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¿QUÉ ES LA EVALUACIÓN EDUCATIVA?
Por: Julie Escorcia1

1 Estudiante Programa de Licenciatura en Pedagogía Infantil, Universidad del Norte.
escorciap@uninorte.edu.co
La evaluación educativa guarda una íntima
relación con los procesos de
enseñanza
aprendizaje, haciendo de la evaluación un tema
recurrente y característico de cualquier discusión
educativa. Sin embargo, son muy variadas las
aseveraciones sobre los distintos problemas
educativos, que se enmarcan en el hecho de
evaluar, y es allí donde salen a resaltar un
sinnúmero de concepciones variadas acerca de la
evaluación, sus objetivos, propósitos, planeación y
ejecución.
Pero, fuera de toda discusión, en las
prácticas evaluativas, se mantiene la misma
tendencia de la evaluación por medición,
inflexible, control del poder (maestro),
pasivas (alumno), con tendencias técnicas
hacia resultados cuantificables, lo que ha
conllevado a repercusiones poco formativas
en los procesos educativos y mecanismos
ineficaces que nos han conducido sólo a
facilitar la comedida labor del docente.
Por esto, más allá de cualquier otra consideración,
es importante resaltar la importancia de reflexión
con sentido sobre todas aquellas prácticas
evaluativas de las que somos sujetos y objetos,
para revalidar nuevas formas de enseñanza, en
las que la evaluación se convierta en una
experiencia formativa, que enriquezca el proceso
mismo de formación del sujeto, donde se respeten
las características y necesidades propias del
individuo. Una evaluación diseñada para el
alumno y no para la apremiante necesidad de
sistematización del docente.
Reflexionar acerca de la evaluación educativa es
una labor incesante y constante, que suscita de
manera inmediata toda clase de opiniones y
discusiones acerca del tema. Ya que la acción
responsable del evaluador es una de las tareas
más importantes en los procesos de formación de
individuos que se dan en las escuelas e
instituciones formales de enseñanza; podríamos
decir, entonces, que
todo proceso de aprendizaje va ligado
íntimamente a procesos evaluativos, que se
convierten en obligatorios en la medida en
que se exigen lineamientos, objetivos y
estándares propios de los procesos de
enseñanza. Por consiguiente, podríamos
iniciar
afirmando
que,
según
las
concepciones de educación actual, enseñar
implica evaluar, y evaluar, por consiguiente,
sugiere enseñar.
En un primer momento, reflexionemos un
poco acerca de las concepciones que
podemos desarrollar de la evaluación. Casi
que instintivamente, podemos decir que
evaluar es sinónimo de: valorar, estimar,
examinar, calcular, acreditar, ponderar,
apreciar, puntuar, criticar, ajustar, tallar,
medir, graduar, calificar y hasta juzgar; sin,
embargo, estas consideraciones inmediatas
se hacen más claras y reveladoras a la luz
de los procesos de enseñanza propios.
Mirándola
entonces
desde
los
procesos
educativos actuales, la evaluación es vista desde
su sentido de funcionalidad y como recurso
disponible, en cuanto a la utilidad en la
enseñanza; sin embargo, como lo menciona
Carlos Rosales (1990), la evaluación debe ser
vista “como un componente esencial de la
enseñanza, que se desarrolla paralelamente al
desarrollo global de la misma y recibe una amplia
serie de estímulos procedentes de diversas áreas
de conocimiento con las cuales mantiene a su vez
importantes relaciones” (p. 30),
lo que sugiere una forma distinta de
observar los procesos evaluativos, desde
perspectivas más integrales y formadoras,
ya no como simples instrumentos medidores
de las práctica educativas, sino como
componentes formativos del desarrollo
educativo centrado en el individuo y sus
interacciones para llegar al conocimiento.
Estas áreas de la evaluación son
complementadas, por lo que son objeto de
evaluación. Podemos evaluar diferentes
aspectos, como: teorías, hipótesis, tesis,
sistemas, instituciones, personas, animales,
software, conductas, hechos, y hasta
fenómenos naturales; lo cierto es que todo
lo que pueda ser observado y comprendido
puede ser evaluado, y se convierte entonces
en objeto propio de la evaluación.
Pero, en el caso particular de la enseñanza,
nuestro objeto se refiere a la persona,
individuo o ser humano en sí, sobre el cual
recae nuestro criterio; por ende, las formas
de evaluación deben considerar las
características propias del objeto a evaluar.
De ahí que las implicaciones de la
evaluación en los ámbitos escolares, y
esencialmente en las escuelas, tengan una
trascendencia casi que eterna en la forma
de conocer de los individuos.
