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SOBRE LA GUERRA Y LA PAZ…
Hugo Ernesto Perdomo Colina
Sociólogo Universidad Nacional de Colombia
Magíster en Intervención Social en Las Sociedades del Conocimiento
Universidad Internacional de la Rioja –UNIR– España.
Imagen propia: Niño del Resguardo Indígena Wacoyo - P. Gaitán Meta
En un país como el nuestro, fraccionado, sectorizado y dividido políticamente, en
donde los caciques electorales tienen la magia para que sus seguidores, que más
parecen adeptos a sectas proto-divinas, los sigan, los idolatren, pero no por sus
ideas o por sus posturas sociales o humanas, sino más bien por un mal sano
caudillismo que obnubila y convierte en sordos e invidentes a sus seguidores.
Bastante extraño mi país, tu país, nuestro país Colombia. Pareciera que no
hubiéramos vivido un interminable baño de sangre pro-ideario-político entre
liberales y conservadores en los años 50, lo que según el Centro de Memoria
Histórica dejó aproximado 300.000 muertos y dos millones de desplazados, en un
país que para la época contaba con cerca de 11 millones de habitantes.
El conflicto contra las FARC, en sus más de 50 años de guerra fratricida, mediado
inicialmente por los ideales de un país más equitativo, por una sociedad más justa,
se fue transformando en la medida que el narcotráfico y su dinero se apoderaban
y permeaban todos los rincones del país, de manera tal que estos ideales
quedaron en letra muerta. Sus otrora objetivos: El Estado colombiano, y sus luchas
sociales dieron un vuelco, ahora aquellos campesinos que defendieron a rabiar con
rústicas escopetas desde las montañas del Tolima, en sus precarios inicios; ese
pueblo estandarte de sus luchas, dejaron de importar y contra ellos arremetieron
sus batallas, convirtiendo por largos años a un país donde generaciones tras
generaciones nacimos, crecimos y otros murieron en medio del conflicto, de la
guerra sin ver el tímido asomo de los destellos de la paz, al punto de convertirnos
en una sociedad, en un país disímil, extraño, diferente para el mundo: por un lado,
repleto de todas las riquezas en flora, fauna, minerales, productos naturales etc.,
pero por la otra, un país que se ha negado a morir de extrañeza frente al dolor de
tanta muerte y tanta barbarie, sin sospechar que la mejor manera de dejar de ser
extraños, sería viendo el fin del eterno conflicto, diferente a lo que el mismo
Estado ha hecho históricamente: maquillar cifras, vestir a sus muertos, ignorar los
ríos de sangre de sus miles de víctimas y cerrar los ojos para correr las persiana de
la ignominia…
No de otra manera e históricamente hemos sido considerados los parias de la
tierra, y con justa razón. Por un lado, los gobiernos; perdón, las eternas familias
que nos han gobernado, y que se pasan, se heredan ese poder
generacionalmente, son los responsables directos y únicos de tanto lastre, de tanta
miseria, de tanta desigualdad social en Colombia, pues no en vano, somos el
segundo país más inequitativo de Latinoamérica, luego del triste y desolado Haití,
como también el país con el mayor número de desplazados en el mundo, ya le
quitamos el primer puesto al ensangrentado Sudán. Después de eso, lo que queda
es apagar e irnos; ¿para dónde? No se…
Esa inequidad, nido perfecto y caldo de cultivo para que todas las especies de los
antisocialismos con los que hoy tenemos que convivir y “luchar” a diario, se
reproduzcan y muten de forma tal que es imposible combatirlos, es producto de un
Estado víctima de su propia anarquía social y desidia; o acaso es justo que el
mismo contralor de la nación, denuncie que se han perdido; perdón se han robado
alrededor de 2 billones y medio de pesos en corruptela, y ¿qué pasa, quiénes
protestan, quiénes marchan, quiénes son los dolientes, quiénes agitan las
banderas del inconformismo?
