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Lástima 
que haya tan pocos 
Aunque me avergüenza, debo admitir que no estuve ahí aquella mañana. A diferencia de María y de Juan, su discípulo, yo no tuve el valor de acompañar a Jesús en sus últimos momentos. Sin embargo, lo más importante para ellos en esa situación naturalmente no era eso. ¿Qué sucedería con el cuerpo de Jesús una vez que muriera? ¡No podían abandonarlo en manos de aquellos soldados insensibles que seguramente lo sepultarían en una fosa común como se acostumbraba hacer con los criminales! 
Pero, ¿cómo lo impedirían? Era obvio que las autoridades judías jamás los apoyarían, y esperar que el gobernador romano lo hiciera, definitivamente, también sonaba imposible. 
No obstante, mientras sus preocupaciones los embargaban, un hombre llamado José de Arimatea intervino para evitar que dieran tan deshonrosa sepultura a mi hermano. Acudiendo ante Poncio Pilato, el gobernador romano, José pidió que le dejara bajar el cuerpo de Cristo de la cruz. 
Todos se asombraron ante su comportamiento. Hasta ese momento nadie sabía de su simpatía por Jesús. Después me enteré de que, pese a formar parte del Sanedrín, él nunca estuvo de acuerdo con los demás miembros de aquel tribunal judío en cuanto a sentenciar a Jesús. Pero, aunque se contaba como uno de sus seguidores y creía en Jesús como el Mesías, José de Arimatea había mantenido su fe en secreto; tenía miedo de los dirigentes judíos. No obstante, en estos momentos, lo único que lo preocupaba era sepultarlo dignamente. 
—Si me autorizas, yo me ocupo de todo —le dijo a Pilato.
1 1 2 * Santiago. Un hermano de J esús nos enseña a vivir la fe 
Tras hacer las verificaciones oportunas y tener la certeza de que, en efecto, Jesús ya había muerto, Pilato estuvo de acuerdo y le concedió lo que pedía. Acto seguido, José volvió al Calvario con la orden de Pilato de que le entregasen el cuerpo de Cristo. Pero al dirigirse al Calvario no lo hizo solo. A su lado iba también Nicodemo quien años atrás, protegido por la oscuridad de la noche, había acudido a conversar con Jesús. Al igual que José de Arimatea, Nicodemo decidió que ya era tiempo de confesar sin temor su fe en el Salvador. Como a muchos otros, desde el principio las enseñanzas de Jesús lo habían conmovido. Al presenciar sus maravillosas obras, se había apoderado de él la convicción de que Cristo era el enviado de Dios. Pero era demasiado orgulloso para reconocer abiertamente su simpatía por este nuevo Maestro galileo y procuró entrevistarse con él de manera secreta. En aquella entrevista Jesús le expuso con claridad el plan de la salvación pero durante tres años no hubo fruto aparente. 
Sin embargo, aunque Nicodemo no había reconocido públicamente a Cristo, él fue quien en repetidas ocasiones desbarató los planes que el Sanedrín tenía contra mi hermano. Cuando finalmente Cristo fue crucificado, no pudo sino recordar y aceptar como verdad las palabras que, tiempo atrás, le había mencionado: «Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado» (Juan 3: 14). 
Al igual que José, Nicodemo deseaba que mi hermano fuera sepultado honrosamente, lo que según la costumbre de mi país implicaba usar una tumba labrada en la roca. Lujo al que la gente pobre no podía acceder. Pero, visto que José ya había hecho provisión para ello, Nicodemo se dio entonces a la tarea de conseguir una costosa mezcla de mirra y áloe (unos cuarenta kilos), para embalsamar el cuerpo de Cristo. Deseaba tributarle el mayor honor y respeto, como si se tratara del hombre más distinguido de toda Jerusalén. 
Años después, yo mismo tuve el privilegio de dar testimonio del amor de Nicodemo por Cristo y su causa. Cuando los judíos trataron de destruir la naciente iglesia, él salió en su defensa. Libre de toda duda anterior, estimuló la fe de los discípulos y empleó su riqueza para ayudar a sostener la iglesia de Jerusalem y llevar adelante la obra del Evangelio. Pese a que los que antes le habían rendido homenaje ahora lo despreciaban y perseguían, y pese a que perdió sus bienes materiales, Nicodemo nunca más vaciló en defender su fe. 
Cierto, José y Nicodemo no pudieron evitar que crucificaran a Jesús. Fue en una ocasión en la que no estuvieron presentes que sus compañeros del Sanedrín aprovecharon para condenarlo a ser crucificado. Pero ahora que Jesús había muerto, decidieron no ocultar más su adhesión a él.
10. Lástima que haya tan pocos * 1 1 3 
¡Qué ironía! Mientras los discípulos y yo temíamos manifestarnos abiertamente como adeptos suyos, José y Nicodemo acudieron osadamente en su auxilio. La ayuda de estos hombres ricos fue muy útil en aquel momento. Pudieron hacer por su Maestro lo que hubiera sido imposible para nosotros y sus discípulos. 
Una vez que llegaron al pie de la cruz, con sus propias manos procedieron a bajar con suavidad y reverencia el cuerpo de mi hermano. Sus lágrimas de compasión y afecto caían en abundancia mientras miraban su cuerpo herido y en extremo lastimado. Tras preparar su cuerpo con las especias y envolverlo en paños especialmente destinados para ello, lo llevaron a una tumba ubicada en un jardín. 
La tumba dispuesta por José estaba cerca del Calvario. Y puesto que la estaba reservando para él mismo, no solo había sido hermosamente tallada en la roca, sino que nunca había sido ocupada. Al poner el cuerpo de Cristo en ella, sin embrago, dejó de ser suya; junto con su vida, pertenecía al Salvador. 
Sí, tanto José de Arimatea como Nicodemo fueron hombres con muchos recursos e influencia, pero también personas cuyas prioridades y vida cambiaron debido a su amor por Cristo. Por eso, al considerar todo lo que Jesús había hecho, incluso que diera su vida por ellos, no solo decidieron unirse a la iglesia, sino comportarse dentro y fuera de ella, siguiendo siempre el ejemplo de su Maestro. 
¡Cuán grandioso sería que hubiera más personas como ellos en la iglesia! Lamentablemente, al menos según mi experiencia, no recuerdo muchos como ellos. Y de eso precisamente es que quisiera hablarte a continuación. 
Poniéndonos en contexto 
Como vimos en el capítulo anterior, la sección en la que nos encontramos (San. 4: 13 - 5: 6) destaca por ser la denuncia más fuerte en contra de los ricos registrada en la epístola. Una vez que se ha centrado en las actividades mercantiles de este grupo, de su amplio comercio y transacciones relacionadas con navios y puertos (San. 4: 13-17), Santiago se centra ahora en las actividades agrícolas de los ricos (San. 5: 1-6), aquellos que aparentemente hacen lo que quieren, van adonde quieren y lo hacen cuando quieren. Veamos qué más tiene que decirnos Santiago al respecto. 
Imagine que es mediodía y, mientras la crema y nata de la esfera empresarial come en un prestigioso restaurante ubicado en el centro financiero de
114 • Santiago. Un hermano de J esús nos enseña a vivir la fe 
Wall Street, un individuo entra al mismo y exclama: «¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán» (San. 5: 1). «Cierto», dirían algunos de ellos, «la situación financiera mundial ha visto días mejores, las crisis vienen y van, pero, ¿llorar por mi miseria? ¿Qué le pasa a este hombre? Debe ser otro de tantos activistas desequilibrados que piensan que con sus protestas cambiarán al mundo». 
