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Retrospectiva y
perspectiva del
pensamiento
político
dominicano
RETROSPECTIVA Y PERSPECTIVA DEL
PENSAMIENTO POLÍTICO DOMINICANO
Producción general: Dirección de Información,
Prensa y Publicidad de la Presidencia
Diseño y diagramación: ERAS Diseño Gráfico
Impresión: Editora Corripio
ISBN: 978-99458721-0-1
Santo Domingo, diciembre de 2009.


Todos los derechos de la obra están reservados.
Queda prohibida su reproducción total o parcial,
sea por medios mecánicos o electrónicos, sin la
debida autorización.
contenido
CAPITULO I     LA VALIDACIÓN INTELECTUAL
               DE LA DICTADURA TRUJILLISTA:
               Peña Batlle, Joaquín Balaguer, Fabio Mota,
               Rodríguez Demorizi y Arturo Logroño                 9

CAPITULO II    EL PENSAMIENTO CONSERVADOR
               EN EL SIGLO XIX:
               Tomás Bobadilla, Antonio Delmonte y Tejada,
               Manuel de Jesús Galván y Javier Ángulo Guridi      79

CAPITULO III   EL PENSAMIENTO LIBERAL
               CLÁSICO DOMINICANO:
               Juan Pablo Duarte, Francisco Espaillat
               y Francisco Gregorio Billini                      139

CAPITULO IV    EL POSITIVISMO, HOSTOS
               Y LOS DISCÍPULOS:
               Pedro Henríquez Ureña, José Ramón López, Salomé Ureña,
               Félix Evaristo Mejía, Leonor Feltz, Pedro Bonó
               y Américo Lugo                                     187




                                                                        3
CAPITULO V      LAS RAÍCES IDEOLÓGICAS SOBRE LA
                CONDICIÓN DOMINICANA EN LOS
                PENSADORES CRIOLLOS:
                Antonio Sánchez Valverde, Andrés López de Medrano,
                José Núñez de Cáceres, Bernardo Correa y Cidrón
                y Ciriaco Ramírez                                  245

CAPITULO VI     ANÁLISIS SOCIAL DE LA HISTORIA:
                CORRIENTES HISTORIOGRÁFICAS,
                MARXISMO, FUNCIONALISMO,
                HISTORICISMO, Y OTRAS QUE
                INFLUYERON CON POSTERIORIDAD
                A LA MUERTE DE TRUJILLO:
                Juan Bosch y Jimenes Grullón                      269

CAPITULO VII    LAS ORIENTACIONES
                RECIENTES DE LA
                REFLEXIÓN INTELECTUAL                             321

CAPITULO VIII   MODERNIDAD Y POSTMODERNIDAD
                EN EL PENSAMIENTO DOMINICANO
                CONTEMPORÁNEO                355
INTRODUCCIÓN

CRISIS DE LAS IDEAS
Y UNA APUESTA POR
LA ESPERANZA
  La familia, el conglomerado esencial de la sociedad, ha sido golpeada
por una crisis de valores. Una barahúnda social que afecta a toda la hu-
manidad, en todos los órdenes. Una descomposición que se expresa de
manera brutal a todas horas y todos los días.
  Quienes hemos soñado con una sociedad con valores, vemos con
asombro cómo el mundo parece dejarse arrinconar por hechos que
aceptamos con la mayor naturalidad, a pesar de que en nuestros aden-
tros sabemos que esos hechos, luego convertidos en acontecimientos
mediáticos, nos pueden enrumbar por el abismo más profundo.
  A pesar de que la mayoría coincide en construir una sociedad justa,
humana, con valores morales y éticos, hoy subyace en la mente de cada
historiador, científico o líder mundial la idea de que hay una crisis de
paradigma.
  Con la caída del Muro de Berlín y el Bloque Socialista, en 1989, el
mundo ha sido unipolar. Esa unipolaridad, sin embargo, no ha resul-
tado suficiente para que todos estemos seguros de que vivimos en una
sociedad como la que aspiramos.
  Todo lo contrario, desde hace un año, por ejemplo, a escala global se
vive la crisis financiera más letal que ha conocido la humanidad. A pe-
sar de los paquetes de estímulos inyectados a la principal economía, y




                                                                           5
Retrospectiva y perspectiva del
    pensamiento político dominicano




    la lenta recuperación derivada de esas inyecciones financieras, persiste
    una crisis estructural que nos llevará años superar.
      Estos momentos de turbulencia global han llevado a más de un pen-
    sador a reflexionar sobre el origen de este desorden, dentro del orden
    mundial, y las perspectivas sobre el futuro de la sociedad, mientras
    en los templos cristianos se piensa si estamos en los albores del fin del
    mundo, un debate sobre el que no estamos en ánimo de ahondar.
      Hay acontecimientos, empero, que nos indican que el mundo anda
    por derroteros que nos obligan, como ciudadanos con responsabilida-
    des públicas, a mantener la cabeza levantada y enfrentar aquellas fuer-
    zas que intentan instaurar una sociedad desigual e intrínsecamente
    injusta, basada en el caos.
      Hay una crisis que se expresa en todos los ámbitos de la vida: en la
    economía, cuando observamos que un puñado de financistas genera
    una debacle financiera a escala planetaria, sólo por el egoísmo de llenar
    sus cuentas bancarias; se expresa en los deportes, cuando se descubre
    que un atleta utiliza mecanismos prohibidos para asegurar mejor rendi-
    miento; se manifiesta en la familia, cuando un hijo mata a su padre por
    absurdas diferencias de criterios; también en el que jura de rodillas ser-
    vir a Dios y, no saliendo bien del templo, se descubre con un escándalo
    cuyos detalles se convierten en una afrenta contra lo que dice profesar.
      O cuando un servidor público se las arregla para evadir los contro-
    les que no le permiten utilizar en su beneficio los recursos que admi-
    nistra.
       Nos quedamos perplejos cuando desde una sociedad en la que se pre-
    dica el respeto a los derechos humanos, se mantiene la doble moral de
    propiciar la guerra, para luego pasar factura a las empresas que después
    llegan a reconstruir el país que ellos mismos convirtieron en cenizas.
      No sólo hay una crisis de paradigma en relación al tipo de organiza-
    ción económica y social a la que aspira la humanidad, también hay una
    crisis de valores éticos y morales, hay una crisis de las ideas.




6
Esta crisis de las ideas no implica, sin embargo, el fin de la esperanza.
Hemos aprendido de nuestros maestros, el profesor Juan Bosch y el pre-
sidente de la República, doctor Leonel Fernández, que una crisis debe
ser vista como una oportunidad para dar respuestas creativas, con el fin
de perfilar una sociedad más humana, justa y civilizada.
   Esa crisis de las ideas se ha expresado en nuestro país en el ámbito po-
lítico. En todo el discurrir de nuestra historia vernácula, el pensamien-
to dominicano ha tenido verdaderos íconos, identificados en hombres
y mujeres que son nuestras figuras emblemáticas. En contraposición,
estos ilustres hombres y mujeres fueron combatidos por los faltos de
ideas, pesimistas consuetudinarios, que entregaron nuestro territorio
en una tarea anexionista que no tiene parangón en la historia nacional.
  Esa realidad nos lleva a reflexionar sobre la necesidad de que en estos
momentos turbulentos de crisis global en todos los niveles, con una
amenaza por imponer rancios proteccionismos, levantemos nuestros
mejores valores, que son los autóctonos; descubramos nuestros mejo-
res hombres y mujeres para empoderarlos en la gran tarea nacional: el
Proyecto de Nación.
  A propósito del 146 aniversario de la Restauración de la Repúbli-
ca, celebrado este año 2009, nosotros, en la Dirección de Información,
Prensa y Publicidad de la Presidencia y el Archivo General de la Na-
ción, organizamos el “Festival de las Ideas”, propicia y afortunada ini-
ciativa dirigida a exaltar el pensamiento político dominicano, desde la
ruptura colonial hasta nuestros tiempos.
   En su momento, organizamos ocho paneles sobre el pensamiento po-
lítico dominicano, en alianza con siete universidades y la Fundación
Global Democracia y Desarrollo, a fin de generar un debate conceptual
y plural sobre nuestros grandes pensadores, a cargo de los principales
historiadores y catedráticos, recogido en este libro para dejarlo como
legado.
 Sin lugar a dudas esta retrospectiva del pensamiento político do-
minicano, vista por los pensadores contemporáneos, resumidos en un




                                                                              7
Retrospectiva y perspectiva del
    pensamiento político dominicano




    solo texto, servirá para que las generaciones presentes y futuras puedan
    aquilatar la forma de ver a nuestros hombres y mujeres emblemáticos,
    desde un análisis crítico y plural.
      Este esfuerzo editorial no hubiese sido posible sin la colaboración
    y entrega de los pensadores, historiadores y catedráticos de univer-
    sidades, así como del personal del Archivo General de la Nación y la
    Dirección de Información, Prensa y Publicidad de la Presidencia de la
    República.
      Como descendientes de los soldados independentistas de la Guerra
    Restauradora, debemos dar un paso adelante para asumir nuestro com-
    promiso histórico de rescatar nuestro pensamiento. Los desafíos que
    enfrentamos, como sociedad, se deben convertir en oportunidades para
    vencer, siempre con el ejemplo de Gregorio Luperón, Gaspar Polanco,
    Juan Bosch y Juan Pablo Duarte.


    					                                    Rafael Núñez
    					                                    Secretario de Estado
    					                                    Director de Información, Prensa
    					                                    y Publicidad de la Presidencia




8
CAPITULO I


 La validación
 intelectual de la
 dictadura trujillista
• Peña Batlle
• Joaquín Balaguer
• Fabio Mota
• Rodríguez Demorizi
• Arturo Logroño



EXPOSITORES:      COORDINADOR:
Andrés L. Mateo   Wilfredo Lozano
Bernardo Vega
Franklin Franco
Richard Turits
Retrospectiva y perspectiva del
pensamiento político dominicano




En la mesa principal figuran Richard Turits, Bernardo Vega, Julio Amado Castaños, rector de
UNIBE, Wilfredo Lozano, Andrés L. Mateo y Franklin Franco.




El público escucha las conferencias del panel desarrollado el 11 de agosto de 2009
en la Universidad Iberoamericana (UNIBE).
CURIOSIDADES DE
LA LEGITIMACIÓN
DEL RÉGIMEN
TRUJILLISTA                                                       Andrés L. Mateo
“La masacre de ciudadanos haitianos ordenada por Trujillo
en el 1937 opera como un mito de confirmación. En la historia
cultural dominicana, la frontera es una línea épica. Al unir la
masacre de 1937 con el mito fundacional de la reconstrucción
de la ciudad de Santo Domingo de 1930, el trujillismo
demuestra su determinación”.

   Cuando Tulio Halperin Donghi estudió las particularidades de las dic-
taduras latinoamericanas, en su libro “Historia contemporánea de América
Latina” se le acabaron todos los argumentos sociológicos al intentar des-
cribir el fundamento de la legitimación de la dictadura de Rafael Leónidas
Trujillo Molina en la República Dominicana. Su único punto de compa-
ración era el gobierno despótico de Anastasio Somoza. En ambos casos
el poder se transformó en un instrumento de acumulación capitalista. En
ambos casos las burguesías locales fueron postergadas. Ambas dictaduras
provenían de ejércitos formados por la intervención de tropas norteame-
ricanas. Pero ni siquiera la dinastía familiar de los Somoza es comparable
con el dominio absoluto del trujillismo de toda la estructura económica,
social y política de la República Dominicana.

   La singularidad de la dictadura trujillista no reside, pues, en el uso po-
lítico del ejército como sostén de la dominación, factor común a muchas
otras dictaduras latinoamericanas. Ni tampoco en el carácter de fuente
de enriquecimiento personal del dictador en que se transformó el Estado,
porque es frecuente que las tiranías en el continente transformen el poder
en instrumento de conquista del predominio económico. Ni siquiera en la
subordinación que impuso a la burguesía como clase se halla esta singula-



                                                                                    11
Retrospectiva y perspectiva del
     pensamiento político dominicano




     ridad. La primera singularidad que resalta de la legitimación del régimen
     trujillista es cómo la apropiación de la sociedad en su conjunto se realizó a
     través de un “corpus” de legitimación cuya habla es el mito; y, en segundo
     lugar, un hecho que no se ha estudiado todavía, y que atañe a la historia del
     pensamiento dominicano, como lo es el matrimonio insólito que se produ-
     jo entre el hostosianismo y el arielismo, para dar sustentación “ideológica”
     al trujillismo.

         Comencemos por establecer un hecho indiscutible: la dictadura de Tru-
     jillo no se legitimó a partir de una ideología. Trujillo tenía dominio total del
     ejército que había formado personalmente, luego de la retirada de las tro-
     pas norteamericanas en el 1924. Logró el dominio pleno del poder político,
     después de 1930, y dispersó por la violencia toda la oposición tradicional
     organizada. Usando el aparato del Estado, en un tiempo muy breve, sus
     riquezas personales tenían un peso específico superior al de toda la débil
     burguesía nacional junta. Esta suma de factores permitió que el trujillismo
     se alejara cada vez más de su base material, y que su gestión de Estado no
     respondiera a la eficacia de un sistema en nombre del cual una clase ejerce
     el poder.


12
Sobre esa gigantesca deformación estructural, se articuló la economía con
la ideología, que se invistió también de esta deformación, y se impuso sobre
el país la simbología discursiva del régimen y sus valores fundamentales.
Todas las manifestaciones de la autoconciencia se redujeron a la exaltación
de la suficiencia triunfante del tirano. Fueron las hazañas milagrosas, sus
símbolos relacionados con la historia reciente, sus claves inscritas en la
lisura del misterio, sus combates solitarios, su signo de amparo, los que se
impusieron como ideología al resto de la débil burguesía dominicana, pri-
mero; y a la nación entera, después. Trujillo adoptó un modo superlativo de
significación, que en correspondencia con la deformación de la formación
social dominicana, sustituyó el papel de la ideología en el régimen. Siempre
con el telón de fondo de la violencia, este sistema mitológico se conformó
a partir de la deshistoricización, y usando el pasado como contraposición
al presente. Cada mito trujillista en particular era una respuesta satisfac-
toria a la decepción del pasado. Los mitos respondían siempre a una de
las decepciones que el pensamiento dominicano del siglo XIX había hecho
angustia existencial. Así, por ejemplo, el Mito Fundacional, que se origina
con la reconstrucción de la ciudad de Santo Domingo, luego del ciclón de
San Zenón, en el 1930, satisface una de las aspiraciones ideales del pensa-
miento del siglo XIX, y es el signo de apertura a la modernidad de la nación.
Mediante este mito fundacional se liquida la vieja polémica intelectual que
veía el progreso ligado al surgimiento de las urbes modernas, en contra-
posición a la barbarie rural. Con la reconstrucción de la ciudad de Santo
Domingo, el trujillismo abre la metáfora espacial en la que el campesinado
deja de ser el arquetipo de la formación del Estado nacional, y Trujillo pasa
a ser el “Padre de la Patria Nueva”.

    La masacre de ciudadanos haitianos ordenada por Trujillo en el 1937
opera como un mito de confirmación. En la historia cultural dominicana,
la frontera es una línea épica. Al unir la masacre de 1937 con el mito funda-
cional de la reconstrucción de la ciudad de Santo Domingo de 1930, el tru-
jillismo demuestra su determinación. El lugar del crimen funciona como el
signo luminoso de una intención: Si hay Patria es por Trujillo, gracias a él
la nación ya no es dubitable en sus contornos. Desde el punto de vista de
la ideología, la masacre no es más que la materialización de un bello sue-


                                                                                13
Retrospectiva y perspectiva del
     pensamiento político dominicano




     ño interior, que la enseñanza de la historia había grabado como moral de
     desquite en el corazón de los dominicanos. Con este hecho Trujillo arriba
     a la fulguración del nacionalismo, a la demostración tranquila de recursos
     extremos para salvar la patria.

        Tanto el mito fundacional derivado de la reconstrucción, como el mito
     de confirmación de la Masacre, son mitos sensoriales. Pero el sistema de
     legitimación trujillista asumió también el mito de La Paz, de naturaleza
     puramente psíquica.

        Este mito se relaciona con la rápida movilidad del trujillismo en el terre-
     no de la instrucción y la cultura, y servía para imponer y notificar un orden.
     Se difundió profusamente en la llamada “Cartilla Cívica”, que fue un ins-
     trumento de divulgación masiva del régimen, convirtiéndose en un mito
     de interpelación que expresaba el pasado y nos liberaba de él. A lo que el
     mito de la paz se oponía era a la antigua tradición levantisca de los caci-
     ques y manigüeros que poblaron el siglo XIX dominicano, y principios del
     XX. La Paz trujillista significaba la superación del generalato conchopri-
     mesco, que va desde la muerte del general Mon Cáceres, en el 1911, hasta la
     intervención norteamericana de 1916. En la “Cartilla Cívica” se puede leer
     lo siguiente: “La paz es el mayor bien que puede disfrutar un pueblo. En la
     paz todas las vidas están seguras (…) el Presidente trabaja incesantemen-
     te por la felicidad de su pueblo. El mantiene la paz; sostiene las escuelas,
     hace los caminos, protege el trabajo en toda forma, ayuda a la agricultura,
     ampara las industrias; conserva y mejora los puertos, mantiene los hospita-
     les; favorece el estudio y organiza el ejército para garantía de cada hombre
     ordenado”. Como mito, “La Paz” no tiene ambigüedad posible, notifica el
     orden, hace comprender las condiciones de la interactuación social, y se-
     grega al opositor del partidario. Es, incluso, la condición de la felicidad
     colectiva.

        Los grandes temas del sistema mitológico del trujillismo se cierran con
     el mito de la independencia económica, que funciona como un espesor de
     equivalencias gloriosas, que transporta a Trujillo en un plano de igualdad a
     la génesis misma de la patria. Mediante este mito de equivalencia Trujillo
     une el idealismo social con el pragmatismo burgués. Mientras Duarte con-


14
cibió la República como un ideal, Trujillo la ha hecho verdadera. Duarte es
el ideal convertido en pensamiento, y Trujillo hizo del pensamiento una
verdad.

  Como los demás, este mito es también tributario de la historia, y en el
trujillismo conduce a una escisión memorable entre el burgués ético y el
burgués político. Surgió del pago de la deuda externa que Trujillo realizó
en el 1940, y la épica del régimen hace brotar la verdadera independencia
del país de su materialización.

“Básicamente, las ideas de Eugenio María de Hostos responden a un
pensamiento racionalista, distanciado por su carácter de todo tipo
de especulación ideal. Y aunque Hostos le inyecta a su positivismo
una dosis de sublimidad argumental, el esqueleto teórico sigue
siendo el racionalismo positivo. Todos sabemos que Hostos
combinó el positivismo con el krausismo, y que esta influencia
krausista le dará una particularidad a su visión positivista”.

   Sobre estos mitos elaboró la ideología toda la legitimación del régimen,
inundó la vida cotidiana, pobló las determinaciones de la historia, habi-
tando el arte, la cultura, la educación, la religión. Al hacerse destrucción
esencial del pasado, el mitosistema del trujillismo alcanzó toda la colecti-
vidad. No había forma ingenua de la vida de relación que pudiera escapar
a su presencia opresiva. Tal como propiciaba la construcción perpetua de
su verdad absoluta, ni la familia, ni el amor, ni el pensamiento, dejaban de
estar condicionados por el peso aplastante de sus símbolos.

   Por ello el trujillismo no tuvo definición ideológica. Los temas clásico de
lo que se considera “ideología del trujillismo”, se pueden representar en las
siguientes propuestas recurrentes: Mesianismo, Hispanismo, Catolicismo,
Anticomunismo, Antihianismo. Todos tienen una relación instrumental
demasiado inmediata con lo político, y una simplicidad tan rotunda en su
adulteración de la historia y de la realidad, que los hace colindar con la pro-
paganda, y no con la racionalización ideológica. En rigor, cumplen las dos
funciones. Pero en su referencialidad, se bautizan en el mito que acompaña
como un esplendor inalterable a la “Era” desplegándose en la historia. Cier-
tamente no hay ideología trujillista en sentido estricto, pero el trujillismo


                                                                                  15
Retrospectiva y perspectiva del
     pensamiento político dominicano




     impuso su hegemonía ideológica fundada en la violencia sentida por todos
     los sectores de clase, y consumida como un mito que transfiguraba la carga
     política del mundo. Eran tantos los factores sobredeterminantes de lo so-
     cial, económico y político, que la justificación ideológica echaba manos con
     mayor frecuencia de la pasta divina de Trujillo, que de la racionalización de
     clase que organiza una visión del mundo desde la ideología.

       El otro elemento de esa singularidad atañe a la historia del pensamiento.
     En el trujillismo se produjo el matrimonio insólito entre un pensamiento
     racionalista y un pensamiento idealista, que se conjugaron para darle la
     base a la “ideología del progreso”. Estos dos movimientos eran el hostosia-
     nismo y el arielismo.

        Básicamente, las ideas de Eugenio María de Hostos responden a un pen-
     samiento racionalista, distanciado por su carácter de todo tipo de espe-
     culación ideal. Y aunque Hostos le inyecta a su positivismo una dosis de
     sublimidad argumental, el esqueleto teórico sigue siendo el racionalismo
     positivo. Todos sabemos que Hostos combinó el positivismo con el krau-
     sismo, y que esta influencia krausista le dará una particularidad a su visión
     positivista. Desde esta perspectiva propondrá el único pensamiento de re-
     generación social completo que tiene la historia de las ideas en nuestro
     país. Otra cosa es, sin embargo, la práctica política a la que se vincula en la
     República Dominicana. Desde la plataforma de la moral social que el hos-
     tosianismo pregonó, sus encontronazos con la sórdida actividad política y
     el partidarismo, no sólo son memorables desde el punto de vista que pro-
     pone como sistema de regeneración posible de lo social, sino que alcanza
     la estatura de martirologio, la frustración y el combate inútil del maestro,
     a quien se ve partir despavorido frente a las atrocidades de la dictadura de
     Ulises Heureaux. El positivismo hostosiano se enfrentó a dos dictaduras
     y a las dos las venció. Pero fueron agobiantes los combates, incluyendo la
     batalla postmorten que se desarrolló con motivo de la encuesta del diario
     El Caribe, sobre “La influencia de Eugenio María de Hostos en la cultura
     dominicana”, en el 1956.

        El repliegue del normalismo hostosiano positivista y su expresión polí-
     tica liberal dejó sin amparo de clase a los intelectuales. Y es en estas con-


16
diciones que el arielismo llega a la República Dominicana. El libro “Ariel”,
de José Enrique Rodó, se publicó en el 1900, y su impacto casi inmediato
se hizo sentir vigorosamente en todo el continente. En la República Domi-
nicana este impacto fue notoriamente significativo, hasta el punto que la
primera edición del libro del maestro Rodó se publicó en nuestro país en
el 1901.

