Notas de Elena | lección 1 | Nuestro amante Padre celestial | Escuela sabática tercer trimestre 2014
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III Trimestre de 2014
Las enseñanzas de Jesús
Notas de Elena G. de White
Lección 1
5 de julio 2014
Nuestro amante Padre celestial:
Sábado 28 de junio
Cristo nos presenta a Dios como nuestro Padre celestial. Podemos pedir-
le lo que necesitamos, como un niño le pide a su padre terrenal lo que nece-
sita. Jesús dice: "Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a
vuestros hijos, ¿cuánto más nuestro Padre que está en los cielos dará buenas
cosas a los que le pidan?" (S. Mateo 7:11). Como hijos adoptivos de Dios,
es nuestro derecho pedirle lo que necesitemos. ¿Comprendemos el valor de
reconocer nuestra relación y nuestra lealtad hacia Aquel que llamamos Pa-
dre? Antes de comenzar nuestras tareas cotidianas debiéramos acercarnos a
Dios con reverencia y amor para pedirle que nos ayude, no solo a nosotros
sino también a otros. Se complace cuando nos allegamos a él con plena
confianza pidiéndole su gracia para ser vencedores. No nos tratará como un
Juez ofendido sino como un Padre amante (Signs of the Times, 28 de octu-
bre de 1903).
La humildad y la reverencia deben caracterizar el comportamiento de to-
dos los que se allegan a la presencia de Dios. En el nombre de Jesús pode-
mos acercarnos a él con confianza, pero no debemos hacerlo con la osadía
de la presunción, como si el Señor estuviese al mismo nivel que nosotros.
Algunos se dirigen al Dios grande, todopoderoso y santo, que habita en luz
inaccesible, como si se dirigieran a un igual o a un inferior. Hay quienes se
comportan en la casa de Dios como no se atreverían a hacerlo en la sala de
audiencias de un soberano terrenal. Los tales debieran recordar que están
ante la vista de Aquel a quien los serafines adoran, y ante quien los ángeles
cubren su rostro. A Dios se le debe reverenciar grandemente; todo el que
verdaderamente reconozca su presencia se inclinará humildemente ante él
(Patriarcas y profetas, p. 256, 257). www.EscuelaSabatica.es.
Domingo 29 de junio: Nuestro Padre celestial
Todo el amor paterno que se haya transmitido de generación a genera-
ción por medio de los corazones humanos, todos los manantiales de ternura
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que se hayan abierto en las almas de los hombres, son tan solo como una
gota del ilimitado océano, cuando se comparan con el amor infinito e inago-
table de Dios. La lengua no lo puede expresar, la pluma no lo puede descri-
bir. Podéis meditar en él cada día de vuestra vida; podéis escudriñar las
Escrituras diligentemente a fin de comprenderlo; podéis dedicar toda facul-
tad y capacidad que Dios os ha dado al esfuerzo de comprender el amor y la
compasión del Padre celestial; y aún queda su infinidad. Podéis estudiar
este amor durante siglos, sin comprender nunca plenamente la longitud y la
anchura, la profundidad y la altura del amor de Dios al dar a su Hijo para
que muriese por el mundo. La eternidad misma no lo revelará nunca plena-
mente. Sin embargo, cuando estudiemos la Biblia y meditemos en la vida de
Cristo y el plan de redención, estos grandes temas se revelarán más y más a
nuestro entendimiento. Y alcanzaremos la bendición que Pablo deseaba
para la iglesia de Éfeso, cuando rogó: "El Dios de nuestro Señor Jesucristo,
el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación para su cono-
cimiento; alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis
cuál sea la esperanza de su vocación, y cuáles las riquezas de la gloria de su
herencia en los santos, y cuál aquella supereminente grandeza de su poder
para con nosotros los que creemos" (Efesios 1:17-19) (Joyas de los testimo-
nios, t. 2, p. 337).
Tenemos que aprender individualmente esta lección de confianza espe-
cial en nuestro Salvador. Debemos confiar en nuestro Padre celestial, así
como un niño confía en sus padres terrenales, y hemos de creer que obra
para nuestro bien en todas las cosas [...]. Yo puedo confiar en mi Salvador;
me salva hoy, y mientras estoy luchando para vencer las tentaciones del
enemigo, me dará gracia para triunfar (En lugares celestiales, p. 118).
Cuando estudiamos el carácter divino a la luz de la cruz, vemos miseri-
cordia, ternura, espíritu perdonador unidos con equidad y justicia. Vemos
en medio del trono a uno que lleva en sus manos y pies y en su costado las
marcas del sufrimiento soportado para reconciliar al hombre con Dios. Ve-
mos a un Padre infinito que mora en luz inaccesible, pero que nos recibe
por los méritos de su Hijo. La nube de la venganza que amenazaba sola-
mente con la miseria y la desesperación, revela, a la luz reflejada desde la
cruz, el escrito de Dios: ¡Vive, pecador, vive! ¡Vosotros, almas arrepentidas
y creyentes, vivid! Yo he pagado el rescate Los hechos de los apóstoles, p.
