Pintado durante su última etapa, la más personal,“ vanguardista" y expresiva, presenta un formato alargado al que se adaptan perfectamente unas figuras estilizadas hasta la desproporción. En esta última etapa ( Laoconte, Apocalipsis, etc.) el Greco rompe con todos los convencionalismos del arte clásico y renacentista (canon, armonía etc.), abandona definitivamente la realidad, los colores y las formas naturales,y crea su propio mundo, arrebatado y sugestivo, poniendo los recursos del manierismo al servicio de un fervor místico que sólo podía ser apreciado en Castilla. Las figuras de agitan poseídas de una convulsión espiritual (los gestos siguen siendo fundamentales en su pintura), las luces son irreales (el Niño es la principal fuente de luz del cuadro pero hay también múltiples focos exteriores), los colores vibrantes y tornasolados (el Greco utiliza la técnica de los colores complementarios yuxtapuestos, el rojo de la túnica de la Virgen convierte en verde la camisa amarilla del pastor que se encuentra a su lado).