De manera psicológica, podemos afirmar que
desde que nacemos nos someten a estándares
de evaluación predeterminados, como es el
caso de los niños que, en el momento de
nacer, son sometidos a todo tipo de pruebas
médicas, para valorar su desarrollo biológico y
madurativo en cuanto a los estándares
médicos establecidos; y los padres son los más
aliviados cuando el pediatra dictamina que el
niño es normal y no posee ninguna alteración
en su desarrollo.
Desde estos momentos estamos inmersos
en un mundo que se rige bajo criterios
examinadores. Otro ejemplo cotidiano sería
cuando nuestros padres hacen afirmaciones
negativas o positivas, como resultado de un
actitud manifestada, en un momento
determinado,
que
conlleva
a
preconcepciones erradas y a prejuicios
establecidos de las personas;
cuántos hijos no han sido afectados por
afirmaciones erradas de sus padres, que al llevar
un examen perdido o malas calificaciones los
evalúan de por vida diciéndoles que son “¡unos
brutos, buenos para nada!”; por consiguiente, la
evaluación no pasa desapercibida, sino que se
convierte en toda una experiencia de vida, en la
cual las repercusiones psicológicas de la
evaluación son importantes, ya que, a través de
sus resultados, los estudiantes van configurando
su autoconcepto (Santos, 1998, p. 15).
Imagínese entonces el papel de la escuela,
el educador, la sociedad y los padres de
familia en conjunto, en sus procesos
evaluadores orientados hacia el individuo.
Es difícil concebir y explicar todas las
repercusiones de mecanismos excesivos y
poco eficaces de evaluación que se
observan en nuestras escuelas. Hoy en día,
“el proceso de evaluación encierra
mecanismos de poder que ejerce el profesor
y la institución.
Quien tiene capacidad de evaluar establece
los criterios, los aplica de forma e interpreta
y atribuye causas y decide cuáles han de
ser los caminos de cambio” (Santos, 1998,
p. 16), no se tienen en cuenta las
verdaderas razones de valoración de las
personas, ajustados a sus propios criterios y
preconcepciones
transmitidas,
y
no
centrándose en el mismo individuo como
actor del proceso evaluador.
Pero esta perspectiva no es propia de
alguna institución o persona específica, es
infundida, a su vez, por las diversas áreas
del conocimiento, como lo mencionamos
anteriormente, que guardan relación con la
evaluación, desde paradigmas específicos
de la ciencia, que ha influido en la manera
de asimilar el conocimiento.
Por esto, la evaluación también está demarcada
por criterios reguladores, y fundamentos teóricoprácticos de comunidades científicas. Dentro de la
evaluación podemos identificar tres tipos de
enfoques,
que
direccionan
las
prácticas
evaluadoras,
en
especial
las
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Primeramente, la evaluación técnica-positivista,
que es la más generalizada en nuestro medio, la
cual se expresa a través de pruebas, exámenes y
medición de resultados que puedan ser
cuantificados y comprobables, enfocada más
hacia los resultados de la enseñanza, y no hacia el
cómo de ésta.
En este tipo de pruebas, como lo dice Santos, los
estudiantes tratan de acomodarse a las exigencias
de la evaluación. Si el profesor aplica pruebas
objetivas, el alumno estudiará de forma que pueda
obtener un resultado satisfactorio en las pruebas,
lo que implica todo un círculo transmitido de
concepciones y maneras de enseñanza técnicas,
que a la larga conducen a formas del
conocimiento poco significativos y críticos; en
cambio, la evaluación práctica y reflexiva ofrece de
manera distinta la tarea de evaluar los procesos y
no sólo los resultados, a través de la crítica y
reflexión misma de estos procesos,
centrados en la comprensión y sentido de
los procesos construidos por el individuo.
Santos también menciona que esta
perspectiva es más analítica y donde la
evaluación no es un momento final del
proceso en el que se comprueba cuáles han
sido los resultados del trabajo.
Es un permanente proceso reflexivo apoyado en
evidencias de diverso tipo. Y, por último, la
evaluación emancipadora, con objeto social, la
cual contribuye a la transformación personal y
social de la persona, dentro de procesos de
comprensión, análisis, reflexión y acción hacia el
cambio, con fines formativos y pedagógicos;
según Santos (1998), es proporcionar medios a
los grupos sociales oprimidos para que tomen
conciencia de su situación y facilitarles los
instrumentos para encontrar métodos de
transformación de la realidad.
