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III Trimestre de 2014 
Las enseñanzas de Jesús 
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13 de septiembre 2014 
El sábado: 
Sábado 6 de septiembre Los judíos habían pervertido de tal manera la ley, que hacían de ella un yugo esclavizador. Sus requerimientos sin sentido habían llegado a ser ludi- brio entre otras naciones. Y el sábado estaba especialmente recargado de toda clase de restricciones sin sentido. No era para ellos una delicia, santo a Jehová y honorable. Los escribas y fariseos habían hecho de su observancia una carga intolerable. Un judío no podía encender fuego, ni siquiera una vela, en sábado. Como consecuencia, el pueblo hacía cumplir por gentiles muchos servicios que sus reglas les prohibían hacer por su cuenta. No refle- xionaban que si estos actos eran pecaminosos, los que empleaban a otros para realizarlos eran tan culpables como si los hiciesen ellos mismos. Pen- saban que la salvación se limitaba a los judíos; y que la condición de todos los demás, siendo ya desesperada, no podía empeorar. Pero Dios no ha dado mandamientos que no puedan ser acatados por todos. Sus leyes no sancio- nan ninguna restricción irracional o egoísta (El Deseado de todas las gentes, pp. 173, 174). Cristo no vino a cambiar el sábado del cuarto mandamiento; no vino a rebajar la ley de Dios en ningún detalle. Vino para manifestar en su propia persona el amor de Dios y a vindicar cada precepto de su santa ley (Manus- cript Releases, tomo 21, p. 195).. . 
Domingo 7 de septiembre: Cristo, el Creador del sábado. “El Hijo del hombre es Señor aun del sábado”. Estas palabras rebosan instrucción y consuelo. Por haber sido hecho el sábado para el hombre, es el día del Señor. Pertenece a Cristo. Porque “todas las cosas por él fueron he- chas; y sin él nada de lo que es hecho, fue hecho”; y como lo hizo todo, creó también el sábado. Por él fue apartado como un monumento recordati- vo de la obra de la creación. Nos presenta a Cristo como Santifícador tanto
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como Creador. Declara que el que creó todas las cosas en el cielo y en la tierra, y mediante quien todas las cosas existen, es cabeza de la iglesia, y que por su poder somos reconciliados con Dios (El Deseado de todas las gentes, p. 255). Dios hizo al mundo en seis días literales, y en el séptimo día literal des- cansó de toda su obra que él había hecho, y fue refrigerado. Así ha dado al hombre seis días en los cuales trabajar. Pero santificó el día en que él des- cansó, y lo dio al hombre para ser observado, para que se lo conservara libre de todo trabajo secular. Al poner aparte así el sábado, Dios dio al mundo un monumento conmemorativo. No apartó un día y cualquier día de los siete, sino un día específico, el séptimo día. Y al obser- var el sábado, manifestamos que reconocemos a Dios como el Ser vivo, el Creador de los cielos y la tierra. No hay nada en el sábado que lo restrinja a una clase particular de perso- nas. Ha sido dado para todo el género humano. Ha de ser empleado, no en la indolencia, sino en la contemplación de las obras de Dios. Esto habían de hacer los hombres para que “supiesen que yo soy Jehová que los santifico”. El Señor se acerca mucho a su pueblo en el día que él ha bendecido y santificado. “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y la expansión denuncia la obra de sus manos. El un día emite palabra al otro día, y la una noche a la otra noche declara sabiduría”. El sábado es un monumento conmemorativo de Dios, que señala a los hombres al Creador, que hizo el mundo y todas las cosas que hay en él. En las colinas eternas, en los árboles majestuosos, en todo capullo que se abre y en toda flor que florece, podemos contemplar la obra del gran Artífice Maestro. Todo nos habla de Dios y de su gloria (Tes- timonios para los ministros, pp. 133, 134). Desde la columna de nube, Cristo declaró acerca del sábado: “Con todo eso vosotros guardaréis mis sábados: porque es señal entre mí y vosotros por vuestras edades, para que sepáis que yo soy Jehová que os santifico” (Éxodo 31:13). El sábado que fue dado al mundo como señal de que Dios es el Creador, es también la señal de que es el Santifícador. El poder que creó todas las cosas es el poder que vuelve a crear el alma a su semejanza. Para quienes lo santifican, el sábado es una señal de santificación. La verdadera santificación es armonía con Dios, unidad con él en carácter. Se recibe obe- deciendo a los principios que son el trasunto de su carácter. Y el sábado es la señal de obediencia. El que obedece de corazón al cuarto mandamiento, obedecerá toda la ley. Queda santificado por la obediencia (Joyas de los testimonios, tomo 3, p. 17). 
