciso señalar que para que haya pecado no es necesario advertir que
se esta ofendiendo a Dios; basta darse cuenta aunque sea confusamente que se realiza un acto
malo.

Perfecto consentimiento

Como el consentimiento sigue naturalmente a la advertencia, resulta claro que sólo es posible
hablar de consentimiento pleno cuando ha habido plena advertencia del acto.

Si no hubo advertencia plena del acto o de su malicia, puede también decirse que falla el perfecto
consentimiento para la realización de ese acto o para su imputabilidad moral.

Es importante distinguir entre `sentir' una tentación y `consentirla'. En el primer caso se trata de un
fenómeno puramente sensitivo de la parte animal del hombre, mientras en el segundo es ya un
acto plenamente humano, pues supone la intervención positiva de la voluntad.

No es siempre fácil saber si hubo consentimiento pleno. En el caso de duda sirve fijarse en lo que
pasa ordinariamente: quien ordinariamente consiente debe juzgar que consintió, y al contrario.
Igualmente es importante recordar que es ilícito proceder con duda: debe salirse de ella antes de
actuar.

No debe confundirse el consentimiento semi-pleno o la falta de consentimiento con una acción
voluntaria que alguien realiza bajo coacción física o moral superable.
Por ejemplo, aquel que, amenazado de muerte, inciensa un ídolo, hace un acto perfectamente
consentido: ha aceptado positivamente en su voluntad el ser idólatra, aunque lo hiciera bajo
coacción.
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El Pecado Venial
• Definición y naturaleza
• Condiciones para que haya pecado venial
• Efectos del pecado venial


DEFINICION Y NATURALEZA DEL PECADO VENIAL

"Se comete un pecado venial cuando no se observa en una materia leve la medida prescrita por la
ley moral, o cuando se desobedece a la ley moral en materia grave, pero sin pleno conocimiento o
sin entero consentimiento" (Catecismo, n. 1862).

Venial viene de la palabra venia, que significa perdón, y alude al más fácil perdón de este tipo de
faltas: se remiten no exclusivamente en el fuero sacramental sino también por otros medios.

El pecado venial difiere sustancialmente del mortal, ya que no implica el elemento esencial del
pecado mortal que es, como quedó explicado (cfr. 5.3.1), la aversión a Dios. En el pecado venial se
da sólo el segundo elemento, una cierta conversión a las criaturas compatible con la amistad
divina.

De acuerdo a la enseñanza de Santo Tomás, el pecado venial es un desorden en las cosas, un mal
empleo de las fuerzas para caminar hacia Dios, pero en el que se conserva la ordenación
fundamental al último fin: los pecados que incurren en desorden respecto a las cosas que orientan
al fin, pero que conservan su orden al fin último, son m s reparables y se llaman veniales (S. Th., I-
II, q. 88, a. 1).

El Papa Juan Pablo II explica: "...cada vez que la acción desordenada permanece en los límites de
la separación de Dios, entonces el pecado es venial. Por esta razón, el pecado venial no priva de la
gracia santificante, de la amistad con Dios, de la caridad, ni por lo tanto, de la bienaventuranza
eterna" (Exhort. Apost. Reconciliación y Penitencia, n. 17, 2-XII-1984).

Para clarificar estos conceptos suele ponerse el ejemplo del que emprende un viaje con el objeto
de llegar a un determinado lugar. El pecado mortal equivaldría al hecho de que ese viajero de
pronto se pusiera de espaldas y comenzara a caminar en sentido contrario, alejándose así cada
vez más de la meta buscada. En cambio, quien comete un pecado venial es como el viajero que
simplemente hace una desviación, un pequeño rodeo, pero sin perder la orientación fundamental
hacia el punto donde se dirige.
CONDICIONES PARA QUE HAYA PECADO VENIAL

Un pecado puede ser venial por dos razones:

1) porque la materia es leve (p. ej., una mentira jocosa, falta de aprovechamiento del tiempo en los
estudios -que no tienen consecuencias graves en los exámenes-, una pequeña desobediencia a
los padres, etc.);
2) porque siendo la materia grave, la advertencia o el consentimiento no han sido perfectos (p. ej.,
los pensamientos impuros semi-consentidos, una ofensa en un partido de futbol por
apasionamiento, etc.).
Conviene tener en cuenta también que el pecado venial objetivamente considerado puede hacerse
subjetivamente mortal por las siguientes causas:

1) por conciencia errónea (p. ej., si se cree que una mentira leve es pecado grave, y se dice, se
peca gravemente);
2) por un fin gravemente malo (p. ej., si se dice una pequeña mentira deseando cometer, gracias a
ella, un hurto grave);
3) por acumulación de materia (p. ej., cuando se roba 10 más 10 más 10...);
4) por el grave detrimento que se siga del pecado venial:

a) de daños materiales (p. ej., el médico que por un descuido leve ocasiona la muerte del
paciente);

b) de peligro de pecado mortal (p. ej., el que por curiosidad acude a un espectáculo sospechando
que ser para él ocasión de pecado);

c) por peligro de escándalo (p. ej., el que inventa aventuras que llevan a otros a cometer pecados).

EFECTOS DEL PECADO VENIAL

"El pecado venial

- debilita la caridad,
- entraña un afecto desordenado a bienes creados,
- impide el progreso del alma en el ejercicio de las virtudes y la práctica del bien moral,
- merece penas temporales,
- el pecado venial deliberado y que permanece sin arrepentimiento, nos dispone poco a poco a
cometer el pecado mortal.

No obstante, el pecado venial no nos hace contrarios a la voluntad y la amistad divinas; no rompe
la Alianza con Dios. Es humanamente reparable con la gracia de Dios. No priva de la gracia
santificante, de la amistad de Dios, de la caridad, ni, por tanto, de la bienaventuranza eterna"
(Catecismo, n. 1863).
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Pecados especiales
Algunos pecados especiales se agrupan bajo los siguientes nombres:

Pecados contra el Espíritu Santo

"El que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón nunca, antes bien será reo de pecado
eterno" (Mc. 3, 29; cfr. Mt. 12, 32; Lc. 12, 10). No hay límites a la misericordia de Dios, pero quien
se niega deliberadamente a acoger la misericordia de Dios mediante el arrepentimiento rechaza el
perdón de sus pecados y la salvación ofrecida por el Espíritu Santo. Semejante endurecimiento
puede conducir a la condenación final y a la perdición eterna (Catecismo, n. 1864).

Entre estos pecados se incluyen la presunción de salvarse sin méritos, la desesperación, la
impugnación de la verdad cristiana conocida, la obstinación en el pecado y la impenitencia final.

Pecados que claman al cielo, porque su influencia nefanda en el orden social pide venganza de
lo alto. Suelen recibir esta denominación el homicidio, la homosexualidad, la opresión de los
débiles, la retención de salario a los obreros.

Pecados capitales, llamados así porque los demás suelen proceder de ellos como de su cabeza u
origen. Clásicamente se citan la soberbia o vanagloria, la envidia, la avaricia, la ira, la lujuria, la
gula y la pereza.
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Las tentaciones
"La tentación de Jesús manifiesta la manera que tiene de ser Mesías el Hijo de Dios, en oposición
a la que le propone Satanás y a la que los hombres le quieren atribuir. Por eso Cristo ha vencido al
Tentador en beneficio nuestro: 'Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse
de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado' [Hb 4,15 .].
La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de Cuaresma, al Misterio de Jesús en
el desierto (Catecismo, n. 540)."
Por tentación se entiende toda aquella sugestión interior que, procediendo de causas tanto internas
como externas, incita al hombre a pecar.

Las tentaciones actúan en el hombre de tres maneras:

1) engañando al entendimiento con falsas ilusiones, haciéndole ver, p. ej., la muerte como muy
lejana, la salvación muy fácil, a Dios más compasivo que justiciero, etc.;
2) debilitando a la voluntad, haciéndola floja a base de caer en la comodidad, en la negligencia,
etc.;
3) instigando a los sentidos internos, principalmente la imaginación, con pensamientos de
sensualidad, de soberbia, de odio, etc.

Las tentaciones son pecado no cuando las sentimos, sino sólo cuando voluntariamente las
consentimos (Catecismo, nn. 1264, 1426, 2515).

Es importante comprender con claridad que la tentación sólo puede incitar a pecar, pero nunca
obliga a la voluntad, que permanece siempre dueña de su libre albedrío. Ninguna fuerza interna o
externa puede obligar al hombre a pecar.

Por tanto, siempre podemos vencer las tentaciones, ya que ninguna de ellas es superior a nuestras
fuerzas: Fiel es Dios que no permitir que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, sino que de la
misma tentación os hará sacar provecho (I Cor. 10, 13).

Dios no quiere nuestras tentaciones, pero las permite, ya para humillarnos, haciéndonos ver la
necesidad que tenemos de su gracia, ya para fortalecernos con la lucha, ya para que adquiramos
m‚ritos para el cielo.

Los medios para vencer las tentaciones están siempre al alcance de la mano:

1) los medios sobrenaturales, que son los más importantes: la oración, la frecuencia de
sacramentos y la devoción a la Santísima Virgen;
2) la mortificación de nuestros sentidos, que fortalece la voluntad para que pueda resistir en el
momento de la tentación;
3) evitar la ociosidad, pues la tentación parece que espera el primer momento de ocio para
insinuarse;
4) huir de las ocasiones de pecado, dado que nunca es lícito exponerse voluntariamente a peligro
próximo de pecar: supondría conceder poca importancia a la probable ofensa a Dios y tiene, por
tanto, razón de verdadero pecado. No tengas la cobardía de ser `valiente': ¡huye! (Camino, n. 132).
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Las ocasiones de pecado
Por ocasión de pecado se entiende toda aquella situación en la que el hombre se encuentra
en peligro de caer en pecado.
Se distingue de la tentación al ser una realidad externa que se presenta como motivo de pecado.
La tentación, en cambio, es sólo una sugestión interior.
La ocasión de pecado puede ser:

a) próxima: si el peligro de pecar es muy grande y la comisión del pecado casi segura;
b) remota: si el peligro de pecar no es grande;
c) voluntaria: si el hombre la busca libremente;
d) necesaria: cuando es física o moralmente inevitable.

Los principios morales en relación a la ocasión de pecado son:

1o. La ocasión próxima voluntaria de pecar gravemente, es gravemente pecaminosa.

Existe, por tanto, el deber absoluto de evitar ese tipo de ocasiones, al grado de exigirse como
condición previa indispensable para recibir la absolución sacramental, pues no manifestaría sincero
arrepentimiento el que no se aparte de la ocasión próxima voluntaria; p. ej., no podría impartirse la
absolución al que no quisiera deshacerse de las revistas obscenas que le suponen ocasión de
pecar (cfr. Mt. 5, 29 ss.; 18, 8; Dz. 1211-1213).

2o. En la ocasión próxima necesaria, el hombre debe emplear todos los medios a su alcance para
alejar en lo posible la ocasión de pecar y restarle influencia. En otras palabras, debe convertir la
ocasión próxima en remota.

