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DOSSIER
                               El rompecabezas
CARLISTA
                                                                                                               46. Carlismo y
                                                                                                               contrarrevolución
                                                                                                               Jordi Canal


                                                                                                               52. La dinastía carlista
                                                                                                               Antonio Manuel Moral
                                                                                                               Roncal


                                                                                                               54. Orgía de sangre
                                                                                                               José Ramón Urquijo


                                                                                                               59. Una guerra literaria
                                                                                                               Pedro Rújula


                                                                                                               64. La apropiación
                                                                                                               nacionalista
La República pide a Figueras, jefe del Ejecutivo, que acabe con la hidra carlista (La Flaca, abril de 1873).   Jordi Canal



A la muerte de Fernando VII, los absolutistas cerraron filas tras su
hermano Carlos María Isidro y declararon la guerra al Estado liberal,
representado por Isabel II. El carlismo, afín al tradicionalismo
europeo y hoy reivindicado por muchos políticos nacionalistas,
provocó un conflicto que durante cuatro décadas ensangrentó la
Península y lastró su desarrollo económico. En el 150 aniversario de
la muerte de Don Carlos, cuatro especialistas plantean las claves
históricas de esta profunda herida
                                                                                                                                     45
Carlismo y CONTRA
Las guerras carlistas que asolaron España en el XIX hundían sus verdaderas
raíces en el rechazo ideológico al gobierno liberal. Sin embargo, el carlismo
no hubiera existido sin la legitimidad que le otorgaba su lealtad dinástica.
Jordi Canal analiza el fenómeno desde sus orígenes, en 1833, hasta el fin
de la Guerra Civil, en 1939




N
             o resulta posible comprender                                                        ginalidad, en nuestros días. Las voces
             la Historia contemporánea de                                                        “carlismo” y “carlista”, aparecidas duran-
             España sin prestar una espe-                                                        te la segunda restauración absolutista de
             cial atención al carlismo. Es-                                                      Fernando VII, entre 1823 y 1833, deriva-
te movimiento contribuyó a provocar dos                                                          ban del nombre del infante Carlos Ma-
guerras civiles en el siglo XIX: la Prime-                                                       ría Isidro de Borbón –el que iba a con-
ra Guerra Carlista (1833-1840) y la Se-                                                          vertirse en el rey Carlos V de los legiti-
gunda (1872-1876). Participó, asimismo,                                                          mistas– y designaban la forma evolucio-
en numerosas insurrecciones, algaradas,                                                          nada de unas corrientes preexistentes, cu-
pronunciamientos y conflictos bélicos                                                            ya principal materialización había sido el
menores. Y, ya en el siglo XX, sus parti-                                                        realismo. Aunque fue a partir de 1833
darios se unieron al bando insurrecto en                                                         cuando el carlismo adquirió fuerza y pro-
la Guerra Civil española (1936-1939). El                                                         tagonismo, su surgimiento debe ser in-
carlismo consiguió movilizar a millares                                                          sertado en la continuidad de los movi-
de hombres e implicar a otras tantas fa-                                                         mientos realistas, que hunden sus raíces
milias. Su protagonismo no se limitaría,                                                         en los conflictos de principios del siglo
no obstante, al terreno armado. Los car-      Portada de la Constitución española de 1837,
                                                                                                 XIX y tienen sus primeras manifestacio-
listas defendieron sus ideas en libros y      bajo la regencia de María Cristina, que presenta   nes importantes en la década de 1820.
periódicos, crearon centros políticos y       a Isabel II como defensora de la libertad.            La cuestión dinástica, que enfrentó a los
sindicatos y participaron en las eleccio-                                                        partidarios de Isabel II y a los de su tío
nes, ocupando un número no despre-            –piénsese, por ejemplo, en el realismo             Carlos María Isidro, no alcanza a explicar
ciable de escaños en las Cortes españo-       del Trienio Liberal, un movimiento que             por sí sola el nacimiento y la prolonga-
las. También dieron lugar, lógicamente,       se encuentra en la línea que más ade-              da vida del carlismo. Los millares de car-
como todas las culturas políticas impor-      lante retomaría el carlismo–, aunque sí,           listas que combatieron, en los campos de
tantes, a mitos, ritos y memorias.            sin ningún lugar a dudas, la más im-               batalla o en la arena política, y los que en
   El carlismo forma parte de esta cate-      portante en todos los sentidos. De ahí             el empeño perdieron la vida, no lo hi-
goría más general que se ha venido a          que, en la Historia española, especial-            cieron por la persona de un Rey, sino por
denominar contrarrevolución, presente         mente para el siglo XIX, contrarrevolu-            lo que la figura de este Rey encarnaba,
en el siglo XIX en la mayor parte de los      ción y carlismo se hayan convertido fre-           esto es, una determinada visión del mun-
Estados de Europa occidental. Liberalis-      cuentemente en sinónimos.                          do y los proyectos posibles para su ma-
mo y revolución eran los principales                                                             terialización. Sin embargo, la dinastía y
enemigos de estos movimientos contra-         Dios, Patria, Rey                                  los diferentes pretendientes se converti-
rrevolucionarios. El carlismo no sería, sin   El carlismo es un movimiento sociopolí-            rían en piezas esenciales, en un plano
embargo, la única modalidad de con-           tico de carácter antiliberal y antirrevolu-        simbólico y emblemático, del movimien-
trarrevolución desarrollada en España         cionario, surgido en las postrimerías del          to. El carlismo sin Carlos –Carlos V, Car-
                                              Antiguo Régimen y que pervive todavía,             los VI, Carlos VII o Alfonso Carlos I– o sin
JORDI CANAL es investigador, EHESS, París.    aunque en una posición de franca mar-              Jaime, por consiguiente, tampoco hubie-

46
EL ROMPECABEZAS CARLISTA




RREVOLUCIÓN
                        El semanario La Risa
                denunció con esta caricatura
               la alianza entre carlistas y los
                  sectores más reaccionarios
                            del clero español
                        (15 de junio, 1872).




