Los poemas exploran temas como el amor, la pérdida, la soledad y la mortalidad. En "¿Qué se ama cuando se ama?" y "Poema XV", Gonzalo Rojas y Pablo Neruda respectivamente reflexionan sobre la naturaleza del amor y lo que se ama en una pareja. En "Puedo escribir los versos más tristes esta noche", Neruda expresa la tristeza y soledad de haber perdido a un amor. Finalmente, los extractos de los diarios de Anaïs Nin describen sus luchas internas y
1. ¿Qué se ama cuando se ama? Gonzalo Rojas (chileno. 1916-2011)
¿Qué se ama cuando se ama?
¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida
o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué
es eso: amor? ¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes,
o este sol colorado que es mi sangre furiosa
cuando entro en ella hasta las últimas raíces?
¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer
ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo,
repartido en estrellas de hermosura, en particular fugaces
de eternidad visible?
Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra
de ir y venir entre ellas por las calles, de no poder amar
trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una,
a esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso.
2. Poema XV Pablo Neruda (chileno. 1904-1973)
Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.
Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.
Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.
Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.
Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.
3. Poema XX Pablo Neruda (chileno. 1904-1973)
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oir la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.
4. A la espera de la oscuridad Alejandra Pizarnik (argentina. 1936-1972)
Ese instante que no se olvida
Tan vacío devuelto por las sombras
Tan vacío rechazado por los relojes
Ese pobre instante adoptado por mi ternura
Desnudo desnudo de sangre de alas
Sin ojos para recordar angustias de antaño
Sin labios para recoger el zumo de las violencias
perdidas en el canto de los helados campanarios.
Ampáralo niña ciega de alma
Ponle tus cabellos escarchados por el fuego
Abrázalo pequeña estatua de terror.
Señálale el mundo convulsionado a tus pies
A tus pies donde mueren las golondrinas
Tiritantes de pavor frente al futuro
Dile que los suspiros del mar
Humedecen las únicas palabras
Por las que vale vivir.
Pero ese instante sudoroso de nada
Acurrucado en la cueva del destino
Sin manos para decir nunca
Sin manos para regalar mariposas
A los niños muertos
5. Lo cotidiano Rosario Castellanos (mexicana. 1925-1974)
Para el amor no hay cielo, amor, sólo este día;
este cabello triste que se cae
cuando te estás peinando ante el espejo.
Esos túneles largos
que se atraviesan con jadeo y asfixia;
las paredes sin ojos,
el hueco que resuena
de alguna voz oculta y sin sentido.
Para el amor no hay tregua, amor. La noche
no se vuelve, de pronto, respirable.
Y cuando un astro rompe sus cadenas
y lo vez zigzaguear, loco, y perderse,
no por ello la ley suelta sus garfios.
El encuentro es a oscuras. En el beso se mezcla
el sabor de las lágrimas.
Y en el abrazo ciñes
el recuerdo de aquella orfandad, de aquella muerte.
6. La voz a ti debida Pedro Salinas (español. 1891-1951)
Para vivir no quiero
islas, palacios, torres.
¡Qué alegría más alta:
vivir en los pronombres!
Quítate ya los trajes,
las señas, los retratos;
yo no te quiero así,
disfrazada de otra,
hija siempre de algo.
Te quiero pura, libre,
irreductible: tú.
Sé que cuando te llame
entre todas las gentes
del mundo,
sólo tú serás tú.
Y cuando me preguntes
quién es el que te llama,
el que te quiere suya,
enterraré los nombres,
los rótulos, la historia.
Iré rompiendo todo
lo que encima me echaron
desde antes de nacer.
Y vuelto ya al anónimo
eterno del desnudo,
de la piedra, del mundo,
te diré:
«Yo te quiero, soy yo».
7. Al perderte yo a ti Ernesto Cardenal (nicaragüense. 1925-)
Al perderte yo a ti tú y yo hemos perdido:
yo porque tú eras lo que yo más amaba
y tú porque yo era el que te amaba más.
Pero de nosotros dos tú pierdes más que yo:
porque yo podré amar a otras como te amaba a ti
pero a ti no te amarán como te amaba yo.