Lunes 8 de septiembre: Cristo, el Señor del sábado Cierto sábado, mientras el Salvador y sus discípulos volvían del lugar de culto, pasaron por un sembrado que estaba madurando. Jesús había conti- nuado su obra hasta hora avanzada, y mientras pasaba por los campos, los discípulos empezaron a juntar espigas y a comer los granos, después de restregarlos en las manos. En cualquier otro día, este acto no habría provo- cado comentario, porque el que pasaba por un sembrado, un huerto, o una viña, tenía plena libertad para recoger lo que deseara comer. Pero el hacer
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esto en sábado era tenido por un acto de profanación. No solo al juntar el grano se lo segaba, sino que al restregarlo en las manos se lo trillaba, y así, en opinión de los rabinos había en ello un doble delito. Inmediatamente los espías se quejaron a Jesús diciendo: “He aquí tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en sábado”. Cuando se le acusó de violar el sábado en Betesda, Jesús se defendió afirmando su condición de Hijo de Dios y declarando que él obraba en ar- monía con el Padre. Ahora que se atacaba a sus discípulos, él citó a sus acu- sadores ejemplos del Antiguo Testamento, actos verificados en sábado por quienes estaban en el servicio de Dios. Los maestros judíos se jactaban de su conocimiento de las Escrituras, y la respuesta de Cristo implicaba una reprensión por su ignorancia de los sagrados escritos. “¿Ni aun esto habéis leído -dijo- qué hizo David cuando tuvo hambre, él, y los que con él estaban; cómo entró en la casa de Dios, y tomó los panes de la proposición, y comió... los cuales no era lícito comer, sino a solos los sacerdotes?” “También les dijo: El sábado por causa del hombre es hecho; no el hombre por causa del sábado”. “¿No habéis leído en la ley, que los sábados en el templo los sacerdotes profanan el sábado, y son sin culpa? Pues os digo que uno mayor que el templo está aquí”. “El Hijo del hombre es Señor aun del sábado”. Cristo quería enseñar a sus discípulos y a sus enemigos que el servicio de Dios está antes que cualquier otra cosa. El objeto de la obra de Dios en este mundo es la redención del hombre; por lo tanto, lo que es necesario hacer en sábado en cumplimiento de esta obra, está de acuerdo con la ley del sábado. Jesús coronó luego su argumento declarándose “Señor del sába- do,” es decir un Ser por encima de toda duda y de toda ley. Este Juez infini- to absuelve a los discípulos de culpa, apelando a los mismos estatutos que se les acusaba de estar violando. Jesús no dejó pasar el asunto sin la admi- nistración de una reprensión a sus enemigos. Declaró que su ceguera había interpretado mal el objeto del sábado. Dijo: “Si supieseis qué es: Misericor- dia quiero y no sacrificio, no condenaríais a los inocentes”. Sus muchos ritos formalistas no podían suplir la falta de aquella integridad veraz y amor tierno que siempre caracterizarán al verdadero adorador de Dios (El Desea- do de todas las gentes, pp. 251, 252). 
Martes 9 de septiembre: El ejemplo de Jesús. 
Durante su niñez y juventud, Jesús había adorado entre sus hermanos en la sinagoga de Nazaret. Desde que iniciara su ministerio, había estado au- sente, pero ellos no ignoraban lo que le había acontecido. Cuando volvió a aparecer entre ellos, su interés y expectativa se avivaron en sumo grado. Allí estaban las caras familiares de aquellos a quienes conociera desde la infancia. Allí estaban su madre, sus hermanos y hermanas, y todos los ojos se dirigieron a él cuando entró en la sinagoga el sábado y ocupó su lugar entre los adoradores... En ese sábado, se pidió a Jesús que tomase parte en el culto. “Se levantó a leer. Y fuele dado el libro del profeta Isaías”. Según se lo comprendía, el
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pasaje por él leído se refería al Mesías... Jesús estaba delante de la gente como exponente vivo de las profecías concernientes a él mismo. Explicando las palabras que había leído, habló del Mesías como del que había de aliviar a los oprimidos, libertar a los cau- tivos, sanar a los afligidos, devolver la vista a los ciegos y revelar al mundo la luz de la verdad. Su actitud impresionante y el maravilloso significado de sus palabras conmovieron a los oyentes con un poder que nunca antes ha- bían sentido. El flujo de la influencia divina quebrantó toda barrera; como Moisés, contemplaban al Invisible. Mientras sus corazones estaban movidos por el Espíritu Santo, respondieron con fervientes amenes y alabaron al Señor. Pero cuando Jesús anunció: “Hoy se ha cumplido esta Escritura en vues- tros oídos”, se sintieron inducidos repentinamente a pensar en sí mismos y en los asertos de quien les dirigía la palabra. Ellos, israelitas, hijos de Abrahán, habían sido representados como estando en servidumbre. Se les hablaba como a presos que debían ser librados del poder del mal; como si habitasen en tinieblas, necesitados de la luz de la verdad. Su orgullo se ofendió, y sus recelos se despertaron. Las palabras de Jesús indicaban que la obra que iba a hacer en su favor era completamente diferente de lo que ellos deseaban. Tal vez iba a investigar sus acciones con demasiado detenimien- to. A pesar de su meticulosidad en las ceremonias externas, rehuían la ins- pección de aquellos ojos claros y escrutadores. ¿Quién es este Jesús? pre- guntaron. El que se había arrogado la gloria del Mesías era el hijo de un carpintero, y había trabajado en su oficio con su padre José (El Deseado de todas las gentes, pp. 203, 204). 