3o. Es imposible al hombre evitar todas las ocasiones remotas de pecar, especialmente en relación
al pecado venial, tanto por la fragilidad de su naturaleza como por los peligros externos. Debe, sin
embargo, aumentar por ello su confianza en Dios y acudir con m s frecuencia a los medios
sobrenaturales, evitando igualmente la excesiva inquietud.
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El sentido del pecado en la sociedad actual
La civilización dominante ha intentado negar el pecado en todas sus dimensiones y suprimir el
sentido de /a muerte. Sin embargo, no ha conseguido evitar /a angustia del hombre que se advierte
limitado y no encuentra en la sociedad los medios suficientes para salir de esta situación. El
profesor Cofta, profesor ordinario de Filosofía del Derecho en /a Universidad de Roma, analiza /as
raíces filosóficas que están en /a base de /a pérdida del sentido del pecado en /a sociedad
contemporánea.
1. Los filósofos de la inocencia
La cultura moderna, en sus aspectos más visibles y ostentosos, denuncia una voluntad decidida de
anular el sentido del pecado. (Que esa imposición se haga precisamente para oscurecer una
angustiosa presencia del pecado, es otra cuestión.) Por ello, el filósofo cristiano, sin necesidad de
convertirse en teólogo, puede preguntarse cuáles son el significado y las consecuencias de este
vacio.
La antropología cristiana reconoce que el hombre está en una situación de pecado. Es interesante
notar cómo dos grandes filósofos cristianos, Pascal y Kierkegaard, han insistido en este punto.
Según Pascal, el pecado original es un misterio, pero sin él no se puede comprender nada de la
historia humana y del hombre en general. Sin este misterio, todo es misterioso, no se comprende
nada del hombre. Igualmente, Kierkegaard insiste en que el pecado original es esencial para la
comprensión total del hombre y, por tanto, de la presencia continua del pecado.
Pecado contra civilización
La cultura moderna está convencida exactamente de lo contrario: piensa que el misterio que
ilumina —por seguir la idea de Pascal—el misterio de la vida es sólo un mito que impide el
conocimiento de la realidad; es la mayor tiniebla que oculta las luces de la civilización. Aquí resulta
oportuno recordar una frase de Lutero, que cito de memoria: la expresión más profunda del pecado
está en no reconocernos pecadores.
Precisamente la cultura moderna que quiere anular el sentido del pecado, ha advertido y afrontado
el problema a través de sus grandes filósofos, es decir, ha observado que la idea del pecado era el
escollo que se debía eliminar, la piedra que cerraba el paso a un cierto tipo de concepción del
hombre. Y lo ha afrontado de un modo a veces directo y explícito, y otras, en cambio, indirecto.
Dos de los más grandes filósofos que nos ha dado la cultura contemporánea lo han afrontado
explícitamente: Rousseau y Hegel. Otros dos filósofos, por lo menos, que nos interesan aquí para
dibujar el mapa de las más típicas negaciones del pecado, se han planteado el problema de modo
más implícito: Saint-Simon y Marx.
Rousseau: La inocencia original
Rousseau y Hegel constituyen casos verdaderamente únicos, porque son filósofos que han
secularizado la teología. En Rousseau toda la aventura humana está representada en los mismos
términos que en la Escritura: desde el estado de inocencia original hasta la caida y la redención.
Pero este ritmo triádico de inocencia, caida y redención se resuelve en términos puramente
humanos. El pecado es rechazado, porque al principio el hombre era absolutamente inocente (se
podría decir: Rousseau o la inocencia original, en vez del pecado original). Pero el ginebrino afirma
también la involuntariedad de la caida, que es quizá la negación más absoluta del pecado.
En el principio sitúa un hombre absolutamente inocente, que vive en armonia con la naturaleza,
pero que sale de ella por un suceso misterioso que no les es imputable. Apartado sin culpa de la
originaría condición de felicidad perfecta, de quietud, de absoluta tranqulidad, el hombre «cae».
¿De quién es la culpa? Rousseau es categórico: de la sociedad; la entrada en ella es el
equivalente de la caida de Adán. Entrar en la sociedad significa hacer triunfar lo exterior sobre lo
interior, la apariencia sobre el ser, la lucha sobre la tranquilidad. ¿Cómo se sale de esta condición
de decencia en la que cada uno trata de aprovecharse del otro y de dominar a los demás? La
solución es doble: en un primer momento, para Rousseau se sale de la caida en lo social mediante
la constitución de una «sociedad perfecta», en la que el individuo se consagra plenamente al
<<todo» social, renunciando por completo a su individualidad que ha sido corrompida en el proceso
social anterior.
Esta primera solución roussoniana, la más conocida, hace de la sociedad politica el todo perfecto y
perfeccionado. La segunda solución es la última en la aventura existencial de Rousseau.
Advirtiendo el fracaso de sus ideas, propuso indirectamente, y con el ejemplo de su vida, el retorno
del individuo a la naturaleza y a la soledad en ella.
Por tanto, el pecado no es nunca del individuo (porque el individuo era originalmente bueno), sino
que deriva de la relación social: la sociedad es culpable, y sólo la sociedad perfecta puede redimir.
Y si ésta no lo consigue, la naturaleza.
Hegel: El estado salva
La solución de Hegel es distinta. Podría definirse como una solución realista, porque para Hegel el
pecado original señala el nacimiento del hombre. No es una caida, sino el despertar, la toma de
conciencia del hecho de ser hombre y, por tanto, la renuncia a la ilusión de ser Dios. El pecado
original es el primer signo de lo más típico del hombre: la actividad, el hacer. Pero también para
Hegel hay una caida, cuando el individuo advierte la ruptura entre su propia conciencia, portadora
de universalidad, y el empirismo de la realidad y de los demás. Para superar esta escisión, el
individuo se reabsorbe en la sociedad politica, en el Estado: encontraba así en la sociedad su
dimensión real de ser limitado, y se complementará en un todo humano, social, que le dará su
perfección histórica.
También en el caso de Hegel el individuo, al principio, carece de culpa, pero no se basta a si
mismo, y para salir verdaderamente de su condición limitada debe ser absorbido en la sociedad
ético-politica: el Estado.
Saint-Simon: Dormir la naturaleza
Para Saint-Simon, pensador de Ios origenes del positivismo, el mal consiste en el poder del
hombre sobre el hombre, que es la consecuencia de un hecho externo: la escasez o la ausencia de
bienes que obliga a los hombres a luchar entre ellos. Este mal desaparecerá cuando, a través de la
organización científica de la sociedad, el hombre —en vez de tratar de dominar a los demás
hombres— se dedique a dominar la naturaleza. Aquí se abre otra dimensión, desconocida hasta
entonces por el pensamiento moderno: la regeneración del hombre mediante el dominio social de
la naturaleza.
Una vez más, no es el individuo en si mismo la fuente del mal, sino que ésta es algo externo; no es
ya la sociedad corrompida de Rousseau o la conciencia dividida entre individualidad y sociabilidad
de Hegel, sino el ambiente exterior, la condición de vida en la que se encuentra el hombre: la
pobreza.
Marx: La propiedad corrompe
Tampoco para Marx el individuo es en si mismo pecador o cuipable; quien puede hacer el mal o
decide hacerlo es la organización social. Un cierto tipo de organización —la que se funda sobre la
propiedad privada de los medios de producción— hace presente al mal entre los hombres y les
obliga a cometerlo. La revolución, el cambio de la relación de producción, llevará a una sociedad
perfecta y, por tanto, a la liberación total del hombre.
En todas estas posturas filosóficas se afirma, directa o indirectamente, que no es el individuo
singular quien peca, sino la condición infeliz de cada uno, que debe ser superada, o la organización
social que está equivocada. Temáticamente, estas cuatro grandes posturas son las que dominan la
cultura moderna directa o indirectamente. Sus huellas pueden encontrarse en los periódicos, si
alguien tuviese la paciencia de analizarlos. El hecho es que estas cuatro son las principales
directrices del pensamiento y los cuatro sentidos en los que se niega la idea del pecado; dominan
toda la cultura (por lo menos la externa) y la llamada «civilización» de nuestro tiempo.
Esquematizando sus planes operativos, pueden dividirse en dos grandes lineas. En la primera, el
individuo solo no se basta para salvarse del mal, del pecado, misión que corresponde a la sociedad
bien organizada, a la sociedad perfecta o al menos reformable. En la segunda (representada por el
Rousseau de la segunda época) elpecado está, en cambio, en la sociedad in se y per se, y es
necesario huir de ella.
Son dos soluciones radicales: no hay término medio entre ellas y ninguna admite la presencia de
un principio distinto. O el individuo es completamente bueno, y entonces es preciso huir de la
sociedad, o el individuo es completamente insuficiente y por tanto necesita recurrir a la sociedad.
En ambos casos se indican vías de salvación uniformes que no admiten complejidad dialéctica.
II. Vitalismo que enmascara la angustia
El hombre monolítico
Aunque pueda parecer extraño, la primera consecuencia de la negación de la idea del pecado es
que se puede construir una interpretación subjetiva del mundo. Se podrá objetar: si el individuo es
superado por la sociedad, según mantiene la mayor parte de estas tendencias, ¿cómo se puede
hablar de subjetivismo? Pero, la realidad es que toda la filosofía moderna puede clasificarse como
metafísica de la subjetividad. Su fundamento es ei sujeto, único punto válido de partida y de
referencia del conocimiento, de la historia, de la moral; compacto, uniforme, monolítico, no está
dividido en si mismo, como implica el pecado.
El subjetivismo comporta una construcción totalmente antropocéntrica. Precisamente porque el
hombre es monolítico—sea bueno o malo—sólo se puede y se debe construir partiendo de él. Es
justamente lo contrario al dualismo antológico, según el cual nosotros somos, como decia
Kierkegaard, síntesis de eterno y de contingente, de limitado e ilimitado. Al no darse ese dualismo,
que constituye la explicación del pecado, no se puede partir más que del sujeto, y lo eterno será
considerado como una ilusión del hombre. Desaparece así el estimulo critico que sólo la presencia
inquietante del infinito puede suscitar en él.
La colectividad como refugio
La consecuencia fundamental de la pérdida de la idea del pecado es la posibilidad de una
construcción del mundo exclusivamente antropocéntrica sobre ia base de un hombre que es
solamente hombre, es decir, solamente limitado, contingente y relativo. La concepción según la
cual la limitación del hombre está ligada a su aislamiento, al que sólo puede poner remedio la
sociedad, pasa históricamente por tres fases, muy cercanas a nosotros (desde el siglo XIX hasta
ahora). En la primera fase se confia en la capacidad socialmente creadora y positiva del individuo;
se piensa que sólo en la sociedad el hombre consigue superar la infelicidad que el pecado
representaba. En esta primera fase, que corresponde a un cierto desarrollo cultural e industrial, se
puede decir que el triunfo de lo humano se confia a las capacidades del individuo que se
consideran ilimitadas. Cuanto más actúa el individuo, tanto más actúa el bien de todos.
Esta es la fase más criticada, sobre todo en nuestros dias, porque el caótico obrar de los individuos
no ha sido tan armonioso como se pensaba. Por el contrario, ha permitido que los más fuertes
aplasten al resto.
En la segunda fase, la confianza en el individuo se transfiere a la confianza en la colectividad.
Antes se tendía al bien mediante la sociedad, pero se consideraba que el equilibrio social provenia
del despliegue de las fuerzas individuales. Ahora, en cambio, la esperanza de progreso está en la
colectividad; podrá ser la patria o la clase, pero lo importante es que dé un sentido de integración y
de plenitud, ofreciendo así al individuo la posibilidad de superar su angustia existencial y su
insuficiencia. Por eso esta sociedad debe ser organizada perfectamente, de modo que supla las
deficiencias del individuo.
En la tercera fase, que se entrelaza con la segunda y es la que estamos viviendo, esta confianza
en la sociedad va unida y se basa en la confianza en el dominio social sobre la naturaleza.
La redención totalitaria
Del primado de la colectividad se tienen dos versiones: una absoluta y otra moderada. La primera
se actúa en el totalitarismo. En ella se da la negación más radical del pecado, porque la sociedad
está más allá del bien y del mal, por no decir que es el bien absoluto. Al totalitarismo se aplica
plenamente una conocida expresión, repetida en varios idiomas: right or wrong my country: justa o
injusta, es mi patria. La liberación total del pecado se consigue solamente en esta colectividad
totalitaria y redentora, que está fuera de todo posible juicio.
La explicación metafísica de las ideas totalitarias es ésta: si se atribuye a la sociedad el poder de
salvar al individuo, falible e incapaz, está claro que la integración deberá ser lo más total posible
para que la salvación pueda ser radical. Asi se llega a la supresión de todo individualismo y a la
deificación de la sociedad. Sólo una posibilidad le queda al individuo: la de creer fanáticamente en
la sociedad, si es
que se puede hablar de individualidad donde hay fanatismo. La deificación de la sociedad supone
que respecto a ella sólo hay deberes, pero no derechos. Adviértase que precisamente en estos
términos situaba Kant las relaciones entre el hombre y Dios. Para Kant la relación entre un hombre
y otro implica recíprocamente derechos y deberes; la relación entre el hombre y las cosas es
aquella en la que el hombre sólo tiene derechos; y entre el hombre y Dios, el hombre sólo tiene
deberes. Ahora Dios es sustituido por la sociedad. Por tanto, ésta no se equivoca nunca, y si algo
no funciona, la culpa es siempre del individuo, acusado de egoísmo, indisciplina y sabotaje, y
sometido a una implacable y continua vigilancia. Si la sociedad es la perfección, el individuo será
mirado siempe como sospechoso pon que, haga lo que haga por si o para si, se separa del todo y
no sólo recae en la condición de «pecado», sino que impide que se salven los demás, puesto que
la salvación depende del hecho de que todos sean absorbidos por el todo. Se carga al individuo
con infinitos deberes y responsabilidades, sin ser nunca responsable ante si mismo, sino ante la
sociedad. Esta es la razón por la que el individuo es manipulado cada vez más por la propaganda y
la presión psicológica.
Atribuir a la sociedad la capacidad de salvación tiene otra consecuencia. A pesar de todo, ninguna
sociedad real {modelada según criterios de perfección que deberían ser seguros, por ejemplo,
según las leyes materialistas de la historia) ha conseguido construir el inmenso hormiguero en el
que uno se sienta satisfecho de servir al todo. Por eso, a la constante insatisfacción personal por
los resultados sociales, se responde con la proyección en el futuro: la felicidad no es para hoy, sino
mañana, la tendrán las generaciones futuras. La esperanza en el futuro se convierte en el
instrumento último para convencer al individuo de que se haga parte del todo, de esa sociedad
perfecta.
La proyección en el futuro es una «fuga» para esconder la dura realidad del hoy.
El modelo escandinavo
Consideremos la otra versión: aquella en la que el primado de la sociedad se toma en sentido
moderado, y no se piensa en una verdadera y propia deificación de la sociedad ni en ahogar las
individualidades. Es una concepción que puede calificarse de social-demócrata, «escandinava»; en
ella no hay ninguna de las esperanzas que he descrito, pero sigue firme el principio de que sólo
nos salvamos en la sociedad y a través del vivir social.
El efecto es completamente opuesto: mientras que en el primer sentido de la sociedad redentora el
individuo tenia sólo deberes, aquí, en cambio, sólo tiene derechos. Consciente de su propia
