El documento describe cómo Jesús usó la metáfora del viento para explicarle a Nicodemo que el Espíritu Santo obra de manera misteriosa en los corazones humanos para producir la conversión. Aunque no se puede ver al Espíritu Santo, sus efectos se pueden ver en la transformación de la vida y el carácter de aquellos en quienes obra. El documento también enfatiza la necesidad de permanecer continuamente unido a Cristo a través de la fe, de la misma manera que las ramas permanecen unidas a la vid y
PINTURA DEL RENACIMIENTO EN ESPAÑA (SIGLO XVI).ppt
Notas de Elena | Lección 6 | Crecer en Cristo | Escuela Sabática Tercer trimestre 2014
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III Trimestre de 2014
Las enseñanzas de Jesús
Notas de Elena G. de White
Lección 6
9 de agosto 2014
Crecer en Cristo:
Sábado 2 de agosto
Nicodemo estaba todavía perplejo, y Jesús empleó el viento para ilustrar
lo que quería decir: "El viento de donde quiere sopla, y oyes su sonido; mas
ni sabes de dónde viene, ni adonde vaya: así es todo aquel que es nacido del
Espíritu".
Se oye el viento entre las ramas de los árboles, por el susurro que produ-
ce en las hojas y las flores; sin embargo es invisible, y nadie sabe de dónde
viene ni a donde va. Así sucede con la obra del Espíritu Santo en el cora-
zón. Es tan inexplicable como los movimientos del viento. Puede ser que
una persona no pueda decir exactamente la ocasión ni el lugar en que se
convirtió, ni distinguir todas las circunstancias de su conversión; pero esto
no significa que no se haya convertido. Mediante un agente tan invisible
como el viento, Cristo obra constantemente en el corazón.
Poco a poco, tal vez inconscientemente para quien las recibe, se hacen
impresiones que tienden a atraer el alma a Cristo.
Dichas impresiones pueden ser recibidas meditando en él, leyendo las
Escrituras, u oyendo la palabra del predicador viviente.
Repentinamente, al presentar el Espíritu un llamamiento más directo, el
alma se entrega gozosamente a Jesús. Muchos llaman a esto conversión
repentina; pero es el resultado de una larga intercesión del Espíritu de Dios;
es una obra paciente y larga.
Aunque el viento mismo es invisible, produce efectos que se ven y sien-
ten. Así también la obra del Espíritu en el alma se revelará en toda acción
de quien haya sentido su poder salvador. Cuando el Espíritu de Dios se po-
sesiona del corazón, transforma la vida.
Los pensamientos pecaminosos son puestos a un lado, las malas acciones
son abandonadas; el amor, la humildad y la paz, reemplazan a la ira, la en-
vidia y las contenciones. La alegría reemplaza a la tristeza, y el rostro refle-
ja la luz del cielo. Nadie ve la mano que alza la carga, ni contempla la luz
que desciende de los atrios celestiales. La bendición viene cuando por la fe
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el alma se entrega a Dios. Entonces ese poder que ningún ojo humano pue-
de ver, crea un nuevo ser a la imagen de Dios (El Deseado de todas las gen-
tes, p. 143,144).
Domingo 3 de agosto: Nacer de nuevo.
"Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de
agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios" (S. Juan 3:5).
Nicodemo estaba asombrado, tanto como indignado, ante estas palabras.
Se consideraba no solo intelectual, sino hombre pío y religioso [...]. No
podía armonizar esta doctrina de la conversión con su concepto de lo que
constituía la religión. No podía encontrar una explicación satisfactoria de la
ciencia de la conversión; pero, mediante un ejemplo, Jesús le mostró que
ésta no podía explicarse por ninguno de sus métodos precisos. Jesús le seña-
ló el hecho de que no podía ver el viento, y sin embargo podía discernir su
acción. Quizá nunca podría explicar el proceso de la conversión, pero podía
discernir su efecto. Él oía el sonido del viento, que sopla de donde quiere, y
podía ver el resultado de su acción. No estaba a la vista el agente operador
[...].
Ningún razonamiento humano del hombre más docto puede definir las
operaciones del Espíritu Santo sobre la mente y el carácter de los hombres.
Sin embargo, pueden verse los efectos en la vida y en las acciones (Conflic-
to y valor, p. 292).
El Espíritu Santo es un agente libre, activo e independiente.
El Dios del cielo usa su Espíritu Santo como le place; y las mentes hu-
manas, el juicio humano y los métodos humanos no pueden poner límites a
su actuación, ni prescribir el canal mediante el cual ha de actuar, como tam-
poco es posible ordenarle al viento: "Te pido que soples en cierta dirección,
y que te conduzcas de tal o cual manera". Como el viento sopla con fuerza,
y a su paso dobla y quiebra árboles altos, así el Espíritu Santo influye sobre
los corazones humanos, y ningún hombre finito puede limitar su obra [...].