                                                  47
ra podido existir. Es una simple ilusión                                                          de cuatro décadas y media, como con-
historiográfica. No puede olvidarse que                                                           secuencia del enfrentamiento perma-
el carlismo fue, aunque no de manera ex-                                                          nente entre carlistas y liberales, se su-
clusiva, un movimiento legitimista.                                                                cedieron guerras y otros conflictos. Po-
   La causa carlista expresaba el man-                                                              dría incluso hablarse para esta época
tenimiento de la tradición y el comba-                                                               de la Historia española de una larga
te con el liberalismo y todo aquello que                                                             guerra civil, discontinua pero persis-
éste significaba y comportaba, tanto en                                                              tente, en la que se alternaban perío-
la realidad como a nivel abstracto. Dios,                                                            dos de combate abierto, conatos in-
Patria y Rey, con el añadido tardío de                                                              surreccionales, exilios y etapas de tran-
Fueros –siempre en el estricto sentido de                                                          quilidad más aparentes que reales.
libertades tradicionales, que excluye cual-                                                          Tanto la Primera Guerra Carlista o
quier lectura en clave autonomista o na-                                                          Guerra de los Siete Años (1833-1840) co-
cionalista– constituían los pilares sobre                                                         mo la Segunda (1872-1876) se desarro-
los que se alzaba un ideario que conte-                                                           llaron en momentos muy críticos, per-
nía un notable grado de inconcreción. Es-      Fernando VII y su hermano Carlos María
                                                                                                  ceptibles como potencial o efectiva-
ta circunstancia facilitó la coexistencia en   Isidro, que reclamaría su derecho al trono         mente revolucionarios. La primera, du-
el interior del carlismo de sectores so-       frente a Isabel II, Madrid, Biblioteca Nacional.   rante la regencia de María Cristina de
ciales heterogéneos y de opciones dis-                                                            Nápoles, viuda de Fernando VII, en ple-
tintas, unidas frente a otras opciones con-    ocurrió en algunas provincias andaluzas            no proceso terminal de crisis del Anti-
sideradas como enemigas y, pues, ame-          durante la Segunda República. En toda              guo Régimen y de despliegue de la Re-
nazantes. El movimiento destacó por su         la larga vida del carlismo existe una más          volución liberal –los vínculos de la pri-
elasticidad, convirtiéndose en el núcleo       que evidente continuidad, tanto desde              mera carlistada con las luchas de los rea-
de diversas amalgamas contrarrevolucio-        el punto de vista del ideario como de las          listas en el Trienio Liberal y de los agra-
narias formadas en las décadas centra-         adhesiones, de las estructuras y de las            viados en 1827 resultan, en este marco,
les del siglo XIX y durante los años de la     herencias. Una misma cultura política,             más que obvios–. La segunda, en el Se-
Segunda República (1931-1939).                 en continua reelaboración –como todas,             xenio Democrático (1868-1874), un tur-
                                               no es ningún secreto–, ha nutrido a es-            bulento período que empieza con el
Núcleos en el Norte y el Este                  te movimiento.                                     destronamiento de Isabel II y que com-
Las principales zonas de implantación             La etapa delimitada por los años 1833           prende la monarquía de Amadeo I
del carlismo se encontraban en el Nor-         y 1876 constituye la de mayor presencia            –combatido con saña por los carlistas,
te de España, especialmente en el País         e importancia del carlismo en España.              como enemigo del Papado, por la ac-
Vasco, Navarra y Cataluña, aunque tam-         Fue el tiempo de las carlistadas. A lo largo       tuación de la casa de Saboya durante la
bién con núcleos destacados en Valen-                                                             unificación italiana– y la corta expe-
cia y en Aragón. La geografía del mo-                                                             riencia de la Primera República. Ambas
vimiento se mantuvo, aparentemente,                                                               contiendas tuvieron su campo de ope-
casi inalterable con el paso de las dé-                                                           ración fundamental en la España sep-
cadas, variando sólo en el volumen de                                                             tentrional, llegándose a crear en el País
los apoyos. El territorio carlista por ex-                                                        Vasco y en Navarra, en algunas fases,
celencia fue el Norte peninsular, espe-                                                           verdaderos Estados carlistas. Estas gue-
cialmente afectado a principios del siglo                                                         rras concluyeron con importantes mo-
XIX por amplios e intensos procesos de                                                            vimientos de éxodo político.
transformación económica, social y, sin
duda, también cultural.                                                                           Carlistada en Cataluña
   Con el tiempo, la movilización se con-                                                         Entre las guerras de los años treinta y de
centraría en zonas concretas –destacan-                                                           los setenta, aparte de múltiples y varia-
do, entre todas, Navarra–, sometidas a                                                            dos intentos insurreccionales –en 1855 o
un intenso proceso de carlistización. En                                                          en 1860, durante el reinado de Isabel II,
estos lugares se dieron las condiciones                                                           en 1869 o en 1870, en los inicios del Se-
óptimas para que el carlismo constru-                                                             xenio Democrático, por sólo citar los más
yese su propio microcosmos, para que                                                              importantes–, tuvo lugar la Guerra de los
se pensase auténticamente como con-                                                               Matiners (1846-1849), que solamente
trasociedad, sin que la inaccesible po-                                                           afectó a Cataluña. Pese a que este con-
sesión del Estado destruyese nunca un                                                             flicto haya recibido por parte de algunos
mito de raíz victimizante. Otras zonas                                                            historiadores la denominación de Se-
podían incorporarse de manera más o                                                               gunda Guerra Carlista –especialmente en
menos coyuntural, sin embargo, a esta          Isabel II, con su madre María Cristina,            Cataluña, en donde sí constituye una au-
geografía, siempre en función de inten-        durante su minoría de edad, recibió el apoyo       téntica carlistada como las otras, o bien
sos procesos de proselitismo, tal como         de los liberales, Madrid, Biblioteca Nacional.     en medios próximos al carlismo, con el

48
CONTRARREVOLUCIÓN
                                                                                         EL ROMPECABEZAS CARLISTA




Caricatura en la que aparecen el legitimista francés Chambord y Carlos VII, publicada en La Flaca, en septiembre de 1863.