incapacidad y debilidad, ei individuo exige a la sociedad todo lo que le falta: debe asistirle, curarle,
educarle, y satisfacer todas las exigencias individuales. El Estado debe proveer a todo, porque es
el administrador-suministrador. El individuo se convierte en el eterno pedigüeno de la sociedad.
Tampoco ahora es responsable nunca: si se ha equivocado y no ha triunfado en la vida es porque
la sociedad le ha educado mal si está enfermo es porque la sociedad no le ha dado los medios
pará curarse, etc. En resumen, el individuo es limitado, pero carece de culpa; por eso, quien debe
completar su limitación y satisfacer todos sus deseos es ia sociedad, que se presenta con un
aspecto benigno y paternalista.
Primacía del bienestar
Privado del sentido de su propia culpa y debilidad, el individuo sólo piensa en «poseer»: si se
equivoca o no es feliz, la culpa no depende nunca de una respuesta inadecuada a la dialéctica
interna que deriva del dualismo antológico, sino siempre y sólo de una falta de medios, de
instrumentos o de bienes. Asi se llega a la primacía del tener sobre el ser: y por eso es necesario
que la sociedad dé «cosas» para colmar la deficiencia del individuo. Se traslada el problema de la
salvación al problema del bienestar. Lo hacia notar un pensador que militó en las filas del
marxismo, Horkheimer, para quien, en la sociedad actual, el bienestar material ha sustituido a la
salvación del alma como fin del hombre, precisamente por haber negado el pecado. Lo exterior
prevalece sobre lo interior, y el individuo se despersonaliza.
Tanto en la solución radical como en la moderada, la sociedad es todo y debe hacer todo, anulando
cualquier iniciativa personal o satisfaciendo todos los deseos del individuo.
Con esta clave se pueden explicar algunas posturas típicas de nuestra cultura laica. Me he referido
ya a la proyección en el futuro (válida también para la versión moderada), y a la primacía del
«tener» sobre el «ser»; pero es preciso recordar también cómo todo se resuelve en politica. La
hegemonía actual de la politica se deriva de haber atribuido a la sociedad un poder salvifico. Pero
donde todo es politica, cualquier acto humano tiene sólo valor politico: cualquier gesto de simpatía,
de humanidad, de compasión, o de solidaridad, no es juzgado por su significado humano, sino
exclusivamente por su significado politico: ¿es útil o no es útil?
El sentido de la muerte
Estas son, en el plano socio-cultural, las principales consecuencias de la pérdida del sentido del
pecado. Además, hay otras en el plano personal. Para el cristianismo «el estipendio del pecado es
la muerte»: la muerte adquiere sentido por su relación con el pecado. Pero, siendo consecuentes,
la pérdida del sentido del pecado implica también la pérdida del sentido de la muerte, y esto se
produce indefectiblemente: la muerte es un acontecimiento sin sentido para el hombre moderno, un
hecho incomprensible, puramente material.
Y, naturalmente, si la muerte no tiene sentido, lo que adquiere un significado total (y no ya
correlativo) es el vitalismo. Hoy el vitalismo se impone como valor supremo. En primer lugar, en su
forma más evidente: el vitalismo como juventud. Basta pensar en el furor de lo joven (y no me
refiero a los movimientos juveniles, sino a las modas de los adultos); la desenfrenada carrera por
querer ser o parecer joven a toda costa, por valorar sólo a quien es joven, es la consecuencia de
haber perdido el sentido de la muerte.
El culto al cuerpo
Pero aún hay más: si el vitalismo tiene su expresión más evidente en la juventud, su realidad más
concreta es el cuerpo. El culto a la vitalidad comporta la adoración al cuerpo: podría decirse que
vivimos en el marco de una filosofía, de una cultura del cuerpo. Es un fenómeno
extraordinariamente significativo, que hace pensar en el ideal griego de la belleza física: en
realidad, es algo completamente distinto. Sobre el ideal griego de la belleza física gravitaba
siempre la tristeza de la muerte que domina toda esa civilización; en segundo lugar, el cuerpo era
exaltado como forma, por su perfección: ideal que vuelve con los grandes pintores y artistas del
Renacimiento. La belleza física era un paso previo a la belleza espiritual, mientras que hoy lo que
vale es el cuerpo en su vitalidad, en su «corporeidad», en sus instintos más radicales: lo bello o lo
feo no importan con tal de que sean vida, impulso que mantenga alejada la idea de la muerte. De
ahí que prevalezca el naturalismo sobre el significado que, para el hombre, tiene o deberia tener la
muerte.
Es este un significado decisivo para una correcta antropología, a cuya luz el hombre aparece como
el ser que sabe que debe morir. Rechazar ese saber implica la exaltación naturalista de todo lo
que, por el contrario, es fuerza vital y expansiva. Lo curioso es que, anulado el sentido de la muerte
para exaltar sólo el sentido de la libertad vital, se oscurece también el sentido de la vida. La vida no
es jamás mera ausencia de muerte. Recuerdo la magnifica frase de San Agustín: «Todas las cosas
nacen y crecen, y cuanto más crecen para su ser, tanto más crecen para no ser». San Agustín
subraya así el crecimiento paralelo de la muerte y de la vida, confirmado en nuestros dias por la
tesis de Heidegger sobre el hombre como «ser para la muerte». Todo eso es negado por el
naturalismo vitalista. Pero entonces, perdido el sentido de la muerte, también la vida pierde sentido
y se convierte en simple ausencia de muerte; no requiere más profundización ni tensión, sino
solamente la voluntad de vivir donde sea y como sea. Se da una total despersonalización del
individuo que, privado de cualquier problema interior respecto al trágico hecho de la muerte, sólo
trata de vivir: ¡su última esperanza es la mítica hibernación! ¡En qué espantosa amenaza para los
vivos podría convertirse esa esperanza! Unicamente el loco optimismo positivista de algunos
científicos puede alimentarla. Piénsese en una tierra poblada de cuerpos hibernados que esperan
despertar para arrebatar a los demás los bienes disponibles, en una lucha desesperada para
poseer, para tener, para dormir...
El vértigo del instinto
La total falta de responsabilidad del individuo que ha perdido el sentido de la muerte provoca, por
tanto, una absolutización de los instintos naturales. Perdida la conciencia del pecado, el individuo
llega a la negación de la muerte como criterio de juicio para su propia vida, y por eso se entrega a
los impulsos vitales que le urgen desde dentro y se traducen en una voluntad de poder y de
dominio.
Es casi inútil decir que de este modo se pierde cualquier sentido cristiano de la vida y de la muerte,
es decir, de la muerte como tránsito y como hecho redentor para si y para los demás, que debe
afrontarse con Cristo a la luz de Su muerte.
La civilización hoy dominante se ha construido y se explica precisamente con la negación del
pecado en todas sus dimensiones personales y sociales y con la supresión del sentido de la
muerte. Y, sin embargo, esta civilización no ha suprimido la angustia que el hombre experimenta
cuando advierte que es limitado, necesitado de una ayuda que nunca encuentra de modo suficiente
en la sociedad. Nuestra civilización se ve obligada a poner el fin de esa angustia en un futuro
terreno, si, pero indefinido y mítico. Muchas son las voces que indican cuál es la lección que hemos
de sacar de todo esto. He recordado poco antes a Heidegger a propósito de la recuperación del
sentido de la muerte como premisa para reencontrar el ser. Recuerdo una vez más a Horkhelmer,
para quien la ciencia y el bienestar llevan a un mundo burocratizado y manipulado, del que
únicamente podrá salvarnos el reflexionar sobre el «hecho de que el hombre debe morir», que
suscita «la nostalgia del totalmente Otro».
Por tanto, no son sólo los cristianos quienes advierten lo ilusorio y lo peligroso del vértigo de poder,
individual o social, en el que el hombre contemporáneo está metido al perder el sentido de la
muerte y del pecado. El final de esa vorágine, como hemos visto, no es la liberación, sino la
servidumbre. La esperanza en un bienestar mundano sustitutivo de la salvación se revela como
mistificador y despersonalizador, mientras que el estimulo de la conciencia del pecado lleva al
individuo a hacerse cargo de su propio destino y del de sus hermanos en un consciente y
responsable uso de la libertad.
Sergio Cotta
Citas en la Sagrada Escritura
Por un solo hombre entró el pecado en el mundo y con el pecado la muerte [...], y la muerte se fue
propagando a todos los hombres porque todos pecaron (en Adán). Rom 5, 12.
Sobreabundancia de la Redención: Rom 5, 15-21.
Consecuencias del pecado original; vestigios que deja en nosotros aun después del bautismo: Rom
7, 1425.
El Hijo de Dios vino a destruir las obras del diablo. I Jn 3, 9.
Todo el que comete pecado, esclavo es del pecado. Jn 8, 34.
¿No sabéis que los injustos no poseerán el reino de Dios? No queráis engañaros: ni los fornicarlos,
ni los idólatras, ni los adúlteros [...], ni los que viven de robos han de poseer el reino de Dios. I Cor
6, 9-10.
Los pecadores son enemigos de su propia dicha. Tob 12, 10.
El error y las tinieblas son obras de los pecadores; los que en el mal se complacen, en el mal
envejecen. Eclo 11, 6.
Reconoce y advierte qué malo y amargo es para ti haberte apartado de Yahvé, tu Dios, y haber
perdido mi temor. Jer 2, 19.
La justicia engrandece a las naciones, el pecado es la decadencia de los pueblos. Prov 14, 34.
La paga del pecado es la muerte. Rom 6, 23.
La ley del Espiritu [...] me liberó de la ley del pecado. Rom 8, 2.
Si no me escucháis y no ponéis por obra mis mandamientos, si desdeñáis mis leyes,
menospreciáis mis mandatos y no los ponéis por obra, si rompéis mi alianza, ved lo que también yo
haré con vosotros: echaré sobre vosotros el espanto, la consunción y la calentura que debilitan
vuestros ojos y destrozan el alma; sembraréis en vano vuestra simiente [...] y seréis derrotados por
vuestros enemigos, que os dominarán; huiréis sin que os persiga nadie. Lev 26, 14 ss.
Aún no habéis resistido hasta la sangre en vuestra lucha contra el pecado. Heb 12, 4.
El que sabe hacer el bien y no lo hace, comete pecado. Sant 4, 17.
Como de la serpiente, huye del pecado, porque si te acercas te morderá. Eclo 21, 2.
Si tu ojo derecho te escandaliza, sácatelo y arrójalo de ti [...], Y si tu mano derecha te escandaliza,
córtatela y arrójala de ti [...]. Mt 5, 29-30.
Quien convierte a un pecador [...] cubrirá la muchedumbre de sus pecados. Sant 5, 20.
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SELECCIÓN DE TEXTOS
El pecado y sus consecuencias
4051 Nuestros pecados fueron la causa de la Pasión: de aquella tortura que deformaba el
semblante amabilisimo de Jesús, perfectus Deus, perfectus homo; Y son también nuestras
miserias las que ahora nos impiden contemplar al Señor, y nos presentan opaca y contrahecha su
figura. Cuando tenemos turbia la vista, cuando los ojos se nublan, necesitamos ir a la luz. Y Cristo
ha dicho: ego sum lux mundi! (Jn 8, 12), yo soy la luz del mundo. Y añade: el que me sigue no
camina a oscuras, sino que tendrá la laz de la vida (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER Vía Crucis, p. 57).
4052 Yo sé de una persona a quien quiso Nuestro Señor mostrar cómo quedaba un alma cuando
pecaba mortalmente. Dice aquella persona que le parece, si lo entendiesen, no sería posible a
ninguno pecar, aunque se pusiera a mayores trabajos que se pueden pasar por huir de las
ocasiones (SANTA TERESA, Las Moradas, I, 2, 2).
4053 Cuando la realidad social se ve viciada por las consecuencias del pecado, el hombre,
inclinado ya al mal desde su nacimiento, encuentra nuevos estímulos para el pecado, los cuales
sólo pueden vencerse con denodado esfuerzo ayudado por la gracia (CONC. VAT. Il, Const.
Gaudium et spes, 25).
4054 Lo que la Revelación divina nos dice coincide con la experiencia. El hombre, en efecto,
cuando examina su corazón, comprueba su inclinación al mal y se siente anegado por muchos
males, que no pueden tener origen en su santo Creador. Al negarse con frecuencia a reconocer a
Dios como su principio, rompe el hombre la debida subordinación a su fin último y también toda su
ordenación, tanto por lo que toca a su propia persona como a las relaciones con los demás y con el
resto de la creación (CONC. VAT. II, Const. Caudium et spes, 13).
4055 No sólo para el alma son nocivos los malos placeres, sino también para el cuerpo, porque el
fuerte se hace débil, el sano enfermo, el ligero pesado, el hermoso deforme y viejo (SAN JUAN
CRISÓSTOMO, Hom. sobre la I Epistola a los Corintios, 99).
4056 Así como la nave (una vez roto el timón) es llevada a donde quiere la tempestad, así también
el hombre, cuando pierde el auxilio de la gracia divina por su pecado, ya no hace lo que quiere,
sino lo que quiere el demonio (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena A urea, vol. III, p. 10).
4057 Si alguien tiene sano el olfato del alma, sentirá cómo hieden los pecados (SAN AGUSTIN,
Coment. sobre el Salmo 37).
4058 En esto consiste precisamente el pecado, en el-uso desviado y contrario a la voluntad de
Dios de las facultades que él nos ha dado para practicar el bien (SAN BASILIO MAGNO, Regla
monástica, respuesta 2, 1).
4059 Quien soporta la tiranta del principe de este siglo por la libre aceptación del pecado, está bajo
el reino del pecado (ORIGENES, Trat. sobre la oración, 25).
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El único mal verdadero
4060 Podemos afirmar muy bien, que la Pasión que los judios hicieron sufrir a Cristo era casi nada,
comparada con la que le hacen soportar los cristianos con los ultrajes del pecado mortal [...]. ¡Cuál
va a ser nuestro horror cuando Jesucristo nos muestre las cosas por las cuales le hemos
abandonado! (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre el pecado).
4061 No olvides, hijo, que para ti en la tierra sólo hay un mal. que habrás de temer, y evitar con la
gracia divina: el pecado (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, n. 386).
4062 Los judios vieron maravillas; también tú las verás, y más grandes y sorprendentes que
cuando los judíos salieron de Egipto. Los judíos atravesaron el mar Rojo; tú has atravesado el
dominio de la muerte. Ellos fueron liberados de Egipto; tú has sido liberado de los demonios. Los
judios escaparon de la esclavitud en país extranjero; tú has escapado de la esclavitud, mucho más
triste, del pecado (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Catequesis 3, 24).
4063 Puede decirse que, en lo espiritual, hay tanta distancia en- tre justos y pecadores, como en lo
material entre el cielo y la tierra (SAN AGUSTIN, Sobre el sermón de la Montaña, 2).
4064 En las cosas humanas lo único que merece ser tenido por bueno, en el pleno sentido de la
palabra, es la virtud [...]. Y a la inversa, nada hay que reputar por malo como tal, es decir
intrinsecamente, más que el pecado. Es lo único que nos separa de Dios, que es el bien supremo,
y nos une al demonio, que es el mal por antonomasia (CASIANO, Colaciones, 6).
4065 El Deuteronomio, hablando de los condenados que no tienen a Dios, dice: Su vino es
ponzoña de monstruo y veneno mortal de víboras (Dt 32, 35). Muerte del alma es no tener a Dios
(SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 2, 7).
4066 Todo lo que quieres y deseas es bueno. No quieres tener una bestia mala, un siervo malo, un
vestido malo, una quinta mala, una casa mala, una mujer mala, unos hijos malos. Todo lo quieres
bueno: pues sé también bueno tú, que todo lo quieres bueno. ¿Dónde has tropezado para que,
entre todas las cosas buenas que quieres, tú sólo quieras ser malo? (SAN AGUSTIN, Sermón 297).
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El pecado y la contrición
4067 No te entristezcas, apóstol, responde una vez, responde dos, responde tres. Venza por tres
veces tu profesión de amor, ya que por tres veces el temor venció tu presunción. Tres veces ha de
ser desatado lo que por tres veces hablas ligado. Desata por el amor lo que hablas ligado por el
temor (SAN AGUSTIN, Sermón 295).
4068 Dos pasos da el diablo: primero engaña, y después de engañar intenta retener en el pecado
