SlideShare uma empresa Scribd logo
1 de 38
Baixar para ler offline
Dossier del crédito (optativo) Literatura Universal
Curso: 4º de ESO
Profesora: Gabriela Zayas De Lille
Departamento de Lengua y Literatura Castellanas
IES Leonardo da Vinci
Sant Cugat del Vallès
gabriela.zayas@gmail.com




                               Programa abreviado de Literatura Francesa

Este curso optativo está planteado como un taller de lectura (comprensión lectora y análisis y
comentario de texto) y de escritura, basándonos en ejemplos breves de los grandes escritores
y escritoras de las literaturas en lenguas francesa, inglesa y alemana de los siglos XIX y XX.
(imitatio).

El curso puede tomarse enteramente (la materia está dividida en dos cuatrimestres), eligiendo
sucesivamente los dos cuatrimestres, o parcialmente, eligiendo sólo una de los dos partes en que
se divide el contenido.

El curso 1 (primer trimestre) comprende la literatura en francés en poesía y
narrativa breve desde Romanticismo y Simbolismo (siglo XIX) hasta la de finales
del siglo XX y principios del XXI (primera década).
Los autores son:

1. Literatura en francés:
a) Siglo XIX: Poesía. Romanticismo y Simbolismo: Víctor Hugo, Gérard de Nerval, Charles
Baudelaire, Arthur Rimbaud, Stéphane Mallarmé.
b) Siglo XIX: Prosa. Realismo : Alexandre Dumas, Stendhal, Honoré de Balzac, Gustave
Flaubert, Guy de Maupassant.
c) Siglo XX. Poesía. Surrealismo: Paul Éluard.
d) Siglo XX. Prosa. Jean-Paul Sartre, Albert Camus, Marguerite Yourcenar, Marguerite Duras.
e) Finales del XX. Prosa. Narrativa-ensayo-reportaje: Patrick Modiano, Pascal Quignard,
Emmanuel Carrère.


Lectura prescriptiva: A elegir entre : Emmanuel Carrère: El adversario, Anagrama.
DOSSIER DE LITERATURA FRANCESA




Literatura en Francés.
Poesía del Siglo XIX.
Romanticismo y Simbolismo

Víctor Hugo
Poeta, novelista y dramaturgo francés nacido en Besançon en 1802.
Su niñez transcurrió en Francia, Italia y España donde su padre prestó servicios al ejército francés. A
partir de 1815 regresó a Paris para completar su educación, orientada fundamentalmente hacia la
literatura. El primer libro de poemas, "Odas y poesías diversas", publicado en 1822, le abrió las puertas
de la fama, convirtiéndolo más tarde en una de las figuras más importantes del romanticismo francés.
Inicialmente monárquico, fue nombrado Par de Francia por el Rey Felipe de Orleans. Sin embargo, a         raíz de la revolu
         De su producción poética de destacan "Las Orientales", "Hojas de Otoño", "Los castigos", "Las
contemplaciones" y "El arte de ser abuelo". Obras de teatro como "Cromwell" en 1827, "Hernani" en
1830, y las novelas "El jorobado de Notre Dame" en 1831, y "Los miserables" en 1862, entre otras,
constituyen su gran aporte a la literatura universal.
         Falleció en París en mayo de 1885, a la edad de 83 años.



                             La belleza y la muerte son dos cosas profundas...

                             La belleza y la muerte son dos cosas profundas,
                              con tal parte de sombra y de azul que diríanse
                        dos hermanas terribles a la par que fecundas,
                               con el mismo secreto, con idéntico enigma.

                              Oh, mujeres, oh voces, oh miradas, cabellos,
                               trenzas rubias, brillad, yo me muero, tened
                            luz, amor, sed las perlas que el mar mezcla a sus aguas,
                               aves hechas de luz en los bosques sombríos.

                             Más cercanos, Judith, están nuestros destinos
                             de lo que se supone al ver nuestros dos rostros;
                                   el abismo divino aparece en tus ojos,

                                 y yo siento la sima estrellada en el alma;
                             mas del cielo los dos sé que estamos muy cerca,
                            tú porque eres hermosa, yo porque soy muy viejo.
Versión de Carlos Pujol



           La mujer caída

       ¡Nunca insultéis a la mujer caída!
    Nadie sabe qué peso la agobió,
 ni cuántas luchas soportó en la vida,
         ¡hasta que al fin cayó!
¿Quién no ha visto mujeres sin aliento
       asirse con afán a la virtud,
   y resistir del vicio el duro viento
           con serena actitud?
 Gota de agua pendiente de una rama
que el viento agita y hace estremecer;
 ¡perla que el cáliz de la flor derrama,
          y que es lodo al caer!
   Pero aún puede la gota peregrina
      su perdida pureza recobrar,
    y resurgir del polvo, cristalina,
           y ante la luz brillar.
     Dejad amar a la mujer caída,
     dejad al polvo su vital calor,
   porque todo recobra nueva vida
          con la luz y el amor.



              Los nidos

Cuando el soplo de abril abre las flores,
         buscan las golondrinas
  de la vieja torre las agrestes ruinas;
           los pardos ruiseñores
        buscando van, bien mío,
         el bosque más sombrío,
   para esconder a todos su morada
        en los frondosos ramos.
   y nosotros también, en el tumulto
  de la inmensa ciudad, hogar oculto
          anhelantes buscamos,
   donde jamás oblicua una mirada
         llegue como un insulto;
    y preferimos las desiertas calles
         donde la turba inquieta
 en tropel no se agrupa; y en los valles
   las sendas del pastor y del poeta;
  y en la selva el rincón desconocido
donde no llegan del mundo los rumores.
                                  Como esconden los pájaros su nido,
                                vamos allí a ocultar nuestros amores.



                                     ¡Ven! En la pradera en flor...

                                       ¡Ven! En la pradera en flor,
                                       suena una flauta invisible...
                                         El canto más apacible
                                          es el canto del pastor.

                                        Un hálito fresco y suave
                                        riza la onda de cristal...
                                         La música más jovial
                                          es la música del ave.

                                        ¡Que la sombra del dolor
                                        no nuble tu faz radiante!
                                        El himno más palpitante
                                            es el himno del amor.

                                   Versiones de Salvador Díaz Mirón




Gérard de Nerval

Seudónimo de Gérard Labrunie, poeta y ensayista francés nacido en París en 1808.
Huérfano desde muy pequeño, su infancia transcurrió en la campo de Valois al cuidado de su tío
abuelo. Enviado a Paris desde 1814, y desde entonces se apasionó por la literatura alemana,
especialmente por Goethe, de quien fue un excelente traductor.
         Su obra "Aurelia" de 1855, puede considerarse como el punto de partida de la poesía surrealista.
Entre otras de sus obras figuran, "Viaje al Oriente" en 1851, "Les Illuminés, ou les precurseurs du
socialisme" en 1852 y "Las Quimeras" en 1854.
        Escribió varias obras dramáticas en colaboración con Alexandre Dumas, además de ser gran
amigo de Victor Hugo. En 1833 se enamoró de la actriz y cantante Jenny Colon, a quien le dedicó un
culto idólatra. La muerte prematura de ésta en 1842, con 34 años, le dejó gravemente trastornado.
Viajó y peregrinó por Oriente, en donde le encandiló la cultura turca.
En Siria estuvo a apunto de casarse con la hija de un jeque y en Beirut se enamoró de la muchacha
drusa Salerna. En El Cairo compró una esclava javanesa. Su salud se vio deteriorada por estos exóticos
viajes. Fue figura de la bohemia parisina donde se convirtió en una persona extravagante, como partido
en dos, escindido de sí mismo: la realidad y el otro lado. Todo esto se refleja en la continua tensión de
contrarios que manifiesta su obra. Después de este suceso se dedicó a viajar por Europa.Aunque los
últimos años de su vida fueron los más productivos, sufrió graves trastornos mentales que lo obligaron
a permanecer por temporadas en hospitales psiquiátricos. Finalmente, agobiado por las deudas y la
enfermedad mental, se suicidó en París en 1855.
El Desdichado

                            Yo soy el Tenebroso,-el Viudo,- el Sin Consuelo,
                               Príncipe de Aquitania de la Torre abolida:
                            mi única estrella ha muerto - mi laúd constelado
                              también lleva el Sol negro de la Melancolía.

                             En la nocturna Tumba, Tú que me consolaste,
                                devuélveme el Pausílipo y la mar italiana,
                                  la flor que prefería mi pecho desolado,
                            y la parra en que el Pámpano con la rosa se alía.

                              ¿Soy Amor o soy Febo? ¿Lusignan o Birón?
                              Mi frente aún está roja del beso de la Reina;
                             en la Gruta en que nada la Sirena he soñado...

                              Y vencedor dos veces traspuse el Aqueronte:
                                Modulando unas veces en la lira de Orfeo
                              suspiros de la Santa y otras, Gritos del Hada.

                                                 Myrtho

                               Me acuerdo de ti, Myrtho, hechicera divina,
                               del Pausílipo altivo, brillante de mil fuegos,
                              de tu frente inundada de las luces de Oriente,
                             del oro de tus trenzas mezclado de uvas negras.

                           Fue también en tu copa donde hallé la embriaguez,
                               y en el rayo frutivo de tus ojkos sonrientes,
                             cuando a los pies de Iacchus me veían orando,
                            pues la Musa me ha hecho un hijo más de Grecia.

                           Yo sé por qué a lo lejos el volcán volvió a abrirse...
                             Es que lo habías tocado ayer con un pie ágil,
                              Y cenizas cubrieron de pronto el horizonte.

                           Rompió un duque normando tus deidades de barro,
                                y desde entonces, bajo el virgiliano lauro,
                            siempre la hortensia pálida se une al Mirto verde.



Charles Baudelaire
Poeta y crítico francés, principal representante de la escuela simbolista. Nació en París el 9 de
abril de 1821. Quedó huérfano con seis años. Su madre volvió a casarse y Charles, que odiaba a su
padrastro, nunca se lo perdonó. Decididos a poner freno a su carrera literaria, y con la intención de que
abandonara sus propósitos, sus padres lo enviaron a la India en 1841. Pero abandonó el barco y regresó
a París en 1842, más dispuesto que nunca a dedicarse a la literatura. Con la intención de solucionar sus
problemas económicos, empezó a escribir críticas en la prensa nacional. Sus primeras publicaciones
importantes fueron dos cuadernillos de crítica de arte, Los salones (1845-1846), en los que analizaba
con agudeza las pinturas y los dibujos de artistas contemporáneos franceses como Honoré Daumier,
Edouard Manet y Eugène Delacroix. Su primer éxito literario llegó en 1848, cuando aparecieron sus
traducciones del escritor estadounidense Edgar Allan Poe. Animado por los resultados, e inspirado por
el entusiasmo que en él suscitó la obra de Poe, a quien le unía una fuerte afinidad, Baudelaire continuó
traduciendo los relatos de Poe hasta 1857. En 1842 alcanzó la mayoría de edad y heredó la fortuna de su
padre, lo que le permitió irse de casa y disfrutar de una vida de lujo. Las grandes sumas de dinero que
gastó en su apartamento del Hôtel Lauzun y su estilo de vida decadente le dieron fama de excéntrico y
le endeudaron para el resto de su vida. Durante este periodo escribió muchos de sus mejores poemas. La
principal obra de Baudelaire son “Las flores del Mal” (1857). Inmediatamente después de su publicación,
el gobierno francés acusó a Baudelaire de atentar contra la moral pública. A pesar de que la élite
literaria francesa salió en defensa del poeta, Baudelaire fue multado y seis de los poemas contenidos
en este libro desaparecieron en las ediciones posteriores. La censura no se levantó hasta 1949. “Los
paraísos artificiales” (1860), es un estudio autoanalítico basado en sus propias experiencias como
adicto, y está inspirado en las “Confesiones de un comedor de opio inglés”, del escritor británico Thomas
De Quincey. A partir de 1864 y hasta 1866, Baudelaire vivió en Bélgica. En 1867, aquejado de parálisis,
regresó a París, donde murió.

                                                El Leteo

                                  Ven a mi pecho, alma sorda y cruel,
                              Tigre adorado, monstruo de aire indolente;
                                Quiero enterrar mis temblorosos dedos
                                 En la espesura de tu abundosa crin;

                                      Sepultar mi cabeza dolorida
                                   En tu falda colmada de perfume
                                   Y respirar, como una ajada flor,
                                   El relente de mi amor extinguido.

                                ¡Quiero dormir! ¡Dormir más que vivir
                                 En un sueño, como la muerte, dulce,
                                  Estamparé mis besos sin descanso
                                  Por tu cuerpo pulido como el cobre.

                                  Para ahogar mis sollozos apagados,
                                    Sólo preciso tu profundo lecho;
                               El poderoso olvido habita entre tus labios
                                     Y fluye de tus besos el Leteo.

                                  Mi destino, desde ahora mi delicia,
                                    Como un predestinado seguiré;
                                   Condenado inocente, mártir dócil
                                  Cuyo fervor se acrece en el suplicio.

                                    Para ahogar mi rencor, apuraré
                                     El nepentes y la cicuta amada,
                                Del pezón delicioso que corona este seno
                                  El cual nunca contuvo un corazón.




Arthur Rimbaud
Poeta francés de la escuela simbolista. Nació y estudió en Charleville, en el departamento de Ardennes
Dio muestra desde muy pequeño de una gran capacidad intelectual y comenzó a escribir versos a los
10 años. A los 17 escribió un poema sorprendentemente original, El barco borracho (1871), y se lo
llevó al poeta Paul Verlaine. Su obra está profundamente influida por Baudelaire, por sus lecturas
sobre ocultismo y por su preocupación religiosa. Su exploración sobre el subconsciente individual
y su experimentación con el ritmo y las palabras, que emplea únicamente por su valor evocativo,
marcaron el tono del movimiento simbolista (decadente) e impresionaron tanto a Verlaine que animó
al joven poeta a trasladarse a París. Se inició entre ellos una amistad que se transformó en una
tormentosa e inestable relación que duró de 1872 a 1873. Viajaron juntos por Inglaterra y Bélgica. En
este último país, Verlaine, intentó en dos ocasiones matar al joven poeta por sus infidelidades, y éste
resultó gravemente herido en el segundo intento: Rimbaud acabó en el hospital y Verlaine en la cárcel.
Rimbaud ofrece un relato alegórico sobre este asunto en Una temporada en el infierno (1873). A la
salida del hospital viajó por Europa, se dedicó al comercio en el Norte de Africa y residió en Harar y
Shoa, en la Abisinia central. Verlaine, convencido de que Rimbaud había muerto, recopiló sus poemas
en Iluminaciones (1886). Esta obra contiene el famoso Soneto de las vocales, en el que a cada una de las
cinco vocales se le asigna un color. En 1891 Rimbaud regresó a Francia para ser tratado de un tumor en
la rodilla, a consecuencia del cual murió en el hospital de Marsella en noviembre de ese mismo año. La
fuerza de sus poemas escritos entre los 10 y los 20 años le hace figurar entre los más originales poetas
franceses de todos los tiempos y ha ejercido una profunda influencia en toda la poesía posterior a él.




De Una temporada en el infierno

Antaño, si mal no recuerdo, mi vida era un festín donde se abrían todos los corazones, donde todos los
vinos fluían.
Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. —Y la encontré amarga.— Y la injurié.
Me armé contra la justicia.
Y huí. ¡Oh brujas, oh miseria, oh aversión; sólo a vosotras os fue confiado mi tesoro!
Logré desvanecer de mi espíritu toda humana esperanza. Sobre toda alegría, para estrangularla, realicé el
sordo ataque de la bestia salvaje.
Llamé a los verdugos para morir mordiendo la culata de sus fusiles. Invoqué a las plagas para asfixiarme
con la arena, con la sangre. La desdicha fue mi dios. Me lancé contra el fango. El aire del crimen me secó.
Le jugué malas pasadas a la locura.
Y la primavera me dio la espantosa risa del idiota.
Pero ahora, recientemente, cuando estaba a punto de exhalar el último suspiro, pensé en buscar la llave
del antiguo festín, en el que, tal vez, recobraría el apetito.
La caridad es esa llave. —¡Esta inspirada afirmación demuestra que he estado soñando!
"Seguirás siendo hiena, etc..." declara el demonio que me coronó con tan agradables
adormideras. "Gánate la muerte con todos tus apetitos, y con tu egoísmo y con todos los pecados
capitales".
¡Ah! ¡Ya he tenido suficiente! Pero, querido Satán, se lo ruego, ¡no se irrite tanto conmigo! Y a la espera de
esas pequeñas vilezas que aún me falta cometer, desprendo para usted, que ama en el escritor la ausencia
de toda facultad descriptiva o instructiva, unas cuantas repugnantes páginas de mi libreta de condenado.

La mala sangre

Tengo de mis antepasados galos el ojo azul pálido, el cerebro estrecho y la torpeza en la lucha. Hallo mi
vestimenta tan bárbara como la suya. Pero yo no me unto la cabellera con manteca. Los galos eran los
desolladores de animales, los quemadores de hierba más ineptos de su tiempo.
De ellos tengo: la idolatría y el amor al sacrilegio; – ¡oh! todos los vicios, cólera, lujuria- magnífica, la
lujuria; -en especial, mentira y pereza.
Me espantan todos los oficios. Maestros y obreros, todos campesinos, innobles. La mano de pluma vale
igual que la mano de arado.- ¡Qué siglo de manos! – Nunca tendré mi mano. Luego, la domesticidad
conduce demasiado lejos. La honradez de la mendicidad me desconsuela. Los criminales repugnan como
castrados: yo estoy intacto, y me da lo mismo. Pero, ¿quién me hizo tan pérfida la lengua, que hasta aquí
haya guiado, salvaguardándola, mi pereza? Sin servirme para vivir ni siquiera del cuerpo, y más ocioso
que el sapo, he vivido por todas partes. No hay familia de Europa que yo no conozca.
- Me refiero a familias como la mía, que se lo deben todo a la Declaración de Derechos del Hombre. – ¡He
conocido a todos los niños bien!
¡Si tuviese yo antecedentes en un punto cualquiera de la historia de Francia!
Pero no, nada.
Me es evidentísimo que siempre he sido de raza inferior. No logro comprender la rebeldía. Mi raza nunca
se levantó más que para el pillaje: así los lobos con el animal que no mataron ellos.
Recuerdo la historia de la Francia hija primogénita de la Iglesia. Habría hecho, villano, el viaje a tierra
santa; tengo en la cabeza caminos por las llanuras suabas, vistas de Bizancio, murallas de Solima; el
culto de María, el enternecimiento por el crucificado, se despiertan en mí entre mil hechicerías profanas.
– Estoy sentado, leproso, en los cacharros rotos y las ortigas, al pie de un muro roído por el sol.- Más
tarde, reitre, habría vivaqueado bajo las noches de Alemania. ¡Ah! Algo más: bailo el aquelarre en un rojo
calvero, con viejas y con niños.
(...)
Ya desde muy niño admiraba al forzado irreductible tras el cual se cierran siempre las puertas de la
prisión; visitaba los albergues y los alojamientos que el podía haber consagrado con su estancia; veía
con su idea el cielo azul y el trabajo florido del campo, olfateaba su fatalidad en las ciudades. Tenía más
fuerza que un santo, más sentido común que un viajero -y él ¡él solo! era testigo de su gloria y de su razón.
Por los caminos, en noches de invierno, sin cobijo, sin ropa, sin pan, una voz me atenazaba el corazón
helado: “Debilidad o fuerza; hete aquí: es la fuerza. No sabes ni adónde ni por qué vas; entra en todas
partes, contesta a todo. No te matarán más que si fueras cadáver”. Por la mañana, tenía la mirada tan
perdida y la compostura tan muerta, que quienes me encontré quizá no me vieran.
En las ciudades el fango se me aparecía súbitamente rojo y negro, como un espejo cuando la lámpara
deambula por la habitación contigua, ¡como un tesoro en el bosque! Buena suerte, gritaba yo, y veía
un mar de llamas y de humo en el cielo; y, a izquierda, a derecha, todas las riquezas, llameando como
millones de truenos.

(Fragmento de Una temporada en el Infierno)

Stéphane Mallarmé

Nació en Paris en 1842.
Huérfano desde los siete años, estudió bachillerato en Sens y viajó a Londres para acreditarse como
profesor de inglés. Muy joven empezó a escribir poesía bajo la influencia de Charles Baudelaire,
alternando la labor literaria con su actividad académica en varios institutos franceses. A partir de 1871,
ya instalado en Paris, se dio a conocer con las obras "Herodías" en 1869 y "La siesta de un fauno" en
1876. En la década de 1880 ya era el centro de un grupo de escritores franceses en París, incluyendo a André Gide y Pa
Antes de fallecer en Paris en 1898, publicó una antología denominada "Verso y prosa" en 1893, y el
volumen de ensayos en prosa "Divagaciones" en 1897.

                                               Brisa Marina
La carne es triste ¡ay! y todo lo he leído.
                           ¡Huir, huir! Presiento que en lo desconocido
                          de espuma y cielo, ebrios los pájaros se alejan.
                             Nada, ni los jardines que los ojos reflejan
                           sujetará este pecho náufrago en mar abierta.
                          ¡Oh noches! ni en mi alma la claridad desierta
                         sobre la virgen página que esconde su blancura,
                             y ni la fresca esposa con el hijo en el seno.
                            ¡He de partir al fin! Zarpe el barco y sereno
                         meza en busca de exóticos climas su arboladura.
                               Un hastío reseco ya de crueles anhelos
                           aún sueña en el último adiós de los pañuelos.
                        ¡Quién sabe si los mástiles, tempestades buscando,
                         se doblarán al viento sobre el naufragio, cuando
                              perdidos floten sin islotes ni derroteros!
                            ¡Mas oye, oh corazón, cantar los marineros!

                                    Versión de Alfonso Reyes

Novela Romántica
Benjamin Constant y Víctor Hugo

Benjamin Constant
Escritor y político francés (Lausana, Suiza, 1767 - París, 1830). Procedente de una
desarraigada familia de protestantes franceses emigrados a Suiza, recibió una educación
cosmopolita pasando por las universidades de Oxford, Erlangen y Edimburgo. Su dedicación
a la política comenzó durante el periodo de la Revolución francesa, al entrar en contacto con
Madame de Staël y convertirse en un decidido defensor de las ideas liberales.
Constant apoyó el régimen del Directorio, lo que le valió obtener de éste la nacionalidad
francesa en 1798. Un año más tarde, al tomar el poder Napoleón, participó en el nuevo
régimen como miembro del Tribunado; pero asumió en su seno una posición liberal contraria
al autoritarismo napoleónico, por lo que fue expulsado en 1802.
Exiliado en Alemania con Staël, ambos tomaron contacto con el pensamiento romántico,
que luego contribuirían a difundir en Francia; y se distinguieron como críticos feroces de la
dictadura bonapartista. No obstante, en 1806 rompió con su amiga, experiencia traumática
que quedó reflejada en su novela Adolfo (publicada en 1816), sin duda su mejor obra literaria.
Más adelante, publicó la segunda novela autobiográfica: Cécile.
Constant aceptó colaborar con Napoleón formando parte del Consejo de Estado durante su
fugaz retorno al poder en 1815 (el Imperio de los Cien Días), por razones de oportunismo
político y quizá por una convicción sincera de que Napoleón podía ser mejor para las
libertades que el triunfo de sus oponentes dispuestos a restaurar la monarquía absoluta
del Antiguo Régimen; de hecho, preparó una reforma constitucional que apuntaba hacia la
transformación del Imperio en un régimen liberal.

Fragmento de Adolphe (Se entregará a los alumnos en su momento).
(Ampliación).



Victor Hugo (narrativa)
Arriba tenemos la biografía de Víctor Hugo. Como novelista destacó con dos obras inmortales,
Los Miserables y Nuestra Señora de París (También conocida como El Jorobado de Notre
Dame). AMbas son novelas críticas con la sociedad cuya Justicia dejaba mucho qiue desear, y
en ambas defiende Hugo la nobleza de aquellos a quienes esa sociedad considera inferiores o
diferentes.

Fragmento de Los Miserables, Libro I.

Aquella noche el obispo de D., después de dar un paseo por la ciudad, permaneció hasta bastante tarde
encerrado en su cuarto. A las ocho trabajaba todavía con un voluminoso libro abierto sobre las rodillas,
cuando la señora Magloire entró, según su costumbre, a sacar la plata del cajón colocado junto a la cama.
Poco después el obispo, sabiendo que su hermana lo esperaba para cenar, cerró su libro y entró en el
comedor. En ese momento, la señora Magloire hablaba con singular viveza. Se refería a un asunto que le
era familiar, y al cual el obispo estaba ya acostumbrado. Tratábase del cerrojo de la puerta principal.
Parece que yendo a hacer algunas compras para la cena había oído referir ciertas cosas en distintos sitios.
Se hablaba de un vagabundo de mala catadura; se decía que había llegado un hombre sospechoso, que
debía estar en alguna parte de la ciudad, y que podían tener un mal encuentro los que aquella noche se
olvidaran de recogerse temprano y de cerrar bien sus puertas.
- Hermano, ¿oyes lo que dice la señora Magloire? -preguntó la señorita Baptistina.
- He oído vagamente algo -contestó el obispo.
Después, levantando su rostro cordial y francamente alegre, iluminado por el resplandor del fuego,
añadió:
- Veamos: ¿qué hay? ¿Qué sucede? ¿Nos amenaza algún peligro?
Entonces la señora Magloire comenzó de nuevo su historia, exagerándola un poco sin querer y sin
advertirlo. Decíase que un gitano, un desarrapado, una especie de mendigo peligroso, se hallaba en la
ciudad. Había tratado de quedarse en la posada, donde no se le quiso recibir. Se le había visto vagar por
las calles al obscurecer. Era un hombre de aspecto terrible, con un morral y un bastón.
- ¿De veras? -dijo el obispo.
- Y como monseñor nunca pone llave a la puerta y tiene la costumbre de permitir siempre que entre
cualquiera...
En ese momento se oyó llamar a la puerta con violencia.
- ¡Adelante! -dijo el obispo.