Preguntémonos, entonces, ¿cuál es el tipo de
evaluación predominante en nuestro contexto?,
¿de qué manera somos evaluados?, ¿estamos
satisfechos de la forma como nos evalúan?,
¿es justa, transparente y coherente la
evaluación a la que nos someten?, ¿cuál es el
enfoque con que fuimos evaluados y son
evaluados nuestros hijos en las escuelas? Lo
cierto es que “la forma de entender la
evaluación
condiciona
el
proceso
de
enseñanza y aprendizaje” (Santos, 1998, p.
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y en general cualquier proceso a evaluar,
en cualquier ámbito social. Lo sorprendente
es que la respuesta a todos estos
interrogantes es que estamos acomodados
bajo un solo enfoque evaluativo, centrado
en los resultados y mediciones de las
personas, técnico y positivista; en un
sistema que va más allá de nuestras propias
implicaciones, y que se regula aún, no
desde las pequeñas o grandes instituciones
académicas,
sino desde las grandes políticas de los
sistemas nacionales de educación, que
establecen lineamientos curriculares y
reglamentaciones
normativas
de
los
procesos de evaluación que se desarrollan
en la enseñanza, como es el caso de la
definición que nuestro Ministerio de
Educación Nacional hace de la evaluación:
“un proceso permanente, cuyo objetivo es
proporcionar información al profesor para
apoyar a los estudiantes en su proceso de
aprendizaje, involucrando a ambos en el
logro de objetivos educacionales propios de
cada nivel. La evaluación se traduce en una
calificación (nota o concepto), la cual
determina, junto al requisito de asistencia, la
promoción de los alumnos/as” (MEN, 2008).
Dado este concepto, es fácil entender cómo
nuestros
sistemas
educativos
están
infectados por consideraciones técnicas de
la enseñanza y hacen poco caso, o casi que
omisión, a los proceso críticos y reflexivos
de la educación. Cuántas veces no hemos
escuchado quejas acerca de la incoherencia
e invalidez de las conocidas pruebas del
Saber, pruebas del ICFES, pruebas ECAES,
entre otras, que estandarizan a toda la
población estudiantil colombiana,
en estándares generales que no son para
nada igualitarios y que se convierten en una
excusa
excluyente
de
instituciones,
empresas o personas que favorecen la
discriminación. Recordemos que este tipo
de pruebas miden sólo en un momento los
resultados de casi 11, 5 ó más años de
estudio, y con el poder de etiquetar a una
persona con una calificación estándar, que
la incluye en un grupo de individuos no tan
inteligente,
más o menos inteligentes, y los
afortunadamente inteligentes, en un país
con un sistema educativo que no posee las
mismas oportunidades de aprendizaje para
todos sus ciudadanos y donde el acceso a
la calidad de enseñanza aún no es
igualitario.
Vemos pues que las discusiones acerca de
los procesos evaluativos son tan grandes
que nos conducirían a interminables
consideraciones. Sin embargo, es válido
recordar un poco que la evaluación,
entonces, además de ser concebida como
proceso, tener como objeto de estudio a la
persona, estar centrada en el individuo,
debe ser contextualizada, para poder ser
eficaz en su aplicación. Pero, ustedes se
preguntarán: ¿contextualizada en qué?;
para mi opinión, la evaluación debe estar
contextualizada hacia el individuo, sus
intereses y necesidades propias; es decir,
los criterios para utilizar en una evaluación
no deben ser seleccionados según los
criterios que yo como evaluador necesito
comprobar y creo conveniente que sean,
sino, al contrario, debo negarme de mis
propias reglas del juego y ajustar mi regla
de medir a las necesidades e intereses del
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Si un joven que estudia medicina necesita
aprender cómo hacer operaciones e
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equipos médicos?, si su razón de estudio
está centrada en los pacientes, no en las
máquinas de trabajo, aunque el arreglo de
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debería eventualmente conocer.
Esto lo observamos muy comúnmente en
los centros de enseñanza de preescolar: la
mayoría de los estándares y currículos
institucionales están centrados en las
conductas esperadas de los padres, las
políticas institucionales, las modernas
teorías de enseñanza, o en los estándares
actuales del bilingüismo, la estimulación
precoz, la lectura rápida y temprana, y la
formación de talentos.
Pero, nos hemos preguntado alguna vez, ¿eso es
lo que realmente necesitan los niños? ¿De qué
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todas
esas
exigencias?