ánimo de acrecentar el número de con-            carlistas. El modelo preferido, en cual-         lista significó el final del carlismo bélico,
flictos bélicos (una tendencia que ha            quier caso, únicamente pudo ser des-             si descontamos, evidentemente, el mo-
conducido a algunos autores incluso a            plegado en su totalidad en algunos mo-           vimiento aislado de octubre de 1900 –la
referirse a una cuarta guerra carlista, con-     mentos y en algunos territorios. El pa-          denominada Octubrada– y la destacable
siderando como tal el fratricidio de 1936-       so de la formación de partidas a la cons-        participación carlista en el bando suble-
1939)–, debe reservarse este último ape-         trucción de un Ejército carlista, igual que      vado en julio de 1936. En todo caso, en
lativo para designar la Guerra Civil que         la de un Estado, requería unas condi-            1876 se quebró la última gran amalgama
vivió España entre los años 1872 y 1876.         ciones determinadas. Se consiguió en las         contrarrevolucionaria nucleada por el
Aconsejan esta opción sobre todo las             guerras de 1833-1840 y 1872-1876, de             carlismo. Los nuevos gobernantes de la
sensibles diferencias que la guerra de fi-       manera muy especial en el Norte, y se            Restauración (1875-1923) invirtieron es-
                                                                                                  fuerzos ingentes, tanto en lo humano co-
Durante los dos conflictos principales,                                                           mo en lo material, en dar fin a la suce-
                                                                                                  sión de conflictos con el carlismo como
se crearon en ocasiones, en el País Vasco                                                         protagonista. Los frutos fueron, a la pos-
y Navarra, verdaderos Estados carlistas                                                           tre, positivos. La Restauración ofreció un
                                                                                                  período de estabilidad extraordinario en
nes de la década de los años cuarenta            intentó, con grados diferentes de apro-          la España contemporánea. Una época de
presenta con respecto a la primera y a la        ximación, en múltiples ocasiones. Las            la historia del carlismo, la de las carlis-
segunda carlistadas, tanto por el hecho          partidas, la guerra de guerrillas y las in-      tadas, la de la lucha de carácter dual con
de circunscribirse solamente a una par-          surrecciones a campo abierto resultaron,         el liberalismo, había terminado.
te de Cataluña como por las dimensio-            por consiguiente, las formas más típicas
nes y características de la movilización.        de la violencia carlista. Echarse al mon-        La Europa blanca
   La formación de partidas que con-             te, que aludía explícitamente al compo-          El carlismo fue, como hemos visto, la
fluían en un Ejército Real se convirtió en       nente rural que enmarcaba la lucha en            principal expresión en España de los mo-
el modelo clásico e ideal de la movili-          aquellos tiempos, fue un ejercicio repe-         vimientos contrarrevolucionarios del si-
zación carlista. La excepción fue la Or-         tido hasta la saciedad. La independen-           glo XIX. El combate contra el liberalismo
tegada, en 1860, una tentativa fallida de        cia y la movilidad de las partidas eran la       y las respectivas revoluciones liberales
desembarco en la costa catalana que,             clave de su éxito, pero también un se-           los unía e identificaba. La contrarrevolu-
al modo de un pronunciamiento, dirigió           rio obstáculo para su control y encua-           ción, tanto a nivel del pensamiento co-
el capitán general de las Baleares, Jaime        dramiento. Por esta razón, en momen-             mo en el de la acción, constituía una
Ortega, y que supuso, entre otras cosas          tos de debilidad en la dirección del mo-         reacción ante la revolución, más o me-
más, la captura del pretendiente Car-            vimiento, como ocurrió después de ca-            nos real, más o menos imaginaria, con
los VI, conde de Montemolín, y de su             da una de las dos grandes carlistadas, las       la que llega a establecer una relación
hermano Fernando. El movimiento ti-              partidas podían derivar en simples fe-           dialéctica, condicionando las evolucio-
po 1860 constituye una rareza en el mar-         nómenos marginales o de bandolerismo.            nes tanto de una como de la otra. Una
co de las formas de violencia política              La derrota en la Segunda Guerra Car-          reacción que, de todas maneras, no

                                                                                                                                            49
El proceso de reclutamiento y adoctrinamiento de soldados carlistas, satirizado en una secuencia publicada por La Flaca en enero de 1873.

significaba una simple vuelta al Antiguo        unificación –en especial en el reino de          nómicas recibidas y varios los legitimis-
Régimen, sino que contaba con una ide-          Nápoles, con la dinastía de los Borbones         tas extranjeros que lucharon en el bando
ología y un proyecto social propios.            a la cabeza– en el siglo XIX, conforma-          carlista durante la Guerra de los Siete
   En Portugal se desarrolló en el siglo        ron las principales expresiones de la con-       Años, como muchos fueron los carlistas
XIX el miguelismo, un movimiento con            trarrevolución. El Risorgimento contiene         –sobresalen los nombres de Rafael Tris-
evidentes parentescos de todo tipo con          también, aunque a veces no se quiera re-         tany, José Borges y Francisco Savalls– que
el carlismo. Como en España, las ten-           conocer, altas dosis de conflictividad ita-      combatieron en Italia durante la etapa de
siones entre revolución y contrarrevo-          lo-italiana. Francia, finalmente, es sin du-     entreguerras, entre 1840 y 1872. El con-
lución marcaron el trienio de 1820-1823         da el caso más conocido. Las insurrec-           de francés Henri de Cathelineau, en par-
y abocaron, años después, a una gue-            ciones de La Vendée y de los chouans             ticular, constituye un excelente ejemplo
rra civil, entre 1828 y 1834 –y, muy es-        contra la Revolución Francesa tuvieron           de la movilidad blanca. Descendiente de
pecialmente, entre 1832 y 1834–, que en-        sus continuaciones, ya en pleno siglo            una de las principales familias vendeanas
frentó a miguelistas y liberales. Los par-      XIX, en el legitimismo de la duquesa de          que combatieron al jacobinismo, parti-
tidarios del absolutista rey Miguel I te-       Berry y del conde de Chambord.                   cipó en su juventud en la sublevación de
nían como lema Deus, Patria, Rei. La de-           Las conexiones entre unos movimien-           la duquesa de Berry, en 1832, incorpo-
rrota de 1834 no significaría, sin embar-       tos contrarrevolucionarios y otros fueron        rándose al cabo de poco tiempo a las fi-
go, el final del combate miguelista. En         permanentes en tierras europeas, po-             las miguelistas en Portugal y, después,
Italia, las insurrecciones de Viva María en     niendo las bases para la existencia infor-       a las carlistas en España. Años más tarde,
Toscana y de los Sanfedistas en el Sur a        mal, en las décadas centrales del Ocho-          en 1860, estaba en Roma organizando un
finales del siglo XVIII, así como los dis-      cientos, de una especie de internacional         cuerpo autónomo de legitimistas extran-
tintos movimientos de resistencia a la          blanca. Bastantes fueron las ayudas eco-         jeros, y en 1861 se encontraba al servicio

50
CONTRARREVOLUCIÓN
                                                                                        EL ROMPECABEZAS CARLISTA