Nuestra Señora de París, Libro I, Quasimodo.


Después de tantas caras hexagonales o pentagonales y heteróclitas que habían pasado por la lucera sin
culminar el ideal grotesco, formado en las imaginaciones exaltadas por la orgía sólo la mueca sublime que
acababa de deslumbrar a la asamblea habría sido capaz de arrancar los votos necesarios. Hasta el mismo
maese Coppenole se puso a aplaudir y Clopin Trouillefou, que también había participado -y sólo Dios
sabe cuán horrible es la fealdad de su rostro- se confesó vencido y lo mismo haremos nosotros, pues es
imposible transmitir al lector la idea de aquella nariz piramidal, de aquella boca de herradura, de aquel
ojo izquierdo, tapado por una ceja rojiza a hirsuta, mientras que el derecho se confundía totalmente tras
una enorme berruga, o aquellos dientes amontonados, mellados por muchas partes, como las almenas
de un castillo, aquel belfo calloso por el que asomaba uno de sus dientes, cual colmillo de elefante; aquel
mentón partido y sobre todo la expresión que se extendía por todo su rostro con una mezcla de maldad, de
sorpresa y de tristeza. Imaginad, si sois capaces, semejante conjunto.
La aclamación fue unánime. Todo el mundo se dirigió hacia la capilla y sacaron en triunfo al
bienaventurado papa de los locos y fue entonces cuando la sorpresa y la admiración llegaron al colmo, al
ver que la mueca no era tal; era su propio rostro.
Más bien toda su persona era una pura mueca. Una enorme cabeza erizada de pelos rojizos y una gran
joroba entre los hombros que se proyectaba incluso hasta el pecho.
Tenía una combinación de muslos y de piernas tan extravagante que sólo se tocaban en las rodillas
y, además, mirándolas de frente, parecían dos hojas de hoz que se juntaran en los mangos; unos pies
enormes y unas manos monstruosas y, por si no bastaran todas esas deformidades, tenía también un
aspecto de vigor y de agilidad casi terribles; era, en fin, algo así como una excepción a la regla general, que
supone que, canto la belleza como la fuerza, deben ser el resultado de la armonía. Ése era el papa de los
locos que acababan de elegir; algo así como un gigante roto y mal recompuesto.
Cuando esta especie de cíclope apareció en la capilla, inmóvil, macizo, casi tan ancho como alto, cuadrado
en su base, como dijera un gran hombre, el populacho lo reconoció inmediatamente por su gabán rojo y
violeta cuajado de campanillas de plata y sobre todo por la perfección de su fealdad, y comenzó a gritar
como una sola voz:
-¡Es Quasimodo, el campanero! ¡Es Quasimodo, el jorobado de Nuestra Señora! ¡Quasimodo, el tuerto!
¡Quasimodo, el patizambo! ¡Viva! ¡Viva!
Fíjense si el pobre diablo tenía motes en donde escoger:
-¡Que tengan cuidado las mujeres preñadas! -gritaban los estudiantes.
-¡O las que tengan ganas de estarlo! -añadió Joannes.
Las mujeres se tapaban la cara.
-¡Vaya cara de mono! -decía una.
-Y seguramente tan malvado como feo -añadió otra.
-Es como el mismo demonio -porfiaba una tercera.

-Tengo la desgracia de vivir junto a la catedral y todas las noches le oigo rondar por los canalones.
-¡Como los gatos!
-Es cierto; siempre anda por los tejados.
-Nos echa maleficios por las chimeneas.
-La otra noche vino a hacerme muecas por la claraboya y me asustó tanto que creí que era un hombre.
-Estoy segura de que se reúne con las brujas; la otra noche me dejó una escoba en el canalón.
-¡Uf! ¡Qué cara tan horrorosa tiene ese jorobado!
-Pues, ¡cómo será su alma!
Los hombres, por el contrario, aplaudían encantados.
Quasimodo, objeto de aquel tumulto, permanecía de pie a la puerta de la capilla, triste y serio, dejándose
admirar.
Un estudiante, Robin Poussepain creo que era, se le acercó burlón, chanceándose un poco de él y
Quasimodo no hizo sino cogerle por la cintura y lanzarle a diez pasos por encima de la gente sin inmutarse
y sin decir una palabra.
Entonces maese Coppenole, maravillado, se acercó a él.
-¡Por los clavos de Cristo! ¡Válgame San Pedro! Nunca he visto nadie tan feo como tú y creo que eres
digno de ser papa aquí y en Roma. Al mismo tiempo, y un canto festivamente, le pasaba la mano por la
espalda. Como Quasimodo no se movía, Coppenole prosiguió:
-Eres un tipo con quien me gustaría darme una comilona, aunque me costase una moneda nueva de doce
tornesas. ¿Te hace?
Quasimodo no contestaba.
-¡Por los clavos de Cristo! ¿Pero eres sordo o qué?
Y en efecto, Quasimodo era sordo.
Sin embargo, estaba empezando a impacientarse por los modales de Coppenole y de pronto se volvió
hacia él, con un rechinar de dientes tan terrible, que el gigante flamenco retrocedió como un buldog ante
un gato. Se hizo entonces a su alrededor un círculo de miedo y de respeto de, por lo menos, unos quince
pasos de radio. Una vieja aclaró entonces a maese Coppenole que Quasimodo era sordo.
-¡Sordo! -dijo el calcetero con una enorme carcajada flamenca-. ¡Por los clavos de Cristo! Es un papa
perfecto.
-Yo le conozco -dijo Jehan, que había bajado por fin de su capitel para ver a Quasimodo de más cerca-; es
el campanero de mi hermano el archidiácono.
-¡Hola, Quasimodo!
-¡Demonio de hombre! -dijo Robin Poussepain, un tanto contusionado aún por su caída-: Aparece aquí
y resulta que es jorobado; se echa a andar y es patizambo; te mira y es tuerto; hablas y es sordo. ¿Pues
cuándo habla este Polifemo?
-Cuando quiere -respondió la vieja-; es sordo de tanto tocar las campanas, pero no es mudo.
-Menos mal -observó Jehan.
-¡Ah! y tiene un ojo de más -añadió Pierre Poussepaia,
-No -dijo juiciosamente Jehan-. Un tuerto es mucho más incompleto que un ciego, pues sabe lo que le
falta.
Mientras tanto todos los mendigos los lacayos, los ladrones i junto con los estudiantes habían ido a buscar
en el armario de la curia la tiara de cartón y la toga burlesca del papa de los locos.
Quasimodo se dejó vestir sin pestañear con una especie de docilidad orgullosa.
Después le sentaron en unas andas pintarrajeadas, y doce oficiales de la cofradía de los locos se lo echaron
a hombros. Una especie de alegría amarga y desdeñosa iluminó entonces la cara triste del cíclope, al ver
bajo sus pies deformes aquellas cabezas de hombres altos y bien parecidos.


Transición al Realismo, la Novela Histórica:
Alexandre Dumas (padre)

Nació el 24 de julio de 1802 en Villers-Cotterêts, Aisne, Francia.
Era hijo de un General y nieto de un noble que se había radicado en Santo Domingo.
Su educación estuvo basada en las lecturas, especialmente de las aventuras de viajeros de los siglos XVI
y XVII. le encantaba el teatro y sus primeras obras fueron textos teatrales: “Enrique III y su corte”, en
1829, y la pieza romántica “Cristina”, en 1830; ambas de gran éxito.
Fue un escritor muy prolífico: publicó alrededor de 1.200 volúmenes, aunque se supone que muchas de
ellas fueron escritas en colaboración con otros escritores menores a quienes no otorgaba crédito.
Pero la mayor fama en la literatura romántica francesa la alcanzó con sus novelas históricas: "Los tres
mosqueteros" (1844) y "El conde de Montecristo" (1844).
Otras obras de éxito son, en teatro, "Antonio" (1831), "La torre de Nesle" (1832), "Catherine Howard"
(1834), "Kean, o desorden y genio" (1838) y "El alquimista" (1839).
Su hijo tenía el mismo nombre y también fue escritor: se le conoce como Dumas hijo, y fue el creador
de la famosa “La Dama de las Camelias”, que sigue representándose como ópera (“La Traviata” con
música de Verdi).
Obtuvo por sus publicaciones enormes ingresos, pero apenas alcanzaban a pagar sus gastos, conservar
la finca en las cercanías de París (Montecristo), mantener a numerosas amantes (una de las cuales
era la madre de su hijo Alexandre), adquirir obras de arte y afrontar grandes pérdidas económicas en
empresas riesgosas, lo que lo llevó a terminar sus días prácticamente en bancarrota.
Murió el 5 de diciembre de 1870.

                                            La Dama negra

Hacía ya doscientos años que el castillo no era sino un montón de piedras derruidas; en mitad de aquellas
piedras había crecido un magnífico arce que en numerosas ocasiones los campesinos de los alrededores
habían intentado derribar sin lograrlo, pues su madera era muy dura y nudosa. Finalmente, un joven
llamado Wilhelm vino a su vez a intentar la aventura como los demás, y después de haberse desprendido
de su chaqueta, asiendo un hacha que había mandado afilar a propósito, golpeó el tronco del árbol con
todas sus fuerzas, pero el árbol repelió el hacha como si hubiera sido de acero. Wilhelm no se desanimó
y propinó un segundo golpe, el hacha rebotó de nuevo; por fin, levantó el brazo, y reuniendo todas sus
fuerzas, dio un tercer golpe, pero como al propinar ese tercer golpe oyó algo semejante a un suspiro,
levantó los ojos y vio delante de él a una mujer entre veintiocho y treinta años, vestida de negro y que
habría sido perfectamente bella si su palidez no hubiera dado a toda su persona un aspecto cadavérico que
indicaba que desde hacía mucho tiempo aquella mujer ya no pertenecía a este mundo.

-¿Qué quieres hacer con este árbol? -preguntó la Dama Negra.

-Señora, -respondió Wilhelm mirándola sorprendido, pues no la había visto llegar y no podía adivinar de
dónde salía-; señora, quiero hacer una mesa y unas sillas, pues me caso en la próxima fiesta de san Martín
con Roschen, mi prometida, que amo desde hace tres años.

-Prométeme que harás una cuna para tu primer hijo -dijo la Dama Negra-, y levantaré el hechizo que
defiende este árbol del hacha del leñador.

-Se lo prometo, señora -dijo Wilhelm.

-¡Muy bien! ¡pues golpea ahora! -dijo la dama.

Wilhelm levantó su hacha, y del primer golpe hizo en el tronco una incisión profunda; tras el segundo
golpe, el árbol tembló de la copa a las raíces; tras el tercero, cayó completamente separado de su base
y rodó por el suelo. Wilhelm levantó la cabeza para darle las gracias a la Dama Negra, pero ésta había
desaparecido.

Wilhelm cumplió la promesa que había hecho, y aunque se burlaron bastante de él al ver que construía
una cuna para su primer hijo antes de que se hubiera realizado el matrimonio, no por eso puso menos
ardor y atención en su trabajo hasta el punto que, antes de que hubieran transcurrido ocho días, ya había
acabado una encantadora cuna.

Poco después se desposó con Roschen y nueve meses después, Roschen dio a luz a un hermoso niño que
colocaron en su cuna de arce. Aquella misma noche, cuando el niño lloraba y su madre, desde su cama, lo
mecía, la puerta de la habitación se abrió y la Dama Negra apareció en el dintel, llevando en la mano una
rama de arce seca; Roschen quiso gritar, pero la Dama Negra puso un dedo sobre sus labios, y Roschen,
por temor a irritar a la aparecida, permaneció muda e inmóvil, con los ojos clavados en ella. La Dama
Negra se acercó entonces a la cuna con paso lento y que no producía ruido alguno. Cuando llegó junto
al niño, unió las manos, rezó un momento en voz baja, besó al bebé en la frente y dijo a la pobre madre
aterrorizada:

-Roschen, coge esta rama seca que procede del mismo arce del que está hecha la cuna de tu hijo, guárdala
con cuidado, y tan pronto como tu hijo haya alcanzado los dieciséis años, introdúcela en agua pura; luego
cuando le hayan salido hojas y flores, dásela a tu hijo y pídele que vaya a tocar con ella la torre del lado de
Oriente: eso le traerá a él felicidad y a mí la liberación.
Luego, tras haber pronunciado estas frases, dejando la rama seca en las manos de Roschen, la Dama
Negra desapareció.

El niño creció y se convirtió en un hermoso joven; un buen genio parecía protegerlo en todo cuanto hacía;
de vez en cuando, Roschen le echaba una mirada a la rama del arce que había colocado por debajo del
crucifijo, junto al boj bendecido el Domingo de Ramos. Y como la rama estaba cada día más seca, ella
sacudía la cabeza dudando que una rama tan seca pudiera llegar a tener hojas y flores. No obstante, el
mismo día en que su hijo cumplió los dieciséis años, no dejó de obedecer las órdenes expresas de la Dama
Negra y, cogiendo la rama de debajo del crucifijo, fue a colocarla en medio de un manantial que brotaba
en el jardín. Al día siguiente fue a ver la rama y le pareció que la savia empezaba a circular por debajo de
la corteza; dos días después vio que se le formaban brotes; al día siguiente esos brotes se abrieron, luego
crecieron las hojas, aparecieron las flores, y al cabo de ocho días de haber estado en el manantial, la rama
estaba como si acabaran de cortarla del arce vecino.
d
Entonces Roschen buscó a su hijo, lo condujo al manantial, y le contó lo que había sucedido el día de su
nacimiento. El joven, aventurero como un caballero andante, cogió de inmediato la rama e inclinándose
ante su madre le pidió su bendición, pues quería iniciar su aventura en aquel mismo instante. Roschen lo
bendijo y el joven se dirigió de inmediato hacia las ruinas.

Era ese momento del día en el que el sol, al ocultarse en el horizonte, hace subir la sombra de los
lugares profundos a los más elevados. El joven, pese a ser valiente, no estaba exento de esa inquietud
que experimenta el hombre más animoso en el momento en el que se enfrenta a un acontecimiento
sobrenatural e inesperado; cuando puso el pie en las ruinas, su corazón latía con tanta intensidad que
tuvo que detenerse un instante para respirar. El sol se había ocultado por completo y la oscuridad
empezaba a alcanzar el pie de las murallas cuya cima estaba aún dorada por los últimos rayos de luz. El
joven avanzó con la rama de arce en la mano hacia la torre del Oriente, y al oriente de la torre encontró
una puerta; llamó tres veces, y a la tercera la puerta se abrió y apareció la Dama Negra en el dintel.
El joven dio un paso hacia atrás pero la aparecida tendió una mano hacia él y con voz dulce y rostro
sonriente:

-No temas, joven -dijo- pues hoy es un día feliz para ti y para mí.

-Pero ¿quién es usted, señora, y qué puedo hacer por usted?

-Soy la dama de este castillo -prosiguió el fantasma- y como ves, nuestra suerte es similar; él no es sino
una ruina y yo no soy sino una sombra. De joven, estuve comprometida con el joven conde de Windeck,
que vivía a unas leguas de aquí, en el castillo cuyos restos llevan aún su nombre. Después de haberme
dicho que me amaba, y haberse asegurado de que yo compartía su amor, me abandonó por otra mujer que
convirtió en su esposa; pero su felicidad no duró mucho. El conde de Windeck era ambicioso; entró en la
Liga contra el emperador y murió en un combate en el que su partido fue derrotado; entonces, los
partidarios del emperador se desperdigaron por las montañas, pillando e incendiando los castillos de sus
enemigos. El castillo de Windeck fue pillado e incendiado como los demás, y la joven condesa huyó con su
hijo en los brazos; agotada por la fatiga, cogió una rama de arce para usarla de cayado. Había visto desde
lejos las torres de mi castillo y, como ignoraba lo que había habido entre su marido y yo, venía a pedirme
hospitalidad; pero si ella no me conocía, yo sí la conocía a ella; la había visto pasar en silla de mano,
embriagada de amor, ardiente en el placer, seguida de lejos por muchos jóvenes guapos que, como si
fueran eco de mi ingrato enamorado, le decían que era hermosa. Al verla, en lugar de apiadarme de ella
como debía hacerlo una cristiana, todo mi odio se despertó. La vi con gusto, abrumada por el peso de su
tierno fardo subir con los pies descalzos y malheridos por el sendero rocoso que conducía a la entrada de
mi castillo. Pronto se detuvo sobre la colina que domina aquel lago de agua oscura que ahí ves; haciendo
un esfuerzo, hundiendo su cayado en tierra para apoyarse en él, tendió hacia mí sus brazos en los que
estaba su hijo y, moribunda, se dejó caer exhausta abrazando a su pobre hijito sobre su pecho. Entonces,
sí, lo sé muy bien, yo habría debido descender de mi balcón, ir a su encuentro, levantarla con mis manos,
sostenerla sobre mi hombro, conducirla a este castillo y convertirla en mi hermana. Eso habría sido
hermoso y caritativo a los ojos de Dios; sí, lo sé, pero yo me sentía celosa del conde, incluso después de su
muerte. Quise vengarme en su pobre esposa inocente de lo que yo había sufrido. Llamé a mis criados y les
ordené que la echaran como si fuera una vagabunda. Desgraciadamente, me obedecieron: los vi acercarse
a ella, insultarla, y negarle hasta el trozo de tierra en la que reposaba un instante sus miembros fatigados.
Entonces, se levantó como una loca, y cogiendo a su hijo en brazos, la vi correr con el cabello al viento
hacia la roca que domina el lago, subir a la cima y luego, profiriendo una terrible maldición contra mí,
precipitarse al agua, ella y su bebé. Lancé un grito. Me arrepentí al instante, pero era demasiado tarde. La
maldición de mi víctima había llegado hasta el trono de Dios. Había pedido venganza y la venganza
debería realizarse.

Al día siguiente, un pescador que había arrojado sus redes al lago sacó a la madre y al hijo aún abrazados.
Como, según la declaración de mis criados, había atentado contra su propia vida, el capellán del castillo se
negó a enterrarla en tierra consagrada y fue depositada en el lugar en el que había hundido su cayado de
arce; muy pronto, aquel cayado, que aún estaba verde, echó raíces y, a la primavera siguiente, dio flores y
frutos.

Por lo que a mí respecta, devorada por el arrepentimiento, sin tranquilidad durante mis días ni reposo
durante mis noches, pasaba el tiempo rezando de rodillas en la capilla, o deambulando en torno al castillo.
Poco a poco sentí que mi salud se deterioraba y fui consciente de que padecía una enfermedad mortal.
Muy pronto, una languidez insuperable se adueñó de mí y me obligó a permanecer en cama. Hicieron
venir a los mejores médicos de Alemania pero, al verme, todos movían la cabeza y decían: «No podemos
hacer nada, la mano de Dios está sobre ella.» Tenían razón, yo estaba condenada. Y el día del tercer
aniversario de la muerte de la condesa, yo morí a mi vez. Por sugerencia mía, me vistieron con el vestido
negro que había usado en vida con el fin de llevar, incluso después de mi muerte, luto por mi crimen;
y como, pese a ser muy culpable, me habían visto morir como una santa, me depositaron en la cripta
funeraria de mi familia y sellaron sobre mí la losa de mi tumba.

La misma noche del día en el que allí me depositaron, en medio de mi sueño mortal, me pareció oír sonar
la hora en el reloj de la capilla. Conté las campanadas y oí doce. Tras la última, me pareció que una voz me
decía al oído:

-Mujer, levántate.

Reconocí la voz de Dios y exclamé:

-¡Señor! ¡Señor! ¿no estoy muerta pues, y aunque creía haberme dormido en vuestra misericordia para
siempre, vais a devolverme a la vida?

-¡No! -dijo la misma voz- no temas, sólo se vive una vez; sí, estás muerta, pero antes de implorar mi
misericordia, es necesario que des satisfacción a mi justicia.

-¡Dios mío, Señor! -exclamé temblando- ¿qué vais a ordenar sobre mí?

-Errarás, pobre alma en pena -respondió la voz- hasta que el arce que da sombra a la tumba de la condesa
sea lo suficientemente grueso como para proporcionar tableros para la cuna del niño que te liberará.
Levántate pues de tu tumba y cumple mi designio.

Entonces, con la punta de un dedo levanté la losa de mi sepulcro, y salí, pálida, fría, inanimada, y
deambulé alrededor de mi castillo hasta que se oyó el primer canto del gallo; entonces, como impulsada
por un brazo irresistible, entré en esta torre cuya puerta se abrió sola ante mí, y me tendí en mi tumba,
cuya tapa se cerró sola. La segunda noche fue igual, y todas las noches que siguieron a la segunda.

Esto duró casi tres siglos. Vi cada año caer una tras otra las piedras del castillo, y brotar una a una todas
las ramas del arce. Finalmente, del edificio y de sus cuatro torres sólo quedó ésta; el árbol creció y se hizo
robusto hasta el punto que vi que se acercaba el momento de mi liberación.

Un día tu padre vino con un hacha en la mano. El arce, que hasta entonces había resistido al acero más
afilado, ablandado por mí, cedió ante el metal de su hacha; a petición mía, hizo del tronco una cuna
en la que te recostaron el día que naciste. El Señor ha cumplido lo que me prometió, ¡bendito sea Dios
todopoderoso y misericordioso!
El joven hizo la señal de la cruz y preguntó: «¿Y ya no me queda nada más que hacer?»

-Sí -respondió la Dama Negra-, sí, joven, debes concluir tu obra.

-Ordene, señora -contestó- y yo obedeceré.

-Excava al pie del arce y encontrarás los huesos de la condesa de Windeck y de su hijo: haz que los
entierren en tierra consagrada, y cuando estén enterrados, levanta la losa de mi tumba y ponme una
rama de boj bendecido en la última Pascua en la mano, luego clava totalmente la tapa, pues no volveré a
levantarme hasta el día del Juicio Final.

-Pero ¿cómo reconoceré su tumba?

-Es la tercera de la derecha al entrar; además -añadió la Dama Negra tendiendo hacia el joven una mano
que habría sido perfecta de no ser por su extrema palidez- mira este anillo, lo reconocerás cuando lo veas
en mi dedo.

El joven miró y vio un carbúnculo tan puro que iluminaba no sólo la mano de la dama, sino además su
bello y melancólico rostro al que, lo mismo que a la mano, sólo podía reprochársele una excesiva blancura.

-Se hará como desea, -dijo el joven cubriéndose con la mano, porque estaba deslumbrado por el brillo que
irradiaba el carbúnculo- y desde mañana mismo.

-¡Que así sea! -respondió la Dama Negra y desapareció como si se la hubiera tragado la tierra.

El joven sintió que acababa de producirse algo extraño, retiró la mano de los ojos y miró a su alrededor,
pero estaba solo en mitad de las ruinas, con la rama de arce en la mano, frente a la puerta de la torre del
Oriente, y esta puerta estaba cerrada.

El joven regresó a su casa y se lo contó todo a su padre y a su madre que reconocieron en ello la mano de
Dios; al día siguiente, avisaron al párroco de Achern, que acudió al lugar indicado por el joven entonando
el Magnificat, mientras dos enterradores excavaban al pie del arce. A cinco o seis pies de profundidad,
como lo había dicho la Dama Negra, se encontraron los dos esqueletos; los huesos de los brazos de la
madre apretaban aún a su hijo contra los huesos de su pecho. Ese mismo día, la condesa y su hijo fueron
inhumados en tierra consagrada.

Luego, al salir de la iglesia, el joven cogió de los pies de un crucifijo una rama bendecida en la última
Pascua, y llamando a dos de sus amigos, uno de los cuales era albañil y el otro cerrajero, los llevó consigo
a la torre del Oriente. Cuando vieron dónde los conducía, dudaron, pero el joven les dijo con tal confianza
que al obedecerlo a él obedecían a Dios, que no dudaron más y lo siguieron.

Al llegar a la puerta de la torre, el joven se percató de que había olvidado la rama de arce con la que la
había tocado la víspera, pero pensó que su rama bendecida tendría sin duda el mismo poder; y no se
equivocó. Apenas el extremo de la rama seca hubo rozado la maciza puerta, ésta giró sobre sus goznes,
como si la hubiera empujado un gigante, y una escalera surgió ante ellos. Encendieron las antorchas de
las que se había provisto y descendieron; tras el vigésimo escalón llegaron a la cripta. El joven se dirigió
a la tercera tumba, y llamó a sus dos acompañantes para que le ayudaran a levantar la tapadera; una vez
más dudaron, pero su compañero les aseguró que lo que iban a hacer, lejos de ser una profanación, era un
acto de piedad; unieron pues sus fuerzas y destaparon la tumba. Contenía un esqueleto descarnado en el
que el joven no logró reconocer a la bella mujer que le había hablado la víspera, y a la que, como ya hemos
mencionado, sólo podía reprochársele una palidez excesiva. Pero en los huesos de su dedo, vio brillar el
magnífico carbúnculo sin par en el mundo. Le colocó en la mano la rama bendecida, cerraron la tumba e
invitó a sus amigos a sellarla lo más fuerte posible. Los dos acompañantes así lo hicieron.