cometido (SANTO TOMÁS, Sobre el Padrenuestro, 1. c., p. 163).
4069 ¡Cuán ciego es el hombre al dejar perder tantos bienes y atraer sobre sí tantos males,
permaneciendo en pecado! (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la conversión).
4070 Lo grave no es que quien lucha caiga, sino que permanezca en la caída; lo grave no es que
uno sea herido en la guerra, sino desesperarse después de recibido el golpe y no cure la herida
(SAN JUAN CRISOSTOMO, Exhortación a Teodoro, 1).
4071 Más que el pecado mismo, irrita y ofende a Dios que los pecadores no sientan dolor alguno
de sus pecados (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 14).
4072 ASi como entre las enfermedades corporales hay algunas que no las sienten quienes están
enfermos de ellas, sino que más bien dan crédito a lo que dicen los médicos, sin tener en cuenta
su propia insensibilidad, ese alma que no percibe sus pasiones ni conoce sus pecados debe dar
crédito a quienes pueden dárselo a conocer (SAN BASILIO, en Catena Aurea, vol. Vl, p. 442).
4073 Padece el género humano de enfermedad; no de cuerpo, sino de pecados. Yace en toda la
redondez de la tierra, de oriente a occidente, el gran enfermo. Y para curar al gran enfermo
descendió el Médico omnipotente. Se humilló hasta su carne mortal, o digamos, hasta el lecho del
enfermo (SAN AGUSTIN, Sermón 87).
4074 Si un alma está contenta ahora siendo esclava del demonio, si le deja alojarse en su pecho,
¿cómo podrá desalojarlo jamás? ¿No arrastrará el mal espíritu a aquella alma al infierno, necesaria
e inevitablemente, cuando llegue la muerte? (CARD. J.H. NEWMAN, Sermón en el Dom. 11 de
Cuaresma: mundo y pecado).
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El pecado y la confesión
4075 Os pregunto a vosotros: ¿De quién está distante el que está en todas partes? ¿De quiénes,
pensáis, sino de los que yacen en su desemejanza, destruyendo en sí mismos la imagen de Dios?
Gentes que se alejaron de E1, vuelvan reformados. —¿Y cómo dice, nos reformaremos? ¿Cuándo
volveremos al molde? —Comenzad por la confesión; sigan las buenas obras (SAN AGUSTIN,
Coment. sobre el Salmo 146).
4076 El alma que ha consentido la culpa se ha de horrorizar de si misma y limpiarse lo más pronto
que pueda, por el respeto que debe tener a los ojos de Dios, que la está mirando; a más de que es
gran necedad estar muertos en el espiritu teniendo tan formidable remedio (SAN FRANCISCO DE
SALES, Introd. a la vida devota, II, 19).
4077 El Señor permitió un dia a un profeta ver un alma en estado de pecado, y nos dice que
parecia el cadáver corrompido de una bestia, después de haber sido arrastrado ocho cias por las
calles y expuesto a los rigores del sol. ¡Cuán bella es un alma cuando tiene la dicha de estar en
gracia de Dios! Si, ¡solamente Dios puede conocer todo su precio y todo su valor! Ved también
cómo Dios ha instituido unos medios para hacerla feliz en este mundo, mientras llega la hora de
darle mayor felicidad en la otra vida. ¿Por qué ha instituido los sacramentos? ¿No es, por ventura,
para curarla cuando tiene la desgracia de caer en pecado? (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre
Jesucristo).
4078 La profundidad del pozo de la miseria humana es grande; y si alguno cayera alli, cae en un
abismo. Sin embargo, si desde ese estado confiesa a Dios sus pecados, el pozo no cerrará la boca
sobre él [...]. Hermanos, hemos de temer esto grandemente. Desdeñada la confesión, no habrá
lugar para la misericordia (SAN AGUSTIN, Coment. sobre el Salmo 68).
4079 No se conforma el demonio con un pecado, sino que se afianza más en él para empujar a
otro: El que comete pecado, esclavo es del pecado (Jn 8, 34). Por eso no es tan fácil librarse de tal
situación: dice Gregorio: «Pecado que no se lava por la penitencia, arrastra sin tardar a otro con su
peso» (SANTO TOMAS, Sobre la caridad, 1. c., p. 231).
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La tristeza peculiar y la amargura del pecado
4080 Pecó para obtener cierto placer corporal; pasó el placer, quedó el pecado. Pasó el deleite,
quedó la cadena. ¡Dura esclavitud! (SAN AGUSTIN, Trat. Evang. S. Juan, 41).
4081 Nuestra vida está rodeada de espinas, cuando encontramos las punzadas del dolor en
aquello mismo que malamente deseamos (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 36 sobre los Evang.).
4082 Yo sé de una persona a quien quiso nuestro Señor mostrar cómo quedaba un alma cuando
pecaba mortalmente. Dice aquella persona que le parece si lo entendiesen no seria posible
ninguno pecar, aunque se pusiese a mayores trabajos que se pueden pensar por huir de las
ocasiónes; y asi le dio mucha gana que todos lo entendieran. Y asi os la de a vosotros hijas, de
rogar mucho a Dios por los que están en este estado, todos hechos una oscuridad, y asi son sus
obras.Porque asi como de una fuente muy clara lo son los arroyicos que salen de ella, como es un
alma que está en gracia, que de a-tui le viene ser sus obras tan agradables a los ojos de Dios y de
los hombres, porque proceden de esta fuente de vida a donde el alma está como un árbol plantado
en ella, que la frescura y fruto no tuviera si no le procediera de alli, que esto le sustenta y hace no
secarse y que de buen fruto; asi el alma que por su culpa se aparta de esta fuente y se planta en
otra de muy negrisima agua y de muy mal olor, todo lo que corre de ella es la misma desventura y
suciedad. (SANTA TERESA, Las Moradas, 1, 2, 2).
4083 Es, por tanto, mal pájaro aquel que hubiere perdido la facultad de volar por el vicio de la
miseria del mundo, como los pájaros que se venden por un dipondio (2 ases), esto es, por el precio
de los placeres temporales; porque el enemigo nos vende a bajo precio, como esclavos cautivos en
guerra; mas el Señor, que nos hizo buenos servidores suyos a su imagen, estimó su obra en lo que
valia y nos redimió a un precio muy elevado (SAN AMBROSIO, en Catena Aurea, vol. VI, p. 66).
4084 Nada hay más infeliz que la felicidad de los que pecan (SAN AGUSTIN, en Catena Aurea, vol.
I, p. 325).
Igual que hay diferentes formas de esta demencia, que es 4085 desorden de la razón, hay también
diferentes formas de esta locura peor que es el pecado. En un manicomio hay diferentes formas de
enajenación, y así, el mundo entero es un vasto manicomio, en el que sus habitantes, aunque
bastante sagaces en asuntos de este mundo, están en materia espiritual locos de un modo o de
otro (CARD. J.H. NEWMAN. Sermón en el Dom. II de Cuaresma: mundo y pecado).
4086 ¿Qué otra cosa son los cuerpos de los malos sino sepulcros de difuntos, en donde se guarda,
no la palabra de Dios, sino el alma muerta por el pecado? (RABANO MAURO, en Catena Aurea,
vol. I, p. 509).
4087 Hay también muchos que viven, y que, sin embargo, están muertos. Estos tales yacen en el
infierno, puesto que lo merecen, no pudiendo alabar a Dios (CASIANO. Colaciones, 1).
4088 Cuando tenla sano el corazón de la conciencia pura, gozábase con la presencia de Dios; mas
desde que quedó herido su ojo por el pecado, comenzó a esquivar la luz de Dios, se refugió en las
sombras y en el ramaje denso de los árboles, fugitivo de la verdad, sumido en tiniebla (SAN
AGUSTIN, Sermón 88).
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Pecado mortal y pecados veniales
4089 Igual que en el cuerpo de los justos habita Dios mismo, los cuerpos de los pecadores se
llaman sepulcros de muertos; pues el alma está en el cuerpo del pecador y no puede creerse que
viva, porque nada hace sobre el cuerpo que pueda llamarse vivo y espiritual (SAN JUAN
CRISOSTOMO, en Catena Aurea, volt III, p. 126).
4090 Tres son los elementos que completan un pecado: la sugestión, la delectación y el
consentimiento. La sugestión nos viene de la memoria, o de los sentidos corporales cuando vemos,
olmos, olemos, gustamos o tocamos algo. Si el gozar de ello nos deleita, debemos refrenar la
delectación ilícita [...]. Mas, si hubiese consentimiento, habrá pecado pleno, conocido por Dios en
nuestro corazón, aunque de hecho no se manifieste a los demas (SAN AGUSTIN, Sobre el Sermón
de la Montaña, 1).
4091 Así como son tres los grados por los que se llega al pecado: la sugestión, el deleite y el
consentimiento, así hay también tres maneras diferentes de pecado: de corazón, de obra y de
hábito, que son como tres muertes: la una como si tuviese lugar en casa, o sea, cuando en el
corazón consiente; otra como llevada ya fuera de la puerta, cuando el consentimiento se traduce
en acción; la tercera cuando, en fuerza de la mala costumbre, el alma es oprimida como por una
mole, como si ya estuviese podrida en el sepulcro. Cualquiera que haya leído el Evangelio habrá
podido comprobar que Jesucristo resucitó a estas tres clases de muertes (SAN AGUSTIN, Sobre el
Sermón de la montaña, 1).
4092 Reciamente, con sinceridad, hemos de sentir—en el corazón y en la cabeza—horror al
pecado grave. Y también ha de ser nuestra la actitud, hondamente arraigada, de abominar del
pecado venial deliberado, de esas claudicaciones que no nos privan de la gracia divina, pero
debilitan los cauces por los que nos llega (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 243).
4093 Por lo tanto, hermanos, no tengáis en poco esas faltas, a las que tal vez os habéis habituado
ya. La costumbre llega a conseguir que no se aprecie la gravedad del pecado. Lo que se endurece
pierde la sensibilidad. Lo que se halla en estado de putrefacción no duele, no porque esté sano,
sino por muerto. Si al pincharnos en algún sitio nos duele, es que esa parte está sana u of rece
posibilidad de curación. Si no nos duele está ya muerta; hay que cortarla (SAN AGUS TiN, Sermón
17).
4094 Que os veáis con tan gran determinación de no ofender al Señor y que perderíades mil vidas
antes que hacer un pecado mortal, y de los veniales estéis con mucho cuidado de no hacerlos de
advertencia, que de otra suerte, ¿quién estará sin hacer muchos? Mas hay una advertencia muy
pensada, y otra tan de presto, que casi haciendo el pecado venial y adviniendo en todo uno, que no
nos pudimos entender (SANTA TERESA, Camino de perfección, 41, 3).
4095 Si tuviésemos fe y si viésemos un alma en estado de pecado mortal, nos moriríamos de terror
(SANTO CURA DE ARS, citádo por Juan XXIII, en Carta Sacerdotii nostri primordia).
4096 Si estamos atentos, comprenderemos que hay muertes más temibles que la de Lázaro: todo
hombre que peca, muere. Todo hombre teme la muerte corporal; pero hay pocos que teman la
muerte del alma. Para evitar la inevitable muerte fisica, todos hacen grandes esfuerzos: es el
verdadero sentido de sus empresas El hombre mortal se esfuerza por no morir, y el hombre
destinado a vivir eternamente, ¿no se ha de esforzar en no pecar? (SAN AGUSTIN, Trat. Evang. S.
Juan, 49).
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Huir de las ocasiones
4097 Hemos de huir siempre del pecado, pero la tentación del pecado hay que vencerla unas
veces huyendo y otras ofreciendo resistencia. Huyendo cuando el continuo pensamiento aumenta
el incentivo del pecado, como sucede en la lujuria [...]. Resistiendo, empero, cuando el pensar
detenidamente en el objeto que la provoca ayuda a alejar el peligro que precisamente nace de no
considerarlo bien. Tal es el caso de la pereza espiritual o acidia, porque cuanto más pensamos en
los bienes espirituales, más nos agradan y más desaparece el tedio que provocaba el conocerlos
superficialmente (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 2-2, q. 35, a. 1).
4098 Hay tres cosas que apartan al hombre del pecado: el temor del infierno o la sanción de las
leyes eternas, la esperanza y deseo del reino de los cielos y el afecto al bien por si mismo y el
amor de las virtudes (CASIANO, Colaciones, 11).
4099 Un buen médico no se conforma con curar las manifesta- ciones externas de la enfermedad,
sino que ataca las causas, para evitar recaidas. Cristo, de manera semejante, quiere que
arranquemos las raíces de los pecados (SANTO TOMÁS, Sobre los mandamientos, 1. c., p. 266).
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El pecado y su castigo
4100 Cae en las tinieblas exteriores el que voluntariamente y por culpa suya cayó en las interiores;
y contra su voluntad sufre allí las tinieblas del castigo, el que mantuvo aquí con gusto las tinieblas
del placer (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 9 sobre los Evang.).
4101 Donde hay pecado allí hay pena; y porque pecó mucho con la lengua, fue más atormentado
en ella (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. VI, p. 250).
4102 Se nos dice que en aquel lugar habrá llanto y crujir de dientes; de suerte que allí rechinarán
los dientes de los que, mientras estuvieron en este mundo, se gozaban en su voracidad; llorarán
allí los ojos de aquellos que en este mundo se recrearon con la vista de cosas ilicitas; de modo que
cada uno de los miembros que en este mundo sirvió para la satisfacción de algún vicio, sufrirá en la
otra vida un suplicio especial (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 38 sobre los Evang.).
4103 Aquel que en su propia eternidad peca contra Dios, será castigado en la eternidad de Dios; y
se dice que alguien peca en su eternidad, no sólo por la continuación del acto pecaminoso durante
toda la vida del hombre, sino también porque, al proponerse el pecado como su propio bien, tiene
la intención de pecar eternamente (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 1-2, q. 87, a. 2 ad l).
4104 Siendo infinita la culpa del pecado mortal, puesto que va contra el bien infinito, es decir,
contra Dios, cuyos mandamientos desprecia el pecador, el castigo merecido por el pecado mortal
es infinito (SANTO TOMÁS, Sobre el Credo, 6, 1. c., p. 64).
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La continua vigilancia
4105 El diablo no permite a aquellos que no velan, que vean el mal hasta que lo han consumado
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. III, p. 345).
4106 Por no pensar con frecuencia en nuestra última hora, cometemos muchos pecados; porque si
pensáramos que el Señor ha de venir y que nuestra vida ha de concluir pronto, pecariamos menos
(TEOFILO, en Catena Aurea, vol. VI, p. III).
4107 No tiene gran importancia escapar a la muerte si es por po- co tiempo y hay que morir
después; pero gran cosa es escapar a la muerte de manera definitiva, como ocurre con nosotros,
por quienes Cristo nuestra Pascua se ha inmolado (ORIGENES, Hom. para el tiempo Pascual).
4108 No sabemos cuán grande es un pecado. No sabemos cuán sutil y penetrante es su mal. Da
vueltas a nuestro alrededor y entra por cada rendija, o mejor, por cada poro. Es como el polvo, que
todo lo cubre, contaminándonos por todos los lados, y hace necesaria una atención y limpieza
constantes (CARD. J.H. NEWMAN, Dom. de Septuagésima, Sermón del juicio).
4109 El que no es mortificado en si, presto es tentado y vencido de cosas bajas y viles (Imitación
de Cristo, I, 6, 1).
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Todos somos pecadores
4110 (Y perdónanos nuestras deudas...). Por lo que se nos advierte necesaria y saludablemente
que somos pecadores, puesto que se nos invita a que roguemos por nuestros pecados. Y para que
no haya nadie que se tenga por inocente [...], se le advierte que peca todos los cias, porque se
manda orar por los pecados cotidianamente (SAN CIPRIANO, en Catena Aurea, vol. I, p. 367).
4111 Es propio de los justos, a causa de su humildad, desmentir diligentemente, y de una en una,
sus buenas obras narradas en presencia de los mismos; y es propio de los poco rectos dar a
entender—excusándose—que no tienen culpas, o que son leves y pocas (ORIGENES, en Catena
Aurea, vol. III, p. 247).
4112 No hay pecado ni crimen cometido por otro hombre que yo no sea sapaz de cometer por
razón de mi fragilidad, y si aún no lo he cometido es porque Dios, en su misericordia, no lo ha
permitido y me ha preservado en el bien (SAN AGUSTIN, Confesiones, 2, 7).
4113 Al mandarnos que pidamos cada dia el perdón de nuestros pecados, nos enseña que cada
dia pecamos, y asi nadie puede vanaglorirarse de su inocencia ni sucumbir al orgullo (SAN
CIPRIANO, Trat. sobre la oración, 18)
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Origen y consecuencias del pecado

