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Constitución... ¿ Y los de la Boca!"
Cuando Sultán y su pandilla llegaron al mercado, todo el
gaterío de San Cristóbal se acomodó para no perderse ni
un detalle.
Entonces Sultán, que era un gato bastante leído y con
pretensiones de actor, alzó bien la voz, como para que
todos lo oyeran, y recitó:
- ¡Andan por ahí diciendo que en San Cristóbal hay uno con
fama de guapo!
(Todos lo miraron, pero Cacique ni miau).
Y Sultán siguió adelante:
- ¡Quiero encontrarlo para que me enseñe a mí, que soy un
pobre gato del Once, lo que es un gato de coraje!
9. Cuando Cacique se dio cuenta de que todos lo
miraban a él, como esperando algo, se quedó un
rato sin saber qué hacer. Hasta que, de repente,
pareció reaccionar y, acercándose a Sultán con
la pata extendida, le dijo:
- ¡Buenas noches, compañero! ¡Bienvenido al
barrio!
Ante semejante recibimiento, el gran Sultán, muy
sorprendido, preguntó con su voz de todos los
días:
- ¿Y a éste, que bicho le picó?
Los gatos de San Cristóbal se tapaban la cara de
vergüenza, mientras que los gatos del Once, sin
poder aguantar la risa, lo miraban a Cacique y le
hacían morisquetas.
10. Pero uno de San Cristóbal, al que le decían el Tuerto, no
soportó tanta humillación y quiso salir en defensa del
barrio:
- ¡Digan que el Cacique anda en amores, que si no, ya iban
a ver lo que es bueno!
Para qué habrá hablado.
Los del Once rodaban por el suelo de la risa. Y uno de los
que más se reía era el gran Sultán.
- ¡Jua, jua, jua! ¡Así que éste era el famoso Cacique! ¡Jua,
jua, jua! ¡Y todo por una gatita de mala muerte! ¡Si gatitas
es lo que sobra en este mundo! ¡Díganmelo a mí, que
tengo 34 hijas mujeres! ¿ Jua, jua, jua!
Pero la risa se le cortó de repente.
Porque, abriéndose paso entre todos esos gatos
peligrosísimos, despeinada y con los ojos más brillantes
que nunca, avanzaba Flor, la gatita tan de su casa, que
venía a rescatar a su Cacique de las garras del malvado
gato del Once.