   Contrario al fundamento racionalista del pensamiento positivista, el
arielismo descansaba en la especulación ideal. Pero el antimperialismo
pánfilo, el optimismo y el elitismo melancólico, hallaron en el país el caldo
de cultivo del nacionalismo como un credo de redención sublime. No pode-
mos olvidar que la esencia del mito trujillista es el nacionalismo, remonta-
do sobre la incertidumbre del ayer, tranquilizado por el bullicio y el alarde
de las conquistas logradas por el Príncipe. A partir de la propia frustración
positivista, las condiciones no pudieron ser más favorables para que se
regara como pólvora el nuevo lenguaje de la renovación que traía la prédica
americanista del maestro uruguayo, y el hostosianismo tomó nuevos aires,
luego de la estampida que Lilís provocó en su seno, asumiendo el lenguaje
alado del arielismo una especie de pacto con el idealismo, contrario a la
naturaleza racionalista del discurso positivo.

   Los aires que el arielismo trajo consigo envolvieron a todo el mundo: las
juventudes pensantes sintieron que se alejaba la desesperanza, sobreveni-
da en sucesivas guerras fratricidas, luego de la muerte del tirano Ulises He-
reaux. Todo se tiñó de ansias inaguantables de transformación, y cuando se
produjo la intervención norteamericana de 1916, nada mejor que el rechazo
rodosiano a la “nordomanía”, y al paradigma norteamericano carente de
refinamiento espiritual que el arielismo exigía. Incluso, en el colmo de la
sublimización, el arielismo aportó el único mártir cultural que tiene la his-
toria dominicana. Me refiero a Santiago Guzmán Espaillat (dicho sea de
paso, noto su ausencia en este “Festival de las Ideas”), el héroe proverbial
del arielismo, más que un mártir político un franciscano de la desespera-
ción intelectual.

  Lo curioso es que todas estas andanzas, teñidas por el martirio de la in-
adaptación entre práctica política e idealidad, acontecen en medio de un


                                                                                17
Retrospectiva y perspectiva del
     pensamiento político dominicano




     insólito maridaje entre racionalismo e idealismo filosófico. En un momento
     determinado del acontecer nacional, pero sobre todo después, e incluso
     durante la intervención norteamericana de 1916, nacionalismo, hostosia-
     nismo y arielismo son una misma cosa. Hay ejemplos destacados en figuras
     como Federico García Godoy y el propio Américo Lugo. El trujillismo cul-
     minará la simbiosis de esta evolución histórica, añadiéndole el componen-
     te despótico.

        Lo cierto es que así aconteció. Nadie ha estudiado en detalle las particu-
     laridades de este proceso, que tiene mucho que ver con la aventura espiri-
     tual de la dominicanidad. Pero allí donde ese curioso matrimonio consumó
     sus delirios, las desventuras del pensamiento político dominicano levanta-
     ban su estatua.

       El trujillismo fue un régimen muy teatral, muy escenográfico, muy san-
     griento. Su legitimación tenía siempre el telón de fondo de la violencia,
     pero estas dos singularidades, que constituyen el fundamento de su auto-
     concepción, lo diferencian de toda la tradición despótica americana.1




     1 La conferencia de Andrés L. Mateo también fue dictada en la Universidad Nacional
     Pedro Henríquez Ureña, en el contexto de la celebración del “Festival de las ideas”.




18
LA JUSTIFICACIÓN
INTELECTUAL DE
LA DICTADURA                                                      Bernardo Vega
“La celebración del centenario de nuestra independencia en
1944 se convertiría, precisamente por eso, en una exaltación
del anti-haitianismo. Trujillo hasta trató de matar a Lescot en
1945. Después de 1950, con gobiernos en Puerto Príncipe que no
molestaban a Trujillo, el anti-haitianismo se reduce dentro del
discurso trujillista, aunque no desaparece totalmente”.

  El golpe de Estado organizado por Trujillo contra el gobierno de Horacio
Vásquez inicialmente se trató de justificar por los esfuerzos de Vásquez de
quedarse en el poder por cuatro años más, después de seis años en el go-
bierno, los últimos dos de los cuales eran de dudosa legitimidad.

   Una vez devino en dictador, políticos e intelectuales trataron de justi-
ficar el régimen enfatizando la paz, la tranquilidad, el orden y la conti-
nuidad que proveía, en contraste con el período entre 1899 y 1916, cuando
el país tuvo a diez presidentes. También citaron la existencia de una sola
fuente de poder, en contraste con la época de los caciques regionales del
pasado que tantas guerras intestinas habían provocado.

   A partir de 1942, momento en que Trujillo y Elie Lescot, el entonces
presidente de Haití, después de una larga amistad, devinieron en grandes
enemigos, el dictador dominicano, por primera vez durante su régimen, au-
torizó una campaña racista anti haitiana que perduraría hasta la caída de
Lescot a principios de 1946. Esa campaña racista anti haitiana no volvería
a ser autorizada. La misma, encabezada por un discreto opositor a Trujillo
hasta 1942, el intelectual Manuel Arturo Peña Batlle, así como por Joaquín
Balaguer, defensor de Trujillo desde 1930, utilizó como nueva justificación
que el país necesitaba de un gobierno de mano fuerte para evitar que los



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Retrospectiva y perspectiva del
     pensamiento político dominicano




     haitianos, cuyo número entonces era mucho mayor que el de los domini-
     canos, cruzaran la frontera y ocuparan el país. Esa campaña anti haitiana
     coincidió con la diseminación de la ideología falangista de Francisco Fran-
     co, la cual enfatizaba el hispanismo y el catolicismo. Trujillo entonces re-
     presentaría la defensa de las raíces culturales del pueblo dominicano. Con
     la visita al Papa en 1954 y la firma de un concordato por parte de Trujillo,
     las vinculaciones con la iglesia católica se hicieron aún más estrechas y
     sacerdotes dominicanos y españoles defendieron y adularon públicamente
     a Trujillo. Los trujillistas también citaron la gran amistad del dictador con
     Estados Unidos y con los militares americanos, excepto durante el período
     1944-1947, cuando se hizo evidente un distanciamiento del Departamento
     de Estado.

       Muy brevemente, entre 1933 y 1936, algunos intelectuales y políticos vie-
     ron a Trujillo como un símil de Mussolini y Hitler.

        A partir de 1941 , Trujillo también sería justificado como la persona que
     liberó al país, después de cuarenta años, del control de sus aduanas por
     parte de los Estados Unidos, argumento que cobró aún más fuerza a partir
     de 1947, cuando se repagó la totalidad de la deuda externa y el peso domi-
     nicano sustituyó al dólar como la moneda en circulación. La fijación, por


20
acuerdo con Haití, de la frontera y luego su “dominicanización” a partir de
1936, a través del traslado de personas hacia esa zona, dotándola, además,
de infraestructura física y militar, fue otro de los argumentos utilizados
para defender al régimen, sobre todo entre 1940 y 1946.

   Brevemente, entre 1946 y 1948, Trujillo trató de identificarse con el jus-
ticialismo peronista. A partir de 1947 y hasta 1960 Trujillo sería defendido
como el campeón del anticomunismo en América. Todo opositor fue de-
finido como comunista. Esa propaganda fue útil para defender a Trujillo
durante la administración republicana de Eisenhower (enero 1953-enero
1961), sobre todo entre congresistas ultraderechistas seguidores del ma-
cartismo.

   Las ideas de uruguayo José Enrique Rodó, autor de “Ariel” (1900), así
como el “cesarismo democrático” (1920) del venezolano Vallenilla Lanz,
influyeron en los autores que defendieron a Trujillo.

   Así como la jerga trujillista no fue constante, sino que fue más hiperbó-
lica a través del tiempo, más adulona, el “discurso”, es decir “la concepción
teórica global de lo que significaba el trujillismo”, definitivamente tampo-
co fue constante. El catolicismo, el anti-catolicismo, el hispanismo, el pro-
haitianismo, el anti-haitianismo, el anti-comunismo, el pro-socialismo, el
pro-norteamericanismo y el anti-americanismo, entre otros temas, tuvie-
ron momentos en que fueron utilizados como argumentos justificativos
del régimen, pero no fueron utilizados ni durante todo el tiempo, ni con la
misma intensidad.

   Entre 1930 y finales de 1937, por ejemplo, el anti-haitianismo no apa-
rece en el discurso. Todo lo contrario: el que hablaba bien de Haití y de
los haitianos era un buen trujillista durante esos años. El criticar al vecino
país era “herejía política”, y consecuentemente, material vedado para su
publicación. (Ver nuestra obra “Trujillo y Haití”, para evidencias concre-
tas sobre lo anterior). Ese anti-haitianismo se intensificó entre 1941 y 1945,
debido a la existencia de un nuevo Presidente en Haití, Elie Lescot, quien,
aupado por Trujillo, luego lo traicionó una vez logró el poder. La celebra-
ción del Centenario de nuestra independencia en 1944 se convertiría, pre-
cisamente por eso, en una exaltación del anti-haitianismo. Trujillo hasta
trató de matar a Lescot en 1945. Después de 1950, con gobiernos en Puerto


                                                                                 21
Retrospectiva y perspectiva del
     pensamiento político dominicano




     Príncipe que no molestaban a Trujillo, el anti-haitianismo se reduce dentro
     del discurso trujillista, aunque no desaparece totalmente.

       El enfatizar las esencias católicas de nuestra nación aparece en el discur-
     so tan solo a partir de 1938 y por tres razones diferentes:
        1. La sustitución de dominicanos en la cúspide de la administración ecle-
     siástica nacional (Castellanos, Noüel), no admiradores de Trujillo, por un
     italo-norteamericano, monseñor Pittini, a quien la propia Embajada norte-
     americana reconoció como influenciado por las ideas fascistas.

       2. El anti-haitianismo tenía que ser justificado, enfatizando cómo la reli-
     gión de los dominicanos difería del “vodú” de los haitianos.

       3. La victoria franquista en España y la popularización de las ideas fa-
     langistas sirvieron para estimular la hispanidad y el catolicismo de los do-
     minicanos.

       El anti-catolicismo se inicia en enero de 1960 como reacción a la Pastoral
     de ese mes y perdura hasta la muerte misma del dictador.
        El hispanismo aparece a partir de 1939, porque forma parte del anti-hai-
     tianismo y busca explicar que nosotros somos “españoles” y no africanos
     y también por el surgimiento de las ideas falangistas en España y, además,
     como complemento del énfasis en el catolicismo.

       El anti-comunismo aparece en el discurso tan sólo con el inicio de la
     guerra fría (1947) y perdura hasta 1960, pues el acuerdo coyuntural de
     no agresión entre Trujillo y Fidel Castro, de fines de ese año, obliga a un
     mutis. El pro-norteamericanismo se inicia en el mismo 1930, pero surgie-
     ron dos interludios de fuertes ataques a ese país: los años de 1945 a 1947,
     cuando Spruille Braden dominaba en el Departamento de Estado y atacaba
     a Trujillo y el período entre de 1959 y 1961 cuando Trujillo, estimulado por
     su hijo Ramfis, por Arturo Espaillat (“Navajita”) y por Johnny Abbes, obli-
     ga a un discurso rabiosamente anti-norteamericano, que incluye piquetes
     “espontáneos” frente a la Embajada de ese país, “foros públicos” contra sus
     funcionarios y salida de misiones militares.

       El hablar del nazi-fascismo fue parte, aunque débil, del discurso entre
     1933 y 1939. La eliminación del control financiero norteamericano se enfati-




22
zó entre 1942 y 1947 y la dominicanización de la frontera entre 1935 y 1945.
El celebrar la desaparición del “conchoprimismo” se inicia en el mismo
1930, pero se deja de enfatizar después de la Segunda Guerra Mundial.

  En fin, que el único tema del discurso trujillista que sí fue constante du-
rante los treinta y un años, lo fue un mesianismo que explicaba cómo el
dictador era la figura añorada, esperada, que daría fin a las guerras intesti-
nas y que fortalecía la nacionalidad.

Los principales intelectuales
  También hemos creído útil mostrar los años durante los cuales algunos
de los principales intelectuales dominicanos tuvieron influencia política y,
consecuentemente, pudieron incidir sobre el discurso trujillista. Soy el pri-
mero en reconocer la dificultad de definir quién fue o no fue un intelectual.
En el caso dominicano y durante la Era de Trujillo, estamos hablando, en la
gran mayoría de los casos, de abogados oradores-pensadores, más que de
contribuyentes efectivos a la creación literaria. Sólo se incluyen a los prin-
cipales intelectuales que en algún momento tuvieron influencia política.

   Nótese, por ejemplo, cómo Manuel Arturo Peña Batlle sólo tuvo esa in-
fluencia entre 1941 y 1953, período que coincidió, precisamente, con la eta-
pa anti-haitiana, hispánica y catolicista, pero no porque él influyera para
que fuese así, sino porque esos eran los temas requeridos por la coyuntura
política del momento. Nadie como él, sin embargo, supo darle contenido a
esas ideas. Si Peña Batlle hubiese pasado al trujillismo en 1930, por ejem-
plo, en vez de sufrir once largos años como “desafecto”, no hubiese podido
desarrollar su discurso anti-haitiano, sino sólo después de 1941, aún en el
hipotético caso de que hubiese sido medularmente anti-haitiano desde su
juventud. Su famoso discurso “El sentido de una política”, pronunciado en
Elías Piña, en noviembre de 1942, el más anti-haitiano de todos, fue pro-
nunciado pocos días después de que Lescot prohibiera el cruce de braceros
haitianos hacia los ingenios dominicanos como una forma de presionar a
Trujillo para que redujese sus esfuerzos por tumbarlo. El discurso de Peña
Batlle fue la respuesta pública de esa medida.




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Retrospectiva y perspectiva del
     pensamiento político dominicano




        Su meta mensaje lo captó Lescot, mas no los dominicanos, quienes des-
     conocían la medida y cuán fuerte eran las tensiones entre los dos presiden-
     tes, tanto así que ellas preocuparon al presidente Roosevelt, quien trató,
     infructuosamente, por medio de cartas personales a ambos presidentes, de
     que se reunieran y, ante un testigo norteamericano, arreglaran, en 1944, sus
     diferencias personales.

        Finalmente, está el caso del Dr. Joaquín Balaguer, cuya influencia políti-
     ca adquirió importancia tan sólo a partir de 1957, y terminó siendo el único
     intelectual con esa influencia durante los últimos cinco años del régimen y
     luego como presidente a partir de 1966. Su énfasis en la hispanidad, frente
     a los otros presidentes de América Latina en Guadalajara y Madrid, evi-
     dencia como parte de ese discurso de ayer perduró aún desaparecida la
     tiranía.

     Manuel Arturo Peña Batlle
       Peña Batlle es una figura trágica. Se le conoce esencialmente por lo que
     publicó entre 1941 y 1945, cuando la línea oficial trujillista era anti haitiana.

       Pero durante el gobierno de Horacio Vásquez escribió mucho sobre te-
     mas políticos, así como durante la ocupación militar norteamericana. Su
     primer artículo lo publicó en 1922 cuando apenas contaba con 20 años de
     edad. En 1930 tenía 28 años y murió en 1954 con apenas 52 años.

        Durante la ocupación fue nacionalista, favoreció la “pura y simple”, junto
     a Américo Lugo y Fabio Fiallo. Fue miembro fundador del Partido Nacio-
     nalista en 1924 y escribió muchos artículos entre 1922 y ese año. Se opuso a
     la convención de 1924 y fue perseguido y encarcelado. Con 23 años de edad
     viajó durante seis meses a Europa, regresando en 1926. Sin embargo, los
     nacionalistas pactaron y apoyaron la prolongación de Horacio Vásquez a
     partir de 1928. Fue miembro de la comisión fronteriza durante el gobierno
     de Horacio Vásquez y después de Emilio Morel es el dominicano que más
     artículos escribió durante ese gobierno, cuando tenía apenas entre 23 y 27
     años de edad.

       Entre 1930 y 1941 fue hostil a Trujillo, y en esa etapa casi no escribió
     nada. Doce días después del 23 de febrero de 1930 renunció de la comisión



24
fronteriza, pero luego recapacitó y se volvió a incorporar a ella. Vivió un
exilio interno. Mientras durante el gobierno de Horacio Vásquez escribió
un libro y 29 artículos, entre 1930 y 1934 apenas publicó un libro y seis ar-
tículos y éstos tenían que ver más bien con la intervención de 1916, sucesos
en el exterior y temas laborales.

    Hacia septiembre de 1934, Peña Batlle y su grupo seguían negociando el
asunto fronterizo con los haitianos. En febrero de 1935 se llegó en principio
a un acuerdo y poco tiempo después, para finalizar los detalles del diseño
de la “Carretera Internacional”, que delimitaría parte de la frontera, Tru-
jillo nombró nuevos miembros de la Comisión Delimitadora. Por primera
vez desde el ascenso de Trujillo al poder, Peña Batlle dejaba de ser miembro
de dicha comisión. ¿Qué había pasado? Pues simplemente ya Trujillo no
permitía que para él trabajasen desafectos. Peña Batlle era de los pocos
que, para esa época, había rehusado inscribirse en el Partido Dominicano.
La exclusión de Peña Batlle de la comisión coincidió con el descubrimiento
de un supuesto complot para asesinar a Trujillo que involucraba personali-
dades de la talla de Amadeo Barletta, Oscar Michelena y Juan Alfonseca. La
reacción de Trujillo fue la de sacar de la nómina gubernamental a los pocos
desafectos que quedaban. Se intensificó la presión contra estos grupos y el
25 de marzo Peña Batlle se inscribía en el Partido Dominicano.

   La represión en el mes de abril fue tal que Trujillo hasta ordenó el ase-
sinato en Nueva York del principal exilado de entonces: Ángel Morales.
Por equivocación fue asesinado Sergio Bencosme, su compañero de ha-
bitación. Se organizaron “mítines de desagravio” por el atentado contra
Trujillo. Peña Batlle hablaría en uno de ellos, tomando la palestra pública
por primera vez en cinco años. Dijo: “Desde que imperiosas e ineludibles
divergencias de concepto impusieron mi renuncia en el año 1926, del Par-
tido Nacionalista, yo dejé de ser un factor visible en la política militante;
después de esa época y hasta hoy, si bien es verdad que en el interregno mi
nombre ha estado asociado al desarrollo de algunos acontecimientos de
interés nacional, no es menos cierto que he vivido al margen de la lucha sin
transgredir mi consigna de no participar de las contingencias de la política
y de no turbar la tranquilidad de mi vida, que deseaba consagrar por entero
a la estructuración de mi hogar y a la observación imparcial y fecunda de



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Retrospectiva y perspectiva del
     pensamiento político dominicano




     nuestras deficiencias y de nuestras necesidades colectivas. Desde el año
     1926, yo no he sido, en el sentido preciso de la palabra, un político activo.
     De la política no espero ni deseo nada; antes que hombre de acción, soy
     hombre de pensamiento. Dentro de la tesitura y cuando todavía me encon-
     traba en el cumplimiento de imperiosas funciones oficiales, me sorprendió
     la llegada del General Trujillo al poder; entre él y yo no había mediado nin-
     guna circunstancia que me ligara ni a su política ni a su destino; creí pues
     lo más prudente, una vez clausuradas mis funciones, restituir a mi familia
     el calor de mi presencia y el fervor de mi cariño; así lo hice”.

        Luego agregaría: “De Trujillo me han interesado en sus cuatro años de
     administración el sentido francamente Nietzscheziano que ha impreso al
     gobierno y, como secuela, el hondo arraigo nacionalista con que ha des-
     envuelto sus gestiones de gobernante. Ni por inclinación, ni por tempe-
     ramento, ni por educación libresca, yo soy un Nietzscheziano del gobier-
     no, ni un nacionalista cerrado; pero después de haberlo pensado mucho,
     después de haber enfocado con reposos todos los aspectos de la situación
     me formé el criterio de que las contundentes necesidades del momento
     en que el General Trujillo advino al gobierno, tal vez no hubieran podido
     conjurarse con éxito dentro de la ideología que hasta entonces sostuvie-
     ron nuestros hombres de Estado, sino mediante la adopción de un sentido
     nuevo y extraordinario de gobierno que sólo un hombre singular, hubiese
     podido imponer. Ese hombre fue Trujillo. Comprendí sin esfuerzo que era
     necesario reprimir ambiciones para contemplar el paso de aquel hombre a
     quien las circunstancias mismas habían tomado de la mano para colocarlo
     a la cabeza de los dominicanos, en los precisos instantes en que la Repú-
     blica, frente al cuadro pavoroso de la crisis, necesitaba fuerzas supremas
     y energías inagotables. Oponerse a la trayectoria de esas fuerzas y de esas
     energías, hubiese sido insensato y lo es todavía. Por eso me inscribí, hace
     apenas quince días, en las nutridas listas del Partido Dominicano”.

        Peña Batlle sabía que no tenía ninguna coherencia defender o tratar de
     explicar, o justificar, a Trujillo fundamentándose en los valores de su ju-
     ventud, de su generación: el liberalismo hostosiano. A eso es a lo que se re-
     fiere Peña Batlle cuando menciona “la ideología que hasta entonces (1930)
     sostuvieron nuestros hombres de Estado”. Defender a Trujillo con las ideas



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positivistas tenía tan poco sentido como defender al comunismo con ideas
que no fuesen las de Marx o Lenin. Sólo con la aceptación intelectual de la
subversión de valores propugnada por el autor de “Así hablaba Zaratustra”
podía esa defensa ser consistente con la realidad política dominicana de
entonces. Cuando Peña Batlle pronunció esas palabras ¿era, en su fuero
interno, todavía un opositor al régimen? ¿Estaba el angustiado y atrapado
intelectual, en su intimidad, burlándose del régimen cuando describía al
gobierno de Trujillo como nietzsceniano, es decir parecido al régimen de
los “súper-hombres” que recientemente había surgido en Alemania? Los
acontecimientos de los próximos días indicarían que lo de Peña Batlle en
ese momento era una sutil burla al régimen, que posiblemente pocos cap-
taron, pues no entendieron que estaba atribuyendo a Trujillo los nuevos
valores que soplaban de la Europa de las dictaduras nacional-socialistas y
fascistas.