Es en esa tumba, que aún hoy se muestra a los visitantes suficientemente animosos como para atreverse
a penetrar bajo las bóvedas de la capilla subterránea, donde reposa la Dama Negra, esperando el Juicio
Final.

                                                                    Excursions sur les bords du Rhin, 1841



Stendhal (Nombre verdadero: Henry Beyle).

Novelista y ensayista francés que figura entre los grandes maestros de la novela analítica. Marie
Henri Beyle nació en Grenoble, el 23 de enero de 1783, hijo de un abogado. Fue educado primero por un
sacerdote jesuita y más tarde estudió en la École Centrale laica de Grenoble. Escapó de las limitaciones
de la educación provinciana viajando a París, y a los 17 años ingresó en el ejército de Napoleón
Bonaparte. Stendhal disfrutó de la vida social de los militares en Milán, pero en 1802 abandonó el
ejército y llevó una vida bohemia en París. En 1806 se quedó sin dinero y volvió al ejército, donde
desempeñó diversas misiones diplomáticas y participó en la fracasada campaña rusa de 1812. En 1814,
tras la caída de Napoleón, Sthendal viajó a Italia, donde a lo largo de siete años escribió el tratado de
crítica de arte Historia de la pintura en Italia (1817) y un libro de recuerdos personales y estudios
académicos titulado Roma, Nápoles y Florencia en 1817 (1817). Esta última fue su primera obra
publicada bajo el seudónimo de Stendhal. Acusado por el gobierno austriaco, que entonces gobernaba
en el norte de Italia, de apoyar al movimiento de independencia italiano, Stendhal fue expulsado
de Italia en 1821. Regresó a Francia cuando cesó la persecución de los defensores de Napoleón y se
estableció en París para dedicarse a leer, llenar numerosos cuadernos de notas y escribir. Llevó una
vida social e intelectual muy activa, frecuentando diversos salones literarios en los que destacó por su
habilidad en el arte de la conversación. Un año más tarde terminó su famoso Sobre el amor (1822),
un tratado semiautobiográfico sobre la naturaleza del amor, inspirado en una de las muchas mujeres
a las que el autor amó a lo largo de su vida. En esta obra exponía sus opiniones vanguardistas sobre
el matrimonio, el papel de la mujer, la moral y la política. En 1830, a la llegada al trono de Luis Felipe
de Orleans, Stendhal fue nombrado cónsul de Francia en la localidad italiana de Trieste. En 1831 fue
destinado a una ciudad más pequeña, Civitavecchia, cerca de Roma, donde escribió sus dos principales
novelas. “El rojo y el negro” (1830) analiza la sociedad contemporánea a través de la mirada de Julien
Sorel, un ambicioso joven de provincias que se abre camino en la vida. “La Cartuja de Parma” (1839)
narra las vicisitudes de Fabrizio del Dongo, un joven noble que se ve envuelto en las intrigas políticas
del ducado de Parma. En ambas novelas Stendhal exalta la fuerza, la pasión y la espontaneidad. Sus
héroes se descubren a sí mismos a medida que avanzan por la vida en pos de sus ambiciones. Stendhal
murió de un ataque al corazón el 23 de marzo de 1842. Su apego al individualismo es la causa por la
que generalmente se incluye a Stendhal entre los escritores románticos. Sin embargo, el extremado
rigor crítico con que analiza la psicología humana lo hace destacar como uno de los primeros escritores
realistas del siglo XIX.

                                         El arca y el aparecido

Una hermosa mañana del mes de mayo de 182... entraba don Blas Bustos y Mosquera, escoltado por
doce hombres a caballo, en el pueblo de Alcolote, a una legua de Granada. Cuando lo veían llegar, los
vecinos entraban precipitadamente en las casas y cerraban las puertas a aquel terrible jefe de la policía de
Granada. El cielo ha castigado su crueldad poniéndole en la cara la impronta de su alma. Es un hombre
de seis pies de estatura, cetrino, de una flacura que asusta. No es más que jefe de la policía, pero hasta el
obispo de Granada y el gobernador tiemblan ante él.
Durante aquella guerra sublime contra Napoleón que, en la posteridad, pondrá a los españoles del siglo
XIX por delante de todos los demás pueblos de Europa y les asignará el segundo lugar después de los
franceses, don Blas fue uno de los más famosos capitanes de guerrillas. El día que su gente no había
matado por lo menos un francés, don Blas no dormía en una cama: era un voto.
Cuando volvió Fernando VII, lo mandaron a las galeras de Ceuta, donde pasó ocho años en la más
horrible miseria. Lo acusaban de haber sido capuchino en su juventud y de haber colgado los hábitos.
Después, no se sabe cómo, volvió a entrar en gracia. Ahora don Blas es célebre por su silencio: no habla
jamás. En otro tiempo le habían valido una especie de fama de ingenioso los sarcasmos que dirigía a sus
prisioneros de guerra antes de ahorcarlos: se repetían en todos los ejércitos españoles.
Don Blas avanzaba despacio por la calle de Alcolote, mirando a las casas de uno y otro lado con ojos
de lince. Al pasar por una iglesia, tocaron a misa; más que apearse, se precipitó del caballo y corrió a
arrodillarse junto al altar. Cuatro de sus guardias se arrodillaron en torno a su silla; lo miraron: en sus
ojos ya no había devoción. Tenía su siniestra mirada clavada en un hombre de muy distinguida apostura
que estaba rezando a unos pasos de él.
¡Cómo es esto -se decía don Blas-: un hombre que, según las apariencias, pertenece a las primeras clases
de la sociedad y yo no lo conozco! ¡Éste no ha aparecido en Granada desde que yo estoy en ella! Se
esconde.»
Don Blas se inclinó hacia uno de sus guardias y le dio orden de detener a aquel joven en cuanto saliera de
la iglesia. Pronunciadas las íntimas palabras de la misma, se apresuró a salir él mismo y fue a instalarse en
el comedor de la hostería de Alcolote. No tardó en aparecer, extrañado, aquel joven.
-¿Cómo se llama?
-Don Fernando de la Cueva.
El humor siniestro de don Blas se agravó más aún, porque, al verle de cerca, observó que don Fernando
era guapísimo: rubio y, a pesar del mal paso en que se encontraba, con una expresión muy dulce. Don Blas
miraba pensativo a aquel mozo.
-¿Que empleo tenía usted en tiempo de las Cortes?-dijo por fin.
-En 1823 estaba en el colegio de Sevilla; entonces tenía quince años, pues ahora no tengo más que
diecinueve.
-¿De qué vive?
El joven pareció irritado por la grosería de la pregunta; se resignó y dijo:
-Mi padre, brigadier del ejército de don Carlos IV (Dios bendiga la memoria de este buen rey), me dejó
una pequeña finca cerca de este pueblo; me renta doce mil reales (tres mil francos); la cultivo con mis
propias manos con ayuda de tres criados, que seguramente le son muy leales.
Excelente núcleo de guerrilla -dijo don Blas con una sonrisa amarga-. ¡A la cárcel e incomunicado! -
añadió al marcharse, dejando al preso en medio de su gente.
A los pocos momentos, don Blas estaba almorzando.
«Con seis meses de prisión -pensaba- me pagará esos lindos colores y ese aire de lozanía y de insolente
satisfacción.»
El guardia que estaba de centinela a la puerta del comedor levantó vivamente la carabina. La apoyó contra
el pecho de un anciano que intentaba entrar en el comedor detrás de un pinche de cocina que llevaba una
fuente. Don Blas se precipitó hacia la puerta; detrás del anciano vio a una muchacha que le hizo olvidar a
don Fernando.
-Es cruel no darme tiempo para comer -dijo al anciano.
Don Blas no podía dejar de mirar a la muchacha; veía en su frente y ojos esa expresión de inocencia y
piedad celestial que resplandece en las bellas madonas de la escuela italiana. Don Blas no escuchaba al
anciano ni seguía comiendo. Por fin salió de su abstracción; el anciano repetía por tercera o cuarta vez las
razones por las cuales se debía poner en libertad a don Fernando de la Cueva, que era desde hacía tiempo
el prometido de su hija Inés, allí presente, y se iban a casar el domingo próximo. En este momento, los
ojos del terrible jefe de policía brillaron con un resplandor tan extraordinario, que asustaron a Inés y
hasta a su padre.
-Nosotros hemos vivido siempre en el temor de Dios y somos cristianos viejos -continuó éste-; mi raza es
antigua, pero soy pobre, y don Fernando es un buen partido para mi hija. Nunca ejercí cargo alguno en
tiempo de los franceses, ni antes ni después.
Don Blas no salía de su hosco silencio.
-Pertenezco a la más antigua nobleza del reino de Granada -prosiguió el anciano-; y antes de la revolución
-añadió suspirando- le habría cortado las orejas a un fraile insolente que no me contestara cuando yo le
hablase.
Al anciano se le llenaron de lágrimas los ojos. La tímida Inés sacó del seno un pequeño rosario que había
tocado el manto de la madona del pilar (sic), y sus bonitas manos apretaban la cruz con un movimiento
convulsivo. El terrible don Blas clavó su mirada en aquellas manos. Luego se fijó en el busto, bien
torneado, aunque un poco opulento, de la joven Inés.
«Sus facciones podrían ser más regulares -pensó-; pero esa gracia celestial no la he visto nunca más que
en ella.»
-¿Y se llama usted don Jaime Artegui? -dijo al fin al anciano.
-Tal es mi nombre -contestó don Jaime, irguiendo más su apostura.
-¿De setenta años?
-De sesenta y nueve solamente.
-Usted es -dijo don Blas, serenándose visiblemente-; llevo mucho tiempo buscándolo. El rey nuestro señor
se ha dignado concederle una pensión anual de cuatro mil reales (mil francos). Tengo en Granada dos
años vencidos de esa real merced, que le entregaré mañana al mediodía. Le haré ver que mi padre era un
rico labrador de Castilla la Vieja, cristiano viejo como usted, y que nunca fui fraile, de modo que el insulto
que usted me ha dirigido cae en el vacío.
El viejo hidalgo no se atrevió a faltar a la cita. Era viudo y vivía sólo con su hija Inés. Antes de salir para
Granada la llevó a casa del cura del pueblo y tomó sus disposiciones como si nunca más hubiera de volver
a verla. Encontró a don Blas Bustos muy engalanado; llevaba un gran cordón sobre el uniforme. Don
Jaime le encontró el aire atento de un viejo soldado que quiere hacerse el bondadoso y sonríe a cada paso
y sin venir a cuento.
Si se hubiera atrevido, don Jaime habría rechazado los ocho mil reales que don Blas le entregó; no pudo
negarse a comer con él. Después de la comida, el terrible jefe de policía le hizo leer sus títulos, su partida
de bautismo y hasta un certificado de haber salido de galeras, lo que demostraba que no había sido nunca
fraile.
Don Jaime seguía temiendo alguna jugarreta.
-De modo que tengo cuarenta y tres años -acabó por decirle don Blas- y un puesto honorable que me da
cincuenta mil reales. Tengo una renta de mil onzas del Banco de Nápoles. Le pido en matrimonio a su hija
doña Inés de Artegui.
Don Jaime palideció. Hubo un momento de silencio. Don Blas prosiguió:
-No le ocultaré que don Fernando de la Cueva está comprometido en un mal asunto. El ministro de la
policía lo está buscando. Tiene pena de garrote (manera de estrangular empleada para los nobles) o,
por lo menos, de galeras. Yo estuve en ellas ocho años y puedo asegurarle que es un mal hospedaje -
diciendo estas palabras, se acercó al oído del anciano-. De aquí a quince días o tres semanas, recibiré
probablemente del ministro la orden de trasladar a don Fernando de la cárcel de Alcolote a la de Granada.
Esta orden se cumplirá esta noche muy tarde: si don Fernando aprovecha la noche para escaparse, yo
cerraré los ojos en consideración a la amistad con que usted me honra. Que se vaya a pasar un año o dos a
Mallorca, por ejemplo; nadie le dirá nada.
El viejo hidalgo no contestó una palabra. Estaba aterrado y a duras penas pudo volver a su pueblo. El
dinero que había recibido lo horrorizaba. «¿De modo -se decía- que esto es el precio de la sangre de mi
amigo don Fernando, del prometido de mi Inés?» Al llegar al presbiterio se arrojó en brazos de Inés.
-¡Hija mía -exclamó-, el fraile quiere casarse contigo!
Inés se secó pronto las lágrimas y pidió permiso para ir a consultar al cura, que estaba en la iglesia en
su confesionario. El cura, a pesar de la insensibilidad de su edad y de su estado, lloró. El resultado de la
consulta fue que no había más remedio que casarse con don Blas o huir por la noche. Doña Inés y su padre
tenían que procurar llegar a Gibraltar y embarcarse para Inglaterra.
-¿Y de qué vamos a vivir?-dijo Inés.
-Podrían vender la casa y la huerta.
-¿Quién va a comprarlas? -repuso la muchacha, deshecha en lágrimas.
-Yo tengo algunas economías -dijo el cura- que puede que lleguen a cinco mil reales; te los doy, hija mía, y
de muy buen grado, si crees que no puedes salvarte casándote con don Blas Bustos.
A los quince días todos los esbirros de Granada, en uniforme de gala, rodeaban la iglesia, tan sombría, de
Santo Domingo. Apenas en pleno mediodía se ve para andar por ella. Pero aquel día no se atrevía a entrar
nadie más que los invitados.
En una capilla lateral iluminada con centenares de velas cuya luz cortaba las sombras de la iglesia como
un camino de fuego, se veía de lejos a un hombre arrodillado en las gradas del altar; su cabeza sobresalía
de todos los que lo rodeaban. Aquella cabeza estaba inclinada en una postura piadosa; los flacos brazos,
cruzados sobre el pecho. Pronto se incorporó y exhibió un uniforme constelado de condecoraciones.
Daba la mano a una muchacha cuyo paso ligero y juvenil formaba un extraño contraste con su gravedad.
Brillaban lágrimas en los ojos de la joven desposada; la expresión de su rostro y la dulzura angelical que
conservaba a pesar de su pena impresionaron al pueblo cuando la joven subió a una carroza que esperaba
a la puerta de la iglesia (...).

(El resto del cuento lo puedes leer en http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/fran/stendhal/
arca.htm



Honoré de Balzac

Escritor francés de novelas clásicas que figura entre las grandes figuras de la literatura
universal. Su nombre original era Honoré Balssa y nació en Tours, el 20 de mayo de 1799. Hijo
de un campesino convertido en funcionario público, tuvo una infancia infeliz. Obligado por su
padre, estudió leyes en París de 1818 a 1821. Sin embargo, decidió dedicarse a la escritura,
pese a la oposición paterna. Entre 1822 y 1829 vivió en la más absoluta pobreza, escribiendo
teatro trágico y novelas melodramáticas que apenas tuvieron éxito. En 1825 probó fortuna
como editor e impresor, pero se vio obligado a abandonar el negocio en 1828 al borde de la
bancarrota y endeudado para el resto de su vida. En 1829 escribió la novela Los chuanes, la
primera que lleva su nombre, basada en la vida de los campesinos bretones y su papel en la
insurrección monárquica de 1799, durante la Revolución Francesa. Aunque en ella se aprecian
algunas de las imperfecciones de sus primeros escritos, es su primera novela importante y
marca el comienzo de su imparable evolución como escritor. Trabajador infatigable, Balzac
produciría cerca de 95 novelas y numerosos relatos cortos, obras de teatro y artículos de
prensa en los 20 años siguientes. En 1832 comenzó su correspondencia con una condesa
polaca, Eveline Hanska, quien prometió casarse con Balzac tras la muerte de su marido. Éste
murió en 1841, pero Eveline y Balzac no se casaron hasta marzo de 1850. Balzac murió el 18 de
agosto de 1850. En 1834 concibió la idea de fundir todas sus novelas en una obra única, La
comedia humana. Su intención era ofrecer un gran fresco de la sociedad francesa en todos
sus aspectos, desde la Revolución hasta su época. En una famosa introducción escrita en 1842
explicaba la filosofía de la obra, en la cual se reflejaban algunos de los puntos de vista de los
escritores naturalistas Jean Baptiste de Lamarck y Étienne Geoffroy Saint-Hilaire. Balzac
afirmaba que así como los diferentes entornos y la herencia producen diversas especies de
animales, las presiones sociales generan diferencias entre los seres humanos. Se propuso de
este modo describir cada una de lo que llamaba "especies humanas". La obra incluiría 150
novelas, divididas en tres grupos principales: Estudios de costumbres, Estudios filosóficos y
Estudios analíticos. El primer grupo, que abarca la mayor parte de su obra ya escrita, se
subdivide a su vez en seis escenas: privadas, provinciales, parisinas, militares, políticas y
campesinas. Las novelas incluyen unos dos mil personajes, los más importantes de los cuales
aparecen a lo largo de toda la obra. Balzac logró completar aproximadamente dos tercios de
este enorme proyecto. Entre las novelas más conocidas de la serie figuran Papá Goriot
(1834), que narra los excesivos sacrificios de un padre con sus ingratas hijas; Eugenia
Grandet (1833), donde cuenta la historia de un padre miserable y obsesionado por el dinero
que destruye la felicidad de su hija; La prima Bette (1846), un relato sobre la cruel venganza
de una vieja celosa y pobre; La búsqueda del absoluto (1834), un apasionante estudio de la
monomanía, y Las ilusiones perdidas (1837-1843). El objetivo de Balzac era ofrecer una
descripción absolutamente realista de la sociedad francesa, algo fascinante para el autor. Sin
embargo, su grandeza reside en la capacidad para trascender la mera representación y dotar
a sus novelas de una especie de suprarrealismo. La descripción del entorno es en sus obras casi
tan importante como el desarrollo de los personajes. Balzac afirmó en cierta ocasión que "los
acontecimientos de la vida pública y privada están íntimamente relacionados con la
arquitectura", y en consecuencia, describe las casas y las habitaciones en las que se mueven
sus personajes de tal modo que revelen sus pasiones y deseos. Aunque los personajes de Balzac
son perfectamente creíbles y reales, casi todos ellos están poseídos por su propia monomanía.
Todos parecen más activos, vivos y desarrollados que sus modelos vivos, siendo esta
superación de la vida un rasgo característico de sus personajes. Balzac convierte en sublime la
mediocridad de la vida, sacando a la luz las partes más sombrías de la sociedad. Confiere al
usurero, la cortesana y el dandi la grandeza de héroes épicos. Otro aspecto del extremado
realismo de Balzac es su atención a las prosaicas exigencias de la vida cotidiana. Lejos de
llevar vidas idealizadas, sus personajes permanecen obsesivamente atrapados en un mundo
materialista de transacciones comerciales y crisis financieras. En la mayoría de los casos este
tipo de asuntos constituyen el núcleo de su existencia. Así por ejemplo, la avaricia es uno de sus
temas predilectos. Balzac demuestra en sus diálogos un extraordinario dominio del lenguaje,
adaptándolo con sorprendente habilidad para retratar una amplia variedad de personajes. Su
prosa, aunque excesivamente prolija en ocasiones, posee una riqueza y un dinamismo que la
hace irresistible y absorbente. Entre sus numerosas obras destacan, además de las ya citadas,
las novelas La piel de zapa (1831), El lirio del valle (1835-1836), César Birotteau (1837),
Esplendor y miseria de las cortesanas (1837-1843) y El cura de Tours (1839); los
Cuentos libertinos (1832-1837); la obra de teatro Vautrin (1839); y sus célebres Cartas a
la extranjera, que recogen la larga correspondencia que mantuvo desde 1832 con Eveline
Hanska.
El resto del cuento lo puedes encontrar en
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/fran/balzac/elixir.htm


Gustave Flaubert

(Ruán, Francia, 1821 - Croisset, id., 1880) Escritor francés. Hijo de un médico, la precoz pasión
de Gustave Flaubert por la literatura queda patente en la pequeña revista literaria Colibrí,
que redactaba íntegramente, y en la que de una manera un tanto difusa pero sorprendente se
reconocen los temas que desarrollaría el escritor adulto.
Estudió derecho en París, donde conoció a Maxime du Camp, cuya amistad conservó toda la
vida, y junto al que realizó un viaje a pie por las regiones de Turena, Bretaña y Normandía.
A este viaje siguió otro, más importante (1849-1851), a Egipto, Asia Menor, Turquía, Grecia e
Italia, cuyos recuerdos le servirían más adelante para su novela Salambó.
Excepto durante sus viajes, Gustave Flaubert pasó toda su vida en su propiedad de Croisset,
entregado a su labor de escritor. Entre 1847 y 1856 mantuvo una relación inestable pero
apasionada con la poetisa Louise Colet, aunque su gran amor fue sin duda Elisa Schlésinger,
quien le inspiró el personaje de Marie Arnoux de La educación sentimental y que nunca llegó a
ser su amante.
Los viajes desempeñaron un papel importante en su aprendizaje como novelista, dado el valor
que concedía a la observación de la realidad. Flaubert no dejaba nada en sus obras a merced
de la pura inspiración, antes bien, trabajaba con empeño y precisión el estilo de su prosa,
desterrando cualquier lirismo, y movilizaba una energía extraordinaria en la concepción de
sus obras, en las que no deseaba nada que no fuera real; ahora bien, esa realidad debía tener
la belleza de la irrealidad, de modo que tampoco le interesaba dejar traslucir en su escritura la
experiencia personal que la alimentaba, ni se permitía verter opiniones propias.
Su voluntad púdica y firme de permanecer oculto en el texto, estar («como Dios») en todas
partes y en ninguna, explica el esfuerzo enorme de preparación que le supuso cada una de sus
obras (no consideró publicable La tentación de san Antonio hasta haberla reescrito tres veces),
en las que nada se enunciaba sin estar previamente controlado. Las profundas investigaciones
eruditas que llevó a cabo para escribir su novela Salambó, por ejemplo, tuvieron que ser
completadas con otro viaje al norte de África.
  Su primera gran novela publicada, y para muchos su obra maestra, es Madame Bovary
(1856), cuya protagonista, una mujer mal casada que es víctima de sus propios sueños
románticos, representa, a pesar de su propia mediocridad, toda la frustración que, según
Flaubert, había producido el siglo XIX, siglo que él odiaba por identificarlo con la mezquindad
y la estupidez que a su juicio caracterizaba a la burguesía.
De esa misma sátira de su tiempo participa toda su producción, incluido un brillante, aunque
inacabado, Diccionario de los lugares comunes. La publicación de Madame Bovary, que
supuso su rápida consagración literaria, le creó también serios problemas. Atacado por los
moralistas, que condenaban el trato que daba al tema del adulterio, fue incluso sometido a
juicio, lo cual lo decidió emprender a un proyecto fantasioso y barroco, lo más alejado posible
de su realidad: Salambó, que relataba el amor imposible entre una princesa y un mercenario
bárbaro en la antigua Cartago.
Su siguiente gran obra, La educación sentimental (1869), fue, en cambio, la más cercana a su
propia experiencia, pues se proponía describir las esperanzas y decepciones de la generación
de la revolución de 1848. Su última gran obra, Bouvard y Pécuchet, quedaría inconclusa a su
muerte.



Siglo XX. Poesía:
Paul Eluard

Conocí a Paul Eluard (1985-1952) a través de unos libritos publicados por Alberto Corazón, allá en los
años 70, “Capital del Dolor” y “Poesía y verdad”. Por entonces yo todavía no leía en francés fluidamente.
Eluard, comunista, surrealista y gran poeta romántico, me dio mucho. Hijo de un contable y de una
costurera, Eluard enferma de tuberculosis: es uno más de los muchos que llegan a la poesía a través de
la enfermedad. Conoce a Gala (que después le dejaría por Dalí), y es él quien la bautiza con ese nombre,
único válido para la historia del arte. Su poesía es, en relación con su calidad, poco conocida. No
importa. “Éxito” no es sinónimo de verdad y precisamente, de “Poesía y verdad” extraigo este magnífico
poema:

                                Liberté (Traduciremos este poema en clase)

Sur mes cahiers d'écolier
Sur mon pupitre et les arbres
Sur le sable sur la neige
J'écris ton nom

Sur toutes les pages lues
Sur toutes les pages blanches
Pierre sang papier ou cendre
J'écris ton nom

Sur les images dorées
Sur les armes des guerriers
Sur la couronne des rois
J'écris ton nom

Sur la jungle et le désert
Sur les nids sur les genêts
Sur l'écho de mon enfance
J'écris ton nom

Sur les merveilles des nuits
Sur le pain blanc des journées
Sur les saisons fiancées
J'écris ton nom

Sur tous mes chiffons d'azur
Sur l'étang soleil moisi
Sur le lac lune vivante
J'écris ton nom

Sur les champs sur l'horizon
Sur les ailes des oiseaux
Et sur le moulin des ombres
J'écris ton nom

Sur chaque bouffée d'aurore
Sur la mer sur les bateaux
Sur la montagne démente
J'écris ton nom

Sur la mousse des nuages
Sur les sueurs de l'orage
Sur la pluie épaisse et fade
J'écris ton nom

Sur les formes scintillantes
Sur les cloches des couleurs
Sur la vérité physique
J'écris ton nom

Sur les sentiers éveillés
Sur les routes déployées
Sur les places qui débordent
J'écris ton nom

Sur la lampe qui s'allume
Sur la lampe qui s'éteint
Sur mes maisons réunis
J'écris ton nom

Sur le fruit coupé en deux
Dur miroir et de ma chambre
Sur mon lit coquille vide
J'écris ton nom

Sur mon chien gourmand et tendre
Sur ses oreilles dressées
Sur sa patte maladroite
J'écris ton nom

Sur le tremplin de ma porte
Sur les objets familiers
Sur le flot du feu béni
J'écris ton nom

Sur toute chair accordée
Sur le front de mes amis
Sur chaque main qui se tend
J'écris ton nom
Sur la vitre des surprises
Sur les lèvres attentives
Bien au-dessus du silence
J'écris ton nom

Sur mes refuges détruits
Sur mes phares écroulés
Sur les murs de mon ennui
J'écris ton nom

Sur l'absence sans désir
Sur la solitude nue
Sur les marches de la mort
J'écris ton nom

Sur la santé revenue
Sur le risque disparu
Sur l'espoir sans souvenir
J'écris ton nom

Et par le pouvoir d'un mot
Je recommence ma vie
Je suis né pour te connaître
Pour te nommer




                                             La de siempre, toda


                                       Si os digo:”He abandonado todo”,
                                        es que mi cuerpo ya no la posee;
                                          nunca he presumido de eso.
                                                  No es verdad
                                    y la bruma de fondo en que me muevo
                                          no sabe nunca si he pasado.