de los Borbones napolitanos; en 1872, fi-
nalmente, podemos localizarlo en la fron-
tera franco-española, colaborando en los
preparativos del alzamiento que daría pa-
so a la Segunda Guerra Carlista.
   A diferencia de los otros movimien-
tos contrarrevolucionarios de Europa oc-
cidental, el carlismo sobrevivió con una
cierta fuerza tras la etapa de crisis que
éstos vivieron en los años sesenta, se-
tenta y ochenta del siglo XIX. El migue-
lismo pasó a convertirse en marginal en
el mapa político portugués a mediados
de siglo, después de las insurrecciones
de Maria da Fonte y de Patuleia a finales
de la década de los años cuarenta, y con
la instauración del régimen de la Rege-
neraçao en 1851. En Italia, la unificación
acabó con las resistencias al ascenso del
liberalismo integrador y conquistador. El
brigandaggio napolitano constituyó la úl-
tima de las expresiones contrarrevolu-
cionarias. En Francia, finalmente, el le-
gitimismo recibió un duro golpe como
consecuencia del conocido como grand
refus de 1873 y, más adelante, con la
muerte del conde de Chambord –el pre-
tendiente Enrique V–, que provocó la
dispersión de sus partidarios, adhirién-
dose al conde de París o a los blancos
de España o, simplemente, sucumbien-
do a la desmovilización. El carlismo,
mientras tanto, tras la derrota en los cam-
pos de batalla de 1876, volvería a recu-
perar una notable presencia en la socie-
dad española, aunque nunca compara-           La última ocasión en que los carlistas participaron en una guerra civil fue al lado de Franco, en
ble a la de la etapa de las carlistadas. La   1936-1939, aunque fueron los vencidos entre los vencedores. Ilustración de Sáenz de Tejada.
larga pervivencia del carlismo resulta, en
este sentido, excepcional.                    excepcional devolvería al carlismo a las            El “triunfo” carlista en 1939 escondía,
                                              andadas: la Segunda República y la Gue-           sin embargo, el inicio de su “derrota”.
Después de las carlistadas                    rra Civil de 1936-1939. Los carlistas se          El “triunfo” comportó una notoria des-
En 1876 empezaba para los carlistas una       contaron entre los vencedores de 1939.            movilización –suma de desengaños, pe-
etapa nueva, en la que la política iba a      Por primera vez en un siglo, no sufrían           ro sobre todo de convencimiento de
ocupar el lugar de la lucha armada y en       una derrota. A diferencia de otros con-           que la revolución había sido definiti-
la que este movimiento debería abando-        flictos anteriores, sin embargo, el car-          vamente aplastada–, una sensación en-
nar su posición de alternativa global al      lismo no conformaba uno de los bandos             tre amplios sectores de ser los venci-
sistema liberal en España y convertirse en    en liza, sino que constituía una parte de         dos entre los vencedores, y, sobre to-
un grupo más entre los que competían          uno de los dos bloques enfrentados. La            do, el final del mito victimizante que
políticamente dentro de este sistema          guerra de 1936-1939 no fue otra guerra            había cultivado el carlismo durante más
–aunque fuese pensando siempre en su          carlista. El carlismo había vivido en los         de un siglo. La “derrota” consistió en
cada vez más lejana e improbable des-         años treinta una etapa de crecimiento,            un proceso imparable de marginación,
trucción–, desde los conservadores has-       en la que nucleó nuevamente una amal-             al que factores internos como las pug-
ta los socialistas, pasando por los nacio-    gama contrarrevolucionaria. Sus límites           nas entre tendencias, y factores gene-
nalismos catalán y vasco. El carlismo se      eran, sin embargo, evidentes, explican-           rales como las evoluciones de la so-
mostró capaz de adaptarse mínimamen-          do la necesaria y convencida participa-           ciedad española o el Vaticano II, tam-
te a las transformaciones políticas y so-     ción en un conjunto superior para de-             bién contribuyeron. El resultado de to-
ciales de la España de la Restauración; de    rribar la República y hacer frente a la           do lo anterior es el carlismo de hoy, re-
modernizarse, al fin y al cabo.               amenazante –en su particular perspecti-           ducido, dividido y marginal, pero to-
   Únicamente un momento crítico              va– revolución.                                   davía existente.                       ■

                                                                                                                                            51
Monarcas sin trono
                                                                            Francisco de Asís de Borbón         luchando bajo sus banderas
     D     entro de la ideología legitimista, la Corona fue una de las
           instituciones más importantes de su sistema político, y sus
     titulares lideraron el movimiento en los siglos XIX y XX.
                                                                            frustró ese proyecto y fue una
                                                                            de las causas del estallido de
                                                                                                                en la última Guerra Carlista.

                                                                            la llamada por algunos Segun-       María Beatriz de Austria-Este
                                                                            da Guerra Carlista (1846-           (1824-1906)
     Carlos (V) María Isidro de         María Teresa de Braganza            1849) o Guerra dels Matiners.       Archiduquesa de Austria, hija
     Borbón y Borbón (1788-1855)        y Borbón (1793-1874)                A pesar de sus intentos por         de Francisco IV, duque sobera-
                         Infante de                         Infanta de      pasar la frontera, nunca pudo       no de Módena, Reggio y Mi-
                         España.                            Portugal y      unirse a sus fuerzas que fue-       randola, contrajo matrimonio
                         Educado co-                        España, hija    ron derrotadas finalmente, lo       en 1847 con el infante don
                         mo un prín-                        primogénita     que provocó una crisis que le       Juan de Borbón. Su catolicis-
                         cipe católi-                       de los reyes    llevaría a renunciar brevemen-      mo tradicional y sus opiniones
                         co, asumió                         Juan VI de      te a sus derechos. En 1860,         contrarrevolucionarias marca-
                         los ideales                        Braganza y      tras el frustrado levantamiento     ron su vida, centrada en la
                         contrarrevo-                       de Carlota      militar de San Carlos de la Rá-     educación de sus hijos y en
                         lucionarios                        Joaquina de     pita, Carlos Luis fue capturado     actividades benéficas. Escrito-
     desde muy joven, siendo consi-     Borbón, fue más conocida con        por las fuerzas isabelinas y        ra incansable de literatura reli-
     derado el heredero de su her-      el título de princesa de Beira.     obligado a renunciar a sus de-      giosa, se retiró al convento de
     mano Fernando VII, con quien       Contrajo primeras nupcias con       rechos. Murió al año siguiente      monjas carmelitas de Graz
     siempre estuvo estrechamente       el infante don Pedro Carlos en      sin sucesión directa.               (Austria).
     unido hasta el conflicto dinás-    1810, de cuya unión nació su
     tico provocado por el naci-        único vástago, el infante don       María Carolina de Borbón            Fernando de Borbón y Braganza
     miento de la futura Isabel II en   Sebastián Gabriel, futuro gene-     y Borbón (1820-1861)                (1824-1861)
     1830. Defensor de sus dere-        ral carlista. En 1821 se trasla-    Princesa de las Dos Sicilias,                          Infante de
     chos dinásticos y de los de sus    dó a España, donde pronto se        contrajo matrimonio con                                España, vi-
     hijos, fue exiliado discreta-      conocieron sus ideas contrarre-     el conde de Montemolín en el                           vió la mayor
     mente a Portugal y Gran Breta-     volucionarias y tradicionalistas.   Palacio Real de Caserta, en                            parte de su
     ña con su familia. Se trasladó     Acompañó en el exilio a su her-     Nápoles, en 1850. De carác-                            vida en el
     clandestinamente a España en       mana y sobrinos, contrayendo        ter dócil, apoyó las aspiracio-                        exilio en di-
     1834, liderando a sus defen-       nuevo matrimonio con su cuña-       nes políticas de su marido,                            versos
     sores tradicionalistas y católi-   do don Carlos María Isidro en       asistiendo al final de sus días                        países eu-
     cos durante la Primera Guerra      1838. De carácter decidido y        a la caída de la dinastía de los                       ropeos. Fiel
     Carlista (1833-1840). Exiliado     tenaz, se opuso a cualquier         Borbones de los tronos de las       a su padre y a su hermano
     y vigilado en Francia, firmó su    claudicación política en los        Dos Sicilias y Parma, como          Carlos VI, participó en el in-
     abdicación en su hijo mayor en     años de exilio, animando a la       consecuencia del proceso de         tento de San Carlos de la Rá-
     1845, aconsejado por algunos       lucha y la resistencia a los car-   unidad italiano.                    pita. Las muertes de don Fer-
     líderes legitimistas y el papa     listas. Tras la muerte de Car-                                          nando, el 1 de enero de 1861
     Gregorio XVI, retirándose al       los VI y las declaraciones libe-    Juan (III) de Borbón y Braganza     y, doce días más tarde, de su
     Piamonte y, más tarde, a Tries-    rales de Juan III, firmó su fa-     (1822-1887)                         hermano Carlos Luis y su cu-
     te, donde falleció.                mosa Carta a los españoles,         Conde de Montizón. Las dife-        ñada, provocaron rumores so-
                                        donde declaró la legitimidad        rencias entre su esposa, tradi-     bre un posible triple envene-
     María Francisca de Asís de         de ejercicio por encima de la       cionalista católica, y su pensa-    namiento, pese al anuncio ofi-
     Braganza y Borbón (1800-1834)      de origen, invalidando la candi-    miento, cada vez más liberal,       cial de fallecimiento por tifus.
                       Infanta de       datura de su hijastro y presen-     motivaron una discreta separa-
                       Portugal y       tando a su nieto Carlos VII co-     ción. Lingüista, deportista, in-    Carlos (VII) María de los
                       España, con-     mo candidato al trono español.      cansable viajero, fue conocido      Dolores de Borbón
                       trajo matri-                                         en su tiempo por su amplia          y Austria-Este (1848-1909)
                       monio con el     Carlos (VI) de Borbón               cultura. En 1860 declaró                                Duque de
                       infante don      y Braganza (1818-1861)              abiertamente sus deseos de                              Madrid, fue
                       Carlos María                        Conde de         ser reconocido como rey de                              uno de los
                       Isidro en                           Montemolín.      España, aceptando el régimen                            monarcas
                       1816. Junto                         En 1845          constitucional. La princesa de                          más popula-
     a su hermana, la princesa de                          publicó un       Beira y otros destacados jefes                          res de los
     Beira, y su esposo formaron                           manifiesto       carlistas le solicitaron que                            carlistas.
     un partido cortesano contra-                          conciliador      aceptara los principios tradi-                          Con la publi-
     rrevolucionario y enemigo de                          con el pro-      cionales o que abdicara en su                           cación de su
     cualquier transacción con el                          grama míni-      hijo mayor. Don Juan se negó        primer manifiesto, en 1869,
     liberalismo durante el reinado                        mo del car-      a ello, reconociendo pública-       comenzó una nueva oportuni-
     de Fernando VII. Falleció en       lismo, con la intención de ha-      mente a Isabel II tres años         dad para las armas legitimis-
     el exilio en Gran Bretaña          cer realidad un posible enlace      más tarde. Tras una serie de        tas. Tras una frustrada intento-
     donde fue enterrada con ho-        con su prima Isabel II. La bo-      frustradas iniciativas políticas,   na de alzamiento, intentó con-
     nores de reina.                    da de la reina de España con        abdicó en su hijo en 1868,          fiar el movimiento al general