Miércoles 10 de septiembre: Milagros en sábado. Jesús había venido para “magnificar la ley y engrandecerla”. Él no había de rebajar su dignidad, sino ensalzarla. La Escritura dice: “No se cansará, ni desmayará, hasta que ponga en la tierra juicio”. Había venido para librar al sábado de estos requerimientos gravosos que hacían de él una maldición en vez de una bendición. Por esta razón, había escogido el sábado para realizar el acto de curación de Betesda. Podría haber sanado al enfermo en cualquier otro día de la se- mana; podría haberle sanado simplemente, sin pedirle que llevase su cama, pero esto no le habría dado la oportunidad que deseaba. Un propósito sabio motivaba cada acto de la vida de Cristo en la tierra. Todo lo que hacía era importante en sí mismo y por su enseñanza. Entre los afligidos del estanque, eligió el caso peor para el ejercicio de su poder sanador, y ordenó al hombre que llevase su cama a través de la ciudad a fin de publicar la gran obra que había sido realizada en él. Esto iba a levantar la cuestión de lo que era lícito hacer en sábado, y prepararía el terreno para denunciar las restricciones de los judíos acerca del día del Señor y declarar nulas sus tradiciones. Jesús les declaró que la obra de aliviar a los afligidos estaba en armonía con la ley del sábado. Estaba en armonía con la obra de los ángeles de Dios, que están siempre descendiendo y ascendiendo entre el cielo y la tierra para servir a la humanidad doliente. Jesús dijo: “Mi Padre hasta ahora obra, y yo
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obro”. Todos los días son de Dios y apropiados para realizar sus planes en favor de la familia humana. Si la interpretación que los judíos daban a la ley era correcta, entonces era culpable Jehová cuya obra ha vivificado y soste- nido toda cosa viviente desde que echó los fundamentos de la tierra. Enton- ces el que declaró buena su obra, e instituyó el sábado para conmemorar su terminación, debía hacer alto en su labor y detener los incesantes procesos del universo. ¿Debía Dios prohibir al sol que realizase su oficio en sábado, suspender sus agradables rayos para que no calentasen la tierra ni nutriesen la vegeta- ción? ¿Debía el sistema de los mundos detenerse durante el día santo? ¿De- bía ordenar a los arroyos que dejasen de regar los campos y los bosques, y pedir a las olas del mar que detuviesen su incesante flujo y reflujo? ¿Debían el trigo y la cebada dejar de crecer, y el racimo suspender su maduración purpúrea? ¿Debían los árboles y las flores dejar de crecer o abrirse en sába- do? En tal caso, el hombre echaría de menos los frutos de la tierra y las ben- diciones que hacen deseable la vida. La naturaleza debía continuar su curso invariable. Dios no podía detener su mano por un momento, o el hombre desmayaría y moriría. Y el hombre también tiene una obra que cumplir en sábado: atender las necesidades de la vida, cuidar a los enfermos, proveer a los menesterosos. No será tenido por inocente quien descuide el alivio del sufrimiento ese día. El santo día de reposo de Dios fue hecho para el hom- bre, y las obras de misericordia están en perfecta armonía con su propósito. Dios no desea que sus criaturas sufran una hora de dolor que pueda ser ali- viada en sábado o cualquier otro día... La obra del cielo no cesa nunca, y los hombres no debieran nunca des- cansar de hacer bien. El sábado no está destinado a ser un período de inacti- vidad inútil. La ley prohíbe el trabajo secular en el día de reposo del Señor; debe cesar el trabajo con el cual nos ganamos la vida; ninguna labor que tenga por fin el placer mundanal o el provecho es lícita en ese día; pero como Dios abandonó su trabajo de creación y descansó el sábado y lo ben- dijo, el hombre ha de dejar las ocupaciones de su vida diaria, y consagrar esas horas sagradas al descanso sano, al culto y a las obras santas. La obra que hacía Cristo al sanar a los enfermos estaba en perfecta armonía con la ley. Honraba el sábado. Jesús aseveró tener derechos iguales a los de Dios mientras hacía una obra igualmente sagrada, del mismo carácter que aquella en la cual se ocu- paba el Padre en el cielo. Pero esto airó aún más a los fariseos. No solo ha- bía violado la ley, a juicio de ellos, sino que al llamar a Dios “mi Padre”, se había declarado igual a Dios (El Deseado de todas las gentes, pp. 176-178). 
