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NADIA DE NADA
Todos despertaron el mismo día pero no a la misma hora, yo sin embargo seguía con mis
sueños siempre ilógicos, siempre inconclusos (porque me cansaban y terminaba
abandonándolos en un basurero o en cualquier calle lejana), me daba miedo despertar en
medio de mi propio vómito y hundirme hasta quedar asfixiada de la forma más cochina
que se pueda imaginar, sin embargo lo hice, no me equivoque, aunque no era mi vomito
supe fácilmente que ese trataba del vomito del tan mentado Dios (el mismo de las guerras
y las tremendas masacres cotidianas), esa masilla apestosa que se vestía de traje y salía
diariamente en la televisión sonriente y con su mirada fija a la infinita nada, predicando
paz e igualdad, creyéndose sus mentiras, pero un mentiroso no engaña a otro ¡con migo
no puede el hijo de puta!.
Nuevamente me incorporo en la rutina y aunque no tengo un empleo ni estudio lenguas,
artes, ciencias sociales o medicina, porque no me gustaría involucrarme en esas
revoluciones mediocres de los universitarios y alardear que pronto seré una profesional
pomposa, aunque me esté cagando el semestre que mi madre pago con su vulgar sueldo
de sirvienta. Mi rutina más bien es similar a la de la puta drogadicta, a la del jibaro de
barrio, a la del ladrón de centavos y cigarrillos que ya están consumidos hasta la mitad,
esa rutina que se cumple sin esperar un mísero peso a cambio pero que termina repleta
de juicios estúpidos y sin fundamentos. Esa rutina sencilla pero llena de nada en la que
todos (hombres, mujeres y hermafroditas con sueldo o sin sueldo) estamos atrapados,
para que toda esta bazofia social funcione a medias.
No soy una enamorada pero mucho menos una resentida; las ojeras de mi cara no son por
insomnio están ahí más bien por somnolencia; no consumo drogas pero alucino con
frecuencia; hablo con el espejo solo por gentileza; mis manos son lindas sobre todo la
izquierda; me gusta mirar fijamente las paredes y contar las pequeñas grietas; me gusta el
café caliente y las tostadas viejas; soy adicta a los besos sin caricias y las palabras huecas.
Salgo de la casa a eso de la una de la tarde casi a diario, la verdad no tengo rumbo fijo,
solo camino esperando encontrarme con algún amigo, que al igual que yo se esfuerza en
perder el tiempo de la forma más absurda (hablando de negocios que nunca prosperaran,
fumando cigarrillos baratos que más bien parecen hechos de aserrín, mientras ellos miran
sutil y elegantemente el culo a las mujeres, de las que se enamoran solo por unos cuantos
segundos olvidándolas enseguida), luego de cumplir con mi deber (perder el tiempo en
compañía) me resulta grato estar sola, hablar sola, reírme sola de mis palabras
medianamente coherentes, pensar en que me estoy volviendo loca y luego reírme otra
vez antes de llegar a la casa de mi mamá, darle un beso en la frente y emprender la huida
de sus sermones habituales con una sonrisa en la cara, encerrarme en mi cuarto que huele
a humedad y se alegra con la música del vecino que llora cada noche (tal vez porque se
murió el gato), a veces me siento en la cama y reviso cada esquina del cuarto para
comprobar que todo el desorden sigue en orden, me acuesto cansada y satisfecha de
haber cumplido bien con la tarea del día (nada).
Me encuentro con mis sueños abandonados a la mitad y los ignoro (de vez en cuando
escucho sus mendigas voces y me dan ganas de burlármeles en la cara, pero resulto
besándolos en la boca) hace mucho no encuentro pesadillas, supongo que estarán
ocupadas agobiando a los consumidores de bazuco. De nuevo en la rutina, aunque hoy salí
de la monotonía, quise asear mi cuarto que al fin de cuentas resulta siendo el fiel
espectador de mi novelesca vida (ja, ja, ja), termino orgullosa del trabajo hecho y salgo de
casa más temprano que de costumbre, con suerte encuentre a algún amigo que quiera
perder el tiempo desde tan temprano con migo; habiendo caminado ya hasta el parque
donde nos reunimos por casualidad con conocidos para beber vino y hablar de traiciones,
dinero y muy esporádicamente de política; hoy está solo a excepción de un borracho que
descansa en una silla, me siento en el pasto al que antes revise minuciosamente para
evitar sorpresas en mi ropa bien gastada, espero que alguien aparezca con una sonrisa
triste y me hable de los problemas cotidianos; han pasado quince minutos, treinta tipos
que me miran las tetas o quizás los ojos con disimulo, dos nubes grandes pero blancas,
seis perros apuntando su nariz hacia mí olfateándome el alma, dos policías que me
miraron con desconfianza o con deseo que al fin y acabó es lo mismo, un tipo se acercó y
me ofreció su amistad, la cual rechace insistentemente porque en mi bolsillo no hay
dinero suficiente para pagarla, pero si me alcanzan las monedas para un café burbujeante
que sale de una greca oxidada.
