1. ¿Estamos solos en el Universo?
Observaciones científicas en diversos campos
sugieren que podríamos ser los únicos habitantes
de un vasto océano cósmico.
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por ROBERT NAEYE
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Courtesy Astronomy Magazine
Artículo publicado en el número de Julio de 1996
(Fotos NASA, excepto donde se indique otra procedencia)
2. Los seres humanos prosperan casi en cualquier lugar de la Tierra.
Desde la sofocante selva lluviosa amazónica hasta el desierto del
Sáhara, donde se secan hasta los huesos; desde las desoladas y frías
tierras árticas hasta las islas dispersas por el Pacífico, los seres
humanos han conseguido adaptarse a las condiciones hostiles.
¿Será la Vía Láctea como el planeta Tierra, con pueblos y ciudades
salpicando el paisaje? ¿O más bien habría que comparar la Tierra con
una isla solitaria perdida en un vasto océano galáctico, separada por
enormes distancias de los otros planetas portadores de vida, vida
inteligente en particular?
A primera vista, nuestro planeta y su estrella nos parecen muy
normales. Nicolás Copérnico hizo pedazos las ideas preexistentes
sobre la posición de la Tierra en el centro de la Creación. Las
generaciones de astrónomos que le sucedieron no hicieron más que
reforzar el punto de vista copernicano a medida que fueron
descubriendo la verdadera naturaleza de las estrellas, la remota
localización de nuestro planeta en la Galaxia y la existencia de otras
galaxias lejanas, muy lejanas. Tanto ha penetrado esta mentalidad en
el moderno mundo científico que casi es una herejía atribuir
cualquier cualidad especial a nuestro sistema solar, a nuestro planeta
o incluso a nosotros mismos. Habiendo unos 200.000 millones de
estrellas en la Galaxia y estando lleno el espacio interestelar con las
moléculas necesarias para la vida, muchos científicos y profanos
concluyen lógicamente que no debemos de estar solos, que debemos
estar compartiendo nuestra galaxia con cientos, miles, o quizá
millones de otras civilizaciones.
Pero esta lógica simplista no resiste un examen más atento. Los más
recientes descubrimientos en diversos campos científicos sugieren
que la vida ha tenido que pasar por una serie de cuellos de botella en
su camino hacia la inteligencia. Nuestra existencia sobre la Tierra es
el resultado de una larga serie de sucesos improbables acaecidos en el
La Luna evita que orden preciso, como si nos hubiese tocado un premio de un millón de
el eje de rotación dólares en la lotería un millon de veces seguidas. Quizá somos
terrestre derive realmente especiales, aunque no esté de moda pensar así. Quizá la
caóticamente. humanidad se encuentre aislada en una fértil isla en medio de las
(Foto Alan Dyer) predominantemente estériles aguas del océano galáctico.
3. Los científicos que sopesan estas profundas cuestiones se ven
limitados por el hecho de que tan sólo tienen un tipo de vida para
estudiar: la vida sobre la Tierra. Los escritores de ciencia ficción han
imaginado una sorprendente variedad de formas de vida muy
distintas de las terrestres. Pero la única limitación para estos
escritores está en su capacidad de imaginación, no en el mundo real.
La vida tal como la conocemos, desde un astrónomo aficionado hasta
la bacteria más simple, comparte ciertas características
fundamentales, que muchos científicos piensan que deben ser
comunes a cualquier forma de vida del Universo. En primer lugar, los
seres vivos toman de su entorno la materia y energía que precisan
para nutrirse, reproducirse, y desplazarse, expulsando los desechos.
En segundo lugar, son capaces de almacenar información, duplicarla
y transmitirla a las futuras generaciones (que es una forma rebuscada
de decir "sexo").
El estado líquido es ideal para todas estas funciones. Los líquidos
pueden disolver tanto sólidos como gases, produciendo moléculas
complejas. Y estas moléculas pueden desplazarse libremente y entrar
en contacto unas con otras acelerando así las reacciones químicas. En
los gases, los átomos están demasiado lejos unos de otros para
permitir la formación de moléculas complejas capaces de almacenar
información. En los sólidos las moléculas están atrapadas en un sitio
fijo, de modo que las reacciones químicas que se precisarían para
transferir información de una generación a otra serían mucho más
lentas que en los líquidos. En la Tierra, donde todas las formas de
vida se basan en el estado líquido, pasaron 3800 millones de años
entre la aparición de los primeros microbios y las hamburgueserías.