                                 Del abanico de su boca, del reflejo de sus ojos
                                               sólo yo puedo hablar,
                                          soy el único que está rodeado
                               por ese espejo invisible donde el aire me atraviesa
                                         y el aire tiene un rostro amado.
                                         Un rostro enamorado: el tuyo.

                             A ti que no tienes nombre e ignorada por los demás
                               te dice el mar: “ sobre mí” y el cielo: “sobre mí”.
                                 Los astros te adivinan, las nubes te imaginan
                                  y la sangre derramada en mejores tiempos,
                                          la sangre de la generosidad
te lleva con placer.

                                     Canto la alegría de cantarte,
                               la gran alegría de tenerte o no tenerte,
                         el candor de esperarte, la inocencia de conocerte.
                     Oh tú que suprimes el olvido, la esperanza y la ignorancia,
                           que suprimes la ausencia y me das al mundo.
                             Canto para cantarte, te quiero para cantar
                           el misterio en que el amor me crea y se libera.

                                  Eres pura, aún más pura que yo.

                                  Versión de Eduardo de Bustos.

Samuel Beckett

Poeta, novelista y destacado dramaturgo del teatro del absurdo. De origen irlandés, en 1969
fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura. Beckett nació el 13 de abril de 1906, en
Foxrock, cerca de Dublín. Tras asistir a una escuela protestante de clase media en el norte de
Irlanda, ingresó en el Trinity College de Dublín, donde obtuvo la licenciatura en lenguas
romances en 1927 y el doctorado en 1931. Entretanto pasó dos años como profesor en París. Al
mismo tiempo continuó estudiando al filósofo francés René Descartes y escribió su ensayo
crítico Proust (1931), que sentaría las bases filosóficas de su vida y su obra. Fue entonces
cuando conoció al novelista y poeta irlandés James Joyce. Entre 1932 y 1937 escribió y viajó
sin descanso y desempeñó diversos trabajos para incrementar los ingresos de la pensión anual
que le ofrecía su padre, cuya muerte en 1933 le supuso un duro golpe. En 1937 se estableció
definitivamente en París, pero en 1942, tras adherirse a la Resistencia, tuvo que huir de la
Gestapo, la policía secreta nazi. En el sur de Francia, libre de la ocupación alemana, Beckett
escribió la novela Watt (que no se publicó hasta 1953). Al final de la guerra regresó a París,
donde produjo cuatro grandes obras: su trilogía Molloy (1951), Malone muere (1951) y El
innombrable (1953), novelas que el propio autor consideraba su mayor logro, y la obra de
teatro Esperando a Godot (1952), su obra maestra en opinión de la mayoría de los críticos.
Gran parte de su producción posterior a 1945 fue escrita en francés. Otras obras importantes,
publicadas en inglés, son Final de partida (1958), La última cinta (1959), Días felices
(1961), Acto sin palabras (1964), No yo (1973), That Time (1976) y Footfall (1976); los
relatos Murphy 1938) y Cómo es (1964); y dos colecciones de Poemas (1930 y 1935). Una
de sus últimas obras es Compañía (1980), donde resume su actitud de explorar lo
inexplorable. Tanto en sus novelas como en sus obras, Beckett centró su atención en la
angustia indisociable de la condición humana, que en última instancia redujo al yo solitario o
a la nada. Asimismo experimentó con el lenguaje hasta dejar tan sólo su esqueleto, lo que
originó una prosa austera y disciplinada, sazonada de un humor corrosivo y alegrada con el
uso de la jerga y la chanza. Su influencia en dramaturgos posteriores, sobre todo en aquellos
que siguieron sus pasos en la tradición del absurdo, fue tan notable como el impacto de su
prosa. Escribió en francés y en inglés.

De Poemas en francés
Bebe solo...

                                               Bebe solo
                           come quema fornica revienta solo como antes
                           los ausentes ya muertos los presentes apestan
                               saca tus ojos vuélvelos sobre las cañas
                                   discuten quizás ellos y los ays
                                     no importa existe el viento
                                         y el estado de vela.



                                   Música de la indiferencia...

                                      música de la indiferencia
                                  corazón tiempo aire fuego arena
                             del silencio desmoronamiento de amores
                                        cubre sus voces y que
                                           no me oiga ya
                                              callarme

                                   (Versiones de Jenaro Talens)


Novela de la segunda mitad del siglo XX
Jean-Paul Sartre

  Filósofo francés, dramaturgo, novelista y periodista político, es uno de los principales
representantes del existencialismo. Sartre nació en París el 21 de junio de 1905; estudió en la
École Normale Supérieure de esa ciudad, en la Universidad de Friburgo, Suiza y en el Instituto
Francés de Berlín. Enseñó filosofía en varios liceos desde 1929 hasta el comienzo de la II
Guerra Mundial, momento en que se incorporó al ejército. Desde 1940 hasta 1941 fue
prisionero de los alemanes; después de su puesta en libertad, dio clases en Neuilly (Francia) y
más tarde en París, y participó en la Resistencia francesa. Las autoridades alemanas,
desconocedoras de sus actividades secretas, permitieron la representación de su obra de teatro
antiautoritaria Las moscas (1943) y la publicación de su trabajo filosófico más célebre El
ser y la nada (1943). Sartre dejó la enseñanza en 1945 y fundó, con Simone de Beauvoir
entre otros, la revista política y literaria Les temps modernes, de la que fue editor jefe. Se le
consideró un socialista independiente activo después de 1947, crítico tanto con la Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) como con los Estados Unidos en los años de la guerra
fría. En la mayoría de sus escritos de la década de 1950 están presentes cuestiones políticas
incluidas sus denuncias sobre la actitud represora y violenta del ejército francés en Argelia.
Rechazó el Premio Nobel de Literatura de 1964 y explicó que si lo aceptaba comprometería su
integridad como escritor. Las obras filosóficas de Sartre conjugan la fenomenología del
filósofo alemán Edmund Husserl, la metafísica de los filósofos alemanes Georg Wilhelm
Friedrich Hegel y Martin Heidegger, y la teoría social de Karl Marx en una visión única
llamada existencialismo. Este enfoque, que relaciona la teoría filosófica con la vida, la
literatura, la psicología y la acción política suscitó un amplio interés popular que hizo del
existencialismo un movimiento mundial.
En su primera obra filosófica, El ser y la nada (1943) Sartre concebía a los humanos como
seres que crean su propio mundo al rebelarse contra la autoridad y aceptar la responsabilidad
personal de sus acciones, sin el respaldo ni el auxilio de la sociedad, la moral tradicional o la
fe religiosa. Al distinguir entre la existencia humana y el mundo no humano, mantenía que
la existencia de los hombres se caracteriza por la nada, es decir, por la capacidad para negar
y rebelarse. Su teoría del psicoanálisis existencial afirmaba la ineludible responsabilidad
de todos los individuos al adoptar sus propias decisiones y hacía del reconocimiento de una
absoluta libertad de elección la condición necesaria de la auténtica existencia humana. Las
obras de teatro y novelas de Sartre expresan su creencia de que la libertad y la aceptación de
la responsabilidad personal son los valores principales de la vida y que los individuos deben
confiar en sus poderes creativos más que en la autoridad social o religiosa.
En su última obra filosófica Crítica de la razón dialéctica (1960), Sartre trasladó el
énfasis puesto en la libertad existencialista y la subjetividad por el determinismo social
marxista. Sartre afirma que la influencia de la sociedad moderna sobre el individuo es tan
grande que produce la serialización, lo que él interpreta como pérdida de identidad y que
es equiparable a la enajenación marxista. El poder individual y la libertad sólo pueden
recobrarse a través de la acción revolucionaria colectiva. A pesar de su llamamiento a la
actividad política desde ópticas marxistas, Sartre no se afilió al Partido Comunista Francés, y
así conservó la libertad para criticar abiertamente las intervenciones militares soviéticas en
Hungría (1956) y en Checoslovaquia (1968). Otros textos de Sartre son las novelas La Náusea
(1938) y la serie narrativa inacabada Los caminos de la libertad, que comprenden La
edad de la razón (1945), El aplazamiento (1945) y La muerte en el alma (1949); una
biografía del controvertido escritor francés Jean Genet, San Genet, comediante y mártir
(1952); las obras teatrales A puerta cerrada (1944), La puta respetuosa (1946) y Los
secuestradores de Altona (1959); su autobiografía, Las palabras (1964) y una biografía
del autor francés Gustave Flaubert El idiota de la familia (3 volúmenes, 1971-1972) entre
otros muchos títulos. Murió en París el 5 de abril de 1980


De La náusea

DIARIO
Lunes 29 de enero de 1932.
Algo me ha sucedido, no puedo seguir dudándolo. Vino como una enfermedad, no como una certeza
ordinaria, o una evidencia. Se instaló solapadamente poco a poco; yo me sentí algo raro, algo molesto,
nada más. Una vez en su sitio, aquello no se movió, permaneció tranquilo, y pude persuadirme de que no
tenía nada, de que era una falsa alarma. Y ahora crece.

No creo que el oficio de historiador predisponga al análisis psicológico. En nuestro trabajo sólo tenemos
que habérnoslas con sentimientos a los cuales seaplican nombres genéricos, como Ambición, Interés. Sin
embargo, si tuviera una sombra de conocimiento de mí mismo, ahora debería utilizarlo.

Por ejemplo, en mis manos hay algo nuevo, cierta manera de tomar la pipa o el tenedor. O es el tenedor
el que ahora tiene cierta manera de hacerse tomar; nosé. Hace un instante, cuando iba a entrar en mi
cuarto, me detuve en seco al sentir en la mano un objeto frío que retenía mi atención con una especie
depersonalidad. Abrí la mano, miré: era simplemente el picaporte. Esta mañana en la biblioteca,
cuando el Autodidacta vino a darme los buenos días, tardé diez segundos en reconocerlo. Veía un rostro
desconocido, apenas un rostro. Y además su mano era como un grueso gusano blanco en la mía. La solté
en seguida y el brazo cayó blandamente.
También en la calle hay una cantidad de ruidos turbios que se arrastran.
Por lo tanto se ha producido un cambio durante estas últimas semanas. ¿Pero dónde? Es un cambio
abstracto que no se apoya en nada. ¿Soy yo quien ha cambiado? Si no soy yo, entonces es este cuarto, esta
ciudad, esta naturaleza; hay que elegir.

Creo que soy yo quien ha cambiado; es la solución más simple. También la más desagradable. Pero debo
reconocer que estoy sujeto a estas súbitas transformaciones. Lo que pasa es que rara vez pienso; entonces
sin darme cuenta, se acumula en mí una multitud de pequeñas metamorfosis, y un buen día se produce
una verdadera revolución. Es lo que ha dado a mi vida este aspecto desconcertante, incoherente.

Cuando salí de Francia, por ejemplo, muchos dijeron que había partido por capricho. Y cuando regresé
bruscamente después de seis años de viaje, todavía se hubiera podido hablar muy bien de capricho. Aún
me veo en la oficina de aquel funcionario francés que renunció el año pasado a consecuencia del asunto
Pétrou. Marcel se dirigía a Bengala con una misiónarqueológica. Yo siempre había deseado ir a Bengala
 y Marcel me apremiaba para que me uniera a él. Ahora me pregunto por qué. Pienso que no estaba
seguro del Portal y contaba conmigo para no perderlo de vista. Yo no tenía ningún motivo para negarme.
Y aunque en aquella época hubiese presentido la pequeña tramoya contra Portal, era una razón más para
aceptar con entusiasmo. Bueno, pues estaba paralizado y no podía decir una palabra. Miraba fijo una
pequeña estatuita sobre una carpeta verde, al lado de un telefóno. Me sentía lleno de linfa o leche tibia.
Mercier me decía, con cierta irritación velada por una pacienciaangélica:
—Claro, yo necesito estar seguro oficialmente. Sé que acabará usted por decir que sí; sería preferible
aceptar en seguida. Marcel tiene una barba de un negro rojizo, muy perfumada. A cada movimiento de su
cabeza, yo respiraba una bocanada de perfume. Y de pronto me desperté de un sueño de seis años.
La estatua me pareció desagradable y estúpida, y sentí que me aburría profundamente. No lograba
comprender por qué estaba yo en Indochina. ¿Qué hacía allí? ¿Por qué hablaba con esa gente? ¿Por qué
iba vestido de una manera tan rara? Mi pasión estaba muerta. Me había arrebatado y arrastrado: en la
actualidad me sentía vacío. Pero esto no era lo peor; delante de mí, plantada con una especie de
indolencia, había una idea voluminosa e insípida. No sé muy bien qué era, pero no podía mirarla, tanto
me repugnaba.
Todo esto se confundía para mí con el perfume de la barba de Mercier. Me sacudí, exasperado y colérico
contra él;respondí secamente:
—Se lo agradezco, pero creo que be viajado bastante; ahora tengo que volver a Francia.
A los dos días tomaba el barco para Marsella.
Si no me equivoco, si todos los signos que se acumulan son precursores de una nueva conmoción
en mi vida, bueno, tengo miedo. No es que mi vida sea rica, ni densa, ni preciosa.
Pero tengo miedo de lo que va a nacer, de lo que va a apoderarse de mí, ¿y arrastrarme a dónde? ¿Será
necesario una vez más que me vaya, que deje todo lo proyectado, mis investigaciones, mi libro? ¿Me
despertaré dentro de algunos meses, dentro de algunos años, roto, decepcionado, en medio de nuevas
ruinas?
Quisiera ver claro en mí antes de que sea demasiado tarde.

(Versión de Aurora Bermúdez)


Albert Camus

Novelista, ensayista y dramaturgo francés, considerado uno de los escritores más importantes
posteriores a 1945. Su obra, caracterizada por un estilo vigoroso y conciso, refleja la
philosophie de l'absurde, la sensación de alienación y desencanto junto a la afirmación de
las cualidades positivas de la dignidad y la fraternidad humana. Camus nació en Mondovi
(actualmente Drean, Argelia), el 7 de noviembre de 1913, y estudió en la universidad de Argel.
Sus estudios se interrumpieron pronto debido a una tuberculosis. Formó una compañía de
teatro de aficionados que representaba obras a las clases trabajadoras; también trabajó como
periodista y viajó mucho por Europa. En 1939, publicó Bodas, un conjunto de artículos que
incluían reflexiones inspiradas por sus lecturas y viajes. En 1940, se trasladó a París y formó
parte de la redacción del periódico Paris-Soir. Durante la II Guerra Mundial fue miembro
activo de la Resistencia francesa y de 1945 a 1947, director de Combat, una publicación
clandestina. Argelia sirve de fondo a la primera novela que publicó Camus, El extranjero
(1942), y a la mayoría de sus narraciones siguientes. Esta obra y el ensayo en el que se basa,
El mito de Sísifo (1942), revelan la influencia del existencialismo en su pensamiento. De las
obras de teatro que desarrollan temas existencialistas, Calígula (1945) es una de las más
conocidas. Aunque en su novela La Peste (1947) Camus todavía se interesa por el absurdo
fundamental de la existencia, reconoce el valor de los seres humanos ante los desastres. Sus
obras posteriores incluyen la novela La caída (1956), inspirada en un ensayo precedente;
El hombre rebelde (1951); la obra de teatro Estado de sitio (1948); y un conjunto de
relatos, El exilio y el reino (1957). Colecciones de sus trabajos periodísticos aparecieron
con el título de Actuelles (3 vols., 1950, 1953 y 1958) y El verano (1954). Una muerte feliz
(1971), aunque publicada póstumamente, de hecho es su primera novela. En 1994, se publicó
la novela incompleta en la que trabajaba cuando murió, El primer hombre. Sus Cuadernos,
que cubren los años 1935 a 1951, también se publicaron póstumamente en dos volúmenes (1962
y 1964). Camus, que obtuvo en 1957 el Premio Nobel de Literatura, murió en un accidente de
coche en Villeblerin (Francia) el 4 de enero de 1960.

De El extranjero

                                             Primera parte
                                                      I
Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: «Falleció su madre. Entierro
mañana. Sentidas condolencias.» Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer.
El asilo de ancianos está en Marengo, a ochenta kilómetros de Argel. Tomaré el autobús a las dos y llegaré
por la tarde. De esa manera podré velarla, y regresaré mañana por la noche. Pedí dos días de licencia
a mi patrón y no pudo negármelos ante una excusa semejante. Pero no parecía satisfecho. Llegué a
decirle: «No es culpa mía.» No me respondió. Pensé entonces que no debía haberle dicho esto. Al fin y al
cabo, no tenía por qué excusarme. Más bien le correspondía a él presentarme las condolencias. Pero lo
hará sin duda pasado mañana, cuando me vea de luto. Por ahora, es un poco como si mamá no estuviera
muerta. Después del entierro, por el contrario, será un asunto archivado y todo habrá adquirido aspecto
más oficial.
Tomé el autobús a las dos. Hacía mucho calor. Comí en el restaurante de Celeste como de costumbre.
Todos se condolieron mucho de mí, y Celeste me dijo: «Madre hay una sola.» Cuando partí, me
acompañaron hasta la puerta. Me sentía un poco aturdido pues fue necesario que subiera hasta la
habitación de Manuel para pedirle prestados una corbata negra y un brazal. El perdió a su tío hace unos
meses.
Corrí para alcanzar el autobús. Me sentí adormecido sin duda por la prisa y la carrera, añadidas a los
barquinazos, al olor a gasolina y a la reverberación del camino y del cielo. Dormí casi todo el trayecto.
Y cuando desperté, estaba apoyado contra un militar que me sonrió y me preguntó si venía de lejos.
Dije «sí» para no tener que hablar más.
El asilo está a dos kilómetros del pueblo. Hice el camino a pie. Quise ver a mamá en seguida. Pero el
portero me dijo que era necesario ver antes al director. Como estaba ocupado, esperé un poco. Mientras
tanto, el portero me estuvo hablando, y en seguida vi al director. Me recibió en su despacho. Era un
viejecito condecorado con la Legión de Honor. Me miró con sus ojos claros. Después me estrechó la
mano y la retuvo tanto tiempo que yo no sabía cómo retirarla. Consultó un legajo y me dijo: «La señora
de Meursault entró aquí hace tres años. Usted era su único sostén.» Creí que me reprochaba alguna cosa
y empecé a darle explicaciones. Pero me interrumpió: «No tiene usted por qué justificarse, hijo mío. He
Dossier 1 de crédito literatura universal 4º de eso: Literatura Francesa
Dossier 1 de crédito literatura universal 4º de eso: Literatura Francesa
Dossier 1 de crédito literatura universal 4º de eso: Literatura Francesa
Dossier 1 de crédito literatura universal 4º de eso: Literatura Francesa
Dossier 1 de crédito literatura universal 4º de eso: Literatura Francesa
Dossier 1 de crédito literatura universal 4º de eso: Literatura Francesa
Dossier 1 de crédito literatura universal 4º de eso: Literatura Francesa
Dossier 1 de crédito literatura universal 4º de eso: Literatura Francesa

Mais conteúdo relacionado

Mais procurados

Antologia literaria de poemas
Antologia literaria de poemasAntologia literaria de poemas
Antologia literaria de poemaskarla rodriguez
 
La generación del 27.4º
La generación del 27.4ºLa generación del 27.4º
La generación del 27.4ºrafernandezgon
 
Antología Actividad Curiosidades
Antología  Actividad  CuriosidadesAntología  Actividad  Curiosidades
Antología Actividad CuriosidadesFran
 
Antología modernismo (2)
Antología modernismo (2)Antología modernismo (2)
Antología modernismo (2)aureagarde
 
Lírica viene de lira
Lírica viene de liraLírica viene de lira
Lírica viene de liraPaloma Romero
 
Poemas modernismo
Poemas modernismoPoemas modernismo
Poemas modernismoGimena07
 
Antologia 10 11 espanol 6
Antologia 10 11 espanol 6Antologia 10 11 espanol 6
Antologia 10 11 espanol 6YUNIS17
 
Federico garcia lorca. poeta en nueva - desconocido
  Federico garcia lorca. poeta en nueva  - desconocido  Federico garcia lorca. poeta en nueva  - desconocido
Federico garcia lorca. poeta en nueva - desconocidoJavier SaaDapart
 
Tradición y vanguardia
Tradición y vanguardiaTradición y vanguardia
Tradición y vanguardiavictoriaabad
 
áNgel+glez letras de todo-todoytodo
áNgel+glez letras de todo-todoytodoáNgel+glez letras de todo-todoytodo
áNgel+glez letras de todo-todoytodorauldasein
 
áNgel+glez letras de todo-todoytodo
áNgel+glez letras de todo-todoytodoáNgel+glez letras de todo-todoytodo
áNgel+glez letras de todo-todoytodorauldasein
 
Gustavo adolfo bécquer (1)
Gustavo adolfo bécquer (1)Gustavo adolfo bécquer (1)
Gustavo adolfo bécquer (1)Paulo Kortazar
 

Mais procurados (20)

Biblioteca
BibliotecaBiblioteca
Biblioteca
 
Antologia 3 e
Antologia 3 eAntologia 3 e
Antologia 3 e
 
Antologia literaria de poemas
Antologia literaria de poemasAntologia literaria de poemas
Antologia literaria de poemas
 
La generación del 27.4º
La generación del 27.4ºLa generación del 27.4º
La generación del 27.4º
 
POEMAS ESCOGIDOS
POEMAS ESCOGIDOSPOEMAS ESCOGIDOS
POEMAS ESCOGIDOS
 
Biografia 3 e
Biografia 3 eBiografia 3 e
Biografia 3 e
 
Antología Actividad Curiosidades
Antología  Actividad  CuriosidadesAntología  Actividad  Curiosidades
Antología Actividad Curiosidades
 
Antología modernismo (2)
Antología modernismo (2)Antología modernismo (2)
Antología modernismo (2)
 
Lírica viene de lira
Lírica viene de liraLírica viene de lira
Lírica viene de lira
 
Poemas modernismo
Poemas modernismoPoemas modernismo
Poemas modernismo
 
1 A, ANTOLOGIA POETICA
1 A, ANTOLOGIA POETICA1 A, ANTOLOGIA POETICA
1 A, ANTOLOGIA POETICA
 
Antología poesía
Antología poesíaAntología poesía
Antología poesía
 
Antologia 10 11 espanol 6
Antologia 10 11 espanol 6Antologia 10 11 espanol 6
Antologia 10 11 espanol 6
 
Federico garcia lorca. poeta en nueva - desconocido
  Federico garcia lorca. poeta en nueva  - desconocido  Federico garcia lorca. poeta en nueva  - desconocido
Federico garcia lorca. poeta en nueva - desconocido
 
Las etapas poéticas de Miguel Hernández
Las etapas poéticas de Miguel HernándezLas etapas poéticas de Miguel Hernández
Las etapas poéticas de Miguel Hernández
 
Tradición y vanguardia
Tradición y vanguardiaTradición y vanguardia
Tradición y vanguardia
 
Figuras literarias 1
Figuras literarias 1Figuras literarias 1
Figuras literarias 1
 
áNgel+glez letras de todo-todoytodo
áNgel+glez letras de todo-todoytodoáNgel+glez letras de todo-todoytodo
áNgel+glez letras de todo-todoytodo
 
áNgel+glez letras de todo-todoytodo
áNgel+glez letras de todo-todoytodoáNgel+glez letras de todo-todoytodo
áNgel+glez letras de todo-todoytodo
 
Gustavo adolfo bécquer (1)
Gustavo adolfo bécquer (1)Gustavo adolfo bécquer (1)
Gustavo adolfo bécquer (1)
 

Semelhante a Dossier 1 de crédito literatura universal 4º de eso: Literatura Francesa

Barrocopresentacion
BarrocopresentacionBarrocopresentacion
Barrocopresentacionbicefala
 
Barrocopresentacion
BarrocopresentacionBarrocopresentacion
Barrocopresentacionbicefala
 