  • 1. Qué es el pecado? Entender el pecado es comprender nuestra conducta humana, y su relación con Dios; una conducta que puede contravenir a su voluntad y a sus mandamientos. En nuestra sociedad actual se tiende a ver todo como algo relativo, y que nuestros actos no tienen consecuencias. El primer efecto es una grave (muy grave) constancia en la ofensa a Dios, y ha sido tan difundido este efecto, que actualmente nuestra sociedad humana comienza a plagarse de problemas como la deshonestidad, la mentira, la deslealtad y en casos muy graves la perversión misma comienza a verse como algo "normal". Comprender qué es el pecado es importante porque nos puede hacer comprender mejor nuestra relación con Dios y los efectos de nuestras acciones. Ser católicos cabales significa comprender lo bueno y malo de nuestros actos. Los católicos debemos saber en qué creemos y por qué lo creemos. Este documento y los demás que integran este informe especial dará a todos una perspectiva clara de qué es el pecado y por qué hay que evitarlo. Pero comencemos por definirlo: El pecado dice San Agustín, es "toda palabra, acto o deseo contra la ley de Dios" (cfr. Contra Faustum I, 22 c. 27: PL 42, 418). O bien, según la definición clásica, pecado es: a) la transgresión: es decir violación o desobediencia; b) voluntaria: porque se trata no sólo de un acto puramente material, sino de una acción formal, advertida y consentida; c) de la ley divina: o sea, de cualquier ley obligatoria, ya que todas reciben su fuerza de la ley eterna. En realidad siempre la causa universal de todo pecado es el egoísmo o amor desordenado de sí mismo (cfr. S. Th., I-II, q. 84, a. 2). Amar a alguien es desearle algún bien, pero por el pecado desea el hombre para sí mismo, desordenadamente, un bien sensible incompatible con el bien racional. Que el amor desordenado a sí mismo y a las cosas materiales es la raíz de todo pecado queda frecuentemente de manifiesto en la Sagrada Escritura (cfr. Prov. 1, 19; Eclo. 10, 9; Jue. 5, 10; 10, 4; I Sam. 25, 20; II Sam. 17, 23; I Re. 2, 40; Mt. 10, 25; etc.). Junto a la causa universal de todo pecado, podemos distinguir otras, tanto internas como externas: Las causas internas son las heridas que el pecado original dejó en la naturaleza humana: 1) la herida en el entendimiento: la ignorancia que nos hace desconocer la ley moral y su importancia; 2) la herida en el apetito concupiscible: la concupiscencia o rebelión de nuestra parte más baja, la carne, contra el espíritu; 3) la herida en el apetito irascible: la debilidad o dificultad en alcanzar el bien arduo, que sucumbe ante la fuerza de la tentación y es aumentada por los malos hábitos; 4) la herida en la voluntad: la malicia que busca intencionadamente el pecado, o se deja llevar por él sin oponer resistencia. Las causas externas son: 1) el demonio, cuyo oficio propio es tentar o atraer a los hombres al mal induciéndolos a pecar. "Sed sobrios y estad en vela, porque vuestro enemigo el diablo anda girando como león rugiente alrededor de vosotros en busca de presa que devorar" (I Pe. 5, 8; cfr. también Sant. 4, 7); 2) las criaturas que, por el desorden que dejó en el alma el pecado original, en vez de conducirnos a Dios en ocasiones nos alejan de El. Pueden ser causa del pecado ya sea como ocasión de
  • 2. escándalo (ver 7.3.3.d), bien cooperando al mal del prójimo (ver 7.3.3.e). EL DOBLE ELEMENTO DE TODO PECADO El alejamiento de Dios Es su elemento formal y, propiamente hablando, no se da sino en el pecado mortal, que es el único en el que se realiza en toda su integridad la noción de pecado. Al transgredir el precepto divino, el pecador percibe que se separa de Dios y, sin embargo, realiza la acción pecaminosa. No importa que no tenga la intención directa de ofender a Dios, pues basta que el pecador se de cuenta de que su acción es incompatible con la amistad divina y, a pesar de ello, la realice voluntariamente, incluso con pena y disgusto de ofender a Dios. La conversión a las criaturas Como se deduce de lo ya dicho, en todo pecado hay también el goce ilícito de un ser creado, contra la ley o mandato de Dios. Casi siempre es esto precisamente lo que busca el hombre al pecar, más que pretender directamente ofender a Dios: deslumbrado por la momentánea felicidad que le ofrece el pecado, lo toma como un verdadero bien, como algo que le conviene, sin admitir que se trata sólo de un bien aparente que, apenas gustado, dejar en su alma la amargura del remordimiento y de la decepción. encuentra.com :: yo creo :: pecado Origen y Consecuencias El origen del pecado se remonta a nuestros primeros padres, quienes en un acto de soberbia, desobedecen libremente el mandato divino, con plena conciencia de las consecuencias que tendria: el romper la amistad con Dios. De la desobediencia de Adán y Eva (pecado original) comenzó un largo camino para la humanidad. Las consecuencias del pecado son muchas, pero llama la atención poderosamente una de ellas: la muerte. Así vemos que el Catecismo de la Iglesia Católica nos explica esta consecuencia del pecado: "'Frente a la muerte, el enigma de la condición humana alcanza su cumbre'. En un sentido, la muerte corporal es natural, pero por la fe sabemos que realmente es 'salario del pecado' [Rm 6,23 .]. Y para los que mueren en la gracia de Cristo, es una participación en la muerte del Señor para poder participar también en su Resurrección." (Catecismo, n. 1006). "La muerte es consecuencia del pecado. Intérprete auténtico de las afirmaciones de la Sagrada Escrituras y de la Tradición, el Magisterio de la Iglesia enseña que la muerte entró en el mundo a causa del pecado del hombre. Aunque el hombre poseyera una naturaleza mortal, Dios lo destinaba a no morir. Por tanto, la muerte fue contraria a los designios de Dios Creador, y entró en el mundo como consecuencia del pecado. 'La muerte temporal de la cual el hombre se habría liberado si no hubiera pecado ', es así 'el último enemigo' del hombre que debe ser vencido." (Catecismo, n. 1008). "Desfigurado por el pecado y por la muerte, el hombre continúa siendo 'a imagen de Dios', a imagen del Hijo, pero 'privado de la Gloria de Dios' [Rm 3,23 .], privado de la 'semejanza'. La Promesa hecha a Abraham inaugura la Economía de la Salvación, al final de la cual el Hijo mismo asumirá 'la imagen' y la restaurará en 'la semejanza' con el Padre volviéndole a dar la Gloria, el Espíritu 'que da la Vida'." (Catecismo, n. 705). Pecado Mortal • Definición • El pecado mortal en relación a Dios y en relación al hombre • Condiciones para que haya pecado mortal Definición "Es la transgresión deliberada y voluntaria de la ley moral en materia grave". El pecado mortal implica la muerte del alma porque destruye la caridad en el corazón del hombre
  • 3. por una infracción grave de la ley de Dios; aparta al hombre de Dios, que es su fin último y su bienaventuranza, prefiriendo un bien inferior. Para vivir espiritualmente, el hombre debe permanecer en comunión con el supremo principio de vida, que es Dios, en cuanto es el último fin de todo su ser y obrar. Ahora bien, el pecado es un desorden perpetrado por el hombre contra ese principio vital. Y cuando por medio del pecado el alma comete una acción desordenada que llega hasta la separación del fin último Dios al que esta unida por la caridad, entonces se da el pecado mortal (Exh. Ap. 'Reconciliación y Penitencia', n. 17, del 2-XII-84). EL PECADO MORTAL EN RELACION A DIOS Y EN RELACION AL HOMBRE En relación a Dios el pecado mortal supone: a) gravísima injusticia contra su supremo dominio al sustraerse de su ley; b) desprecio de la amistad divina, manifestando enorme ingratitud para quien nos ha colmado de tantos y tan excelentes beneficios; c) renovación de la causa de la muerte de Cristo; d) violación del cuerpo del cristiano como templo del Espíritu Santo. Por todo ello, teniendo en cuenta la distancia infinita entre el Creador y la criatura, el pecado mortal encierra una maldad en cierto modo infinita. Además, como el orden moral tiene carácter eterno ley eterna, destino eterno del hombre, su negación consciente rebasa el tiempo y llega hasta la eternidad. En relación al hombre: El pecado mortal supone la negación del primer y más fundamental valor ontológico: la dependencia de Dios. La consecuencia primera ser la aversión habitual de Dios, de la que se siguen: a) La pérdida de la caridad y la privación de la gracia santificante, es decir, del estado de gracia. Con ello se pierden las virtudes infusas, los dones del Espíritu Santo y la presencia de inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma. b) La pérdida de los méritos adquiridos durante la vida. c) El oscurecimiento de la inteligencia que la misma ceguedad de la culpa lleva consigo. d) La pérdida del derecho a la gloria eterna. Si no es rescatado por el arrepentimiento y el perdón de Dios, causa la exclusión del Reino de Cristo y la muerte eterna del infierno; de modo que nuestra libertad tiene poder de hacer elecciones para siempre, sin retorno (Catecismo, n. 1861). e) El pecado atenta también contra la solidaridad humana, ya que el pecador no sólo se perjudica a sí mismo sino que, en virtud del dogma de la Comunión de los Santos, daña además a la Iglesia y aun a la totalidad de los hombres. f) El reato de pena y esclavitud de Satanás; de hijo de Dios el hombre pasa a ser enemigo de Dios. El concilio de Trento (ses. 14, cap. 5) señala que "todos los pecados mortales, aun los de pensamiento, hacen a los hombres hijos de la ira y enemigos de Dios". Aunque el pecador no quiera el alejamiento de Dios, sabe muy bien que independientemente de sus deseos subjetivos, el orden moral objetivo establecido por Dios prohíbe o manda esta acción, castigando con la pena eterna el hacerla u omitirla y, a pesar de saber todo eso, la realiza o la omite. Por un instante de gozo, fugaz y pasajero, acepta quedarse sin su fin sobrenatural eterno.
  • 4. CONDICIONES PARA QUE HAYA PECADO MORTAL Para que haya pecado mortal se requiere que la acción reúna tres condiciones: materia grave, plena advertencia y perfecto consentimiento. Materia grave No todos los pecados son igualmente graves, puesto que caben distintos grados de desorden objetivo en los actos malos, así como distintos grados de maldad subjetiva al cometerlos. Para que se de el pecado mortal se requiere materia grave, en sí misma (porque el objeto de aquel acto es en sí mismo grave, p. ej., el aborto) o en sus circunstancias (p. ej., por el escándalo que puede causar). Para reconocer si la materia es grave, habrá que decir que todo aquello que sea incompatible con el amor a Dios supone materia grave (es claro, por ejemplo, que la blasfemia o la idolatría no admiten consorcio alguno con el amor a Dios). b) Los que no siempre son mortales (llamados pecados graves, ex genere suo), ya que aunque se refieran a materia gravemente prohibida (p. ej., el hurto), admiten parvedad de materia, de modo que si sólo hay materia leve no pasan de pecado venial (p. ej., robar una cosa insignificante). Plena advertencia En primer lugar la advertencia se refiere a dos cosas: 1) advertencia del acto mismo: es necesario darse cuenta de lo que se esté haciendo (p. ej., no advierte totalmente la acción el que está semidormido); 2) advertencia de la malicia del acto: es necesario advertir aunque sea confusamente que se está haciendo un pecado, un acto malo (p. ej., el que come car- ne en vigilia, pero ignora absolutamente que lo es, advierte la acción comer carne, pero no su ilicitud). Cabe también decir que la advertencia moral no comienza sino cuando el hombre se da cuenta de la malicia del acto: mientras no se advierta esta malicia no hay pecado. Sin embargo, también es preciso señalar que para que haya pecado no es necesario advertir que se esta ofendiendo a Dios; basta darse cuenta aunque sea confusamente que se realiza un acto malo. Perfecto consentimiento Como el consentimiento sigue naturalmente a la advertencia, resulta claro que sólo es posible hablar de consentimiento pleno cuando ha habido plena advertencia del acto. Si no hubo advertencia plena del acto o de su malicia, puede también decirse que falla el perfecto consentimiento para la realización de ese acto o para su imputabilidad moral. Es importante distinguir entre `sentir' una tentación y `consentirla'. En el primer caso se trata de un fenómeno puramente sensitivo de la parte animal del hombre, mientras en el segundo es ya un acto plenamente humano, pues supone la intervención positiva de la voluntad. No es siempre fácil saber si hubo consentimiento pleno. En el caso de duda sirve fijarse en lo que pasa ordinariamente: quien ordinariamente consiente debe juzgar que consintió, y al contrario. Igualmente es importante recordar que es ilícito proceder con duda: debe salirse de ella antes de actuar. No debe confundirse el consentimiento semi-pleno o la falta de consentimiento con una acción voluntaria que alguien realiza bajo coacción física o moral superable.
  • 5. Por ejemplo, aquel que, amenazado de muerte, inciensa un ídolo, hace un acto perfectamente consentido: ha aceptado positivamente en su voluntad el ser idólatra, aunque lo hiciera bajo coacción. encuentra.com :: yo creo :: pecado El Pecado Venial • Definición y naturaleza • Condiciones para que haya pecado venial • Efectos del pecado venial DEFINICION Y NATURALEZA DEL PECADO VENIAL "Se comete un pecado venial cuando no se observa en una materia leve la medida prescrita por la ley moral, o cuando se desobedece a la ley moral en materia grave, pero sin pleno conocimiento o sin entero consentimiento" (Catecismo, n. 1862). Venial viene de la palabra venia, que significa perdón, y alude al más fácil perdón de este tipo de faltas: se remiten no exclusivamente en el fuero sacramental sino también por otros medios. El pecado venial difiere sustancialmente del mortal, ya que no implica el elemento esencial del pecado mortal que es, como quedó explicado (cfr. 5.3.1), la aversión a Dios. En el pecado venial se da sólo el segundo elemento, una cierta conversión a las criaturas compatible con la amistad divina. De acuerdo a la enseñanza de Santo Tomás, el pecado venial es un desorden en las cosas, un mal empleo de las fuerzas para caminar hacia Dios, pero en el que se conserva la ordenación fundamental al último fin: los pecados que incurren en desorden respecto a las cosas que orientan al fin, pero que conservan su orden al fin último, son m s reparables y se llaman veniales (S. Th., I- II, q. 88, a. 1). El Papa Juan Pablo II explica: "...cada vez que la acción desordenada permanece en los límites de la separación de Dios, entonces el pecado es venial. Por esta razón, el pecado venial no priva de la gracia santificante, de la amistad con Dios, de la caridad, ni por lo tanto, de la bienaventuranza eterna" (Exhort. Apost. Reconciliación y Penitencia, n. 17, 2-XII-1984). Para clarificar estos conceptos suele ponerse el ejemplo del que emprende un viaje con el objeto de llegar a un determinado lugar. El pecado mortal equivaldría al hecho de que ese viajero de pronto se pusiera de espaldas y comenzara a caminar en sentido contrario, alejándose así cada vez más de la meta buscada. En cambio, quien comete un pecado venial es como el viajero que simplemente hace una desviación, un pequeño rodeo, pero sin perder la orientación fundamental hacia el punto donde se dirige. CONDICIONES PARA QUE HAYA PECADO VENIAL Un pecado puede ser venial por dos razones: 1) porque la materia es leve (p. ej., una mentira jocosa, falta de aprovechamiento del tiempo en los estudios -que no tienen consecuencias graves en los exámenes-, una pequeña desobediencia a los padres, etc.); 2) porque siendo la materia grave, la advertencia o el consentimiento no han sido perfectos (p. ej., los pensamientos impuros semi-consentidos, una ofensa en un partido de futbol por apasionamiento, etc.).
  • 6. Conviene tener en cuenta también que el pecado venial objetivamente considerado puede hacerse subjetivamente mortal por las siguientes causas: 1) por conciencia errónea (p. ej., si se cree que una mentira leve es pecado grave, y se dice, se peca gravemente); 2) por un fin gravemente malo (p. ej., si se dice una pequeña mentira deseando cometer, gracias a ella, un hurto grave); 3) por acumulación de materia (p. ej., cuando se roba 10 más 10 más 10...); 4) por el grave detrimento que se siga del pecado venial: a) de daños materiales (p. ej., el médico que por un descuido leve ocasiona la muerte del paciente); b) de peligro de pecado mortal (p. ej., el que por curiosidad acude a un espectáculo sospechando que ser para él ocasión de pecado); c) por peligro de escándalo (p. ej., el que inventa aventuras que llevan a otros a cometer pecados). EFECTOS DEL PECADO VENIAL "El pecado venial - debilita la caridad, - entraña un afecto desordenado a bienes creados, - impide el progreso del alma en el ejercicio de las virtudes y la práctica del bien moral, - merece penas temporales, - el pecado venial deliberado y que permanece sin arrepentimiento, nos dispone poco a poco a cometer el pecado mortal. No obstante, el pecado venial no nos hace contrarios a la voluntad y la amistad divinas; no rompe la Alianza con Dios. Es humanamente reparable con la gracia de Dios. No priva de la gracia santificante, de la amistad de Dios, de la caridad, ni, por tanto, de la bienaventuranza eterna" (Catecismo, n. 1863). encuentra.com :: yo creo :: pecado Pecados especiales Algunos pecados especiales se agrupan bajo los siguientes nombres: Pecados contra el Espíritu Santo "El que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón nunca, antes bien será reo de pecado eterno" (Mc. 3, 29; cfr. Mt. 12, 32; Lc. 12, 10). No hay límites a la misericordia de Dios, pero quien se niega deliberadamente a acoger la misericordia de Dios mediante el arrepentimiento rechaza el perdón de sus pecados y la salvación ofrecida por el Espíritu Santo. Semejante endurecimiento puede conducir a la condenación final y a la perdición eterna (Catecismo, n. 1864). Entre estos pecados se incluyen la presunción de salvarse sin méritos, la desesperación, la impugnación de la verdad cristiana conocida, la obstinación en el pecado y la impenitencia final. Pecados que claman al cielo, porque su influencia nefanda en el orden social pide venganza de lo alto. Suelen recibir esta denominación el homicidio, la homosexualidad, la opresión de los débiles, la retención de salario a los obreros. Pecados capitales, llamados así porque los demás suelen proceder de ellos como de su cabeza u origen. Clásicamente se citan la soberbia o vanagloria, la envidia, la avaricia, la ira, la lujuria, la