Dónde están los proto-caudillos para que ensalcen a sus adeptos, para que los
aviven y los saquen a la calle a protestar; pero claro es de entender que esta clase
de temas no cuentan con la aprobación y el respaldo de los mal llamados medios
de comunicación, alas informativas de las eternas familias dueñas del país.
Pareciera que el pueblo por sí solo no hace, no actúa, no se rebela de no estar
guiados o azuzados así sea por un mal líder. Ah falta que hace la semilla de un
Jorge Eliécer Gaitán.
De manera tal, cada sociedad tiene los gobernantes que se merece, y en el caso
de Colombia, los gobernantes han sido producto de ese trabajo sistémico e
histórico de una clase política que recoge sus réditos en las urnas, a cambio de la
aplicación de la sencilla ecuación: pobreza y necesidad vs compra de conciencias.
Así, ese Estado pírrico y miserable por decir menos, pasa a convertirse en el
mecenas gubernamental, mecenas dogmático y claro mecenas salvífico: tú me
eliges y yo te aseguro unos mínimos, entiéndase el plato de comida a través de
una efímera fuente de empleo. Lo que no es otra cosa que propiciar la corrupción,
la misma que ese Estado dice combatir…
Ese pequeño recorrido no busca otra cosa que poner sobre la mesa algunas de las
caras de la moneda, que han jugado un papel preponderante para que en este
país hayamos pervivido durante más de 50 años en una guerra salvaje, contra un
grupo igualmente salvaje, pero que aceptó una oferta de paz y puso fin a más de
50 años de guerra.
Ahora, asumo que hasta el mismo Dios se cansó de tantas masacres, de miles de
niños y niñas en la guerra, de cientos de viudas, de hogares sin padres, de
mutilados, de hombres y mujeres en medio de la tundra matándose por unos
“ideales”, por dogmatismos, por esto o por aquello, pero llegó el momento culmen
que siempre se esperó ¿realmente quiénes lo esperaban?, y por el que tantos
gobiernos justificaron enormes presupuestos para la guerra, que superaban todos
los cálculos posibles de presupuestos juntos; ahora que la Odisea de odio y todo
tipo de justificaciones para degollar al adversario terminó; ahora que se acabó la
industria que alimentó por muchos años los bolsillos de tantos que disfrutaron
desde sus cómodas residencias, desde sus yates en el Mediterráneo el desangre
nacional.
¿Qué sigue? ¿Qué hacer? ¿Cómo pensar? ¿Cómo actuar? ¿Cómo vivir en este país?
¿Será cierto? ¿Es posible?
Esta reflexión hecha desde la Sociología me dice que los intereses de los
ciudadanos y ciudadanas, es decir los intereses de los miles de colombianos y
colombianas que vivimos en este país, están por encima de aquellos intereses
mezquinos y caudillísticos de quienes en otrora también combatieron a esa
guerrilla, y les fue esquivo la victoria por la razón que fuere, y ahora que el día
“D”, llegó no hay que dejarlo ir, no hay que dejarlo pasar; es el momento de
desafiar la historia misma, y hacer a un lado la pandemia cerebral del
anquilosamiento histórico-guerrista vivido en Colombia por 52 años.
Aquí no se trata de traicionar a ese líder, a ese caudillo político, ni menos de ir en
contra de su pensamiento –ojalá así fuera-, aquí nos debe mover es nuestra
nación, nuestra patria que ha llorado y no quiere llorar más a sus miles de
muertos.
No me cabe duda que nos merecemos la oportunidad de vivir en una Colombia sin
FARC, y que merecemos la tranquilidad del cese de la guerra, pues hasta el
gemido de los muertos se unen al eco de los gritos que piden paz, y qué nos
importa las leguleyedas de los abogados que indican que este artículo, que el
inciso, que el parágrafo, que la ley tal o aquella. Lo que importa es el ahora, el
presente, pues por más que recordemos el pasado nada podremos hacer para
cambiarlo, el presente es el que suma para tener un futuro diferente; ojalá
escuchásemos a las verdaderas víctimas de este conflicto: nos han mostrado que
es a través del perdón que se puede dar el siguiente paso.