Nicodemo no estaba dispuesto a admitir la verdad, porque no compren-
día todo lo que estaba relacionado con la actuación del poder de Dios; sin
embargo, aceptó los hechos de la naturaleza, aunque no podía explicarlos ni
comprenderlos. Como otros hombres de todas las edades, pensaba que la
fidelidad en las ceremonias y prácticas eran más esenciales para la religión
que la profunda obra del Espíritu de Dios [...].
La fuente del corazón debe ser purificada antes que las corrientes puedan
manar puras. No hay seguridad para quien tiene una religión meramente
legal, una forma de piedad. La vida del cristiano no es una modificación o
mejora de la antigua, sino una transformación de la naturaleza. Hay una
muerte al yo y al pecado, y una vida totalmente nueva. Este cambio puede
ser producido solo por la eficiente obra del Espíritu Santo (Recibiréis poder,
p. 325).
Aunque no podamos ver al Espíritu de Dios, sabemos que hombres que
han estado muertos en la iniquidad y en los pecados, se convencen de sus
faltas y se convierten bajo su influencia.
Los descuidados y los descarriados aprenden a obrar con seriedad.
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Los endurecidos se arrepienten de sus pecados y los incrédulos llegan a
creer. Los jugadores, los borrachos y los licenciosos se tornan formales,
sobrios y puros. Los rebeldes y los obstinados se tornan humildes y seme-
jantes a Cristo. Cuando vemos estos cambios en el carácter podemos tener
la seguridad de que el poder de Dios que convierte ha transformado a todo
hombre.
No hemos visto al Espíritu Santo, pero hemos visto la evidencia de su
trabajo en el carácter de los que han sido cambiados, de los que habían sido
pecadores endurecidos y empedernidos. Así como el viento descarga su
violencia sobre elevados árboles y los derriba, así también el Espíritu Santo
puede obrar en los corazones humanos, y ningún hombre finito puede limi-
tar la obra de Dios.
El Espíritu de Dios se manifiesta en diversas formas en hombres diferen-
tes. Una persona, bajo la acción de este poder puede temblar ante la Palabra
de Dios. Sus convicciones pueden ser tan profundas que sentimientos hura-
canados y tumultuosos parecen luchar en su corazón, y todo su ser queda
postrado a causa del poder de la verdad que convence. Cuando el Señor
habla de perdón al alma penitente, ésta se llena de ardor, de amor a Dios y
de fervor y energía, y el espíritu vivificador que ha recibido no puede ser
reprimido. Cristo es en él como una fuente de agua que brota para vida
eterna [...]. Otras personas son llevadas a Cristo en forma más apacible (El
evangelismo, p. 213, 214).
Lunes 4 de agosto: La nueva vida en Cristo.
La gran verdad de la conversión del corazón por el Espíritu Santo es pre-
sentada en las palabras de Cristo a Nicodemo: "De cierto, de cierto te digo
que el que no naciere de nuevo [o de lo alto], no puede ver el reino de Dios
[...]. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu,
espíritu es" (S. Juan 3:3-6).
Es por la renovación del corazón como la gracia de Dios obra para trans-
formar la vida. Ningún cambio externo es suficiente para ponernos en ar-
monía con Dios. Hay muchos que tratan de reformarse corrigiendo este mal
hábito o aquel mal hábito y esperan hacerse cristianos en esa forma, pero
están comenzando en el lugar equivocado. Nuestra primera obra debemos
realizarla dentro del corazón [...].
La levadura de la verdad obra secreta, silenciosa y continuamente para
transformar el alma. Las inclinaciones naturales son suavizadas y subyuga-
das. Son implantados nuevos pensamientos, nuevos sentimientos y nuevos
motivos. Se establece una nueva norma de carácter: la vida de Cristo. La
mente se cambia; las facultades se despiertan para actuar en nuevas líneas.
El hombre no es dotado con nuevas facultades sino que las facultades son
santificadas. La conciencia se despierta.
Las Escrituras son el gran instrumento en esta transformación del carác-
ter. Cristo oró. "Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad" (S. Juan
17:17). Si es estudiada y obedecida, la Palabra de Dios actúa en el corazón
subyugando todo atributo no santificado.
El Espíritu Santo acude para convencer de pecado, y la fe que surge en el
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corazón obra por el amor a Cristo conformándonos, cuerpo, alma y espíritu,
a su voluntad.