  • 7. gula y la pereza. encuentra.com :: yo creo :: pecado Las tentaciones "La tentación de Jesús manifiesta la manera que tiene de ser Mesías el Hijo de Dios, en oposición a la que le propone Satanás y a la que los hombres le quieren atribuir. Por eso Cristo ha vencido al Tentador en beneficio nuestro: 'Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado' [Hb 4,15 .]. La Iglesia se une todos los años, durante los cuarenta días de Cuaresma, al Misterio de Jesús en el desierto (Catecismo, n. 540)." Por tentación se entiende toda aquella sugestión interior que, procediendo de causas tanto internas como externas, incita al hombre a pecar. Las tentaciones actúan en el hombre de tres maneras: 1) engañando al entendimiento con falsas ilusiones, haciéndole ver, p. ej., la muerte como muy lejana, la salvación muy fácil, a Dios más compasivo que justiciero, etc.; 2) debilitando a la voluntad, haciéndola floja a base de caer en la comodidad, en la negligencia, etc.; 3) instigando a los sentidos internos, principalmente la imaginación, con pensamientos de sensualidad, de soberbia, de odio, etc. Las tentaciones son pecado no cuando las sentimos, sino sólo cuando voluntariamente las consentimos (Catecismo, nn. 1264, 1426, 2515). Es importante comprender con claridad que la tentación sólo puede incitar a pecar, pero nunca obliga a la voluntad, que permanece siempre dueña de su libre albedrío. Ninguna fuerza interna o externa puede obligar al hombre a pecar. Por tanto, siempre podemos vencer las tentaciones, ya que ninguna de ellas es superior a nuestras fuerzas: Fiel es Dios que no permitir que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, sino que de la misma tentación os hará sacar provecho (I Cor. 10, 13). Dios no quiere nuestras tentaciones, pero las permite, ya para humillarnos, haciéndonos ver la necesidad que tenemos de su gracia, ya para fortalecernos con la lucha, ya para que adquiramos m‚ritos para el cielo. Los medios para vencer las tentaciones están siempre al alcance de la mano: 1) los medios sobrenaturales, que son los más importantes: la oración, la frecuencia de sacramentos y la devoción a la Santísima Virgen; 2) la mortificación de nuestros sentidos, que fortalece la voluntad para que pueda resistir en el momento de la tentación; 3) evitar la ociosidad, pues la tentación parece que espera el primer momento de ocio para insinuarse; 4) huir de las ocasiones de pecado, dado que nunca es lícito exponerse voluntariamente a peligro próximo de pecar: supondría conceder poca importancia a la probable ofensa a Dios y tiene, por tanto, razón de verdadero pecado. No tengas la cobardía de ser `valiente': ¡huye! (Camino, n. 132). encuentra.com :: yo creo :: pecado Las ocasiones de pecado Por ocasión de pecado se entiende toda aquella situación en la que el hombre se encuentra en peligro de caer en pecado. Se distingue de la tentación al ser una realidad externa que se presenta como motivo de pecado. La tentación, en cambio, es sólo una sugestión interior.
  • 8. La ocasión de pecado puede ser: a) próxima: si el peligro de pecar es muy grande y la comisión del pecado casi segura; b) remota: si el peligro de pecar no es grande; c) voluntaria: si el hombre la busca libremente; d) necesaria: cuando es física o moralmente inevitable. Los principios morales en relación a la ocasión de pecado son: 1o. La ocasión próxima voluntaria de pecar gravemente, es gravemente pecaminosa. Existe, por tanto, el deber absoluto de evitar ese tipo de ocasiones, al grado de exigirse como condición previa indispensable para recibir la absolución sacramental, pues no manifestaría sincero arrepentimiento el que no se aparte de la ocasión próxima voluntaria; p. ej., no podría impartirse la absolución al que no quisiera deshacerse de las revistas obscenas que le suponen ocasión de pecar (cfr. Mt. 5, 29 ss.; 18, 8; Dz. 1211-1213). 2o. En la ocasión próxima necesaria, el hombre debe emplear todos los medios a su alcance para alejar en lo posible la ocasión de pecar y restarle influencia. En otras palabras, debe convertir la ocasión próxima en remota. 3o. Es imposible al hombre evitar todas las ocasiones remotas de pecar, especialmente en relación al pecado venial, tanto por la fragilidad de su naturaleza como por los peligros externos. Debe, sin embargo, aumentar por ello su confianza en Dios y acudir con m s frecuencia a los medios sobrenaturales, evitando igualmente la excesiva inquietud. encuentra.com :: yo creo :: pecado El sentido del pecado en la sociedad actual La civilización dominante ha intentado negar el pecado en todas sus dimensiones y suprimir el sentido de /a muerte. Sin embargo, no ha conseguido evitar /a angustia del hombre que se advierte limitado y no encuentra en la sociedad los medios suficientes para salir de esta situación. El profesor Cofta, profesor ordinario de Filosofía del Derecho en /a Universidad de Roma, analiza /as raíces filosóficas que están en /a base de /a pérdida del sentido del pecado en /a sociedad contemporánea. 1. Los filósofos de la inocencia La cultura moderna, en sus aspectos más visibles y ostentosos, denuncia una voluntad decidida de anular el sentido del pecado. (Que esa imposición se haga precisamente para oscurecer una angustiosa presencia del pecado, es otra cuestión.) Por ello, el filósofo cristiano, sin necesidad de convertirse en teólogo, puede preguntarse cuáles son el significado y las consecuencias de este vacio. La antropología cristiana reconoce que el hombre está en una situación de pecado. Es interesante notar cómo dos grandes filósofos cristianos, Pascal y Kierkegaard, han insistido en este punto. Según Pascal, el pecado original es un misterio, pero sin él no se puede comprender nada de la historia humana y del hombre en general. Sin este misterio, todo es misterioso, no se comprende nada del hombre. Igualmente, Kierkegaard insiste en que el pecado original es esencial para la comprensión total del hombre y, por tanto, de la presencia continua del pecado. Pecado contra civilización La cultura moderna está convencida exactamente de lo contrario: piensa que el misterio que ilumina —por seguir la idea de Pascal—el misterio de la vida es sólo un mito que impide el conocimiento de la realidad; es la mayor tiniebla que oculta las luces de la civilización. Aquí resulta oportuno recordar una frase de Lutero, que cito de memoria: la expresión más profunda del pecado está en no reconocernos pecadores. Precisamente la cultura moderna que quiere anular el sentido del pecado, ha advertido y afrontado el problema a través de sus grandes filósofos, es decir, ha observado que la idea del pecado era el escollo que se debía eliminar, la piedra que cerraba el paso a un cierto tipo de concepción del
  • 9. hombre. Y lo ha afrontado de un modo a veces directo y explícito, y otras, en cambio, indirecto. Dos de los más grandes filósofos que nos ha dado la cultura contemporánea lo han afrontado explícitamente: Rousseau y Hegel. Otros dos filósofos, por lo menos, que nos interesan aquí para dibujar el mapa de las más típicas negaciones del pecado, se han planteado el problema de modo más implícito: Saint-Simon y Marx. Rousseau: La inocencia original Rousseau y Hegel constituyen casos verdaderamente únicos, porque son filósofos que han secularizado la teología. En Rousseau toda la aventura humana está representada en los mismos términos que en la Escritura: desde el estado de inocencia original hasta la caida y la redención. Pero este ritmo triádico de inocencia, caida y redención se resuelve en términos puramente humanos. El pecado es rechazado, porque al principio el hombre era absolutamente inocente (se podría decir: Rousseau o la inocencia original, en vez del pecado original). Pero el ginebrino afirma también la involuntariedad de la caida, que es quizá la negación más absoluta del pecado. En el principio sitúa un hombre absolutamente inocente, que vive en armonia con la naturaleza, pero que sale de ella por un suceso misterioso que no les es imputable. Apartado sin culpa de la originaría condición de felicidad perfecta, de quietud, de absoluta tranqulidad, el hombre «cae». ¿De quién es la culpa? Rousseau es categórico: de la sociedad; la entrada en ella es el equivalente de la caida de Adán. Entrar en la sociedad significa hacer triunfar lo exterior sobre lo interior, la apariencia sobre el ser, la lucha sobre la tranquilidad. ¿Cómo se sale de esta condición de decencia en la que cada uno trata de aprovecharse del otro y de dominar a los demás? La solución es doble: en un primer momento, para Rousseau se sale de la caida en lo social mediante la constitución de una «sociedad perfecta», en la que el individuo se consagra plenamente al <<todo» social, renunciando por completo a su individualidad que ha sido corrompida en el proceso social anterior. Esta primera solución roussoniana, la más conocida, hace de la sociedad politica el todo perfecto y perfeccionado. La segunda solución es la última en la aventura existencial de Rousseau. Advirtiendo el fracaso de sus ideas, propuso indirectamente, y con el ejemplo de su vida, el retorno del individuo a la naturaleza y a la soledad en ella. Por tanto, el pecado no es nunca del individuo (porque el individuo era originalmente bueno), sino que deriva de la relación social: la sociedad es culpable, y sólo la sociedad perfecta puede redimir. Y si ésta no lo consigue, la naturaleza. Hegel: El estado salva La solución de Hegel es distinta. Podría definirse como una solución realista, porque para Hegel el pecado original señala el nacimiento del hombre. No es una caida, sino el despertar, la toma de conciencia del hecho de ser hombre y, por tanto, la renuncia a la ilusión de ser Dios. El pecado original es el primer signo de lo más típico del hombre: la actividad, el hacer. Pero también para Hegel hay una caida, cuando el individuo advierte la ruptura entre su propia conciencia, portadora de universalidad, y el empirismo de la realidad y de los demás. Para superar esta escisión, el individuo se reabsorbe en la sociedad politica, en el Estado: encontraba así en la sociedad su dimensión real de ser limitado, y se complementará en un todo humano, social, que le dará su perfección histórica. También en el caso de Hegel el individuo, al principio, carece de culpa, pero no se basta a si mismo, y para salir verdaderamente de su condición limitada debe ser absorbido en la sociedad ético-politica: el Estado. Saint-Simon: Dormir la naturaleza Para Saint-Simon, pensador de Ios origenes del positivismo, el mal consiste en el poder del hombre sobre el hombre, que es la consecuencia de un hecho externo: la escasez o la ausencia de bienes que obliga a los hombres a luchar entre ellos. Este mal desaparecerá cuando, a través de la organización científica de la sociedad, el hombre —en vez de tratar de dominar a los demás hombres— se dedique a dominar la naturaleza. Aquí se abre otra dimensión, desconocida hasta entonces por el pensamiento moderno: la regeneración del hombre mediante el dominio social de la naturaleza. Una vez más, no es el individuo en si mismo la fuente del mal, sino que ésta es algo externo; no es ya la sociedad corrompida de Rousseau o la conciencia dividida entre individualidad y sociabilidad de Hegel, sino el ambiente exterior, la condición de vida en la que se encuentra el hombre: la pobreza.
  • 10. Marx: La propiedad corrompe Tampoco para Marx el individuo es en si mismo pecador o cuipable; quien puede hacer el mal o decide hacerlo es la organización social. Un cierto tipo de organización —la que se funda sobre la propiedad privada de los medios de producción— hace presente al mal entre los hombres y les obliga a cometerlo. La revolución, el cambio de la relación de producción, llevará a una sociedad perfecta y, por tanto, a la liberación total del hombre. En todas estas posturas filosóficas se afirma, directa o indirectamente, que no es el individuo singular quien peca, sino la condición infeliz de cada uno, que debe ser superada, o la organización social que está equivocada. Temáticamente, estas cuatro grandes posturas son las que dominan la cultura moderna directa o indirectamente. Sus huellas pueden encontrarse en los periódicos, si alguien tuviese la paciencia de analizarlos. El hecho es que estas cuatro son las principales directrices del pensamiento y los cuatro sentidos en los que se niega la idea del pecado; dominan toda la cultura (por lo menos la externa) y la llamada «civilización» de nuestro tiempo. Esquematizando sus planes operativos, pueden dividirse en dos grandes lineas. En la primera, el individuo solo no se basta para salvarse del mal, del pecado, misión que corresponde a la sociedad bien organizada, a la sociedad perfecta o al menos reformable. En la segunda (representada por el Rousseau de la segunda época) elpecado está, en cambio, en la sociedad in se y per se, y es necesario huir de ella. Son dos soluciones radicales: no hay término medio entre ellas y ninguna admite la presencia de un principio distinto. O el individuo es completamente bueno, y entonces es preciso huir de la sociedad, o el individuo es completamente insuficiente y por tanto necesita recurrir a la sociedad. En ambos casos se indican vías de salvación uniformes que no admiten complejidad dialéctica. II. Vitalismo que enmascara la angustia El hombre monolítico Aunque pueda parecer extraño, la primera consecuencia de la negación de la idea del pecado es que se puede construir una interpretación subjetiva del mundo. Se podrá objetar: si el individuo es superado por la sociedad, según mantiene la mayor parte de estas tendencias, ¿cómo se puede hablar de subjetivismo? Pero, la realidad es que toda la filosofía moderna puede clasificarse como metafísica de la subjetividad. Su fundamento es ei sujeto, único punto válido de partida y de referencia del conocimiento, de la historia, de la moral; compacto, uniforme, monolítico, no está dividido en si mismo, como implica el pecado. El subjetivismo comporta una construcción totalmente antropocéntrica. Precisamente porque el hombre es monolítico—sea bueno o malo—sólo se puede y se debe construir partiendo de él. Es justamente lo contrario al dualismo antológico, según el cual nosotros somos, como decia Kierkegaard, síntesis de eterno y de contingente, de limitado e ilimitado. Al no darse ese dualismo, que constituye la explicación del pecado, no se puede partir más que del sujeto, y lo eterno será considerado como una ilusión del hombre. Desaparece así el estimulo critico que sólo la presencia inquietante del infinito puede suscitar en él. La colectividad como refugio La consecuencia fundamental de la pérdida de la idea del pecado es la posibilidad de una construcción del mundo exclusivamente antropocéntrica sobre ia base de un hombre que es solamente hombre, es decir, solamente limitado, contingente y relativo. La concepción según la cual la limitación del hombre está ligada a su aislamiento, al que sólo puede poner remedio la sociedad, pasa históricamente por tres fases, muy cercanas a nosotros (desde el siglo XIX hasta ahora). En la primera fase se confia en la capacidad socialmente creadora y positiva del individuo; se piensa que sólo en la sociedad el hombre consigue superar la infelicidad que el pecado representaba. En esta primera fase, que corresponde a un cierto desarrollo cultural e industrial, se puede decir que el triunfo de lo humano se confia a las capacidades del individuo que se consideran ilimitadas. Cuanto más actúa el individuo, tanto más actúa el bien de todos. Esta es la fase más criticada, sobre todo en nuestros dias, porque el caótico obrar de los individuos no ha sido tan armonioso como se pensaba. Por el contrario, ha permitido que los más fuertes aplasten al resto. En la segunda fase, la confianza en el individuo se transfiere a la confianza en la colectividad. Antes se tendía al bien mediante la sociedad, pero se consideraba que el equilibrio social provenia del despliegue de las fuerzas individuales. Ahora, en cambio, la esperanza de progreso está en la colectividad; podrá ser la patria o la clase, pero lo importante es que dé un sentido de integración y