En este orden de ideas hay que tener presente dos posturas que hacen carrera por
los dogmáticos guerristas en el país: la cadena perpetua, o de ser posible la pena
de muerte por el daño hecho al país, pero es que al país y a sus habitantes no sólo
se le ha hecho daño a través de la guerra, sino también por medio del desangre de
los billones de pesos que esos otros se han robado de manera sistemática a la
nación, como en el caso de los Nulle, y los miles de millones, que en complicidad
con senadores, concejales, abogados y demás, sustrajeron de las arcas de la
nación, y que de rodillas pusieron a la misma fiscalía y ahora están en sus
cómodas mansiones pagando casa por cárcel, como uno de los innumerables casos
que pululan en el país.
Frente a esta postura es importante recordar que a los señores de las FARC,
ningún estamento policial ni militar, los redujo, o los capturó, ellos por su propia
voluntad decidieron aceptar negociar un proceso de paz, mas no un proceso de
entrega; claro, no hay que desconocer los buenos oficios militares del ex
presidente Álvaro Uribe quien los minó y acorraló en las fronteras de países
vecinos. Ello connota otras condiciones; pero en fin, no soy abogado, soy un
ciudadano más de los que piensan que prefiere equivocarse dándole una
oportunidad a la paz, creyendo que sí es posible tener una Colombia, diferente en
donde nací y he vivido, y creer en esos agentes que hicieron la guerra y en lo
pactado en La Habana, que continuar hasta el día de mi muerte por la senda de
sangre y desolación que ya conozco.
La otra postura es la que tiene que ver con los aparentes malos acuerdos firmados
entre el gobierno y las FARC. Realmente si de malos acuerdos gubernamentales
hablamos, acá no hay por dónde, pues si de esto se trata, hagamos memoria: José
Manuel Marroquín (1903), entregó el departamento del Istmo, es decir Panamá,
con la inminente complicidad de Estados Unidos; o las innumerables pérdidas de
frontera de Colombia con sus vecinos Venezuela, Ecuador, Perú y Brasil la cual
alcanza un 54% de territorio en su historia republicana. Como tampoco podemos
olvidar las pésimas decisiones de los últimos presidentes: Pastrana y Uribe quienes
entregaron parte importante de la joya colombiana (50% de dominio sobre sus
aguas marinas), el Archipiélago de San Andrés y Providencia a Nicaragua, por
mencionar algunas de esas pésimas negociones que históricamente han hecho los
mandatarios colombianos; y ello sin contar las negociaciones que tuvieron que ver
con la búsqueda de la pretendida paz en otrora.
Luego, es preferible un mal acuerdo de paz como lo denominan los que quieren
ver a este país andando por la misma senda de guerra y confrontación, y continuar
respirando el olor a pólvora y sangre, y seguir engrosando los 8 millones de
víctimas que ha dejado este conflicto, de las cuales el 80% corresponde a
desplazados, según lo informa la Unidad de Víctimas de la misma Presidencia.
Por ello, y pese a que el señor Juan Manuel Santos no es “santo” de mi devoción,
votaré por esta Colombia, por mi Patria que amo, dándole mi voto de confianza y
esperanza a la paz.
Cuando perdonamos es cuando más nos parecemos a Dios, puesto que el perdón
rara vez es humano.
El dolor no se cura con más dolor, sino con el verdadero perdón…
PD/ Lo último que le ubiqué a este artículo fue el título, pero su similitud es mera
coincidencia con el título de una de las novelas del gran escritor ruso, León Tolstoi
(1828-1910) “La guerra y la paz”, quien desde su convalecencia escribió la que
fuera una de sus obras maestras, y la que se convertiría incluso en una de las
obras cumbres de la literatura rusa y mundial.