Cuando los dorados corteses florecieron Ernesto Cardenal (nicaragüense. 1925-)
Cuando los dorados corteses florecieron
nosotros dos estábamos enamorados.
Todavía tienen flores los corteses
y nosotros ya somos dos extraños.
Si tú estás en Nueva York Ernesto Cardenal (nicaragüense. 1925-)
Si tú estás en
Nueva York
En Nueva York
no hay nadie más
Y si no estás
en Nueva York
en Nueva York
no hay nadie
8. Vergüenza Gabriela Mistral (chilena. 1889-1957)
Si tú me miras, yo me vuelvo hermosa
como la hierba a que bajó el rocío,
y desconocerán mi faz gloriosa
las altas cañas cuando baje al río.
Tengo vergüenza de mi boca triste,
de mi voz rota y mis rodillas rudas;
ahora que me miraste y que viniste,
me encontré pobre y me palpé desnuda.
Ninguna piedra en el camino hallaste
más desnuda de luz en la alborada
que esta mujer a la que levantaste,
porque oíste su canto, la mirada.
Yo callaré para que no conozcan
mi dicha los que pasan por el llano,
en el fulgor que da a mi frente tosca
en la tremolación que hay en mi mano...
Es noche y baja a la hierba el rocío;
mírame largo y habla con ternura,
¡que ya mañana al descender al río
lo que besaste llevará hermosura!
El amor es una compañía Fernando Pessoa (portugués. 1888-1935)
El amor es una compañía, ya no sé andar solo por los caminos,
porque ya no puedo andar solo.
Un pensamiento visible me hace andar más a prisa y ver menos,
y al mismo tiempo gustar de ir viendo todo.
Aun la ausencia de ella es una cosa que está conmigo,
y yo gusto tanto de ella que no sé cómo desearla.
Si no la veo, la imagino y soy fuerte como los arboles altos,
pero si la veo tiemblo, no sé qué se ha hecho de lo que siento en ausencia de ella.
Todo yo soy cualquier fuerza que me abandona.
Toda la realidad me mira como un girasol con la cara de ella en el medio.
9. Una tumba para los Arundel Philip Larkin
(inglés. 1922-1985)
Uno al lado del otro, las caras borrosas
el conde y la condesa yacen en piedra,
sus decorosos hábitos vagamente asoman
en forma de a rmadura articulada, pliegues
almidonados, y ese leve toque de absurdo:
los perrillos bajo sus pies.
La simplicidad de ese prebarroco
apenas llama la atención, hasta que el ojo
capta el guantelete izquierdo de él,
que, vacío, la otra mano sostiene, y ve,
con una sorpresa a la vez brusca y tierna,
que le está cogiendo la mano a la mujer.
No pensaron que durarían tanto.
Esa fidelidad en efigie era apenas
un detalle que los amigos verían:
la amable gracia de encargo de un escultor
que solo pretendía contribuir a que pervivieran
los nombres en latín que hay en la base.
No imaginaban qué pronto,
en su supino viaje estacionario,
el aire se haría callado deterioro,
los convertiría en ocupantes anónimos;
qué pronto los ojos que vendrían luego
comenzarían a mirar, no a leer. Rígidos
persistieron, unidos, a través de longitudes
y anchuras de tiempo. Cayó nieve sin fecha. La
luz
cada verano inundaba el cristal. El alegre
reclamo de los pájaros se esparcía
por el mismo terreno sembrado de huesos. Y
por los caminos
llegaba la gente, infinita y distinta,
en una marea que barría su identidad.
Ahora, desamparados en el vacío
de una época sin heráldica, una madeja
de lentos hilos de humo suspendidos
sobre su fragmento de historia,
solo una pose permanece:
el tiempo los ha convertido en algo
falso. Esa fidelidad en piedra
que nunca pretendieron ha resultado
su blasón final, y demostrado
que nuestro casi instinto es casi cierto:
lo que sobrevivirá de nosotros es el amor
10. XVII Teresa Wilms Montt (1893-1921)
Anuarí, mío.