   Pero la presión política contra Peña Batlle continuó, como un reflejo de
los serios problemas que Trujillo tenía en esos momentos en Washington,
debido al apresamiento de Barletta. Ese incidente, así como el asesinato
de Bencosme, también había provocado mucha publicidad negativa contra
Trujillo en la prensa norteamericana. Para tratar de contrarrestarla, Truji-
llo inició una campaña buscando demostrar que era “democrático”. Parte
de la misma incluyó su anuncio de que no aceptaría la propuesta de que el
nombre de la capital fuese cambiado por el de Ciudad Trujillo. De inme-
diato “surgió” una campaña en la prensa dominicana por medio de la cual
personalidades dominicanas pedían a Trujillo que aceptara la sugerencia.
Todo era una comedia bien montada para tratar de demostrar a los norte-
americanos que Trujillo se vería obligado a aceptar el cambio de nombre,
debido a la presión de la “opinión pública” nacional. El único que se atrevió
a no seguir la corriente y que dos días después del “gesto de desprendi-
miento” de Trujillo escribió públicamente, felicitándolo por su decisión,
fue Peña Batlle. (“En sensacional artículo habla sobre el alto gesto del Pre-
sidente Trujillo el Lic. Peña Batlle”). Dijo que la “trasmutación de nombres,
sin agregar nada a la obra del presente, sólo contribuiría a interrumpir la
imponencia del pasado”. Jesús de Galíndez informa en su tesis que Peña
Batlle le había comentado en 1940 que ese atrevimiento suyo por poco le
costó la vida. La realidad fue que dio inicio a un período de seis largos años



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Retrospectiva y perspectiva del
     pensamiento político dominicano




     (julio 1935-septiembre 1941) durante los cuales el “exilio interno” de Peña
     Batlle fue más acentuado.

        Durante esos seis años no publicó un solo artículo sobre temas políticos
     y apenas dos sobre temas culturales y legales. En 1937 publicó un libro so-
     bre Enriquillo y en 1938 otro sobre las devastaciones de 1605-1606.

       Claudicó en 1941 coincidiendo con las ideas falangistas y precisamente
     en el momento que, por pleitos con Lescot, Trujillo ordena una línea oficial
     anti haitiana por primera vez en su régimen.

     Arturo Logroño
        Fue Canciller de Trujillo entre abril de 1933 y mayo del 1935, cuando
     cayó en desgracia por el incidente de Amadeo Barletta. Fue un destacado
     orador, con gran conocimiento de la retórica, pero sus discursos care-
     cían de sustancia. En 1934 publicó el libro “La primera administración del
     Generalísimo Trujillo Molina”, de 105 páginas. Es descriptivo sobre los
     progresos económicos durante ese período.

       En 1939 publicaría un folleto, “Centenario de Luperón”, de apenas ca-
     torce páginas. En su juventud había publicado un texto de historia patria.
     Murió en 1949.

       Es posible que en sus discursos aparezca alguna defensa inteligente so-
     bre el régimen de Trujillo, pero no consideramos que deba ser incluido con
     otras personalidades como Peña Batlle y Balaguer.

     Emilio Rodríguez Demorizi
        De los ciento treinta y tres libros que publicó este extremamente pro-
     lífico autor, apenas cinco tratan sobre el gobierno de Trujillo. Uno es una
     cronología sobre lo que hizo Trujillo casi cada día de su gobierno hasta
     1955; otro, de 1956, es una bibliografía temática sobre lo que se había escri-
     to sobre Trujillo. En adición de esos dos textos muy útiles para cualquier
     historiador, publicó un libro de apenas treinta y tres páginas en 1956 ti-
     tulado “Trujillo y Cordell Hull” y un discurso, “Trujillo y las aspiraciones
     dominicanas”, en 1957, año en que también publicó “De política domínico-
     americana”, otro discurso.


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De los 301 artículos que publicó en revistas y periódicos tan sólo tres
tratan sobre Trujillo: “Un año de gobierno. La obra culminante” (1943);
“Trujillo y la expresión de la gratitud nacional” (1955) y “Un libro para
gobernadores” (1960).

   Tal vez el comentario más importante hecho por Rodríguez Demorizi
sobre Trujillo está en su prólogo, escrito en 1954, a la obra de Peña Batlle
“Política de Trujillo”. Allí enfatizó “el multiforme avance del país, la pujan-
za de su economía, la liberalización de sus finanzas públicas, la victoria en
las luchas internacionales, la providencial solución de los problemas domí-
nico-haitianos y la activa, resoluta y ejemplar posición anti comunista”.

  Sin embargo, no creo que sus ideas en defensa de Trujillo tuviesen algu-
na originalidad o que puedan ser comparables con los aportes de Balaguer
y Peña Batlle.

Dr. Fabio A. Mota
  En 1936 publicó un folleto titulado “Neo-socialismo dominicano”, don-
de, después de aclarar que esa conferencia estaba inspirada en artículos
de Emilio A. Morel, dice que el gobierno de Trujillo representa “un neo-
socialismo nacionalista inspirado en el dominicanismo; como el nazi, en el
germánico puro, es un neo-socialismo”. Trujillo le dio acuse de recibo por
su folleto.

   En 1935 Mota había pronunciado los principales discursos de bienveni-
da al profesor Adolfo Meyer, representante del gobierno de Hitler, quien
visitaba el país. En 1939 Mota, en su obra “Prensa y tribuna” se refirió a
Trujillo como “el doctrinario del neosocialismo dominicanista”.

   Hasta 1939 Trujillo mantuvo relaciones abiertas con el régimen de Hit-
ler, incluyendo la presencia de un ministro. Auspició la creación del “Ins-
tituto Científico Domínico-Alemán” (1937-1939). En 1938 discutió un plan
de emigración de unos cuarenta mil alemanes arios al país, al tiempo que
el gobierno de Hitler se interesaba por los recursos mineros de República
Dominicana. También mantuvo a importantes dominicanos en cargos di-
plomáticos en Berlín, durante el régimen de Hitler.




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Retrospectiva y perspectiva del
     pensamiento político dominicano




        Sin embargo, una vez declarada la guerra en Europa los norteamericanos
     presionaron para la clausura del instituto, cuyo real objetivo era evaluar
     los recursos naturales del país. Siendo una dictadura como la de Hitler es
     obvio que Trujillo, quien hasta en un momento utilizó capotes como el del
     Hitler, emulara al líder nazista alemán. Ya antes, en 1933, el catedrático
     de derecho Leoncio Ramos había escrito un artículo en el “Listín Diario”,
     el cual el año siguiente fue reproducido por Joaquín Balaguer en su libro
     “Trujillo y su obra”, editado en Madrid, pero que no circuló en Santo Do-
     mingo, pues su edición fue destruida por el gobierno, donde dijo: “Si Italia
     le agradece su redención a Benito Mussolini, si Alemania fía su salvación en
     la energía y saber de Adolfo Hitler, si Estados Unidos presentan a la admi-
     ración del mundo la proeza administrativa de Franklyn Delano Roosevelt,
     el Generalísimo Rafael Leonidas Trujillo es y debe ser un auténtico motivo
     de orgullo para todos los dominicanos”. Rafael Estrella Ureña había sido
     ministro dominicano durante el gobierno de Horacio Vásquez en Roma y
     cuando retornó al país se declaró abiertamente simpatizante de Mussolini,
     tanto así que la marcha desde Santiago hacia la capital de 23 de febrero de
     1930 fue una copia de la marcha sobre Roma de Mussolini.

     Joaquín Balaguer
        Estando emparentado con la esposa de Trujillo en 1930, Balaguer fue de
     los oradores en su temprana campaña electoral de ese año y es probable
     que haya contribuido a la redacción del pronunciamiento de Estrella Ure-
     ña del 23 de febrero, el cual justifica el golpe de Estado como una forma
     de salvar al país del “naufragio económico” y “la bancarrota”, de la “dilapi-
     dación de recursos” por parte del gobierno de Horacio Vásquez, “la ruina
     del comercio”, el “estancamiento de la agricultura”, “la corrupción de las
     escuelas”, la “anarquía moral” y el “fraude en todos los sectores de la admi-
     nistración pública”. En contraste, Estrella Ureña prometía ofrecer al país
     la estabilidad económica, el sosiego moral y la protección que reclamaban
     el comercio y la industria.

        En 1934 publicó en Madrid el antes referido texto “Trujillo y su obra”,
     donde enfatizó como defensa de Trujillo la desaparición del caciquismo y
     el politiqueo a cambio del establecimiento de un gobierno que se dedicaba
     a administrar.


30
En 1944, con motivo del centenario, ganó un premio nacional que luego
publicaría en Argentina en 1947 bajo el título de “La realidad dominicana”.
Sería la única importante de sus obras que no editaría de nuevo después de
1966, aunque gran parte de la misma aparece en “La isla al revés”.

   Otra importante contribución a su defensa a Trujillo aparece en su carta
a directores de periódicos de Colombia en octubre de 1945; en su discurso
de entrada a la Academia Dominicana de la Historia. “El azar en el proceso
histórico dominicano”, donde describe que el país ha sido víctima de su
destino y de su mala suerte hasta la llegada de Trujillo. También en otro
discurso enfatizó la no alternabilidad en el poder, algo que él mismo pon-
dría en práctica, con mucha eficiencia, a partir de 1966.

Peña Batlle, Balaguer y el Anti-haitianismo
   De los argumentos de Peña Batlle y Balaguer defendiendo a Trujillo qui-
siera concentrarme hoy en los que ambos publicaron dentro de la línea ofi-
cial anti haitiana de 1942-1946.

   Ni antes, ni después durante su régimen de 31 años, fue utilizado el anti
haitianismo racista. Éste, pues, se debió a la enemistad personal del dic-
tador dominicano y no a una creencia arraigada de los políticos e intelec-
tuales dominicanos de la época. Tan sólo durante tres años y diez meses
duró esa política. Si se analiza la obra de Rodríguez Demorizi, que recoge
los artículos, libros y discursos durante los primeros 25 años del régimen
trujillista y donde éstos aparecen clasificados por temas, veremos que de
los abarcados bajo “Dominicanización de la frontera” suman 23 los publi-
cados entre los siete años del período de 1939 a 1945, de un total de 32 para
los veinticinco años. Bajo “Haití-Diversos” aparecen 10 entre 46. Tan sólo
la “Cuestión fronteriza” y el “Incidente fronterizo de 1937” contienen más
material fuera de esos siete años y es lógico, ya que la negociación de los
límites fronterizos y la matanza tuvieron lugar antes de ese período.

En orden cronológico, los textos anti haitianos del período fueron:

  1. El sentido de una política, de Manuel Arturo Peña Battle, de noviembre de
1942, dos meses después del decreto-ley de Lescot, prohibiendo el cruce de
braceros haitianos.



                                                                                 31
Retrospectiva y perspectiva del
     pensamiento político dominicano




       2. Las caricaturas del refugiado español José Olloza, (mayo 1943).

       3. El artículo de Tomás Hernández Franco, en el primer número de los
     “Cuadernos Dominicanos de Cultura” (septiembre 1943).

       4. Las cátedras de Carlos Sánchez y Sánchez (febrero 1944).

       5. La Realidad dominicana, de Joaquín Balaguer (febrero 1944). Publicado
     en 1947.

       6. La carta de Balaguer a la prensa colombiana (octubre 1945).

       7. La carta de Peña Battle a Manach (noviembre 1945).

       En El sentido de una política, Peña Battle enfatizó la inferioridad educacio-
     nal y racial de los haitianos, así como la alta tasa de crecimiento de su po-
     blación, por lo que no se les debería permitir que cruzasen la frontera.

       El artículo de Hernández Franco apoya a Peña Battle por su antes citado
     pronunciamiento, explicando por qué los haitianos se sentían impelidos a
     cruzar la frontera y las razones por las cuales no convenía su presencia.

        Sánchez y Sánchez también alude a la inferioridad racial del haitiano, su
     afán por no trabajar, es decir su pereza, y la alta tasa de crecimiento de su
     población. Propuso que emigrasen a África, bajo auspicio internacional.

        Joaquín Balaguer, en “La realidad dominicana”, hace un análisis histó-
     rico de las relaciones entre los dos países, aunque en ningún momento cita
     la matanza de 1937. Atribuye a Trujillo el haber dado carácter de nación a
     su país y defiende la dominicanización de la frontera, al impedir el paso de
     haitianos por ella. Enfatiza el rápido crecimiento de la población haitiana,
     debido a su bajo nivel de vida y cultura. Su exceso de población, unido a
     lo reducido de su territorio, amenazaba a los dominicanos. Tan sólo su
     desarrollo económico reduciría ese peligro. Critica el “vudú” y su popula-
     ridad del lado dominicano de la frontera antes del advenimiento de Trujillo
     al poder, lo que había puesto en peligro el tradicional catolicismo de los
     dominicanos. Considera al negro haitiano como “tarado”, sucio y lleno de
     enfermedades transmisibles, en contraste con los “blancos” dominicanos
     de Baní y Jánico.



32
Plantea que el haitiano es holgazán, a pesar de su resistencia física. Cri-
tica a los braceros por quitarles empleo a los dominicanos y considera que
en Haití existía un fuerte racismo. Si los dominicanos no actuaban, la isla
llegaría a estar controlada por los haitianos, sería “indivisible”, pues el más
prolífico absorbería al más débil. Alega que Trujillo logró impedir ese pe-
ligro y por eso los dominicanos podían subsistir como pueblo español y
cristiano. Cita que el principal problema dominicano lo era el de la raza.

  En su carta a la prensa colombiana, Balaguer explica que Trujillo era
necesario, porque sin su obra el país desaparecería como nación de origen
hispano y cristiano. Menciona lo pequeño del territorio haitiano, su gran
población y la gran fecundidad de la misma. El país se estuvo haitiani-
zando, el vudú se estuvo expandiendo y la moneda haitiana había reem-
plazado a la dominicana en los mercados. El campesino, influenciado por
los haitianos, había adoptado costumbres no cristianas, como las uniones
incestuosas, sobre todo cerca de la frontera. Lo ocurrido en 1937 había sido
una acción defensiva de los campesinos contra los robos. Trujillo tenía
que continuar en el poder para enfrentar el problema haitiano mientras
éste persistiese, para así garantizar la supervivencia de los dominicanos
como nación católica. Ese anti-haitianismo de Balaguer lo expresó en 1927
cuando apenas tenía 21 años de edad, en un artículo en el periódico “La
Información”, donde dijo:

   “Es menos alarmante, para la salud de la República, el soplo imperialista que nos
llega de Estados Unidos que el oleaje arrollador del funesto mar de Carbón que ruge, y
como león encadenado, en el círculo que opone a sus sueños de expansión la inmutabili-
dad legal de las fronteras.

   Hasta ahora sólo nos ha preocupado el imperialismo angloamericano. Pero el impe-
rialismo de Haití, irritante y ridículo, tenaz y pretencioso, conspira con mayor terque-
dad contra la subsistencia de nuestro edificio nacional, digno, sin duda, de más sólida y
firme arquitectura…

   …Somos pueblos vecinos pero no pueblos hermanos. Cien codos por encima de la ve-
cindad geográfica se levantan la disparidad de origen y los caracteres resueltamente
antinómicos que nos separan en las relaciones de la cultura y en las vindicaciones de la
Historia.



                                                                                            33
Retrospectiva y perspectiva del
     pensamiento político dominicano




        De ahí que no creemos en la mentirosa confraternidad domínico-haitiana. En el Pa-
     lacio Presidencial de Haití han habitado y habitan los peores enemigos de la viabilidad
     de nuestro ideal republicano…

        …Pero contra el imperialismo haitiano, lo que necesitamos es realizar una completa y
     científica colonización del litoral fronterizo y establecer el servicio militar obligatorio
     para que cada ciudadano pueda ser un baluarte desde cuyas almenas se alce la bandera
     de la República desplegada a todos los vientos por la grandes del derecho armado”.

        En su carta a Manach, Peña Battle le explica que debido al problema hai-
     tiano la República Dominicana no podía darse el lujo de tener un gobierno
     democrático. También cita el gran tamaño de la población haitiana y su
     alto crecimiento dentro de un pequeño territorio, sin capa vegetal.

       Nótese cómo, con excepción de la sugerencia de Sánchez y Sánchez de
     una emigración a África bajo auspicio internacional, los antes citados tex-
     tos son bastante homogéneos en su análisis y también en sus prejuicios.
     Era la “línea oficial” típica de una dictadura. Esos argumentos son difíciles
     de encontrar en los textos de intelectuales y políticos dominicanos entre
     1864 y 1929, período durante el cual, con excepciones, existió bastante li-
     bertad de expresión.

     La línea oficial abarca la literatura
        El tema haitiano estuvo sorprendentemente ausente en la literatura do-
     minicana previo al régimen de Trujillo. Como tema principal, en la nove-
     lística dominicana, no aparece, a pesar de que los dos países comparten
     una misma pequeña isla. Sin embargo, durante el período anti haitiano
     de Trujillo algunas novelas dominicanas también adoptaron la línea oficial
     anti haitiana.

        Caonex (Argentina, 1949) del diplomático J. M. Sanz Lajara refleja la línea
     propagandística de Trujillo sobre Haití. Compay Chano (1949), de Miguel
     Alberto Román, está llena de insultos contra Haití y es pura propaganda
     trujillista, pues describe a los haitianos como salvajes, comedores de niños
     y una tribu de antropoides. La matanza de esa “masa negra” fue un acto de
     hateros defendiendo su tierra. En Trementina, clerén y bongó (1943), de Julio




34
González Herrera, Trujillo es el que salva al país del peligro haitiano. Los
dominicanos necesitaban a un hombre fuerte para enfrentar a Haití. El
autor también defiende la matanza.

   Después de Lescot abandonar el poder, la literatura dominicana durante
el régimen de Trujillo, y también después de desaparecido éste, abandonó
el tema anti haitiano.

El “problema haitiano” visto en restropectiva
  Sesenta y cuatro años después de la política anti haitiana de Trujillo, es
útil comparar las bases de su sustento ideológico de entonces con la reali-
dad de hoy día.

   1. LAS PROYECCIONES DEMOGRÁFICAS. Joaquín Balaguer en La
realidad dominicana cita que la población haitiana de aquella época era de
unos tres millones en comparación con los 1.9 millones de dominicanos,
es decir que la haitiana excedía la dominicana en un 58%. Dada la mayor
fecundidad de los haitianos, Balaguer preveía que la diferencia entre las
dos poblaciones sería cada vez mayor, constituyendo una gran amenaza
para los dominicanos.

   Sin embargo, hoy día la cantidad de dominicanos y haitianos residentes
en sus respectivas naciones, es probablemente la misma, alrededor de nue-
ve millones en cada país. La mucho mayor mortalidad infantil en Haití y
la debilidad de sus servicios de salud explica el error en las proyecciones
demográficas de los antihaitianos de la década de los años cuarenta del
siglo pasado.

   2. LA NECESIDAD DE UN DICTADOR DOMINICANO. La ne-
cesidad de un dictador como Trujillo fue justificada como imprescindible
para enfrentar la presión migratoria haitiana. Trujillo desapareció en 1961,
pero en ese entonces existía en Haití la dictadura de los Duvalier, la cual
persistió hasta 1986. Durante esos veinticinco años, un cuarto de siglo de
democracia en la República Dominicana, la migración haitiana fue mínima,
ya que los militares de los Duvalier se ocupaban de impedir su paso por
la frontera. Consecuentemente, no fue necesario un dictador dominicano
para enfrentar el problema, tan sólo se requería de una dictadura en Haití.


                                                                               35
Retrospectiva y perspectiva del
     pensamiento político dominicano




        3. EL EFECTO DE LA MIGRACIÓN HAITIANA SOBRE LA RE-
     LIGIÓN Y LA HISPANIDAD. Desaparecida la dictadura de los Duva-
     lier, en Haití ha surgido un período de extrema inestabilidad política que
     ha provocado un gran éxodo de haitianos hacia la República Dominicana.
     Nosotros estimamos que hoy día un 15% de la población de la República
     Dominicana está constituido por haitianos, o por descendientes de hai-
     tianos y está repartida por todo el país. Sin embargo, los dominicanos ni
     practican el “vudú”, ni hablan creole. Todo lo contrario, el haitiano trata
     rápidamente de aprender el español y, según encuestas recientes hechas
     entre la población haitiana residente en el país, casi todos son cristianos,
     aunque no necesariamente católicos y practican su religión. Por otro lado,
     aproximadamente un 15% de los dominicanos son cristianos no católicos,
     pero ese cambio no ha sido el resultado de la gran migración haitiana.
     “El impacto negativo de la presencia de tantos haitianos en la
     República Dominicana de hoy día es, pues, de carácter económico,
     no cultural. Sin embargo, el gobierno dominicano no somete a la
     justicia a ningún patrono por emplear haitianos indocumentados y
     cuando el gobierno deporta haitianos los productores agrícolas se
     quejan. Ese real peligro nunca fue citado por los anti haitianos de
     la dictadura y no lo podían citar si los declaraban ‘holgazanes’ ”.

        4. LA NECESIDAD DE DOMINICANIZAR LA FRONTERA. Truji-
     llo construyó muchas obras en la frontera, llevó allí a muchos dominicanos
     y también a sacerdotes católicos extranjeros, bajo la premisa de que esa po-
     blación y esas obras servirían como un impedimento a la penetración hai-
     tiana. En retrospectiva, nos hemos dado cuenta de que la gran migración
     ilegal de Haití ha ocurrido por la frontera misma y a pesar de esa presencia
     de dominicanos. En otras fronteras, como la de Estados Unidos y México,
     los norteamericanos no han pensado en “americanizar” su frontera y más
     bien han optado por construir obstáculos físicos para impedir el cruce ile-
     gal, no barreras culturales. Costa Rica tampoco ha pensado que la forma
     de impedir la gran migración indocumentada de nicaragüenses es llevando
     a sus ciudadanos a vivir a la frontera. Es más, no conocemos de un país que
     haya logrado reducir la migración poblando la frontera.

      5. LA PROMOCIÓN DE UNA MIGRACIÓN HAITIANA HACIA
     ÁFRICA. Unos cinco años después de surgir los textos anti haitianos de



36
la época trujillista, se inició un proceso de emigración en todo el Caribe
y que todavía persiste. Un 10% de la población de las islas más grandes,
Cuba y La Española ya vive fuera de sus países. Un 10% de los dominicanos
y un 10% de los haitianos residen fuera de su patria. En las islas más pe-
queñas, las angloparlantes, esa proporción es mucho mayor llegando hasta
un 35% en algunas de ellas. En Puerto Rico también se dio una emigración
masiva en la década de los cincuenta. Ese 10% de la población haitiana se
ha trasladado principalmente a Canadá, Estados Unidos y sobre todo a la
República Dominicana. Muchos dominicanos arriesgan su vida tratando
de cruzar el Canal de La Mona y lo mismo hacen haitianos que tratan de
llegar a La Florida. Por eso, los guardacostas norteamericanos han coloca-
do a la isla La Española “entre paréntesis” ubicando barcos en el Canal de
La Mona y en el de Los Vientos, para impedir el éxodo hacia el territorio
norteamericano de haitianos y dominicanos, por lo que hoy día práctica-
mente la única opción que tiene el haitiano que quiere emigrar es cruzar
la frontera dominicana, para quedarse allí o seguir hacia Puerto Rico o Do-
minicana. Una población importante de haitianos vive en Surinam y en
la Guayana Francesa, lugares que son los que más pudieran parecerse al
África sugerida por Sánchez y Sánchez.