52
EL ROMPECABEZAS CARLISTA




Ramón Cabrera. Ante la negati-      de Braganza (1852-1941),             muerte de su tío don Alfonso        de rey por Franco, finalizó su
va de éste, Carlos VII asumió la    asumió la dirección de las           Carlos I, en ella recaerían –se-    etapa de colaboración con el
dirección en la Asamblea de         fuerzas legitimistas en el fren-     gún sus partidarios– los dere-      régimen franquista, situándose,
Vevey. En 1872 estalló una in-      te de Cataluña y el Maestrazgo       chos de la rama en litigio.         junto a la mayor parte de su fa-
surrección en Navarra y el País     durante la última Guerra Car-                                            milia, en la oposición política,
Vasco que dio lugar a la última     lista. A la muerte de su sobri-      Carlos (VIII) de Habsburgo          asumiendo postulados propios
Guerra Carlista que se extendió     no don Jaime, fue reconocido         y Borbón (1909-1953)                del socialismo autogestionario.
por otras regiones. La procla-      como monarca por los carlis-                             Archiduque      El movimiento carlista se divi-
mación del joven monarca Al-        tas, aceptando la participación                          de Austria,     dió nuevamente y Carlos Hugo
fonso XII y el reconocimiento       de las unidades de requetés                              hijo menor      asumió la dirección de un nue-
por el Vaticano del nuevo régi-     en el alzamiento del 18 de ju-                           de la infanta   vo Partido Carlista que se incor-
men canovista afectaron a la        lio de 1936. Murió sin suce-                             doña Blan-      poró a la Junta Democrática de
causa carlista, que fue derrota-    sión en septiembre de ese                                ca, fue reco-   España (15 de septiembre de
da por las armas en 1876. Car-      mismo año, atropellado por un                            nocido como     1974) junto al Partido Comu-
los VII abandonó el país y co-      camión en Viena.                                         heredero de     nista y otras agrupaciones de
menzó una serie de viajes por                                                                los derechos    izquierda, y a la Plataforma de
el mundo hasta 1885, en que         Jaime (III) de Borbón y Borbón       dinásticos de la rama legiti-       Convergencia Democrática (20
decidió reasumir la dirección       (1870-1931)                          mista por aquellos carlistas        de abril de 1975). Tras las
del movimiento y apoyar los in-                         Educado rí-      que no aceptaron la regencia        elecciones de 1979, el desca-
tentos de reorganización del                            gidamente        ni la candidatura de los Bor-       labro electoral de su partido le
marqués de Cerralbo.                                    en diversas      bón-Parma. Contrajo matrimo-        llevó a renunciar a su jefatura y
                                                        academias        nio con Cristina Satzger de         dirección política. Tras separar-
Margarita de Borbón-Parma                               militares de     Bálványos en 1938, con la           se de su esposa, se trasladó a
(1847-1893)                                             Austria y Ru-    que tuvo dos hijas, Alejandra e     Estados Unidos, impartiendo
                   Hija de Fer-                         sia, fue ofi-    Inmaculada.                         clases en la Universidad de
                   nando Car-                           cial del ejér-                                       Harvard. En 2002 cedió el ar-
                   los III, du-                         cito zarista,    Javier (I) de Borbón-Parma          chivo histórico de los Borbón-
                   que de Par-      participando en las guerras de       y Braganza (1889-1977)              Parma al Ministerio de Cultura.
                   ma, y de la      China (1900) y ruso-japonesa         Duque de Parma, casado en
                   princesa Lui-    (1903-1904). Cuando sucedió          1927 con Magdalena de Bor-          Irene de Orange-Nassau (1939)
                   sa de Fran-      a su padre, halló el movimiento      bón-Bousset (1898-1984),            Princesa de Lippe-Biesterfeld,
                   cia. Contrajo    carlista dividido y demasiado        asumió la regencia al fallecer      hija de la reina Juliana de los
                   matrimonio       débil para intentar una nueva        don Alfonso Carlos I en 1936,       Países Bajos y del príncipe
con Carlos VII en 1867, organi-     insurrección, por lo que apoyó       adoptando un difícil equilibrio     Bernardo. Tras su matrimonio
zando labores de asistencia         su participación electoral y par-    a favor de la oposición mode-       en 1964, en Roma, con Carlos
médica y beneficencia en el         lamentaria en España. Durante        rada y a la expectativa del ré-     Hugo, tuvo cuatro hijos: Carlos
campo carlista durante la gue-      la I Guerra Mundial (1914-           gimen franquista. Tras la II        Javier (1970), los infantes ge-
rra de 1872-1876, por lo que        1918), el carlismo se escindió       Guerra Mundial, don Javier in-      melos Margarita y Jaime
fue reconocida como “el ángel       en dos bandos: el jaimista, par-     tentó evitar la desunión entre      (1972) y María Carolina
bueno”. Sufrió con coraje con-      tidario de la neutralidad, y el      las diversas familias carlistas,    (1974). Tras su divorcio en
tinuas infidelidades matrimo-       germanófilo, acaudillado por         asumiendo la titularidad de los     1981, ha vivido totalmente
niales de su esposo, lo que au-     Vázquez de Mella. El 6 de mar-       derechos dinásticos en 1957.        alejada de la vida política y
mentó su popularidad entre las      zo de 1925, don Jaime dio a          El 20 de abril de 1975 anun-        oficial de la Corte holandesa.
masas carlistas.                    conocer un manifiesto crítico        ció oficialmente su abdicación
                                    con la dictadura de Primo de         a favor de su hijo Carlos Hugo,     Sixto Enrique de Borbón
Berta de Rohan-Guémenée             Rivera, lo cual fragmentó aún        pese a sus diferencias ideoló-      Parma (1940)
(1860-1945)                         más la débil unidad de los car-      gicas.                              Enfrentado a la línea ideológi-
Contrajo matrimonio con Car-        listas. Antes de fallecer soltero                                                           ca de su her-
los VII en 1894, residiendo en      y sin sucesión directa, firmó un     Carlos Hugo (I) de                                     mano Carlos
el palacio Loredán de Venecia.      prudente manifiesto ante la          Borbón-Parma (1930)                                    Hugo –el so-
