1. MARTES 24 DE SETIEMBRE DEL 2013
FERNANDO VIVAS
Una Iglesia que nos sirva
Marx decía que era el opio del pueblo y Max Weber la llamó el espíritu del capitalismo. En el fondo, hablaban
de lo mismo: la religión es indispensable e indisociable del sistema, le da consistencia, motor y motivo, lo
salva de la anarquía y de la anomia.
Weber demostró que la ética protestante fue funcional al desarrollo del capitalismo al santificar la propiedad, el
ahorro y el espíritu emprendedor. De esa forma, esa religión cristiana reformada sirvió, en un momento
histórico crucial, para validar el que hoy es el sistema de vida más extendido en el planeta.
Oigo a Francisco y lo siento en el umbral de una frustración infinita: el catolicismo no está sirviendo, así de
trágico. Se ha distraído en perseguir a gays y feministas, y no en ofrecer una fe funcional a otros ámbitos de la
vida trastocada por el mercado, la democracia liberal con igualdad de género, la globalización de la
corrupción.
Oigo a Francisco y también lo siento en el umbral de un catolicismo por reformar. Sin ser explícito, aludió a la
represión sexual no como virtud, sino como problema. Soy de los millones que se sienten excluidos de la
Iglesia Católica por su necio fundamentalismo focalizado en reprimir la práctica sexual. Tengo la convicción de
que ello no deriva de una satanización del sexo per se, sino que toda esa retórica de la “debilidad de la carne”
y “el pecado original” es un viejo truco para convertir a los fieles en un manojo de sentimientos de culpa. Así,
los manipulan a su antojo. Miseria del catolicismo resignarse a reinar sobre beatas metiches y machos
hipócritas.
Varias iglesias evangélicas han crecido a expensas de este catolicismo recalcitrante, gracias a que abolieron
el celibato de sus pastores y lograron así mayor empatía con su grey. Pero el catolicismo tiene catadura de
Estado, con jerarcas y embajadas, y por eso está en mejor capacidad de entenderse con los gobiernos que
algunos grupos evangélicos que caen en otros fundamentalismos.
Pero la vía del Vaticano, para afirmar su influencia en un país como el nuestro, no es aferrarse a sus
privilegios de concordato o al hermetismo de sus fueros. Por cierto, es un escándalo que el presunto pedófilo
y ex obispo auxiliar de Ayacucho Gabino Miranda no haya sido puesto a derecho por el clero, sino cesado en
secreto. El Ministerio Público debería ampliar su investigación y denunciar por encubrimiento a esos
sacerdotes que conocieron el caso el año pasado y evitaron que la justicia entrara a tallar, si había un delito
de por medio.
La vía del Vaticano, que parece insinuada en las reformas planteadas por Francisco, es respetar los avances
legislativos liberales y no oponerlos con misoginia y homofobia.
Es obvio que el cardenal Juan Luis Cipriani no piensa así. Se ha atrevido a refunfuñar por el encuentro de
Francisco con Gustavo Gutiérrez, uno de los creadores de la teología de la liberación, que sí fue un intento de
reformar la Iglesia para que sirviera y atenuara las brechas del capitalismo tercermundista.
La reforma encarnada por Gutiérrez y hoy reivindicada por Francisco me entusiasmó cuando la conocí a
través de sus discípulos, mis profesores de religión en la PUCP. Pero no es suficiente. Necesitamos, además
de una opción preferencial por los pobres y una fe con obra, una Iglesia que incluya minorías, que respete la
igualdad de género, que no reprima la sexualidad, ni sea pacata e hipócrita. Pasar de una teología de la
liberación a una teología liberal. ¿No estaré soñando?