Tan extravagante como hoy podría parecemos esta escena, es probable que el mensaje registrado en esta sección de Santiago también lo fuera para los ricos de sus días. Sin embargo, aunque para ellos este mensaje parecía no tener mucho sentido, el lenguaje usado en esta sección en realidad sí era común para quienes leían las Escrituras. La naturaleza y retórica del mismo no solo sigue el estilo de los profetas del Antiguo Testamento,1 sino también el de Jesús. La postura de Santiago hacia los ricos, por tanto, no es nueva ni caprichosa, más bien refleja lo aprendido de Jesús sobre este tema: «Pero ¡ay de vosotros, ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre» (Luc. 6: 24-25). 
Tan clara enseñanza, como era de esperar, también se ve reflejada en varios libros de la apocalíptica judía,2 especialmente en pasajes como este: 
¡Desgracia para quienes edifican la injusticia y la opresión y las cimientan en el engaño, porque serán repentinamente derribados y no habrá paz para ellos! 
[...] ¡Desgracia para vosotros, ricos, porque habéis confiado en vuestras riquezas, de vuestras riquezas seréis despojados a causa de que vosotros no os habéis acordado del Más Alto en la época de vuestra riqueza! (1 Enoc 94: 6, 8). 
Como agua se derramarán vuestras quimeras, porque vuestra riqueza no permanecerá, sino que súbitamente volará de vosotros, porque la habéis adquirido con injusticia y seréis entregados a una gran maldición (1 Enoc 97: 10). 
Aunado a este lóbrego y fatídico destino de los ricos, Santiago también describe el futuro de sus posesiones, resaltando su transitoriedad y vulnerabilidad: 
Vuestras riquezas están podridas y vuestras ropas, comidas de polilla. Vuestro oro y plata están enmohecidos y su moho testificará contra vosotros y devorará del todo vuestros cuerpos como fuego. Habéis acumulado tesoros para los días finales (San. 5: 2, 3). 
Sí, según este pasaje, acumular riquezas es malo, porque ellas serán la más grande evidencia en el día del juicio contra los ricos opresores y sin temor de Dios. Algo de lo que los antepasados de Santiago ya habían hablado con suma claridad:
10. Lástima que haya tan pocos *115 
Oíd esto, tos que explotáis a los menesterosos y arruináis a los pobres de la tierra. [...] No olvidaré jamás ninguna de sus obras. ¿No se estremecerá la tierra por esto? ¿No llorarán todos sus habitantes? (Amos 8: 4-8). 
¡Ay de las naciones que amenazan a mi pueblo: el Señor todopoderoso las castigará en el día del juicio; las entregará al fuego y los gusanos, y llorarán de dolor eternamente! (Judit 16: 17, DHH). 
AI abordar este tema, Santiago lo hace definitivamente en un tono muy peculiar, pero también claro. Nada menos que eso merecía la transmisión de un mensaje tan solemne como este. 
He aquí el mayor problema 
El problema de acumular riquezas, sin embargo, no tiene que ver solamente con la cantidad, sino también con el tiempo en el que los ricos las acumulan: «Habéis acumulado tesoros para los días finales» (San. 5: 3). Según el Nuevo Testamento, los «días finales» (o «últimos días»), es el nombre de un periodo que se inició con la primera venida de Cristo y alcanzará su clímax en el momento de su segunda venida (Hech. 2: 17; 2 Tim. 3: 1; Heb. 1: 2). Por lo tanto, abarcando todo el periodo de la iglesia, la acumulación de riquezas durante el mismo es una agravante contra quienes las poseen, porque denota una actitud equivocada por su parte. Sí, una actitud que no es consciente de lo que implica vivir de cara al juicio que se aproxima y de lo que implica vivir durante los últimos días de este mundo y que, por lo tanto, está en contra de las prioridades del evangelio: «No os hagáis tesoros en la tierra [...] sino haceos tesoros en el cielo» (Mat. 6: 19, 20). 
¿Cree que el mensaje de Santiago a los ricos suena demasiado fuerte? Pues espere a ver lo que aún tiene que decirles: «El jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros, clama y los clamores de los que habían segado han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos» (San. 5: 4). 
Los salarios también claman 
Dadas las condiciones de aquella época, lo más probable es que la mayoría de las personas oprimidas a las que Santiago se dirige trabajara para los ricos. Competir en desventaja con los acaudalados terratenientes y no poder
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producir a la par de ellos, los había llevado a venderles sus tierras y convertirse en sus jornaleros, situación en la que sus nuevos patrones se aprovechaban de ellos, especialmente en lo relacionado con el pago de su salario. (Cualquier parecido con la realidad, no es mera coincidencia). 
De hecho, es posible que la acción denunciada aquí por Santiago no fuera la mera retención del salario, sino que incluyera también el fraude a los obreros.3 Sea cual fuere el caso, lo que los ricos hacían no era correcto y, como era de esperar, estaba en contra de lo que Dios había pronunciado al respecto en el Antiguo Testamento: «No oprimirás a tu prójimo ni le robarás. No retendrás el salario del jornalero en tu casa hasta la mañana siguiente» (Lev. 19: 13, vea también Deu. 24: 14).4 
De ahí que, ante tal injusticia, nuestro autor diga que los salarios «claman ». En la medida en que tiene que ver también con el trabajo de la tierra y con otra acción de lo más injusta, dicho «clamor» nos recuerda el de la sangre de Abel, que también llegó a oídos de Dios (vea Gén. 4: 10). 
En efecto, el Señor siempre ha escuchado el clamor de sus hijos, especialmente cuando piden ser liberados de sus opresores (Éxo. 2: 23; 1 Sam. 9: 16; Apo. 6: 9, 10). Por esa razón, llegado el momento, actuará en consecuencia: «"Vendré a vosotros para juicio, y testificaré sin vacilar [...] contra los que defraudan en su salario al jornalero, a la viuda y al huérfano, contra los que hacen injusticia al extranjero, sin tener temor de mí", dice Jehová de los ejércitos» (Mal. 3: 5).5 
La gravedad de esta conducta tal vez pueda ilustrarse y entenderse mejor al considerar las siguientes preguntas: Si hubiéramos sido cristianos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, ¿nos habríamos pronunciado contra Hitler? Si hubiéramos vivido en el Sur de Estados Unidos durante el conflicto por los derechos civiles, ¿nos habríamos declarado contrarios al racismo? Cuando nuestros nietos descubran que vivimos durante una época en la que 1,750 millones de personas eran pobres y 1,000 millones pasaban hambre (muchos de los cuales estaban muy cerca de nosotros), ¿cómo juzgarán lo que hacemos ante esto?6 
En el caso de los ricos en cuestión, Santiago y el libro de la Sabiduría ya tienen la respuesta: «Habéis vivido en deleites sobre la tierra y sido libertinos. Habéis engordado vuestros corazones como en día de matanza» (San. 5: 5). «¡Por eso, disfrutemos de los bienes presentes y gocemos de este mundo [. . .]! ¡Embriaguémonos del vino más costoso y de perfumes! [...] ¡Aplastemos al hombre honrado que no tiene dinero; no tengamos compasión de la viuda, ni respetemos las canas del anciano!» (Sabiduría 2: 6, 7, 10).