Numerosos carlistas criticaron      proclamación de la Segunda                              Duque de                            cialismo au-
su influencia sobre el preten-      República, aconsejando a sus                            Parma, estu-                        togestiona-
diente, acusándola de provocar      fieles que ayudaran, sobre to-                          dió Ciencias                        rio–, se le ha
el alejamiento físico del prínci-   do, al mantenimiento del orden                          Económicas                          relacionado
pe don Jaime y su soltería, al      público.                                                en la Univer-                       continua-
negarse a favorecer su matri-                                                               sidad de Ox-                        mente con
monio con una princesa de           Blanca de Borbón (1868-1949)                            ford y Cien-     grupos de extrema derecha.
sangre real.                        Primogénita de Carlos VII,                              cias Políti-     Algunos carlistas trataron de
                                    contrajo matrimonio en 1889                             cas en la        presentarlo en los años sesen-
Alfonso Carlos (I) de Borbón        con Leopoldo Salvador de             Sorbona y fue presentado como       ta como pretendiente frente a
y Austria-Este (1849-1936)          Habsburgo (1863-1931), ar-           príncipe de Asturias por su pa-     su hermano.
Duque de San Jaime, fue ofi-        chiduque de Austria-Toscana,         dre en Montejurra, el 5 de ma-
cial zuavo del ejército pontifi-    con el que tuvo diez hijos. A la     yo de 1957. Tras la proclama-       ANTONIO MANUEL MORAL RONCAL
cio. Casado, desde 1871, con        extinción masculina de la di-        ción de don Juan Carlos de             Profesor de la Universidad
la infanta María de las Nieves      nastía carlista en 1936, tras la     Borbón como sucesor a título                de Alcalá de Henares



                                                                                                                                                 53
ORGÍA DE
SANGRE
Durante las décadas centrales del siglo XIX, el conflicto carlista desgarró
España en un rosario de enfrentamientos. José Ramón Urquijo esboza
las principales guerras carlistas, con el telón de fondo del pulso europeo
entre potencias liberales y conservadoras



L
         a Primera Guerra Carlista fue el         Tras el fallecimiento del monarca, se         La ausencia de tropas en territorio vas-
         escenario de varios debates de        produjeron diversas sublevaciones, en         co facilitó la afirmación de la revuelta,
         fuerzas que aspiran a implantar       general articuladas sobre la movilización     hasta que el Ejército acabó con ella a fi-
         modelos políticos diferentes y,       de elementos absolutistas, en la mayoría      nales de noviembre.
en muchos casos, contrapuestos, de for-        de los casos enrolados en los batallones         Navarra marcó un nuevo carácter a la
ma radical. En ella se mezclaron quie-         de Voluntarios Realistas, que fueron con-     guerra: en noviembre de 1833, se cons-
nes aspiraban a una continuidad mo-            vocados por sus jefes naturales. En Cas-      tituyó una Junta Gubernativa de Navarra,
nárquica de acuerdo con los principios         tilla, dirigido por Merino, Cuevillas y Ba-   que acabó por conferir a Zumalacárregui
del absolutismo, quienes deseaban tí-          silio García, el levantamiento no logró       el mando de la tropa, y se empezaron a
midas reformas acordes con los nuevos          consolidarse; también fracasó en La Rio-      organizar las diversas partidas, aprove-
vientos de la política europea y quienes       ja y en el sur de Navarra, cuyo jefe San-     chando que los cristinos concentraban su
aspiraban a una transformación bajo los        tos Ladrón de Cegama fue fusilado.            atención en las vascongadas.
principios de un liberalismo más o me-                                                          El modelo inicial de lucha fue el de las
nos radical. Ni en el campo del carlismo       Rey en Vizcaya                                guerrillas realistas del Trienio, organiza-
ni en el del liberalismo, los límites es-      Los sucesos más importantes tuvieron          ciones territoriales poco interconectadas.
taban perfectamente definidos, ya que          por escenario las llamadas provincias         Desde diciembre de 1833 hasta la en-
los apoyos fueron variando a lo largo de       exentas. El 3 de octubre de 1833, un sec-     trada de don Carlos en España (julio de
la contienda, aunque había un núcleo           tor de la Diputación vizcaína proclamó        1834), Zumalacárregui tuvo el mando
claramente estable en cada bando.              rey a don Carlos, al tiempo que convo-        militar, e incluso el político, del carlismo.
   La génesis intelectual del movimiento       caba a los Paisanos Armados. El briga-        Tras la llegada del Pretendiente, mantu-
carlista español hay que situarla en los       dier Fernando Zabala, el coronel de los       vo la jefatura militar y se agudizaron las
grupos opositores a las reformas apro-         Paisanos Armados Pedro Novia de Sal-          tensiones con los poderes políticos, la
badas en Cádiz, durante la Guerra de           cedo y un prohombre local, el marqués         Camarilla del Rey y las Diputaciones.
la Independencia, oposición que se con-        de Valdespina, fueron los líderes de la          Desde el punto de vista bélico se dis-
virtió en actividad armada durante el          revuelta. En Álava, la dirección de la lu-    tinguen tres períodos: en el primero, se
Trienio Constitucional. La ausencia de         cha corrió a cargo de Valentín de Ve-         practicó la guerra de guerrillas, que per-
herederos varones de Fernando VII re-          rástegui, y junto a él aparece un vete-       mitía formar un ejército mientras se pro-
presentó la oportunidad para intentar la       rano de las luchas realistas del Trienio,     curaba el desgaste de las tropas cristinas.
toma del poder bajo una apariencia de          José Uranga. En Guipúzcoa, se estable-        Tras esta fase, se inició el control del te-
respeto a la legalidad.                        ció el tercer núcleo surgido en los pue-      rritorio rural y, en especial, de los va-
                                               blos del interior, cuyo centro se encon-      lles del Pirineo navarro que posibilitaban
JOSÉ RAMÓN URQUIJO GOITIA es miembro del       traba en Oñate. Valencia y Cataluña al-       el acceso a Francia, de donde llegaba
Departamento de Historia Contemporánea         bergaron otros focos de la sublevación,       gran parte de los suministros. La fase fi-
y director del Instituto de Historia (CSIC).   que fueron rápidamente liquidados.            nal está constituida por la ocupación de