¿Estoy
contribuyendo realmente a las necesidades e
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entonces a Jesús Amaya, que en su libro
“Fracasos y falacias de la educación actual”
argumenta que “la educación es entendida, por el
movimiento de la pedagogía moderna, como un
proceso para desarrollar cualidades latentes en el
niño, más que llenarlos con cualidades elegidas
por los adultos” (p. 12);
aquí podríamos reemplazar la palabra niño por
alumno,
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persona,
individuo,
ingeniero, bachiller, tecnólogo, profesional, en fin,
muchos otros términos, haciendo alusión a que los
procesos educativos deben revaluarse hacia la
formación integral y personal del sujeto, en
procesos más conscientes y coherentes de
evaluación, donde podamos definir con claridad la
importancia de ciertos conocimientos y criterios de
valoración, hacia prácticas más justas y
determinadas de la enseñanza; no dejando de
promover el autocrecimiento,
la competencia sana y la adquisición de
habilidades, pero dejando a un lado las exigencias
que predominan en la medición y cuantificación de
procesos, ya que de esa forma no estamos
comprendiendo bien a los individuos, pues
nosotros no somos fenómenos naturales, ni datos
físicos o climatológicos, de números o escalas: los
seres humanos somos sistemas más complejos,
integrales, armónicos, diferenciados, holistas,
calificados, sistémicos, que se apropian de las
realidades del mundo cognoscente,
a través de la experiencia, y estas
experiencias demarcan y definen su propia
existencia y coexistencia con otros.
Tratemos, por ende, de dar mejores
experiencias de aprendizaje a los individuos,
con verdaderos procesos reflexivos y
críticos, que se evidencien entonces en las
prácticas evaluadoras.
Un estudio de la Universidad Pedagógica
Nacional, acerca de la problemática de la
evaluación escolar en Colombia, afirma que:
“La acción de evaluar supone un momento de
reflexión crítica, sobre el estado de un proceso del
que se tiene una información sistemáticamente
recopilada, reflexión crítica que se hace a la luz de
unos principios y objetivos previamente definidos,
con el fin de valorar esa información y poder tomar
decisiones encaminadas a reorientar el proceso”
(p. 79).
Esta orientación se debe convertir en la máxima
de muchos docentes e instituciones evaluadoras,
en disposición al mejoramiento de los procesos
educativos.
Pero la realidad nos revela lo difícil que es cambiar
estos paradigmas anclados; no se
convierte en tarea fácil cambiar o redireccionar la
manera de evaluar de los docentes, las
instituciones o aún el estado mismo, entendiendo
que lo importante es aprender, y no obsesionarse
por los resultados.
Sea, tal vez, por la necesidad imperiosa de
responder a tiempo con los cronogramas
establecidos,
convirtiéndose
así
la
evaluación por medición en la forma más
fácil, rápida y eficaz de llevar a cabo las
prácticas evaluativas, sin considerar otras
formas de ejercer la evaluación, un poco
más costosas, pero eficientes en la labor de
formación integral del individuo.
Sin embargo, nuestra tarea nos aporta un
horizonte más claro, donde este tema
suscite todo tipo de reflexiones y
revalidaciones en quienes lo lean, aportando
una pequeña semilla, que ha de sembrarse
y regarse de manera constante hasta que
dé el fruto esperado a las próximas
generaciones.
Redefinamos entonces que evaluar es, al final
de
todo,
el
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nuestras
concepciones, la importancia de nuestros
criterios, que deben redirigirse hacia procesos
reflexivos, críticos y acentuados en la
formación, desarrollo y crecimiento integral del
individuo, hacia formas más igualitarias,
equitativas y justas para todos, de manera que
quien evalúa aporte a quien está siendo
evaluado, y que los resultados que la
evaluación arroje sean los esperados,
evidenciados durante todo el proceso.
No tomando un momento final de censura, sino
todo un camino de evidencias que nos conlleven a
la buena enseñanza, teniendo como fin no la
satisfacción egocéntrica del evaluador, sino la
satisfacción adquirida del alumno, por haber sido
dotado con la iluminación del conocimiento, del
saber ser, hacer y convivir; además de haber sido
potencializado en lo que justamente necesitaba y
esperaba: ese ideal de hombre, persona e
individuo, pensante y formante, que estará
preparado para las diferentes pruebas de la vida
misma.
Amaya Guerra, Jesús. (2006). Fracasos y falacias de la educación actual.
Editorial Trillas. México (p. 12).
Ministerio de Educación Nacional (2008). Bogotá (p. 39-40).
Rosales, Carlos. (1990). Evaluar es reflexionar sobre la enseñanza. Narcea
Ediciones. Madrid (p. 30).
Santos Guerra, Miguel Ángel. (1998). Evaluar es comprender. Editorial
Magisterio del Río de la Plata. Buenos Aires - Argentina. 1998 (p. 13-29).