Jueves 11 de septiembre: El sábado después de la resurrección. 
“Orad, pues, que vuestra huida no sea en invierno ni en sábado”, dijo Cris- to. El que hizo el sábado no lo abolió clavándolo en su cruz. El sábado no fue anulado por su muerte. Cuarenta años después de su crucifixión, había de ser considerado todavía sagrado. Durante cuarenta años, los discípulos
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debían orar por que su huida no fuese en sábado (El Deseado de todas las gentes, p. 584) 
El sábado que Dios instituyó en el Edén era tan precioso para Juan en la solitaria isla como cuando estaba con sus compañeros en ciudades y pue- blos. Las preciosas promesas que Cristo había dado acerca de ese día eran repetidas por Juan, y las reclamaba como suyas. Para él era la señal de que Dios era suyo... El Salvador resucitado hizo conocer su presencia a Juan en el día sábado [Se cita Apocalipsis 1:10-13,17, 18] (Comentario bíblico ad- ventista, tomo 7, p. 967). 
Por tres sábados sucesivos Pablo predicó a los tesalonicenses, razonando con ellos de las Escrituras en cuanto a la vida, muerte, resurrección, media- ción, y gloria futura de Cristo, el Cordero “muerto desde el principio del mundo” (Apocalipsis 13:8). Ensalzó a Cristo, el debido entendimiento de cuyo ministerio es la llave que abre las Escrituras del Antiguo Testamento y da acceso a sus ricos tesoros (Los hechos de los apóstoles, pp. 185, 186). ... 
En los primeros siglos todos los cristianos guardaban el sábado. Cuidaban celosamente el honor de Dios, y como creían que su ley era inmutable, con- servaban religiosamente el carácter sagrado de sus preceptos (La historia de la redención, p. 345). 
Cuando se produzca “la restauración de todas las cosas, de la cual habló Dios por boca de sus santos profetas, que ha habido desde la antigüedad”, el sábado de la creación, el día en que Cristo descansó en la tumba de José, será todavía un día de reposo y regocijo. El cielo y la tierra se unirán en alabanza mientras que “de sábado en sábado”, las naciones de los salvos adorarán con gozo a Dios y al Cordero (El Deseado de todas las gentes, p. 714). 
Así como el sábado fue la señal que distinguía a Israel cuando salió de Egipto para entrar en la Canaán terrenal, así también es la señal que ahora distingue al pueblo de Dios cuando sale del mundo para entrar en el reposo celestial. El sábado es una señal de la relación que existe entre Dios y su pueblo, una señal de que éste honra la ley de su Creador. Hace distinción entre los súbditos leales y los transgresores... 
A nosotros, como a Israel, nos es dado el sábado “por pacto perpetuo”. Para los que reverencian el santo día, el sábado es una señal de que Dios los re- conoce como su pueblo escogido. Es una garantía de que cumplirá su pacto en su favor. Cada alma que acepta la señal del gobierno de Dios, se coloca bajo el pacto divino y eterno. Se vincula con la cadena áurea de la obedien-
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cia, de la cual cada eslabón es una promesa (Joyas de los testimonios, tomo 3, pp. 16, 17). 
