Instrucciones en español para el juego de mesa coup
Metalectura
1. Metalectura
Qué gusto, qué placer, leer. Sobre todo libros, sobre todo buenos. Las caricias que da a tu alma el
pensamiento de otro alma congelado en tinta, química o electrónica, no son comparables con nada,
ni son fácilmente descriptibles, pero en mayor o menor medida todos los que gustamos de leer las
hemos experimentado. Aunque quizá el momento tarda en llegar y ciertos espíritus necesitan
estímulos intelectuales distintos y más rápidos, y dejan de leer demasiado pronto.
Pero hay muchas formas de leer, y no siempre se leen libros…ni con los ojos.
Somos seres de la luz, bañados en la luz y necesitados de luz y ojos para leer libros o cualquier otra
cosa impresa. Pero podemos plantearnos que quizá haya otro alguien para quien nosotros seamos
los ojos, los órganos que le leen.
Lo entendí el otro día. Estaba visitando una biblioteca, buscando posibles lecturas para el verano.
Mis pies me llevaban de un estante al siguiente, mis ojos buscaban el color del lomo, la portada
justa o el título afortunado que se enganchasen a mi cerebro curioso. Sólo que no era yo. De algún
modo conseguí darme la vuelta sin moverme y encontré que estaba enviando fuera de mí la
satisfacción que hasta entonces creía sólo mía al invertir otros dirían desperdiciar tiempo en ir de
título en título o leer contraportadas en diagonal. El gusto de ver más obras y biografías en las
solapas de algunos libros, subastando cuánticamente mi atención, mi interés y mi tiempo futuro, ya
no era sólo mío.
Salí con cuatro libros y esa extraña sensación apenas sentida. Pero ya no me la puedo sacar de la
mente, como compruebo cada vez que entro a una librería. ¿Esa civilización me interesa realmente
a mí? ¿Esa biografía es de alguien que me importe? ¿La pasión de esas aventuras es mía siquiera?
¿Realmente entenderé esas ecuaciones, fórmulas o disquisiciones de supuestos genios? Desde
aquella ocasión ya no sé si soy libre para elegir lo que leo, ni por extensión para todo el resto de
cosas.
Quizá... ni siquiera sea yo quien escribe.
Tal vez sea ésta la forma como se cumple aquella leyenda árabe según la cual quienes ven a
Dios se vuelven locos.