  • 11. de plenitud, ofreciendo así al individuo la posibilidad de superar su angustia existencial y su insuficiencia. Por eso esta sociedad debe ser organizada perfectamente, de modo que supla las deficiencias del individuo. En la tercera fase, que se entrelaza con la segunda y es la que estamos viviendo, esta confianza en la sociedad va unida y se basa en la confianza en el dominio social sobre la naturaleza. La redención totalitaria Del primado de la colectividad se tienen dos versiones: una absoluta y otra moderada. La primera se actúa en el totalitarismo. En ella se da la negación más radical del pecado, porque la sociedad está más allá del bien y del mal, por no decir que es el bien absoluto. Al totalitarismo se aplica plenamente una conocida expresión, repetida en varios idiomas: right or wrong my country: justa o injusta, es mi patria. La liberación total del pecado se consigue solamente en esta colectividad totalitaria y redentora, que está fuera de todo posible juicio. La explicación metafísica de las ideas totalitarias es ésta: si se atribuye a la sociedad el poder de salvar al individuo, falible e incapaz, está claro que la integración deberá ser lo más total posible para que la salvación pueda ser radical. Asi se llega a la supresión de todo individualismo y a la deificación de la sociedad. Sólo una posibilidad le queda al individuo: la de creer fanáticamente en la sociedad, si es que se puede hablar de individualidad donde hay fanatismo. La deificación de la sociedad supone que respecto a ella sólo hay deberes, pero no derechos. Adviértase que precisamente en estos términos situaba Kant las relaciones entre el hombre y Dios. Para Kant la relación entre un hombre y otro implica recíprocamente derechos y deberes; la relación entre el hombre y las cosas es aquella en la que el hombre sólo tiene derechos; y entre el hombre y Dios, el hombre sólo tiene deberes. Ahora Dios es sustituido por la sociedad. Por tanto, ésta no se equivoca nunca, y si algo no funciona, la culpa es siempre del individuo, acusado de egoísmo, indisciplina y sabotaje, y sometido a una implacable y continua vigilancia. Si la sociedad es la perfección, el individuo será mirado siempe como sospechoso pon que, haga lo que haga por si o para si, se separa del todo y no sólo recae en la condición de «pecado», sino que impide que se salven los demás, puesto que la salvación depende del hecho de que todos sean absorbidos por el todo. Se carga al individuo con infinitos deberes y responsabilidades, sin ser nunca responsable ante si mismo, sino ante la sociedad. Esta es la razón por la que el individuo es manipulado cada vez más por la propaganda y la presión psicológica. Atribuir a la sociedad la capacidad de salvación tiene otra consecuencia. A pesar de todo, ninguna sociedad real {modelada según criterios de perfección que deberían ser seguros, por ejemplo, según las leyes materialistas de la historia) ha conseguido construir el inmenso hormiguero en el que uno se sienta satisfecho de servir al todo. Por eso, a la constante insatisfacción personal por los resultados sociales, se responde con la proyección en el futuro: la felicidad no es para hoy, sino mañana, la tendrán las generaciones futuras. La esperanza en el futuro se convierte en el instrumento último para convencer al individuo de que se haga parte del todo, de esa sociedad perfecta. La proyección en el futuro es una «fuga» para esconder la dura realidad del hoy. El modelo escandinavo Consideremos la otra versión: aquella en la que el primado de la sociedad se toma en sentido moderado, y no se piensa en una verdadera y propia deificación de la sociedad ni en ahogar las individualidades. Es una concepción que puede calificarse de social-demócrata, «escandinava»; en ella no hay ninguna de las esperanzas que he descrito, pero sigue firme el principio de que sólo nos salvamos en la sociedad y a través del vivir social. El efecto es completamente opuesto: mientras que en el primer sentido de la sociedad redentora el individuo tenia sólo deberes, aquí, en cambio, sólo tiene derechos. Consciente de su propia incapacidad y debilidad, ei individuo exige a la sociedad todo lo que le falta: debe asistirle, curarle, educarle, y satisfacer todas las exigencias individuales. El Estado debe proveer a todo, porque es el administrador-suministrador. El individuo se convierte en el eterno pedigüeno de la sociedad. Tampoco ahora es responsable nunca: si se ha equivocado y no ha triunfado en la vida es porque la sociedad le ha educado mal si está enfermo es porque la sociedad no le ha dado los medios pará curarse, etc. En resumen, el individuo es limitado, pero carece de culpa; por eso, quien debe completar su limitación y satisfacer todos sus deseos es ia sociedad, que se presenta con un aspecto benigno y paternalista.
  • 12. Primacía del bienestar Privado del sentido de su propia culpa y debilidad, el individuo sólo piensa en «poseer»: si se equivoca o no es feliz, la culpa no depende nunca de una respuesta inadecuada a la dialéctica interna que deriva del dualismo antológico, sino siempre y sólo de una falta de medios, de instrumentos o de bienes. Asi se llega a la primacía del tener sobre el ser: y por eso es necesario que la sociedad dé «cosas» para colmar la deficiencia del individuo. Se traslada el problema de la salvación al problema del bienestar. Lo hacia notar un pensador que militó en las filas del marxismo, Horkheimer, para quien, en la sociedad actual, el bienestar material ha sustituido a la salvación del alma como fin del hombre, precisamente por haber negado el pecado. Lo exterior prevalece sobre lo interior, y el individuo se despersonaliza. Tanto en la solución radical como en la moderada, la sociedad es todo y debe hacer todo, anulando cualquier iniciativa personal o satisfaciendo todos los deseos del individuo. Con esta clave se pueden explicar algunas posturas típicas de nuestra cultura laica. Me he referido ya a la proyección en el futuro (válida también para la versión moderada), y a la primacía del «tener» sobre el «ser»; pero es preciso recordar también cómo todo se resuelve en politica. La hegemonía actual de la politica se deriva de haber atribuido a la sociedad un poder salvifico. Pero donde todo es politica, cualquier acto humano tiene sólo valor politico: cualquier gesto de simpatía, de humanidad, de compasión, o de solidaridad, no es juzgado por su significado humano, sino exclusivamente por su significado politico: ¿es útil o no es útil? El sentido de la muerte Estas son, en el plano socio-cultural, las principales consecuencias de la pérdida del sentido del pecado. Además, hay otras en el plano personal. Para el cristianismo «el estipendio del pecado es la muerte»: la muerte adquiere sentido por su relación con el pecado. Pero, siendo consecuentes, la pérdida del sentido del pecado implica también la pérdida del sentido de la muerte, y esto se produce indefectiblemente: la muerte es un acontecimiento sin sentido para el hombre moderno, un hecho incomprensible, puramente material. Y, naturalmente, si la muerte no tiene sentido, lo que adquiere un significado total (y no ya correlativo) es el vitalismo. Hoy el vitalismo se impone como valor supremo. En primer lugar, en su forma más evidente: el vitalismo como juventud. Basta pensar en el furor de lo joven (y no me refiero a los movimientos juveniles, sino a las modas de los adultos); la desenfrenada carrera por querer ser o parecer joven a toda costa, por valorar sólo a quien es joven, es la consecuencia de haber perdido el sentido de la muerte. El culto al cuerpo Pero aún hay más: si el vitalismo tiene su expresión más evidente en la juventud, su realidad más concreta es el cuerpo. El culto a la vitalidad comporta la adoración al cuerpo: podría decirse que vivimos en el marco de una filosofía, de una cultura del cuerpo. Es un fenómeno extraordinariamente significativo, que hace pensar en el ideal griego de la belleza física: en realidad, es algo completamente distinto. Sobre el ideal griego de la belleza física gravitaba siempre la tristeza de la muerte que domina toda esa civilización; en segundo lugar, el cuerpo era exaltado como forma, por su perfección: ideal que vuelve con los grandes pintores y artistas del Renacimiento. La belleza física era un paso previo a la belleza espiritual, mientras que hoy lo que vale es el cuerpo en su vitalidad, en su «corporeidad», en sus instintos más radicales: lo bello o lo feo no importan con tal de que sean vida, impulso que mantenga alejada la idea de la muerte. De ahí que prevalezca el naturalismo sobre el significado que, para el hombre, tiene o deberia tener la muerte. Es este un significado decisivo para una correcta antropología, a cuya luz el hombre aparece como el ser que sabe que debe morir. Rechazar ese saber implica la exaltación naturalista de todo lo que, por el contrario, es fuerza vital y expansiva. Lo curioso es que, anulado el sentido de la muerte para exaltar sólo el sentido de la libertad vital, se oscurece también el sentido de la vida. La vida no es jamás mera ausencia de muerte. Recuerdo la magnifica frase de San Agustín: «Todas las cosas nacen y crecen, y cuanto más crecen para su ser, tanto más crecen para no ser». San Agustín subraya así el crecimiento paralelo de la muerte y de la vida, confirmado en nuestros dias por la tesis de Heidegger sobre el hombre como «ser para la muerte». Todo eso es negado por el naturalismo vitalista. Pero entonces, perdido el sentido de la muerte, también la vida pierde sentido y se convierte en simple ausencia de muerte; no requiere más profundización ni tensión, sino solamente la voluntad de vivir donde sea y como sea. Se da una total despersonalización del
  • 13. individuo que, privado de cualquier problema interior respecto al trágico hecho de la muerte, sólo trata de vivir: ¡su última esperanza es la mítica hibernación! ¡En qué espantosa amenaza para los vivos podría convertirse esa esperanza! Unicamente el loco optimismo positivista de algunos científicos puede alimentarla. Piénsese en una tierra poblada de cuerpos hibernados que esperan despertar para arrebatar a los demás los bienes disponibles, en una lucha desesperada para poseer, para tener, para dormir... El vértigo del instinto La total falta de responsabilidad del individuo que ha perdido el sentido de la muerte provoca, por tanto, una absolutización de los instintos naturales. Perdida la conciencia del pecado, el individuo llega a la negación de la muerte como criterio de juicio para su propia vida, y por eso se entrega a los impulsos vitales que le urgen desde dentro y se traducen en una voluntad de poder y de dominio. Es casi inútil decir que de este modo se pierde cualquier sentido cristiano de la vida y de la muerte, es decir, de la muerte como tránsito y como hecho redentor para si y para los demás, que debe afrontarse con Cristo a la luz de Su muerte. La civilización hoy dominante se ha construido y se explica precisamente con la negación del pecado en todas sus dimensiones personales y sociales y con la supresión del sentido de la muerte. Y, sin embargo, esta civilización no ha suprimido la angustia que el hombre experimenta cuando advierte que es limitado, necesitado de una ayuda que nunca encuentra de modo suficiente en la sociedad. Nuestra civilización se ve obligada a poner el fin de esa angustia en un futuro terreno, si, pero indefinido y mítico. Muchas son las voces que indican cuál es la lección que hemos de sacar de todo esto. He recordado poco antes a Heidegger a propósito de la recuperación del sentido de la muerte como premisa para reencontrar el ser. Recuerdo una vez más a Horkhelmer, para quien la ciencia y el bienestar llevan a un mundo burocratizado y manipulado, del que únicamente podrá salvarnos el reflexionar sobre el «hecho de que el hombre debe morir», que suscita «la nostalgia del totalmente Otro». Por tanto, no son sólo los cristianos quienes advierten lo ilusorio y lo peligroso del vértigo de poder, individual o social, en el que el hombre contemporáneo está metido al perder el sentido de la muerte y del pecado. El final de esa vorágine, como hemos visto, no es la liberación, sino la servidumbre. La esperanza en un bienestar mundano sustitutivo de la salvación se revela como mistificador y despersonalizador, mientras que el estimulo de la conciencia del pecado lleva al individuo a hacerse cargo de su propio destino y del de sus hermanos en un consciente y responsable uso de la libertad. Sergio Cotta Citas en la Sagrada Escritura Por un solo hombre entró el pecado en el mundo y con el pecado la muerte [...], y la muerte se fue propagando a todos los hombres porque todos pecaron (en Adán). Rom 5, 12. Sobreabundancia de la Redención: Rom 5, 15-21. Consecuencias del pecado original; vestigios que deja en nosotros aun después del bautismo: Rom 7, 1425. El Hijo de Dios vino a destruir las obras del diablo. I Jn 3, 9. Todo el que comete pecado, esclavo es del pecado. Jn 8, 34. ¿No sabéis que los injustos no poseerán el reino de Dios? No queráis engañaros: ni los fornicarlos, ni los idólatras, ni los adúlteros [...], ni los que viven de robos han de poseer el reino de Dios. I Cor 6, 9-10. Los pecadores son enemigos de su propia dicha. Tob 12, 10. El error y las tinieblas son obras de los pecadores; los que en el mal se complacen, en el mal envejecen. Eclo 11, 6. Reconoce y advierte qué malo y amargo es para ti haberte apartado de Yahvé, tu Dios, y haber perdido mi temor. Jer 2, 19. La justicia engrandece a las naciones, el pecado es la decadencia de los pueblos. Prov 14, 34. La paga del pecado es la muerte. Rom 6, 23. La ley del Espiritu [...] me liberó de la ley del pecado. Rom 8, 2. Si no me escucháis y no ponéis por obra mis mandamientos, si desdeñáis mis leyes, menospreciáis mis mandatos y no los ponéis por obra, si rompéis mi alianza, ved lo que también yo haré con vosotros: echaré sobre vosotros el espanto, la consunción y la calentura que debilitan
  • 14. vuestros ojos y destrozan el alma; sembraréis en vano vuestra simiente [...] y seréis derrotados por vuestros enemigos, que os dominarán; huiréis sin que os persiga nadie. Lev 26, 14 ss. Aún no habéis resistido hasta la sangre en vuestra lucha contra el pecado. Heb 12, 4. El que sabe hacer el bien y no lo hace, comete pecado. Sant 4, 17. Como de la serpiente, huye del pecado, porque si te acercas te morderá. Eclo 21, 2. Si tu ojo derecho te escandaliza, sácatelo y arrójalo de ti [...], Y si tu mano derecha te escandaliza, córtatela y arrójala de ti [...]. Mt 5, 29-30. Quien convierte a un pecador [...] cubrirá la muchedumbre de sus pecados. Sant 5, 20. << Volver arriba SELECCIÓN DE TEXTOS El pecado y sus consecuencias 4051 Nuestros pecados fueron la causa de la Pasión: de aquella tortura que deformaba el semblante amabilisimo de Jesús, perfectus Deus, perfectus homo; Y son también nuestras miserias las que ahora nos impiden contemplar al Señor, y nos presentan opaca y contrahecha su figura. Cuando tenemos turbia la vista, cuando los ojos se nublan, necesitamos ir a la luz. Y Cristo ha dicho: ego sum lux mundi! (Jn 8, 12), yo soy la luz del mundo. Y añade: el que me sigue no camina a oscuras, sino que tendrá la laz de la vida (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER Vía Crucis, p. 57). 4052 Yo sé de una persona a quien quiso Nuestro Señor mostrar cómo quedaba un alma cuando pecaba mortalmente. Dice aquella persona que le parece, si lo entendiesen, no sería posible a ninguno pecar, aunque se pusiera a mayores trabajos que se pueden pasar por huir de las ocasiones (SANTA TERESA, Las Moradas, I, 2, 2). 4053 Cuando la realidad social se ve viciada por las consecuencias del pecado, el hombre, inclinado ya al mal desde su nacimiento, encuentra nuevos estímulos para el pecado, los cuales sólo pueden vencerse con denodado esfuerzo ayudado por la gracia (CONC. VAT. Il, Const. Gaudium et spes, 25). 4054 Lo que la Revelación divina nos dice coincide con la experiencia. El hombre, en efecto, cuando examina su corazón, comprueba su inclinación al mal y se siente anegado por muchos males, que no pueden tener origen en su santo Creador. Al negarse con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, rompe el hombre la debida subordinación a su fin último y también toda su ordenación, tanto por lo que toca a su propia persona como a las relaciones con los demás y con el resto de la creación (CONC. VAT. II, Const. Caudium et spes, 13). 4055 No sólo para el alma son nocivos los malos placeres, sino también para el cuerpo, porque el fuerte se hace débil, el sano enfermo, el ligero pesado, el hermoso deforme y viejo (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre la I Epistola a los Corintios, 99). 4056 Así como la nave (una vez roto el timón) es llevada a donde quiere la tempestad, así también el hombre, cuando pierde el auxilio de la gracia divina por su pecado, ya no hace lo que quiere, sino lo que quiere el demonio (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena A urea, vol. III, p. 10). 4057 Si alguien tiene sano el olfato del alma, sentirá cómo hieden los pecados (SAN AGUSTIN, Coment. sobre el Salmo 37). 4058 En esto consiste precisamente el pecado, en el-uso desviado y contrario a la voluntad de Dios de las facultades que él nos ha dado para practicar el bien (SAN BASILIO MAGNO, Regla monástica, respuesta 2, 1). 4059 Quien soporta la tiranta del principe de este siglo por la libre aceptación del pecado, está bajo el reino del pecado (ORIGENES, Trat. sobre la oración, 25). << Volver arriba El único mal verdadero 4060 Podemos afirmar muy bien, que la Pasión que los judios hicieron sufrir a Cristo era casi nada, comparada con la que le hacen soportar los cristianos con los ultrajes del pecado mortal [...]. ¡Cuál va a ser nuestro horror cuando Jesucristo nos muestre las cosas por las cuales le hemos abandonado! (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre el pecado). 4061 No olvides, hijo, que para ti en la tierra sólo hay un mal. que habrás de temer, y evitar con la gracia divina: el pecado (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, n. 386). 4062 Los judios vieron maravillas; también tú las verás, y más grandes y sorprendentes que cuando los judíos salieron de Egipto. Los judíos atravesaron el mar Rojo; tú has atravesado el dominio de la muerte. Ellos fueron liberados de Egipto; tú has sido liberado de los demonios. Los