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Notas de Elena | Lección 11 | El sábado | Escuela Sabática

  • 1. www.EscuelaSabatica.es III Trimestre de 2014 Las enseñanzas de Jesús Notas de Elena G. de White Lección 11 13 de septiembre 2014 El sábado: Sábado 6 de septiembre Los judíos habían pervertido de tal manera la ley, que hacían de ella un yugo esclavizador. Sus requerimientos sin sentido habían llegado a ser ludi- brio entre otras naciones. Y el sábado estaba especialmente recargado de toda clase de restricciones sin sentido. No era para ellos una delicia, santo a Jehová y honorable. Los escribas y fariseos habían hecho de su observancia una carga intolerable. Un judío no podía encender fuego, ni siquiera una vela, en sábado. Como consecuencia, el pueblo hacía cumplir por gentiles muchos servicios que sus reglas les prohibían hacer por su cuenta. No refle- xionaban que si estos actos eran pecaminosos, los que empleaban a otros para realizarlos eran tan culpables como si los hiciesen ellos mismos. Pen- saban que la salvación se limitaba a los judíos; y que la condición de todos los demás, siendo ya desesperada, no podía empeorar. Pero Dios no ha dado mandamientos que no puedan ser acatados por todos. Sus leyes no sancio- nan ninguna restricción irracional o egoísta (El Deseado de todas las gentes, pp. 173, 174). Cristo no vino a cambiar el sábado del cuarto mandamiento; no vino a rebajar la ley de Dios en ningún detalle. Vino para manifestar en su propia persona el amor de Dios y a vindicar cada precepto de su santa ley (Manus- cript Releases, tomo 21, p. 195).. . Domingo 7 de septiembre: Cristo, el Creador del sábado. “El Hijo del hombre es Señor aun del sábado”. Estas palabras rebosan instrucción y consuelo. Por haber sido hecho el sábado para el hombre, es el día del Señor. Pertenece a Cristo. Porque “todas las cosas por él fueron he- chas; y sin él nada de lo que es hecho, fue hecho”; y como lo hizo todo, creó también el sábado. Por él fue apartado como un monumento recordati- vo de la obra de la creación. Nos presenta a Cristo como Santifícador tanto
  • 2. www.EscuelaSabatica.es como Creador. Declara que el que creó todas las cosas en el cielo y en la tierra, y mediante quien todas las cosas existen, es cabeza de la iglesia, y que por su poder somos reconciliados con Dios (El Deseado de todas las gentes, p. 255). Dios hizo al mundo en seis días literales, y en el séptimo día literal des- cansó de toda su obra que él había hecho, y fue refrigerado. Así ha dado al hombre seis días en los cuales trabajar. Pero santificó el día en que él des- cansó, y lo dio al hombre para ser observado, para que se lo conservara libre de todo trabajo secular. Al poner aparte así el sábado, Dios dio al mundo un monumento conmemorativo. No apartó un día y cualquier día de los siete, sino un día específico, el séptimo día. Y al obser- var el sábado, manifestamos que reconocemos a Dios como el Ser vivo, el Creador de los cielos y la tierra. No hay nada en el sábado que lo restrinja a una clase particular de perso- nas. Ha sido dado para todo el género humano. Ha de ser empleado, no en la indolencia, sino en la contemplación de las obras de Dios. Esto habían de hacer los hombres para que “supiesen que yo soy Jehová que los santifico”. El Señor se acerca mucho a su pueblo en el día que él ha bendecido y santificado. “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y la expansión denuncia la obra de sus manos. El un día emite palabra al otro día, y la una noche a la otra noche declara sabiduría”. El sábado es un monumento conmemorativo de Dios, que señala a los hombres al Creador, que hizo el mundo y todas las cosas que hay en él. En las colinas eternas, en los árboles majestuosos, en todo capullo que se abre y en toda flor que florece, podemos contemplar la obra del gran Artífice Maestro. Todo nos habla de Dios y de su gloria (Tes- timonios para los ministros, pp. 133, 134). Desde la columna de nube, Cristo declaró acerca del sábado: “Con todo eso vosotros guardaréis mis sábados: porque es señal entre mí y vosotros por vuestras edades, para que sepáis que yo soy Jehová que os santifico” (Éxodo 31:13). El sábado que fue dado al mundo como señal de que Dios es el Creador, es también la señal de que es el Santifícador. El poder que creó todas las cosas es el poder que vuelve a crear el alma a su semejanza. Para quienes lo santifican, el sábado es una señal de santificación. La