Si hubiese otro planeta en el que la vida se basara en sólidos, el
tiempo necesario para que evolucionase vida inteligente sería más
largo que la misma edad del Universo.
Toda la vida La vida inteligente no sólo necesita líquidos que la soporten, sino
terrestre se basa en que, probablemente, precisa agua líquida. En la Tierra, el agua es
el agua líquida. literalmente la molécula de la vida, pues constituye el 70% de la
Probablemente, en masa celular. Hay buenas razones para pensar que esto sea así en
otros mundos todas partes. El agua es la molécula más abundante en el Universo
ocurrirá lo mismo. que pueda encontrarse en estado líquido, y tiene una asombrosa
capacidad para disolver compuestos inorgánicos, de modo que los
organismos vivos puedan usarlos. Otros líquidos, como el amoníaco,
no comparten con el agua esta versatilidad. No es casual que el único
cuerpo en el Sistema Solar con agua líquida en su superficie, la
Tierra, sea también el único en el que se hayan encontrado seres
vivos.
Aunque otras formas de vida en el Universo pudieran estar basadas
en otros líquidos, la mayoría de los biólogos opina que las que se
basen en el agua son las que tienen mayor probabilidad de desarrollar
vida inteligente. Todo esto supone una limitación bastante estricta
4. para el desarrollo de vida inteligente: precisa temperatura estable
durante miles de millones de años para que el agua se mantenga en
estado líquido.
Para que llegue a producirse un ser inteligente, un planeta con seres
vivos requiere una estrella que sirva de incubadora y le proporcione
temperaturas relativamente estables durante miles de millones de
años. Pero sólo cumplen este requisito una pequeña fracción de los
200.000 millones de estrellas de la Galaxia. El Sol es una de las que
lo cumplen a la perfección. Esta estrella de mediana edad tiene un
tamaño y una masa que están ligeramente por encima del promedio, y
emite energía establemente. Pero el Sol, a diferencia de la mayoría de
La vida precisa de estrellas, no tiene compañera alguna. Aproximadamente dos terceras
un buen sol, una partes de las estrellas de la Vía Láctea pertenecen a sistemas binarios
estrella solitaria o múltiples. En la mayoría de los sistemas múltiples es imposible que
que radíe suficiente se formen planetas, o bien, si se llegan a formar, acaban recorriendo
energía para complicadas órbitas alargadas, a causa de los tirones gravitatorios. En
calentar el planeta. ciertos momentos de su recorrido orbital, el planeta se acercaría tanto
Pero si la estrella al calor abrasante de una de las estrellas que se evaporaría el agua,
tiene una masa mientras que en otros se alejaría muy, muy lejos, y el agua se
excesiva, agota su congelaría a temperaturas pocos grados por encima del cero absoluto.
combustible con Nunca podría aparecer vida inteligente en planetas así.
excesiva rapidez. Pero tampoco pueden soportar vida la mayor parte de las estrellas
solitarias. Aproximadamente el 80% de las estrellas -aquellas con una
(Foto Larry masa menor que el 65% de la masa solar- radían tan poca energia que
Landolfi) son incapaces de mantener vida alguna. Un planeta que orbitase a la
distancia adecuada de una de estas estrellas para mantener el agua en
estado líquido, estaría tan cerca que las fuerzas de marea frenarían la
rotación del planeta, como ocurre con Mercurio y el Sol. Un
hemisferio quedaría encarado hacia la estrella durante un largo
periodo, calentándose demasiado, y el más apartado sería demasiado
frío. Además, muchas de estas estrellas enanas proyectan al espacio
fulguraciones gigantescas que abrasan periódicamente los planetas
más cercanos.
En el extremo opuesto de la escala, las estrellas que tienen una masa
40% superior a la del Sol, o mayor, no viven lo suficiente para que se
puedan producir civilizaciones tecnológicas. Estos monstruos
celestes, que suponen el 1% del total de la Galaxia, consumen el
hidrógeno como tiburones hambrientos, alimentándose
frenéticamente. A escala cósmica, su vida transcurre en un abrir y
cerrar de ojos.
El Sol pertenece a una preciosa minoria de estrellas que carecen de
compañeras y que tienen la masa precisa. Nadie sabe exactamente
cuántas estrellas pueden mantener vida inteligente, pero está claro
que las razones expuestas reducen drásticamente las pretensiones más
optimistas de existencia de extraterrestres. De los 200.000 millones
de estrellas quedarían quizá tan sólo unos 10 o 20.000 millones.