10. Lástima que haya tan pocos * 1 1 7 
Ligar dicho comportamiento con el «día de matanza» tampoco es algo positivo y mucho menos agradable. En el lenguaje del Antiguo Testamento, esta frase nos remite a los animales quienes, una vez «engordados», eran sacrificados para su consumo en un día llamado precisamente así (Isa. 30: 25; [er. 12: 3; 25: 34): «El destino del ganado engordado es la matanza; y los que no han buscado más que el lujo desbordado y los excesos egoístas se han engordado a sí mismos para el Día del Juicio».7 
Tal es su destino, porque ellos mismos han provocado la muerte de los pobres: «Habéis condenado y dado muerte al justo, sin que él os haga resistencia » (San. 5: 6).8 Siendo que al no darles su dinero, los trabajadores tampoco podían comer, hacerles esto era prácticamente condenarlos a morir, tal como lo ilustra el siguiente pasaje del libro de Eclesiástico: 
Robar algo a los pobres y ofrecérselo a Dios es como matar un hijo ante los ojos de su padre. La vida del pobre depende del poco pan que tiene; quien se lo quita, es un asesino. Quitarle el sustento al prójimo es como matarlo; no dar al obrero su salario es quitarle la vida (34: 21, 22, DHH). 
Otra forma de propiciar la muerte de sus trabajadores, al menos indirectamente, probablemente era acusarlos ante los tribunales, a fin de provocarles aún más daño. Por eso Santiago, como seguramente recuerda, denuncia el ilógico favoritismo que algunos de sus lectores llegaron a mostrar para con estos criminales (2: 1-13), asesinos potenciales, cuyo proceder es semejante al denunciado por Job (7: 1, 2; 24: 2-10).9 De manera que, a fin de conocer más detalles del mismo, el libro de la Sabiduría nuevamente nos es de ayuda: 
Pongamos trampas al bueno, pues nos es molesto; se opone a nuestras acciones, nos reprocha que no cumplamos la ley y nos echa en cara que no vivamos según la educación que recibimos (...). Su vida es distinta a la de los demás, y su proceder es diferente. [...] Dice que los buenos, al morir, son dichosos, y se siente orgulloso de tener a Dios por padre. Veamos si es cierto lo que dice y comprobemos en qué va a parar su vida. Si el bueno es realmente hijo de Dios, Dios lo ayudará y lo librará de las manos de sus enemigos. Sometámoslo a insultos y torturas, para conocer su paciencia y comprobar su resistencia. Condenémoslo a una muerte deshonrosa, pues, según dice, tendrá quien lo defienda (2:12, 15-20, DHH).10 
De esta forma, la progresión tan gráficamente descrita en Santiago 5:1-6 no solo denuncia la inutilidad de las riquezas, sino también cómo, quienes
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las poseen, se deleitan en un estilo de vida caracterizado por tratar injustamente a los pobres, hasta el punto de atentar incluso contra su vida. 
Sin duda, semejante comportamiento es reprobable. Pero, ¿no le parece que el mensaje que el Señor dirige a los ricos todavía suena demasiado fuerte? ¿Hay algo que nos explique por qué Santiago eligió registrar de esta forma dicho mensaje? 
¿Ama Dios a los ricos? 
En efecto, Santiago no tiene nada bueno que decir de los ricos. En su epístola, más bien este término aparece en marcado contraste y en oposición al del cristianismo genuino. Sin embargo, esto no significa que él, o el resto de los autores bíblicos sientan aversión hacia ellos. Al fin y al cabo, como vimos al inicio de este capítulo, los recursos de algunos de ellos hicieron posible el avance de la iglesia en sus inicios. 
Por lo tanto, como en el caso de la lengua, la Biblia no enseña que las riquezas en sí mismas sean malas o que ser adinerado sea pecado. En cambio, denuncia el mal uso que se puede dar a las riquezas y advierte a quienes las usen de esa forma de los eminentes riesgos y resultados de hacerlo. 
En consecuencia, Dios reprueba el comportamiento de los ricos debido a que oprimen violenta y físicamente al pobre, explotan a sus trabajadores y los arrastran a los tribunales porque no pueden hacer frente a sus deudas. Para Santiago, una conducta semejante equivale a blasfemar el nombre de Dios, aquel que «ha elegido a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido» (San. 2: 5). 
¿Ha elegido Dios a los pobres? ¿Acaso no es esto favoritismo? ¿Es este un ejemplo de que Dios practica lo que él mismo condena? 
¡No! Ganar el favor de Dios en la Biblia no tiene que ver con eso. Existen numerosos relatos que así lo demuestran. Los pobres agradan a Dios simplemente a causa su natural dependencia de él. Siendo una característica vital en la relación con Dios, la dependencia mostrada por aquellos que carecen de bienes materiales ciertamente viene a ser una especie de "ventaja" en relación con aquellos que no carecen de nada. 
En efecto, independientemente de nuestra condición social, todos nos enfrentamos a pruebas y desafíos en la vida espiritual. Pero, siendo que la extensa mayoría de la población hoy también es pobre, es un hecho que los
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acaudalados se enfrentan a pruebas específicas. Por ello, puesto que, desde el diluvio, cada generación ha visto cómo la acumulación de bienes materiales ha producido cada vez mayores tensiones entre los habitantes de este planeta, 11 la forma incorrecta con la que muchos ricos se han enfrentado a esta situación tampoco puede pasar desapercibida para Dios. 
Dado que no depender de Dios, sino de las riquezas, hará que se cumplan las palabras de Cristo: «Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» (Luc. 12: 34), la Biblia anuncia que pronto habrá una gran inversión de las circunstancias y las relaciones entre pobres y ricos.12 El anuncio no se caracteriza por su «delicadeza», o por ser un llamado al arrepentimiento, sino por describir el terrible fin que sobrevendrá a los impíos, que dará paso a la vindicación de los oprimidos, y cuya certeza ha de confortarlos; pero que también tiene algo que decirnos respecto del carácter de Dios, tal como el siguiente relato ejemplifica.13 
Convencido de que un buen piloto hace cualquier cosa con tal de llevar a sus pasajeros sanos y salvos a casa, el conocido autor cristiano Max Lucado cuenta haber sido testigo de un buen ejemplo de esto durante uno de sus viajes en avión. Pese a que la sobrecargo había pedido que todos los pasajeros volvieran a sus asientos porque se aproximaban a una zona de turbulencias, la mayoría de ellos tardaron bastante en reaccionar. Ante esto, el tono de la dama subió al advertirles de nuevo: «Vamos a pasar por una zona de turbulencia, habrá cierto movimiento en el avión, así que, por su seguridad, es mejor que se sienten y ajusten sus cinturones». Esta vez, muchos obedecieron, pero no todos, y la obligaron a subir definitivamente el volumen de su anuncio: «Damas y caballeros, por su bien, ¡vuelvan a sus asientos!». 
«Para ese momento», confiesa Lucado, «yo creía que todos estaban en sus lugares. Pero evidentemente me equivoqué, puesto que a continuación escuchamos la voz del piloto que anunciaba enérgicamente: "Les habla el capitán Brown. En ocasiones anteriores, algunos pasajeros han resultado heridos por estar en el baño, en lugar de permanecer en sus asientos. Por lo tanto, seré muy claro en cuanto a nuestra responsabilidad. Mi trabajo es pasar con ustedes a través de la turbulencia. Su trabajo es hacer lo que les digo. Así es que, ¡tomen asiento y abróchense los cinturones!”». 