El Barroco. La lírica
El Barroco. La líricaEl Barroco. La lírica
El Barroco. La líricamarquintasg
 
Anto de la_ poesia_anterior_1936
Anto de la_ poesia_anterior_1936Anto de la_ poesia_anterior_1936
Anto de la_ poesia_anterior_1936motorlop
 
Poesias De Ismael Enrique Arciniegas 2008
Poesias De Ismael Enrique Arciniegas 2008Poesias De Ismael Enrique Arciniegas 2008
Poesias De Ismael Enrique Arciniegas 2008guillow
 
El Posromanticismo
El PosromanticismoEl Posromanticismo
El Posromanticismomgj7514
 
Expoxicicion federico garcia
Expoxicicion federico garciaExpoxicicion federico garcia
Expoxicicion federico garciaXiimee
 
Juan ramón jimenez
Juan ramón jimenezJuan ramón jimenez
Juan ramón jimenezjholgadoc
 
Trabajo Practico De Poesias
Trabajo Practico De PoesiasTrabajo Practico De Poesias
Trabajo Practico De PoesiasProfe Sara
 
Trabajo Práctico De Poesias
Trabajo Práctico De PoesiasTrabajo Práctico De Poesias
Trabajo Práctico De PoesiasProfe Sara
 
Reporte de lectura primer periodo
Reporte de lectura primer periodoReporte de lectura primer periodo
Reporte de lectura primer periodoJacqueline Pulido
 
Poemas Rubén Darío Semana de la Lengua
Poemas Rubén Darío Semana de la LenguaPoemas Rubén Darío Semana de la Lengua
Poemas Rubén Darío Semana de la Lenguaprofesornfigueroa
 
Que es el modernismo
Que es el modernismoQue es el modernismo
Que es el modernismobengydcdcdcdc
 
Presentacion 2edicion
Presentacion 2edicionPresentacion 2edicion
Presentacion 2edicionnlopezrey
 

Semelhante a Dossier 1 de crédito literatura universal 4º de eso: Literatura Francesa (20)

Barrocopresentacion
BarrocopresentacionBarrocopresentacion
Barrocopresentacion
 
Barrocopresentacion
BarrocopresentacionBarrocopresentacion
Barrocopresentacion
 
El Barroco. La lírica
El Barroco. La líricaEl Barroco. La lírica
El Barroco. La lírica
 
Anto de la_ poesia_anterior_1936
Anto de la_ poesia_anterior_1936Anto de la_ poesia_anterior_1936
Anto de la_ poesia_anterior_1936
 
Poesias De Ismael Enrique Arciniegas 2008
Poesias De Ismael Enrique Arciniegas 2008Poesias De Ismael Enrique Arciniegas 2008
Poesias De Ismael Enrique Arciniegas 2008
 
El Posromanticismo
El PosromanticismoEl Posromanticismo
El Posromanticismo
 
El Modernismo
El ModernismoEl Modernismo
El Modernismo
 
Expoxicicion federico garcia
Expoxicicion federico garciaExpoxicicion federico garcia
Expoxicicion federico garcia
 
Juan ramón jimenez
Juan ramón jimenezJuan ramón jimenez
Juan ramón jimenez
 
Rubén darío
Rubén daríoRubén darío
Rubén darío
 
Trabajo Practico De Poesias
Trabajo Practico De PoesiasTrabajo Practico De Poesias
Trabajo Practico De Poesias
 
Trabajo Práctico De Poesias
Trabajo Práctico De PoesiasTrabajo Práctico De Poesias
Trabajo Práctico De Poesias
 
Reporte de lectura primer periodo
Reporte de lectura primer periodoReporte de lectura primer periodo
Reporte de lectura primer periodo
 
Poemas Rubén Darío Semana de la Lengua
Poemas Rubén Darío Semana de la LenguaPoemas Rubén Darío Semana de la Lengua
Poemas Rubén Darío Semana de la Lengua
 
Cascada Otoñal
Cascada OtoñalCascada Otoñal
Cascada Otoñal
 
Antología 3
Antología 3Antología 3
Antología 3
 
Que es el modernismo
Que es el modernismoQue es el modernismo
Que es el modernismo
 
Antonio machado
Antonio machadoAntonio machado
Antonio machado
 
Antonio machado
Antonio machadoAntonio machado
Antonio machado
 
Presentacion 2edicion
Presentacion 2edicionPresentacion 2edicion
Presentacion 2edicion
 

Mais de Gabriela Zayas De Lille

Una historia de familia: Frida Kahlo. Ejercicios para 1º y 2º de Secundaria
Una historia de familia: Frida Kahlo. Ejercicios para 1º y 2º de SecundariaUna historia de familia: Frida Kahlo. Ejercicios para 1º y 2º de Secundaria
Una historia de familia: Frida Kahlo. Ejercicios para 1º y 2º de SecundariaGabriela Zayas De Lille
 
Uso De Las Tic En Castellano Gabriela Zayas
Uso De Las Tic En Castellano Gabriela ZayasUso De Las Tic En Castellano Gabriela Zayas
Uso De Las Tic En Castellano Gabriela ZayasGabriela Zayas De Lille
 
El Jardín Secreto Actividad para 1º De ESO. Incluye las descripciones escrita...
El Jardín Secreto Actividad para 1º De ESO. Incluye las descripciones escrita...El Jardín Secreto Actividad para 1º De ESO. Incluye las descripciones escrita...
El Jardín Secreto Actividad para 1º De ESO. Incluye las descripciones escrita...Gabriela Zayas De Lille
 
El Jardín Secreto Actividades Para 1º De Eso
El Jardín Secreto Actividades Para 1º De EsoEl Jardín Secreto Actividades Para 1º De Eso
El Jardín Secreto Actividades Para 1º De EsoGabriela Zayas De Lille
 

Mais de Gabriela Zayas De Lille (20)

Dictados de 2º 2011 2012
Dictados de 2º 2011 2012Dictados de 2º 2011 2012
Dictados de 2º 2011 2012
 
La historia de_mi_familia_parte_2a
La historia de_mi_familia_parte_2aLa historia de_mi_familia_parte_2a
La historia de_mi_familia_parte_2a
 
Una historia de familia: Frida Kahlo. Ejercicios para 1º y 2º de Secundaria
Una historia de familia: Frida Kahlo. Ejercicios para 1º y 2º de SecundariaUna historia de familia: Frida Kahlo. Ejercicios para 1º y 2º de Secundaria
Una historia de familia: Frida Kahlo. Ejercicios para 1º y 2º de Secundaria
 
Describe, imagina y narra
Describe, imagina y narraDescribe, imagina y narra
Describe, imagina y narra
 
Literatura inglesa y norteamericana
Literatura inglesa y norteamericanaLiteratura inglesa y norteamericana
Literatura inglesa y norteamericana
 
Literatura francesa siglos xix y xx
Literatura francesa siglos xix y xxLiteratura francesa siglos xix y xx
Literatura francesa siglos xix y xx
 
Dictados de 2º de ESO 2011 2012
Dictados de 2º de ESO 2011 2012Dictados de 2º de ESO 2011 2012
Dictados de 2º de ESO 2011 2012
 
El conde Lucanor
El conde LucanorEl conde Lucanor
El conde Lucanor
 
Romanticismo 1.Ppt
Romanticismo 1.PptRomanticismo 1.Ppt
Romanticismo 1.Ppt
 
Poemas De Lope De Vega A Sus Mujeres
Poemas De Lope De Vega A Sus MujeresPoemas De Lope De Vega A Sus Mujeres
Poemas De Lope De Vega A Sus Mujeres
 
AcuéRdate
AcuéRdateAcuéRdate
AcuéRdate
 
Dictados De Eso 2 Primer Trimestre1
Dictados De Eso 2 Primer Trimestre1Dictados De Eso 2 Primer Trimestre1
Dictados De Eso 2 Primer Trimestre1
 
Uso De Las Tic En Castellano Gabriela Zayas
Uso De Las Tic En Castellano Gabriela ZayasUso De Las Tic En Castellano Gabriela Zayas
Uso De Las Tic En Castellano Gabriela Zayas
 
Nubes en Castilla
Nubes en CastillaNubes en Castilla
Nubes en Castilla
 
Encuesta Primeros De E S O
Encuesta Primeros De  E S OEncuesta Primeros De  E S O
Encuesta Primeros De E S O
 
El Jardín Secreto Actividad para 1º De ESO. Incluye las descripciones escrita...
El Jardín Secreto Actividad para 1º De ESO. Incluye las descripciones escrita...El Jardín Secreto Actividad para 1º De ESO. Incluye las descripciones escrita...
El Jardín Secreto Actividad para 1º De ESO. Incluye las descripciones escrita...
 
CréDito De Sintesis Castellano Uno
CréDito De Sintesis Castellano UnoCréDito De Sintesis Castellano Uno
CréDito De Sintesis Castellano Uno
 
El Jardín Secreto Actividades Para 1º De Eso
El Jardín Secreto Actividades Para 1º De EsoEl Jardín Secreto Actividades Para 1º De Eso
El Jardín Secreto Actividades Para 1º De Eso
 
San Jordi 2009
San Jordi 2009San Jordi 2009
San Jordi 2009
 
Ojos Claros, Serenos
Ojos Claros, SerenosOjos Claros, Serenos
Ojos Claros, Serenos
 