5. Además de producir
auroras,
el campo magnético de
la Tierra protege
la superficie del planeta
de las radiaciones
mortales.
(Foto Bill Tetley)
Diez o veinte miles de
millones de soles son una cantidad considerable, de todos modos. ¿Y
cuántos de ellos tienen planetas que puedan soportar vida? El
descubrimiento de planetas alrededor de estrellas semejantes al Sol,
como 51 Pegasi, 70 Virginis y 47 Ursae Majoris, ha reavivado el
optimismo de los que afirman que debe haber vida extraterrestre,
pero un examen más atento de los nuevos planetas ofrece una imagen
menos idílica.
El planeta que orbita alrededor de 51 Pegasi tiene una masa parecida
a la de Júpiter y está tan próximo a la estrella que se cuece a una
temperatura abrasadora de 1000º. La mayoría de los astrónomos
opina que este planeta se originó mucho más lejos de su estrella, para
irse acercando a causa de su interacción con el disco a partir del cual
se formó, hasta que se detuvo poco antes de alcanzar un final
ardiente. Si tal sistema contuvo planetas de tipo terrestre, no debieron
de tener tanta suerte: si el disco protoplanetario duró lo suficiente, se
fueron acercando en espiral a su estrella -a su perdición- hasta caer en
ella.
Se ha pronosticado que el planeta de 70 Virginis debe ser adecuado
para sostener vida a causa de que se encuentra en una zona donde se
podría mantener agua en forma líquida. Pero dicho planeta tiene una
órbita fuertemente elíptica que le obliga, a él y a las lunas que puedan
girar a su alrededor, a unas variaciones climáticas brutales. Es más:
este planeta es tan masivo -6,5 veces más que Júpiter, por lo menos-
que su órbita elíptica acabaría expulsando cualquier planeta interior
fuera del sistema.
De todos los nuevos sistemas
planetarios descubiertos hasta la
fecha, el de 47 Ursae Majoris es el
más parecido al nuestro. Pero incluso
dicho sistema ofrece pocas
posibilidades de albergar vida. La
mayor parte de los astrónomos piensa
que lo que impidió que se formara un
planeta donde se encuentra ahora el
cinturón de asteroides es la enorme
masa de Júpiter. Siendo el planeta de
6. 47 Ursae Majoris al menos 2,3 veces mayor que Júpiter y estando tan
cerca de la estrella, debe obstaculizar seriamente el proceso de
formación de planetas en la zona
donde podría aparecer la vida.
Los astrónomos tienen serias razones
para pensar que los sistemas
semejantes al nuestro -con planetas
rocosos en la zona interior y gigantes
gaseosos situados a partir de una
distancia como la que separa Júpiter
del Sol- son los que ofrecen mayores
posibilidades de albergar vida. Los
planetas rocosos servirían como
morada para los seres vivos, mientras
que los planetas masivos limpiarían el sistema de gran parte de los
residuos sobrantes del proceso de formación de los planetas.
Recientes simulaciones mediante ordenador efectuadas por George
Wetherill en la Carnegie Institution de Washington D.C. muestran
que sin planetas como Júpiter, los planetas interiores serían
bombardeados constantemente por asteroides y cometas asesinos. En
lugar de provocar extinciones en masa -como la que acabó con los
dinosaurios- cada 100 millones de años, tendrían lugar cada 100,000
años. La vida nunca tendría oportunidad de evolucionar hasta la
aparición de seres inteligentes.
Los astrónomos han intentado, sin éxito, encontrar planetas con la
masa y órbita de Júpiter alrededor de una docena de estrellas
cercanas semejantes al Sol. Se diría que los planetas gigantes son
relativamente poco comunes. Modelos de ordenador indican que un
planeta necesita al menos 10 millones de años para engullir suficiente
gas del disco protoplanetario hasta alcanzar una masa como la de
Júpiter. Observaciones con radiotelescopios de estrellas vecinas que
tienen pocos millones de años de edad muestran que la mayoría no
tienen suficiente gas alrededor para formar pesos pesados, planetas
semejantes a Júpiter. De modo que, para que un sistema solar sea
habitable, es necesario que se forme a partir de un disco que persista
bastante tiempo para que un planeta del tipo de Júpiter disponga de
suficiente gas, pero no tanto que los planetas de tipo terrestre se
vayan acercando en espiral a la estrella y acaben cayendo en ella.
Nuestro sistema solar podría ser de los pocos en que todo ocurrió de
la forma exacta para dar a la vida una oportunidad de luchar.