Ha pasado un buen tiempo y ya no siento mis piernas ni mi conciencia, me levanto con
cuidado del pasto aplastado por mis nalgas y lo miro sonriéndole como pidiéndole
disculpas, echo un vistazo de esquina a esquina tratando de decidir a donde ir con estos
pies que ahora me hormiguean (no niego que me resulta placentero), antes de tomar
cualquier decisión voy a la tienda para comprar unos cigarrillos, que se convertirán en
confidentes hechos cenizas y que se postraran en mis labios antes de que su cadáver
repose en cualquier acera de un camino seleccionado al azar.
Voy con el viento en contra de las cometas, veo la punta de mis pies que parecen
competir por ser alcanzados por mi vista y creo que llevo haciendo eso hace mucho
tiempo, levanto la cabeza, las calles son las mismas, la gente es igual de neurótica, las
palabras se repiten y mi nombre sigue siendo el que se asemeja a la nada (porque me
llamo Nadia), me doy cuenta que no he avanzado mucho, sin embargo siento que es una
larga caminata. Pongo mis manos en los bolcillos del abrigo que tuvo la suerte de estar
hoy con migo y emprendo la marcha desanimada de regreso; cabizbaja pero sin mirar la
punta de mis pies; cuento las veces que tropiezo con las piedras, con los pies ajenos o con
los hijos de nadie, los recuerdos interfieren de vez en cuando mi conteo haciendo que
inicie uno nuevo, por su puesto todo inicia de nuevo.
La casa esta noche es más lúgubre que de costumbre, mi mamá espera con resignación a
esa soledad que tarde o temprano la abrasara y le dará de comer sopas hechas con
lágrimas (ese tipo de sopas que tienen la sal justo a la medida), mientras tanto yo de
nuevo en mi cuarto, reviso cada guarida de mis pensamientos y encuentro un libro
empolvado al que abro con cuidado para no deshojarlo, ahí estaba mi nombre entre
signos de admiración repitiéndose miles de veces, aunque al primer vistazo parecía decir
¡Nada! (ya se abran dado cuenta que esa palabra me encanta); ahora pienso que Nadia es
un buen nombre para una mujer que entrega su vida o su vagina a la imperfecta
monotonía que se hace esperar, dogmatizo con desdén que el óxido debilita el hierro
como el tiempo debilita al aliento y de inmediato despierto.
Ácido Cianhídrico

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Nadia de nada

  • 1. NADIA DE NADA Todos despertaron el mismo día pero no a la misma hora, yo sin embargo seguía con mis sueños siempre ilógicos, siempre inconclusos (porque me cansaban y terminaba abandonándolos en un basurero o en cualquier calle lejana), me daba miedo despertar en medio de mi propio vómito y hundirme hasta quedar asfixiada de la forma más cochina que se pueda imaginar, sin embargo lo hice, no me equivoque, aunque no era mi vomito supe fácilmente que ese trataba del vomito del tan mentado Dios (el mismo de las guerras y las tremendas masacres cotidianas), esa masilla apestosa que se vestía de traje y salía diariamente en la televisión sonriente y con su mirada fija a la infinita nada, predicando paz e igualdad, creyéndose sus mentiras, pero un mentiroso no engaña a otro ¡con migo no puede el hijo de puta!. Nuevamente me incorporo en la rutina y aunque no tengo un empleo ni estudio lenguas, artes, ciencias sociales o medicina, porque no me gustaría involucrarme en esas revoluciones mediocres de los universitarios y alardear que pronto seré una profesional pomposa, aunque me esté cagando el semestre que mi madre pago con su vulgar sueldo de sirvienta. Mi rutina más bien es similar a la de la puta drogadicta, a la del jibaro de barrio, a la del ladrón de centavos y cigarrillos que ya están consumidos hasta la mitad, esa rutina que se cumple sin esperar un mísero peso a cambio pero que termina repleta de juicios estúpidos y sin fundamentos. Esa rutina sencilla pero llena de nada en la que todos (hombres, mujeres y hermafroditas con sueldo o sin sueldo) estamos atrapados, para que toda esta bazofia social funcione a medias.