Entonces se abrió la puerta del baño. De él salió un hombre con el rostro rojo de vergüenza quien, aparentando una tímida sonrisa, finalmente no tuvo más remedio que regresar a su asiento.
120 • Santiago. Un hermano de Jesús nos enseña a vivir la fe 
«¿Se equivocó el piloto en lo que hizo? ¿Fue demasiado insensible o poco cortés?», cuestiona Lucado. «No, todo lo contrario», responde él mismo. Para el piloto era más importante que el hombre estuviera a salvo aunque avergonzado, que no advertirlo y verlo herido. Efectivamente, los buenos pilotos hacen lo que sea necesario con tal de llevar a sus pasajeros a casa. ¡Y así también es nuestro Dios! «Por lo tanto», concluye Lucado, «si Dios tuviera que escoger entre tu seguridad eterna y tu bienestar terrenal, ¿qué crees que escogería?».14 
Solo aquellos que escuchen las apelaciones de Dios y pongan su confianza en su poder, no en sus pertenencias, son quienes tendrán el privilegio de pertenecer a su reino: 
Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas». Los discipulos se asombraron de sus palabras; pero Jesús, respondiendo, volvió a decirles: 
Hijos, ¡cuán dificil les es entrar en el reino de Dios a los que confían en las riquezas! Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios. Ellos se asombraban aún más, diciendo entre si: «¿Quién, pues, podrá ser salvo?». Entonces Jesús, mirándolos, dijo: «Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque todas las cosas son posibles para Dios» (Mar. 10: 23-27).15 
Teniendo en cuenta que nos es imposible «servir a dos señores», es decir, que no tenemos la capacidad de brindar nuestra lealtad total a varias personas o cosas, (Luc. 16:13), la decisión de los ricos no puede esperar. 
¿Y José de Arimatea y Nicodemo? ¿Acaso no eran ricos? Sí, lo eran, pero también estuvieron dispuestos a usar sabia y correctamente esos bienes para la causa de Dios. ¡Lástima que haya tan pocos como ellos! 
En efecto, sin su amor e interés total por Jesús, tal vez habrían pasado a la historia por ser dueños de la mejor tumba de la región o por ser miembros de la organización más prestigiosa de sus días, pero no habrían sido salvos. ¿Valdrá la pena que alguien se arriesgue a eso? Santiago nos ha dado ya su respuesta. 
Referencias 
1. Según los profetas, por ejemplo, el llanto y el lamento son reacciones características de los impíos ante el juicio (Isa, 13: 6; 15: 3; Amos 8: 3). 
2. Libros no inspirados en su mayoría escritos en el periodo intertestamentario, es decir, durante el tiempo que medió entre el año 400 a. C. y el inicio de la escritura del Nuevo Testamento. 
3. Los mejores manuscritos griegos disponibles de este pasaje usan el verbo «defraudar», De hecho, según el Talmud (Talmud babilónico Baba Metzia 111a), retener el sueldo de un trabajador contratado equivalía a transgredir todo un conjunto de prohibiciones: «No oprimirás a tu prójimo, ni le robarás. No oprimi
10. Lástima que haya tan pocos *121 
rás a un siervo contratado que es pobre. El jornal de un trabajador no ha de permanecer en la noche contigo, en su día le darás su paga, que no caiga el sol sobre la misma». 
4. Dios había hecho provisión para que las deudas se perdonaran los años sabáticos. A pesar de ello, el prosbul o procedimiento legal propuesto por Hillel, rabino que murió a inicios de la era cristiana, permitía que un acreedor pudiera cobrar incluso durante un año sabático. 
5. Al unir tres doctrinas sumamente importantes (la doctrina de Dios, la del pecado y la de los acontecimientos finales), el uso de la expresión «Señor de los ejércitos» (Adormí tsabaot), recalca que el que ha de intervenir ante las injusticias sufridas por sus hijos es el mismo líder de ejercito celestial. Algo que se refleja también en el juicio contra los ricos que se registra en Isa. 5: 9 y está implícito en Sal. 17; 18: 6, etc. 
6. Max Lucado, Más allá de tu vida: Fuiste creado para marcar la diferencia (Nashville, Tennessee: Grupo Nel- son, 2010), pág. 33. 
7. Barclay, pág. 962. Por su parte, el libro judío 1 Enoc lo presenta de esta forma: «Los que poseéis el oro y la plata pereceréis repentinamente en el juicio. (...) Habéis blasfemado y cometido injusticia y estáis maduros para el día de la matanza y la oscuridad, para el día del gran juicio» (94: 7, 9). 
8. Algunos comentaristas creen que la expresión «dado muerte al justo» se refiere al martirio de Cristo, el cual ejemplificaría el grado al que llegó el abuso del poder que Santiago denuncia en esta sección, Sea que Santiago se refiera a alguien en particular o no, resulta interesante que, años después de escribir esto, su propio martirio fue instigado por un sumo sacerdote de origen saduceo (Anán). Algo que nos recuerda la posible relación entre esta importante secta judía y los ricos que Santiago tiene en mente (vea la nota núm. 11 del capítulo anterior). 
9. Además de que un poco más adelante será un gran ejemplo de la actitud correcta ante el sufrimiento, Job también tiene algo importante que decirnos a este respecto. 
10. Tal es el marco descrito y que debe asumirse al leer la historia del rico y Lázaro (Luc. 16). Si lo requiere, repase lo que aprendimos respecto a esta historia en el capítulo 6. 
11. Si le interesa una serie de ejemplos actuales, bien documentados y en el marco de la escatología adventista, vea las «Red alerts» publicadas por Herbert E. Douglass en http://www.eredalert.com/Toffset’10 
12. Esto se detecta especialmente en Lucas y es el contexto en el que hay que entender a Santiago (Maynard- Reid, pág. 264). 
13. Lucado, El trueno apacible, pág. 6. 
14. Las recomendaciones contenidas en el Nuevo Testamento no se circunscriben a nuestro comportamiento en la iglesia. Limitarlas de esa forma no solo sería un error de interpretación, sino que también nos dejaría sin instrucción en cuanto a cómo actuar correctamente ante las diversas circunstancias presentes en nuestro entorno. De ahí que el cristianismo temprano, en ciertas ocasiones, incluso haya asumido una posición crítica respecto a lo que sucedía en la sociedad de sus días. Puesto que en la Biblia Dios y sus hijos se preocupan por la justicia social, seguramente hoy también nuestras iglesias tienen mucho que hacer al respecto en países como los nuestros. Si le interesa leer al respecto, le recomiendo John Graz, El adventista y... (Miami: APIA, 2008); Josh McDowell y Bob Hostetler, La nueva tolerancia (Unilit, Miami 1999); y mi artículo «El mensaje de Romanos 13», en la revista Ministerio adventista, Noviembre- diciembre 2013, págs. 18-21. 
15. Tal fue el énfasis también del mensaje que predicaba Juan el Bautista (Luc. 3: 7-14), y la razón por la que la devolución del dinero defraudado y la donación de la mitad de sus bienes a los pobres, en el caso de Zaqueo, pueda verse como una especie de 'liberación' de la tiranía que pueden llegar a representar las riquezas (Luc. 19: 1-10).