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SOBRE LA GUERRA Y LA PAZ

  • 1. SOBRE LA GUERRA Y LA PAZ… Hugo Ernesto Perdomo Colina Sociólogo Universidad Nacional de Colombia Magíster en Intervención Social en Las Sociedades del Conocimiento Universidad Internacional de la Rioja –UNIR– España. Imagen propia: Niño del Resguardo Indígena Wacoyo - P. Gaitán Meta En un país como el nuestro, fraccionado, sectorizado y dividido políticamente, en donde los caciques electorales tienen la magia para que sus seguidores, que más parecen adeptos a sectas proto-divinas, los sigan, los idolatren, pero no por sus ideas o por sus posturas sociales o humanas, sino más bien por un mal sano caudillismo que obnubila y convierte en sordos e invidentes a sus seguidores. Bastante extraño mi país, tu país, nuestro país Colombia. Pareciera que no hubiéramos vivido un interminable baño de sangre pro-ideario-político entre liberales y conservadores en los años 50, lo que según el Centro de Memoria
  • 2. Histórica dejó aproximado 300.000 muertos y dos millones de desplazados, en un país que para la época contaba con cerca de 11 millones de habitantes. El conflicto contra las FARC, en sus más de 50 años de guerra fratricida, mediado inicialmente por los ideales de un país más equitativo, por una sociedad más justa, se fue transformando en la medida que el narcotráfico y su dinero se apoderaban y permeaban todos los rincones del país, de manera tal que estos ideales quedaron en letra muerta. Sus otrora objetivos: El Estado colombiano, y sus luchas sociales dieron un vuelco, ahora aquellos campesinos que defendieron a rabiar con rústicas escopetas desde las montañas del Tolima, en sus precarios inicios; ese pueblo estandarte de sus luchas, dejaron de importar y contra ellos arremetieron sus batallas, convirtiendo por largos años a un país donde generaciones tras generaciones nacimos, crecimos y otros murieron en medio del conflicto, de la guerra sin ver el tímido asomo de los destellos de la paz, al punto de convertirnos en una sociedad, en un país disímil, extraño, diferente para el mundo: por un lado, repleto de todas las riquezas en flora, fauna, minerales, productos naturales etc., pero por la otra, un país que se ha negado a morir de extrañeza frente al dolor de tanta muerte y tanta barbarie, sin sospechar que la mejor manera de dejar de ser extraños, sería viendo el fin del eterno conflicto, diferente a lo que el mismo Estado ha hecho históricamente: maquillar cifras, vestir a sus muertos, ignorar los ríos de sangre de sus miles de víctimas y cerrar los ojos para correr las persiana de la ignominia… No de otra manera e históricamente hemos sido considerados los parias de la tierra, y con justa razón. Por un lado, los gobiernos; perdón, las eternas familias que nos han gobernado, y que se pasan, se heredan ese poder generacionalmente, son los responsables directos y únicos de tanto lastre, de tanta miseria, de tanta desigualdad social en Colombia, pues no en vano, somos el segundo país más inequitativo de Latinoamérica, luego del triste y desolado Haití, como también el país con el mayor número de desplazados en el mundo, ya le quitamos el primer puesto al ensangrentado Sudán. Después de eso, lo que queda es apagar e irnos; ¿para dónde? No se… Esa inequidad, nido perfecto y caldo de cultivo para que todas las especies de los antisocialismos con los que hoy tenemos que convivir y “luchar” a diario, se reproduzcan y muten de forma tal que es imposible combatirlos, es producto de un Estado víctima de su propia anarquía social y desidia; o acaso es justo que el mismo contralor de la nación, denuncie que se han perdido; perdón se han robado alrededor de 2 billones y medio de pesos en corruptela, y ¿qué pasa, quiénes