Toda la felicidad de mis días estaba en tu ataúd, donde yo iba a recostar mi cabeza y desparramar
mis flores.
En mi inmens a soledad, era esa una dulce ocupación.
Criatura, te sentía, y en mi locura de cariño, creí que nadie más que yo tenía derecho a tu cadáver.
Fue como un golpe de hierro en la cabeza, cuando al penetrar en la fosa vi que no estabas en el lecho
familiar.
Y cuando buscándote como una leona busca su guarida, te encontré en un estrecho nicho, fue mi dolor
tan horrible, como si te hubieras muerto por segunda vez.
Qué frío tuve! y cómo sentí en mi cuerpo el martirio de tus miembros estrechados, en esa
angosta cárcel de piedra!
Allí no podré llevarte mis flores; no podré comunicarte la sensación de primavera, refrescando tu cofre
con pétalos, besos y lágrimas.
I Teresa Wilms Montt (1893-1921)
Apareciste Anuarí, cuando yo con mis ojos ciegos y las manos tendidas te buscaba.
Apareciste, y hubo en mi alma un estallido de vida. Se abrieron todas mis flores interiores,
y cantó el ave de los días festivos.
Me amaste, Anuarí, y alcanzé la Gloria suspendida en tus brazos.
Desapareciste, y quedé sola, los ojos naúfragos en noche de lágrimas.
Bondadosa ha vuelto tu sombra, entre ella y el sepulcro espera una hora mi alma.
11. “Oh, dios, no sé ninguna de alegría tan grande
como un momento de acometer en un nuevo amor,
ningúna cosa es mejor como un nuevo amor.
Nado en el cielo; Floto; mi cuerpo es lleno de las flores,
flores con los dedos que me dan agudo, caricias agudas,
chispas, joyas, aljabas de la alegría, vértigos, tales vértigos.
Música dentro de una, embriaguez.
Solamente cierro de los ojos y el recordar,
y el hambre, el hambre para más, más, la gran hambre,
el hambre voraz, y sed.”
30 de mayo de 1934 del incesto Anaïs Nin
“Había creído siempre en la libertad del bretón de Andre,
para escribir como uno piensa, en la orden y el desorden
en el cual uno se siente adentro... piensa,
para seguir sensaciones
y correlaciones absurdas de acontecimientos y de imágenes,
para confiar en a los nuevos reinos .
“El culto de lo maravilloso.”
También el culto de la dirección inconsciente,
el culto del misterio, la evasión de la lógica falsa.
El culto del inconsciente según lo proclamado por Rimbaud.
No es locura.
Es un esfuerzo superar las rigideces
y los patrones hechos por la mente racional.
“Invierno, 1931-1932 del diario de Anaïs Nin
12. Diarios (fragmento) Anaïs Nin
" Me fui a mi cuarto, envenenada.
Soplaba incesante el mistral, seco y cálido.
Así llevaba días, desde que llegué.
Destrozaba mis nervios. No pensé en nada.
Me sentía dividida, esa división me mataba,
la lucha por sentir la alegría, una alegría inalcanzable.
La irrealidad opresiva.
De nuevo la vida retrocediendo, eludiéndome.
Tenía al hombre que amaba en mis pensamientos;
lo tenía en mis brazos, en mi cuerpo.
El hombre que busqué por todo el mundo,
que marcó mi niñez y me perseguía.
Había amado fragmentos de él en otros hombres:
la brillantez de John, la compasión de Allendy,
las abstracciones de Artaud, la fuerza creativa
y el dinamismo de Henry.
¡Y el todo estaba allí, tan bello de cara
y cuerpo, tan ardiente, con una mayor fuerza,
todo unificado, sintetizado, más brillante,
más abstracto, con mayor fuerza y sensualidad!.
Este amor de hombre, por las semejanzas entre nosotros,
por la relación de sangre, atrofiaba mi alegría.
Y de este modo, la vida hacía conmigo su viejo
truco de disolución, de pérdida de lo palpable,
de lo normal. Soplaba el viento mistral y
se destruían las formas y los sabores.
El esperma era un veneno,
... un amor que era veneno. "