268).
Aunque los líderes religiosos creían conocer y adorar al verdadero Dios
viviente, lo representaban de manera equivocada.
Por eso, el carácter de Dios representado por su Hijo, les pareció una
idea nueva; un nuevo don de Dios al mundo. Cristo hizo todo lo necesario
para eliminar las falsas representaciones de Dios que Satanás había esparci-
do, a fin de que el amor divino pudiera ser restaurado en las mentes huma-
nas. Enseñó a dirigirse al Supremo Gobernante del universo con un nuevo
nombre:
"Padre nuestro". Esa es la verdadera relación que él desea tener con no-
sotros, y cuando los labios humanos lo pronuncian con sinceridad, es como
música a los oídos de Dios. Cristo nos dirige al trono de Dios mediante un
camino nuevo y viviente que nos lleva a encontrarnos con un amor pater-
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nal...
El unigénito Hijo de Dios enseñó a los seres humanos la bondad, miseri-
cordia y benevolencia del carácter de Dios. Les enseñó a considerar a Dios
como la fuente de todo afecto paternal que, de generación en generación, a
fluido en los corazones humanos.
Pero la misericordia, el amor y la compasión de los padres humanos no
tiene comparación con el amor infinito del Padre celestial que se brinda
constantemente por la felicidad y la salvación de su pueblo (Review and
Herald, 11 de septiembre de 1894). www.EscuelaSabatica.es.
Lunes 30 de junio: Revelado por el Hijo
Cristo vino al mundo para representar al Padre delante de los hombres;
porque Satanás lo había presentado ante el mundo en una luz falsa. Puesto
que Dios es un Dios de justicia, de terrible majestad, que tiene poder para
destruir al ser humano como para preservarlo, Satanás indujo a la gente a
considerarlo con temor, y a verlo como si fuera un tirano. Antes de la crea-
ción del hombre, Jesús había estado con el Padre desde las edades eternas, y
vino al mundo para revelar al Padre, declarando: "Dios es amor".
Jesús representó a Dios como un Padre bondadoso que tiene cuidado de
los súbditos de su reino. Declaró que ni siquiera un gorrión cae al suelo sin
que el Padre lo note, y que ante su vista los seres humanos son de mucho
más valor que todos los gorriones; que los mismos cabellos de sus cabezas
están contados.
Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, el Señor está repre-
sentado no solo como un Dios justo sino también como un Padre de amor
infinito [...].
Satanás disfrazó el carácter del Padre con sus propios atributos, pero
Cristo lo representó con su verdadero carácter de benevolencia y amor. La
forma como Cristo lo representó ante el mundo fue como si se le concediera
un nuevo don al ser humano [...].
El Hijo de Dios declaró en términos inequívocos que el mundo se encon-
traba destituido del conocimiento de Dios; pero este conocimiento era del
más elevado valor, y constituía su propio regalo particular, el inestimable
tesoro que él trajo a este mundo (Exaltad a Jesús, p. 30).
Como legislador, Jesús ejercía la autoridad de Dios; sus órdenes y deci-
siones eran apoyadas por el Soberano del trono eterno.
La gloria del Padre era revelada en el Hijo [...]. Estaba tan perfectamen-
te relacionado con Dios, tan completamente imbuido de su luz, que el que
había visto al Hijo, había visto al Padre. Su voz era como la voz de Dios
[...]. Dice: "Yo soy en el Padre y el Padre en mí". "Nadie conoce al Hijo,
sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el
Hijo lo quiera revelar". "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (S. Juan
14:11; S. Mateo 11:27; S. Juan 14:9) (A fin de conocerle, p. 40).
¿Quién es Cristo? Es el Hijo unigénito del Dios viviente. Es, en su rela-
ción con el Padre, como una palabra que expresa el pensamiento; como un
pensamiento hecho audible. Cristo es la palabra de Dios. Cristo dijo a Feli-
pe: "El que me ha visto, ha visto al Padre". Sus palabras eran el eco de las
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de Dios. Cristo era la semejanza de Dios, el resplandor de su gloria, la mis-
ma imagen de su persona.
Como un ser personal, Dios se ha revelado a sí mismo por medio de su
Hijo. Jesús, el resplandor de la gloria del Padre, "la imagen misma de su
sustancia", fue hallado en la tierra en forma de hombre. Vino al mundo co-
mo un Salvador personal. Ascendió a lo alto como un Salvador personal.