Dossier 1 de crédito literatura universal 4º de eso: Literatura Francesa

  • 1. Dossier del crédito (optativo) Literatura Universal Curso: 4º de ESO Profesora: Gabriela Zayas De Lille Departamento de Lengua y Literatura Castellanas IES Leonardo da Vinci Sant Cugat del Vallès gabriela.zayas@gmail.com Programa abreviado de Literatura Francesa Este curso optativo está planteado como un taller de lectura (comprensión lectora y análisis y comentario de texto) y de escritura, basándonos en ejemplos breves de los grandes escritores y escritoras de las literaturas en lenguas francesa, inglesa y alemana de los siglos XIX y XX. (imitatio). El curso puede tomarse enteramente (la materia está dividida en dos cuatrimestres), eligiendo sucesivamente los dos cuatrimestres, o parcialmente, eligiendo sólo una de los dos partes en que se divide el contenido. El curso 1 (primer trimestre) comprende la literatura en francés en poesía y narrativa breve desde Romanticismo y Simbolismo (siglo XIX) hasta la de finales del siglo XX y principios del XXI (primera década). Los autores son: 1. Literatura en francés: a) Siglo XIX: Poesía. Romanticismo y Simbolismo: Víctor Hugo, Gérard de Nerval, Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, Stéphane Mallarmé. b) Siglo XIX: Prosa. Realismo : Alexandre Dumas, Stendhal, Honoré de Balzac, Gustave Flaubert, Guy de Maupassant. c) Siglo XX. Poesía. Surrealismo: Paul Éluard. d) Siglo XX. Prosa. Jean-Paul Sartre, Albert Camus, Marguerite Yourcenar, Marguerite Duras. e) Finales del XX. Prosa. Narrativa-ensayo-reportaje: Patrick Modiano, Pascal Quignard, Emmanuel Carrère. Lectura prescriptiva: A elegir entre : Emmanuel Carrère: El adversario, Anagrama.
  • 2. DOSSIER DE LITERATURA FRANCESA Literatura en Francés. Poesía del Siglo XIX. Romanticismo y Simbolismo Víctor Hugo Poeta, novelista y dramaturgo francés nacido en Besançon en 1802. Su niñez transcurrió en Francia, Italia y España donde su padre prestó servicios al ejército francés. A partir de 1815 regresó a Paris para completar su educación, orientada fundamentalmente hacia la literatura. El primer libro de poemas, "Odas y poesías diversas", publicado en 1822, le abrió las puertas de la fama, convirtiéndolo más tarde en una de las figuras más importantes del romanticismo francés. Inicialmente monárquico, fue nombrado Par de Francia por el Rey Felipe de Orleans. Sin embargo, a raíz de la revolu De su producción poética de destacan "Las Orientales", "Hojas de Otoño", "Los castigos", "Las contemplaciones" y "El arte de ser abuelo". Obras de teatro como "Cromwell" en 1827, "Hernani" en 1830, y las novelas "El jorobado de Notre Dame" en 1831, y "Los miserables" en 1862, entre otras, constituyen su gran aporte a la literatura universal. Falleció en París en mayo de 1885, a la edad de 83 años. La belleza y la muerte son dos cosas profundas... La belleza y la muerte son dos cosas profundas, con tal parte de sombra y de azul que diríanse dos hermanas terribles a la par que fecundas, con el mismo secreto, con idéntico enigma. Oh, mujeres, oh voces, oh miradas, cabellos, trenzas rubias, brillad, yo me muero, tened luz, amor, sed las perlas que el mar mezcla a sus aguas, aves hechas de luz en los bosques sombríos. Más cercanos, Judith, están nuestros destinos de lo que se supone al ver nuestros dos rostros; el abismo divino aparece en tus ojos, y yo siento la sima estrellada en el alma; mas del cielo los dos sé que estamos muy cerca, tú porque eres hermosa, yo porque soy muy viejo.
  • 3. Versión de Carlos Pujol La mujer caída ¡Nunca insultéis a la mujer caída! Nadie sabe qué peso la agobió, ni cuántas luchas soportó en la vida, ¡hasta que al fin cayó! ¿Quién no ha visto mujeres sin aliento asirse con afán a la virtud, y resistir del vicio el duro viento con serena actitud? Gota de agua pendiente de una rama que el viento agita y hace estremecer; ¡perla que el cáliz de la flor derrama, y que es lodo al caer! Pero aún puede la gota peregrina su perdida pureza recobrar, y resurgir del polvo, cristalina, y ante la luz brillar. Dejad amar a la mujer caída, dejad al polvo su vital calor, porque todo recobra nueva vida con la luz y el amor. Los nidos Cuando el soplo de abril abre las flores, buscan las golondrinas de la vieja torre las agrestes ruinas; los pardos ruiseñores buscando van, bien mío, el bosque más sombrío, para esconder a todos su morada en los frondosos ramos. y nosotros también, en el tumulto de la inmensa ciudad, hogar oculto anhelantes buscamos, donde jamás oblicua una mirada llegue como un insulto; y preferimos las desiertas calles donde la turba inquieta en tropel no se agrupa; y en los valles las sendas del pastor y del poeta; y en la selva el rincón desconocido
  • 4. donde no llegan del mundo los rumores. Como esconden los pájaros su nido, vamos allí a ocultar nuestros amores. ¡Ven! En la pradera en flor... ¡Ven! En la pradera en flor, suena una flauta invisible... El canto más apacible es el canto del pastor. Un hálito fresco y suave riza la onda de cristal... La música más jovial es la música del ave. ¡Que la sombra del dolor no nuble tu faz radiante! El himno más palpitante es el himno del amor. Versiones de Salvador Díaz Mirón Gérard de Nerval Seudónimo de Gérard Labrunie, poeta y ensayista francés nacido en París en 1808. Huérfano desde muy pequeño, su infancia transcurrió en la campo de Valois al cuidado de su tío abuelo. Enviado a Paris desde 1814, y desde entonces se apasionó por la literatura alemana, especialmente por Goethe, de quien fue un excelente traductor. Su obra "Aurelia" de 1855, puede considerarse como el punto de partida de la poesía surrealista. Entre otras de sus obras figuran, "Viaje al Oriente" en 1851, "Les Illuminés, ou les precurseurs du socialisme" en 1852 y "Las Quimeras" en 1854. Escribió varias obras dramáticas en colaboración con Alexandre Dumas, además de ser gran amigo de Victor Hugo. En 1833 se enamoró de la actriz y cantante Jenny Colon, a quien le dedicó un culto idólatra. La muerte prematura de ésta en 1842, con 34 años, le dejó gravemente trastornado. Viajó y peregrinó por Oriente, en donde le encandiló la cultura turca. En Siria estuvo a apunto de casarse con la hija de un jeque y en Beirut se enamoró de la muchacha drusa Salerna. En El Cairo compró una esclava javanesa. Su salud se vio deteriorada por estos exóticos viajes. Fue figura de la bohemia parisina donde se convirtió en una persona extravagante, como partido en dos, escindido de sí mismo: la realidad y el otro lado. Todo esto se refleja en la continua tensión de contrarios que manifiesta su obra. Después de este suceso se dedicó a viajar por Europa.Aunque los últimos años de su vida fueron los más productivos, sufrió graves trastornos mentales que lo obligaron a permanecer por temporadas en hospitales psiquiátricos. Finalmente, agobiado por las deudas y la enfermedad mental, se suicidó en París en 1855.
  • 5. El Desdichado Yo soy el Tenebroso,-el Viudo,- el Sin Consuelo, Príncipe de Aquitania de la Torre abolida: mi única estrella ha muerto - mi laúd constelado también lleva el Sol negro de la Melancolía. En la nocturna Tumba, Tú que me consolaste, devuélveme el Pausílipo y la mar italiana, la flor que prefería mi pecho desolado, y la parra en que el Pámpano con la rosa se alía. ¿Soy Amor o soy Febo? ¿Lusignan o Birón? Mi frente aún está roja del beso de la Reina; en la Gruta en que nada la Sirena he soñado... Y vencedor dos veces traspuse el Aqueronte: Modulando unas veces en la lira de Orfeo suspiros de la Santa y otras, Gritos del Hada. Myrtho Me acuerdo de ti, Myrtho, hechicera divina, del Pausílipo altivo, brillante de mil fuegos, de tu frente inundada de las luces de Oriente, del oro de tus trenzas mezclado de uvas negras. Fue también en tu copa donde hallé la embriaguez, y en el rayo frutivo de tus ojkos sonrientes, cuando a los pies de Iacchus me veían orando, pues la Musa me ha hecho un hijo más de Grecia. Yo sé por qué a lo lejos el volcán volvió a abrirse... Es que lo habías tocado ayer con un pie ágil, Y cenizas cubrieron de pronto el horizonte. Rompió un duque normando tus deidades de barro, y desde entonces, bajo el virgiliano lauro, siempre la hortensia pálida se une al Mirto verde. Charles Baudelaire Poeta y crítico francés, principal representante de la escuela simbolista. Nació en París el 9 de abril de 1821. Quedó huérfano con seis años. Su madre volvió a casarse y Charles, que odiaba a su padrastro, nunca se lo perdonó. Decididos a poner freno a su carrera literaria, y con la intención de que abandonara sus propósitos, sus padres lo enviaron a la India en 1841. Pero abandonó el barco y regresó a París en 1842, más dispuesto que nunca a dedicarse a la literatura. Con la intención de solucionar sus problemas económicos, empezó a escribir críticas en la prensa nacional. Sus primeras publicaciones importantes fueron dos cuadernillos de crítica de arte, Los salones (1845-1846), en los que analizaba con agudeza las pinturas y los dibujos de artistas contemporáneos franceses como Honoré Daumier, Edouard Manet y Eugène Delacroix. Su primer éxito literario llegó en 1848, cuando aparecieron sus traducciones del escritor estadounidense Edgar Allan Poe. Animado por los resultados, e inspirado por el entusiasmo que en él suscitó la obra de Poe, a quien le unía una fuerte afinidad, Baudelaire continuó
  • 6. traduciendo los relatos de Poe hasta 1857. En 1842 alcanzó la mayoría de edad y heredó la fortuna de su padre, lo que le permitió irse de casa y disfrutar de una vida de lujo. Las grandes sumas de dinero que gastó en su apartamento del Hôtel Lauzun y su estilo de vida decadente le dieron fama de excéntrico y le endeudaron para el resto de su vida. Durante este periodo escribió muchos de sus mejores poemas. La principal obra de Baudelaire son “Las flores del Mal” (1857). Inmediatamente después de su publicación, el gobierno francés acusó a Baudelaire de atentar contra la moral pública. A pesar de que la élite literaria francesa salió en defensa del poeta, Baudelaire fue multado y seis de los poemas contenidos en este libro desaparecieron en las ediciones posteriores. La censura no se levantó hasta 1949. “Los paraísos artificiales” (1860), es un estudio autoanalítico basado en sus propias experiencias como adicto, y está inspirado en las “Confesiones de un comedor de opio inglés”, del escritor británico Thomas De Quincey. A partir de 1864 y hasta 1866, Baudelaire vivió en Bélgica. En 1867, aquejado de parálisis, regresó a París, donde murió. El Leteo Ven a mi pecho, alma sorda y cruel, Tigre adorado, monstruo de aire indolente; Quiero enterrar mis temblorosos dedos En la espesura de tu abundosa crin; Sepultar mi cabeza dolorida En tu falda colmada de perfume Y respirar, como una ajada flor, El relente de mi amor extinguido. ¡Quiero dormir! ¡Dormir más que vivir En un sueño, como la muerte, dulce, Estamparé mis besos sin descanso Por tu cuerpo pulido como el cobre. Para ahogar mis sollozos apagados, Sólo preciso tu profundo lecho; El poderoso olvido habita entre tus labios Y fluye de tus besos el Leteo. Mi destino, desde ahora mi delicia, Como un predestinado seguiré; Condenado inocente, mártir dócil Cuyo fervor se acrece en el suplicio. Para ahogar mi rencor, apuraré El nepentes y la cicuta amada, Del pezón delicioso que corona este seno El cual nunca contuvo un corazón. Arthur Rimbaud
  • 7. Poeta francés de la escuela simbolista. Nació y estudió en Charleville, en el departamento de Ardennes Dio muestra desde muy pequeño de una gran capacidad intelectual y comenzó a escribir versos a los 10 años. A los 17 escribió un poema sorprendentemente original, El barco borracho (1871), y se lo llevó al poeta Paul Verlaine. Su obra está profundamente influida por Baudelaire, por sus lecturas sobre ocultismo y por su preocupación religiosa. Su exploración sobre el subconsciente individual y su experimentación con el ritmo y las palabras, que emplea únicamente por su valor evocativo, marcaron el tono del movimiento simbolista (decadente) e impresionaron tanto a Verlaine que animó al joven poeta a trasladarse a París. Se inició entre ellos una amistad que se transformó en una tormentosa e inestable relación que duró de 1872 a 1873. Viajaron juntos por Inglaterra y Bélgica. En este último país, Verlaine, intentó en dos ocasiones matar al joven poeta por sus infidelidades, y éste resultó gravemente herido en el segundo intento: Rimbaud acabó en el hospital y Verlaine en la cárcel. Rimbaud ofrece un relato alegórico sobre este asunto en Una temporada en el infierno (1873). A la salida del hospital viajó por Europa, se dedicó al comercio en el Norte de Africa y residió en Harar y Shoa, en la Abisinia central. Verlaine, convencido de que Rimbaud había muerto, recopiló sus poemas en Iluminaciones (1886). Esta obra contiene el famoso Soneto de las vocales, en el que a cada una de las cinco vocales se le asigna un color. En 1891 Rimbaud regresó a Francia para ser tratado de un tumor en la rodilla, a consecuencia del cual murió en el hospital de Marsella en noviembre de ese mismo año. La fuerza de sus poemas escritos entre los 10 y los 20 años le hace figurar entre los más originales poetas franceses de todos los tiempos y ha ejercido una profunda influencia en toda la poesía posterior a él. De Una temporada en el infierno Antaño, si mal no recuerdo, mi vida era un festín donde se abrían todos los corazones, donde todos los vinos fluían. Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. —Y la encontré amarga.— Y la injurié. Me armé contra la justicia. Y huí. ¡Oh brujas, oh miseria, oh aversión; sólo a vosotras os fue confiado mi tesoro! Logré desvanecer de mi espíritu toda humana esperanza. Sobre toda alegría, para estrangularla, realicé el sordo ataque de la bestia salvaje. Llamé a los verdugos para morir mordiendo la culata de sus fusiles. Invoqué a las plagas para asfixiarme con la arena, con la sangre. La desdicha fue mi dios. Me lancé contra el fango. El aire del crimen me secó. Le jugué malas pasadas a la locura. Y la primavera me dio la espantosa risa del idiota. Pero ahora, recientemente, cuando estaba a punto de exhalar el último suspiro, pensé en buscar la llave del antiguo festín, en el que, tal vez, recobraría el apetito. La caridad es esa llave. —¡Esta inspirada afirmación demuestra que he estado soñando! "Seguirás siendo hiena, etc..." declara el demonio que me coronó con tan agradables adormideras. "Gánate la muerte con todos tus apetitos, y con tu egoísmo y con todos los pecados capitales". ¡Ah! ¡Ya he tenido suficiente! Pero, querido Satán, se lo ruego, ¡no se irrite tanto conmigo! Y a la espera de esas pequeñas vilezas que aún me falta cometer, desprendo para usted, que ama en el escritor la ausencia de toda facultad descriptiva o instructiva, unas cuantas repugnantes páginas de mi libreta de condenado. La mala sangre Tengo de mis antepasados galos el ojo azul pálido, el cerebro estrecho y la torpeza en la lucha. Hallo mi
  • 8. vestimenta tan bárbara como la suya. Pero yo no me unto la cabellera con manteca. Los galos eran los desolladores de animales, los quemadores de hierba más ineptos de su tiempo. De ellos tengo: la idolatría y el amor al sacrilegio; – ¡oh! todos los vicios, cólera, lujuria- magnífica, la lujuria; -en especial, mentira y pereza. Me espantan todos los oficios. Maestros y obreros, todos campesinos, innobles. La mano de pluma vale igual que la mano de arado.- ¡Qué siglo de manos! – Nunca tendré mi mano. Luego, la domesticidad conduce demasiado lejos. La honradez de la mendicidad me desconsuela. Los criminales repugnan como castrados: yo estoy intacto, y me da lo mismo. Pero, ¿quién me hizo tan pérfida la lengua, que hasta aquí haya guiado, salvaguardándola, mi pereza? Sin servirme para vivir ni siquiera del cuerpo, y más ocioso que el sapo, he vivido por todas partes. No hay familia de Europa que yo no conozca. - Me refiero a familias como la mía, que se lo deben todo a la Declaración de Derechos del Hombre. – ¡He conocido a todos los niños bien! ¡Si tuviese yo antecedentes en un punto cualquiera de la historia de Francia! Pero no, nada. Me es evidentísimo que siempre he sido de raza inferior. No logro comprender la rebeldía. Mi raza nunca se levantó más que para el pillaje: así los lobos con el animal que no mataron ellos. Recuerdo la historia de la Francia hija primogénita de la Iglesia. Habría hecho, villano, el viaje a tierra santa; tengo en la cabeza caminos por las llanuras suabas, vistas de Bizancio, murallas de Solima; el culto de María, el enternecimiento por el crucificado, se despiertan en mí entre mil hechicerías profanas. – Estoy sentado, leproso, en los cacharros rotos y las ortigas, al pie de un muro roído por el sol.- Más tarde, reitre, habría vivaqueado bajo las noches de Alemania. ¡Ah! Algo más: bailo el aquelarre en un rojo calvero, con viejas y con niños. (...) Ya desde muy niño admiraba al forzado irreductible tras el cual se cierran siempre las puertas de la prisión; visitaba los albergues y los alojamientos que el podía haber consagrado con su estancia; veía con su idea el cielo azul y el trabajo florido del campo, olfateaba su fatalidad en las ciudades. Tenía más fuerza que un santo, más sentido común que un viajero -y él ¡él solo! era testigo de su gloria y de su razón. Por los caminos, en noches de invierno, sin cobijo, sin ropa, sin pan, una voz me atenazaba el corazón helado: “Debilidad o fuerza; hete aquí: es la fuerza. No sabes ni adónde ni por qué vas; entra en todas partes, contesta a todo. No te matarán más que si fueras cadáver”. Por la mañana, tenía la mirada tan perdida y la compostura tan muerta, que quienes me encontré quizá no me vieran. En las ciudades el fango se me aparecía súbitamente rojo y negro, como un espejo cuando la lámpara deambula por la habitación contigua, ¡como un tesoro en el bosque! Buena suerte, gritaba yo, y veía un mar de llamas y de humo en el cielo; y, a izquierda, a derecha, todas las riquezas, llameando como millones de truenos. (Fragmento de Una temporada en el Infierno) Stéphane Mallarmé Nació en Paris en 1842. Huérfano desde los siete años, estudió bachillerato en Sens y viajó a Londres para acreditarse como profesor de inglés. Muy joven empezó a escribir poesía bajo la influencia de Charles Baudelaire, alternando la labor literaria con su actividad académica en varios institutos franceses. A partir de 1871, ya instalado en Paris, se dio a conocer con las obras "Herodías" en 1869 y "La siesta de un fauno" en 1876. En la década de 1880 ya era el centro de un grupo de escritores franceses en París, incluyendo a André Gide y Pa Antes de fallecer en Paris en 1898, publicó una antología denominada "Verso y prosa" en 1893, y el volumen de ensayos en prosa "Divagaciones" en 1897. Brisa Marina
  • 9. La carne es triste ¡ay! y todo lo he leído. ¡Huir, huir! Presiento que en lo desconocido de espuma y cielo, ebrios los pájaros se alejan. Nada, ni los jardines que los ojos reflejan sujetará este pecho náufrago en mar abierta. ¡Oh noches! ni en mi alma la claridad desierta sobre la virgen página que esconde su blancura, y ni la fresca esposa con el hijo en el seno. ¡He de partir al fin! Zarpe el barco y sereno meza en busca de exóticos climas su arboladura. Un hastío reseco ya de crueles anhelos aún sueña en el último adiós de los pañuelos. ¡Quién sabe si los mástiles, tempestades buscando, se doblarán al viento sobre el naufragio, cuando perdidos floten sin islotes ni derroteros! ¡Mas oye, oh corazón, cantar los marineros! Versión de Alfonso Reyes Novela Romántica Benjamin Constant y Víctor Hugo Benjamin Constant Escritor y político francés (Lausana, Suiza, 1767 - París, 1830). Procedente de una desarraigada familia de protestantes franceses emigrados a Suiza, recibió una educación cosmopolita pasando por las universidades de Oxford, Erlangen y Edimburgo. Su dedicación a la política comenzó durante el periodo de la Revolución francesa, al entrar en contacto con Madame de Staël y convertirse en un decidido defensor de las ideas liberales. Constant apoyó el régimen del Directorio, lo que le valió obtener de éste la nacionalidad francesa en 1798. Un año más tarde, al tomar el poder Napoleón, participó en el nuevo régimen como miembro del Tribunado; pero asumió en su seno una posición liberal contraria al autoritarismo napoleónico, por lo que fue expulsado en 1802. Exiliado en Alemania con Staël, ambos tomaron contacto con el pensamiento romántico, que luego contribuirían a difundir en Francia; y se distinguieron como críticos feroces de la dictadura bonapartista. No obstante, en 1806 rompió con su amiga, experiencia traumática que quedó reflejada en su novela Adolfo (publicada en 1816), sin duda su mejor obra literaria. Más adelante, publicó la segunda novela autobiográfica: Cécile. Constant aceptó colaborar con Napoleón formando parte del Consejo de Estado durante su fugaz retorno al poder en 1815 (el Imperio de los Cien Días), por razones de oportunismo político y quizá por una convicción sincera de que Napoleón podía ser mejor para las libertades que el triunfo de sus oponentes dispuestos a restaurar la monarquía absoluta del Antiguo Régimen; de hecho, preparó una reforma constitucional que apuntaba hacia la transformación del Imperio en un régimen liberal. Fragmento de Adolphe (Se entregará a los alumnos en su momento). (Ampliación). Victor Hugo (narrativa) Arriba tenemos la biografía de Víctor Hugo. Como novelista destacó con dos obras inmortales, Los Miserables y Nuestra Señora de París (También conocida como El Jorobado de Notre
  • 10. Dame). AMbas son novelas críticas con la sociedad cuya Justicia dejaba mucho qiue desear, y en ambas defiende Hugo la nobleza de aquellos a quienes esa sociedad considera inferiores o diferentes. Fragmento de Los Miserables, Libro I. Aquella noche el obispo de D., después de dar un paseo por la ciudad, permaneció hasta bastante tarde encerrado en su cuarto. A las ocho trabajaba todavía con un voluminoso libro abierto sobre las rodillas, cuando la señora Magloire entró, según su costumbre, a sacar la plata del cajón colocado junto a la cama. Poco después el obispo, sabiendo que su hermana lo esperaba para cenar, cerró su libro y entró en el comedor. En ese momento, la señora Magloire hablaba con singular viveza. Se refería a un asunto que le era familiar, y al cual el obispo estaba ya acostumbrado. Tratábase del cerrojo de la puerta principal. Parece que yendo a hacer algunas compras para la cena había oído referir ciertas cosas en distintos sitios. Se hablaba de un vagabundo de mala catadura; se decía que había llegado un hombre sospechoso, que debía estar en alguna parte de la ciudad, y que podían tener un mal encuentro los que aquella noche se olvidaran de recogerse temprano y de cerrar bien sus puertas. - Hermano, ¿oyes lo que dice la señora Magloire? -preguntó la señorita Baptistina. - He oído vagamente algo -contestó el obispo. Después, levantando su rostro cordial y francamente alegre, iluminado por el resplandor del fuego, añadió: - Veamos: ¿qué hay? ¿Qué sucede? ¿Nos amenaza algún peligro? Entonces la señora Magloire comenzó de nuevo su historia, exagerándola un poco sin querer y sin advertirlo. Decíase que un gitano, un desarrapado, una especie de mendigo peligroso, se hallaba en la ciudad. Había tratado de quedarse en la posada, donde no se le quiso recibir. Se le había visto vagar por las calles al obscurecer. Era un hombre de aspecto terrible, con un morral y un bastón. - ¿De veras? -dijo el obispo. - Y como monseñor nunca pone llave a la puerta y tiene la costumbre de permitir siempre que entre cualquiera... En ese momento se oyó llamar a la puerta con violencia. - ¡Adelante! -dijo el obispo. Nuestra Señora de París, Libro I, Quasimodo. Después de tantas caras hexagonales o pentagonales y heteróclitas que habían pasado por la lucera sin culminar el ideal grotesco, formado en las imaginaciones exaltadas por la orgía sólo la mueca sublime que acababa de deslumbrar a la asamblea habría sido capaz de arrancar los votos necesarios. Hasta el mismo maese Coppenole se puso a aplaudir y Clopin Trouillefou, que también había participado -y sólo Dios sabe cuán horrible es la fealdad de su rostro- se confesó vencido y lo mismo haremos nosotros, pues es imposible transmitir al lector la idea de aquella nariz piramidal, de aquella boca de herradura, de aquel ojo izquierdo, tapado por una ceja rojiza a hirsuta, mientras que el derecho se confundía totalmente tras una enorme berruga, o aquellos dientes amontonados, mellados por muchas partes, como las almenas de un castillo, aquel belfo calloso por el que asomaba uno de sus dientes, cual colmillo de elefante; aquel mentón partido y sobre todo la expresión que se extendía por todo su rostro con una mezcla de maldad, de sorpresa y de tristeza. Imaginad, si sois capaces, semejante conjunto. La aclamación fue unánime. Todo el mundo se dirigió hacia la capilla y sacaron en triunfo al bienaventurado papa de los locos y fue entonces cuando la sorpresa y la admiración llegaron al colmo, al ver que la mueca no era tal; era su propio rostro. Más bien toda su persona era una pura mueca. Una enorme cabeza erizada de pelos rojizos y una gran joroba entre los hombros que se proyectaba incluso hasta el pecho. Tenía una combinación de muslos y de piernas tan extravagante que sólo se tocaban en las rodillas
  • 11. y, además, mirándolas de frente, parecían dos hojas de hoz que se juntaran en los mangos; unos pies enormes y unas manos monstruosas y, por si no bastaran todas esas deformidades, tenía también un aspecto de vigor y de agilidad casi terribles; era, en fin, algo así como una excepción a la regla general, que supone que, canto la belleza como la fuerza, deben ser el resultado de la armonía. Ése era el papa de los locos que acababan de elegir; algo así como un gigante roto y mal recompuesto. Cuando esta especie de cíclope apareció en la capilla, inmóvil, macizo, casi tan ancho como alto, cuadrado en su base, como dijera un gran hombre, el populacho lo reconoció inmediatamente por su gabán rojo y violeta cuajado de campanillas de plata y sobre todo por la perfección de su fealdad, y comenzó a gritar como una sola voz: -¡Es Quasimodo, el campanero! ¡Es Quasimodo, el jorobado de Nuestra Señora! ¡Quasimodo, el tuerto! ¡Quasimodo, el patizambo! ¡Viva! ¡Viva! Fíjense si el pobre diablo tenía motes en donde escoger: -¡Que tengan cuidado las mujeres preñadas! -gritaban los estudiantes. -¡O las que tengan ganas de estarlo! -añadió Joannes. Las mujeres se tapaban la cara. -¡Vaya cara de mono! -decía una. -Y seguramente tan malvado como feo -añadió otra. -Es como el mismo demonio -porfiaba una tercera. -Tengo la desgracia de vivir junto a la catedral y todas las noches le oigo rondar por los canalones. -¡Como los gatos! -Es cierto; siempre anda por los tejados. -Nos echa maleficios por las chimeneas. -La otra noche vino a hacerme muecas por la claraboya y me asustó tanto que creí que era un hombre. -Estoy segura de que se reúne con las brujas; la otra noche me dejó una escoba en el canalón. -¡Uf! ¡Qué cara tan horrorosa tiene ese jorobado! -Pues, ¡cómo será su alma! Los hombres, por el contrario, aplaudían encantados. Quasimodo, objeto de aquel tumulto, permanecía de pie a la puerta de la capilla, triste y serio, dejándose admirar. Un estudiante, Robin Poussepain creo que era, se le acercó burlón, chanceándose un poco de él y Quasimodo no hizo sino cogerle por la cintura y lanzarle a diez pasos por encima de la gente sin inmutarse y sin decir una palabra. Entonces maese Coppenole, maravillado, se acercó a él. -¡Por los clavos de Cristo! ¡Válgame San Pedro! Nunca he visto nadie tan feo como tú y creo que eres digno de ser papa aquí y en Roma. Al mismo tiempo, y un canto festivamente, le pasaba la mano por la espalda. Como Quasimodo no se movía, Coppenole prosiguió: -Eres un tipo con quien me gustaría darme una comilona, aunque me costase una moneda nueva de doce tornesas. ¿Te hace? Quasimodo no contestaba. -¡Por los clavos de Cristo! ¿Pero eres sordo o qué? Y en efecto, Quasimodo era sordo. Sin embargo, estaba empezando a impacientarse por los modales de Coppenole y de pronto se volvió hacia él, con un rechinar de dientes tan terrible, que el gigante flamenco retrocedió como un buldog ante un gato. Se hizo entonces a su alrededor un círculo de miedo y de respeto de, por lo menos, unos quince pasos de radio. Una vieja aclaró entonces a maese Coppenole que Quasimodo era sordo. -¡Sordo! -dijo el calcetero con una enorme carcajada flamenca-. ¡Por los clavos de Cristo! Es un papa perfecto. -Yo le conozco -dijo Jehan, que había bajado por fin de su capitel para ver a Quasimodo de más cerca-; es el campanero de mi hermano el archidiácono. -¡Hola, Quasimodo! -¡Demonio de hombre! -dijo Robin Poussepain, un tanto contusionado aún por su caída-: Aparece aquí y resulta que es jorobado; se echa a andar y es patizambo; te mira y es tuerto; hablas y es sordo. ¿Pues cuándo habla este Polifemo? -Cuando quiere -respondió la vieja-; es sordo de tanto tocar las campanas, pero no es mudo. -Menos mal -observó Jehan. -¡Ah! y tiene un ojo de más -añadió Pierre Poussepaia,