  6. EL HAITIANO COMO HOLGAZÁN. Los textos anti haitianos
de la época de Trujillo citan que el haitiano es un holgazán, a quien no le
gusta trabajar. En 1990 el autor de este libro, en una conferencia ante la
Asociación de Jóvenes Empresarios (ANJE) fue el primero en denunciar
como la nueva gran presencia de haitianos en la República Dominicana,
todos trabajando con mucho vigor en la recolección de cosechas de café,
cacao, arroz, en la industria de la construcción y en el comercio informal,
creaba una presión para que los salarios no aumentasen en la República
Dominicana, se pospusiese la mecanización agrícola y empeorase la distri-
bución del ingreso. Dije: “Yo, por lo menos, considero que a la República
Dominicana no le conviene la presencia de esa mano de obra y que, con la
ayuda de organismos de las Naciones Unidas, se debería promover una re-
patriación pacífica y civilizada de los haitianos que estén ilegalmente en mi
país. Mis argumentos se basan en razones puramente políticas, económi-
cas y morales y no reflejan los prejuicios de tipo racial y social de nuestras
generaciones pasadas... Desde el punto de vista económico, la presencia



                                                                                 37
Retrospectiva y perspectiva del
     pensamiento político dominicano




     haitiana retrasa la transformación de la economía, mantiene esquemas de
     producción que deberían ir siendo sustituidos más rápidamente y detiene
     el crecimiento de los salarios reales. Publicaciones posteriores del Banco
     Mundial confirman esa aseveración nuestra en lo relativo al empeoramien-
     to en la distribución del ingreso. El impacto negativo de la presencia de
     tantos haitianos en la República Dominicana de hoy día es, pues, de carác-
     ter económico, no cultural. Sin embargo, el gobierno dominicano no some-
     te a la justicia a ningún patrono por emplear haitianos indocumentados y
     cuando el gobierno deporta haitianos los productores agrícolas se quejan.
     Ese real peligro nunca fue citado por los anti haitianos de la dictadura y
     no lo podían citar si los declaraban “holgazanes”. Otro efecto negativo sí
     fue mencionado por ellos y es el de la transmisión de enfermedades. La
     malaria, por ejemplo, fue eliminada durante la Era de Trujillo y ahora ha
     resurgido, traída por los inmigrantes haitianos.

       7. EL IMPACTO DE LA MONEDA HAITIANA. Los escritores anti
     haitianos antes citados planteaban que el gourde había sustituido a la mo-
     neda dominicana en los mercados, antes de la llegada al poder de Trujillo.
     Hoy día, a pesar de tantos haitianos en territorio dominicano y también a
     pesar de Haití haberse convertido en el segundo mercado más importante
     de exportación para la República Dominicana, superado tan sólo por el
     norteamericano, el gourde prácticamente no circula en el país.

       8. EL PELIGRO DE QUE LA REPÚBLICA DOMINICANA DE-
     SAPARECIERA COMO NACIÓN. Si la República Dominicana no con-
     tase con Trujillo los haitianos entrarían en masa al país y el país desapare-
     cería como nación. Ese fue uno de los principales argumentos de los anti
     haitianos de la Era. Hoy día, sin embargo, es Haití el país que es considera-
     do un “estado fallido” y que requiere de tutela internacional. Varios miles
     de soldados chilenos, argentinos y de varias docenas de otros países están
     en Haití bajo la sombrilla de las Naciones Unidas. Más bien podría decirse
     que el país que corre el peligro de desaparecer como nación es Haití, no la
     República Dominicana.




38
Las raíces ideológicas
de la dictadura de
Trujillo y su proceso
de resurrección                                                   Franklin Franco
“Trujillo, en consecuencia, aparece en la concepción de los ideólogos de
su régimen como el padre, el guía, el Mesías salvador de su pueblo; un
nuevo ‘Jesús’, pero con uniforme de gendarme.Anteriormente, refiere el
mismo Peña Batlle, ‘el país vivió porque la mano de la Providencia lo
sostuvo en medio de su catástrofe y porque esa mano invisible parece
velar misteriosamente sobre su suerte azarosa’ ”.

Introducción
  En los últimos cinco años se han publicado en nuestro país cerca de
veinte obras que tienen como tema central la “Era de Trujillo”. Si bien en
su mayor parte estos textos recogen ensayos de carácter historiográficos,
también hay novelas, recopilaciones de cuentos y hasta narraciones ane-
cdóticas, etc.

  Y lo que es más significativo: algunas de esas obras, por cierto, de escaso
valor científico o literario, han obtenido premios nacionales.

  La información anterior delata la importancia que registra en nuestra
historia la dictadura de Trujillo. Pero sí a lo ya señalado añadimos que no
pocas de tales obras contienen concepciones apologéticas sobre el tirano y
su régimen despótico, no es atrevido sostener que muchas de esas publica-
ciones forman parte de una peligrosa campaña de manipulación ideológica
dañina para la vida política presente y futura de los dominicanos.

  Los anteriores párrafos explican las razones que me inclinaron, cuando
recibí la invitación para participar en este importante evento, a dedicar mi
intervención al examen, aunque resumido, del aspecto ideológico de aquel
funesto gobierno, cuyas consecuencias no terminamos de superar y, tam-
bién, a intentar una explicación sobre la peligrosa política de resurrección


                                                                                    39
Retrospectiva y perspectiva del
     pensamiento político dominicano




     de la ideología trujillista y la rehabilitación de la figura central de la satra-
     pía que gobernó nuestra nación durante treinta años, campaña que han
     desarrollado con éxito los abogados del olvido y la impunidad.

                                             -I-

        Los dominicanos no conocieron durante casi un siglo de vida indepen-
     diente la existencia de partidos organizados. La conformación, en cambio,
     de grupos políticos sin programa ni estatutos que giraban en torno a la
     influencia de un jefe o caudillo nacional, quien a su vez basaba su poder en
     una estrecha red de influencias personales económicas y familiares que se
     extendía por casi todo el territorio nacional, fue lo común.

        El primer esfuerzo dirigido a crear una organización política partidaria
     moderna se efectuó durante la crisis de septiembre-octubre-noviembre de
     1916, antes de la primera intervención militar norteamericana, a petición
     del presidente provisional de la República, don Francisco Henríquez y
     Carvajal, momento en que se realizó un intento de forjar un gran partido
     unitario. Más tarde surgió en 1924 con programa político y estatutos, el
     Partido Nacionalista, que organizó Américo Lugo; pero su existencia fue
     efímera; apenas duró algunos años.



40
Otros esfuerzos surgieron durante las elecciones de 1924 que ganó el
caudillo Horacio Vásquez, pero no fue sino en 1931 cuando verdaderamen-
te se estructuró, siguiendo el ordenamiento del estilo moderno, el primer
partido con lineamientos programáticos y estatutarios definidos en nues-
tro país: El Partido Dominicano, fundado por Trujillo y sus intelectuales;
agrupamiento que copió casi textualmente, pero sólo momentáneamente
y con fines exclusivamente electorales, la declaración de principios del
Partido Nacionalista fundado por Lugo. Ese detalle constituye una prueba
evidente del atraso político del país, y de la indigencia mental de los gru-
pos económicamente poderosos, dueños del poder desde la fundación de
la República en 1844.

   Desde el punto de vista ideológico, el régimen de Trujillo elaboró un sis-
tema armónico que se constituyó en la guía que le orientó, pero los plantea-
mientos claves que justificaron esa dictadura, como veremos, aparecieron
en nuestra realidad mucho antes, y resumen las ideas tradicionales de la
oligarquía dominicana.

   El advenimiento de ese gobierno, firmemente afianzado en una solida or-
ganización militar fue además algo reclamado insistentemente por la gran
generalidad de los ideólogos de esa misma oligarquía, quienes, sacudidos
por las frecuentes crisis que padeció la República, anhelaron siempre el
establecimiento de un régimen fuerte que impusiera orden en el país, que
permitiera el disfrute tranquilo de sus tierras y negocios y al mismo tiempo
la explotación de los trabajadores del campo y la ciudad.

   En 1929, un año antes del advenimiento de la dictadura de Trujillo, por
ejemplo, Federico C. Álvarez, uno de los pilares del grupo oligárquico de
Santiago, en su ensayo: “Ideología política del pueblo dominicano” sos-
tenía que los dominicanos mantenían la ilusión de que encontrarían “el
amo, un buen déspota que realice por si solo todos los anhelos de justicia,
libertad y prosperidad”.

  Por todo ello hay que entender que la breve oposición a la dictadura, de
parte de la oligarquía durante los primeros años, obedeció más a diferencias
de cuestiones de mando y de usufructo del poder que a causas ideológicas.
La oligarquía anhelaba un régimen fuerte, pero en manos de un miembro



                                                                                41
Retrospectiva y perspectiva del
     pensamiento político dominicano




     de su grupo y no de un advenedizo como Trujillo. Oportuno es señalar,
     en tal sentido, que la mayor parte de las críticas hechas a su régimen en
     los primeros momentos, se basaban más bien en la procedencia social de
     Trujillo y no en su pasado inmediato que permitía identificarlo como un
     gendarme brutal al servicio de los interventores norteamericanos.

        Esta unidad ideológica del nuevo régimen con los ideales de los conser-
     vadores, que veremos con mayores detalles más adelante, explica a su vez,
     primero, la brevedad de la oposición de la oligarquía a Trujillo, y segundo,
     la masiva integración de este sector social, el cual, al cabo de poco tiempo,
     asumió las principales funciones públicas, llenando con su prestigio social
     los altos cargos burocráticos.

                                           -II-

         La República Dominicana, en la interpretación de los ideólogos de Tru-
     jillo, no estaba adecuada a la forma civilizada de vida democrática. Por ello
     “los métodos de disciplina, si se quiere exagerados, son imprescindibles en
     el vivir de los dominicanos” (Peña Battle, “Política de Trujillo”, Pág. 86, Co-
     lección Trujillo, Sto. Dgo. 1944). De ahí la necesidad de un régimen fuerte,
     que imponga orden.

        “La democracia dominicana”, –en consecuencia– “debe ser una demo-
     cracia suigéneris. Y ello así, porque la democracia, como la entienden y la
     ejecutan algunos países, es lujo que no podemos gastarnos nosotros” (J.
     Balaguer, “El pensamiento vivo de Trujillo”. Pág. 4, Col. Trujillo, 1944).

        Todo nuevo sistema ideológico aparece luego de un largo período de ges-
     tación, y su final consolidación obedece a profundos virajes históricos. En
     pocas palabras, es la consecuencia natural del surgimiento paulatino de
     fuerzas emergentes en el orden económico, social y político en la palestra
     de la historia que un día irrumpen en forma explosiva, casi siempre violen-
     ta. Por tales motivos, puesto que el advenimiento de Trujillo no significó
     ningún cambio en el orden económico-social del país, el sistema teórico
     que le sirvió de base registró la continuidad de las viejas elaboraciones del
     pensamiento de la oligarquía dominicana.




42
Por esa razón la visión de la historia nacional elaborada por los principa-
les pensadores de este reducido, pero influyente grupo de intelectuales que
acompañó a Trujillo a partir de 1930, al igual y como ya habían expresado
otros pensadores de la oligarquía, la dominicana refleja ser una historia
azarosa y maldita.

  Con anterioridad al establecimiento del gobierno de Trujillo, sostiene
Fabio A. Mota: “Solo se nos vio apandillados para cohibir tentativas no-
bles, o para menoscabar bien reputados merecimientos personales, o para
derruir todo cuanto erigió la nobleza. Todo el mundo sabe aquí que de esa
saña no escaparon ni siquiera los creadores de la patria, cuya gloria hemos
puesto públicamente en tela de juicio”.

   El propio Trujillo, en uno de sus discursos (escrito por uno de sus inte-
lectuales), explica en estos términos la vida del país en los últimos años:

   “Durante más de medio siglo, nuestro pueblo vio detenerse para él la
marcha del progreso. Varias generaciones de dominicanos no conocieron
sino el estupor de su inútil sacrificio, y el resultado se tradujo en una des-
confianza general que hacía imposible todo esfuerzo de rehabilitación. La
imposibilidad de gobernar no era, pues, un problema material susceptible
de ser abordado con medidas exteriores, sino que tenía el carácter de una
profunda dolencia moral que afectaba la psicología de nuestro pueblo. Y no
fue sino en estas circunstancias como hube de asumir el poder, por primera
vez, en agosto de 1930”.

   En tales circunstancias, lo que llamó más poderosamente mi atención
fueron las inexplicables disensiones que dividían a la familia nacional. La
desconfianza y la duda habían hecho de nuestro pueblo un complejo labe-
rinto de pasiones sobre el cual resplandecía, a veces, la luz de una espe-
ranza que apagaba de continuo el torbellino de las más desmedidas y más
torpes ambiciones” (Trujillo. “Discurso en 1938: Joaquín Balaguer, en el
pensamiento vivo de Trujillo”, Pág. 89, Colección Trujillo, 1944).

  Fue esa visión catastrófica sobre la historia dominicana la que permitió
construir el gobierno de “mano dura” de Trujillo justificado, además, con
argumentos providenciales. Por ese motivo para los intelectuales de ese




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Retrospectiva y perspectiva del
     pensamiento político dominicano




     régimen, la historia dominicana se divide en antes y después de 1930; es
     decir, antes y después del “Jefe”. Sólo a partir de esta última fecha, “esto es,
     después de cuatrocientos treinta y ocho años del Descubrimiento –expresa
     Balaguer–, es cuando el pueblo dominicano deja de ser asistido exclusi-
     vamente por Dios para serlo igualmente por una mano que parece tocada
     desde un principio de una especie de predestinación divina: la mano provi-
     dencial de Trujillo” (15). (“Dios y Trujillo”. Discurso de Balaguer. Abelardo
     R. Nanita. Biografía de Trujillo. Pág. 58, S. D. 1950).

         Y en ese mismo orden, Peña Batlle sostiene: “En la personalidad de Tru-
     jillo y en el sentido de su obra hay la acumulación de fuerzas trascendenta-
     les, casi cósmicas, destinadas a satisfacer mandatos ineluctables de la con-
     ciencia nacional”. “Trujillo –continúa el citado autor– nació para cumplir
     un destino inminente, imponderable, fuera de toda previsión sentimental”.
     (Abelardo R. Nanita. “Biografía de Trujillo”, Pág. 59, S. D. 1950).

        Trujillo, en consecuencia, aparece en la concepción de los ideólogos de
     su régimen, como el padre, el guía, el Mesías salvador de su pueblo; un
     nuevo “Jesús”, pero con uniforme de gendarme. Anteriormente, refiere el
     mismo Peña Batlle, “el país vivió porque la mano de la Providencia lo sos-
     tuvo en medio de su catástrofe y porque esa mano invisible parece velar
     misteriosamente sobre su suerte azarosa”. Pero ahora –continúa nuestro
     citado autor–, “es cuando por primera vez interviene una voluntad, ague-
     rrida, enérgica, que secunda la marcha de la República hacia la plenitud de
     su destino, la acción tutelar y bienhechora de Trujillo” (Peña Batlle, 	
     “Política de Trujillo”, Pág. 96. Col. Trujillo. 1944).

       Con tales concepciones a cuestas, todos los mecanismos de propaganda
     del Estado fueron utilizados sistemáticamente por los intelectuales de la
     dictadura para enchufar en la mente de todo el pueblo esta visión casi teo-
     crática sobre el nuevo tirano y su dictadura.

        Debemos señalar que el régimen puso marcado énfasis en introducir tales
     ideas en la educación nacional. Para tales fines fueron elaborados manuales
     oficiales de historia y de educación cívica para la enseñanza nacional en sus
     tres niveles. En uno de estos manuales, el más difundido, aparecen estos
     criterios dirigidos a caracterizar a los opositores:



44
“Deben ver en cada revolucionario un enemigo de tu vida y de tus bienes”.

   “Si por tu casa pasa un hombre que quiere alterar el orden, hazlo preso:
es el peor de los malhechores. El criminal está en la cárcel, ha matado a un
hombre o se ha robado alguna cosa. El revolucionario quiere matar a todos
los que pueda y cogerse todo lo que encuentra, lo tuyo y lo de tus vecinos;
ese es tu peor enemigo”. Este decálogo llegó, incluso, a ser usado en las
escuelas primarias como material obligatorio de lectura.

                                      -III-

  El aparato ideológico de Trujillo, forjado en gran parte, como hemos
expresado, con viejas elaboraciones de la intelectualidad de la oligarquía
nacional, no permaneció estático. Si bien determinadas ideas nunca fueron
modificadas, como la del culto a su personalidad y el providencialismo, al-
gunas situaciones políticas externas influyeron en varias oportunidades,
contribuyendo a modificaciones de matices.

   Por ejemplo, durante la Segunda Guerra Mundial, los primeros avan-
ces de las fuerzas alemanas hicieron pensar a muchos de los ideólogos de
la dictadura en la posibilidad del triunfo del fascismo. Por esta razón los
intelectuales trujillistas trataron de adecuar su sistema ideológico a esta
realidad; naturalmente, sin olvidar principios básicos que tenían como
epicentro la exaltación forzosa de la personalidad de Trujillo. Se inicia así
el período fascistoides de la ideología trujillista. El jefe entonces deviene
en “doctrinario del neosocialismo dominicanista”, al decir de Fabio Mota,
uno de los primeros ideólogos del extraño fascismo dominicano (Prensa y
Tribuna, pág. 122). En “sus elocuentes discursos –declara Mota refiriéndose
a Trujillo– que son la historia de esta luminosa reconstrucción, se encuen-
tran los principios básicos de esta orientación”, en los cuales se presenta la
ciencia del gobierno en tres aspectos urgentes:

  “Política de Estructuración de la Entidad Pueblo”

  “Política de Educación Cooperativista”

  “Política de Profilaxis Social y de Eugenesia”.

  Pero tales criterios constituyen más bien un escamoteo teórico frente



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Retrospectiva y perspectiva del
     pensamiento político dominicano




     a la posibilidad del triunfo del fascismo en aquella guerra. En tal virtud
     dada la prontitud con que pasaron estas quimeras, cuando el avance de la
     fuerza alemana comienza a ser frenado en Europa y África a partir de 1941
     por los aliados encabezados en aquellas regiones por Inglaterra y Estados
     Unidos, Peña Batlle, “el más sagaz y decidido interprete de las ideas políti-
     cas de Trujillo”, según lo calificó Rodríguez Demorizi, en lo que parece ser
     un llamado al orden, oportunamente recuerda a todos sus compañeros, y
     naturalmente a Trujillo, que: “La suerte de nuestra nacionalidad está fatal
     e indisolublemente ligada a la de nuestra vecina del norte; los caminos de
     su éxito son los del nuestro, las rutas de su caída han de ser también la de
     la nuestra”.

        El mismo fenómeno de adecuación ideológica según las conveniencias ocu-
     rrió años después, al final del mismo conflicto bélico. En este momento, la
     decisiva participación de la Unión Soviética dio pie, no solo a una seudolibe-
     ración momentánea del régimen, sino a su vez permitió otras modificaciones
     ideológicas, pero en dirección totalmente opuesta. En esta ocasión, el propio
     Trujillo en discurso escrito al parecer por el propio Peña Batlle, se encargó de
     introducirlas: “Nuestro país ofrece hoy una de las más avanzadas legislaciones
     de América, que ensancha sus proyecciones en lo social hacia principios socia-
     lizantes”. (J. Almoina. Yo fui Secretario de Trujillo. Pág. 142).

        Y más adelante, en 1946, cuando por primera vez se organiza un partido
     de tendencia comunista, al ver el ímpetu que va tomando la ola opositora,
     el “Jefe” declara:

        “Es bueno que repitamos el pensamiento de uno de los más eminentes
     tratadistas del socialismo moderno. El ideal del socialismo es grandioso y
     noble y yo estoy convencido de que su realización es posible; pero ese tipo
     de sociedad no puede fabricarse; tiene que crecer. La sociedad es un orga-
     nismo, no una máquina. Me parece, señores, que la República ha entrado
     en un alto clima de civilidad y que a lo largo de mi gobierno he demostrado
     que no solo sé desear, sino lograr que mi pueblo sea plenamente feliz. Em-
     pero yo columbro ya las doradas luces del porvenir. Hacia él he dirigido a
     la Nación Dominicana” (Almoina, obra citada. Pág. 302).

       Pero esas poses progresistas fueron abandonadas inmediatamente. Es-
     tados Unidos decretó en 1947 el inicio de la “Guerra Fría”, momento en que



46
el régimen retornó a su política anticomunista y terrorista con el inmediato
apresamiento y asesinato de los principales líderes de las organizaciones
Juventud Democrática y el Partido Socialista Popular. De la bárbara cam-
paña de aquellos día apenas una docena de los dirigentes comunistas logró
escapar y salvar la vida mediante el asilamiento en varias embajadas lati-
noamericanas.

   Sin embargo, en 1960, ya casi en el ocaso de la dictadura a causa del
brusco cambio registrado en la política exterior norteamericana, y en con-
secuencia, del retiro del apoyo de Estados Unidos a Trujillo, a causa del
tremendo impacto que originó en todo el continente la llegada al poder de
Fidel Castro y su Revolución Cubana, hechos que determinaron localmen-
te el crecimiento de la oposición en el seno de la juventud y de la jugada
maestra de la Iglesia reclamándole al gobierno respeto a los derechos hu-
manos, el dictador intentó de nuevo retornar a la mascarada “progresista
y socialista”, tratando, incluso, de establecer relaciones diplomáticas con
la Unión Soviética y creando aquí una emisora de radio “fidelista”, Radio
Caribe, un pequeño grupo parlamentario izquierdista e iniciando con sus
medios informativos una campaña terrible contra sus antiguos protecto-
res: los norteamericanos y El Vaticano.

                                     -IV-

  Dentro del marco ideológico de la dictadura, podemos encontrar otros
aspectos no inherentes exclusivamente a su sistema particular de gobierno
y que expresan de manera más pura la continuidad del sistema general de
creencias de la oligarquía dominicana en nuestra sociedad.

   La continua vigencia de tales ideas en el seno del pueblo, reiteramos, ha
sido la consecuencia de la sistemática campaña de tergiversación de la his-
toria del país, proceso que se origina en la primera mitad del siglo XIX.

  Los aspectos ideológicos de la dictadura, que quiero resaltar ahora, es-
tán estrechamente vinculados entre sí y son los siguientes:

  1.- La exaltación de la cultura hispánica y todo lo español en la formación
de la nación dominicana.