verdadera santificación es armonía con Dios, unidad con él en carácter. Se recibe obe- deciendo a los principios que son el trasunto de su carácter. Y el sábado es la señal de obediencia. El que obedece de corazón al cuarto mandamiento, obedecerá toda la ley. Queda santificado por la obediencia (Joyas de los testimonios, tomo 3, p. 17). Lunes 8 de septiembre: Cristo, el Señor del sábado Cierto sábado, mientras el Salvador y sus discípulos volvían del lugar de culto, pasaron por un sembrado que estaba madurando. Jesús había conti- nuado su obra hasta hora avanzada, y mientras pasaba por los campos, los discípulos empezaron a juntar espigas y a comer los granos, después de restregarlos en las manos. En cualquier otro día, este acto no habría provo- cado comentario, porque el que pasaba por un sembrado, un huerto, o una viña, tenía plena libertad para recoger lo que deseara comer. Pero el hacer
  • 3. www.EscuelaSabatica.es esto en sábado era tenido por un acto de profanación. No solo al juntar el grano se lo segaba, sino que al restregarlo en las manos se lo trillaba, y así, en opinión de los rabinos había en ello un doble delito. Inmediatamente los espías se quejaron a Jesús diciendo: “He aquí tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en sábado”. Cuando se le acusó de violar el sábado en Betesda, Jesús se defendió afirmando su condición de Hijo de Dios y declarando que él obraba en ar- monía con el Padre. Ahora que se atacaba a sus discípulos, él citó a sus acu- sadores ejemplos del Antiguo Testamento, actos verificados en sábado por quienes estaban en el servicio de Dios. Los maestros judíos se jactaban de su conocimiento de las Escrituras, y la respuesta de Cristo implicaba una reprensión por su ignorancia de los sagrados escritos. “¿Ni aun esto habéis leído -dijo- qué hizo David cuando tuvo hambre, él, y los que con él estaban; cómo entró en la casa de Dios, y tomó los panes de la proposición, y comió... los cuales no era lícito comer, sino a solos los sacerdotes?” “También les dijo: El sábado por causa del hombre es hecho; no el hombre por causa del sábado”. “¿No habéis leído en la ley, que los sábados en el templo los sacerdotes profanan el sábado, y son sin culpa? Pues os digo que uno mayor que el templo está aquí”. “El Hijo del hombre es Señor aun del sábado”. Cristo quería enseñar a sus discípulos y a sus enemigos que el servicio de Dios está antes que cualquier otra cosa. El objeto de la obra de Dios en este mundo es la redención del hombre; por lo tanto, lo que es necesario hacer en sábado en cumplimiento de esta obra, está de acuerdo con la ley del sábado. Jesús coronó luego su argumento declarándose “Señor del sába- do,” es decir un Ser por encima de toda duda y de toda ley. Este Juez infini- to absuelve a los discípulos de culpa, apelando a los mismos estatutos que se les acusaba de estar violando. Jesús no dejó pasar el asunto sin la admi- nistración de una reprensión a sus enemigos. Declaró que su ceguera había interpretado mal el objeto del sábado. Dijo: “Si supieseis qué es: Misericor- dia quiero y no sacrificio, no condenaríais a los inocentes”. Sus muchos ritos formalistas no podían suplir la falta de aquella integridad veraz y amor tierno que siempre caracterizarán al verdadero adorador de Dios (El Desea- do de todas las gentes, pp. 251, 252). Martes 9 de septiembre: El ejemplo de Jesús. Durante su niñez y juventud, Jesús había adorado entre sus hermanos en la sinagoga de Nazaret. Desde que iniciara su ministerio, había estado au- sente, pero ellos no ignoraban lo que le había acontecido. Cuando volvió a aparecer entre ellos, su interés y expectativa se avivaron en sumo grado. Allí estaban las caras familiares de aquellos a quienes conociera desde la infancia. Allí estaban su madre, sus hermanos y hermanas, y todos los ojos se dirigieron a él cuando entró en la sinagoga el sábado y ocupó su lugar entre los adoradores... En ese sábado, se pidió a Jesús que tomase parte en el culto. “Se levantó a leer. Y fuele dado el libro del profeta Isaías”. Según se lo comprendía, el
