1. 66 CUADERNOS DE PEDAGOGÍA. Nº 430 ENERO 2013 } Nº IDENTIFICADOR: 430.016
“Yo me considero una víctima
del éxito académico”
SARA GONZÁLEZ
Ser la estudiante perfecta habría tenido que facilitarle las cosas a María, pero no fue así. Ella cree que el entorno académico
debería esforzarse para que cada persona descubra qué es lo que realmente le interesa y evitar que el motivo de la elección
de una carrera sea el prestigio o la dificultad. Se habla mucho de los estudiantes que no cumplen con las expectativas
académicas, pero pocas veces se indaga en la otra cara de la historia.
FERNANDO HERNÁNDEZ-HERNÁNDEZ
Universitat de Barcelona.
Las primeras citas para una investigación narrativa de carácter
biográfico siempre suponen situaciones de ajuste. María eligió
un lugar neutral para encontrarnos. Después de una breve pre-
sentación y sin más dilación me preguntó: “¿De qué va esto?”.
Le mostré el escrito que habíamos preparado para dar cuenta
2. tema d e l mes
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de lo que pretendemos hacer en la investigación y, sobre todo,
de lo que podríamos hacer juntos. Lo leyó con atención mientras
yo preparaba la libreta para tomar notas. “No era esto lo que
me esperaba.” “¿Qué te esperabas?”, pregunté. “No sé, más
una entrevista o así.”
Le conté el propósito de la investigación y el porqué decidi-
mos construir una historia conjuntamente con ella, más que en-
trar en un juego de preguntas y respuestas.
Le dije que quizá participar en la investigación la podía ayudar.
Le conté lo que me comentó la estudiante con la que construi-
mos la manera de abordar la investigación: “Te implicas porque
te das cuenta de que te permite explorar algo que has dejado
aparcado.” Quizá a María, ver sus palabras en un relato, podría
servirle de espejo para calibrar su trayecto y sus decisiones.
Me preguntó qué haríamos con las historias. Si sacaríamos
conclusiones. Le respondí que sí, pero con la matización de que
las conclusiones solo pretenden dar pistas para comprender cómo
los jóvenes reconstruyen su relación con el saber en la Escuela
Secundaria.
“Asumí el rol del éxito como lo natural”
Puestos en situación, dejé caer una pregunta para comenzar:
“¿Qué recuerdas, qué asocias al periodo en el que hiciste la
Secundaria?”
“Fue una muy buena época. Es cuando te constituyes como
persona, con las consecuencias buenas y malas que eso tiene.
Son momentos determinantes de lo que vas a ser.”
Entonces María comenzó a hablar sobre algo que me dio la
sensación de que se había dicho a sí misma más de una vez en
estos últimos tiempos:
“Mi entorno educativo formal (la escuela, los padres...), pero
también el informal, han determinado mi futuro (supongo que
siempre es así). Sin embargo, yo me considero una víctima del
éxito académico, ya que las decisiones determinantes que he
tomado (elección del Bachillerato y de la carrera) se han visto
claramente influenciadas por el hecho de que yo era una muy
buena estudiante y debía (según todo mi entorno) aspirar a lo
más alto.”
Esta frase quedó resonando en mí. “Es importante eso que
has dicho, María.” Me pareció entonces, y vuelvo a verlo ahora,
que María no dirigía contra nadie su consciencia de ser víctima
del éxito académico. Era su reflexión, a modo de balance, sobre
el camino que había transitado durante su escolaridad. De aquí
que, cuando nos encontramos por segunda vez, ella dejara cla-
ro que no había sufrido ninguna presión.
“Nunca me sentí presionada… Aunque ahora me doy cuenta
de que sí; pero no quiero culpabilizar a nadie, pues yo estaba
a gusto con lo que hacía.”
María va dejando frases que resuenan, que colocan a quien la
escucha ante nuevas preguntas. Pero prefiero quedarme con lo
que esto refleja de su aprendizaje, sobre su sentido de ser en el
pasado y en el presente, en ese camino en el que ha ido apren-
diendo cómo fue moldeada para ser una alumna de éxito. Con
presiones invisibles cuyos efectos son visibles y duraderos.
“He sido muy buena siempre en los estudios. Tengo una fa-
milia de nivel universitario que me ha potenciado mucho en
una dirección. En el instituto todos me decían lo bien que lo
hacía y hasta dónde podía llegar. Todos me señalaban el ca-
mino para llegar lo más lejos posible. El camino del éxito.”