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Retrospectiva y perspectiva del
     pensamiento político dominicano




       2.- El prejuicio racial expresado bajo el camuflaje de un nacionalismo
     antihaitiano.
       La exaltación de los valores hispánicos fue una herencia procedente del
     pensamiento oligárquico recogida con toda fidelidad por el sistema ideo-
     lógico del trujillato. Incluso, desde el punto de vista personal, Trujillo in-
     tentó buscar su ascendencia española, al tiempo que mantenía permanen-
     temente una intensa campaña de propaganda dirigida a mostrar la unidad
     cultural entre nuestro país y su vieja metrópolis.
      He aquí, por ejemplo y en pocas líneas, la interpretación oficial del régi-
     men sobre la Independencia Nacional.
        Nuestra guerra de Liberación, iniciada de hecho en este Baluarte en el
     año de 1844 y continuada con arrojo sin igual hasta el año 1856, respondió
     a una doble finalidad:
        La de alcanzar nuestra independencia y consolidar la vida de la Repú-
     blica y la de defender los valores espirituales de la cultura hispánica” (31)
     (Discurso de Trujillo ante el Altar de la Patria, en el Centenario de la Inde-
     pendencia. Febrero de 1944. Balaguer, obra citada, pág. 99).
        El otro aspecto que tenemos que considerar, aunque sea brevemente, y
     que está estrechamente ligado al anterior, es el prejuicio racial. Ese este-
     reotipo surgido en América durante la época colonial, para justificar la
     esclavitud del negro, tiene en nuestro caso elementos que renovados, como
     lo fue la interpretación antojadiza de la historia nacional, y se constituyó
     en norte y guía del pensamiento atrasado de la oligarquía.
       Pero hay que apuntar, ante todo, que dicho prejuicio no se expresó aquí
     de manera abierta, como generalmente se manifestó en otras sociedades,
     como en Norteamérica, sino de manera velada e hipócrita.
       La intelectualidad de la oligarquía, como hemos dicho, manipuló la
     historia escrita del país, y sobre la base de las diferencias surgidas en el
     curso de la Independencia Nacional entre nuestro país y Haití, levantó un
     profundo sentimiento antihaitiano camuflado como nacionalismo (*), es-


     *- Los dominicanos alcanzaron su independencia en 1844, después de 22 años
     de integración a la República de Haití, nación integrada mayoritariamente por
     descendientes de africanos, hecho que permitió a la oligarquía dominicana levantar
     concepciones “nacionalistas” antihaitianas racistas.