Un hombre ve su peligro. Comprende que necesita un cambio de carác-
ter, un cambio de corazón. Es conmovido; sus temores despiertan. El Espíri-
tu de Dios está obrando en él, y él trabaja por sí mismo con temor y temblor
[...]. para llevar a cabo el cambio que su vida necesita [...]. Confiesa sus
pecados a Dios, y si ha perjudicado a alguien, confiesa el daño a aquel que
ha perjudicado [...]. Procede en armonía con la obra del Espíritu y su con-
versión es genuina (En lugares celestiales, p. 21).
Martes 5 de agosto: Permanecer en Cristo.
No es el contacto casual con Cristo lo que se necesita, sino el permane-
cer en él. Él os llamó a morar con él. No os propone una felicidad pasajera
que se experimente ocasionalmente mediante la búsqueda ferviente del Se-
ñor, y que se desvanece al abocaros a vuestras ocupaciones seculares. Vues-
tra permanencia en Cristo aliviana toda tarea necesaria, porque él lleva el
peso de todas las cargas. Él hizo provisión para que permanezcáis en él.
Esto significa que debéis estar conscientes de que permanecéis en Cristo, de
que estáis continuamente con Cristo, donde vuestra mente se anima y forta-
lece porque la habéis puesto sobre Cristo.
¿Hemos comprendido plenamente la bondadosa invitación: "Venid a
mí"? Él dice: "Permaneced en mí", no "Permaneced conmigo". "Entended
mi llamamiento. Venid a mí "para quedar conmigo". Concederá gratuita-
mente todas las bendiciones implícitas en él a todos los que acudan a él en
busca de vida.
Él tiene para vosotros algo mejor que la bendición de corta duración que
experimentáis mientras buscáis al Señor en oración ferviente. Recibís el
privilegio de su presencia permanente en lugar del privilegio de corta dura-
ción que se desvanece cuando volvéis a las tareas de la vida [...].
El Señor Jesús permanecerá con vosotros y vosotros con el en todo lugar
(En lugares celestiales, p. 55).
Las fibras del pámpano son casi idénticas a las de la vid. La comunica-
ción de vida, fuerza y producción de fruto del tronco a los pámpanos es
constante, sin obstáculos. La raíz envía su alimento a través de las ramas.
Tal es la relación del verdadero creyente con Cristo. Permanece en Cristo, y
obtiene de él su nutrición.
Esta relación espiritual puede establecerse únicamente por el ejercicio de
la fe personal. Esta fe debe expresar suprema preferencia de nuestra parte,
perfecta confianza, entera consagración.
Nuestra voluntad estará completamente sometida a la voluntad divina,
nuestros sentimientos, deseos, intereses y honra se identificarán con la
prosperidad del reino de Cristo y la honra de su causa, recibiendo constan-
temente nosotros gracia de él, y aceptando Cristo nuestra gratitud (Testimo-
nios selectos, t. 4, p. 43, 44).
¿Qué es llevar fruto? [...]. Debemos hallar día tras día que permanece-
mos en la Vid, y dando fruto con paciencia en nuestro hogar, en nuestras
ocupaciones, y manifestando en la vida el Espíritu de Cristo en cada trato
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con otros [...]. La rama debe ser injertada en la Vid y permanecer allí unién-
dose con la Vid fibra tras fibra, extrayendo su porción diaria de savia y ali-
mento de la raíz y fertilidad de la Vid hasta que llega a ser uno con el tronco
materno. La savia que alimenta la Vid debe nutrir la rama, y esto debe ser
evidente en la vida de aquel que permanece en Cristo, pues el gozo de Cris-
to será cumplido en aquel que no camina según la carne sino según el Espí-
ritu.
Lo que pretendamos ser no tiene valor a menos que permanezcamos en
Cristo, pues no podemos ser ramas vivientes a menos que las cualidades
vitales de la Vid abunden en nosotros (Comentario bíblico adventista, t. 5,
p. 1118).
Miércoles 6 de agosto: La oración.
La vida de Cristo fue una vida de oración; y él es nuestro ejemplo.
Sí, el Hijo de Dios, igual al Padre, fuente de toda bendición, con una voz
que podía reprender la enfermedad y la tempestad y llamar los muertos a la
vida, oraba con clamor y lágrimas. A menudo pasaba la noche en oración.
Mientras las ciudades dormitaban, los ángeles podían escuchar los ruegos
del Redentor, quien oraba con su alma atribulada, no por él sino por aque-
llos a quienes había venido a salvar. En las colinas de Galilea, o en el Mon-
te de las Olivas, el Amado de Dios oraba por los pecadores.
Entonces regresaba para ministrar por ellos y predicarles con la voz re-
novada por el fuego viviente (Signs of the Times, 5 de septiembre de 1900).
