Una de las funciones principales y más empleadas del arte es la representación de la belleza, es decir, el intento de mostrar o de capturar lo bello. Esta función o característica es ciertamente moderna teniendo en cuenta que el ‘intento’ es una acción consciente. Pero cuando el artista no ‘intenta’ representar la belleza es también potencial portador de ella y en su obra podrá percibirse o vislumbrarse sólo si participa en la estética, esto es, en la percepción o apreciación humana de la belleza.
Desestructuración de la estructura estética: el arte sin el arte
1. Desestructuración de la
estructura estética
El arte sin el arte
Una de las funciones principales y más empleadas del arte es la
representación de la belleza, es decir, el intento de mostrar o de
capturar lo bello. Esta función o característica es ciertamente
moderna teniendo en cuenta que el ‘intento’ es una acción
consciente. Pero cuando el artista no ‘intenta’ representar la
belleza es también potencial portador de ella y en su obra podrá
percibirse o vislumbrarse sólo si participa en la estética, esto es,
en la percepción o apreciación humana de la belleza.
Se da la salud cuando hay en el cuerpo unidad armónica, la
belleza cuando la unidad mantiene unidas las partes, y la virtud
en el alma cuando la unión de las partes resulta de un acuerdo.
PLOTINO (Enéada VI, Sobre el Bien o el Uno)
¿Qué es lo bello? Nietzsche escribió que en lo bello, el
hombre se establece a sí mismo como criterio de
perfección. El filósofo alemán no consideró lo bello en
sí como un concepto sino como una apreciación inestable y
humanizada. No existe lo bello en sí, solamente la cuestión
de la belleza obedece a un relativismo narcisista. Así los
griegos construían sus templos según una percepción de
equilibrio referida a lo humano. La concepción de la belleza
indudablemente es un juicio humano que, en determinados
casos, busca su reflejo en lo propiamente humano, pero en
otros casos en la Naturaleza, en Dios o en el Universo, por
ejemplo. Más allá de esas referencias el criterio nunca
dejará de ser susceptible de la mirada estética que en
última instancia siempre será humana y en consecuencia
alterable.
2. Una de las funciones principales y más empleadas del arte
es la representación de la belleza, es decir, el intento de
mostrar o de capturar lo bello. Esta función o característica
es ciertamente moderna teniendo en cuenta que el ‘intento’
es una acción consciente. Pero cuando el artista no
‘intenta’ representar la belleza es también potencial
portador de ella y en su obra podrá percibirse o
vislumbrarse sólo si participa en la estética, esto es, en la
percepción o apreciación humana de la belleza. El artista
es portador, de este modo, de una belleza ya sometida a
juicio, una belleza creada, asimilada, con una historia y una
anatomía concreta. La concepción de la belleza es también
relativa en el tiempo. Por eso, cuando el llamado ‘arte
moderno’ intenta la ruptura de los criterios estéticos
diacrónicos no nos queda más remedio que formular otra
teoría de la estética que se adapte a esa llamada ‘belleza’.
Y este es el debate de nuestro tiempo: ¿qué es lo bello,
entonces?
Ni siquiera el arte siempre ha pretendido la belleza ni lo
pretende ahora, así que convendría dejar a un lado la
discusión sobre el arte como instrumento de representación
de la belleza para tratar de definir lo bello en sí: ¿cómo
puede existir un medio de expresión de la belleza si ésta es
inexpresable en la teoría? Una de las causas de este
intento de definición frustrada la encontramos en el arte
moderno: en la desestructuración de la estructura estética.
Así defino, con estas palabras, un fenómeno natural que se
sostiene precisamente en la incapacidad de sostener la
tradición estética. Este fenómeno ocurre con periodicidad
desde siempre pero donde se hace más evidente es a
partir del siglo XX y no es producto primero del arte y de
sus posibilidades, sino del hombre, como apuntaba
Nietzsche, del hombre: que se establece a sí mismo como
criterio de perfección.