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Capítulo 10 | Libro Complementario | Lástima que haya tan pocos | Escuela Sabática

  • 1. Lástima que haya tan pocos Aunque me avergüenza, debo admitir que no estuve ahí aquella mañana. A diferencia de María y de Juan, su discípulo, yo no tuve el valor de acompañar a Jesús en sus últimos momentos. Sin embargo, lo más importante para ellos en esa situación naturalmente no era eso. ¿Qué sucedería con el cuerpo de Jesús una vez que muriera? ¡No podían abandonarlo en manos de aquellos soldados insensibles que seguramente lo sepultarían en una fosa común como se acostumbraba hacer con los criminales! Pero, ¿cómo lo impedirían? Era obvio que las autoridades judías jamás los apoyarían, y esperar que el gobernador romano lo hiciera, definitivamente, también sonaba imposible. No obstante, mientras sus preocupaciones los embargaban, un hombre llamado José de Arimatea intervino para evitar que dieran tan deshonrosa sepultura a mi hermano. Acudiendo ante Poncio Pilato, el gobernador romano, José pidió que le dejara bajar el cuerpo de Cristo de la cruz. Todos se asombraron ante su comportamiento. Hasta ese momento nadie sabía de su simpatía por Jesús. Después me enteré de que, pese a formar parte del Sanedrín, él nunca estuvo de acuerdo con los demás miembros de aquel tribunal judío en cuanto a sentenciar a Jesús. Pero, aunque se contaba como uno de sus seguidores y creía en Jesús como el Mesías, José de Arimatea había mantenido su fe en secreto; tenía miedo de los dirigentes judíos. No obstante, en estos momentos, lo único que lo preocupaba era sepultarlo dignamente. —Si me autorizas, yo me ocupo de todo —le dijo a Pilato.
  • 2. 1 1 2 * Santiago. Un hermano de J esús nos enseña a vivir la fe Tras hacer las verificaciones oportunas y tener la certeza de que, en efecto, Jesús ya había muerto, Pilato estuvo de acuerdo y le concedió lo que pedía. Acto seguido, José volvió al Calvario con la orden de Pilato de que le entregasen el cuerpo de Cristo. Pero al dirigirse al Calvario no lo hizo solo. A su lado iba también Nicodemo quien años atrás, protegido por la oscuridad de la noche, había acudido a conversar con Jesús. Al igual que José de Arimatea, Nicodemo decidió que ya era tiempo de confesar sin temor su fe en el Salvador. Como a muchos otros, desde el principio las enseñanzas de Jesús lo habían conmovido. Al presenciar sus maravillosas obras, se había apoderado de él la convicción de que Cristo era el enviado de Dios. Pero era demasiado orgulloso para reconocer abiertamente su simpatía por este nuevo Maestro galileo y procuró entrevistarse con él de manera secreta. En aquella entrevista Jesús le expuso con claridad el plan de la salvación pero durante tres años no hubo fruto aparente. Sin embargo, aunque Nicodemo no había reconocido públicamente a Cristo, él fue quien en repetidas ocasiones desbarató los planes que el Sanedrín tenía contra mi hermano. Cuando finalmente Cristo fue crucificado, no pudo sino recordar y aceptar como verdad las palabras que, tiempo atrás, le había mencionado: «Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado» (Juan 3: 14). Al igual que José, Nicodemo deseaba que mi hermano fuera sepultado honrosamente, lo que según la costumbre de mi país implicaba usar una tumba labrada en la roca. Lujo al que la gente pobre no podía acceder. Pero, visto que José ya había hecho provisión para ello, Nicodemo se dio entonces a la tarea de conseguir una costosa mezcla de mirra y áloe (unos cuarenta kilos), para embalsamar el cuerpo de Cristo. Deseaba tributarle el mayor honor y respeto, como si se tratara del hombre más distinguido de toda Jerusalén. Años después, yo mismo tuve el privilegio de dar testimonio del amor de Nicodemo por Cristo y su causa. Cuando los judíos trataron de destruir la naciente iglesia, él salió en su defensa. Libre de toda duda anterior, estimuló la fe de los discípulos y empleó su riqueza para ayudar a sostener la iglesia de Jerusalem y llevar adelante la obra del Evangelio. Pese a que los que antes le habían rendido homenaje ahora lo despreciaban y perseguían, y pese a que perdió sus bienes materiales, Nicodemo nunca más vaciló en defender su fe. Cierto, José y Nicodemo no pudieron evitar que crucificaran a Jesús. Fue en una ocasión en la que no estuvieron presentes que sus compañeros del Sanedrín aprovecharon para condenarlo a ser crucificado. Pero ahora que Jesús había muerto, decidieron no ocultar más su adhesión a él.
  • 3. 10. Lástima que haya tan pocos * 1 1 3 ¡Qué ironía! Mientras los discípulos y yo temíamos manifestarnos abiertamente como adeptos suyos, José y Nicodemo acudieron osadamente en su auxilio. La ayuda de estos hombres ricos fue muy útil en aquel momento. Pudieron hacer por su Maestro lo que hubiera sido imposible para nosotros y sus discípulos. Una vez que llegaron al pie de la cruz, con sus propias manos procedieron a bajar con suavidad y reverencia el cuerpo de mi hermano. Sus lágrimas de compasión y afecto caían en abundancia mientras miraban su cuerpo herido y en extremo lastimado. Tras preparar su cuerpo con las especias y envolverlo en paños especialmente destinados para ello, lo llevaron a una tumba ubicada en un jardín. La tumba dispuesta por José estaba cerca del Calvario. Y puesto que la estaba reservando para él mismo, no solo había sido hermosamente tallada en la roca, sino que nunca había sido ocupada. Al poner el cuerpo de Cristo en ella, sin embrago, dejó de ser suya; junto con su vida, pertenecía al Salvador. Sí, tanto José de Arimatea como Nicodemo fueron hombres con muchos recursos e influencia, pero también personas cuyas prioridades y vida cambiaron debido a su amor por Cristo. Por eso, al considerar todo lo que Jesús había hecho, incluso que diera su vida por ellos, no solo decidieron unirse a la iglesia, sino comportarse dentro y fuera de ella, siguiendo siempre el ejemplo de su Maestro. ¡Cuán grandioso sería que hubiera más personas como ellos en la iglesia! Lamentablemente, al menos según mi experiencia, no recuerdo muchos como ellos. Y de eso precisamente es que quisiera hablarte a continuación. Poniéndonos en contexto Como vimos en el capítulo anterior, la sección en la que nos encontramos (San. 4: 13 - 5: 6) destaca por ser la denuncia más fuerte en contra de los ricos registrada en la epístola. Una vez que se ha centrado en las actividades mercantiles de este grupo, de su amplio comercio y transacciones relacionadas con navios y puertos (San. 4: 13-17), Santiago se centra ahora en las actividades agrícolas de los ricos (San. 5: 1-6), aquellos que aparentemente hacen lo que quieren, van adonde quieren y lo hacen cuando quieren. Veamos qué más tiene que decirnos Santiago al respecto. Imagine que es mediodía y, mientras la crema y nata de la esfera empresarial come en un prestigioso restaurante ubicado en el centro financiero de