  • 2. No soy una enamorada pero mucho menos una resentida; las ojeras de mi cara no son por insomnio están ahí más bien por somnolencia; no consumo drogas pero alucino con frecuencia; hablo con el espejo solo por gentileza; mis manos son lindas sobre todo la izquierda; me gusta mirar fijamente las paredes y contar las pequeñas grietas; me gusta el café caliente y las tostadas viejas; soy adicta a los besos sin caricias y las palabras huecas. Salgo de la casa a eso de la una de la tarde casi a diario, la verdad no tengo rumbo fijo, solo camino esperando encontrarme con algún amigo, que al igual que yo se esfuerza en perder el tiempo de la forma más absurda (hablando de negocios que nunca prosperaran, fumando cigarrillos baratos que más bien parecen hechos de aserrín, mientras ellos miran sutil y elegantemente el culo a las mujeres, de las que se enamoran solo por unos cuantos segundos olvidándolas enseguida), luego de cumplir con mi deber (perder el tiempo en compañía) me resulta grato estar sola, hablar sola, reírme sola de mis palabras medianamente coherentes, pensar en que me estoy volviendo loca y luego reírme otra vez antes de llegar a la casa de mi mamá, darle un beso en la frente y emprender la huida de sus sermones habituales con una sonrisa en la cara, encerrarme en mi cuarto que huele a humedad y se alegra con la música del vecino que llora cada noche (tal vez porque se murió el gato), a veces me siento en la cama y reviso cada esquina del cuarto para comprobar que todo el desorden sigue en orden, me acuesto cansada y satisfecha de haber cumplido bien con la tarea del día (nada). Me encuentro con mis sueños abandonados a la mitad y los ignoro (de vez en cuando escucho sus mendigas voces y me dan ganas de burlármeles en la cara, pero resulto besándolos en la boca) hace mucho no encuentro pesadillas, supongo que estarán ocupadas agobiando a los consumidores de bazuco. De nuevo en la rutina, aunque hoy salí de la monotonía, quise asear mi cuarto que al fin de cuentas resulta siendo el fiel espectador de mi novelesca vida (ja, ja, ja), termino orgullosa del trabajo hecho y salgo de casa más temprano que de costumbre, con suerte encuentre a algún amigo que quiera perder el tiempo desde tan temprano con migo; habiendo caminado ya hasta el parque donde nos reunimos por casualidad con conocidos para beber vino y hablar de traiciones, dinero y muy esporádicamente de política; hoy está solo a excepción de un borracho que descansa en una silla, me siento en el pasto al que antes revise minuciosamente para evitar sorpresas en mi ropa bien gastada, espero que alguien aparezca con una sonrisa triste y me hable de los problemas cotidianos; han pasado quince minutos, treinta tipos que me miran las tetas o quizás los ojos con disimulo, dos nubes grandes pero blancas, seis perros apuntando su nariz hacia mí olfateándome el alma, dos policías que me miraron con desconfianza o con deseo que al fin y acabó es lo mismo, un tipo se acercó y me ofreció su amistad, la cual rechace insistentemente porque en mi bolsillo no hay
  • 3. dinero suficiente para pagarla, pero si me alcanzan las monedas para un café burbujeante que sale de una greca oxidada. Ha pasado un buen tiempo y ya no siento mis piernas ni mi conciencia, me levanto con cuidado del pasto aplastado por mis nalgas y lo miro sonriéndole como pidiéndole disculpas, echo un vistazo de esquina a esquina tratando de decidir a donde ir con estos pies que ahora me hormiguean (no niego que me resulta placentero), antes de tomar cualquier decisión voy a la tienda para comprar unos cigarrillos, que se convertirán en confidentes hechos cenizas y que se postraran en mis labios antes de que su cadáver repose en cualquier acera de un camino seleccionado al azar. Voy con el viento en contra de las cometas, veo la punta de mis pies que parecen competir por ser alcanzados por mi vista y creo que llevo haciendo eso hace mucho tiempo, levanto la cabeza, las calles son las mismas, la gente es igual de neurótica, las palabras se repiten y mi nombre sigue siendo el que se asemeja a la nada (porque me llamo Nadia), me doy cuenta que no he avanzado mucho, sin embargo siento que es una larga caminata. Pongo mis manos en los bolcillos del abrigo que tuvo la suerte de estar hoy con migo y emprendo la marcha desanimada de regreso; cabizbaja pero sin mirar la punta de mis pies; cuento las veces que tropiezo con las piedras, con los pies ajenos o con los hijos de nadie, los recuerdos interfieren de vez en cuando mi conteo haciendo que inicie uno nuevo, por su puesto todo inicia de nuevo. La casa esta noche es más lúgubre que de costumbre, mi mamá espera con resignación a esa soledad que tarde o temprano la abrasara y le dará de comer sopas hechas con lágrimas (ese tipo de sopas que tienen la sal justo a la medida), mientras tanto yo de nuevo en mi cuarto, reviso cada guarida de mis pensamientos y encuentro un libro empolvado al que abro con cuidado para no deshojarlo, ahí estaba mi nombre entre signos de admiración repitiéndose miles de veces, aunque al primer vistazo parecía decir ¡Nada! (ya se abran dado cuenta que esa palabra me encanta); ahora pienso que Nadia es un buen nombre para una mujer que entrega su vida o su vagina a la imperfecta monotonía que se hace esperar, dogmatizo con desdén que el óxido debilita el hierro como el tiempo debilita al aliento y de inmediato despierto. Ácido Cianhídrico