Universidad Pedagógica Nacional. (1987). La problemática de la evaluación
escolar en Colombia. 1987 (p. 79). Consultado el 13 de enero de 2008 desde:
http://600.mineduc.cl/resguardo/resg_educ/educ_norma/index.php
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Que es la evaluacion educativa

  • 1. ¿QUÉ ES LA EVALUACIÓN EDUCATIVA? Por: Julie Escorcia1 1 Estudiante Programa de Licenciatura en Pedagogía Infantil, Universidad del Norte. escorciap@uninorte.edu.co
  • 2. La evaluación educativa guarda una íntima relación con los procesos de enseñanza aprendizaje, haciendo de la evaluación un tema recurrente y característico de cualquier discusión educativa. Sin embargo, son muy variadas las aseveraciones sobre los distintos problemas educativos, que se enmarcan en el hecho de evaluar, y es allí donde salen a resaltar un sinnúmero de concepciones variadas acerca de la evaluación, sus objetivos, propósitos, planeación y ejecución.
  • 3. Pero, fuera de toda discusión, en las prácticas evaluativas, se mantiene la misma tendencia de la evaluación por medición, inflexible, control del poder (maestro), pasivas (alumno), con tendencias técnicas hacia resultados cuantificables, lo que ha conllevado a repercusiones poco formativas en los procesos educativos y mecanismos ineficaces que nos han conducido sólo a facilitar la comedida labor del docente.
  • 4. Por esto, más allá de cualquier otra consideración, es importante resaltar la importancia de reflexión con sentido sobre todas aquellas prácticas evaluativas de las que somos sujetos y objetos, para revalidar nuevas formas de enseñanza, en las que la evaluación se convierta en una experiencia formativa, que enriquezca el proceso mismo de formación del sujeto, donde se respeten las características y necesidades propias del individuo. Una evaluación diseñada para el alumno y no para la apremiante necesidad de sistematización del docente.
  • 5. Reflexionar acerca de la evaluación educativa es una labor incesante y constante, que suscita de manera inmediata toda clase de opiniones y discusiones acerca del tema. Ya que la acción responsable del evaluador es una de las tareas más importantes en los procesos de formación de individuos que se dan en las escuelas e instituciones formales de enseñanza; podríamos decir, entonces, que
  • 6. todo proceso de aprendizaje va ligado íntimamente a procesos evaluativos, que se convierten en obligatorios en la medida en que se exigen lineamientos, objetivos y estándares propios de los procesos de enseñanza. Por consiguiente, podríamos iniciar afirmando que, según las concepciones de educación actual, enseñar implica evaluar, y evaluar, por consiguiente, sugiere enseñar.
  • 7. En un primer momento, reflexionemos un poco acerca de las concepciones que podemos desarrollar de la evaluación. Casi que instintivamente, podemos decir que evaluar es sinónimo de: valorar, estimar, examinar, calcular, acreditar, ponderar, apreciar, puntuar, criticar, ajustar, tallar, medir, graduar, calificar y hasta juzgar; sin, embargo, estas consideraciones inmediatas se hacen más claras y reveladoras a la luz de los procesos de enseñanza propios.
  • 8. Mirándola entonces desde los procesos educativos actuales, la evaluación es vista desde su sentido de funcionalidad y como recurso disponible, en cuanto a la utilidad en la enseñanza; sin embargo, como lo menciona Carlos Rosales (1990), la evaluación debe ser vista “como un componente esencial de la enseñanza, que se desarrolla paralelamente al desarrollo global de la misma y recibe una amplia serie de estímulos procedentes de diversas áreas de conocimiento con las cuales mantiene a su vez importantes relaciones” (p. 30),
  • 9. lo que sugiere una forma distinta de observar los procesos evaluativos, desde perspectivas más integrales y formadoras, ya no como simples instrumentos medidores de las práctica educativas, sino como componentes formativos del desarrollo educativo centrado en el individuo y sus interacciones para llegar al conocimiento.
  • 10. Estas áreas de la evaluación son complementadas, por lo que son objeto de evaluación. Podemos evaluar diferentes aspectos, como: teorías, hipótesis, tesis, sistemas, instituciones, personas, animales, software, conductas, hechos, y hasta fenómenos naturales; lo cierto es que todo lo que pueda ser observado y comprendido puede ser evaluado, y se convierte entonces en objeto propio de la evaluación.
  • 11. Pero, en el caso particular de la enseñanza, nuestro objeto se refiere a la persona, individuo o ser humano en sí, sobre el cual recae nuestro criterio; por ende, las formas de evaluación deben considerar las características propias del objeto a evaluar. De ahí que las implicaciones de la evaluación en los ámbitos escolares, y esencialmente en las escuelas, tengan una trascendencia casi que eterna en la forma de conocer de los individuos.