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  • 1.
  • 2.
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  • 4.
  • 6. RETROSPECTIVA Y PERSPECTIVA DEL PENSAMIENTO POLÍTICO DOMINICANO Producción general: Dirección de Información, Prensa y Publicidad de la Presidencia Diseño y diagramación: ERAS Diseño Gráfico Impresión: Editora Corripio ISBN: 978-99458721-0-1 Santo Domingo, diciembre de 2009. Todos los derechos de la obra están reservados. Queda prohibida su reproducción total o parcial, sea por medios mecánicos o electrónicos, sin la debida autorización.
  • 7. contenido CAPITULO I LA VALIDACIÓN INTELECTUAL DE LA DICTADURA TRUJILLISTA: Peña Batlle, Joaquín Balaguer, Fabio Mota, Rodríguez Demorizi y Arturo Logroño 9 CAPITULO II EL PENSAMIENTO CONSERVADOR EN EL SIGLO XIX: Tomás Bobadilla, Antonio Delmonte y Tejada, Manuel de Jesús Galván y Javier Ángulo Guridi 79 CAPITULO III EL PENSAMIENTO LIBERAL CLÁSICO DOMINICANO: Juan Pablo Duarte, Francisco Espaillat y Francisco Gregorio Billini 139 CAPITULO IV EL POSITIVISMO, HOSTOS Y LOS DISCÍPULOS: Pedro Henríquez Ureña, José Ramón López, Salomé Ureña, Félix Evaristo Mejía, Leonor Feltz, Pedro Bonó y Américo Lugo 187 3
  • 8. CAPITULO V LAS RAÍCES IDEOLÓGICAS SOBRE LA CONDICIÓN DOMINICANA EN LOS PENSADORES CRIOLLOS: Antonio Sánchez Valverde, Andrés López de Medrano, José Núñez de Cáceres, Bernardo Correa y Cidrón y Ciriaco Ramírez 245 CAPITULO VI ANÁLISIS SOCIAL DE LA HISTORIA: CORRIENTES HISTORIOGRÁFICAS, MARXISMO, FUNCIONALISMO, HISTORICISMO, Y OTRAS QUE INFLUYERON CON POSTERIORIDAD A LA MUERTE DE TRUJILLO: Juan Bosch y Jimenes Grullón 269 CAPITULO VII LAS ORIENTACIONES RECIENTES DE LA REFLEXIÓN INTELECTUAL 321 CAPITULO VIII MODERNIDAD Y POSTMODERNIDAD EN EL PENSAMIENTO DOMINICANO CONTEMPORÁNEO 355
  • 9. INTRODUCCIÓN CRISIS DE LAS IDEAS Y UNA APUESTA POR LA ESPERANZA La familia, el conglomerado esencial de la sociedad, ha sido golpeada por una crisis de valores. Una barahúnda social que afecta a toda la hu- manidad, en todos los órdenes. Una descomposición que se expresa de manera brutal a todas horas y todos los días. Quienes hemos soñado con una sociedad con valores, vemos con asombro cómo el mundo parece dejarse arrinconar por hechos que aceptamos con la mayor naturalidad, a pesar de que en nuestros aden- tros sabemos que esos hechos, luego convertidos en acontecimientos mediáticos, nos pueden enrumbar por el abismo más profundo. A pesar de que la mayoría coincide en construir una sociedad justa, humana, con valores morales y éticos, hoy subyace en la mente de cada historiador, científico o líder mundial la idea de que hay una crisis de paradigma. Con la caída del Muro de Berlín y el Bloque Socialista, en 1989, el mundo ha sido unipolar. Esa unipolaridad, sin embargo, no ha resul- tado suficiente para que todos estemos seguros de que vivimos en una sociedad como la que aspiramos. Todo lo contrario, desde hace un año, por ejemplo, a escala global se vive la crisis financiera más letal que ha conocido la humanidad. A pe- sar de los paquetes de estímulos inyectados a la principal economía, y 5
  • 10. Retrospectiva y perspectiva del pensamiento político dominicano la lenta recuperación derivada de esas inyecciones financieras, persiste una crisis estructural que nos llevará años superar. Estos momentos de turbulencia global han llevado a más de un pen- sador a reflexionar sobre el origen de este desorden, dentro del orden mundial, y las perspectivas sobre el futuro de la sociedad, mientras en los templos cristianos se piensa si estamos en los albores del fin del mundo, un debate sobre el que no estamos en ánimo de ahondar. Hay acontecimientos, empero, que nos indican que el mundo anda por derroteros que nos obligan, como ciudadanos con responsabilida- des públicas, a mantener la cabeza levantada y enfrentar aquellas fuer- zas que intentan instaurar una sociedad desigual e intrínsecamente injusta, basada en el caos. Hay una crisis que se expresa en todos los ámbitos de la vida: en la economía, cuando observamos que un puñado de financistas genera una debacle financiera a escala planetaria, sólo por el egoísmo de llenar sus cuentas bancarias; se expresa en los deportes, cuando se descubre que un atleta utiliza mecanismos prohibidos para asegurar mejor rendi- miento; se manifiesta en la familia, cuando un hijo mata a su padre por absurdas diferencias de criterios; también en el que jura de rodillas ser- vir a Dios y, no saliendo bien del templo, se descubre con un escándalo cuyos detalles se convierten en una afrenta contra lo que dice profesar. O cuando un servidor público se las arregla para evadir los contro- les que no le permiten utilizar en su beneficio los recursos que admi- nistra. Nos quedamos perplejos cuando desde una sociedad en la que se pre- dica el respeto a los derechos humanos, se mantiene la doble moral de propiciar la guerra, para luego pasar factura a las empresas que después llegan a reconstruir el país que ellos mismos convirtieron en cenizas. No sólo hay una crisis de paradigma en relación al tipo de organiza- ción económica y social a la que aspira la humanidad, también hay una crisis de valores éticos y morales, hay una crisis de las ideas. 6
  • 11. Esta crisis de las ideas no implica, sin embargo, el fin de la esperanza. Hemos aprendido de nuestros maestros, el profesor Juan Bosch y el pre- sidente de la República, doctor Leonel Fernández, que una crisis debe ser vista como una oportunidad para dar respuestas creativas, con el fin de perfilar una sociedad más humana, justa y civilizada. Esa crisis de las ideas se ha expresado en nuestro país en el ámbito po- lítico. En todo el discurrir de nuestra historia vernácula, el pensamien- to dominicano ha tenido verdaderos íconos, identificados en hombres y mujeres que son nuestras figuras emblemáticas. En contraposición, estos ilustres hombres y mujeres fueron combatidos por los faltos de ideas, pesimistas consuetudinarios, que entregaron nuestro territorio en una tarea anexionista que no tiene parangón en la historia nacional. Esa realidad nos lleva a reflexionar sobre la necesidad de que en estos momentos turbulentos de crisis global en todos los niveles, con una amenaza por imponer rancios proteccionismos, levantemos nuestros mejores valores, que son los autóctonos; descubramos nuestros mejo- res hombres y mujeres para empoderarlos en la gran tarea nacional: el Proyecto de Nación. A propósito del 146 aniversario de la Restauración de la Repúbli- ca, celebrado este año 2009, nosotros, en la Dirección de Información, Prensa y Publicidad de la Presidencia y el Archivo General de la Na- ción, organizamos el “Festival de las Ideas”, propicia y afortunada ini- ciativa dirigida a exaltar el pensamiento político dominicano, desde la ruptura colonial hasta nuestros tiempos. En su momento, organizamos ocho paneles sobre el pensamiento po- lítico dominicano, en alianza con siete universidades y la Fundación Global Democracia y Desarrollo, a fin de generar un debate conceptual y plural sobre nuestros grandes pensadores, a cargo de los principales historiadores y catedráticos, recogido en este libro para dejarlo como legado. Sin lugar a dudas esta retrospectiva del pensamiento político do- minicano, vista por los pensadores contemporáneos, resumidos en un 7
  • 12. Retrospectiva y perspectiva del pensamiento político dominicano solo texto, servirá para que las generaciones presentes y futuras puedan aquilatar la forma de ver a nuestros hombres y mujeres emblemáticos, desde un análisis crítico y plural. Este esfuerzo editorial no hubiese sido posible sin la colaboración y entrega de los pensadores, historiadores y catedráticos de univer- sidades, así como del personal del Archivo General de la Nación y la Dirección de Información, Prensa y Publicidad de la Presidencia de la República. Como descendientes de los soldados independentistas de la Guerra Restauradora, debemos dar un paso adelante para asumir nuestro com- promiso histórico de rescatar nuestro pensamiento. Los desafíos que enfrentamos, como sociedad, se deben convertir en oportunidades para vencer, siempre con el ejemplo de Gregorio Luperón, Gaspar Polanco, Juan Bosch y Juan Pablo Duarte. Rafael Núñez Secretario de Estado Director de Información, Prensa y Publicidad de la Presidencia 8
  • 13. CAPITULO I La validación intelectual de la dictadura trujillista • Peña Batlle • Joaquín Balaguer • Fabio Mota • Rodríguez Demorizi • Arturo Logroño EXPOSITORES: COORDINADOR: Andrés L. Mateo Wilfredo Lozano Bernardo Vega Franklin Franco Richard Turits
  • 14. Retrospectiva y perspectiva del pensamiento político dominicano En la mesa principal figuran Richard Turits, Bernardo Vega, Julio Amado Castaños, rector de UNIBE, Wilfredo Lozano, Andrés L. Mateo y Franklin Franco. El público escucha las conferencias del panel desarrollado el 11 de agosto de 2009 en la Universidad Iberoamericana (UNIBE).
  • 15. CURIOSIDADES DE LA LEGITIMACIÓN DEL RÉGIMEN TRUJILLISTA Andrés L. Mateo “La masacre de ciudadanos haitianos ordenada por Trujillo en el 1937 opera como un mito de confirmación. En la historia cultural dominicana, la frontera es una línea épica. Al unir la masacre de 1937 con el mito fundacional de la reconstrucción de la ciudad de Santo Domingo de 1930, el trujillismo demuestra su determinación”. Cuando Tulio Halperin Donghi estudió las particularidades de las dic- taduras latinoamericanas, en su libro “Historia contemporánea de América Latina” se le acabaron todos los argumentos sociológicos al intentar des- cribir el fundamento de la legitimación de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo Molina en la República Dominicana. Su único punto de compa- ración era el gobierno despótico de Anastasio Somoza. En ambos casos el poder se transformó en un instrumento de acumulación capitalista. En ambos casos las burguesías locales fueron postergadas. Ambas dictaduras provenían de ejércitos formados por la intervención de tropas norteame- ricanas. Pero ni siquiera la dinastía familiar de los Somoza es comparable con el dominio absoluto del trujillismo de toda la estructura económica, social y política de la República Dominicana. La singularidad de la dictadura trujillista no reside, pues, en el uso po- lítico del ejército como sostén de la dominación, factor común a muchas otras dictaduras latinoamericanas. Ni tampoco en el carácter de fuente de enriquecimiento personal del dictador en que se transformó el Estado, porque es frecuente que las tiranías en el continente transformen el poder en instrumento de conquista del predominio económico. Ni siquiera en la subordinación que impuso a la burguesía como clase se halla esta singula- 11
  • 16. Retrospectiva y perspectiva del pensamiento político dominicano ridad. La primera singularidad que resalta de la legitimación del régimen trujillista es cómo la apropiación de la sociedad en su conjunto se realizó a través de un “corpus” de legitimación cuya habla es el mito; y, en segundo lugar, un hecho que no se ha estudiado todavía, y que atañe a la historia del pensamiento dominicano, como lo es el matrimonio insólito que se produ- jo entre el hostosianismo y el arielismo, para dar sustentación “ideológica” al trujillismo. Comencemos por establecer un hecho indiscutible: la dictadura de Tru- jillo no se legitimó a partir de una ideología. Trujillo tenía dominio total del ejército que había formado personalmente, luego de la retirada de las tro- pas norteamericanas en el 1924. Logró el dominio pleno del poder político, después de 1930, y dispersó por la violencia toda la oposición tradicional organizada. Usando el aparato del Estado, en un tiempo muy breve, sus riquezas personales tenían un peso específico superior al de toda la débil burguesía nacional junta. Esta suma de factores permitió que el trujillismo se alejara cada vez más de su base material, y que su gestión de Estado no respondiera a la eficacia de un sistema en nombre del cual una clase ejerce el poder. 12
  • 17. Sobre esa gigantesca deformación estructural, se articuló la economía con la ideología, que se invistió también de esta deformación, y se impuso sobre el país la simbología discursiva del régimen y sus valores fundamentales. Todas las manifestaciones de la autoconciencia se redujeron a la exaltación de la suficiencia triunfante del tirano. Fueron las hazañas milagrosas, sus símbolos relacionados con la historia reciente, sus claves inscritas en la lisura del misterio, sus combates solitarios, su signo de amparo, los que se impusieron como ideología al resto de la débil burguesía dominicana, pri- mero; y a la nación entera, después. Trujillo adoptó un modo superlativo de significación, que en correspondencia con la deformación de la formación social dominicana, sustituyó el papel de la ideología en el régimen. Siempre con el telón de fondo de la violencia, este sistema mitológico se conformó a partir de la deshistoricización, y usando el pasado como contraposición al presente. Cada mito trujillista en particular era una respuesta satisfac- toria a la decepción del pasado. Los mitos respondían siempre a una de las decepciones que el pensamiento dominicano del siglo XIX había hecho angustia existencial. Así, por ejemplo, el Mito Fundacional, que se origina con la reconstrucción de la ciudad de Santo Domingo, luego del ciclón de San Zenón, en el 1930, satisface una de las aspiraciones ideales del pensa- miento del siglo XIX, y es el signo de apertura a la modernidad de la nación. Mediante este mito fundacional se liquida la vieja polémica intelectual que veía el progreso ligado al surgimiento de las urbes modernas, en contra- posición a la barbarie rural. Con la reconstrucción de la ciudad de Santo Domingo, el trujillismo abre la metáfora espacial en la que el campesinado deja de ser el arquetipo de la formación del Estado nacional, y Trujillo pasa a ser el “Padre de la Patria Nueva”. La masacre de ciudadanos haitianos ordenada por Trujillo en el 1937 opera como un mito de confirmación. En la historia cultural dominicana, la frontera es una línea épica. Al unir la masacre de 1937 con el mito funda- cional de la reconstrucción de la ciudad de Santo Domingo de 1930, el tru- jillismo demuestra su determinación. El lugar del crimen funciona como el signo luminoso de una intención: Si hay Patria es por Trujillo, gracias a él la nación ya no es dubitable en sus contornos. Desde el punto de vista de la ideología, la masacre no es más que la materialización de un bello sue- 13
  • 18. Retrospectiva y perspectiva del pensamiento político dominicano ño interior, que la enseñanza de la historia había grabado como moral de desquite en el corazón de los dominicanos. Con este hecho Trujillo arriba a la fulguración del nacionalismo, a la demostración tranquila de recursos extremos para salvar la patria. Tanto el mito fundacional derivado de la reconstrucción, como el mito de confirmación de la Masacre, son mitos sensoriales. Pero el sistema de legitimación trujillista asumió también el mito de La Paz, de naturaleza puramente psíquica. Este mito se relaciona con la rápida movilidad del trujillismo en el terre- no de la instrucción y la cultura, y servía para imponer y notificar un orden. Se difundió profusamente en la llamada “Cartilla Cívica”, que fue un ins- trumento de divulgación masiva del régimen, convirtiéndose en un mito de interpelación que expresaba el pasado y nos liberaba de él. A lo que el mito de la paz se oponía era a la antigua tradición levantisca de los caci- ques y manigüeros que poblaron el siglo XIX dominicano, y principios del XX. La Paz trujillista significaba la superación del generalato conchopri- mesco, que va desde la muerte del general Mon Cáceres, en el 1911, hasta la intervención norteamericana de 1916. En la “Cartilla Cívica” se puede leer lo siguiente: “La paz es el mayor bien que puede disfrutar un pueblo. En la paz todas las vidas están seguras (…) el Presidente trabaja incesantemen- te por la felicidad de su pueblo. El mantiene la paz; sostiene las escuelas, hace los caminos, protege el trabajo en toda forma, ayuda a la agricultura, ampara las industrias; conserva y mejora los puertos, mantiene los hospita- les; favorece el estudio y organiza el ejército para garantía de cada hombre ordenado”. Como mito, “La Paz” no tiene ambigüedad posible, notifica el orden, hace comprender las condiciones de la interactuación social, y se- grega al opositor del partidario. Es, incluso, la condición de la felicidad colectiva. Los grandes temas del sistema mitológico del trujillismo se cierran con el mito de la independencia económica, que funciona como un espesor de equivalencias gloriosas, que transporta a Trujillo en un plano de igualdad a la génesis misma de la patria. Mediante este mito de equivalencia Trujillo une el idealismo social con el pragmatismo burgués. Mientras Duarte con- 14
  • 19. cibió la República como un ideal, Trujillo la ha hecho verdadera. Duarte es el ideal convertido en pensamiento, y Trujillo hizo del pensamiento una verdad. Como los demás, este mito es también tributario de la historia, y en el trujillismo conduce a una escisión memorable entre el burgués ético y el burgués político. Surgió del pago de la deuda externa que Trujillo realizó en el 1940, y la épica del régimen hace brotar la verdadera independencia del país de su materialización. “Básicamente, las ideas de Eugenio María de Hostos responden a un pensamiento racionalista, distanciado por su carácter de todo tipo de especulación ideal. Y aunque Hostos le inyecta a su positivismo una dosis de sublimidad argumental, el esqueleto teórico sigue siendo el racionalismo positivo. Todos sabemos que Hostos combinó el positivismo con el krausismo, y que esta influencia krausista le dará una particularidad a su visión positivista”. Sobre estos mitos elaboró la ideología toda la legitimación del régimen, inundó la vida cotidiana, pobló las determinaciones de la historia, habi- tando el arte, la cultura, la educación, la religión. Al hacerse destrucción esencial del pasado, el mitosistema del trujillismo alcanzó toda la colecti- vidad. No había forma ingenua de la vida de relación que pudiera escapar a su presencia opresiva. Tal como propiciaba la construcción perpetua de su verdad absoluta, ni la familia, ni el amor, ni el pensamiento, dejaban de estar condicionados por el peso aplastante de sus símbolos. Por ello el trujillismo no tuvo definición ideológica. Los temas clásico de lo que se considera “ideología del trujillismo”, se pueden representar en las siguientes propuestas recurrentes: Mesianismo, Hispanismo, Catolicismo, Anticomunismo, Antihianismo. Todos tienen una relación instrumental demasiado inmediata con lo político, y una simplicidad tan rotunda en su adulteración de la historia y de la realidad, que los hace colindar con la pro- paganda, y no con la racionalización ideológica. En rigor, cumplen las dos funciones. Pero en su referencialidad, se bautizan en el mito que acompaña como un esplendor inalterable a la “Era” desplegándose en la historia. Cier- tamente no hay ideología trujillista en sentido estricto, pero el trujillismo 15
  • 20. Retrospectiva y perspectiva del pensamiento político dominicano impuso su hegemonía ideológica fundada en la violencia sentida por todos los sectores de clase, y consumida como un mito que transfiguraba la carga política del mundo. Eran tantos los factores sobredeterminantes de lo so- cial, económico y político, que la justificación ideológica echaba manos con mayor frecuencia de la pasta divina de Trujillo, que de la racionalización de clase que organiza una visión del mundo desde la ideología. El otro elemento de esa singularidad atañe a la historia del pensamiento. En el trujillismo se produjo el matrimonio insólito entre un pensamiento racionalista y un pensamiento idealista, que se conjugaron para darle la base a la “ideología del progreso”. Estos dos movimientos eran el hostosia- nismo y el arielismo. Básicamente, las ideas de Eugenio María de Hostos responden a un pen- samiento racionalista, distanciado por su carácter de todo tipo de espe- culación ideal. Y aunque Hostos le inyecta a su positivismo una dosis de sublimidad argumental, el esqueleto teórico sigue siendo el racionalismo positivo. Todos sabemos que Hostos combinó el positivismo con el krau- sismo, y que esta influencia krausista le dará una particularidad a su visión positivista. Desde esta perspectiva propondrá el único pensamiento de re- generación social completo que tiene la historia de las ideas en nuestro país. Otra cosa es, sin embargo, la práctica política a la que se vincula en la República Dominicana. Desde la plataforma de la moral social que el hos- tosianismo pregonó, sus encontronazos con la sórdida actividad política y el partidarismo, no sólo son memorables desde el punto de vista que pro- pone como sistema de regeneración posible de lo social, sino que alcanza la estatura de martirologio, la frustración y el combate inútil del maestro, a quien se ve partir despavorido frente a las atrocidades de la dictadura de Ulises Heureaux. El positivismo hostosiano se enfrentó a dos dictaduras y a las dos las venció. Pero fueron agobiantes los combates, incluyendo la batalla postmorten que se desarrolló con motivo de la encuesta del diario El Caribe, sobre “La influencia de Eugenio María de Hostos en la cultura dominicana”, en el 1956. El repliegue del normalismo hostosiano positivista y su expresión polí- tica liberal dejó sin amparo de clase a los intelectuales. Y es en estas con- 16
  • 21. diciones que el arielismo llega a la República Dominicana. El libro “Ariel”, de José Enrique Rodó, se publicó en el 1900, y su impacto casi inmediato se hizo sentir vigorosamente en todo el continente. En la República Domi- nicana este impacto fue notoriamente significativo, hasta el punto que la primera edición del libro del maestro Rodó se publicó en nuestro país en el 1901. Contrario al fundamento racionalista del pensamiento positivista, el arielismo descansaba en la especulación ideal. Pero el antimperialismo pánfilo, el optimismo y el elitismo melancólico, hallaron en el país el caldo de cultivo del nacionalismo como un credo de redención sublime. No pode- mos olvidar que la esencia del mito trujillista es el nacionalismo, remonta- do sobre la incertidumbre del ayer, tranquilizado por el bullicio y el alarde de las conquistas logradas por el Príncipe. A partir de la propia frustración positivista, las condiciones no pudieron ser más favorables para que se regara como pólvora el nuevo lenguaje de la renovación que traía la prédica americanista del maestro uruguayo, y el hostosianismo tomó nuevos aires, luego de la estampida que Lilís provocó en su seno, asumiendo el lenguaje alado del arielismo una especie de pacto con el idealismo, contrario a la naturaleza racionalista del discurso positivo. Los aires que el arielismo trajo consigo envolvieron a todo el mundo: las juventudes pensantes sintieron que se alejaba la desesperanza, sobreveni- da en sucesivas guerras fratricidas, luego de la muerte del tirano Ulises He- reaux. Todo se tiñó de ansias inaguantables de transformación, y cuando se produjo la intervención norteamericana de 1916, nada mejor que el rechazo rodosiano a la “nordomanía”, y al paradigma norteamericano carente de refinamiento espiritual que el arielismo exigía. Incluso, en el colmo de la sublimización, el arielismo aportó el único mártir cultural que tiene la his- toria dominicana. Me refiero a Santiago Guzmán Espaillat (dicho sea de paso, noto su ausencia en este “Festival de las Ideas”), el héroe proverbial del arielismo, más que un mártir político un franciscano de la desespera- ción intelectual. Lo curioso es que todas estas andanzas, teñidas por el martirio de la in- adaptación entre práctica política e idealidad, acontecen en medio de un 17
  • 22. Retrospectiva y perspectiva del pensamiento político dominicano insólito maridaje entre racionalismo e idealismo filosófico. En un momento determinado del acontecer nacional, pero sobre todo después, e incluso durante la intervención norteamericana de 1916, nacionalismo, hostosia- nismo y arielismo son una misma cosa. Hay ejemplos destacados en figuras como Federico García Godoy y el propio Américo Lugo. El trujillismo cul- minará la simbiosis de esta evolución histórica, añadiéndole el componen- te despótico. Lo cierto es que así aconteció. Nadie ha estudiado en detalle las particu- laridades de este proceso, que tiene mucho que ver con la aventura espiri- tual de la dominicanidad. Pero allí donde ese curioso matrimonio consumó sus delirios, las desventuras del pensamiento político dominicano levanta- ban su estatua. El trujillismo fue un régimen muy teatral, muy escenográfico, muy san- griento. Su legitimación tenía siempre el telón de fondo de la violencia, pero estas dos singularidades, que constituyen el fundamento de su auto- concepción, lo diferencian de toda la tradición despótica americana.1 1 La conferencia de Andrés L. Mateo también fue dictada en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, en el contexto de la celebración del “Festival de las ideas”. 18
  • 23. LA JUSTIFICACIÓN INTELECTUAL DE LA DICTADURA Bernardo Vega “La celebración del centenario de nuestra independencia en 1944 se convertiría, precisamente por eso, en una exaltación del anti-haitianismo. Trujillo hasta trató de matar a Lescot en 1945. Después de 1950, con gobiernos en Puerto Príncipe que no molestaban a Trujillo, el anti-haitianismo se reduce dentro del discurso trujillista, aunque no desaparece totalmente”. El golpe de Estado organizado por Trujillo contra el gobierno de Horacio Vásquez inicialmente se trató de justificar por los esfuerzos de Vásquez de quedarse en el poder por cuatro años más, después de seis años en el go- bierno, los últimos dos de los cuales eran de dudosa legitimidad. Una vez devino en dictador, políticos e intelectuales trataron de justi- ficar el régimen enfatizando la paz, la tranquilidad, el orden y la conti- nuidad que proveía, en contraste con el período entre 1899 y 1916, cuando el país tuvo a diez presidentes. También citaron la existencia de una sola fuente de poder, en contraste con la época de los caciques regionales del pasado que tantas guerras intestinas habían provocado. A partir de 1942, momento en que Trujillo y Elie Lescot, el entonces presidente de Haití, después de una larga amistad, devinieron en grandes enemigos, el dictador dominicano, por primera vez durante su régimen, au- torizó una campaña racista anti haitiana que perduraría hasta la caída de Lescot a principios de 1946. Esa campaña racista anti haitiana no volvería a ser autorizada. La misma, encabezada por un discreto opositor a Trujillo hasta 1942, el intelectual Manuel Arturo Peña Batlle, así como por Joaquín Balaguer, defensor de Trujillo desde 1930, utilizó como nueva justificación que el país necesitaba de un gobierno de mano fuerte para evitar que los 19
  • 24. Retrospectiva y perspectiva del pensamiento político dominicano haitianos, cuyo número entonces era mucho mayor que el de los domini- canos, cruzaran la frontera y ocuparan el país. Esa campaña anti haitiana coincidió con la diseminación de la ideología falangista de Francisco Fran- co, la cual enfatizaba el hispanismo y el catolicismo. Trujillo entonces re- presentaría la defensa de las raíces culturales del pueblo dominicano. Con la visita al Papa en 1954 y la firma de un concordato por parte de Trujillo, las vinculaciones con la iglesia católica se hicieron aún más estrechas y sacerdotes dominicanos y españoles defendieron y adularon públicamente a Trujillo. Los trujillistas también citaron la gran amistad del dictador con Estados Unidos y con los militares americanos, excepto durante el período 1944-1947, cuando se hizo evidente un distanciamiento del Departamento de Estado. Muy brevemente, entre 1933 y 1936, algunos intelectuales y políticos vie- ron a Trujillo como un símil de Mussolini y Hitler. A partir de 1941 , Trujillo también sería justificado como la persona que liberó al país, después de cuarenta años, del control de sus aduanas por parte de los Estados Unidos, argumento que cobró aún más fuerza a partir de 1947, cuando se repagó la totalidad de la deuda externa y el peso domi- nicano sustituyó al dólar como la moneda en circulación. La fijación, por 20
  • 25. acuerdo con Haití, de la frontera y luego su “dominicanización” a partir de 1936, a través del traslado de personas hacia esa zona, dotándola, además, de infraestructura física y militar, fue otro de los argumentos utilizados para defender al régimen, sobre todo entre 1940 y 1946. Brevemente, entre 1946 y 1948, Trujillo trató de identificarse con el jus- ticialismo peronista. A partir de 1947 y hasta 1960 Trujillo sería defendido como el campeón del anticomunismo en América. Todo opositor fue de- finido como comunista. Esa propaganda fue útil para defender a Trujillo durante la administración republicana de Eisenhower (enero 1953-enero 1961), sobre todo entre congresistas ultraderechistas seguidores del ma- cartismo. Las ideas de uruguayo José Enrique Rodó, autor de “Ariel” (1900), así como el “cesarismo democrático” (1920) del venezolano Vallenilla Lanz, influyeron en los autores que defendieron a Trujillo. Así como la jerga trujillista no fue constante, sino que fue más hiperbó- lica a través del tiempo, más adulona, el “discurso”, es decir “la concepción teórica global de lo que significaba el trujillismo”, definitivamente tampo- co fue constante. El catolicismo, el anti-catolicismo, el hispanismo, el pro- haitianismo, el anti-haitianismo, el anti-comunismo, el pro-socialismo, el pro-norteamericanismo y el anti-americanismo, entre otros temas, tuvie- ron momentos en que fueron utilizados como argumentos justificativos del régimen, pero no fueron utilizados ni durante todo el tiempo, ni con la misma intensidad. Entre 1930 y finales de 1937, por ejemplo, el anti-haitianismo no apa- rece en el discurso. Todo lo contrario: el que hablaba bien de Haití y de los haitianos era un buen trujillista durante esos años. El criticar al vecino país era “herejía política”, y consecuentemente, material vedado para su publicación. (Ver nuestra obra “Trujillo y Haití”, para evidencias concre- tas sobre lo anterior). Ese anti-haitianismo se intensificó entre 1941 y 1945, debido a la existencia de un nuevo Presidente en Haití, Elie Lescot, quien, aupado por Trujillo, luego lo traicionó una vez logró el poder. La celebra- ción del Centenario de nuestra independencia en 1944 se convertiría, pre- cisamente por eso, en una exaltación del anti-haitianismo. Trujillo hasta trató de matar a Lescot en 1945. Después de 1950, con gobiernos en Puerto 21