  • 4. 114 • Santiago. Un hermano de J esús nos enseña a vivir la fe Wall Street, un individuo entra al mismo y exclama: «¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán» (San. 5: 1). «Cierto», dirían algunos de ellos, «la situación financiera mundial ha visto días mejores, las crisis vienen y van, pero, ¿llorar por mi miseria? ¿Qué le pasa a este hombre? Debe ser otro de tantos activistas desequilibrados que piensan que con sus protestas cambiarán al mundo». Tan extravagante como hoy podría parecemos esta escena, es probable que el mensaje registrado en esta sección de Santiago también lo fuera para los ricos de sus días. Sin embargo, aunque para ellos este mensaje parecía no tener mucho sentido, el lenguaje usado en esta sección en realidad sí era común para quienes leían las Escrituras. La naturaleza y retórica del mismo no solo sigue el estilo de los profetas del Antiguo Testamento,1 sino también el de Jesús. La postura de Santiago hacia los ricos, por tanto, no es nueva ni caprichosa, más bien refleja lo aprendido de Jesús sobre este tema: «Pero ¡ay de vosotros, ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre» (Luc. 6: 24-25). Tan clara enseñanza, como era de esperar, también se ve reflejada en varios libros de la apocalíptica judía,2 especialmente en pasajes como este: ¡Desgracia para quienes edifican la injusticia y la opresión y las cimientan en el engaño, porque serán repentinamente derribados y no habrá paz para ellos! [...] ¡Desgracia para vosotros, ricos, porque habéis confiado en vuestras riquezas, de vuestras riquezas seréis despojados a causa de que vosotros no os habéis acordado del Más Alto en la época de vuestra riqueza! (1 Enoc 94: 6, 8). Como agua se derramarán vuestras quimeras, porque vuestra riqueza no permanecerá, sino que súbitamente volará de vosotros, porque la habéis adquirido con injusticia y seréis entregados a una gran maldición (1 Enoc 97: 10). Aunado a este lóbrego y fatídico destino de los ricos, Santiago también describe el futuro de sus posesiones, resaltando su transitoriedad y vulnerabilidad: Vuestras riquezas están podridas y vuestras ropas, comidas de polilla. Vuestro oro y plata están enmohecidos y su moho testificará contra vosotros y devorará del todo vuestros cuerpos como fuego. Habéis acumulado tesoros para los días finales (San. 5: 2, 3). Sí, según este pasaje, acumular riquezas es malo, porque ellas serán la más grande evidencia en el día del juicio contra los ricos opresores y sin temor de Dios. Algo de lo que los antepasados de Santiago ya habían hablado con suma claridad:
  • 5. 10. Lástima que haya tan pocos *115 Oíd esto, tos que explotáis a los menesterosos y arruináis a los pobres de la tierra. [...] No olvidaré jamás ninguna de sus obras. ¿No se estremecerá la tierra por esto? ¿No llorarán todos sus habitantes? (Amos 8: 4-8). ¡Ay de las naciones que amenazan a mi pueblo: el Señor todopoderoso las castigará en el día del juicio; las entregará al fuego y los gusanos, y llorarán de dolor eternamente! (Judit 16: 17, DHH). AI abordar este tema, Santiago lo hace definitivamente en un tono muy peculiar, pero también claro. Nada menos que eso merecía la transmisión de un mensaje tan solemne como este. He aquí el mayor problema El problema de acumular riquezas, sin embargo, no tiene que ver solamente con la cantidad, sino también con el tiempo en el que los ricos las acumulan: «Habéis acumulado tesoros para los días finales» (San. 5: 3). Según el Nuevo Testamento, los «días finales» (o «últimos días»), es el nombre de un periodo que se inició con la primera venida de Cristo y alcanzará su clímax en el momento de su segunda venida (Hech. 2: 17; 2 Tim. 3: 1; Heb. 1: 2). Por lo tanto, abarcando todo el periodo de la iglesia, la acumulación de riquezas durante el mismo es una agravante contra quienes las poseen, porque denota una actitud equivocada por su parte. Sí, una actitud que no es consciente de lo que implica vivir de cara al juicio que se aproxima y de lo que implica vivir durante los últimos días de este mundo y que, por lo tanto, está en contra de las prioridades del evangelio: «No os hagáis tesoros en la tierra [...] sino haceos tesoros en el cielo» (Mat. 6: 19, 20). ¿Cree que el mensaje de Santiago a los ricos suena demasiado fuerte? Pues espere a ver lo que aún tiene que decirles: «El jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros, clama y los clamores de los que habían segado han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos» (San. 5: 4). Los salarios también claman Dadas las condiciones de aquella época, lo más probable es que la mayoría de las personas oprimidas a las que Santiago se dirige trabajara para los ricos. Competir en desventaja con los acaudalados terratenientes y no poder
  • 6. 116 • Santiago. Un hermano de Jesús nos enseña a vivir la fe producir a la par de ellos, los había llevado a venderles sus tierras y convertirse en sus jornaleros, situación en la que sus nuevos patrones se aprovechaban de ellos, especialmente en lo relacionado con el pago de su salario. (Cualquier parecido con la realidad, no es mera coincidencia). De hecho, es posible que la acción denunciada aquí por Santiago no fuera la mera retención del salario, sino que incluyera también el fraude a los obreros.3 Sea cual fuere el caso, lo que los ricos hacían no era correcto y, como era de esperar, estaba en contra de lo que Dios había pronunciado al respecto en el Antiguo Testamento: «No oprimirás a tu prójimo ni le robarás. No retendrás el salario del jornalero en tu casa hasta la mañana siguiente» (Lev. 19: 13, vea también Deu. 24: 14).4 De ahí que, ante tal injusticia, nuestro autor diga que los salarios «claman ». En la medida en que tiene que ver también con el trabajo de la tierra y con otra acción de lo más injusta, dicho «clamor» nos recuerda el de la sangre de Abel, que también llegó a oídos de Dios (vea Gén. 4: 10). En efecto, el Señor siempre ha escuchado el clamor de sus hijos, especialmente cuando piden ser liberados de sus opresores (Éxo. 2: 23; 1 Sam. 9: 16; Apo. 6: 9, 10). Por esa razón, llegado el momento, actuará en consecuencia: «"Vendré a vosotros para juicio, y testificaré sin vacilar [...] contra los que defraudan en su salario al jornalero, a la viuda y al huérfano, contra los que hacen injusticia al extranjero, sin tener temor de mí", dice Jehová de los ejércitos» (Mal. 3: 5).5 La gravedad de esta conducta tal vez pueda ilustrarse y entenderse mejor al considerar las siguientes preguntas: Si hubiéramos sido cristianos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, ¿nos habríamos pronunciado contra Hitler? Si hubiéramos vivido en el Sur de Estados Unidos durante el conflicto por los derechos civiles, ¿nos habríamos declarado contrarios al racismo? Cuando nuestros nietos descubran que vivimos durante una época en la que 1,750 millones de personas eran pobres y 1,000 millones pasaban hambre (muchos de los cuales estaban muy cerca de nosotros), ¿cómo juzgarán lo que hacemos ante esto?6 En el caso de los ricos en cuestión, Santiago y el libro de la Sabiduría ya tienen la respuesta: «Habéis vivido en deleites sobre la tierra y sido libertinos. Habéis engordado vuestros corazones como en día de matanza» (San. 5: 5). «¡Por eso, disfrutemos de los bienes presentes y gocemos de este mundo [. . .]! ¡Embriaguémonos del vino más costoso y de perfumes! [...] ¡Aplastemos al hombre honrado que no tiene dinero; no tengamos compasión de la viuda, ni respetemos las canas del anciano!» (Sabiduría 2: 6, 7, 10).