Nueva pausa. Miro hacia un punto, sin mirar. Tomo notas apre-
suradas. Sé que me dejo frases por el camino y también sus
gestos, que muestran concentración en la reflexión y la relevan-
cia que para ella tiene lo que está diciendo.
“Yo sabía que se esperaba de mí que hiciera lo más difícil. Y
eso era prepararme para el éxito: notas excelentes, carrera
universitaria y trabajo cualificado.”
María señala cómo se perfila en la sociedad el camino del éxi-
to. Una nueva pregunta sirve de resonancia a la reflexión que
me ha regalado:
“Y para ti, María, ¿cuál sería tu camino?”
“Ahora que he analizado más profundamente y supongo que
más libremente mis intereses y motivaciones reales escogería
algo de letras, trabajo social, derecho…”
Ahora, una María adulta muestra un saber mediante el que da
cuenta de cómo ha ido construyendo su identidad (lo que debe
ser) desde la mirada y los deseos de otras personas. Mediante
la reflexión rescata el sentido de su subjetividad (de lo que desea
ser) a partir de cómo piensa esos lugares en los que fue coloca-
da. Por eso le pregunto:
“¿Cuándo y cómo has descubierto lo que me estás contan-
do?”
“El año pasado, o hace dos, cuando superé la fase selectiva
de mi carrera. Cuando tuve tiempo de pensar que lo que es-
tudiaba no era más que un reto de superación que mi entorno
académico me había impuesto. Es necesario decir que duran-
te toda mi trayectoria nunca me sentí presionada ni agobiada
ni dirigida, ya que yo misma asumí el rol del éxito como una
cosa natural. Todo lo que decidí lo decidí convencida y segu-
ra de estar escogiendo mi propio rumbo. Es años más tarde
cuando me doy cuenta de que nadie de mi entorno se planteó
otra posibilidad para mí, nadie hurgó para descubrir o para
que yo descubriera mis intereses reales. Todo el mundo (in-
cluso yo misma) daba por supuesto cuál sería mi camino, a
dónde debía llegar y qué me haría feliz.”
Y María me cuenta que tuvo un 9,04 de nota final del Bachi-
llerato y selectividad. Que fue a una escuela que favorecía la
exigencia y las relaciones de grupo. Allí se forjó lo que ella de-
nomina “la estudiante perfecta”. Aunque más tarde, matiza y
escribe: “No solo allí, también en la Primaria”.
La construcción de la estudiante perfecta
Siempre en la investigación se ha buscado caracterizar a quie-
nes no cumplen con la expectativa de la escuela, a los que se
etiqueta como desafectos y fracasados. Pocas veces se ha inda-
gado en la otra cara de la historia. En quienes cumplen con las
expectativas y se ajustan al guión de lo que se espera de ellos.
Y lo hacen con entrega, generosidad y complacencia. La puerta
que me abre María es un regalo para comprender aquello de lo
que sabemos más bien poco. Por eso le pregunto:
“¿Cómo se construye el mito de la estudiante perfecta?”
“Los profesores te hablan con respeto; te piden ayuda para
que des apoyo a los compañeros; eres valorada. Todo esto
hizo que para mí fuera lo normal tener notas de entre 8,5 y 10.
No podías bajar, aunque nadie explícitamente te lo decía, sa-
bías que un 7 era una nota demasiado justa, yo misma era tan
exigente…”
3. 68 CUADERNOS DE PEDAGOGÍA. Nº 430 }
El papel de la mirada del profesorado se apunta como esencial
en ese camino de éxito. Una mirada que valora y que hace sen-
tirse valorada. Que conforma una disposición y que hace res-
ponder a una expectativa. Pienso en el 25% de los chicos (y
menos, de chicas) que abandona la Secundaria. Quizá porque
no han sido mirados de esa manera. O porque no respondie-
ron a la expectativa que tenía la mirada de los adultos. Al
efecto Pigmalión del que escribieron Rosenthal y Jacobson,
y que asociaron a la profecía que se autocumple.
Pienso que María es capaz de aportar alternativas. Que
seguro que ha pensado cómo querría que fuera su camino,
si tuviera una segunda oportunidad, si pudiera volver a la Se-
cundaria.