Como estaba revestido de humanidad, sentía la necesidad de la fuerza de
su Padre. Tenía lugares selectos para orar. Se deleitaba en mantenerse en
comunión con su Padre en la soledad de la montaña. En este ejercicio, su
alma santa y humana se fortalecía para afrontar los deberes y las pruebas
del día. Nuestro Salvador se identifica con nuestras necesidades y debilida-
des, porque elevó sus súplicas nocturnas para pedir al Padre nuevas reservas
de fuerza, a fin de salir vigorizado y refrigerado, fortalecido para arrostrar el
deber y la prueba. Él es nuestro ejemplo en todo. Se hermana con nuestras
flaquezas, pero no alimenta pasiones semejantes a las nuestras. Como no
pecó, su naturaleza rehuía el mal. Soportó luchas y torturas del alma en un
mundo de pecado. Dado su carácter humano, la oración era para él una ne-
cesidad y un privilegio. Requería el más poderoso apoyo y consuelo divino
que su Padre estuviera dispuesto a impartirle a él que, para beneficio del
hombre, había dejado los goces del cielo y elegido por morada un mundo
frío e ingrato. Cristo halló consuelo y gozo en la comunión con su Padre.
Allí podía- descargar su corazón de los pesares que lo abrumaban. Era Va-
rón de dolores y experimentado en quebranto [...].
Si el Salvador de los hombres, a pesar de su fortaleza divina, necesitaba
orar, ¡cuánto más debieran los débiles y pecaminosos mortales sentir la ne-
cesidad de orar con fervor y constancia! (Joyas de los testimonios, 1.1, p.
218, 219).
El camino hacia el trono de Dios siempre está abierto. No podéis estar
continuamente arrodillados en oración, pero vuestras peticiones silenciosas
pueden ascender constantemente a Dios en busca de fuerza y dirección. Al
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ser tentados, podéis huir al lugar secreto del Altísimo. Sus brazos eternos os
rodearán.
Nos acercamos a Dios por invitación especial, y él nos espera para dar-
nos la bienvenida a su sala de audiencia... Podemos ser admitidos a la inti-
midad y comunión más estrecha con Dios.
Orad con corazones humildes. Buscad a menudo al Señor en oración.
Solamente en el lugar secreto el ojo ve a Jesús y el oído se abre para él.
Saldréis del lugar secreto de oración para morar bajo la sombra del Omni-
potente. Vendrán las tentaciones, pero os pondréis cada vez más cerca al
lado de Jesús y pondréis vuestras manos en las suyas. Tendréis una rica
experiencia, descansando en su amor y gozándoos en su misericordia. Las
preocupaciones, perplejidades y cuidados se han ido, y os regocijáis en Je-
sucristo. El alma está pronta para oír la voz del Padre y tendréis la comu-
nión con Dios (En lugares celestiales, p. 86).
Son pocos los que aprecian o aprovechan debidamente el precioso privi-
legio de la oración. Debemos ir a Jesús y explicarle todas nuestras necesi-
dades. Podemos presentarle nuestras pequeñas cuitas y perplejidades, como
también nuestras dificultades mayores. Debemos llevar al Señor en oración
cualquier cosa que se suscite para perturbarnos o angustiarnos (Joyas de los
testimonios, t. 2, p. 60).
Jueves 7 de agosto: Morir al "yo" cada día.
El fundamento del plan de salvación descansa en el sacrificio.
Jesús dejó las cortes reales y se hizo pobre para que por su pobreza nosotros
fuésemos enriquecidos. Todos los que participan de esta salvación compra-
da para ellos por el Hijo de Dios a un sacrificio tan infinito, seguirán el
ejemplo del verdadero modelo.
Cristo fue la principal piedra del ángulo y nosotros debemos edificar sobre
este fundamento. Todos deben tener un espíritu de abnegación y sacrificio.
La vida terrenal de Cristo fue muy abnegada; estuvo señalada por la humi-
llación y el sacrificio. Y los hombres, participantes de la gran salvación que
Jesús vino a traerles ¿rehusarán seguir a su Señor y compartir su abnegación
y sacrificio? [...]. ¿Es el siervo mayor que su Señor? ¿El Redentor del mun-
do practicará la abnegación y el sacrificio en nuestro favor mientras los
miembros del cuerpo de Cristo practican la indulgencia propia? La abnega-
ción es una condición esencial del discipulado.
La cruz y la abnegación señalan la senda de todo seguidor de Cristo. La
cruz borra las inclinaciones naturales y la voluntad natural.
Sigamos al Salvador en su sencillez y abnegación. Levantemos al Hombre
del Calvario por nuestras palabras y una vida santa (La fe por la cual vivo,
p. 153).