  • 15. judios escaparon de la esclavitud en país extranjero; tú has escapado de la esclavitud, mucho más triste, del pecado (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Catequesis 3, 24). 4063 Puede decirse que, en lo espiritual, hay tanta distancia en- tre justos y pecadores, como en lo material entre el cielo y la tierra (SAN AGUSTIN, Sobre el sermón de la Montaña, 2). 4064 En las cosas humanas lo único que merece ser tenido por bueno, en el pleno sentido de la palabra, es la virtud [...]. Y a la inversa, nada hay que reputar por malo como tal, es decir intrinsecamente, más que el pecado. Es lo único que nos separa de Dios, que es el bien supremo, y nos une al demonio, que es el mal por antonomasia (CASIANO, Colaciones, 6). 4065 El Deuteronomio, hablando de los condenados que no tienen a Dios, dice: Su vino es ponzoña de monstruo y veneno mortal de víboras (Dt 32, 35). Muerte del alma es no tener a Dios (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 2, 7). 4066 Todo lo que quieres y deseas es bueno. No quieres tener una bestia mala, un siervo malo, un vestido malo, una quinta mala, una casa mala, una mujer mala, unos hijos malos. Todo lo quieres bueno: pues sé también bueno tú, que todo lo quieres bueno. ¿Dónde has tropezado para que, entre todas las cosas buenas que quieres, tú sólo quieras ser malo? (SAN AGUSTIN, Sermón 297). << Volver arriba El pecado y la contrición 4067 No te entristezcas, apóstol, responde una vez, responde dos, responde tres. Venza por tres veces tu profesión de amor, ya que por tres veces el temor venció tu presunción. Tres veces ha de ser desatado lo que por tres veces hablas ligado. Desata por el amor lo que hablas ligado por el temor (SAN AGUSTIN, Sermón 295). 4068 Dos pasos da el diablo: primero engaña, y después de engañar intenta retener en el pecado cometido (SANTO TOMÁS, Sobre el Padrenuestro, 1. c., p. 163). 4069 ¡Cuán ciego es el hombre al dejar perder tantos bienes y atraer sobre sí tantos males, permaneciendo en pecado! (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre la conversión). 4070 Lo grave no es que quien lucha caiga, sino que permanezca en la caída; lo grave no es que uno sea herido en la guerra, sino desesperarse después de recibido el golpe y no cure la herida (SAN JUAN CRISOSTOMO, Exhortación a Teodoro, 1). 4071 Más que el pecado mismo, irrita y ofende a Dios que los pecadores no sientan dolor alguno de sus pecados (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 14). 4072 ASi como entre las enfermedades corporales hay algunas que no las sienten quienes están enfermos de ellas, sino que más bien dan crédito a lo que dicen los médicos, sin tener en cuenta su propia insensibilidad, ese alma que no percibe sus pasiones ni conoce sus pecados debe dar crédito a quienes pueden dárselo a conocer (SAN BASILIO, en Catena Aurea, vol. Vl, p. 442). 4073 Padece el género humano de enfermedad; no de cuerpo, sino de pecados. Yace en toda la redondez de la tierra, de oriente a occidente, el gran enfermo. Y para curar al gran enfermo descendió el Médico omnipotente. Se humilló hasta su carne mortal, o digamos, hasta el lecho del enfermo (SAN AGUSTIN, Sermón 87). 4074 Si un alma está contenta ahora siendo esclava del demonio, si le deja alojarse en su pecho, ¿cómo podrá desalojarlo jamás? ¿No arrastrará el mal espíritu a aquella alma al infierno, necesaria e inevitablemente, cuando llegue la muerte? (CARD. J.H. NEWMAN, Sermón en el Dom. 11 de Cuaresma: mundo y pecado). << Volver arriba El pecado y la confesión 4075 Os pregunto a vosotros: ¿De quién está distante el que está en todas partes? ¿De quiénes, pensáis, sino de los que yacen en su desemejanza, destruyendo en sí mismos la imagen de Dios? Gentes que se alejaron de E1, vuelvan reformados. —¿Y cómo dice, nos reformaremos? ¿Cuándo volveremos al molde? —Comenzad por la confesión; sigan las buenas obras (SAN AGUSTIN, Coment. sobre el Salmo 146). 4076 El alma que ha consentido la culpa se ha de horrorizar de si misma y limpiarse lo más pronto que pueda, por el respeto que debe tener a los ojos de Dios, que la está mirando; a más de que es gran necedad estar muertos en el espiritu teniendo tan formidable remedio (SAN FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, II, 19). 4077 El Señor permitió un dia a un profeta ver un alma en estado de pecado, y nos dice que parecia el cadáver corrompido de una bestia, después de haber sido arrastrado ocho cias por las calles y expuesto a los rigores del sol. ¡Cuán bella es un alma cuando tiene la dicha de estar en
  • 16. gracia de Dios! Si, ¡solamente Dios puede conocer todo su precio y todo su valor! Ved también cómo Dios ha instituido unos medios para hacerla feliz en este mundo, mientras llega la hora de darle mayor felicidad en la otra vida. ¿Por qué ha instituido los sacramentos? ¿No es, por ventura, para curarla cuando tiene la desgracia de caer en pecado? (SANTO CURA DE ARS, Sermón sobre Jesucristo). 4078 La profundidad del pozo de la miseria humana es grande; y si alguno cayera alli, cae en un abismo. Sin embargo, si desde ese estado confiesa a Dios sus pecados, el pozo no cerrará la boca sobre él [...]. Hermanos, hemos de temer esto grandemente. Desdeñada la confesión, no habrá lugar para la misericordia (SAN AGUSTIN, Coment. sobre el Salmo 68). 4079 No se conforma el demonio con un pecado, sino que se afianza más en él para empujar a otro: El que comete pecado, esclavo es del pecado (Jn 8, 34). Por eso no es tan fácil librarse de tal situación: dice Gregorio: «Pecado que no se lava por la penitencia, arrastra sin tardar a otro con su peso» (SANTO TOMAS, Sobre la caridad, 1. c., p. 231). << Volver arriba La tristeza peculiar y la amargura del pecado 4080 Pecó para obtener cierto placer corporal; pasó el placer, quedó el pecado. Pasó el deleite, quedó la cadena. ¡Dura esclavitud! (SAN AGUSTIN, Trat. Evang. S. Juan, 41). 4081 Nuestra vida está rodeada de espinas, cuando encontramos las punzadas del dolor en aquello mismo que malamente deseamos (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 36 sobre los Evang.). 4082 Yo sé de una persona a quien quiso nuestro Señor mostrar cómo quedaba un alma cuando pecaba mortalmente. Dice aquella persona que le parece si lo entendiesen no seria posible ninguno pecar, aunque se pusiese a mayores trabajos que se pueden pensar por huir de las ocasiónes; y asi le dio mucha gana que todos lo entendieran. Y asi os la de a vosotros hijas, de rogar mucho a Dios por los que están en este estado, todos hechos una oscuridad, y asi son sus obras.Porque asi como de una fuente muy clara lo son los arroyicos que salen de ella, como es un alma que está en gracia, que de a-tui le viene ser sus obras tan agradables a los ojos de Dios y de los hombres, porque proceden de esta fuente de vida a donde el alma está como un árbol plantado en ella, que la frescura y fruto no tuviera si no le procediera de alli, que esto le sustenta y hace no secarse y que de buen fruto; asi el alma que por su culpa se aparta de esta fuente y se planta en otra de muy negrisima agua y de muy mal olor, todo lo que corre de ella es la misma desventura y suciedad. (SANTA TERESA, Las Moradas, 1, 2, 2). 4083 Es, por tanto, mal pájaro aquel que hubiere perdido la facultad de volar por el vicio de la miseria del mundo, como los pájaros que se venden por un dipondio (2 ases), esto es, por el precio de los placeres temporales; porque el enemigo nos vende a bajo precio, como esclavos cautivos en guerra; mas el Señor, que nos hizo buenos servidores suyos a su imagen, estimó su obra en lo que valia y nos redimió a un precio muy elevado (SAN AMBROSIO, en Catena Aurea, vol. VI, p. 66). 4084 Nada hay más infeliz que la felicidad de los que pecan (SAN AGUSTIN, en Catena Aurea, vol. I, p. 325). Igual que hay diferentes formas de esta demencia, que es 4085 desorden de la razón, hay también diferentes formas de esta locura peor que es el pecado. En un manicomio hay diferentes formas de enajenación, y así, el mundo entero es un vasto manicomio, en el que sus habitantes, aunque bastante sagaces en asuntos de este mundo, están en materia espiritual locos de un modo o de otro (CARD. J.H. NEWMAN. Sermón en el Dom. II de Cuaresma: mundo y pecado). 4086 ¿Qué otra cosa son los cuerpos de los malos sino sepulcros de difuntos, en donde se guarda, no la palabra de Dios, sino el alma muerta por el pecado? (RABANO MAURO, en Catena Aurea, vol. I, p. 509). 4087 Hay también muchos que viven, y que, sin embargo, están muertos. Estos tales yacen en el infierno, puesto que lo merecen, no pudiendo alabar a Dios (CASIANO. Colaciones, 1). 4088 Cuando tenla sano el corazón de la conciencia pura, gozábase con la presencia de Dios; mas desde que quedó herido su ojo por el pecado, comenzó a esquivar la luz de Dios, se refugió en las sombras y en el ramaje denso de los árboles, fugitivo de la verdad, sumido en tiniebla (SAN AGUSTIN, Sermón 88). << Volver arriba Pecado mortal y pecados veniales 4089 Igual que en el cuerpo de los justos habita Dios mismo, los cuerpos de los pecadores se llaman sepulcros de muertos; pues el alma está en el cuerpo del pecador y no puede creerse que
  • 17. viva, porque nada hace sobre el cuerpo que pueda llamarse vivo y espiritual (SAN JUAN CRISOSTOMO, en Catena Aurea, volt III, p. 126). 4090 Tres son los elementos que completan un pecado: la sugestión, la delectación y el consentimiento. La sugestión nos viene de la memoria, o de los sentidos corporales cuando vemos, olmos, olemos, gustamos o tocamos algo. Si el gozar de ello nos deleita, debemos refrenar la delectación ilícita [...]. Mas, si hubiese consentimiento, habrá pecado pleno, conocido por Dios en nuestro corazón, aunque de hecho no se manifieste a los demas (SAN AGUSTIN, Sobre el Sermón de la Montaña, 1). 4091 Así como son tres los grados por los que se llega al pecado: la sugestión, el deleite y el consentimiento, así hay también tres maneras diferentes de pecado: de corazón, de obra y de hábito, que son como tres muertes: la una como si tuviese lugar en casa, o sea, cuando en el corazón consiente; otra como llevada ya fuera de la puerta, cuando el consentimiento se traduce en acción; la tercera cuando, en fuerza de la mala costumbre, el alma es oprimida como por una mole, como si ya estuviese podrida en el sepulcro. Cualquiera que haya leído el Evangelio habrá podido comprobar que Jesucristo resucitó a estas tres clases de muertes (SAN AGUSTIN, Sobre el Sermón de la montaña, 1). 4092 Reciamente, con sinceridad, hemos de sentir—en el corazón y en la cabeza—horror al pecado grave. Y también ha de ser nuestra la actitud, hondamente arraigada, de abominar del pecado venial deliberado, de esas claudicaciones que no nos privan de la gracia divina, pero debilitan los cauces por los que nos llega (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 243). 4093 Por lo tanto, hermanos, no tengáis en poco esas faltas, a las que tal vez os habéis habituado ya. La costumbre llega a conseguir que no se aprecie la gravedad del pecado. Lo que se endurece pierde la sensibilidad. Lo que se halla en estado de putrefacción no duele, no porque esté sano, sino por muerto. Si al pincharnos en algún sitio nos duele, es que esa parte está sana u of rece posibilidad de curación. Si no nos duele está ya muerta; hay que cortarla (SAN AGUS TiN, Sermón 17). 4094 Que os veáis con tan gran determinación de no ofender al Señor y que perderíades mil vidas antes que hacer un pecado mortal, y de los veniales estéis con mucho cuidado de no hacerlos de advertencia, que de otra suerte, ¿quién estará sin hacer muchos? Mas hay una advertencia muy pensada, y otra tan de presto, que casi haciendo el pecado venial y adviniendo en todo uno, que no nos pudimos entender (SANTA TERESA, Camino de perfección, 41, 3). 4095 Si tuviésemos fe y si viésemos un alma en estado de pecado mortal, nos moriríamos de terror (SANTO CURA DE ARS, citádo por Juan XXIII, en Carta Sacerdotii nostri primordia). 4096 Si estamos atentos, comprenderemos que hay muertes más temibles que la de Lázaro: todo hombre que peca, muere. Todo hombre teme la muerte corporal; pero hay pocos que teman la muerte del alma. Para evitar la inevitable muerte fisica, todos hacen grandes esfuerzos: es el verdadero sentido de sus empresas El hombre mortal se esfuerza por no morir, y el hombre destinado a vivir eternamente, ¿no se ha de esforzar en no pecar? (SAN AGUSTIN, Trat. Evang. S. Juan, 49). << Volver arriba Huir de las ocasiones 4097 Hemos de huir siempre del pecado, pero la tentación del pecado hay que vencerla unas veces huyendo y otras ofreciendo resistencia. Huyendo cuando el continuo pensamiento aumenta el incentivo del pecado, como sucede en la lujuria [...]. Resistiendo, empero, cuando el pensar detenidamente en el objeto que la provoca ayuda a alejar el peligro que precisamente nace de no considerarlo bien. Tal es el caso de la pereza espiritual o acidia, porque cuanto más pensamos en los bienes espirituales, más nos agradan y más desaparece el tedio que provocaba el conocerlos superficialmente (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 2-2, q. 35, a. 1). 4098 Hay tres cosas que apartan al hombre del pecado: el temor del infierno o la sanción de las leyes eternas, la esperanza y deseo del reino de los cielos y el afecto al bien por si mismo y el amor de las virtudes (CASIANO, Colaciones, 11). 4099 Un buen médico no se conforma con curar las manifesta- ciones externas de la enfermedad, sino que ataca las causas, para evitar recaidas. Cristo, de manera semejante, quiere que arranquemos las raíces de los pecados (SANTO TOMÁS, Sobre los mandamientos, 1. c., p. 266). << Volver arriba El pecado y su castigo
  • 18. 4100 Cae en las tinieblas exteriores el que voluntariamente y por culpa suya cayó en las interiores; y contra su voluntad sufre allí las tinieblas del castigo, el que mantuvo aquí con gusto las tinieblas del placer (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 9 sobre los Evang.). 4101 Donde hay pecado allí hay pena; y porque pecó mucho con la lengua, fue más atormentado en ella (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. VI, p. 250). 4102 Se nos dice que en aquel lugar habrá llanto y crujir de dientes; de suerte que allí rechinarán los dientes de los que, mientras estuvieron en este mundo, se gozaban en su voracidad; llorarán allí los ojos de aquellos que en este mundo se recrearon con la vista de cosas ilicitas; de modo que cada uno de los miembros que en este mundo sirvió para la satisfacción de algún vicio, sufrirá en la otra vida un suplicio especial (SAN GREGORIO MAGNO, Hom. 38 sobre los Evang.). 4103 Aquel que en su propia eternidad peca contra Dios, será castigado en la eternidad de Dios; y se dice que alguien peca en su eternidad, no sólo por la continuación del acto pecaminoso durante toda la vida del hombre, sino también porque, al proponerse el pecado como su propio bien, tiene la intención de pecar eternamente (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 1-2, q. 87, a. 2 ad l). 4104 Siendo infinita la culpa del pecado mortal, puesto que va contra el bien infinito, es decir, contra Dios, cuyos mandamientos desprecia el pecador, el castigo merecido por el pecado mortal es infinito (SANTO TOMÁS, Sobre el Credo, 6, 1. c., p. 64). << Volver arriba La continua vigilancia 4105 El diablo no permite a aquellos que no velan, que vean el mal hasta que lo han consumado (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. III, p. 345). 4106 Por no pensar con frecuencia en nuestra última hora, cometemos muchos pecados; porque si pensáramos que el Señor ha de venir y que nuestra vida ha de concluir pronto, pecariamos menos (TEOFILO, en Catena Aurea, vol. VI, p. III). 4107 No tiene gran importancia escapar a la muerte si es por po- co tiempo y hay que morir después; pero gran cosa es escapar a la muerte de manera definitiva, como ocurre con nosotros, por quienes Cristo nuestra Pascua se ha inmolado (ORIGENES, Hom. para el tiempo Pascual). 4108 No sabemos cuán grande es un pecado. No sabemos cuán sutil y penetrante es su mal. Da vueltas a nuestro alrededor y entra por cada rendija, o mejor, por cada poro. Es como el polvo, que todo lo cubre, contaminándonos por todos los lados, y hace necesaria una atención y limpieza constantes (CARD. J.H. NEWMAN, Dom. de Septuagésima, Sermón del juicio). 4109 El que no es mortificado en si, presto es tentado y vencido de cosas bajas y viles (Imitación de Cristo, I, 6, 1). << Volver arriba Todos somos pecadores 4110 (Y perdónanos nuestras deudas...). Por lo que se nos advierte necesaria y saludablemente que somos pecadores, puesto que se nos invita a que roguemos por nuestros pecados. Y para que no haya nadie que se tenga por inocente [...], se le advierte que peca todos los cias, porque se manda orar por los pecados cotidianamente (SAN CIPRIANO, en Catena Aurea, vol. I, p. 367). 4111 Es propio de los justos, a causa de su humildad, desmentir diligentemente, y de una en una, sus buenas obras narradas en presencia de los mismos; y es propio de los poco rectos dar a entender—excusándose—que no tienen culpas, o que son leves y pocas (ORIGENES, en Catena Aurea, vol. III, p. 247). 4112 No hay pecado ni crimen cometido por otro hombre que yo no sea sapaz de cometer por razón de mi fragilidad, y si aún no lo he cometido es porque Dios, en su misericordia, no lo ha permitido y me ha preservado en el bien (SAN AGUSTIN, Confesiones, 2, 7). 4113 Al mandarnos que pidamos cada dia el perdón de nuestros pecados, nos enseña que cada dia pecamos, y asi nadie puede vanaglorirarse de su inocencia ni sucumbir al orgullo (SAN CIPRIANO, Trat. sobre la oración, 18) << Volver arriba encuentra.com :: yo creo :: pecado