7. Muchos astrónomos se quejan diciendo que la Luna es un pedazo
inútil de roca que estropea el cielo nocturno durante unas dos
semanas cada mes. Pero sin la Luna no habría nadie sobre la Tierra
capaz de disfrutar de las maravillas del Universo. El sistema Tierra-
Luna destaca de modo singular al compararlo con los demás planetas
rocosos. Mercurio y Venus no tienen ni un satélite, y Marte tiene dos
insignificantes pedazos de roca del tamaño de la isla de Manhattan
que probablemente no son más que asteroides capturados. La Tierra
puede presumir de su gran Luna, que es tan grande como los mayores
satélites de Júpiter y Saturno. No es de extrañar que muchos
astrónomos hablen del sistema Tierra-Luna como de un planeta
doble. Las investigaciones de Jacques Laskar y sus colaboradores en
el Bureau des Longitudes de París muestran que la considerable
fuerza de gravedad de la Luna actúa como un áncora que da
estabilidad a la Tierra. Sin la Luna, los pequeños tirones gravitatorios
que ejercen los demás planetas, especialmente Júpiter, durante
millones de años, pondrían en peligro la estabilidad del eje de
rotación de la Tierra. En lugar de los 23,5º actuales, que nos
proporcionan estaciones moderadas variando tan sólo 2,6º durante el
ciclo de 41,000 años, la inclinación del eje fluctuaría caóticamente
entre 0º y 85º durante millones de años. El clima de la Tierra sufriría
eones de variaciones climáticas brutales, seguidos de periodos en que
no se daría variación alguna. Condiciones tan inestables como éstas
conducirían seguramente hacia una situación como la de Venus, con
un efecto invernadero que calienta su superficie a temperaturas
infernales de 450º C, o bien hacia una glaciación imparable, que
sumergiría la Tierra en una edad glacial permanente.
Muy pocos planetas de la Galaxia que tengan el tamaño de la Tierra
poseerán un satélite tan grande como nuestro buen vecino. La
mayoría de los astrónomos piensa que la Luna se formó por un
accidente monstruoso. En los primeros tiempos de la historia del
La tectónica de Sistema Solar, un objeto del tamaño de Marte se estrelló contra la
Placas y el Tierra con el ángulo preciso para que, sin destruirla, se proyectaran al
volcanismo regulan espacio gran cantidad de materiales que acabaron reuniéndose y
el clima y la dieron lugar a la Luna. La probabilidad de que suceda algo así es de
composición uno entre un millón, pero parece haber sido necesario para permitir
atmosférica. que se desarrollara vida inteligente.
Quizá la circunstancia más fortuita de todas sea el hecho de que
(Foto NOAA) quedase agua líquida sobre la Tierra mientras tanto ella como el Sol
sufrían grandes cambios. Cuando se formó la Tierra hace unos 4600
millones de años, el Sol era un 30% más débil que en la actualidad,
según predicen los modelos de evolución estelar. La Tierra tenía
entonces una atmósfera totalmente diferente, compuesta
principalmente de nitrógeno, dióxido y monóxido de carbono. A lo
largo de miles de millones de años, la actividad biológica y geológica
eliminó la mayor parte del carbono de la atmósfera, reemplazándolo
8. por el oxígeno libre que ahora permite sostener toda la vida animal.
Cabe subrayar que, a medida que el Sol se iba calentando y la
atmósfera de la Tierra cambiaba totalmente de composición, la
temperatura media de la Tierra se mantuvo dentro de los estrechos
márgenes que favorecen la vida, entre 5 y 60ºC. ¿Cómo ha
conseguido la Tierra evitar el efecto invernadero o una permanente
edad glacial?
Los geólogos proponen que existe un termostato global que mantiene
la atmósfera dentro de una franja de temperaturas ni demasiado frías
ni demasiado calientes. El volcanismo y los desplazamientos de las
placas continentales y oceánicas reciclan el carbono entre la
atmósfera y el interior de la Tierra. Cuando se enfría el clima, los
procesos geológicos permiten que suba el nivel de dióxido de
carbono en la atmósfera, y como el dióxido de carbono es un gas que
atrapa calor por efecto invernadero, aumenta la temperatura. Cuando
la Tierra se calienta, estos mecanismos eliminan dióxido de carbono
de la atmósfera, de manera que se enfría el planeta. Este termostato,
según creen muchos científicos, ha mantenido estable el clima
durante eones.