  • 12. De manera psicológica, podemos afirmar que desde que nacemos nos someten a estándares de evaluación predeterminados, como es el caso de los niños que, en el momento de nacer, son sometidos a todo tipo de pruebas médicas, para valorar su desarrollo biológico y madurativo en cuanto a los estándares médicos establecidos; y los padres son los más aliviados cuando el pediatra dictamina que el niño es normal y no posee ninguna alteración en su desarrollo.
  • 13. Desde estos momentos estamos inmersos en un mundo que se rige bajo criterios examinadores. Otro ejemplo cotidiano sería cuando nuestros padres hacen afirmaciones negativas o positivas, como resultado de un actitud manifestada, en un momento determinado, que conlleva a preconcepciones erradas y a prejuicios establecidos de las personas;
  • 14. cuántos hijos no han sido afectados por afirmaciones erradas de sus padres, que al llevar un examen perdido o malas calificaciones los evalúan de por vida diciéndoles que son “¡unos brutos, buenos para nada!”; por consiguiente, la evaluación no pasa desapercibida, sino que se convierte en toda una experiencia de vida, en la cual las repercusiones psicológicas de la evaluación son importantes, ya que, a través de sus resultados, los estudiantes van configurando su autoconcepto (Santos, 1998, p. 15).
  • 15. Imagínese entonces el papel de la escuela, el educador, la sociedad y los padres de familia en conjunto, en sus procesos evaluadores orientados hacia el individuo. Es difícil concebir y explicar todas las repercusiones de mecanismos excesivos y poco eficaces de evaluación que se observan en nuestras escuelas. Hoy en día, “el proceso de evaluación encierra mecanismos de poder que ejerce el profesor y la institución.
  • 16. Quien tiene capacidad de evaluar establece los criterios, los aplica de forma e interpreta y atribuye causas y decide cuáles han de ser los caminos de cambio” (Santos, 1998, p. 16), no se tienen en cuenta las verdaderas razones de valoración de las personas, ajustados a sus propios criterios y preconcepciones transmitidas, y no centrándose en el mismo individuo como actor del proceso evaluador.
  • 17. Pero esta perspectiva no es propia de alguna institución o persona específica, es infundida, a su vez, por las diversas áreas del conocimiento, como lo mencionamos anteriormente, que guardan relación con la evaluación, desde paradigmas específicos de la ciencia, que ha influido en la manera de asimilar el conocimiento.
  • 18. Por esto, la evaluación también está demarcada por criterios reguladores, y fundamentos teóricoprácticos de comunidades científicas. Dentro de la evaluación podemos identificar tres tipos de enfoques, que direccionan las prácticas evaluadoras, en especial las escolares. Primeramente, la evaluación técnica-positivista, que es la más generalizada en nuestro medio, la cual se expresa a través de pruebas, exámenes y medición de resultados que puedan ser cuantificados y comprobables, enfocada más hacia los resultados de la enseñanza, y no hacia el cómo de ésta.
  • 19. En este tipo de pruebas, como lo dice Santos, los estudiantes tratan de acomodarse a las exigencias de la evaluación. Si el profesor aplica pruebas objetivas, el alumno estudiará de forma que pueda obtener un resultado satisfactorio en las pruebas, lo que implica todo un círculo transmitido de concepciones y maneras de enseñanza técnicas, que a la larga conducen a formas del conocimiento poco significativos y críticos; en cambio, la evaluación práctica y reflexiva ofrece de manera distinta la tarea de evaluar los procesos y no sólo los resultados, a través de la crítica y reflexión misma de estos procesos,
  • 20. centrados en la comprensión y sentido de los procesos construidos por el individuo. Santos también menciona que esta perspectiva es más analítica y donde la evaluación no es un momento final del proceso en el que se comprueba cuáles han sido los resultados del trabajo.
  • 21. Es un permanente proceso reflexivo apoyado en evidencias de diverso tipo. Y, por último, la evaluación emancipadora, con objeto social, la cual contribuye a la transformación personal y social de la persona, dentro de procesos de comprensión, análisis, reflexión y acción hacia el cambio, con fines formativos y pedagógicos; según Santos (1998), es proporcionar medios a los grupos sociales oprimidos para que tomen conciencia de su situación y facilitarles los instrumentos para encontrar métodos de transformación de la realidad.