Intercede en las cortes celestiales como un Salvador personal. Ante el trono
de Dios ministra en nuestro favor "uno semejante al Hijo del hombre"
(Apocalipsis 1:13) (Hijos e hijas de Dios, p. 23).
Martes 1 de julio: El amor de nuestro Padre celestial.
Juan no puede encontrar palabras adecuadas para describir el admirable
amor de Dios para el hombre pecador; pero insta a todos para que contem-
plen el amor de Dios revelado en el amor de su Hijo unigénito. Por la per-
fección del sacrificio hecho por la raza culpable, los que creen en Cristo
[...]. pueden ser salvados de la ruina eterna. Cristo era uno con el Padre. Sin
embargo, cuando el pecado entró en nuestro mundo por la transgresión de
Adán, estuvo dispuesto a descender de la excelsitud de Aquel que era igual
a Dios, que moraba en luz inaccesible para la humanidad, tan llena de gloria
que ningún hombre podía contemplar su rostro y vivir, y se sometió a los
insultos, vilipendios, sufrimientos, dolores y muerte, a fin de responder a las
demandas de la inmutable Ley de Dios y establecer un camino de escape
para el transgresor por medio de su muerte y de su justicia. Esta fue la obra
que su Padre le dio que hiciera; y los que aceptan a Cristo, reposando ple-
namente sobre sus méritos, se convierten en los hijos e hijas adoptivos de
Dios, son herederos de Dios y coherederos con Cristo (A fin de conocerle,
p. 62).
En las misericordiosas bendiciones que nuestro Padre celestial ha derra-
mado sobre nosotros, podemos discernir evidencias innumerables de un
amor infinito y una tierna piedad muy superiores a la simpatía ansiosa de
una madre por su hijo descarriado.
Cuando estudiamos el carácter divino a la luz de la cruz, descubrimos
misericordia, ternura y perdón mezclados con equidad y justicia. En las
palabras de Juan exclamamos: "Mirad cual amor nos ha dado el Padre, para
que seamos llamados hijos de Dios" (1 Juan 3:1). En medio del trono vemos
a Uno que lleva en sus manos, pies, y costado las marcas del sufrimiento
que tuvo que soportar para reconciliar al hombre con Dios, y a Dios con el
hombre. La misericordia incomparable nos revela a un Padre infinito, que
mora en luz inaccesible, y sin embargo está dispuesto a recibirnos mediante
los méritos de su Hijo (Exaltad a Jesús, p. 243).
El amor del Padre hacia una raza caída es insondable, indescriptible y sin
parangón. Este amor lo indujo a consentir dar a su Hijo unigénito para que
muriera, a fin de que el hombre rebelde pudiera ser puesto en armonía con
el gobierno del cielo, y pudiera salvarse de la penalidad de la transgresión.
El Hijo de Dios depuso su trono real, a fin de hacerse pobre por causa de
nosotros, para que por medio de su pobreza nosotros fuéramos enriqueci-
dos.
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Llegó a ser "varón de dolores" para que pudiéramos participar de su
eterno regocijo [...]. Dios permitió que su amado Hijo, lleno de gracia y de
verdad, descendiera de un mundo de indescriptible gloria a otro mundo vi-
ciado y agostado por el pecado, entenebrecido con las sombras de la muerte
y la maldición (La maravillosa gracia de Dios, p. 79).
Miércoles 2 de julio: El cuidado compasivo de nuestro Padre celestial.
Nos aterrorizamos cuando contemplamos la santidad y la gloria del Dios
del universo pues sabemos que su justicia no le permitirá absolver al culpa-
ble. Pero no necesitamos permanecer en el terror pues Cristo vino al mundo
a revelar el carácter de Dios, a explicarnos su amor paternal para sus hijos
adoptivos. No hemos de estimar el carácter de Dios solo por las estupendas
obras de la naturaleza sino por la sencilla y amante vida de Jesús que pre-
sentó a Jehová como más misericordioso, más compasivo, más tierno que
nuestros padres terrenales.
Jesús dio a conocer al Padre como Uno a quien podemos darle nuestra
confianza y presentarle nuestras necesidades. Cuando nos aterrorizamos
ante Dios y estamos abrumados por el pensamiento de su gloria y majestad,
el Padre nos señala a Cristo como su representante. Lo que veis revelado en
Jesús, la ternura, la compasión y el amor, es el reflejo de los atributos del
Padre. La cruz del Calvario revela al hombre el amor de Dios. Cristo repre-
senta al Soberano del universo como a un Dios de amor. Él dijo por la boca
del profeta: "Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi mise-
ricordia" (Jeremías 31:3).