54
EL ROMPECABEZAS CARLISTA




Una partida de Cabrera se entrega
a una bacanal, mientras fusila a un
grupo de enemigos. Cromolitografía
que ilustra la edición de 1889 de
la Historia de la Guerra Civil, de
Antonio Pirala.




las villas vascas. Los brotes de Catalu-     del sistema tan absolutista de Fernan-          La colaboración del carlismo español,
ña y El Maestrazgo no lograban conso-        do VII, pero no aceptaban las reformas       el miguelismo portugués y los absolu-
lidarse, aunque persistió la actividad de    liberales de los exiliados españoles. Jun-   tistas franceses movió a Inglaterra y
partidas que no actuaban de forma co-        to al rechazo político, se encontraba el     Francia a crear la Cuádruple Alianza en
ordinada ni estaban jerarquizadas.           de las monarquías que querían defen-         1834, entre cuyos objetivos estaba el ga-
   En junio de 1835, Zumalacárregui se       der sus posibilidades sucesorias             rantizar la victoria liberal en España y
planteó cómo continuar la guerra: avan-                                                   Portugal. Basándose en este tratado, el
zar hacia Madrid o completar el domi-        División en Europa                           Gobierno español solicitó ayuda militar
nio del territorio con la conquista de las     Iniciada la guerra, Europa se dividió      de Francia e Inglaterra, que sólo acce-
capitales vascas. Finalmente, optó por       en dos bloques, cuyas posiciones prin-       dieron al envío de las legiones de “vo-
el asedio de Bilbao, a fin de contar con     cipales las ocupaban Inglaterra y Fran-      luntarios”, pero nunca al de tropas re-
plazas importantes que posibilitaran el      cia, frente a Austria, Prusia y Rusia. Las   gulares. Don Carlos recibió algunas
reconocimiento y la concesión de em-         primeras reconocieron inmediatamente         ayudas económicas de las Cortes que se
préstitos. Durante las operaciones del       a Isabel II como reina. Las llamadas po-     mostraban hostiles al liberalismo.
sitio, una bala hirió en la pierna a Zu-     tencias conservadoras suspendieron tal          Tras la muerte de Zumalacárregui, se
malacárregui que, al cabo de diez días,      reconocimiento, al tiempo que mante-         optó por el sistema de expediciones des-
murió en Cegama. Bilbao se convirtió         nían sus embajadores en Madrid, aun-         tinadas a extender la sublevación y a
en la obsesión del carlismo en todos los     que sin comprometerse abiertamente en        coordinar a los grupos sublevados exis-
conflictos del siglo.                        su apoyo a don Carlos. Se trataba de         tentes fuera del territorio vasco. En Cas-
   Desde antes de la guerra, se advirtió     evitar que un nuevo país se decantase        tilla la Vieja, las guerrillas carlistas que-
una división entre las naciones europeas.    a favor del bloque liberal, variando el      daron eliminadas en la primavera de
Las Cortes conservadoras discrepaban         equilibrio europeo existente.                1836, cuando Merino se retiró al País