  • 26. Retrospectiva y perspectiva del pensamiento político dominicano Príncipe que no molestaban a Trujillo, el anti-haitianismo se reduce dentro del discurso trujillista, aunque no desaparece totalmente. El enfatizar las esencias católicas de nuestra nación aparece en el discur- so tan solo a partir de 1938 y por tres razones diferentes: 1. La sustitución de dominicanos en la cúspide de la administración ecle- siástica nacional (Castellanos, Noüel), no admiradores de Trujillo, por un italo-norteamericano, monseñor Pittini, a quien la propia Embajada norte- americana reconoció como influenciado por las ideas fascistas. 2. El anti-haitianismo tenía que ser justificado, enfatizando cómo la reli- gión de los dominicanos difería del “vodú” de los haitianos. 3. La victoria franquista en España y la popularización de las ideas fa- langistas sirvieron para estimular la hispanidad y el catolicismo de los do- minicanos. El anti-catolicismo se inicia en enero de 1960 como reacción a la Pastoral de ese mes y perdura hasta la muerte misma del dictador. El hispanismo aparece a partir de 1939, porque forma parte del anti-hai- tianismo y busca explicar que nosotros somos “españoles” y no africanos y también por el surgimiento de las ideas falangistas en España y, además, como complemento del énfasis en el catolicismo. El anti-comunismo aparece en el discurso tan sólo con el inicio de la guerra fría (1947) y perdura hasta 1960, pues el acuerdo coyuntural de no agresión entre Trujillo y Fidel Castro, de fines de ese año, obliga a un mutis. El pro-norteamericanismo se inicia en el mismo 1930, pero surgie- ron dos interludios de fuertes ataques a ese país: los años de 1945 a 1947, cuando Spruille Braden dominaba en el Departamento de Estado y atacaba a Trujillo y el período entre de 1959 y 1961 cuando Trujillo, estimulado por su hijo Ramfis, por Arturo Espaillat (“Navajita”) y por Johnny Abbes, obli- ga a un discurso rabiosamente anti-norteamericano, que incluye piquetes “espontáneos” frente a la Embajada de ese país, “foros públicos” contra sus funcionarios y salida de misiones militares. El hablar del nazi-fascismo fue parte, aunque débil, del discurso entre 1933 y 1939. La eliminación del control financiero norteamericano se enfati- 22
  • 27. zó entre 1942 y 1947 y la dominicanización de la frontera entre 1935 y 1945. El celebrar la desaparición del “conchoprimismo” se inicia en el mismo 1930, pero se deja de enfatizar después de la Segunda Guerra Mundial. En fin, que el único tema del discurso trujillista que sí fue constante du- rante los treinta y un años, lo fue un mesianismo que explicaba cómo el dictador era la figura añorada, esperada, que daría fin a las guerras intesti- nas y que fortalecía la nacionalidad. Los principales intelectuales También hemos creído útil mostrar los años durante los cuales algunos de los principales intelectuales dominicanos tuvieron influencia política y, consecuentemente, pudieron incidir sobre el discurso trujillista. Soy el pri- mero en reconocer la dificultad de definir quién fue o no fue un intelectual. En el caso dominicano y durante la Era de Trujillo, estamos hablando, en la gran mayoría de los casos, de abogados oradores-pensadores, más que de contribuyentes efectivos a la creación literaria. Sólo se incluyen a los prin- cipales intelectuales que en algún momento tuvieron influencia política. Nótese, por ejemplo, cómo Manuel Arturo Peña Batlle sólo tuvo esa in- fluencia entre 1941 y 1953, período que coincidió, precisamente, con la eta- pa anti-haitiana, hispánica y catolicista, pero no porque él influyera para que fuese así, sino porque esos eran los temas requeridos por la coyuntura política del momento. Nadie como él, sin embargo, supo darle contenido a esas ideas. Si Peña Batlle hubiese pasado al trujillismo en 1930, por ejem- plo, en vez de sufrir once largos años como “desafecto”, no hubiese podido desarrollar su discurso anti-haitiano, sino sólo después de 1941, aún en el hipotético caso de que hubiese sido medularmente anti-haitiano desde su juventud. Su famoso discurso “El sentido de una política”, pronunciado en Elías Piña, en noviembre de 1942, el más anti-haitiano de todos, fue pro- nunciado pocos días después de que Lescot prohibiera el cruce de braceros haitianos hacia los ingenios dominicanos como una forma de presionar a Trujillo para que redujese sus esfuerzos por tumbarlo. El discurso de Peña Batlle fue la respuesta pública de esa medida. 23
  • 28. Retrospectiva y perspectiva del pensamiento político dominicano Su meta mensaje lo captó Lescot, mas no los dominicanos, quienes des- conocían la medida y cuán fuerte eran las tensiones entre los dos presiden- tes, tanto así que ellas preocuparon al presidente Roosevelt, quien trató, infructuosamente, por medio de cartas personales a ambos presidentes, de que se reunieran y, ante un testigo norteamericano, arreglaran, en 1944, sus diferencias personales. Finalmente, está el caso del Dr. Joaquín Balaguer, cuya influencia políti- ca adquirió importancia tan sólo a partir de 1957, y terminó siendo el único intelectual con esa influencia durante los últimos cinco años del régimen y luego como presidente a partir de 1966. Su énfasis en la hispanidad, frente a los otros presidentes de América Latina en Guadalajara y Madrid, evi- dencia como parte de ese discurso de ayer perduró aún desaparecida la tiranía. Manuel Arturo Peña Batlle Peña Batlle es una figura trágica. Se le conoce esencialmente por lo que publicó entre 1941 y 1945, cuando la línea oficial trujillista era anti haitiana. Pero durante el gobierno de Horacio Vásquez escribió mucho sobre te- mas políticos, así como durante la ocupación militar norteamericana. Su primer artículo lo publicó en 1922 cuando apenas contaba con 20 años de edad. En 1930 tenía 28 años y murió en 1954 con apenas 52 años. Durante la ocupación fue nacionalista, favoreció la “pura y simple”, junto a Américo Lugo y Fabio Fiallo. Fue miembro fundador del Partido Nacio- nalista en 1924 y escribió muchos artículos entre 1922 y ese año. Se opuso a la convención de 1924 y fue perseguido y encarcelado. Con 23 años de edad viajó durante seis meses a Europa, regresando en 1926. Sin embargo, los nacionalistas pactaron y apoyaron la prolongación de Horacio Vásquez a partir de 1928. Fue miembro de la comisión fronteriza durante el gobierno de Horacio Vásquez y después de Emilio Morel es el dominicano que más artículos escribió durante ese gobierno, cuando tenía apenas entre 23 y 27 años de edad. Entre 1930 y 1941 fue hostil a Trujillo, y en esa etapa casi no escribió nada. Doce días después del 23 de febrero de 1930 renunció de la comisión 24
  • 29. fronteriza, pero luego recapacitó y se volvió a incorporar a ella. Vivió un exilio interno. Mientras durante el gobierno de Horacio Vásquez escribió un libro y 29 artículos, entre 1930 y 1934 apenas publicó un libro y seis ar- tículos y éstos tenían que ver más bien con la intervención de 1916, sucesos en el exterior y temas laborales. Hacia septiembre de 1934, Peña Batlle y su grupo seguían negociando el asunto fronterizo con los haitianos. En febrero de 1935 se llegó en principio a un acuerdo y poco tiempo después, para finalizar los detalles del diseño de la “Carretera Internacional”, que delimitaría parte de la frontera, Tru- jillo nombró nuevos miembros de la Comisión Delimitadora. Por primera vez desde el ascenso de Trujillo al poder, Peña Batlle dejaba de ser miembro de dicha comisión. ¿Qué había pasado? Pues simplemente ya Trujillo no permitía que para él trabajasen desafectos. Peña Batlle era de los pocos que, para esa época, había rehusado inscribirse en el Partido Dominicano. La exclusión de Peña Batlle de la comisión coincidió con el descubrimiento de un supuesto complot para asesinar a Trujillo que involucraba personali- dades de la talla de Amadeo Barletta, Oscar Michelena y Juan Alfonseca. La reacción de Trujillo fue la de sacar de la nómina gubernamental a los pocos desafectos que quedaban. Se intensificó la presión contra estos grupos y el 25 de marzo Peña Batlle se inscribía en el Partido Dominicano. La represión en el mes de abril fue tal que Trujillo hasta ordenó el ase- sinato en Nueva York del principal exilado de entonces: Ángel Morales. Por equivocación fue asesinado Sergio Bencosme, su compañero de ha- bitación. Se organizaron “mítines de desagravio” por el atentado contra Trujillo. Peña Batlle hablaría en uno de ellos, tomando la palestra pública por primera vez en cinco años. Dijo: “Desde que imperiosas e ineludibles divergencias de concepto impusieron mi renuncia en el año 1926, del Par- tido Nacionalista, yo dejé de ser un factor visible en la política militante; después de esa época y hasta hoy, si bien es verdad que en el interregno mi nombre ha estado asociado al desarrollo de algunos acontecimientos de interés nacional, no es menos cierto que he vivido al margen de la lucha sin transgredir mi consigna de no participar de las contingencias de la política y de no turbar la tranquilidad de mi vida, que deseaba consagrar por entero a la estructuración de mi hogar y a la observación imparcial y fecunda de 25
  • 30. Retrospectiva y perspectiva del pensamiento político dominicano nuestras deficiencias y de nuestras necesidades colectivas. Desde el año 1926, yo no he sido, en el sentido preciso de la palabra, un político activo. De la política no espero ni deseo nada; antes que hombre de acción, soy hombre de pensamiento. Dentro de la tesitura y cuando todavía me encon- traba en el cumplimiento de imperiosas funciones oficiales, me sorprendió la llegada del General Trujillo al poder; entre él y yo no había mediado nin- guna circunstancia que me ligara ni a su política ni a su destino; creí pues lo más prudente, una vez clausuradas mis funciones, restituir a mi familia el calor de mi presencia y el fervor de mi cariño; así lo hice”. Luego agregaría: “De Trujillo me han interesado en sus cuatro años de administración el sentido francamente Nietzscheziano que ha impreso al gobierno y, como secuela, el hondo arraigo nacionalista con que ha des- envuelto sus gestiones de gobernante. Ni por inclinación, ni por tempe- ramento, ni por educación libresca, yo soy un Nietzscheziano del gobier- no, ni un nacionalista cerrado; pero después de haberlo pensado mucho, después de haber enfocado con reposos todos los aspectos de la situación me formé el criterio de que las contundentes necesidades del momento en que el General Trujillo advino al gobierno, tal vez no hubieran podido conjurarse con éxito dentro de la ideología que hasta entonces sostuvie- ron nuestros hombres de Estado, sino mediante la adopción de un sentido nuevo y extraordinario de gobierno que sólo un hombre singular, hubiese podido imponer. Ese hombre fue Trujillo. Comprendí sin esfuerzo que era necesario reprimir ambiciones para contemplar el paso de aquel hombre a quien las circunstancias mismas habían tomado de la mano para colocarlo a la cabeza de los dominicanos, en los precisos instantes en que la Repú- blica, frente al cuadro pavoroso de la crisis, necesitaba fuerzas supremas y energías inagotables. Oponerse a la trayectoria de esas fuerzas y de esas energías, hubiese sido insensato y lo es todavía. Por eso me inscribí, hace apenas quince días, en las nutridas listas del Partido Dominicano”. Peña Batlle sabía que no tenía ninguna coherencia defender o tratar de explicar, o justificar, a Trujillo fundamentándose en los valores de su ju- ventud, de su generación: el liberalismo hostosiano. A eso es a lo que se re- fiere Peña Batlle cuando menciona “la ideología que hasta entonces (1930) sostuvieron nuestros hombres de Estado”. Defender a Trujillo con las ideas 26
  • 31. positivistas tenía tan poco sentido como defender al comunismo con ideas que no fuesen las de Marx o Lenin. Sólo con la aceptación intelectual de la subversión de valores propugnada por el autor de “Así hablaba Zaratustra” podía esa defensa ser consistente con la realidad política dominicana de entonces. Cuando Peña Batlle pronunció esas palabras ¿era, en su fuero interno, todavía un opositor al régimen? ¿Estaba el angustiado y atrapado intelectual, en su intimidad, burlándose del régimen cuando describía al gobierno de Trujillo como nietzsceniano, es decir parecido al régimen de los “súper-hombres” que recientemente había surgido en Alemania? Los acontecimientos de los próximos días indicarían que lo de Peña Batlle en ese momento era una sutil burla al régimen, que posiblemente pocos cap- taron, pues no entendieron que estaba atribuyendo a Trujillo los nuevos valores que soplaban de la Europa de las dictaduras nacional-socialistas y fascistas. Pero la presión política contra Peña Batlle continuó, como un reflejo de los serios problemas que Trujillo tenía en esos momentos en Washington, debido al apresamiento de Barletta. Ese incidente, así como el asesinato de Bencosme, también había provocado mucha publicidad negativa contra Trujillo en la prensa norteamericana. Para tratar de contrarrestarla, Truji- llo inició una campaña buscando demostrar que era “democrático”. Parte de la misma incluyó su anuncio de que no aceptaría la propuesta de que el nombre de la capital fuese cambiado por el de Ciudad Trujillo. De inme- diato “surgió” una campaña en la prensa dominicana por medio de la cual personalidades dominicanas pedían a Trujillo que aceptara la sugerencia. Todo era una comedia bien montada para tratar de demostrar a los norte- americanos que Trujillo se vería obligado a aceptar el cambio de nombre, debido a la presión de la “opinión pública” nacional. El único que se atrevió a no seguir la corriente y que dos días después del “gesto de desprendi- miento” de Trujillo escribió públicamente, felicitándolo por su decisión, fue Peña Batlle. (“En sensacional artículo habla sobre el alto gesto del Pre- sidente Trujillo el Lic. Peña Batlle”). Dijo que la “trasmutación de nombres, sin agregar nada a la obra del presente, sólo contribuiría a interrumpir la imponencia del pasado”. Jesús de Galíndez informa en su tesis que Peña Batlle le había comentado en 1940 que ese atrevimiento suyo por poco le costó la vida. La realidad fue que dio inicio a un período de seis largos años 27
  • 32. Retrospectiva y perspectiva del pensamiento político dominicano (julio 1935-septiembre 1941) durante los cuales el “exilio interno” de Peña Batlle fue más acentuado. Durante esos seis años no publicó un solo artículo sobre temas políticos y apenas dos sobre temas culturales y legales. En 1937 publicó un libro so- bre Enriquillo y en 1938 otro sobre las devastaciones de 1605-1606. Claudicó en 1941 coincidiendo con las ideas falangistas y precisamente en el momento que, por pleitos con Lescot, Trujillo ordena una línea oficial anti haitiana por primera vez en su régimen. Arturo Logroño Fue Canciller de Trujillo entre abril de 1933 y mayo del 1935, cuando cayó en desgracia por el incidente de Amadeo Barletta. Fue un destacado orador, con gran conocimiento de la retórica, pero sus discursos care- cían de sustancia. En 1934 publicó el libro “La primera administración del Generalísimo Trujillo Molina”, de 105 páginas. Es descriptivo sobre los progresos económicos durante ese período. En 1939 publicaría un folleto, “Centenario de Luperón”, de apenas ca- torce páginas. En su juventud había publicado un texto de historia patria. Murió en 1949. Es posible que en sus discursos aparezca alguna defensa inteligente so- bre el régimen de Trujillo, pero no consideramos que deba ser incluido con otras personalidades como Peña Batlle y Balaguer. Emilio Rodríguez Demorizi De los ciento treinta y tres libros que publicó este extremamente pro- lífico autor, apenas cinco tratan sobre el gobierno de Trujillo. Uno es una cronología sobre lo que hizo Trujillo casi cada día de su gobierno hasta 1955; otro, de 1956, es una bibliografía temática sobre lo que se había escri- to sobre Trujillo. En adición de esos dos textos muy útiles para cualquier historiador, publicó un libro de apenas treinta y tres páginas en 1956 ti- tulado “Trujillo y Cordell Hull” y un discurso, “Trujillo y las aspiraciones dominicanas”, en 1957, año en que también publicó “De política domínico- americana”, otro discurso. 28
  • 33. De los 301 artículos que publicó en revistas y periódicos tan sólo tres tratan sobre Trujillo: “Un año de gobierno. La obra culminante” (1943); “Trujillo y la expresión de la gratitud nacional” (1955) y “Un libro para gobernadores” (1960). Tal vez el comentario más importante hecho por Rodríguez Demorizi sobre Trujillo está en su prólogo, escrito en 1954, a la obra de Peña Batlle “Política de Trujillo”. Allí enfatizó “el multiforme avance del país, la pujan- za de su economía, la liberalización de sus finanzas públicas, la victoria en las luchas internacionales, la providencial solución de los problemas domí- nico-haitianos y la activa, resoluta y ejemplar posición anti comunista”. Sin embargo, no creo que sus ideas en defensa de Trujillo tuviesen algu- na originalidad o que puedan ser comparables con los aportes de Balaguer y Peña Batlle. Dr. Fabio A. Mota En 1936 publicó un folleto titulado “Neo-socialismo dominicano”, don- de, después de aclarar que esa conferencia estaba inspirada en artículos de Emilio A. Morel, dice que el gobierno de Trujillo representa “un neo- socialismo nacionalista inspirado en el dominicanismo; como el nazi, en el germánico puro, es un neo-socialismo”. Trujillo le dio acuse de recibo por su folleto. En 1935 Mota había pronunciado los principales discursos de bienveni- da al profesor Adolfo Meyer, representante del gobierno de Hitler, quien visitaba el país. En 1939 Mota, en su obra “Prensa y tribuna” se refirió a Trujillo como “el doctrinario del neosocialismo dominicanista”. Hasta 1939 Trujillo mantuvo relaciones abiertas con el régimen de Hit- ler, incluyendo la presencia de un ministro. Auspició la creación del “Ins- tituto Científico Domínico-Alemán” (1937-1939). En 1938 discutió un plan de emigración de unos cuarenta mil alemanes arios al país, al tiempo que el gobierno de Hitler se interesaba por los recursos mineros de República Dominicana. También mantuvo a importantes dominicanos en cargos di- plomáticos en Berlín, durante el régimen de Hitler. 29
  • 34. Retrospectiva y perspectiva del pensamiento político dominicano Sin embargo, una vez declarada la guerra en Europa los norteamericanos presionaron para la clausura del instituto, cuyo real objetivo era evaluar los recursos naturales del país. Siendo una dictadura como la de Hitler es obvio que Trujillo, quien hasta en un momento utilizó capotes como el del Hitler, emulara al líder nazista alemán. Ya antes, en 1933, el catedrático de derecho Leoncio Ramos había escrito un artículo en el “Listín Diario”, el cual el año siguiente fue reproducido por Joaquín Balaguer en su libro “Trujillo y su obra”, editado en Madrid, pero que no circuló en Santo Do- mingo, pues su edición fue destruida por el gobierno, donde dijo: “Si Italia le agradece su redención a Benito Mussolini, si Alemania fía su salvación en la energía y saber de Adolfo Hitler, si Estados Unidos presentan a la admi- ración del mundo la proeza administrativa de Franklyn Delano Roosevelt, el Generalísimo Rafael Leonidas Trujillo es y debe ser un auténtico motivo de orgullo para todos los dominicanos”. Rafael Estrella Ureña había sido ministro dominicano durante el gobierno de Horacio Vásquez en Roma y cuando retornó al país se declaró abiertamente simpatizante de Mussolini, tanto así que la marcha desde Santiago hacia la capital de 23 de febrero de 1930 fue una copia de la marcha sobre Roma de Mussolini. Joaquín Balaguer Estando emparentado con la esposa de Trujillo en 1930, Balaguer fue de los oradores en su temprana campaña electoral de ese año y es probable que haya contribuido a la redacción del pronunciamiento de Estrella Ure- ña del 23 de febrero, el cual justifica el golpe de Estado como una forma de salvar al país del “naufragio económico” y “la bancarrota”, de la “dilapi- dación de recursos” por parte del gobierno de Horacio Vásquez, “la ruina del comercio”, el “estancamiento de la agricultura”, “la corrupción de las escuelas”, la “anarquía moral” y el “fraude en todos los sectores de la admi- nistración pública”. En contraste, Estrella Ureña prometía ofrecer al país la estabilidad económica, el sosiego moral y la protección que reclamaban el comercio y la industria. En 1934 publicó en Madrid el antes referido texto “Trujillo y su obra”, donde enfatizó como defensa de Trujillo la desaparición del caciquismo y el politiqueo a cambio del establecimiento de un gobierno que se dedicaba a administrar. 30
  • 35. En 1944, con motivo del centenario, ganó un premio nacional que luego publicaría en Argentina en 1947 bajo el título de “La realidad dominicana”. Sería la única importante de sus obras que no editaría de nuevo después de 1966, aunque gran parte de la misma aparece en “La isla al revés”. Otra importante contribución a su defensa a Trujillo aparece en su carta a directores de periódicos de Colombia en octubre de 1945; en su discurso de entrada a la Academia Dominicana de la Historia. “El azar en el proceso histórico dominicano”, donde describe que el país ha sido víctima de su destino y de su mala suerte hasta la llegada de Trujillo. También en otro discurso enfatizó la no alternabilidad en el poder, algo que él mismo pon- dría en práctica, con mucha eficiencia, a partir de 1966. Peña Batlle, Balaguer y el Anti-haitianismo De los argumentos de Peña Batlle y Balaguer defendiendo a Trujillo qui- siera concentrarme hoy en los que ambos publicaron dentro de la línea ofi- cial anti haitiana de 1942-1946. Ni antes, ni después durante su régimen de 31 años, fue utilizado el anti haitianismo racista. Éste, pues, se debió a la enemistad personal del dic- tador dominicano y no a una creencia arraigada de los políticos e intelec- tuales dominicanos de la época. Tan sólo durante tres años y diez meses duró esa política. Si se analiza la obra de Rodríguez Demorizi, que recoge los artículos, libros y discursos durante los primeros 25 años del régimen trujillista y donde éstos aparecen clasificados por temas, veremos que de los abarcados bajo “Dominicanización de la frontera” suman 23 los publi- cados entre los siete años del período de 1939 a 1945, de un total de 32 para los veinticinco años. Bajo “Haití-Diversos” aparecen 10 entre 46. Tan sólo la “Cuestión fronteriza” y el “Incidente fronterizo de 1937” contienen más material fuera de esos siete años y es lógico, ya que la negociación de los límites fronterizos y la matanza tuvieron lugar antes de ese período. En orden cronológico, los textos anti haitianos del período fueron: 1. El sentido de una política, de Manuel Arturo Peña Battle, de noviembre de 1942, dos meses después del decreto-ley de Lescot, prohibiendo el cruce de braceros haitianos. 31
  • 36. Retrospectiva y perspectiva del pensamiento político dominicano 2. Las caricaturas del refugiado español José Olloza, (mayo 1943). 3. El artículo de Tomás Hernández Franco, en el primer número de los “Cuadernos Dominicanos de Cultura” (septiembre 1943). 4. Las cátedras de Carlos Sánchez y Sánchez (febrero 1944). 5. La Realidad dominicana, de Joaquín Balaguer (febrero 1944). Publicado en 1947. 6. La carta de Balaguer a la prensa colombiana (octubre 1945). 7. La carta de Peña Battle a Manach (noviembre 1945). En El sentido de una política, Peña Battle enfatizó la inferioridad educacio- nal y racial de los haitianos, así como la alta tasa de crecimiento de su po- blación, por lo que no se les debería permitir que cruzasen la frontera. El artículo de Hernández Franco apoya a Peña Battle por su antes citado pronunciamiento, explicando por qué los haitianos se sentían impelidos a cruzar la frontera y las razones por las cuales no convenía su presencia. Sánchez y Sánchez también alude a la inferioridad racial del haitiano, su afán por no trabajar, es decir su pereza, y la alta tasa de crecimiento de su población. Propuso que emigrasen a África, bajo auspicio internacional. Joaquín Balaguer, en “La realidad dominicana”, hace un análisis histó- rico de las relaciones entre los dos países, aunque en ningún momento cita la matanza de 1937. Atribuye a Trujillo el haber dado carácter de nación a su país y defiende la dominicanización de la frontera, al impedir el paso de haitianos por ella. Enfatiza el rápido crecimiento de la población haitiana, debido a su bajo nivel de vida y cultura. Su exceso de población, unido a lo reducido de su territorio, amenazaba a los dominicanos. Tan sólo su desarrollo económico reduciría ese peligro. Critica el “vudú” y su popula- ridad del lado dominicano de la frontera antes del advenimiento de Trujillo al poder, lo que había puesto en peligro el tradicional catolicismo de los dominicanos. Considera al negro haitiano como “tarado”, sucio y lleno de enfermedades transmisibles, en contraste con los “blancos” dominicanos de Baní y Jánico. 32
  • 37. Plantea que el haitiano es holgazán, a pesar de su resistencia física. Cri- tica a los braceros por quitarles empleo a los dominicanos y considera que en Haití existía un fuerte racismo. Si los dominicanos no actuaban, la isla llegaría a estar controlada por los haitianos, sería “indivisible”, pues el más prolífico absorbería al más débil. Alega que Trujillo logró impedir ese pe- ligro y por eso los dominicanos podían subsistir como pueblo español y cristiano. Cita que el principal problema dominicano lo era el de la raza. En su carta a la prensa colombiana, Balaguer explica que Trujillo era necesario, porque sin su obra el país desaparecería como nación de origen hispano y cristiano. Menciona lo pequeño del territorio haitiano, su gran población y la gran fecundidad de la misma. El país se estuvo haitiani- zando, el vudú se estuvo expandiendo y la moneda haitiana había reem- plazado a la dominicana en los mercados. El campesino, influenciado por los haitianos, había adoptado costumbres no cristianas, como las uniones incestuosas, sobre todo cerca de la frontera. Lo ocurrido en 1937 había sido una acción defensiva de los campesinos contra los robos. Trujillo tenía que continuar en el poder para enfrentar el problema haitiano mientras éste persistiese, para así garantizar la supervivencia de los dominicanos como nación católica. Ese anti-haitianismo de Balaguer lo expresó en 1927 cuando apenas tenía 21 años de edad, en un artículo en el periódico “La Información”, donde dijo: “Es menos alarmante, para la salud de la República, el soplo imperialista que nos llega de Estados Unidos que el oleaje arrollador del funesto mar de Carbón que ruge, y como león encadenado, en el círculo que opone a sus sueños de expansión la inmutabili- dad legal de las fronteras. Hasta ahora sólo nos ha preocupado el imperialismo angloamericano. Pero el impe- rialismo de Haití, irritante y ridículo, tenaz y pretencioso, conspira con mayor terque- dad contra la subsistencia de nuestro edificio nacional, digno, sin duda, de más sólida y firme arquitectura… …Somos pueblos vecinos pero no pueblos hermanos. Cien codos por encima de la ve- cindad geográfica se levantan la disparidad de origen y los caracteres resueltamente antinómicos que nos separan en las relaciones de la cultura y en las vindicaciones de la Historia. 33
  • 38. Retrospectiva y perspectiva del pensamiento político dominicano De ahí que no creemos en la mentirosa confraternidad domínico-haitiana. En el Pa- lacio Presidencial de Haití han habitado y habitan los peores enemigos de la viabilidad de nuestro ideal republicano… …Pero contra el imperialismo haitiano, lo que necesitamos es realizar una completa y científica colonización del litoral fronterizo y establecer el servicio militar obligatorio para que cada ciudadano pueda ser un baluarte desde cuyas almenas se alce la bandera de la República desplegada a todos los vientos por la grandes del derecho armado”. En su carta a Manach, Peña Battle le explica que debido al problema hai- tiano la República Dominicana no podía darse el lujo de tener un gobierno democrático. También cita el gran tamaño de la población haitiana y su alto crecimiento dentro de un pequeño territorio, sin capa vegetal. Nótese cómo, con excepción de la sugerencia de Sánchez y Sánchez de una emigración a África bajo auspicio internacional, los antes citados tex- tos son bastante homogéneos en su análisis y también en sus prejuicios. Era la “línea oficial” típica de una dictadura. Esos argumentos son difíciles de encontrar en los textos de intelectuales y políticos dominicanos entre 1864 y 1929, período durante el cual, con excepciones, existió bastante li- bertad de expresión. La línea oficial abarca la literatura El tema haitiano estuvo sorprendentemente ausente en la literatura do- minicana previo al régimen de Trujillo. Como tema principal, en la nove- lística dominicana, no aparece, a pesar de que los dos países comparten una misma pequeña isla. Sin embargo, durante el período anti haitiano de Trujillo algunas novelas dominicanas también adoptaron la línea oficial anti haitiana. Caonex (Argentina, 1949) del diplomático J. M. Sanz Lajara refleja la línea propagandística de Trujillo sobre Haití. Compay Chano (1949), de Miguel Alberto Román, está llena de insultos contra Haití y es pura propaganda trujillista, pues describe a los haitianos como salvajes, comedores de niños y una tribu de antropoides. La matanza de esa “masa negra” fue un acto de hateros defendiendo su tierra. En Trementina, clerén y bongó (1943), de Julio 34