¿Cuántos sistemas planetarios de la Galaxia giran alrededor de una
estrella adecuada, tienen un planeta como Júpiter, un planeta rocoso
con una gran luna y un termostato perfecto? Nadie puede asegurarlo,
pero deben ser muy pocos. La moraleja de esta historia es que los
buenos planetas son difíciles de encontrar.
(Foto Peter Appelbaum)
Incluso si aceptamos que se pueda
originar vida sobre un planeta
adecuado, que orbite un sol
adecuado, eso no implica que
tenga que aparecer alguna especie
de elevada inteligencia. Muchos
biólogos evolucionistas piensan
que la aparición de una especie
inteligente como Homo sapiens
fue un proceso altamente improbable, de uno en mil millones.
El paleontólogo evolucionista de Harvard Stephen Jay Gould corrige
en su libro Wonderful Life el error generalizado de que la evolución
"progresa incesantemente" hacia niveles crecientes de complejidad e
inteligencia. Más bien, según explica Gould, la evolución de los seres
vivos es semejante a un árbol. Homo sapiens, como las demás
especies modernas, no es más que un pequeño brote al final de una
larga cadena de ramificaciones de tamaño progresivamente reducido.
Si la evolución no persigue objetivo alguno, ninguna ramita es más
avanzada que las demás.
Ernst Mayr, colega de Gould en Harvard, sostiene que la aparición
9. evolutiva de una ramita capaz de desarrollar alta tecnología es
sumamente improbable, subrayando el hecho de que sólo en uno de
los cuatro grandes reinos de seres vivos, los animales, se han dado
seres inteligentes. Sólo en uno de los 70 tipos de animales, los
Cordados, ha aparecido inteligencia. Sólo en una Clase de Cordados,
los Mamíferos, se ha dado inteligencia. Sólo en un Orden de
Mamíferos, los Primates, y sólo en una Familia de Primates, los
grandes simios, ha aparecido inteligencia elevada. Y después de 25
millones de años de evolución y muchas estirpes fracasadas, tan sólo
ha surgido una especie de simio
capaz de alta tecnología.
(Photo Gallery of prehistoric Art)
Nuestro propio linaje ha pasado a
través de millones de especies.
Como la evolución es en principio
un juego de azar, cualquier
variación aparentemente pequeña
en un acontecimiento
aparentemente insignificante
podría haber interrumpido nuestro
linaje antes de que apareciesen seres humanos. Los defensores de que
existen seres extraterrestres inteligentes deberían desanimarse
profundamente ante el hecho de que en ninguna de las otras estirpes,
entre los miles de millones de especies que han ocupado la Tierra a
través de las Eras, se ha dado jamás un progreso importante hacia una
inteligencia elevada.
Los ojos han aparecido evolutivamente de forma independiente al
menos en 40 ocasiones distintas a lo largo de la historia de la Tierra.
Pero nunca se ha dado caso alguno de "convergencia evolutiva" hacia
la aparición de alta inteligencia. Puede que se haya dado varias veces
un desarrollo evolutivo de la inteligencia, pero sólo en la especie
humana se dió simultáneamente la destreza manual necesaria para
elaborar instrumentos. Y esa combinación parece haber sido clave
para que los seres humanos llegaran a desarrollar su alta tecnología.
10. El holocausto nuclear, la
contaminación,
los impactos de asteroides y otros
desastres
pueden llevar una civilización a la
extinción.
¿Cuál será nuestro destino? (Foto
National Archives)
Esta larga serie de cuellos de botella
deja bien claro que el surgimiento de
vida inteligente es mucho más difícil
de lo que los científicos habían
pensado anteriormente. Y es posible
que aún haya más obstáculos con los que los científicos no hayan
tropezado todavía. La aparición de vida sobre la Tierra, por ejemplo,
puede haber sido el último suceso improbable. Los defensores de que
existen extraterrestres podrían oponer que la línea argumental
expuesta se basa tan sólo en especulaciones antropocéntricas. Quizá
la vida, e incluso vida inteligente, podría darse bajo formas diversas
que ni siquiera podemos imaginar.