  • 12. -No -dijo juiciosamente Jehan-. Un tuerto es mucho más incompleto que un ciego, pues sabe lo que le falta. Mientras tanto todos los mendigos los lacayos, los ladrones i junto con los estudiantes habían ido a buscar en el armario de la curia la tiara de cartón y la toga burlesca del papa de los locos. Quasimodo se dejó vestir sin pestañear con una especie de docilidad orgullosa. Después le sentaron en unas andas pintarrajeadas, y doce oficiales de la cofradía de los locos se lo echaron a hombros. Una especie de alegría amarga y desdeñosa iluminó entonces la cara triste del cíclope, al ver bajo sus pies deformes aquellas cabezas de hombres altos y bien parecidos. Transición al Realismo, la Novela Histórica: Alexandre Dumas (padre) Nació el 24 de julio de 1802 en Villers-Cotterêts, Aisne, Francia. Era hijo de un General y nieto de un noble que se había radicado en Santo Domingo. Su educación estuvo basada en las lecturas, especialmente de las aventuras de viajeros de los siglos XVI y XVII. le encantaba el teatro y sus primeras obras fueron textos teatrales: “Enrique III y su corte”, en 1829, y la pieza romántica “Cristina”, en 1830; ambas de gran éxito. Fue un escritor muy prolífico: publicó alrededor de 1.200 volúmenes, aunque se supone que muchas de ellas fueron escritas en colaboración con otros escritores menores a quienes no otorgaba crédito. Pero la mayor fama en la literatura romántica francesa la alcanzó con sus novelas históricas: "Los tres mosqueteros" (1844) y "El conde de Montecristo" (1844). Otras obras de éxito son, en teatro, "Antonio" (1831), "La torre de Nesle" (1832), "Catherine Howard" (1834), "Kean, o desorden y genio" (1838) y "El alquimista" (1839). Su hijo tenía el mismo nombre y también fue escritor: se le conoce como Dumas hijo, y fue el creador de la famosa “La Dama de las Camelias”, que sigue representándose como ópera (“La Traviata” con música de Verdi). Obtuvo por sus publicaciones enormes ingresos, pero apenas alcanzaban a pagar sus gastos, conservar la finca en las cercanías de París (Montecristo), mantener a numerosas amantes (una de las cuales era la madre de su hijo Alexandre), adquirir obras de arte y afrontar grandes pérdidas económicas en empresas riesgosas, lo que lo llevó a terminar sus días prácticamente en bancarrota. Murió el 5 de diciembre de 1870. La Dama negra Hacía ya doscientos años que el castillo no era sino un montón de piedras derruidas; en mitad de aquellas piedras había crecido un magnífico arce que en numerosas ocasiones los campesinos de los alrededores habían intentado derribar sin lograrlo, pues su madera era muy dura y nudosa. Finalmente, un joven llamado Wilhelm vino a su vez a intentar la aventura como los demás, y después de haberse desprendido de su chaqueta, asiendo un hacha que había mandado afilar a propósito, golpeó el tronco del árbol con todas sus fuerzas, pero el árbol repelió el hacha como si hubiera sido de acero. Wilhelm no se desanimó y propinó un segundo golpe, el hacha rebotó de nuevo; por fin, levantó el brazo, y reuniendo todas sus fuerzas, dio un tercer golpe, pero como al propinar ese tercer golpe oyó algo semejante a un suspiro, levantó los ojos y vio delante de él a una mujer entre veintiocho y treinta años, vestida de negro y que habría sido perfectamente bella si su palidez no hubiera dado a toda su persona un aspecto cadavérico que indicaba que desde hacía mucho tiempo aquella mujer ya no pertenecía a este mundo. -¿Qué quieres hacer con este árbol? -preguntó la Dama Negra. -Señora, -respondió Wilhelm mirándola sorprendido, pues no la había visto llegar y no podía adivinar de
  • 13. dónde salía-; señora, quiero hacer una mesa y unas sillas, pues me caso en la próxima fiesta de san Martín con Roschen, mi prometida, que amo desde hace tres años. -Prométeme que harás una cuna para tu primer hijo -dijo la Dama Negra-, y levantaré el hechizo que defiende este árbol del hacha del leñador. -Se lo prometo, señora -dijo Wilhelm. -¡Muy bien! ¡pues golpea ahora! -dijo la dama. Wilhelm levantó su hacha, y del primer golpe hizo en el tronco una incisión profunda; tras el segundo golpe, el árbol tembló de la copa a las raíces; tras el tercero, cayó completamente separado de su base y rodó por el suelo. Wilhelm levantó la cabeza para darle las gracias a la Dama Negra, pero ésta había desaparecido. Wilhelm cumplió la promesa que había hecho, y aunque se burlaron bastante de él al ver que construía una cuna para su primer hijo antes de que se hubiera realizado el matrimonio, no por eso puso menos ardor y atención en su trabajo hasta el punto que, antes de que hubieran transcurrido ocho días, ya había acabado una encantadora cuna. Poco después se desposó con Roschen y nueve meses después, Roschen dio a luz a un hermoso niño que colocaron en su cuna de arce. Aquella misma noche, cuando el niño lloraba y su madre, desde su cama, lo mecía, la puerta de la habitación se abrió y la Dama Negra apareció en el dintel, llevando en la mano una rama de arce seca; Roschen quiso gritar, pero la Dama Negra puso un dedo sobre sus labios, y Roschen, por temor a irritar a la aparecida, permaneció muda e inmóvil, con los ojos clavados en ella. La Dama Negra se acercó entonces a la cuna con paso lento y que no producía ruido alguno. Cuando llegó junto al niño, unió las manos, rezó un momento en voz baja, besó al bebé en la frente y dijo a la pobre madre aterrorizada: -Roschen, coge esta rama seca que procede del mismo arce del que está hecha la cuna de tu hijo, guárdala con cuidado, y tan pronto como tu hijo haya alcanzado los dieciséis años, introdúcela en agua pura; luego cuando le hayan salido hojas y flores, dásela a tu hijo y pídele que vaya a tocar con ella la torre del lado de Oriente: eso le traerá a él felicidad y a mí la liberación. Luego, tras haber pronunciado estas frases, dejando la rama seca en las manos de Roschen, la Dama Negra desapareció. El niño creció y se convirtió en un hermoso joven; un buen genio parecía protegerlo en todo cuanto hacía; de vez en cuando, Roschen le echaba una mirada a la rama del arce que había colocado por debajo del crucifijo, junto al boj bendecido el Domingo de Ramos. Y como la rama estaba cada día más seca, ella sacudía la cabeza dudando que una rama tan seca pudiera llegar a tener hojas y flores. No obstante, el mismo día en que su hijo cumplió los dieciséis años, no dejó de obedecer las órdenes expresas de la Dama Negra y, cogiendo la rama de debajo del crucifijo, fue a colocarla en medio de un manantial que brotaba en el jardín. Al día siguiente fue a ver la rama y le pareció que la savia empezaba a circular por debajo de la corteza; dos días después vio que se le formaban brotes; al día siguiente esos brotes se abrieron, luego crecieron las hojas, aparecieron las flores, y al cabo de ocho días de haber estado en el manantial, la rama estaba como si acabaran de cortarla del arce vecino. d Entonces Roschen buscó a su hijo, lo condujo al manantial, y le contó lo que había sucedido el día de su nacimiento. El joven, aventurero como un caballero andante, cogió de inmediato la rama e inclinándose
  • 14. ante su madre le pidió su bendición, pues quería iniciar su aventura en aquel mismo instante. Roschen lo bendijo y el joven se dirigió de inmediato hacia las ruinas. Era ese momento del día en el que el sol, al ocultarse en el horizonte, hace subir la sombra de los lugares profundos a los más elevados. El joven, pese a ser valiente, no estaba exento de esa inquietud que experimenta el hombre más animoso en el momento en el que se enfrenta a un acontecimiento sobrenatural e inesperado; cuando puso el pie en las ruinas, su corazón latía con tanta intensidad que tuvo que detenerse un instante para respirar. El sol se había ocultado por completo y la oscuridad empezaba a alcanzar el pie de las murallas cuya cima estaba aún dorada por los últimos rayos de luz. El joven avanzó con la rama de arce en la mano hacia la torre del Oriente, y al oriente de la torre encontró una puerta; llamó tres veces, y a la tercera la puerta se abrió y apareció la Dama Negra en el dintel. El joven dio un paso hacia atrás pero la aparecida tendió una mano hacia él y con voz dulce y rostro sonriente: -No temas, joven -dijo- pues hoy es un día feliz para ti y para mí. -Pero ¿quién es usted, señora, y qué puedo hacer por usted? -Soy la dama de este castillo -prosiguió el fantasma- y como ves, nuestra suerte es similar; él no es sino una ruina y yo no soy sino una sombra. De joven, estuve comprometida con el joven conde de Windeck, que vivía a unas leguas de aquí, en el castillo cuyos restos llevan aún su nombre. Después de haberme dicho que me amaba, y haberse asegurado de que yo compartía su amor, me abandonó por otra mujer que convirtió en su esposa; pero su felicidad no duró mucho. El conde de Windeck era ambicioso; entró en la Liga contra el emperador y murió en un combate en el que su partido fue derrotado; entonces, los partidarios del emperador se desperdigaron por las montañas, pillando e incendiando los castillos de sus enemigos. El castillo de Windeck fue pillado e incendiado como los demás, y la joven condesa huyó con su hijo en los brazos; agotada por la fatiga, cogió una rama de arce para usarla de cayado. Había visto desde lejos las torres de mi castillo y, como ignoraba lo que había habido entre su marido y yo, venía a pedirme hospitalidad; pero si ella no me conocía, yo sí la conocía a ella; la había visto pasar en silla de mano, embriagada de amor, ardiente en el placer, seguida de lejos por muchos jóvenes guapos que, como si fueran eco de mi ingrato enamorado, le decían que era hermosa. Al verla, en lugar de apiadarme de ella como debía hacerlo una cristiana, todo mi odio se despertó. La vi con gusto, abrumada por el peso de su tierno fardo subir con los pies descalzos y malheridos por el sendero rocoso que conducía a la entrada de mi castillo. Pronto se detuvo sobre la colina que domina aquel lago de agua oscura que ahí ves; haciendo un esfuerzo, hundiendo su cayado en tierra para apoyarse en él, tendió hacia mí sus brazos en los que estaba su hijo y, moribunda, se dejó caer exhausta abrazando a su pobre hijito sobre su pecho. Entonces, sí, lo sé muy bien, yo habría debido descender de mi balcón, ir a su encuentro, levantarla con mis manos, sostenerla sobre mi hombro, conducirla a este castillo y convertirla en mi hermana. Eso habría sido hermoso y caritativo a los ojos de Dios; sí, lo sé, pero yo me sentía celosa del conde, incluso después de su muerte. Quise vengarme en su pobre esposa inocente de lo que yo había sufrido. Llamé a mis criados y les ordené que la echaran como si fuera una vagabunda. Desgraciadamente, me obedecieron: los vi acercarse a ella, insultarla, y negarle hasta el trozo de tierra en la que reposaba un instante sus miembros fatigados. Entonces, se levantó como una loca, y cogiendo a su hijo en brazos, la vi correr con el cabello al viento hacia la roca que domina el lago, subir a la cima y luego, profiriendo una terrible maldición contra mí, precipitarse al agua, ella y su bebé. Lancé un grito. Me arrepentí al instante, pero era demasiado tarde. La maldición de mi víctima había llegado hasta el trono de Dios. Había pedido venganza y la venganza debería realizarse. Al día siguiente, un pescador que había arrojado sus redes al lago sacó a la madre y al hijo aún abrazados.
  • 15. Como, según la declaración de mis criados, había atentado contra su propia vida, el capellán del castillo se negó a enterrarla en tierra consagrada y fue depositada en el lugar en el que había hundido su cayado de arce; muy pronto, aquel cayado, que aún estaba verde, echó raíces y, a la primavera siguiente, dio flores y frutos. Por lo que a mí respecta, devorada por el arrepentimiento, sin tranquilidad durante mis días ni reposo durante mis noches, pasaba el tiempo rezando de rodillas en la capilla, o deambulando en torno al castillo. Poco a poco sentí que mi salud se deterioraba y fui consciente de que padecía una enfermedad mortal. Muy pronto, una languidez insuperable se adueñó de mí y me obligó a permanecer en cama. Hicieron venir a los mejores médicos de Alemania pero, al verme, todos movían la cabeza y decían: «No podemos hacer nada, la mano de Dios está sobre ella.» Tenían razón, yo estaba condenada. Y el día del tercer aniversario de la muerte de la condesa, yo morí a mi vez. Por sugerencia mía, me vistieron con el vestido negro que había usado en vida con el fin de llevar, incluso después de mi muerte, luto por mi crimen; y como, pese a ser muy culpable, me habían visto morir como una santa, me depositaron en la cripta funeraria de mi familia y sellaron sobre mí la losa de mi tumba. La misma noche del día en el que allí me depositaron, en medio de mi sueño mortal, me pareció oír sonar la hora en el reloj de la capilla. Conté las campanadas y oí doce. Tras la última, me pareció que una voz me decía al oído: -Mujer, levántate. Reconocí la voz de Dios y exclamé: -¡Señor! ¡Señor! ¿no estoy muerta pues, y aunque creía haberme dormido en vuestra misericordia para siempre, vais a devolverme a la vida? -¡No! -dijo la misma voz- no temas, sólo se vive una vez; sí, estás muerta, pero antes de implorar mi misericordia, es necesario que des satisfacción a mi justicia. -¡Dios mío, Señor! -exclamé temblando- ¿qué vais a ordenar sobre mí? -Errarás, pobre alma en pena -respondió la voz- hasta que el arce que da sombra a la tumba de la condesa sea lo suficientemente grueso como para proporcionar tableros para la cuna del niño que te liberará. Levántate pues de tu tumba y cumple mi designio. Entonces, con la punta de un dedo levanté la losa de mi sepulcro, y salí, pálida, fría, inanimada, y deambulé alrededor de mi castillo hasta que se oyó el primer canto del gallo; entonces, como impulsada por un brazo irresistible, entré en esta torre cuya puerta se abrió sola ante mí, y me tendí en mi tumba, cuya tapa se cerró sola. La segunda noche fue igual, y todas las noches que siguieron a la segunda. Esto duró casi tres siglos. Vi cada año caer una tras otra las piedras del castillo, y brotar una a una todas las ramas del arce. Finalmente, del edificio y de sus cuatro torres sólo quedó ésta; el árbol creció y se hizo robusto hasta el punto que vi que se acercaba el momento de mi liberación. Un día tu padre vino con un hacha en la mano. El arce, que hasta entonces había resistido al acero más afilado, ablandado por mí, cedió ante el metal de su hacha; a petición mía, hizo del tronco una cuna en la que te recostaron el día que naciste. El Señor ha cumplido lo que me prometió, ¡bendito sea Dios todopoderoso y misericordioso!
  • 16. El joven hizo la señal de la cruz y preguntó: «¿Y ya no me queda nada más que hacer?» -Sí -respondió la Dama Negra-, sí, joven, debes concluir tu obra. -Ordene, señora -contestó- y yo obedeceré. -Excava al pie del arce y encontrarás los huesos de la condesa de Windeck y de su hijo: haz que los entierren en tierra consagrada, y cuando estén enterrados, levanta la losa de mi tumba y ponme una rama de boj bendecido en la última Pascua en la mano, luego clava totalmente la tapa, pues no volveré a levantarme hasta el día del Juicio Final. -Pero ¿cómo reconoceré su tumba? -Es la tercera de la derecha al entrar; además -añadió la Dama Negra tendiendo hacia el joven una mano que habría sido perfecta de no ser por su extrema palidez- mira este anillo, lo reconocerás cuando lo veas en mi dedo. El joven miró y vio un carbúnculo tan puro que iluminaba no sólo la mano de la dama, sino además su bello y melancólico rostro al que, lo mismo que a la mano, sólo podía reprochársele una excesiva blancura. -Se hará como desea, -dijo el joven cubriéndose con la mano, porque estaba deslumbrado por el brillo que irradiaba el carbúnculo- y desde mañana mismo. -¡Que así sea! -respondió la Dama Negra y desapareció como si se la hubiera tragado la tierra. El joven sintió que acababa de producirse algo extraño, retiró la mano de los ojos y miró a su alrededor, pero estaba solo en mitad de las ruinas, con la rama de arce en la mano, frente a la puerta de la torre del Oriente, y esta puerta estaba cerrada. El joven regresó a su casa y se lo contó todo a su padre y a su madre que reconocieron en ello la mano de Dios; al día siguiente, avisaron al párroco de Achern, que acudió al lugar indicado por el joven entonando el Magnificat, mientras dos enterradores excavaban al pie del arce. A cinco o seis pies de profundidad, como lo había dicho la Dama Negra, se encontraron los dos esqueletos; los huesos de los brazos de la madre apretaban aún a su hijo contra los huesos de su pecho. Ese mismo día, la condesa y su hijo fueron inhumados en tierra consagrada. Luego, al salir de la iglesia, el joven cogió de los pies de un crucifijo una rama bendecida en la última Pascua, y llamando a dos de sus amigos, uno de los cuales era albañil y el otro cerrajero, los llevó consigo a la torre del Oriente. Cuando vieron dónde los conducía, dudaron, pero el joven les dijo con tal confianza que al obedecerlo a él obedecían a Dios, que no dudaron más y lo siguieron. Al llegar a la puerta de la torre, el joven se percató de que había olvidado la rama de arce con la que la había tocado la víspera, pero pensó que su rama bendecida tendría sin duda el mismo poder; y no se equivocó. Apenas el extremo de la rama seca hubo rozado la maciza puerta, ésta giró sobre sus goznes, como si la hubiera empujado un gigante, y una escalera surgió ante ellos. Encendieron las antorchas de las que se había provisto y descendieron; tras el vigésimo escalón llegaron a la cripta. El joven se dirigió a la tercera tumba, y llamó a sus dos acompañantes para que le ayudaran a levantar la tapadera; una vez más dudaron, pero su compañero les aseguró que lo que iban a hacer, lejos de ser una profanación, era un
  • 17. acto de piedad; unieron pues sus fuerzas y destaparon la tumba. Contenía un esqueleto descarnado en el que el joven no logró reconocer a la bella mujer que le había hablado la víspera, y a la que, como ya hemos mencionado, sólo podía reprochársele una palidez excesiva. Pero en los huesos de su dedo, vio brillar el magnífico carbúnculo sin par en el mundo. Le colocó en la mano la rama bendecida, cerraron la tumba e invitó a sus amigos a sellarla lo más fuerte posible. Los dos acompañantes así lo hicieron. Es en esa tumba, que aún hoy se muestra a los visitantes suficientemente animosos como para atreverse a penetrar bajo las bóvedas de la capilla subterránea, donde reposa la Dama Negra, esperando el Juicio Final. Excursions sur les bords du Rhin, 1841 Stendhal (Nombre verdadero: Henry Beyle). Novelista y ensayista francés que figura entre los grandes maestros de la novela analítica. Marie Henri Beyle nació en Grenoble, el 23 de enero de 1783, hijo de un abogado. Fue educado primero por un sacerdote jesuita y más tarde estudió en la École Centrale laica de Grenoble. Escapó de las limitaciones de la educación provinciana viajando a París, y a los 17 años ingresó en el ejército de Napoleón Bonaparte. Stendhal disfrutó de la vida social de los militares en Milán, pero en 1802 abandonó el ejército y llevó una vida bohemia en París. En 1806 se quedó sin dinero y volvió al ejército, donde desempeñó diversas misiones diplomáticas y participó en la fracasada campaña rusa de 1812. En 1814, tras la caída de Napoleón, Sthendal viajó a Italia, donde a lo largo de siete años escribió el tratado de crítica de arte Historia de la pintura en Italia (1817) y un libro de recuerdos personales y estudios académicos titulado Roma, Nápoles y Florencia en 1817 (1817). Esta última fue su primera obra publicada bajo el seudónimo de Stendhal. Acusado por el gobierno austriaco, que entonces gobernaba en el norte de Italia, de apoyar al movimiento de independencia italiano, Stendhal fue expulsado de Italia en 1821. Regresó a Francia cuando cesó la persecución de los defensores de Napoleón y se estableció en París para dedicarse a leer, llenar numerosos cuadernos de notas y escribir. Llevó una vida social e intelectual muy activa, frecuentando diversos salones literarios en los que destacó por su habilidad en el arte de la conversación. Un año más tarde terminó su famoso Sobre el amor (1822), un tratado semiautobiográfico sobre la naturaleza del amor, inspirado en una de las muchas mujeres a las que el autor amó a lo largo de su vida. En esta obra exponía sus opiniones vanguardistas sobre el matrimonio, el papel de la mujer, la moral y la política. En 1830, a la llegada al trono de Luis Felipe de Orleans, Stendhal fue nombrado cónsul de Francia en la localidad italiana de Trieste. En 1831 fue destinado a una ciudad más pequeña, Civitavecchia, cerca de Roma, donde escribió sus dos principales novelas. “El rojo y el negro” (1830) analiza la sociedad contemporánea a través de la mirada de Julien Sorel, un ambicioso joven de provincias que se abre camino en la vida. “La Cartuja de Parma” (1839) narra las vicisitudes de Fabrizio del Dongo, un joven noble que se ve envuelto en las intrigas políticas del ducado de Parma. En ambas novelas Stendhal exalta la fuerza, la pasión y la espontaneidad. Sus héroes se descubren a sí mismos a medida que avanzan por la vida en pos de sus ambiciones. Stendhal murió de un ataque al corazón el 23 de marzo de 1842. Su apego al individualismo es la causa por la que generalmente se incluye a Stendhal entre los escritores románticos. Sin embargo, el extremado rigor crítico con que analiza la psicología humana lo hace destacar como uno de los primeros escritores realistas del siglo XIX. El arca y el aparecido Una hermosa mañana del mes de mayo de 182... entraba don Blas Bustos y Mosquera, escoltado por
  • 18. doce hombres a caballo, en el pueblo de Alcolote, a una legua de Granada. Cuando lo veían llegar, los vecinos entraban precipitadamente en las casas y cerraban las puertas a aquel terrible jefe de la policía de Granada. El cielo ha castigado su crueldad poniéndole en la cara la impronta de su alma. Es un hombre de seis pies de estatura, cetrino, de una flacura que asusta. No es más que jefe de la policía, pero hasta el obispo de Granada y el gobernador tiemblan ante él. Durante aquella guerra sublime contra Napoleón que, en la posteridad, pondrá a los españoles del siglo XIX por delante de todos los demás pueblos de Europa y les asignará el segundo lugar después de los franceses, don Blas fue uno de los más famosos capitanes de guerrillas. El día que su gente no había matado por lo menos un francés, don Blas no dormía en una cama: era un voto. Cuando volvió Fernando VII, lo mandaron a las galeras de Ceuta, donde pasó ocho años en la más horrible miseria. Lo acusaban de haber sido capuchino en su juventud y de haber colgado los hábitos. Después, no se sabe cómo, volvió a entrar en gracia. Ahora don Blas es célebre por su silencio: no habla jamás. En otro tiempo le habían valido una especie de fama de ingenioso los sarcasmos que dirigía a sus prisioneros de guerra antes de ahorcarlos: se repetían en todos los ejércitos españoles. Don Blas avanzaba despacio por la calle de Alcolote, mirando a las casas de uno y otro lado con ojos de lince. Al pasar por una iglesia, tocaron a misa; más que apearse, se precipitó del caballo y corrió a arrodillarse junto al altar. Cuatro de sus guardias se arrodillaron en torno a su silla; lo miraron: en sus ojos ya no había devoción. Tenía su siniestra mirada clavada en un hombre de muy distinguida apostura que estaba rezando a unos pasos de él. ¡Cómo es esto -se decía don Blas-: un hombre que, según las apariencias, pertenece a las primeras clases de la sociedad y yo no lo conozco! ¡Éste no ha aparecido en Granada desde que yo estoy en ella! Se esconde.» Don Blas se inclinó hacia uno de sus guardias y le dio orden de detener a aquel joven en cuanto saliera de la iglesia. Pronunciadas las íntimas palabras de la misma, se apresuró a salir él mismo y fue a instalarse en el comedor de la hostería de Alcolote. No tardó en aparecer, extrañado, aquel joven. -¿Cómo se llama? -Don Fernando de la Cueva. El humor siniestro de don Blas se agravó más aún, porque, al verle de cerca, observó que don Fernando era guapísimo: rubio y, a pesar del mal paso en que se encontraba, con una expresión muy dulce. Don Blas miraba pensativo a aquel mozo. -¿Que empleo tenía usted en tiempo de las Cortes?-dijo por fin. -En 1823 estaba en el colegio de Sevilla; entonces tenía quince años, pues ahora no tengo más que diecinueve. -¿De qué vive? El joven pareció irritado por la grosería de la pregunta; se resignó y dijo: -Mi padre, brigadier del ejército de don Carlos IV (Dios bendiga la memoria de este buen rey), me dejó una pequeña finca cerca de este pueblo; me renta doce mil reales (tres mil francos); la cultivo con mis propias manos con ayuda de tres criados, que seguramente le son muy leales. Excelente núcleo de guerrilla -dijo don Blas con una sonrisa amarga-. ¡A la cárcel e incomunicado! - añadió al marcharse, dejando al preso en medio de su gente. A los pocos momentos, don Blas estaba almorzando. «Con seis meses de prisión -pensaba- me pagará esos lindos colores y ese aire de lozanía y de insolente satisfacción.» El guardia que estaba de centinela a la puerta del comedor levantó vivamente la carabina. La apoyó contra el pecho de un anciano que intentaba entrar en el comedor detrás de un pinche de cocina que llevaba una fuente. Don Blas se precipitó hacia la puerta; detrás del anciano vio a una muchacha que le hizo olvidar a don Fernando. -Es cruel no darme tiempo para comer -dijo al anciano. Don Blas no podía dejar de mirar a la muchacha; veía en su frente y ojos esa expresión de inocencia y
  • 19. piedad celestial que resplandece en las bellas madonas de la escuela italiana. Don Blas no escuchaba al anciano ni seguía comiendo. Por fin salió de su abstracción; el anciano repetía por tercera o cuarta vez las razones por las cuales se debía poner en libertad a don Fernando de la Cueva, que era desde hacía tiempo el prometido de su hija Inés, allí presente, y se iban a casar el domingo próximo. En este momento, los ojos del terrible jefe de policía brillaron con un resplandor tan extraordinario, que asustaron a Inés y hasta a su padre. -Nosotros hemos vivido siempre en el temor de Dios y somos cristianos viejos -continuó éste-; mi raza es antigua, pero soy pobre, y don Fernando es un buen partido para mi hija. Nunca ejercí cargo alguno en tiempo de los franceses, ni antes ni después. Don Blas no salía de su hosco silencio. -Pertenezco a la más antigua nobleza del reino de Granada -prosiguió el anciano-; y antes de la revolución -añadió suspirando- le habría cortado las orejas a un fraile insolente que no me contestara cuando yo le hablase. Al anciano se le llenaron de lágrimas los ojos. La tímida Inés sacó del seno un pequeño rosario que había tocado el manto de la madona del pilar (sic), y sus bonitas manos apretaban la cruz con un movimiento convulsivo. El terrible don Blas clavó su mirada en aquellas manos. Luego se fijó en el busto, bien torneado, aunque un poco opulento, de la joven Inés. «Sus facciones podrían ser más regulares -pensó-; pero esa gracia celestial no la he visto nunca más que en ella.» -¿Y se llama usted don Jaime Artegui? -dijo al fin al anciano. -Tal es mi nombre -contestó don Jaime, irguiendo más su apostura. -¿De setenta años? -De sesenta y nueve solamente. -Usted es -dijo don Blas, serenándose visiblemente-; llevo mucho tiempo buscándolo. El rey nuestro señor se ha dignado concederle una pensión anual de cuatro mil reales (mil francos). Tengo en Granada dos años vencidos de esa real merced, que le entregaré mañana al mediodía. Le haré ver que mi padre era un rico labrador de Castilla la Vieja, cristiano viejo como usted, y que nunca fui fraile, de modo que el insulto que usted me ha dirigido cae en el vacío. El viejo hidalgo no se atrevió a faltar a la cita. Era viudo y vivía sólo con su hija Inés. Antes de salir para Granada la llevó a casa del cura del pueblo y tomó sus disposiciones como si nunca más hubiera de volver a verla. Encontró a don Blas Bustos muy engalanado; llevaba un gran cordón sobre el uniforme. Don Jaime le encontró el aire atento de un viejo soldado que quiere hacerse el bondadoso y sonríe a cada paso y sin venir a cuento. Si se hubiera atrevido, don Jaime habría rechazado los ocho mil reales que don Blas le entregó; no pudo negarse a comer con él. Después de la comida, el terrible jefe de policía le hizo leer sus títulos, su partida de bautismo y hasta un certificado de haber salido de galeras, lo que demostraba que no había sido nunca fraile. Don Jaime seguía temiendo alguna jugarreta. -De modo que tengo cuarenta y tres años -acabó por decirle don Blas- y un puesto honorable que me da cincuenta mil reales. Tengo una renta de mil onzas del Banco de Nápoles. Le pido en matrimonio a su hija doña Inés de Artegui. Don Jaime palideció. Hubo un momento de silencio. Don Blas prosiguió: -No le ocultaré que don Fernando de la Cueva está comprometido en un mal asunto. El ministro de la policía lo está buscando. Tiene pena de garrote (manera de estrangular empleada para los nobles) o, por lo menos, de galeras. Yo estuve en ellas ocho años y puedo asegurarle que es un mal hospedaje - diciendo estas palabras, se acercó al oído del anciano-. De aquí a quince días o tres semanas, recibiré probablemente del ministro la orden de trasladar a don Fernando de la cárcel de Alcolote a la de Granada. Esta orden se cumplirá esta noche muy tarde: si don Fernando aprovecha la noche para escaparse, yo cerraré los ojos en consideración a la amistad con que usted me honra. Que se vaya a pasar un año o dos a