Tenemos acceso a Dios por los méritos del nombre de Cristo, y Dios nos
invita a llevarle nuestras pruebas y tentaciones, pues las entiende todas. Él
no quiere que nosotros derramemos nuestras quejas en oídos humanos. Por
la sangre de Cristo podemos llegarnos al trono de la gracia, y hallar gracia
para el oportuno socorro. Con seguridad podemos allegarnos diciendo: "Mi
aceptación es en el Amado". "Por medio de él los unos y los otros tenemos
entrada por un mismo Espíritu al Padre". "En quien tenemos seguridad y
acceso con confianza por medio de la fe en él" (Efesios 2:18; 3:12).
Como un padre terrenal anima a su hijo para que vaya a él siempre, así el
Señor nos anima a depositar ante él nuestras necesidades y perplejidades,
nuestra gratitud y nuestro amor. Cada promesa es segura. Jesús es nuestra
Garantía y Mediador, y ha colocado a nuestra disposición todos los recursos
a fin de que podamos tener un carácter perfecto {En lugares celestiales, p.
18).
Aunque los seres humanos han pecado terriblemente, no son abandona-
dos. La mano que sostiene el mundo también sostiene y fortalece al pecador
más débil. El Artista maestro, cuya habilidad está por encima de la habili-
dad de cualquier ser humano, que da a las flores del campo sus tintes deli-
cados y hermosos, y que cuida por los pajarillos, también cuida por sus hi-
jos.
El cuidado concedido por el cielo a cada objeto de su creación es pro-
porcional al lugar que ocupa en sus obras creadas. Si las flores reciben una
belleza mayor que la de Salomón con toda su gloria, ¿cuánto debemos esti-
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mar el cuidado que dedica para la herencia que ha comprado? Cristo men-
ciona el cuidado concedido a cosas que se marchitan en un día, para mos-
trarnos cuánto más amor tiene Dios por aquellos que ha creado a su propia
imagen, y quiere que cada mente capte esta preciosa verdad. Abre delante
de nosotros el libro de sus providencias y nos muestra nuestros nombres
escritos en el libro. Cada uno de nosotros tiene una página donde están es-
critos los eventos de nuestra vida, y ni por un momento nuestros nombres
están ausentes en la mente de Dios. En verdad, el amor y el cuidado que
Dios tiene por los seres que ha creado son maravillosos (Signs of the Times,
10 de octubre de 1900).
Hay mansiones para los peregrinos de la tierra. Hay vestiduras, coronas
de gloria y palmas de victoria para los justos. Todo lo que nos dejó perple-
jos en las providencias de Dios quedará aclarado en el mundo venidero. Las
cosas difíciles de entender hallarán entonces su explicación. Los misterios
de la gracia nos serán revelados. Donde nuestras mentes finitas discernían
solamente confusión y promesas quebrantadas, veremos la más perfecta y
hermosa armonía. Sabremos que el amor infinito ordenó los incidentes que
nos parecieron más penosos. A medida que comprendamos el tierno cuida-
do de Aquel que hace que todas las cosas obren conjuntamente para nuestro
bien, nos regocijaremos con gozo inefable y rebosante de gloria (Dios nos
cuida, p. 251).
Jueves 3 de julio: El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Cuando el cristiano se somete al solemne rito del bautismo, los tres po-
deres más altos del universo, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, dan su
aprobación a ese acto, comprometiéndose a ejercer su poder en beneficio de
él mientras se esfuerza por honrar a Dios. Es sepultado, a semejanza de la
muerte de Cristo, y es levantado a semejanza de su resurrección [...].
Los tres grandes poderes del cielo se comprometen a proporcionar al
cristiano toda la asistencia que requiera. El Espíritu cambia el corazón de
piedra en un corazón de carne. Y al participar de la Palabra de Dios, los
cristianos obtienen una experiencia que busca la semejanza divina. Cuando
Cristo habita en el corazón por la fe, el cristiano es el templo de Dios. Cris-
to no habita en el corazón del pecador, sino en el corazón de quien es sus-
ceptible a las influencias del cielo (Reflejemos a Jesús, p. 99).
El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, poderes infinitos y omniscientes,
reciben a aquellos que verdaderamente entran en la relación de pacto con
Dios. Ellos están presentes en cada bautismo para recibir a los candidatos
que han renunciado al mundo y han recibido a Cristo en el templo del alma.
Esos candidatos han entrado en la familia de Dios y sus nombres están es-
critos en el libro de la vida del Cordero (Comentario bíblico adventista, t. 6,
p. 1075).
Nuestra santificación es la obra del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Es el cumplimiento del pacto que Dios ha hecho con aquellos que entran en
comunión con él, con su Hijo, y con el Espíritu. ¿Has nacido de nuevo?
¿Has llegado a ser una nueva criatura en Cristo Jesús? Entonces coopera
con los tres grandes poderes del cielo que obran en tu beneficio, y al hacer-