  • 7. 10. Lástima que haya tan pocos * 1 1 7 Ligar dicho comportamiento con el «día de matanza» tampoco es algo positivo y mucho menos agradable. En el lenguaje del Antiguo Testamento, esta frase nos remite a los animales quienes, una vez «engordados», eran sacrificados para su consumo en un día llamado precisamente así (Isa. 30: 25; [er. 12: 3; 25: 34): «El destino del ganado engordado es la matanza; y los que no han buscado más que el lujo desbordado y los excesos egoístas se han engordado a sí mismos para el Día del Juicio».7 Tal es su destino, porque ellos mismos han provocado la muerte de los pobres: «Habéis condenado y dado muerte al justo, sin que él os haga resistencia » (San. 5: 6).8 Siendo que al no darles su dinero, los trabajadores tampoco podían comer, hacerles esto era prácticamente condenarlos a morir, tal como lo ilustra el siguiente pasaje del libro de Eclesiástico: Robar algo a los pobres y ofrecérselo a Dios es como matar un hijo ante los ojos de su padre. La vida del pobre depende del poco pan que tiene; quien se lo quita, es un asesino. Quitarle el sustento al prójimo es como matarlo; no dar al obrero su salario es quitarle la vida (34: 21, 22, DHH). Otra forma de propiciar la muerte de sus trabajadores, al menos indirectamente, probablemente era acusarlos ante los tribunales, a fin de provocarles aún más daño. Por eso Santiago, como seguramente recuerda, denuncia el ilógico favoritismo que algunos de sus lectores llegaron a mostrar para con estos criminales (2: 1-13), asesinos potenciales, cuyo proceder es semejante al denunciado por Job (7: 1, 2; 24: 2-10).9 De manera que, a fin de conocer más detalles del mismo, el libro de la Sabiduría nuevamente nos es de ayuda: Pongamos trampas al bueno, pues nos es molesto; se opone a nuestras acciones, nos reprocha que no cumplamos la ley y nos echa en cara que no vivamos según la educación que recibimos (...). Su vida es distinta a la de los demás, y su proceder es diferente. [...] Dice que los buenos, al morir, son dichosos, y se siente orgulloso de tener a Dios por padre. Veamos si es cierto lo que dice y comprobemos en qué va a parar su vida. Si el bueno es realmente hijo de Dios, Dios lo ayudará y lo librará de las manos de sus enemigos. Sometámoslo a insultos y torturas, para conocer su paciencia y comprobar su resistencia. Condenémoslo a una muerte deshonrosa, pues, según dice, tendrá quien lo defienda (2:12, 15-20, DHH).10 De esta forma, la progresión tan gráficamente descrita en Santiago 5:1-6 no solo denuncia la inutilidad de las riquezas, sino también cómo, quienes
  • 8. 1 1 8 * Santiago. Un hermano de J esús nos enseña a vivir la ee las poseen, se deleitan en un estilo de vida caracterizado por tratar injustamente a los pobres, hasta el punto de atentar incluso contra su vida. Sin duda, semejante comportamiento es reprobable. Pero, ¿no le parece que el mensaje que el Señor dirige a los ricos todavía suena demasiado fuerte? ¿Hay algo que nos explique por qué Santiago eligió registrar de esta forma dicho mensaje? ¿Ama Dios a los ricos? En efecto, Santiago no tiene nada bueno que decir de los ricos. En su epístola, más bien este término aparece en marcado contraste y en oposición al del cristianismo genuino. Sin embargo, esto no significa que él, o el resto de los autores bíblicos sientan aversión hacia ellos. Al fin y al cabo, como vimos al inicio de este capítulo, los recursos de algunos de ellos hicieron posible el avance de la iglesia en sus inicios. Por lo tanto, como en el caso de la lengua, la Biblia no enseña que las riquezas en sí mismas sean malas o que ser adinerado sea pecado. En cambio, denuncia el mal uso que se puede dar a las riquezas y advierte a quienes las usen de esa forma de los eminentes riesgos y resultados de hacerlo. En consecuencia, Dios reprueba el comportamiento de los ricos debido a que oprimen violenta y físicamente al pobre, explotan a sus trabajadores y los arrastran a los tribunales porque no pueden hacer frente a sus deudas. Para Santiago, una conducta semejante equivale a blasfemar el nombre de Dios, aquel que «ha elegido a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido» (San. 2: 5). ¿Ha elegido Dios a los pobres? ¿Acaso no es esto favoritismo? ¿Es este un ejemplo de que Dios practica lo que él mismo condena? ¡No! Ganar el favor de Dios en la Biblia no tiene que ver con eso. Existen numerosos relatos que así lo demuestran. Los pobres agradan a Dios simplemente a causa su natural dependencia de él. Siendo una característica vital en la relación con Dios, la dependencia mostrada por aquellos que carecen de bienes materiales ciertamente viene a ser una especie de "ventaja" en relación con aquellos que no carecen de nada. En efecto, independientemente de nuestra condición social, todos nos enfrentamos a pruebas y desafíos en la vida espiritual. Pero, siendo que la extensa mayoría de la población hoy también es pobre, es un hecho que los
  • 9. 10. Lástima que haya tan pocos * 1 1 9 acaudalados se enfrentan a pruebas específicas. Por ello, puesto que, desde el diluvio, cada generación ha visto cómo la acumulación de bienes materiales ha producido cada vez mayores tensiones entre los habitantes de este planeta, 11 la forma incorrecta con la que muchos ricos se han enfrentado a esta situación tampoco puede pasar desapercibida para Dios. Dado que no depender de Dios, sino de las riquezas, hará que se cumplan las palabras de Cristo: «Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» (Luc. 12: 34), la Biblia anuncia que pronto habrá una gran inversión de las circunstancias y las relaciones entre pobres y ricos.12 El anuncio no se caracteriza por su «delicadeza», o por ser un llamado al arrepentimiento, sino por describir el terrible fin que sobrevendrá a los impíos, que dará paso a la vindicación de los oprimidos, y cuya certeza ha de confortarlos; pero que también tiene algo que decirnos respecto del carácter de Dios, tal como el siguiente relato ejemplifica.13 Convencido de que un buen piloto hace cualquier cosa con tal de llevar a sus pasajeros sanos y salvos a casa, el conocido autor cristiano Max Lucado cuenta haber sido testigo de un buen ejemplo de esto durante uno de sus viajes en avión. Pese a que la sobrecargo había pedido que todos los pasajeros volvieran a sus asientos porque se aproximaban a una zona de turbulencias, la mayoría de ellos tardaron bastante en reaccionar. Ante esto, el tono de la dama subió al advertirles de nuevo: «Vamos a pasar por una zona de turbulencia, habrá cierto movimiento en el avión, así que, por su seguridad, es mejor que se sienten y ajusten sus cinturones». Esta vez, muchos obedecieron, pero no todos, y la obligaron a subir definitivamente el volumen de su anuncio: «Damas y caballeros, por su bien, ¡vuelvan a sus asientos!». «Para ese momento», confiesa Lucado, «yo creía que todos estaban en sus lugares. Pero evidentemente me equivoqué, puesto que a continuación escuchamos la voz del piloto que anunciaba enérgicamente: "Les habla el capitán Brown. En ocasiones anteriores, algunos pasajeros han resultado heridos por estar en el baño, en lugar de permanecer en sus asientos. Por lo tanto, seré muy claro en cuanto a nuestra responsabilidad. Mi trabajo es pasar con ustedes a través de la turbulencia. Su trabajo es hacer lo que les digo. Así es que, ¡tomen asiento y abróchense los cinturones!”». Entonces se abrió la puerta del baño. De él salió un hombre con el rostro rojo de vergüenza quien, aparentando una tímida sonrisa, finalmente no tuvo más remedio que regresar a su asiento.
