2. Maestro sin par del arte pictórico, el sevillano Diego Velázquez adornó su carácter
con una discreción, reserva y serenidad tal que, si bien mucho se puede decir y se
ha dicho sobre su obra, poco se sabe y probablemente nunca se sabrá más sobre
su psicología. Joven disciplinado y concienzudo, no debieron de gustarle
demasiado las bofetadas con que salpimentaba sus enseñanzas el maestro pintor
Herrera el Viejo, con quien al parecer pasó una breve temporada, antes de
adscribirse, a los doce años, al taller de ese modesto pintor y excelentnoticias, al
tiempo que los primeros encomis, del que sería el mayor pintor barroco español y,
sin duda, uno de los más grandes artistas del mndo en cualquier eda
3. Detalle del Autorretrato de 1643 (Galería de los Uffizi)
El muchacho dio pruebas precocísimas de su maña como dibujante y aprendía tan
vertiginosamente el sutil arte de los colores que el bueno de Pacheco no osó torcer su
genio y lo condujo con suavidad por donde la inspiración del joven lo llevaba. Entre
maestro y discípulo se estrechó desde entonces una firme amistad basada en la
admiración y en el razonable orgullo de Pacheco y en la gratitud del despierto muchacho
Estos lazos terminaron de anudarse cuando el viejo pintor se determinó a otorgar la man
de su hija Juana a su aventajado alumno de diecinueve años.
Sobre las razones que le decidieron a favorecer este matrimonio escribe Pacheco:
"Después de cinco años de educación y enseñanza le casé con mi hija, movido por su
virtud, limpieza, y buenas partes, y de las esperanzas de su natural y grande ingenio. Y
porque es mayor la honra de maestro que la de suegro, ha sido justo estorbar el
atrevimiento de alguno que se quiere atribuir esta gloria, quitándome la corona de mis
postreros años. No tengo por mengua aventajarse el maestro al discípulo, ni perdió
Leonardo de Vinci por tener a Rafael por discípulo, ni Jorge de Castelfranco a Tiziano, ni
Platón a Aristóteles, pues no le quitó el nombre de divino."
4. • El muchacho dio pruebas precocísimas de su maña como dibujante y
aprendía tan vertiginosamente el sutil arte de los colores que el bueno de
Pacheco no osó torcer su genio y lo condujo con suavidad por donde la
inspiración del joven lo llevaba. Entre maestro y discípulo se estrechó
desde entonces una firme amistad basada en la admiración y en el
razonable orgullo de Pacheco y en la gratitud del despierto muchacho.
Estos lazos terminaron de anudarse cuando el viejo pintor se determinó a
otorgar la mano de su hija Juana a su aventajado alumno de diecinueve
años.
Sobre las razones que le decidieron a favorecer este matrimonio escribe
Pacheco: "Después de cinco años de educación y enseñanza le casé con
mi hija, movido por su virtud, limpieza, y buenas partes, y de las
esperanzas de su natural y grande ingenio. Y porque es mayor la honra de
maestro que la de suegro, ha sido justo estorbar el atrevimiento de alguno
que se quiere atribuir esta gloria, quitándome la corona de mis postreros
años. No tengo por mengua aventajarse el maestro al discípulo, ni perdió
Leonardo de Vinci por tener a Rafael por discípulo, ni Jorge de Castelfranco
a Tiziano, ni Platón a Aristóteles, pues no le quitó el nombre de divino."
5. • icho realismo, en su vertiente más popular, había sido frecuentado por la
literatura de la época y ese mismo aire de novela picaresca aparece en
los Almuerzos que guardan los museos de Leningrado y Budapest, así como
en Tres músicos, donde, sin embargo, desaparece el humor para concentrarse
tema en la descripción de la maltrecha dignidad de sus protagonistas. Más
curioso es aún cómo, también por aquella época, utiliza los encargos de asunto
religiosos para arrimar el ascua a su sardina y, dejando en un fondo remoto el
episodio que da título al cuadro, pasan a un primer plano de la representación
rudos personajes del pueblo y minuciosos bodegones donde se acumulan los
objetos de la pobre vida cotidiana. Es el caso de Cristo en casa de Marta y
María, cuadro en el que adquiere plena relevancia la cocina y sus habitantes, e
pescado, las vasijas, los elementos más humildes.
6. Las Lágrimas de San Pedro
Las Lágrimas de San Pedro lienzo inédito y desconocido hasta fecha reciente, ha sido
una importante aportación a los estudios Velazqueños.
La composición, en la que el Príncipe de los Apóstoles llora su negación de Jesucristo,
debió ser un modelo de prototipo muy aprecidado en laSevilla del primer tercio del XVII,
a tenor de las numerosas versiones existentes como la del Museo de Bellas Artes de
Sevilla, atribuida aHerrera el Viejo; el San Pedro de la antigua colección de Beruete; el
de la colección del Marqués de Villar de Tajo, así como el que conserva la Hermandad
de Panaderos.
En este cuadro, el Apóstol, de cuerpo entero, aparece sentado en una roca, con las
piernas cruzadas y las manos unidas sobre la rodilla, mientras levanta la cabeza al cielo
con los ojos arrasados en lágrimas. Viste túnica azul y manto ocre que descansa sobre
la roca. Las llaves aparecen caídas en el suelo, y en el ángulo superior izquierdo se
muestra un desolado paisaje envuelto en una luz plateada de madrugada.
7. Retrato de hombre joven
Retrato de hombre joven fue pintado por Velázquez en fecha indeterminada que una
parte de la crítica sitúa antes del primer viaje a Italia, entre 1623 y 1629, y López-Rey
retrasa a 1630-1631. Fue adquirido en Madrid en 1694 para el príncipe elector Johann
Wilhelm, formando parte de su colección en Düsseldorf. En 1806 pasó a la
Hofgartengalerie de Múnich y desde 1836 a su actual ubicación en laAlte
Pinakothek de Múnich.
8. Diego Velázquez, además de retratar a numerosos
personajes cortesanos, dejó múltiples escenas
costumbristas protagonizadas por gente corriente. En ellas
puso de manifiesto su amor hacia el pueblo y su concepción
profundamente humanade la vida.
En El desayuno, conservado en el Museo del Ermitage, el
artista nos muestra a dos alegres jóvenes que,
aparentemente, han invitado a un hombre viejo, un
vagabundo quizá. El argumento y los personajes se repiten
a menudo en la obra del pintor.