Sin embargo, hablar de formas de vida alternativa es el colmo de la
especulación. Si optamos por evitar la especulación para adherirnos
tan sólo a lo observable, podremos hacer la misma pregunta que
formuló en 1950 el premio Nobel de Física Enrico Fermi: Si la
Galaxia está repleta de seres inteligentes, ¿dónde están? Nunca se
ha podido tener ninguna evidencia observacional sobre la existencia
de otros seres inteligentes en ninguna otra parte del Universo: es la
pura realidad. Si la vida inteligente fuera corriente, nuestros
instrumentos astronómicos quizá podrían detectar algún indicio de
sus actividades. Pero, como sugiere el astrónomo Ben Zuckerman de
UCLA, carecemos de indicios de que la tecnología haya puesto su
mano sobre el Universo. El satélite astronómico para observación
infrarroja IRAS podría haber detectado radiación térmica proveniente
de grandes colonias espaciales, o proyectos de ingeniería espacial
alrededor de varios cientos de estrellas semejantes al Sol.
Incluso considerando las enormes distancias entre las estrellas, es
difícil imaginar que todas las civilizaciones con desarrollo
tecnológico se hayan quedado confinadas en sus sistemas planetarios
de origen. Apenas transcurridos 40 años desde el inicio de nuestra
Era Espacial ya contamos con cuatro sondas que han abandonado el
Sistema Solar. En el año 1900 se habrían reído de cualquiera que
afirmase que sucedería así antes de acabar el siglo. Dado que los
conocimientos científicos se duplican cada 20 años, supondría
igualmente miopía descartar los viajes interestelares. Si la galaxia
está poblada por civilizaciones capaces de desarrollar tecnología,
algunas de ellas habrían solucionado el problema de los viajes
11. interestelares para aventurarse en el espacio profundo. Algunas
habrían lanzado sondas automáticas para explorar otros sistemas
solares. Algunas enviarían emisarios para colonizar otros planetas. Y
otras habrían emigrado cuando su estrella llegase al final de su ciclo
de vida al acabar su provisión de hidrógeno.
Para las civilizaciones que se aventuren a viajar por la Galaxia,
nuestro sistema solar, con su acogedora estrella y abundancia de
recursos, debe ser un objetivo codiciable. Sin embargo, a pesar de los
OVNIS, las caras en Marte y los astronautas del pasado, no hay ni la
menor evidencia de que la Tierra -ni siquiera el Sistema Solar- hayan
sido jamás visitados por extraterrestres. Incluso en el caso de que
tuvieran instrucciones prioritarias de no interferir con la vida
terrestre, podría tentarles explotar los vastos recursos de hierro,
niquel y otros minerales de los planetas y asteroides. No obstante,
nuestro sistema solar parece absolutamente prístino, como si nadie lo
hubiese visitado jamás.
Este argumento no es nada definitivo. Podría haber extraterrestres
ahora mismo en el Sistema Solar, provistos de medios técnicos para
ocultarse a nuestros ojos, y esperando pacientemente que
madurásemos. Cuando los científicos se encuentran ante múltiples
explicaciones posibles para un fenómeno, generalmente aplican la
"navaja de Occam": Acepta la explicación más simple, la menos
especulativa, y rechaza las más fantásticas y embrolladas. Puede
que la Galaxia esté abarrotada de vida y de civilizaciones, pero la
explicación más simple, con las pruebas de que disponemos, ha de
estar en la línea de que compartimos la Galaxia con pocos vecinos, si
es que tenemos alguno.
Las pretensiones más optimistas de vida extraterreste provienen a
menudo del grupo de científicos que se dedican a la búsqueda de
señales de radio emitidas por seres inteligentes extraterrestres (SETI).
Se trata de una aproximación experimental relativamente barata a
este profundo problema. Y aunque la posibilidad de captar alguna
señal es muy remota, también es cierto que intentarlo no hace daño a
nadie. La búsqueda de señales de radio adolece del defecto de que los
resultados negativos no dan información alguna acerca de la
abundancia de civilizaciones tecnológicamente desarrolladas. Más
aún: el descubrimiento de cuásares, púlsares y de las microondas de
la radiación cósmica de fondo demuestra que, si hay más
civilizaciones en la Galaxia, el primer indicio de su existencia nos
llegaría, probablemente, por pura casualidad.
Y mientras eso no ocurra, parece prudente afirmar que estamos solos
en un vasto océano cósmico, que nosotros mismos somos algo muy
especial por ir contra la regla copernicana. Y por ello, en este rincón
del Universo, sobre un pequeño pedrusco que gira alrededor de una
estrella normal de la periferia de una galaxia corriente, la humanidad
representa matería y energía evolucionada al máximo que ha
12. conquistado un estado de conciencia desde el que puede preguntarse
cómo empezó el Universo y la vida misma, y qué significado tiene
todo ello.