  • 3. protestan, quiénes marchan, quiénes son los dolientes, quiénes agitan las banderas del inconformismo? Dónde están los proto-caudillos para que ensalcen a sus adeptos, para que los aviven y los saquen a la calle a protestar; pero claro es de entender que esta clase de temas no cuentan con la aprobación y el respaldo de los mal llamados medios de comunicación, alas informativas de las eternas familias dueñas del país. Pareciera que el pueblo por sí solo no hace, no actúa, no se rebela de no estar guiados o azuzados así sea por un mal líder. Ah falta que hace la semilla de un Jorge Eliécer Gaitán. De manera tal, cada sociedad tiene los gobernantes que se merece, y en el caso de Colombia, los gobernantes han sido producto de ese trabajo sistémico e histórico de una clase política que recoge sus réditos en las urnas, a cambio de la aplicación de la sencilla ecuación: pobreza y necesidad vs compra de conciencias. Así, ese Estado pírrico y miserable por decir menos, pasa a convertirse en el mecenas gubernamental, mecenas dogmático y claro mecenas salvífico: tú me eliges y yo te aseguro unos mínimos, entiéndase el plato de comida a través de una efímera fuente de empleo. Lo que no es otra cosa que propiciar la corrupción, la misma que ese Estado dice combatir… Ese pequeño recorrido no busca otra cosa que poner sobre la mesa algunas de las caras de la moneda, que han jugado un papel preponderante para que en este país hayamos pervivido durante más de 50 años en una guerra salvaje, contra un grupo igualmente salvaje, pero que aceptó una oferta de paz y puso fin a más de 50 años de guerra. Ahora, asumo que hasta el mismo Dios se cansó de tantas masacres, de miles de niños y niñas en la guerra, de cientos de viudas, de hogares sin padres, de mutilados, de hombres y mujeres en medio de la tundra matándose por unos “ideales”, por dogmatismos, por esto o por aquello, pero llegó el momento culmen que siempre se esperó ¿realmente quiénes lo esperaban?, y por el que tantos gobiernos justificaron enormes presupuestos para la guerra, que superaban todos los cálculos posibles de presupuestos juntos; ahora que la Odisea de odio y todo tipo de justificaciones para degollar al adversario terminó; ahora que se acabó la industria que alimentó por muchos años los bolsillos de tantos que disfrutaron desde sus cómodas residencias, desde sus yates en el Mediterráneo el desangre nacional. ¿Qué sigue? ¿Qué hacer? ¿Cómo pensar? ¿Cómo actuar? ¿Cómo vivir en este país? ¿Será cierto? ¿Es posible?
  • 4. Esta reflexión hecha desde la Sociología me dice que los intereses de los ciudadanos y ciudadanas, es decir los intereses de los miles de colombianos y colombianas que vivimos en este país, están por encima de aquellos intereses mezquinos y caudillísticos de quienes en otrora también combatieron a esa guerrilla, y les fue esquivo la victoria por la razón que fuere, y ahora que el día “D”, llegó no hay que dejarlo ir, no hay que dejarlo pasar; es el momento de desafiar la historia misma, y hacer a un lado la pandemia cerebral del anquilosamiento histórico-guerrista vivido en Colombia por 52 años. Aquí no se trata de traicionar a ese líder, a ese caudillo político, ni menos de ir en contra de su pensamiento –ojalá así fuera-, aquí nos debe mover es nuestra nación, nuestra patria que ha llorado y no quiere llorar más a sus miles de muertos. No me cabe duda que nos merecemos la oportunidad de vivir en una Colombia sin FARC, y que merecemos la tranquilidad del cese de la guerra, pues hasta el gemido de los muertos se unen al eco de los gritos que piden paz, y qué nos importa las leguleyedas de los abogados que indican que este artículo, que el inciso, que el parágrafo, que la ley tal o aquella. Lo que importa es el ahora, el presente, pues por más que recordemos el pasado nada podremos hacer para cambiarlo, el presente es el que suma para tener un