  • 4. www.EscuelaSabatica.es pasaje por él leído se refería al Mesías... Jesús estaba delante de la gente como exponente vivo de las profecías concernientes a él mismo. Explicando las palabras que había leído, habló del Mesías como del que había de aliviar a los oprimidos, libertar a los cau- tivos, sanar a los afligidos, devolver la vista a los ciegos y revelar al mundo la luz de la verdad. Su actitud impresionante y el maravilloso significado de sus palabras conmovieron a los oyentes con un poder que nunca antes ha- bían sentido. El flujo de la influencia divina quebrantó toda barrera; como Moisés, contemplaban al Invisible. Mientras sus corazones estaban movidos por el Espíritu Santo, respondieron con fervientes amenes y alabaron al Señor. Pero cuando Jesús anunció: “Hoy se ha cumplido esta Escritura en vues- tros oídos”, se sintieron inducidos repentinamente a pensar en sí mismos y en los asertos de quien les dirigía la palabra. Ellos, israelitas, hijos de Abrahán, habían sido representados como estando en servidumbre. Se les hablaba como a presos que debían ser librados del poder del mal; como si habitasen en tinieblas, necesitados de la luz de la verdad. Su orgullo se ofendió, y sus recelos se despertaron. Las palabras de Jesús indicaban que la obra que iba a hacer en su favor era completamente diferente de lo que ellos deseaban. Tal vez iba a investigar sus acciones con demasiado detenimien- to. A pesar de su meticulosidad en las ceremonias externas, rehuían la ins- pección de aquellos ojos claros y escrutadores. ¿Quién es este Jesús? pre- guntaron. El que se había arrogado la gloria del Mesías era el hijo de un carpintero, y había trabajado en su oficio con su padre José (El Deseado de todas las gentes, pp. 203, 204). Miércoles 10 de septiembre: Milagros en sábado. Jesús había venido para “magnificar la ley y engrandecerla”. Él no había de rebajar su dignidad, sino ensalzarla. La Escritura dice: “No se cansará, ni desmayará, hasta que ponga en la tierra juicio”. Había venido para librar al sábado de estos requerimientos gravosos que hacían de él una maldición en vez de una bendición. Por esta razón, había escogido el sábado para realizar el acto de curación de Betesda. Podría haber sanado al enfermo en cualquier otro día de la se- mana; podría haberle sanado simplemente, sin pedirle que llevase su cama, pero esto no le habría dado la oportunidad que deseaba. Un propósito sabio motivaba cada acto de la vida de Cristo en la tierra. Todo lo que hacía era importante en sí mismo y por su enseñanza. Entre los afligidos del estanque, eligió el caso peor para el ejercicio de su poder sanador, y ordenó al hombre que llevase su cama a través de la ciudad a fin de publicar la gran obra que había sido realizada en él. Esto iba a levantar la cuestión de lo que era lícito hacer en sábado, y prepararía el terreno para denunciar las restricciones de los judíos acerca del día del Señor y declarar nulas sus tradiciones. Jesús les declaró que la obra de aliviar a los afligidos estaba en armonía con la ley del sábado. Estaba en armonía con la obra de los ángeles de Dios, que están siempre descendiendo y ascendiendo entre el cielo y la tierra para servir a la humanidad doliente. Jesús dijo: “Mi Padre hasta ahora obra, y yo
  • 5. www.EscuelaSabatica.es obro”. Todos los días son de Dios y apropiados para realizar sus planes en favor de la familia humana. Si la interpretación que los judíos daban a la ley era correcta, entonces era culpable Jehová cuya obra ha vivificado y soste- nido toda cosa viviente desde que echó los fundamentos de la tierra. Enton- ces el que declaró buena su obra, e instituyó el sábado para conmemorar su terminación, debía hacer alto en su labor y detener los incesantes procesos del universo. ¿Debía Dios prohibir al sol que realizase su oficio en sábado, suspender sus agradables rayos para que no calentasen la tierra ni nutriesen la vegeta- ción? ¿Debía el sistema de los mundos detenerse durante el día santo? ¿De- bía ordenar a los arroyos que dejasen de regar los campos y los bosques, y pedir a las olas del mar que detuviesen su incesante flujo y reflujo? ¿Debían el trigo y la cebada dejar de crecer, y el racimo suspender su maduración purpúrea? ¿Debían los árboles y las flores dejar de crecer o abrirse en sába- do? En tal caso, el hombre echaría de menos los frutos de la tierra y las ben- diciones que hacen deseable la vida. La naturaleza debía continuar su curso invariable. Dios no podía detener su mano por un momento, o el hombre desmayaría y moriría. Y el hombre también tiene una obra que cumplir en sábado: atender las necesidades de la vida, cuidar a los enfermos, proveer a los menesterosos. No será tenido por inocente quien descuide el alivio del sufrimiento ese día. El santo día de reposo de Dios fue hecho para el hom- bre, y las obras