“Volvamos si te parece a la Secundaria. ¿Qué consecuencias
podría tener todo eso de lo que hablas para pensar de otra
manera el entorno escolar?”
“Se trataría de que valoraran más otras cosas antes
que el éxito académico. Cada persona posee
cualidades que se tendrían que valorar y
potenciar. El entorno académico debería
esforzarse para que cada persona descubrie-
ra lo que realmente le interesa y evitar que el
motivo de la elección de una carrera fuera el prestigio o
la dificultad.”
De nuevo las palabras de María resuenan en el aire. Rever-
beran esas imágenes de la Escuela Secundaria en la que se
fomentan los mitos de que eligen Ciencias las personas inteli-
gentes, mientras que las que siguen otros caminos no son va-
loradas. Le pregunto a María si se ha planteado no terminar la
carrera. Si ha pensado en hacer un cambio ahora, dado que lo
que le interesa es un trabajo con una dimensión social, que le
permita relacionarse con las personas con más implicación. “Me
doy cuenta de que la carrera que hago me cuesta unos sacrifi-
cios que no quiero asumir. Tomé decisiones y ya es demasiado
tarde para cambiar. Acabaré la carrera. Pero tengo claro que
no trabajaré de esto”, me dice antes de despedirnos.
El camino de éxito
En el segundo encuentro María trajo evidencias de su paso
por la Secundaria. Muestras de exámenes que daban cuenta de
cómo se articulaba ese camino de éxito. Vamos repasándolos
juntos y conversando sobre ellos. Un examen de Historia del Arte
de tercero de ESO. Un 8,75 sobre 10. El profesor le hace una
anotación: “¡Lástima!”. Le comento que es interesante observar
cómo frases de este tipo corroboran esa idea de construcción
del éxito de la que habíamos hablado. Que el profesor sea el
que casi se disculpa ante ella muestra como trata de menguar
el efecto de la nota que se ha visto obligado a ponerle. Claro,
que no es cualquier nota, es casi un 9. Pero no responde a la
perfección que representaría el 10. Vemos otro examen de Len-
gua Castellana: 10 sobre 10. Con una nueva anotación: “Felici-
dades. ¡Perfecto!”. Me pregunto qué lleva al profesor a decirle
a una estudiante que lo que ha hecho merece ese calificativo,
que evidencia haber llegado a lo máximo que se podía esperar.
¿Adecuación de expectativas? ¿Satisfacción profesional del adul-
to? El tercero que miramos es de Sociales. Tiene un calificación
de 9,9958. Le hago notar lo sorprendente de esta nota, por la
precisión imposible del control de su aprendizaje. Recuerda Ma-
ría que el profesor le dijo que no le había puesto un 10 porque
esa nota era para él.
La invito a mirar el contenido de las preguntas. Le digo que a
lo mejor encontramos huellas que nos hablen de cómo los exá-
menes construyen el camino del éxito y del estudiante perfecto.
Vemos que en todos solo hay una respuesta posible. Que el co-
nocimiento que se valora no es de comprensión, sino de repro-
ducción: encontrar y dar la respuesta correcta, que no es otra
que la que ha pensado previamente el profesor. Le sugiero que
es así como se forja al estudiante perfecto. Adecuándose a lo
que el profesor ha pensado previamente. Me dice que no se
había parado a pensar sobre esto.
Ha pasado un tiempo. Le envío a María este relato (ampliado).
Quedo a la espera de su lectura, de sus observaciones, para ce-
rrar esta historia. Ha terminado el tiempo de exámenes en la
facultad. Recibo un correo de María:
“Hola Fernando, he leído el texto y me gusta. Me gustaría que
no salieran ni mi nombre ni el de la escuela. Creo haber en-
tendido que lo importante es la historia y no la persona.
Gracias por todo.
Me ha parecido interesante poder compartir contigo una ex-
periencia como esta… Si algún día sale publicada ya me lo
dirás.
¡Gracias!
María”
Al volver ahora sobre el relato, para adaptarlo a esta publica-
ción, me doy cuenta de cómo en él se desparrama el saber de
María sobre sí misma, sobre los otros y sobre la Escuela Secun-
daria. Me pregunto lo que aporta a la educación de los jóvenes
sentirse mirados y tener espacios para revisar sus trayectorias.
Espero que María haya encontrado su camino, ahora que el éxi-
to prometido se ha truncado por la crisis.
SARA
GO
NZÁLEZ