  • 10. 120 • Santiago. Un hermano de Jesús nos enseña a vivir la fe «¿Se equivocó el piloto en lo que hizo? ¿Fue demasiado insensible o poco cortés?», cuestiona Lucado. «No, todo lo contrario», responde él mismo. Para el piloto era más importante que el hombre estuviera a salvo aunque avergonzado, que no advertirlo y verlo herido. Efectivamente, los buenos pilotos hacen lo que sea necesario con tal de llevar a sus pasajeros a casa. ¡Y así también es nuestro Dios! «Por lo tanto», concluye Lucado, «si Dios tuviera que escoger entre tu seguridad eterna y tu bienestar terrenal, ¿qué crees que escogería?».14 Solo aquellos que escuchen las apelaciones de Dios y pongan su confianza en su poder, no en sus pertenencias, son quienes tendrán el privilegio de pertenecer a su reino: Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas». Los discipulos se asombraron de sus palabras; pero Jesús, respondiendo, volvió a decirles: Hijos, ¡cuán dificil les es entrar en el reino de Dios a los que confían en las riquezas! Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios. Ellos se asombraban aún más, diciendo entre si: «¿Quién, pues, podrá ser salvo?». Entonces Jesús, mirándolos, dijo: «Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque todas las cosas son posibles para Dios» (Mar. 10: 23-27).15 Teniendo en cuenta que nos es imposible «servir a dos señores», es decir, que no tenemos la capacidad de brindar nuestra lealtad total a varias personas o cosas, (Luc. 16:13), la decisión de los ricos no puede esperar. ¿Y José de Arimatea y Nicodemo? ¿Acaso no eran ricos? Sí, lo eran, pero también estuvieron dispuestos a usar sabia y correctamente esos bienes para la causa de Dios. ¡Lástima que haya tan pocos como ellos! En efecto, sin su amor e interés total por Jesús, tal vez habrían pasado a la historia por ser dueños de la mejor tumba de la región o por ser miembros de la organización más prestigiosa de sus días, pero no habrían sido salvos. ¿Valdrá la pena que alguien se arriesgue a eso? Santiago nos ha dado ya su respuesta. Referencias 1. Según los profetas, por ejemplo, el llanto y el lamento son reacciones características de los impíos ante el juicio (Isa, 13: 6; 15: 3; Amos 8: 3). 2. Libros no inspirados en su mayoría escritos en el periodo intertestamentario, es decir, durante el tiempo que medió entre el año 400 a. C. y el inicio de la escritura del Nuevo Testamento. 3. Los mejores manuscritos griegos disponibles de este pasaje usan el verbo «defraudar», De hecho, según el Talmud (Talmud babilónico Baba Metzia 111a), retener el sueldo de un trabajador contratado equivalía a transgredir todo un conjunto de prohibiciones: «No oprimirás a tu prójimo, ni le robarás. No oprimi
  • 11. 10. Lástima que haya tan pocos *121 rás a un siervo contratado que es pobre. El jornal de un trabajador no ha de permanecer en la noche contigo, en su día le darás su paga, que no caiga el sol sobre la misma». 4. Dios había hecho provisión para que las deudas se perdonaran los años sabáticos. A pesar de ello, el prosbul o procedimiento legal propuesto por Hillel, rabino que murió a inicios de la era cristiana, permitía que un acreedor pudiera cobrar incluso durante un año sabático. 5. Al unir tres doctrinas sumamente importantes (la doctrina de Dios, la del pecado y la de los acontecimientos finales), el uso de la expresión «Señor de los ejércitos» (Adormí tsabaot), recalca que el que ha de intervenir ante las injusticias sufridas por sus hijos es el mismo líder de ejercito celestial. Algo que se refleja también en el juicio contra los ricos que se registra en Isa. 5: 9 y está implícito en Sal. 17; 18: 6, etc. 6. Max Lucado, Más allá de tu vida: Fuiste creado para marcar la diferencia (Nashville, Tennessee: Grupo Nel- son, 2010), pág. 33. 7. Barclay, pág. 962. Por su parte, el libro judío 1 Enoc lo presenta de esta forma: «Los que poseéis el oro y la plata pereceréis repentinamente en el juicio. (...) Habéis blasfemado y cometido injusticia y estáis maduros para el día de la matanza y la oscuridad, para el día del gran juicio» (94: 7, 9). 8. Algunos comentaristas creen que la expresión «dado muerte al justo» se refiere al martirio de Cristo, el cual ejemplificaría el grado al que llegó el abuso del poder que Santiago denuncia en esta sección, Sea que Santiago se refiera a alguien en particular o no, resulta interesante que, años después de escribir esto, su propio martirio fue instigado por un sumo sacerdote de origen saduceo (Anán). Algo que nos recuerda la posible relación entre esta importante secta judía y los ricos que Santiago tiene en mente (vea la nota núm. 11 del capítulo anterior). 9. Además de que un poco más adelante será un gran ejemplo de la actitud correcta ante el sufrimiento, Job también tiene algo importante que decirnos a este respecto. 10. Tal es el marco descrito y que debe asumirse al leer la historia del rico y Lázaro (Luc. 16). Si lo requiere, repase lo que aprendimos respecto a esta historia en el capítulo 6. 11. Si le interesa una serie de ejemplos actuales, bien documentados y en el marco de la escatología adventista, vea las «Red alerts» publicadas por Herbert E. Douglass en http://www.eredalert.com/Toffset’10 12. Esto se detecta especialmente en Lucas y es el contexto en el que hay que entender a Santiago (Maynard- Reid, pág. 264). 13. Lucado, El trueno apacible, pág. 6. 14. Las recomendaciones contenidas en el Nuevo Testamento no se circunscriben a nuestro comportamiento en la iglesia. Limitarlas de esa forma no solo sería un error de interpretación, sino que también nos dejaría sin instrucción en cuanto a cómo actuar correctamente ante las diversas circunstancias presentes en nuestro entorno. De ahí que el cristianismo temprano, en ciertas ocasiones, incluso haya asumido una posición crítica respecto a lo que sucedía en la sociedad de sus días. Puesto que en la Biblia Dios y sus hijos se preocupan por la justicia social, seguramente hoy también nuestras iglesias tienen mucho que hacer al respecto en países como los nuestros. Si le interesa leer al respecto, le recomiendo John Graz, El adventista y... (Miami: APIA, 2008); Josh McDowell y Bob Hostetler, La nueva tolerancia (Unilit, Miami 1999); y mi artículo «El mensaje de Romanos 13», en la revista Ministerio adventista, Noviembre- diciembre 2013, págs. 18-21. 15. Tal fue el énfasis también del mensaje que predicaba Juan el Bautista (Luc. 3: 7-14), y la razón por la que la devolución del dinero defraudado y la donación de la mitad de sus bienes a los pobres, en el caso de Zaqueo, pueda verse como una especie de 'liberación' de la tiranía que pueden llegar a representar las riquezas (Luc. 19: 1-10).