  • 22. Preguntémonos, entonces, ¿cuál es el tipo de evaluación predominante en nuestro contexto?, ¿de qué manera somos evaluados?, ¿estamos satisfechos de la forma como nos evalúan?, ¿es justa, transparente y coherente la evaluación a la que nos someten?, ¿cuál es el enfoque con que fuimos evaluados y son evaluados nuestros hijos en las escuelas? Lo cierto es que “la forma de entender la evaluación condiciona el proceso de enseñanza y aprendizaje” (Santos, 1998, p. 13),
  • 23. y en general cualquier proceso a evaluar, en cualquier ámbito social. Lo sorprendente es que la respuesta a todos estos interrogantes es que estamos acomodados bajo un solo enfoque evaluativo, centrado en los resultados y mediciones de las personas, técnico y positivista; en un sistema que va más allá de nuestras propias implicaciones, y que se regula aún, no desde las pequeñas o grandes instituciones académicas,
  • 24. sino desde las grandes políticas de los sistemas nacionales de educación, que establecen lineamientos curriculares y reglamentaciones normativas de los procesos de evaluación que se desarrollan en la enseñanza, como es el caso de la definición que nuestro Ministerio de Educación Nacional hace de la evaluación:
  • 25. “un proceso permanente, cuyo objetivo es proporcionar información al profesor para apoyar a los estudiantes en su proceso de aprendizaje, involucrando a ambos en el logro de objetivos educacionales propios de cada nivel. La evaluación se traduce en una calificación (nota o concepto), la cual determina, junto al requisito de asistencia, la promoción de los alumnos/as” (MEN, 2008).
  • 26. Dado este concepto, es fácil entender cómo nuestros sistemas educativos están infectados por consideraciones técnicas de la enseñanza y hacen poco caso, o casi que omisión, a los proceso críticos y reflexivos de la educación. Cuántas veces no hemos escuchado quejas acerca de la incoherencia e invalidez de las conocidas pruebas del Saber, pruebas del ICFES, pruebas ECAES, entre otras, que estandarizan a toda la población estudiantil colombiana,
  • 27. en estándares generales que no son para nada igualitarios y que se convierten en una excusa excluyente de instituciones, empresas o personas que favorecen la discriminación. Recordemos que este tipo de pruebas miden sólo en un momento los resultados de casi 11, 5 ó más años de estudio, y con el poder de etiquetar a una persona con una calificación estándar, que la incluye en un grupo de individuos no tan inteligente,
  • 28. más o menos inteligentes, y los afortunadamente inteligentes, en un país con un sistema educativo que no posee las mismas oportunidades de aprendizaje para todos sus ciudadanos y donde el acceso a la calidad de enseñanza aún no es igualitario.
  • 29. Vemos pues que las discusiones acerca de los procesos evaluativos son tan grandes que nos conducirían a interminables consideraciones. Sin embargo, es válido recordar un poco que la evaluación, entonces, además de ser concebida como proceso, tener como objeto de estudio a la persona, estar centrada en el individuo, debe ser contextualizada, para poder ser eficaz en su aplicación. Pero, ustedes se preguntarán: ¿contextualizada en qué?;
  • 30. para mi opinión, la evaluación debe estar contextualizada hacia el individuo, sus intereses y necesidades propias; es decir, los criterios para utilizar en una evaluación no deben ser seleccionados según los criterios que yo como evaluador necesito comprobar y creo conveniente que sean, sino, al contrario, debo negarme de mis propias reglas del juego y ajustar mi regla de medir a las necesidades e intereses del alumno.
  • 31. Si un joven que estudia medicina necesita aprender cómo hacer operaciones e intervenciones de emergencia, ¿por qué le voy a enseñar a componer y arreglar equipos médicos?, si su razón de estudio está centrada en los pacientes, no en las máquinas de trabajo, aunque el arreglo de éstas pueda ser una labor que también debería eventualmente conocer.
  • 32. Esto lo observamos muy comúnmente en los centros de enseñanza de preescolar: la mayoría de los estándares y currículos institucionales están centrados en las conductas esperadas de los padres, las políticas institucionales, las modernas teorías de enseñanza, o en los estándares actuales del bilingüismo, la estimulación precoz, la lectura rápida y temprana, y la formación de talentos.