  • 20. Mallorca, por ejemplo; nadie le dirá nada. El viejo hidalgo no contestó una palabra. Estaba aterrado y a duras penas pudo volver a su pueblo. El dinero que había recibido lo horrorizaba. «¿De modo -se decía- que esto es el precio de la sangre de mi amigo don Fernando, del prometido de mi Inés?» Al llegar al presbiterio se arrojó en brazos de Inés. -¡Hija mía -exclamó-, el fraile quiere casarse contigo! Inés se secó pronto las lágrimas y pidió permiso para ir a consultar al cura, que estaba en la iglesia en su confesionario. El cura, a pesar de la insensibilidad de su edad y de su estado, lloró. El resultado de la consulta fue que no había más remedio que casarse con don Blas o huir por la noche. Doña Inés y su padre tenían que procurar llegar a Gibraltar y embarcarse para Inglaterra. -¿Y de qué vamos a vivir?-dijo Inés. -Podrían vender la casa y la huerta. -¿Quién va a comprarlas? -repuso la muchacha, deshecha en lágrimas. -Yo tengo algunas economías -dijo el cura- que puede que lleguen a cinco mil reales; te los doy, hija mía, y de muy buen grado, si crees que no puedes salvarte casándote con don Blas Bustos. A los quince días todos los esbirros de Granada, en uniforme de gala, rodeaban la iglesia, tan sombría, de Santo Domingo. Apenas en pleno mediodía se ve para andar por ella. Pero aquel día no se atrevía a entrar nadie más que los invitados. En una capilla lateral iluminada con centenares de velas cuya luz cortaba las sombras de la iglesia como un camino de fuego, se veía de lejos a un hombre arrodillado en las gradas del altar; su cabeza sobresalía de todos los que lo rodeaban. Aquella cabeza estaba inclinada en una postura piadosa; los flacos brazos, cruzados sobre el pecho. Pronto se incorporó y exhibió un uniforme constelado de condecoraciones. Daba la mano a una muchacha cuyo paso ligero y juvenil formaba un extraño contraste con su gravedad. Brillaban lágrimas en los ojos de la joven desposada; la expresión de su rostro y la dulzura angelical que conservaba a pesar de su pena impresionaron al pueblo cuando la joven subió a una carroza que esperaba a la puerta de la iglesia (...). (El resto del cuento lo puedes leer en http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/fran/stendhal/ arca.htm Honoré de Balzac Escritor francés de novelas clásicas que figura entre las grandes figuras de la literatura universal. Su nombre original era Honoré Balssa y nació en Tours, el 20 de mayo de 1799. Hijo de un campesino convertido en funcionario público, tuvo una infancia infeliz. Obligado por su padre, estudió leyes en París de 1818 a 1821. Sin embargo, decidió dedicarse a la escritura, pese a la oposición paterna. Entre 1822 y 1829 vivió en la más absoluta pobreza, escribiendo teatro trágico y novelas melodramáticas que apenas tuvieron éxito. En 1825 probó fortuna como editor e impresor, pero se vio obligado a abandonar el negocio en 1828 al borde de la bancarrota y endeudado para el resto de su vida. En 1829 escribió la novela Los chuanes, la primera que lleva su nombre, basada en la vida de los campesinos bretones y su papel en la insurrección monárquica de 1799, durante la Revolución Francesa. Aunque en ella se aprecian algunas de las imperfecciones de sus primeros escritos, es su primera novela importante y marca el comienzo de su imparable evolución como escritor. Trabajador infatigable, Balzac produciría cerca de 95 novelas y numerosos relatos cortos, obras de teatro y artículos de prensa en los 20 años siguientes. En 1832 comenzó su correspondencia con una condesa polaca, Eveline Hanska, quien prometió casarse con Balzac tras la muerte de su marido. Éste
  • 21. murió en 1841, pero Eveline y Balzac no se casaron hasta marzo de 1850. Balzac murió el 18 de agosto de 1850. En 1834 concibió la idea de fundir todas sus novelas en una obra única, La comedia humana. Su intención era ofrecer un gran fresco de la sociedad francesa en todos sus aspectos, desde la Revolución hasta su época. En una famosa introducción escrita en 1842 explicaba la filosofía de la obra, en la cual se reflejaban algunos de los puntos de vista de los escritores naturalistas Jean Baptiste de Lamarck y Étienne Geoffroy Saint-Hilaire. Balzac afirmaba que así como los diferentes entornos y la herencia producen diversas especies de animales, las presiones sociales generan diferencias entre los seres humanos. Se propuso de este modo describir cada una de lo que llamaba "especies humanas". La obra incluiría 150 novelas, divididas en tres grupos principales: Estudios de costumbres, Estudios filosóficos y Estudios analíticos. El primer grupo, que abarca la mayor parte de su obra ya escrita, se subdivide a su vez en seis escenas: privadas, provinciales, parisinas, militares, políticas y campesinas. Las novelas incluyen unos dos mil personajes, los más importantes de los cuales aparecen a lo largo de toda la obra. Balzac logró completar aproximadamente dos tercios de este enorme proyecto. Entre las novelas más conocidas de la serie figuran Papá Goriot (1834), que narra los excesivos sacrificios de un padre con sus ingratas hijas; Eugenia Grandet (1833), donde cuenta la historia de un padre miserable y obsesionado por el dinero que destruye la felicidad de su hija; La prima Bette (1846), un relato sobre la cruel venganza de una vieja celosa y pobre; La búsqueda del absoluto (1834), un apasionante estudio de la monomanía, y Las ilusiones perdidas (1837-1843). El objetivo de Balzac era ofrecer una descripción absolutamente realista de la sociedad francesa, algo fascinante para el autor. Sin embargo, su grandeza reside en la capacidad para trascender la mera representación y dotar a sus novelas de una especie de suprarrealismo. La descripción del entorno es en sus obras casi tan importante como el desarrollo de los personajes. Balzac afirmó en cierta ocasión que "los acontecimientos de la vida pública y privada están íntimamente relacionados con la arquitectura", y en consecuencia, describe las casas y las habitaciones en las que se mueven sus personajes de tal modo que revelen sus pasiones y deseos. Aunque los personajes de Balzac son perfectamente creíbles y reales, casi todos ellos están poseídos por su propia monomanía. Todos parecen más activos, vivos y desarrollados que sus modelos vivos, siendo esta superación de la vida un rasgo característico de sus personajes. Balzac convierte en sublime la mediocridad de la vida, sacando a la luz las partes más sombrías de la sociedad. Confiere al usurero, la cortesana y el dandi la grandeza de héroes épicos. Otro aspecto del extremado realismo de Balzac es su atención a las prosaicas exigencias de la vida cotidiana. Lejos de llevar vidas idealizadas, sus personajes permanecen obsesivamente atrapados en un mundo materialista de transacciones comerciales y crisis financieras. En la mayoría de los casos este tipo de asuntos constituyen el núcleo de su existencia. Así por ejemplo, la avaricia es uno de sus temas predilectos. Balzac demuestra en sus diálogos un extraordinario dominio del lenguaje, adaptándolo con sorprendente habilidad para retratar una amplia variedad de personajes. Su prosa, aunque excesivamente prolija en ocasiones, posee una riqueza y un dinamismo que la hace irresistible y absorbente. Entre sus numerosas obras destacan, además de las ya citadas, las novelas La piel de zapa (1831), El lirio del valle (1835-1836), César Birotteau (1837), Esplendor y miseria de las cortesanas (1837-1843) y El cura de Tours (1839); los Cuentos libertinos (1832-1837); la obra de teatro Vautrin (1839); y sus célebres Cartas a la extranjera, que recogen la larga correspondencia que mantuvo desde 1832 con Eveline Hanska.
  • 22. El resto del cuento lo puedes encontrar en http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/fran/balzac/elixir.htm Gustave Flaubert (Ruán, Francia, 1821 - Croisset, id., 1880) Escritor francés. Hijo de un médico, la precoz pasión de Gustave Flaubert por la literatura queda patente en la pequeña revista literaria Colibrí, que redactaba íntegramente, y en la que de una manera un tanto difusa pero sorprendente se reconocen los temas que desarrollaría el escritor adulto. Estudió derecho en París, donde conoció a Maxime du Camp, cuya amistad conservó toda la vida, y junto al que realizó un viaje a pie por las regiones de Turena, Bretaña y Normandía. A este viaje siguió otro, más importante (1849-1851), a Egipto, Asia Menor, Turquía, Grecia e Italia, cuyos recuerdos le servirían más adelante para su novela Salambó. Excepto durante sus viajes, Gustave Flaubert pasó toda su vida en su propiedad de Croisset, entregado a su labor de escritor. Entre 1847 y 1856 mantuvo una relación inestable pero apasionada con la poetisa Louise Colet, aunque su gran amor fue sin duda Elisa Schlésinger, quien le inspiró el personaje de Marie Arnoux de La educación sentimental y que nunca llegó a ser su amante. Los viajes desempeñaron un papel importante en su aprendizaje como novelista, dado el valor que concedía a la observación de la realidad. Flaubert no dejaba nada en sus obras a merced de la pura inspiración, antes bien, trabajaba con empeño y precisión el estilo de su prosa, desterrando cualquier lirismo, y movilizaba una energía extraordinaria en la concepción de sus obras, en las que no deseaba nada que no fuera real; ahora bien, esa realidad debía tener la belleza de la irrealidad, de modo que tampoco le interesaba dejar traslucir en su escritura la experiencia personal que la alimentaba, ni se permitía verter opiniones propias. Su voluntad púdica y firme de permanecer oculto en el texto, estar («como Dios») en todas partes y en ninguna, explica el esfuerzo enorme de preparación que le supuso cada una de sus obras (no consideró publicable La tentación de san Antonio hasta haberla reescrito tres veces), en las que nada se enunciaba sin estar previamente controlado. Las profundas investigaciones eruditas que llevó a cabo para escribir su novela Salambó, por ejemplo, tuvieron que ser completadas con otro viaje al norte de África. Su primera gran novela publicada, y para muchos su obra maestra, es Madame Bovary (1856), cuya protagonista, una mujer mal casada que es víctima de sus propios sueños románticos, representa, a pesar de su propia mediocridad, toda la frustración que, según Flaubert, había producido el siglo XIX, siglo que él odiaba por identificarlo con la mezquindad y la estupidez que a su juicio caracterizaba a la burguesía. De esa misma sátira de su tiempo participa toda su producción, incluido un brillante, aunque inacabado, Diccionario de los lugares comunes. La publicación de Madame Bovary, que supuso su rápida consagración literaria, le creó también serios problemas. Atacado por los moralistas, que condenaban el trato que daba al tema del adulterio, fue incluso sometido a juicio, lo cual lo decidió emprender a un proyecto fantasioso y barroco, lo más alejado posible de su realidad: Salambó, que relataba el amor imposible entre una princesa y un mercenario bárbaro en la antigua Cartago. Su siguiente gran obra, La educación sentimental (1869), fue, en cambio, la más cercana a su propia experiencia, pues se proponía describir las esperanzas y decepciones de la generación de la revolución de 1848. Su última gran obra, Bouvard y Pécuchet, quedaría inconclusa a su
  • 23. muerte. Siglo XX. Poesía: Paul Eluard Conocí a Paul Eluard (1985-1952) a través de unos libritos publicados por Alberto Corazón, allá en los años 70, “Capital del Dolor” y “Poesía y verdad”. Por entonces yo todavía no leía en francés fluidamente. Eluard, comunista, surrealista y gran poeta romántico, me dio mucho. Hijo de un contable y de una costurera, Eluard enferma de tuberculosis: es uno más de los muchos que llegan a la poesía a través de la enfermedad. Conoce a Gala (que después le dejaría por Dalí), y es él quien la bautiza con ese nombre, único válido para la historia del arte. Su poesía es, en relación con su calidad, poco conocida. No importa. “Éxito” no es sinónimo de verdad y precisamente, de “Poesía y verdad” extraigo este magnífico poema: Liberté (Traduciremos este poema en clase) Sur mes cahiers d'écolier Sur mon pupitre et les arbres Sur le sable sur la neige J'écris ton nom Sur toutes les pages lues Sur toutes les pages blanches Pierre sang papier ou cendre J'écris ton nom Sur les images dorées Sur les armes des guerriers Sur la couronne des rois J'écris ton nom Sur la jungle et le désert Sur les nids sur les genêts Sur l'écho de mon enfance J'écris ton nom Sur les merveilles des nuits Sur le pain blanc des journées Sur les saisons fiancées J'écris ton nom Sur tous mes chiffons d'azur Sur l'étang soleil moisi Sur le lac lune vivante J'écris ton nom Sur les champs sur l'horizon
  • 24. Sur les ailes des oiseaux Et sur le moulin des ombres J'écris ton nom Sur chaque bouffée d'aurore Sur la mer sur les bateaux Sur la montagne démente J'écris ton nom Sur la mousse des nuages Sur les sueurs de l'orage Sur la pluie épaisse et fade J'écris ton nom Sur les formes scintillantes Sur les cloches des couleurs Sur la vérité physique J'écris ton nom Sur les sentiers éveillés Sur les routes déployées Sur les places qui débordent J'écris ton nom Sur la lampe qui s'allume Sur la lampe qui s'éteint Sur mes maisons réunis J'écris ton nom Sur le fruit coupé en deux Dur miroir et de ma chambre Sur mon lit coquille vide J'écris ton nom Sur mon chien gourmand et tendre Sur ses oreilles dressées Sur sa patte maladroite J'écris ton nom Sur le tremplin de ma porte Sur les objets familiers Sur le flot du feu béni J'écris ton nom Sur toute chair accordée Sur le front de mes amis Sur chaque main qui se tend J'écris ton nom
  • 25. Sur la vitre des surprises Sur les lèvres attentives Bien au-dessus du silence J'écris ton nom Sur mes refuges détruits Sur mes phares écroulés Sur les murs de mon ennui J'écris ton nom Sur l'absence sans désir Sur la solitude nue Sur les marches de la mort J'écris ton nom Sur la santé revenue Sur le risque disparu Sur l'espoir sans souvenir J'écris ton nom Et par le pouvoir d'un mot Je recommence ma vie Je suis né pour te connaître Pour te nommer La de siempre, toda Si os digo:”He abandonado todo”, es que mi cuerpo ya no la posee; nunca he presumido de eso. No es verdad y la bruma de fondo en que me muevo no sabe nunca si he pasado. Del abanico de su boca, del reflejo de sus ojos sólo yo puedo hablar, soy el único que está rodeado por ese espejo invisible donde el aire me atraviesa y el aire tiene un rostro amado. Un rostro enamorado: el tuyo. A ti que no tienes nombre e ignorada por los demás te dice el mar: “ sobre mí” y el cielo: “sobre mí”. Los astros te adivinan, las nubes te imaginan y la sangre derramada en mejores tiempos, la sangre de la generosidad
  • 26. te lleva con placer. Canto la alegría de cantarte, la gran alegría de tenerte o no tenerte, el candor de esperarte, la inocencia de conocerte. Oh tú que suprimes el olvido, la esperanza y la ignorancia, que suprimes la ausencia y me das al mundo. Canto para cantarte, te quiero para cantar el misterio en que el amor me crea y se libera. Eres pura, aún más pura que yo. Versión de Eduardo de Bustos. Samuel Beckett Poeta, novelista y destacado dramaturgo del teatro del absurdo. De origen irlandés, en 1969 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura. Beckett nació el 13 de abril de 1906, en Foxrock, cerca de Dublín. Tras asistir a una escuela protestante de clase media en el norte de Irlanda, ingresó en el Trinity College de Dublín, donde obtuvo la licenciatura en lenguas romances en 1927 y el doctorado en 1931. Entretanto pasó dos años como profesor en París. Al mismo tiempo continuó estudiando al filósofo francés René Descartes y escribió su ensayo crítico Proust (1931), que sentaría las bases filosóficas de su vida y su obra. Fue entonces cuando conoció al novelista y poeta irlandés James Joyce. Entre 1932 y 1937 escribió y viajó sin descanso y desempeñó diversos trabajos para incrementar los ingresos de la pensión anual que le ofrecía su padre, cuya muerte en 1933 le supuso un duro golpe. En 1937 se estableció definitivamente en París, pero en 1942, tras adherirse a la Resistencia, tuvo que huir de la Gestapo, la policía secreta nazi. En el sur de Francia, libre de la ocupación alemana, Beckett escribió la novela Watt (que no se publicó hasta 1953). Al final de la guerra regresó a París, donde produjo cuatro grandes obras: su trilogía Molloy (1951), Malone muere (1951) y El innombrable (1953), novelas que el propio autor consideraba su mayor logro, y la obra de teatro Esperando a Godot (1952), su obra maestra en opinión de la mayoría de los críticos. Gran parte de su producción posterior a 1945 fue escrita en francés. Otras obras importantes, publicadas en inglés, son Final de partida (1958), La última cinta (1959), Días felices (1961), Acto sin palabras (1964), No yo (1973), That Time (1976) y Footfall (1976); los relatos Murphy 1938) y Cómo es (1964); y dos colecciones de Poemas (1930 y 1935). Una de sus últimas obras es Compañía (1980), donde resume su actitud de explorar lo inexplorable. Tanto en sus novelas como en sus obras, Beckett centró su atención en la angustia indisociable de la condición humana, que en última instancia redujo al yo solitario o a la nada. Asimismo experimentó con el lenguaje hasta dejar tan sólo su esqueleto, lo que originó una prosa austera y disciplinada, sazonada de un humor corrosivo y alegrada con el uso de la jerga y la chanza. Su influencia en dramaturgos posteriores, sobre todo en aquellos que siguieron sus pasos en la tradición del absurdo, fue tan notable como el impacto de su prosa. Escribió en francés y en inglés. De Poemas en francés
  • 27. Bebe solo... Bebe solo come quema fornica revienta solo como antes los ausentes ya muertos los presentes apestan saca tus ojos vuélvelos sobre las cañas discuten quizás ellos y los ays no importa existe el viento y el estado de vela. Música de la indiferencia... música de la indiferencia corazón tiempo aire fuego arena del silencio desmoronamiento de amores cubre sus voces y que no me oiga ya callarme (Versiones de Jenaro Talens) Novela de la segunda mitad del siglo XX Jean-Paul Sartre Filósofo francés, dramaturgo, novelista y periodista político, es uno de los principales representantes del existencialismo. Sartre nació en París el 21 de junio de 1905; estudió en la École Normale Supérieure de esa ciudad, en la Universidad de Friburgo, Suiza y en el Instituto Francés de Berlín. Enseñó filosofía en varios liceos desde 1929 hasta el comienzo de la II Guerra Mundial, momento en que se incorporó al ejército. Desde 1940 hasta 1941 fue prisionero de los alemanes; después de su puesta en libertad, dio clases en Neuilly (Francia) y más tarde en París, y participó en la Resistencia francesa. Las autoridades alemanas, desconocedoras de sus actividades secretas, permitieron la representación de su obra de teatro antiautoritaria Las moscas (1943) y la publicación de su trabajo filosófico más célebre El ser y la nada (1943). Sartre dejó la enseñanza en 1945 y fundó, con Simone de Beauvoir entre otros, la revista política y literaria Les temps modernes, de la que fue editor jefe. Se le consideró un socialista independiente activo después de 1947, crítico tanto con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) como con los Estados Unidos en los años de la guerra fría. En la mayoría de sus escritos de la década de 1950 están presentes cuestiones políticas incluidas sus denuncias sobre la actitud represora y violenta del ejército francés en Argelia. Rechazó el Premio Nobel de Literatura de 1964 y explicó que si lo aceptaba comprometería su integridad como escritor. Las obras filosóficas de Sartre conjugan la fenomenología del filósofo alemán Edmund Husserl, la metafísica de los filósofos alemanes Georg Wilhelm Friedrich Hegel y Martin Heidegger, y la teoría social de Karl Marx en una visión única llamada existencialismo. Este enfoque, que relaciona la teoría filosófica con la vida, la literatura, la psicología y la acción política suscitó un amplio interés popular que hizo del existencialismo un movimiento mundial.
  • 28. En su primera obra filosófica, El ser y la nada (1943) Sartre concebía a los humanos como seres que crean su propio mundo al rebelarse contra la autoridad y aceptar la responsabilidad personal de sus acciones, sin el respaldo ni el auxilio de la sociedad, la moral tradicional o la fe religiosa. Al distinguir entre la existencia humana y el mundo no humano, mantenía que la existencia de los hombres se caracteriza por la nada, es decir, por la capacidad para negar y rebelarse. Su teoría del psicoanálisis existencial afirmaba la ineludible responsabilidad de todos los individuos al adoptar sus propias decisiones y hacía del reconocimiento de una absoluta libertad de elección la condición necesaria de la auténtica existencia humana. Las obras de teatro y novelas de Sartre expresan su creencia de que la libertad y la aceptación de la responsabilidad personal son los valores principales de la vida y que los individuos deben confiar en sus poderes creativos más que en la autoridad social o religiosa. En su última obra filosófica Crítica de la razón dialéctica (1960), Sartre trasladó el énfasis puesto en la libertad existencialista y la subjetividad por el determinismo social marxista. Sartre afirma que la influencia de la sociedad moderna sobre el individuo es tan grande que produce la serialización, lo que él interpreta como pérdida de identidad y que es equiparable a la enajenación marxista. El poder individual y la libertad sólo pueden recobrarse a través de la acción revolucionaria colectiva. A pesar de su llamamiento a la actividad política desde ópticas marxistas, Sartre no se afilió al Partido Comunista Francés, y así conservó la libertad para criticar abiertamente las intervenciones militares soviéticas en Hungría (1956) y en Checoslovaquia (1968). Otros textos de Sartre son las novelas La Náusea (1938) y la serie narrativa inacabada Los caminos de la libertad, que comprenden La edad de la razón (1945), El aplazamiento (1945) y La muerte en el alma (1949); una biografía del controvertido escritor francés Jean Genet, San Genet, comediante y mártir (1952); las obras teatrales A puerta cerrada (1944), La puta respetuosa (1946) y Los secuestradores de Altona (1959); su autobiografía, Las palabras (1964) y una biografía del autor francés Gustave Flaubert El idiota de la familia (3 volúmenes, 1971-1972) entre otros muchos títulos. Murió en París el 5 de abril de 1980 De La náusea DIARIO Lunes 29 de enero de 1932. Algo me ha sucedido, no puedo seguir dudándolo. Vino como una enfermedad, no como una certeza ordinaria, o una evidencia. Se instaló solapadamente poco a poco; yo me sentí algo raro, algo molesto, nada más. Una vez en su sitio, aquello no se movió, permaneció tranquilo, y pude persuadirme de que no tenía nada, de que era una falsa alarma. Y ahora crece. No creo que el oficio de historiador predisponga al análisis psicológico. En nuestro trabajo sólo tenemos que habérnoslas con sentimientos a los cuales seaplican nombres genéricos, como Ambición, Interés. Sin embargo, si tuviera una sombra de conocimiento de mí mismo, ahora debería utilizarlo. Por ejemplo, en mis manos hay algo nuevo, cierta manera de tomar la pipa o el tenedor. O es el tenedor el que ahora tiene cierta manera de hacerse tomar; nosé. Hace un instante, cuando iba a entrar en mi cuarto, me detuve en seco al sentir en la mano un objeto frío que retenía mi atención con una especie depersonalidad. Abrí la mano, miré: era simplemente el picaporte. Esta mañana en la biblioteca, cuando el Autodidacta vino a darme los buenos días, tardé diez segundos en reconocerlo. Veía un rostro desconocido, apenas un rostro. Y además su mano era como un grueso gusano blanco en la mía. La solté en seguida y el brazo cayó blandamente.
  • 29. También en la calle hay una cantidad de ruidos turbios que se arrastran. Por lo tanto se ha producido un cambio durante estas últimas semanas. ¿Pero dónde? Es un cambio abstracto que no se apoya en nada. ¿Soy yo quien ha cambiado? Si no soy yo, entonces es este cuarto, esta ciudad, esta naturaleza; hay que elegir. Creo que soy yo quien ha cambiado; es la solución más simple. También la más desagradable. Pero debo reconocer que estoy sujeto a estas súbitas transformaciones. Lo que pasa es que rara vez pienso; entonces sin darme cuenta, se acumula en mí una multitud de pequeñas metamorfosis, y un buen día se produce una verdadera revolución. Es lo que ha dado a mi vida este aspecto desconcertante, incoherente. Cuando salí de Francia, por ejemplo, muchos dijeron que había partido por capricho. Y cuando regresé bruscamente después de seis años de viaje, todavía se hubiera podido hablar muy bien de capricho. Aún me veo en la oficina de aquel funcionario francés que renunció el año pasado a consecuencia del asunto Pétrou. Marcel se dirigía a Bengala con una misiónarqueológica. Yo siempre había deseado ir a Bengala y Marcel me apremiaba para que me uniera a él. Ahora me pregunto por qué. Pienso que no estaba seguro del Portal y contaba conmigo para no perderlo de vista. Yo no tenía ningún motivo para negarme. Y aunque en aquella época hubiese presentido la pequeña tramoya contra Portal, era una razón más para aceptar con entusiasmo. Bueno, pues estaba paralizado y no podía decir una palabra. Miraba fijo una pequeña estatuita sobre una carpeta verde, al lado de un telefóno. Me sentía lleno de linfa o leche tibia. Mercier me decía, con cierta irritación velada por una pacienciaangélica: —Claro, yo necesito estar seguro oficialmente. Sé que acabará usted por decir que sí; sería preferible aceptar en seguida. Marcel tiene una barba de un negro rojizo, muy perfumada. A cada movimiento de su cabeza, yo respiraba una bocanada de perfume. Y de pronto me desperté de un sueño de seis años. La estatua me pareció desagradable y estúpida, y sentí que me aburría profundamente. No lograba comprender por qué estaba yo en Indochina. ¿Qué hacía allí? ¿Por qué hablaba con esa gente? ¿Por qué iba vestido de una manera tan rara? Mi pasión estaba muerta. Me había arrebatado y arrastrado: en la actualidad me sentía vacío. Pero esto no era lo peor; delante de mí, plantada con una especie de indolencia, había una idea voluminosa e insípida. No sé muy bien qué era, pero no podía mirarla, tanto me repugnaba. Todo esto se confundía para mí con el perfume de la barba de Mercier. Me sacudí, exasperado y colérico contra él;respondí secamente: —Se lo agradezco, pero creo que be viajado bastante; ahora tengo que volver a Francia. A los dos días tomaba el barco para Marsella. Si no me equivoco, si todos los signos que se acumulan son precursores de una nueva conmoción en mi vida, bueno, tengo miedo. No es que mi vida sea rica, ni densa, ni preciosa. Pero tengo miedo de lo que va a nacer, de lo que va a apoderarse de mí, ¿y arrastrarme a dónde? ¿Será necesario una vez más que me vaya, que deje todo lo proyectado, mis investigaciones, mi libro? ¿Me despertaré dentro de algunos meses, dentro de algunos años, roto, decepcionado, en medio de nuevas ruinas? Quisiera ver claro en mí antes de que sea demasiado tarde. (Versión de Aurora Bermúdez) Albert Camus Novelista, ensayista y dramaturgo francés, considerado uno de los escritores más importantes posteriores a 1945. Su obra, caracterizada por un estilo vigoroso y conciso, refleja la philosophie de l'absurde, la sensación de alienación y desencanto junto a la afirmación de
  • 30. las cualidades positivas de la dignidad y la fraternidad humana. Camus nació en Mondovi (actualmente Drean, Argelia), el 7 de noviembre de 1913, y estudió en la universidad de Argel. Sus estudios se interrumpieron pronto debido a una tuberculosis. Formó una compañía de teatro de aficionados que representaba obras a las clases trabajadoras; también trabajó como periodista y viajó mucho por Europa. En 1939, publicó Bodas, un conjunto de artículos que incluían reflexiones inspiradas por sus lecturas y viajes. En 1940, se trasladó a París y formó parte de la redacción del periódico Paris-Soir. Durante la II Guerra Mundial fue miembro activo de la Resistencia francesa y de 1945 a 1947, director de Combat, una publicación clandestina. Argelia sirve de fondo a la primera novela que publicó Camus, El extranjero (1942), y a la mayoría de sus narraciones siguientes. Esta obra y el ensayo en el que se basa, El mito de Sísifo (1942), revelan la influencia del existencialismo en su pensamiento. De las obras de teatro que desarrollan temas existencialistas, Calígula (1945) es una de las más conocidas. Aunque en su novela La Peste (1947) Camus todavía se interesa por el absurdo fundamental de la existencia, reconoce el valor de los seres humanos ante los desastres. Sus obras posteriores incluyen la novela La caída (1956), inspirada en un ensayo precedente; El hombre rebelde (1951); la obra de teatro Estado de sitio (1948); y un conjunto de relatos, El exilio y el reino (1957). Colecciones de sus trabajos periodísticos aparecieron con el título de Actuelles (3 vols., 1950, 1953 y 1958) y El verano (1954). Una muerte feliz (1971), aunque publicada póstumamente, de hecho es su primera novela. En 1994, se publicó la novela incompleta en la que trabajaba cuando murió, El primer hombre. Sus Cuadernos, que cubren los años 1935 a 1951, también se publicaron póstumamente en dos volúmenes (1962 y 1964). Camus, que obtuvo en 1957 el Premio Nobel de Literatura, murió en un accidente de coche en Villeblerin (Francia) el 4 de enero de 1960. De El extranjero Primera parte I Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: «Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias.» Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer. El asilo de ancianos está en Marengo, a ochenta kilómetros de Argel. Tomaré el autobús a las dos y llegaré por la tarde. De esa manera podré velarla, y regresaré mañana por la noche. Pedí dos días de licencia a mi patrón y no pudo negármelos ante una excusa semejante. Pero no parecía satisfecho. Llegué a decirle: «No es culpa mía.» No me respondió. Pensé entonces que no debía haberle dicho esto. Al fin y al cabo, no tenía por qué excusarme. Más bien le correspondía a él presentarme las condolencias. Pero lo hará sin duda pasado mañana, cuando me vea de luto. Por ahora, es un poco como si mamá no estuviera muerta. Después del entierro, por el contrario, será un asunto archivado y todo habrá adquirido aspecto más oficial. Tomé el autobús a las dos. Hacía mucho calor. Comí en el restaurante de Celeste como de costumbre. Todos se condolieron mucho de mí, y Celeste me dijo: «Madre hay una sola.» Cuando partí, me acompañaron hasta la puerta. Me sentía un poco aturdido pues fue necesario que subiera hasta la habitación de Manuel para pedirle prestados una corbata negra y un brazal. El perdió a su tío hace unos meses. Corrí para alcanzar el autobús. Me sentí adormecido sin duda por la prisa y la carrera, añadidas a los barquinazos, al olor a gasolina y a la reverberación del camino y del cielo. Dormí casi todo el trayecto. Y cuando desperté, estaba apoyado contra un militar que me sonrió y me preguntó si venía de lejos. Dije «sí» para no tener que hablar más. El asilo está a dos kilómetros del pueblo. Hice el camino a pie. Quise ver a mamá en seguida. Pero el portero me dijo que era necesario ver antes al director. Como estaba ocupado, esperé un poco. Mientras tanto, el portero me estuvo hablando, y en seguida vi al director. Me recibió en su despacho. Era un viejecito condecorado con la Legión de Honor. Me miró con sus ojos claros. Después me estrechó la mano y la retuvo tanto tiempo que yo no sabía cómo retirarla. Consultó un legajo y me dijo: «La señora de Meursault entró aquí hace tres años. Usted era su único sostén.» Creí que me reprochaba alguna cosa y empecé a darle explicaciones. Pero me interrumpió: «No tiene usted por qué justificarse, hijo mío. He