futuro diferente; ojalá escuchásemos a las verdaderas víctimas de este conflicto: nos han mostrado que es a través del perdón que se puede dar el siguiente paso. En este orden de ideas hay que tener presente dos posturas que hacen carrera por los dogmáticos guerristas en el país: la cadena perpetua, o de ser posible la pena de muerte por el daño hecho al país, pero es que al país y a sus habitantes no sólo se le ha hecho daño a través de la guerra, sino también por medio del desangre de los billones de pesos que esos otros se han robado de manera sistemática a la nación, como en el caso de los Nulle, y los miles de millones, que en complicidad con senadores, concejales, abogados y demás, sustrajeron de las arcas de la nación, y que de rodillas pusieron a la misma fiscalía y ahora están en sus cómodas mansiones pagando casa por cárcel, como uno de los innumerables casos que pululan en el país. Frente a esta postura es importante recordar que a los señores de las FARC, ningún estamento policial ni militar, los redujo, o los capturó, ellos por su propia voluntad decidieron aceptar negociar un proceso de paz, mas no un proceso de entrega; claro, no hay que desconocer los buenos oficios militares del ex presidente Álvaro Uribe quien los minó y acorraló en las fronteras de países
  • 5. vecinos. Ello connota otras condiciones; pero en fin, no soy abogado, soy un ciudadano más de los que piensan que prefiere equivocarse dándole una oportunidad a la paz, creyendo que sí es posible tener una Colombia, diferente en donde nací y he vivido, y creer en esos agentes que hicieron la guerra y en lo pactado en La Habana, que continuar hasta el día de mi muerte por la senda de sangre y desolación que ya conozco. La otra postura es la que tiene que ver con los aparentes malos acuerdos firmados entre el gobierno y las FARC. Realmente si de malos acuerdos gubernamentales hablamos, acá no hay por dónde, pues si de esto se trata, hagamos memoria: José Manuel Marroquín (1903), entregó el departamento del Istmo, es decir Panamá, con la inminente complicidad de Estados Unidos; o las innumerables pérdidas de frontera de Colombia con sus vecinos Venezuela, Ecuador, Perú y Brasil la cual alcanza un 54% de territorio en su historia republicana. Como tampoco podemos olvidar las pésimas decisiones de los últimos presidentes: Pastrana y Uribe quienes entregaron parte importante de la joya colombiana (50% de dominio sobre sus aguas marinas), el Archipiélago de San Andrés y Providencia a Nicaragua, por mencionar algunas de esas pésimas negociones que históricamente han hecho los mandatarios colombianos; y ello sin contar las negociaciones que tuvieron que ver con la búsqueda de la pretendida paz en otrora. Luego, es preferible un mal acuerdo de paz como lo denominan los que quieren ver a este país andando por la misma senda de guerra y confrontación, y continuar respirando el olor a pólvora y sangre, y seguir engrosando los 8 millones de víctimas que ha dejado este conflicto, de las cuales el 80% corresponde a desplazados, según lo informa la Unidad de Víctimas de la misma Presidencia. Por ello, y pese a que el señor Juan Manuel Santos no es “santo” de mi devoción, votaré por esta Colombia, por mi Patria que amo, dándole mi voto de confianza y esperanza a la paz. Cuando perdonamos es cuando más nos parecemos a Dios, puesto que el perdón rara vez es humano. El dolor no se cura con más dolor, sino con el verdadero perdón… PD/ Lo último que le ubiqué a este artículo fue el título, pero su similitud es mera coincidencia con el título de una de las novelas del gran escritor ruso, León Tolstoi (1828-1910) “La guerra y la paz”, quien desde su convalecencia escribió la que fuera una de sus obras maestras, y la que se convertiría incluso en una de las obras cumbres de la literatura rusa y mundial.