de misericordia están en perfecta armonía con su propósito. Dios no desea que sus criaturas sufran una hora de dolor que pueda ser ali- viada en sábado o cualquier otro día... La obra del cielo no cesa nunca, y los hombres no debieran nunca des- cansar de hacer bien. El sábado no está destinado a ser un período de inacti- vidad inútil. La ley prohíbe el trabajo secular en el día de reposo del Señor; debe cesar el trabajo con el cual nos ganamos la vida; ninguna labor que tenga por fin el placer mundanal o el provecho es lícita en ese día; pero como Dios abandonó su trabajo de creación y descansó el sábado y lo ben- dijo, el hombre ha de dejar las ocupaciones de su vida diaria, y consagrar esas horas sagradas al descanso sano, al culto y a las obras santas. La obra que hacía Cristo al sanar a los enfermos estaba en perfecta armonía con la ley. Honraba el sábado. Jesús aseveró tener derechos iguales a los de Dios mientras hacía una obra igualmente sagrada, del mismo carácter que aquella en la cual se ocu- paba el Padre en el cielo. Pero esto airó aún más a los fariseos. No solo ha- bía violado la ley, a juicio de ellos, sino que al llamar a Dios “mi Padre”, se había declarado igual a Dios (El Deseado de todas las gentes, pp. 176-178). Jueves 11 de septiembre: El sábado después de la resurrección. “Orad, pues, que vuestra huida no sea en invierno ni en sábado”, dijo Cris- to. El que hizo el sábado no lo abolió clavándolo en su cruz. El sábado no fue anulado por su muerte. Cuarenta años después de su crucifixión, había de ser considerado todavía sagrado. Durante cuarenta años, los discípulos
  • 6. www.EscuelaSabatica.es debían orar por que su huida no fuese en sábado (El Deseado de todas las gentes, p. 584) El sábado que Dios instituyó en el Edén era tan precioso para Juan en la solitaria isla como cuando estaba con sus compañeros en ciudades y pue- blos. Las preciosas promesas que Cristo había dado acerca de ese día eran repetidas por Juan, y las reclamaba como suyas. Para él era la señal de que Dios era suyo... El Salvador resucitado hizo conocer su presencia a Juan en el día sábado [Se cita Apocalipsis 1:10-13,17, 18] (Comentario bíblico ad- ventista, tomo 7, p. 967). Por tres sábados sucesivos Pablo predicó a los tesalonicenses, razonando con ellos de las Escrituras en cuanto a la vida, muerte, resurrección, media- ción, y gloria futura de Cristo, el Cordero “muerto desde el principio del mundo” (Apocalipsis 13:8). Ensalzó a Cristo, el debido entendimiento de cuyo ministerio es la llave que abre las Escrituras del Antiguo Testamento y da acceso a sus ricos tesoros (Los hechos de los apóstoles, pp. 185, 186). ... En los primeros siglos todos los cristianos guardaban el sábado. Cuidaban celosamente el honor de Dios, y como creían que su ley era inmutable, con- servaban religiosamente el carácter sagrado de sus preceptos (La historia de la redención, p. 345). Cuando se produzca “la restauración de todas las cosas, de la cual habló Dios por boca de sus santos profetas, que ha habido desde la antigüedad”, el sábado de la creación, el día en que Cristo descansó en la tumba de José, será todavía un día de reposo y regocijo. El cielo y la tierra se unirán en alabanza mientras que “de sábado en sábado”, las naciones de los salvos adorarán con gozo a Dios y al Cordero (El Deseado de todas las gentes, p. 714). Así como el sábado fue la señal que distinguía a Israel cuando salió de Egipto para entrar en la Canaán terrenal, así también es la señal que ahora distingue al pueblo de Dios cuando sale del mundo para entrar en el reposo celestial. El sábado es una señal de la relación que existe entre Dios y su pueblo, una señal de que éste honra la ley de su Creador. Hace distinción entre los súbditos leales y los transgresores... A nosotros, como a Israel, nos es dado el sábado “por pacto perpetuo”. Para los que reverencian el santo día, el sábado es una señal de que Dios los re- conoce como su pueblo escogido. Es una garantía de que cumplirá su pacto en su favor. Cada alma que acepta la señal del gobierno de Dios, se coloca bajo el pacto divino y eterno. Se vincula con la cadena áurea de la obedien-
  • 7. www.EscuelaSabatica.es cia, de la cual cada eslabón es una promesa (Joyas de los testimonios, tomo 3, pp. 16, 17). Material facilitado por JESÚS PADILLA © http://escuelasabatica.es/ www.facebook.com/EscuelaSabatica.es Suscríbase para recibir gratuitamente recursos para la Escuela Sabática