  • 39. González Herrera, Trujillo es el que salva al país del peligro haitiano. Los dominicanos necesitaban a un hombre fuerte para enfrentar a Haití. El autor también defiende la matanza. Después de Lescot abandonar el poder, la literatura dominicana durante el régimen de Trujillo, y también después de desaparecido éste, abandonó el tema anti haitiano. El “problema haitiano” visto en restropectiva Sesenta y cuatro años después de la política anti haitiana de Trujillo, es útil comparar las bases de su sustento ideológico de entonces con la reali- dad de hoy día. 1. LAS PROYECCIONES DEMOGRÁFICAS. Joaquín Balaguer en La realidad dominicana cita que la población haitiana de aquella época era de unos tres millones en comparación con los 1.9 millones de dominicanos, es decir que la haitiana excedía la dominicana en un 58%. Dada la mayor fecundidad de los haitianos, Balaguer preveía que la diferencia entre las dos poblaciones sería cada vez mayor, constituyendo una gran amenaza para los dominicanos. Sin embargo, hoy día la cantidad de dominicanos y haitianos residentes en sus respectivas naciones, es probablemente la misma, alrededor de nue- ve millones en cada país. La mucho mayor mortalidad infantil en Haití y la debilidad de sus servicios de salud explica el error en las proyecciones demográficas de los antihaitianos de la década de los años cuarenta del siglo pasado. 2. LA NECESIDAD DE UN DICTADOR DOMINICANO. La ne- cesidad de un dictador como Trujillo fue justificada como imprescindible para enfrentar la presión migratoria haitiana. Trujillo desapareció en 1961, pero en ese entonces existía en Haití la dictadura de los Duvalier, la cual persistió hasta 1986. Durante esos veinticinco años, un cuarto de siglo de democracia en la República Dominicana, la migración haitiana fue mínima, ya que los militares de los Duvalier se ocupaban de impedir su paso por la frontera. Consecuentemente, no fue necesario un dictador dominicano para enfrentar el problema, tan sólo se requería de una dictadura en Haití. 35
  • 40. Retrospectiva y perspectiva del pensamiento político dominicano 3. EL EFECTO DE LA MIGRACIÓN HAITIANA SOBRE LA RE- LIGIÓN Y LA HISPANIDAD. Desaparecida la dictadura de los Duva- lier, en Haití ha surgido un período de extrema inestabilidad política que ha provocado un gran éxodo de haitianos hacia la República Dominicana. Nosotros estimamos que hoy día un 15% de la población de la República Dominicana está constituido por haitianos, o por descendientes de hai- tianos y está repartida por todo el país. Sin embargo, los dominicanos ni practican el “vudú”, ni hablan creole. Todo lo contrario, el haitiano trata rápidamente de aprender el español y, según encuestas recientes hechas entre la población haitiana residente en el país, casi todos son cristianos, aunque no necesariamente católicos y practican su religión. Por otro lado, aproximadamente un 15% de los dominicanos son cristianos no católicos, pero ese cambio no ha sido el resultado de la gran migración haitiana. “El impacto negativo de la presencia de tantos haitianos en la República Dominicana de hoy día es, pues, de carácter económico, no cultural. Sin embargo, el gobierno dominicano no somete a la justicia a ningún patrono por emplear haitianos indocumentados y cuando el gobierno deporta haitianos los productores agrícolas se quejan. Ese real peligro nunca fue citado por los anti haitianos de la dictadura y no lo podían citar si los declaraban ‘holgazanes’ ”. 4. LA NECESIDAD DE DOMINICANIZAR LA FRONTERA. Truji- llo construyó muchas obras en la frontera, llevó allí a muchos dominicanos y también a sacerdotes católicos extranjeros, bajo la premisa de que esa po- blación y esas obras servirían como un impedimento a la penetración hai- tiana. En retrospectiva, nos hemos dado cuenta de que la gran migración ilegal de Haití ha ocurrido por la frontera misma y a pesar de esa presencia de dominicanos. En otras fronteras, como la de Estados Unidos y México, los norteamericanos no han pensado en “americanizar” su frontera y más bien han optado por construir obstáculos físicos para impedir el cruce ile- gal, no barreras culturales. Costa Rica tampoco ha pensado que la forma de impedir la gran migración indocumentada de nicaragüenses es llevando a sus ciudadanos a vivir a la frontera. Es más, no conocemos de un país que haya logrado reducir la migración poblando la frontera. 5. LA PROMOCIÓN DE UNA MIGRACIÓN HAITIANA HACIA ÁFRICA. Unos cinco años después de surgir los textos anti haitianos de 36
  • 41. la época trujillista, se inició un proceso de emigración en todo el Caribe y que todavía persiste. Un 10% de la población de las islas más grandes, Cuba y La Española ya vive fuera de sus países. Un 10% de los dominicanos y un 10% de los haitianos residen fuera de su patria. En las islas más pe- queñas, las angloparlantes, esa proporción es mucho mayor llegando hasta un 35% en algunas de ellas. En Puerto Rico también se dio una emigración masiva en la década de los cincuenta. Ese 10% de la población haitiana se ha trasladado principalmente a Canadá, Estados Unidos y sobre todo a la República Dominicana. Muchos dominicanos arriesgan su vida tratando de cruzar el Canal de La Mona y lo mismo hacen haitianos que tratan de llegar a La Florida. Por eso, los guardacostas norteamericanos han coloca- do a la isla La Española “entre paréntesis” ubicando barcos en el Canal de La Mona y en el de Los Vientos, para impedir el éxodo hacia el territorio norteamericano de haitianos y dominicanos, por lo que hoy día práctica- mente la única opción que tiene el haitiano que quiere emigrar es cruzar la frontera dominicana, para quedarse allí o seguir hacia Puerto Rico o Do- minicana. Una población importante de haitianos vive en Surinam y en la Guayana Francesa, lugares que son los que más pudieran parecerse al África sugerida por Sánchez y Sánchez. 6. EL HAITIANO COMO HOLGAZÁN. Los textos anti haitianos de la época de Trujillo citan que el haitiano es un holgazán, a quien no le gusta trabajar. En 1990 el autor de este libro, en una conferencia ante la Asociación de Jóvenes Empresarios (ANJE) fue el primero en denunciar como la nueva gran presencia de haitianos en la República Dominicana, todos trabajando con mucho vigor en la recolección de cosechas de café, cacao, arroz, en la industria de la construcción y en el comercio informal, creaba una presión para que los salarios no aumentasen en la República Dominicana, se pospusiese la mecanización agrícola y empeorase la distri- bución del ingreso. Dije: “Yo, por lo menos, considero que a la República Dominicana no le conviene la presencia de esa mano de obra y que, con la ayuda de organismos de las Naciones Unidas, se debería promover una re- patriación pacífica y civilizada de los haitianos que estén ilegalmente en mi país. Mis argumentos se basan en razones puramente políticas, económi- cas y morales y no reflejan los prejuicios de tipo racial y social de nuestras generaciones pasadas... Desde el punto de vista económico, la presencia 37
  • 42. Retrospectiva y perspectiva del pensamiento político dominicano haitiana retrasa la transformación de la economía, mantiene esquemas de producción que deberían ir siendo sustituidos más rápidamente y detiene el crecimiento de los salarios reales. Publicaciones posteriores del Banco Mundial confirman esa aseveración nuestra en lo relativo al empeoramien- to en la distribución del ingreso. El impacto negativo de la presencia de tantos haitianos en la República Dominicana de hoy día es, pues, de carác- ter económico, no cultural. Sin embargo, el gobierno dominicano no some- te a la justicia a ningún patrono por emplear haitianos indocumentados y cuando el gobierno deporta haitianos los productores agrícolas se quejan. Ese real peligro nunca fue citado por los anti haitianos de la dictadura y no lo podían citar si los declaraban “holgazanes”. Otro efecto negativo sí fue mencionado por ellos y es el de la transmisión de enfermedades. La malaria, por ejemplo, fue eliminada durante la Era de Trujillo y ahora ha resurgido, traída por los inmigrantes haitianos. 7. EL IMPACTO DE LA MONEDA HAITIANA. Los escritores anti haitianos antes citados planteaban que el gourde había sustituido a la mo- neda dominicana en los mercados, antes de la llegada al poder de Trujillo. Hoy día, a pesar de tantos haitianos en territorio dominicano y también a pesar de Haití haberse convertido en el segundo mercado más importante de exportación para la República Dominicana, superado tan sólo por el norteamericano, el gourde prácticamente no circula en el país. 8. EL PELIGRO DE QUE LA REPÚBLICA DOMINICANA DE- SAPARECIERA COMO NACIÓN. Si la República Dominicana no con- tase con Trujillo los haitianos entrarían en masa al país y el país desapare- cería como nación. Ese fue uno de los principales argumentos de los anti haitianos de la Era. Hoy día, sin embargo, es Haití el país que es considera- do un “estado fallido” y que requiere de tutela internacional. Varios miles de soldados chilenos, argentinos y de varias docenas de otros países están en Haití bajo la sombrilla de las Naciones Unidas. Más bien podría decirse que el país que corre el peligro de desaparecer como nación es Haití, no la República Dominicana. 38
  • 43. Las raíces ideológicas de la dictadura de Trujillo y su proceso de resurrección Franklin Franco “Trujillo, en consecuencia, aparece en la concepción de los ideólogos de su régimen como el padre, el guía, el Mesías salvador de su pueblo; un nuevo ‘Jesús’, pero con uniforme de gendarme.Anteriormente, refiere el mismo Peña Batlle, ‘el país vivió porque la mano de la Providencia lo sostuvo en medio de su catástrofe y porque esa mano invisible parece velar misteriosamente sobre su suerte azarosa’ ”. Introducción En los últimos cinco años se han publicado en nuestro país cerca de veinte obras que tienen como tema central la “Era de Trujillo”. Si bien en su mayor parte estos textos recogen ensayos de carácter historiográficos, también hay novelas, recopilaciones de cuentos y hasta narraciones ane- cdóticas, etc. Y lo que es más significativo: algunas de esas obras, por cierto, de escaso valor científico o literario, han obtenido premios nacionales. La información anterior delata la importancia que registra en nuestra historia la dictadura de Trujillo. Pero sí a lo ya señalado añadimos que no pocas de tales obras contienen concepciones apologéticas sobre el tirano y su régimen despótico, no es atrevido sostener que muchas de esas publica- ciones forman parte de una peligrosa campaña de manipulación ideológica dañina para la vida política presente y futura de los dominicanos. Los anteriores párrafos explican las razones que me inclinaron, cuando recibí la invitación para participar en este importante evento, a dedicar mi intervención al examen, aunque resumido, del aspecto ideológico de aquel funesto gobierno, cuyas consecuencias no terminamos de superar y, tam- bién, a intentar una explicación sobre la peligrosa política de resurrección 39
  • 44. Retrospectiva y perspectiva del pensamiento político dominicano de la ideología trujillista y la rehabilitación de la figura central de la satra- pía que gobernó nuestra nación durante treinta años, campaña que han desarrollado con éxito los abogados del olvido y la impunidad. -I- Los dominicanos no conocieron durante casi un siglo de vida indepen- diente la existencia de partidos organizados. La conformación, en cambio, de grupos políticos sin programa ni estatutos que giraban en torno a la influencia de un jefe o caudillo nacional, quien a su vez basaba su poder en una estrecha red de influencias personales económicas y familiares que se extendía por casi todo el territorio nacional, fue lo común. El primer esfuerzo dirigido a crear una organización política partidaria moderna se efectuó durante la crisis de septiembre-octubre-noviembre de 1916, antes de la primera intervención militar norteamericana, a petición del presidente provisional de la República, don Francisco Henríquez y Carvajal, momento en que se realizó un intento de forjar un gran partido unitario. Más tarde surgió en 1924 con programa político y estatutos, el Partido Nacionalista, que organizó Américo Lugo; pero su existencia fue efímera; apenas duró algunos años. 40
  • 45. Otros esfuerzos surgieron durante las elecciones de 1924 que ganó el caudillo Horacio Vásquez, pero no fue sino en 1931 cuando verdaderamen- te se estructuró, siguiendo el ordenamiento del estilo moderno, el primer partido con lineamientos programáticos y estatutarios definidos en nues- tro país: El Partido Dominicano, fundado por Trujillo y sus intelectuales; agrupamiento que copió casi textualmente, pero sólo momentáneamente y con fines exclusivamente electorales, la declaración de principios del Partido Nacionalista fundado por Lugo. Ese detalle constituye una prueba evidente del atraso político del país, y de la indigencia mental de los gru- pos económicamente poderosos, dueños del poder desde la fundación de la República en 1844. Desde el punto de vista ideológico, el régimen de Trujillo elaboró un sis- tema armónico que se constituyó en la guía que le orientó, pero los plantea- mientos claves que justificaron esa dictadura, como veremos, aparecieron en nuestra realidad mucho antes, y resumen las ideas tradicionales de la oligarquía dominicana. El advenimiento de ese gobierno, firmemente afianzado en una solida or- ganización militar fue además algo reclamado insistentemente por la gran generalidad de los ideólogos de esa misma oligarquía, quienes, sacudidos por las frecuentes crisis que padeció la República, anhelaron siempre el establecimiento de un régimen fuerte que impusiera orden en el país, que permitiera el disfrute tranquilo de sus tierras y negocios y al mismo tiempo la explotación de los trabajadores del campo y la ciudad. En 1929, un año antes del advenimiento de la dictadura de Trujillo, por ejemplo, Federico C. Álvarez, uno de los pilares del grupo oligárquico de Santiago, en su ensayo: “Ideología política del pueblo dominicano” sos- tenía que los dominicanos mantenían la ilusión de que encontrarían “el amo, un buen déspota que realice por si solo todos los anhelos de justicia, libertad y prosperidad”. Por todo ello hay que entender que la breve oposición a la dictadura, de parte de la oligarquía durante los primeros años, obedeció más a diferencias de cuestiones de mando y de usufructo del poder que a causas ideológicas. La oligarquía anhelaba un régimen fuerte, pero en manos de un miembro 41
  • 46. Retrospectiva y perspectiva del pensamiento político dominicano de su grupo y no de un advenedizo como Trujillo. Oportuno es señalar, en tal sentido, que la mayor parte de las críticas hechas a su régimen en los primeros momentos, se basaban más bien en la procedencia social de Trujillo y no en su pasado inmediato que permitía identificarlo como un gendarme brutal al servicio de los interventores norteamericanos. Esta unidad ideológica del nuevo régimen con los ideales de los conser- vadores, que veremos con mayores detalles más adelante, explica a su vez, primero, la brevedad de la oposición de la oligarquía a Trujillo, y segundo, la masiva integración de este sector social, el cual, al cabo de poco tiempo, asumió las principales funciones públicas, llenando con su prestigio social los altos cargos burocráticos. -II- La República Dominicana, en la interpretación de los ideólogos de Tru- jillo, no estaba adecuada a la forma civilizada de vida democrática. Por ello “los métodos de disciplina, si se quiere exagerados, son imprescindibles en el vivir de los dominicanos” (Peña Battle, “Política de Trujillo”, Pág. 86, Co- lección Trujillo, Sto. Dgo. 1944). De ahí la necesidad de un régimen fuerte, que imponga orden. “La democracia dominicana”, –en consecuencia– “debe ser una demo- cracia suigéneris. Y ello así, porque la democracia, como la entienden y la ejecutan algunos países, es lujo que no podemos gastarnos nosotros” (J. Balaguer, “El pensamiento vivo de Trujillo”. Pág. 4, Col. Trujillo, 1944). Todo nuevo sistema ideológico aparece luego de un largo período de ges- tación, y su final consolidación obedece a profundos virajes históricos. En pocas palabras, es la consecuencia natural del surgimiento paulatino de fuerzas emergentes en el orden económico, social y político en la palestra de la historia que un día irrumpen en forma explosiva, casi siempre violen- ta. Por tales motivos, puesto que el advenimiento de Trujillo no significó ningún cambio en el orden económico-social del país, el sistema teórico que le sirvió de base registró la continuidad de las viejas elaboraciones del pensamiento de la oligarquía dominicana. 42
  • 47. Por esa razón la visión de la historia nacional elaborada por los principa- les pensadores de este reducido, pero influyente grupo de intelectuales que acompañó a Trujillo a partir de 1930, al igual y como ya habían expresado otros pensadores de la oligarquía, la dominicana refleja ser una historia azarosa y maldita. Con anterioridad al establecimiento del gobierno de Trujillo, sostiene Fabio A. Mota: “Solo se nos vio apandillados para cohibir tentativas no- bles, o para menoscabar bien reputados merecimientos personales, o para derruir todo cuanto erigió la nobleza. Todo el mundo sabe aquí que de esa saña no escaparon ni siquiera los creadores de la patria, cuya gloria hemos puesto públicamente en tela de juicio”. El propio Trujillo, en uno de sus discursos (escrito por uno de sus inte- lectuales), explica en estos términos la vida del país en los últimos años: “Durante más de medio siglo, nuestro pueblo vio detenerse para él la marcha del progreso. Varias generaciones de dominicanos no conocieron sino el estupor de su inútil sacrificio, y el resultado se tradujo en una des- confianza general que hacía imposible todo esfuerzo de rehabilitación. La imposibilidad de gobernar no era, pues, un problema material susceptible de ser abordado con medidas exteriores, sino que tenía el carácter de una profunda dolencia moral que afectaba la psicología de nuestro pueblo. Y no fue sino en estas circunstancias como hube de asumir el poder, por primera vez, en agosto de 1930”. En tales circunstancias, lo que llamó más poderosamente mi atención fueron las inexplicables disensiones que dividían a la familia nacional. La desconfianza y la duda habían hecho de nuestro pueblo un complejo labe- rinto de pasiones sobre el cual resplandecía, a veces, la luz de una espe- ranza que apagaba de continuo el torbellino de las más desmedidas y más torpes ambiciones” (Trujillo. “Discurso en 1938: Joaquín Balaguer, en el pensamiento vivo de Trujillo”, Pág. 89, Colección Trujillo, 1944). Fue esa visión catastrófica sobre la historia dominicana la que permitió construir el gobierno de “mano dura” de Trujillo justificado, además, con argumentos providenciales. Por ese motivo para los intelectuales de ese 43
  • 48. Retrospectiva y perspectiva del pensamiento político dominicano régimen, la historia dominicana se divide en antes y después de 1930; es decir, antes y después del “Jefe”. Sólo a partir de esta última fecha, “esto es, después de cuatrocientos treinta y ocho años del Descubrimiento –expresa Balaguer–, es cuando el pueblo dominicano deja de ser asistido exclusi- vamente por Dios para serlo igualmente por una mano que parece tocada desde un principio de una especie de predestinación divina: la mano provi- dencial de Trujillo” (15). (“Dios y Trujillo”. Discurso de Balaguer. Abelardo R. Nanita. Biografía de Trujillo. Pág. 58, S. D. 1950). Y en ese mismo orden, Peña Batlle sostiene: “En la personalidad de Tru- jillo y en el sentido de su obra hay la acumulación de fuerzas trascendenta- les, casi cósmicas, destinadas a satisfacer mandatos ineluctables de la con- ciencia nacional”. “Trujillo –continúa el citado autor– nació para cumplir un destino inminente, imponderable, fuera de toda previsión sentimental”. (Abelardo R. Nanita. “Biografía de Trujillo”, Pág. 59, S. D. 1950). Trujillo, en consecuencia, aparece en la concepción de los ideólogos de su régimen, como el padre, el guía, el Mesías salvador de su pueblo; un nuevo “Jesús”, pero con uniforme de gendarme. Anteriormente, refiere el mismo Peña Batlle, “el país vivió porque la mano de la Providencia lo sos- tuvo en medio de su catástrofe y porque esa mano invisible parece velar misteriosamente sobre su suerte azarosa”. Pero ahora –continúa nuestro citado autor–, “es cuando por primera vez interviene una voluntad, ague- rrida, enérgica, que secunda la marcha de la República hacia la plenitud de su destino, la acción tutelar y bienhechora de Trujillo” (Peña Batlle, “Política de Trujillo”, Pág. 96. Col. Trujillo. 1944). Con tales concepciones a cuestas, todos los mecanismos de propaganda del Estado fueron utilizados sistemáticamente por los intelectuales de la dictadura para enchufar en la mente de todo el pueblo esta visión casi teo- crática sobre el nuevo tirano y su dictadura. Debemos señalar que el régimen puso marcado énfasis en introducir tales ideas en la educación nacional. Para tales fines fueron elaborados manuales oficiales de historia y de educación cívica para la enseñanza nacional en sus tres niveles. En uno de estos manuales, el más difundido, aparecen estos criterios dirigidos a caracterizar a los opositores: 44
  • 49. “Deben ver en cada revolucionario un enemigo de tu vida y de tus bienes”. “Si por tu casa pasa un hombre que quiere alterar el orden, hazlo preso: es el peor de los malhechores. El criminal está en la cárcel, ha matado a un hombre o se ha robado alguna cosa. El revolucionario quiere matar a todos los que pueda y cogerse todo lo que encuentra, lo tuyo y lo de tus vecinos; ese es tu peor enemigo”. Este decálogo llegó, incluso, a ser usado en las escuelas primarias como material obligatorio de lectura. -III- El aparato ideológico de Trujillo, forjado en gran parte, como hemos expresado, con viejas elaboraciones de la intelectualidad de la oligarquía nacional, no permaneció estático. Si bien determinadas ideas nunca fueron modificadas, como la del culto a su personalidad y el providencialismo, al- gunas situaciones políticas externas influyeron en varias oportunidades, contribuyendo a modificaciones de matices. Por ejemplo, durante la Segunda Guerra Mundial, los primeros avan- ces de las fuerzas alemanas hicieron pensar a muchos de los ideólogos de la dictadura en la posibilidad del triunfo del fascismo. Por esta razón los intelectuales trujillistas trataron de adecuar su sistema ideológico a esta realidad; naturalmente, sin olvidar principios básicos que tenían como epicentro la exaltación forzosa de la personalidad de Trujillo. Se inicia así el período fascistoides de la ideología trujillista. El jefe entonces deviene en “doctrinario del neosocialismo dominicanista”, al decir de Fabio Mota, uno de los primeros ideólogos del extraño fascismo dominicano (Prensa y Tribuna, pág. 122). En “sus elocuentes discursos –declara Mota refiriéndose a Trujillo– que son la historia de esta luminosa reconstrucción, se encuen- tran los principios básicos de esta orientación”, en los cuales se presenta la ciencia del gobierno en tres aspectos urgentes: “Política de Estructuración de la Entidad Pueblo” “Política de Educación Cooperativista” “Política de Profilaxis Social y de Eugenesia”. Pero tales criterios constituyen más bien un escamoteo teórico frente 45
  • 50. Retrospectiva y perspectiva del pensamiento político dominicano a la posibilidad del triunfo del fascismo en aquella guerra. En tal virtud dada la prontitud con que pasaron estas quimeras, cuando el avance de la fuerza alemana comienza a ser frenado en Europa y África a partir de 1941 por los aliados encabezados en aquellas regiones por Inglaterra y Estados Unidos, Peña Batlle, “el más sagaz y decidido interprete de las ideas políti- cas de Trujillo”, según lo calificó Rodríguez Demorizi, en lo que parece ser un llamado al orden, oportunamente recuerda a todos sus compañeros, y naturalmente a Trujillo, que: “La suerte de nuestra nacionalidad está fatal e indisolublemente ligada a la de nuestra vecina del norte; los caminos de su éxito son los del nuestro, las rutas de su caída han de ser también la de la nuestra”. El mismo fenómeno de adecuación ideológica según las conveniencias ocu- rrió años después, al final del mismo conflicto bélico. En este momento, la decisiva participación de la Unión Soviética dio pie, no solo a una seudolibe- ración momentánea del régimen, sino a su vez permitió otras modificaciones ideológicas, pero en dirección totalmente opuesta. En esta ocasión, el propio Trujillo en discurso escrito al parecer por el propio Peña Batlle, se encargó de introducirlas: “Nuestro país ofrece hoy una de las más avanzadas legislaciones de América, que ensancha sus proyecciones en lo social hacia principios socia- lizantes”. (J. Almoina. Yo fui Secretario de Trujillo. Pág. 142). Y más adelante, en 1946, cuando por primera vez se organiza un partido de tendencia comunista, al ver el ímpetu que va tomando la ola opositora, el “Jefe” declara: “Es bueno que repitamos el pensamiento de uno de los más eminentes tratadistas del socialismo moderno. El ideal del socialismo es grandioso y noble y yo estoy convencido de que su realización es posible; pero ese tipo de sociedad no puede fabricarse; tiene que crecer. La sociedad es un orga- nismo, no una máquina. Me parece, señores, que la República ha entrado en un alto clima de civilidad y que a lo largo de mi gobierno he demostrado que no solo sé desear, sino lograr que mi pueblo sea plenamente feliz. Em- pero yo columbro ya las doradas luces del porvenir. Hacia él he dirigido a la Nación Dominicana” (Almoina, obra citada. Pág. 302). Pero esas poses progresistas fueron abandonadas inmediatamente. Es- tados Unidos decretó en 1947 el inicio de la “Guerra Fría”, momento en que 46
  • 51. el régimen retornó a su política anticomunista y terrorista con el inmediato apresamiento y asesinato de los principales líderes de las organizaciones Juventud Democrática y el Partido Socialista Popular. De la bárbara cam- paña de aquellos día apenas una docena de los dirigentes comunistas logró escapar y salvar la vida mediante el asilamiento en varias embajadas lati- noamericanas. Sin embargo, en 1960, ya casi en el ocaso de la dictadura a causa del brusco cambio registrado en la política exterior norteamericana, y en con- secuencia, del retiro del apoyo de Estados Unidos a Trujillo, a causa del tremendo impacto que originó en todo el continente la llegada al poder de Fidel Castro y su Revolución Cubana, hechos que determinaron localmen- te el crecimiento de la oposición en el seno de la juventud y de la jugada maestra de la Iglesia reclamándole al gobierno respeto a los derechos hu- manos, el dictador intentó de nuevo retornar a la mascarada “progresista y socialista”, tratando, incluso, de establecer relaciones diplomáticas con la Unión Soviética y creando aquí una emisora de radio “fidelista”, Radio Caribe, un pequeño grupo parlamentario izquierdista e iniciando con sus medios informativos una campaña terrible contra sus antiguos protecto- res: los norteamericanos y El Vaticano. -IV- Dentro del marco ideológico de la dictadura, podemos encontrar otros aspectos no inherentes exclusivamente a su sistema particular de gobierno y que expresan de manera más pura la continuidad del sistema general de creencias de la oligarquía dominicana en nuestra sociedad. La continua vigencia de tales ideas en el seno del pueblo, reiteramos, ha sido la consecuencia de la sistemática campaña de tergiversación de la his- toria del país, proceso que se origina en la primera mitad del siglo XIX. Los aspectos ideológicos de la dictadura, que quiero resaltar ahora, es- tán estrechamente vinculados entre sí y son los siguientes: 1.- La exaltación de la cultura hispánica y todo lo español en la formación de la nación dominicana. 47
  • 52. Retrospectiva y perspectiva del pensamiento político dominicano 2.- El prejuicio racial expresado bajo el camuflaje de un nacionalismo antihaitiano. La exaltación de los valores hispánicos fue una herencia procedente del pensamiento oligárquico recogida con toda fidelidad por el sistema ideo- lógico del trujillato. Incluso, desde el punto de vista personal, Trujillo in- tentó buscar su ascendencia española, al tiempo que mantenía permanen- temente una intensa campaña de propaganda dirigida a mostrar la unidad cultural entre nuestro país y su vieja metrópolis. He aquí, por ejemplo y en pocas líneas, la interpretación oficial del régi- men sobre la Independencia Nacional. Nuestra guerra de Liberación, iniciada de hecho en este Baluarte en el año de 1844 y continuada con arrojo sin igual hasta el año 1856, respondió a una doble finalidad: La de alcanzar nuestra independencia y consolidar la vida de la Repú- blica y la de defender los valores espirituales de la cultura hispánica” (31) (Discurso de Trujillo ante el Altar de la Patria, en el Centenario de la Inde- pendencia. Febrero de 1944. Balaguer, obra citada, pág. 99). El otro aspecto que tenemos que considerar, aunque sea brevemente, y que está estrechamente ligado al anterior, es el prejuicio racial. Ese este- reotipo surgido en América durante la época colonial, para justificar la esclavitud del negro, tiene en nuestro caso elementos que renovados, como lo fue la interpretación antojadiza de la historia nacional, y se constituyó en norte y guía del pensamiento atrasado de la oligarquía. Pero hay que apuntar, ante todo, que dicho prejuicio no se expresó aquí de manera abierta, como generalmente se manifestó en otras sociedades, como en Norteamérica, sino de manera velada e hipócrita. La intelectualidad de la oligarquía, como hemos dicho, manipuló la historia escrita del país, y sobre la base de las diferencias surgidas en el curso de la Independencia Nacional entre nuestro país y Haití, levantó un profundo sentimiento antihaitiano camuflado como nacionalismo (*), es- *- Los dominicanos alcanzaron su independencia en 1844, después de 22 años de integración a la República de Haití, nación integrada mayoritariamente por descendientes de africanos, hecho que permitió a la oligarquía dominicana levantar concepciones “nacionalistas” antihaitianas racistas. 48