  • 33. Pero, nos hemos preguntado alguna vez, ¿eso es lo que realmente necesitan los niños? ¿De qué sirven todas esas exigencias? ¿Estoy contribuyendo realmente a las necesidades e intereses propios del niño? Permítanme citar entonces a Jesús Amaya, que en su libro “Fracasos y falacias de la educación actual” argumenta que “la educación es entendida, por el movimiento de la pedagogía moderna, como un proceso para desarrollar cualidades latentes en el niño, más que llenarlos con cualidades elegidas por los adultos” (p. 12);
  • 34. aquí podríamos reemplazar la palabra niño por alumno, universitario, persona, individuo, ingeniero, bachiller, tecnólogo, profesional, en fin, muchos otros términos, haciendo alusión a que los procesos educativos deben revaluarse hacia la formación integral y personal del sujeto, en procesos más conscientes y coherentes de evaluación, donde podamos definir con claridad la importancia de ciertos conocimientos y criterios de valoración, hacia prácticas más justas y determinadas de la enseñanza; no dejando de promover el autocrecimiento,
  • 35. la competencia sana y la adquisición de habilidades, pero dejando a un lado las exigencias que predominan en la medición y cuantificación de procesos, ya que de esa forma no estamos comprendiendo bien a los individuos, pues nosotros no somos fenómenos naturales, ni datos físicos o climatológicos, de números o escalas: los seres humanos somos sistemas más complejos, integrales, armónicos, diferenciados, holistas, calificados, sistémicos, que se apropian de las realidades del mundo cognoscente,
  • 36. a través de la experiencia, y estas experiencias demarcan y definen su propia existencia y coexistencia con otros. Tratemos, por ende, de dar mejores experiencias de aprendizaje a los individuos, con verdaderos procesos reflexivos y críticos, que se evidencien entonces en las prácticas evaluadoras.
  • 37. Un estudio de la Universidad Pedagógica Nacional, acerca de la problemática de la evaluación escolar en Colombia, afirma que: “La acción de evaluar supone un momento de reflexión crítica, sobre el estado de un proceso del que se tiene una información sistemáticamente recopilada, reflexión crítica que se hace a la luz de unos principios y objetivos previamente definidos, con el fin de valorar esa información y poder tomar decisiones encaminadas a reorientar el proceso” (p. 79).
  • 38. Esta orientación se debe convertir en la máxima de muchos docentes e instituciones evaluadoras, en disposición al mejoramiento de los procesos educativos. Pero la realidad nos revela lo difícil que es cambiar estos paradigmas anclados; no se convierte en tarea fácil cambiar o redireccionar la manera de evaluar de los docentes, las instituciones o aún el estado mismo, entendiendo que lo importante es aprender, y no obsesionarse por los resultados.
  • 39. Sea, tal vez, por la necesidad imperiosa de responder a tiempo con los cronogramas establecidos, convirtiéndose así la evaluación por medición en la forma más fácil, rápida y eficaz de llevar a cabo las prácticas evaluativas, sin considerar otras formas de ejercer la evaluación, un poco más costosas, pero eficientes en la labor de formación integral del individuo.
  • 40. Sin embargo, nuestra tarea nos aporta un horizonte más claro, donde este tema suscite todo tipo de reflexiones y revalidaciones en quienes lo lean, aportando una pequeña semilla, que ha de sembrarse y regarse de manera constante hasta que dé el fruto esperado a las próximas generaciones.
  • 41. Redefinamos entonces que evaluar es, al final de todo, el resultado de nuestras concepciones, la importancia de nuestros criterios, que deben redirigirse hacia procesos reflexivos, críticos y acentuados en la formación, desarrollo y crecimiento integral del individuo, hacia formas más igualitarias, equitativas y justas para todos, de manera que quien evalúa aporte a quien está siendo evaluado, y que los resultados que la evaluación arroje sean los esperados, evidenciados durante todo el proceso.
  • 42. No tomando un momento final de censura, sino todo un camino de evidencias que nos conlleven a la buena enseñanza, teniendo como fin no la satisfacción egocéntrica del evaluador, sino la satisfacción adquirida del alumno, por haber sido dotado con la iluminación del conocimiento, del saber ser, hacer y convivir; además de haber sido potencializado en lo que justamente necesitaba y esperaba: ese ideal de hombre, persona e individuo, pensante y formante, que estará preparado para las diferentes pruebas de la vida misma.
  • 43. Amaya Guerra, Jesús. (2006). Fracasos y falacias de la educación actual. Editorial Trillas. México (p. 12). Ministerio de Educación Nacional (2008). Bogotá (p. 39-40). Rosales, Carlos. (1990). Evaluar es reflexionar sobre la enseñanza. Narcea Ediciones. Madrid (p. 30). Santos Guerra, Miguel Ángel. (1998). Evaluar es comprender. Editorial Magisterio del Río de la Plata. Buenos Aires - Argentina. 1998 (p. 13-29). Universidad Pedagógica Nacional. (1987). La problemática de la evaluación escolar en Colombia. 1987 (p. 79). Consultado el 13 de enero de 2008 desde: http://600.mineduc.cl/resguardo/resg_educ/educ_norma/index.php