Ortega no se refirió a la deshumanización del arte como
una posibilidad más del arte, sino como una consecuencia
3. revelada en una introspección artística en el arte cuyo
resultado es una obra que no refleja lo humano sino una
especie de ‘nuevo Prometeo’ llamado Arte. Este arte se
emancipa de las características humanas que lo desatan,
como Frankenstein, y se pregunta indirectamente por él
mismo, por su naturaleza y destino. No es un meta-arte ya
que no tiene por qué establecer un discurso sobre sí mismo
puesto que su característica esencial es la ausencia de
discurso como en Frankenstein la ausencia de alma. No es
el arte por el arte de los románticos alemanes sino el arte
sin el arte.
Volvemos a preguntarnos: ¿qué es la belleza? Y la
pregunta sigue sin respuesta al igual que si nos
preguntásemos: ¿quiénes somos?, ¿adónde vamos?, etc.
Los discursos se agotan y no por necesidad sino, todo lo
contrario, por diversidad. Los discursos se agotan (No nos
quedan más comienzos nos afirma George Steiner) porque
el hombre está agotado de inventarse expresiones sobre la
expresión inexpresable. No hay belleza que no sea
humana, ni siquiera la belleza divina, esa que atribuimos a
nuestro anhelo más necesario y que llamamos ‘perfección’.
Podríamos aceptar, como Schopenhauer, que la vida
nunca es bella y únicamente son bellos los cuadros de la
vida. Podríamos pensar únicamente que la belleza
obtenida en el arte es fruto del desarrollo de una técnica en
constante intento de perfección humana. Félix Grande
asemeja la esencia del soneto al Universo basándose en
una teoría del matemático René Thon que decía que en el
Universo, todo lo que no es magia o ciencia es forma. Félix
Grande nos explica que en el universo del soneto se
reúnen magia, ciencia y forma. Y se hace una
pregunta: ¿Tal vez en toda la poesía?¿Tal vez, me
pregunto yo, no sea la belleza la que rige este universo de
creación? Mi deducción no se basa, evidentemente, en un
propósito positivista, pues intentar acometer tal empresa
rebasaría los límites de la coherencia. Y es que la
coherencia antropocéntrica es una actividad paradójica.
4. El hombre es el centro pero siempre queda superado por
su razón dogmática, el hombre es el único protagonista
pero nunca cesa de improvisar, el hombre es el que
establece las categorías y éstas no atienden nunca a un
orden duradero. No podremos emprender definiciones
constantes de conceptos que además de ciencia y de
forma les constituye una cualidad mágica. Incluiría esta
conclusión en el ámbito amplísimo de la metafísica. Las
dos cuestiones principales que he abordado: la búsqueda
de la definición de la belleza y la imposibilidad del arte de
expresarla (o posibilidad efímera) por su
continua desestructuración tienen un antecedente vital y
metafísico: la sustancia indefinible de lo existente. No he
formulado una crítica a la teoría estética -la cual defiendo y
considero necesaria- pues nos servirá para comprender
cuál es nuestra percepción o estimación de la belleza en un
espacio temporal diacrónico y sincrónico.
La teoría estética generalmente constata y estudia las
evidencias de lo existente o especula con ellas pero no con
la sustancia última que las constituye. Por eso el inagotable
debate se inicia cuando nos planteamos si la belleza está
en las cosas por sí mismas o atiende a la manera particular
en que percibimos las cosas. Si nos alejamos de la realidad
material, de lo empíricamente comprobable en la definición
de lo bello nos adentramos sin remedio en el terreno de lo
metafísico. Y en este terreno filosófico es en el que hay que
saber habitar sin temor a sueños o razones dogmáticas,
abiertos a ensayar sobre el ser de las cosas. ¿Qué es lo
bello? Es una pregunta metafísica, luego no es posible
obtener una constatación irrefutable. Pero sí es posible
valorar la grandeza de la pregunta y estimar la amplitud de
sus respuestas.
José Manuel Martínez Sánchez
Trabajo publicado en la revista "La rosa profunda". Nº 1, mayo
2005. ISSN: 1699-4671