                                                                                                                                    55
GENERALES REBELDES                                Vasco. En Cataluña, la expedición de           importante victoria en el Puente de Lu-
                                                  Guergué al frente de tropas navarras lo-       chana, que ocasionó graves pérdidas a los
Tomás de Zumalacárregui
Ormáiztegui, 1788-Cegama, 1835                    gró dar cierta cohesión a las partidas ca-     carlistas. El liberalismo tenía un símbolo
De origen humilde, terminó la Guerra de la        talanas, pero el descontento de los na-        y Espartero se convertía en su caudillo.
Independencia con el grado de capitán. En         varros, que no deseaban luchar fuera de           Pero la penuria económica impidió ren-
1820, fue apartado de la escala activa por        su tierra, le obligó a regresar. Los jefes     tabilizar el éxito y permitió la recupera-
su ideología absolutista. Muerto Fernan-          que le sucedieron tampoco lograron una         ción de los carlistas, que prepararon una
do VII, se unió a las fuerzas carlistas de        eficaz organización de la lucha.               nueva expedición. En esta ocasión, el
Iturralde y pronto fue el gran jefe indiscuti-
                                                     En El Maestrazgo, Cabrera se había          mando militar lo ejerció el infante don Se-
ble del ejército carlista y llegó a contar con
                       unos 30.000 hombres        consolidado como la figura indiscutible.       bastián Gabriel, sobrino de su rey. Su ob-
                       en armas. En el sitio      Durante este período, la brutalidad de la      jetivo era poner en marcha un acuerdo
                       de Bilbao fue herido       lucha queda ejemplificada en aquel te-         secreto entre María Cristina, y don Carlos
                       en una pierna. Cuando      rritorio, en el que no llegó a estar vigente   para acabar con la guerra mediante la en-
                       los médicos se deci-       el convenio de Lord Elliot.                    trega del trono; facilitar el pronuncia-
                       dieron finalmente a           En la dirección militar se sucedieron ge-   miento de la población a favor del pre-
                       extraerle la bala, vein-
                       tiún días después, era
                                                  nerales desprovistos del carisma del mi-       tendiente y dar satisfacción a sus parti-
                       demasiado tarde y fa-      litar guipuzcoano. Durante este período,       darios extranjeros que exigían mayor de-
                       lleció.                    si bien los liberales no lograron acabar       cisión para acabar la guerra. Pero se vol-
                                                  con los carlistas, el avance de estos últi-    vió a repetir la historia de la expedición
Ramón Cabrera y Griñó                             mo fue muy limitado, pues continuaron          del año anterior. Don Carlos vagabundeó
Tortosa, 1806-Wentworth, 1877                     circunscritos prácticamente al mismo pe-       por España, se acercó a Madrid, a la que
Sus padres querían que fuera sacerdote, pe-
                                                  rímetro en que se movía Zumalacárregui.        ni siquiera intentó atacar, y se retiró rá-
ro en 1833 se unió a las partidas carlistas
del Maestrazgo. El fusilamiento de dos al-        El estancamiento les llevó a una variación     pidamente hacia territorio vasco. Este
caldes en 1836 provocó el de su madre. En         en la táctica, que para algunos se debía       nuevo fracaso pesó en el descrédito de la
represalia, replicó con una campaña tan vio-      dirigir al fomento de las expediciones que     causa carlista dentro y fuera de España.
                      lenta que se le comen-
                      zó a llamar El Tigre del
                      Maestrazgo. En 1838
                                                  Convencido del fracaso militar, Maroto
                      convirtió Morella en
                      capital de su feudo
                                                  pactó con Espartero el reconocimiento
                      montañés. Espartero         de los servicios de armas y de los Fueros
                      tomó la localidad en
                      1840 y Cabrera se exi-      permitía disminuir la presión sobre el te-        Tras el regreso a territorio vasco, se ini-
                      lió. En 1875, recono-       rritorio vasco, al tiempo que creaban o        ció un nuevo cambio de los responsa-
                      ció a Alfonso XII.          potenciaban otros frentes de lucha.            bles militares carlistas, al tiempo que los
                                                     La primera expedición importante fue        liberales parecían estabilizados bajo el
Rafael Maroto
Lorca, 1783-Chile, 1847                           la encabezada por el general Gómez, cu-        mando de Espartero.
De origen noble, participó en la Guerra de la     yo objetivo inicial era crear un foco bé-         Entre los liberales se discutía abierta-
Independencia y luego fue enviado a Améri-        lico en Asturias. La impotencia de los li-     mente la necesidad de una transacción
ca a luchar contra los independentistas. En       berales para frustrar sus correrías tuvo re-   para finalizar la guerra, al objeto de evi-
                      1835, era jefe de las       percusiones interiores y exteriores. En el     tar un mayor desgaste, y lograr que la
                      fuerzas carlistas en Viz-   interior, asistimos al movimiento juntista     prosecución del conflicto facilitase el sur-
                      caya. Llamado de nue-
                                                  de 1836, que acusaba al Gobierno de in-        gimiento de movimientos radicales. Des-
                      vo en 1838, fue jefe
                      supremo del ejército. A     capacidad o connivencia con el enemigo,        de este momento, tomó cuerpo la idea
                      pesar de la oposición       a fin de pactar el fin de la guerra mediante   del factor foral como medio de pacifica-
                      de don Carlos, firmó el     concesiones políticas en perjuicio de los      ción, coincidiendo con un claro agota-
                      convenio de Vergara.        liberales exaltados. En el plano interna-      miento de la vía militar y fuertes tensio-
                      Murió en Chile durante      cional, la expedición de Gómez proyec-         nes entre los partidarios de don Carlos.
                      un viaje privado.           tó la imagen de la capacidad del Ejérci-
                                                  to carlista para luchar en campos de ba-       Protestas por los ojalateros
Manuel Ignacio Santa Cruz
Guipúzcoa, 1842-Pasto (Colombia), 1926            talla diferentes a los de las montañas en      En la primavera de 1838 se produjeron
                    El cura Santa Cruz ini-       que se hallaban recluidos. Pero el regre-      diversas sublevaciones en la zona car-
                    ció en 1870 una ac-           so de la expedición evidenciaba la inca-       lista, en protesta contra la presencia de
                    ción guerrillera por su       pacidad del carlismo para asentarse en te-     los ojalateros –funcionarios y cortesanos
                    cuenta, al margen de          rritorios distintos al vasco.                  carlistas que, expulsados de territorio li-
                    las propias tropas car-          Al mismo tiempo, los carlistas iniciaron    beral, residían en el País Vasco, donde
                    listas, por lo que acabó
                    siendo perseguido tan-
                                                  el asedio a Bilbao, cuya toma fue anun-        eran mantenidos a costa de la población
                    to por los liberales co-      ciada en varias ocasiones por los medios       autóctona y sin incorporarse al Ejército–,
                    mo por sus propios co-        realistas europeos. Tras dos meses de          y a principios de 1839 Maroto ordenó
                    rreligionarios.               sitio, Baldomero Espartero logró una           el fusilamiento de varios generales y el

56
ORGÍA DE SANGRE
                                                                                             EL ROMPECABEZAS CARLISTA



                                                                                                 ción estaba completamente controlada.
                                                                                                 De menor importancia fueron los epi-
                                                                                                 sodios de 1855 o el desembarco en San
                                                                                                 Carlos de la Rápita (1860), que fracasa-
                                                                                                 ron. Tras estos sucesos, hubo una reor-
                                                                                                 ganización del carlismo, al que la ex-
                                                                                                 pulsión de Isabel II ofrecía una nueva
                                                                                                 oportunidad de aspirar al trono.
                                                                                                    La coyuntura política en que se pro-
                                                                                                 dujo esta sublevación facilitó la conjun-
                                                                                                 ción de intereses diversos: carlistas, ca-
                                                                                                 tólicos conservadores, isabelinos resen-
                                                                                                 tidos de la expulsión, foralistas que rei-
                                                                                                 vindicaban la recuperación de dichos
                                                                                                 privilegios, etc. En esta ocasión, la rei-
                                                                                                 vindicación de la legitimidad iba acom-
                                                                                                 pañada del rechazo a la imposición de
                                                                                                 una monarquía extranjera, que había eli-
                                                                                                 minado el poder temporal del Papado.
                                                                                                    En este aspecto internacional tampoco
                                                                                                 existía semejanza con la Primera Guerra.
                                                                                                 Los antiguos aliados no se mostraban fa-
                                                                                                 vorables a los carlistas, especialmente
                                                                                                 porque el nuevo hombre fuerte, el can-
                                                                                                 ciller alemán Bismarck, era contrario a di-
                                                                                                 cho movimiento. Lógicamente, en la uni-
                                                                                                 ficada Italia no se apoyaban movimien-
                                                                                                 tos en contra del hijo de su monarca.
El Abrazo de Vergara, el 31 de agosto de 1839, entre los generales Maroto, carlista, y
                                                                                                    La posición francesa estaba determi-
Espartero, liberal, sancionó el fin de la Primera Guerra Carlista. Litografía de la época.       nada por su oposición a Bismarck y al
                                                                                                 general Prim, al que se responsabilizaba
destierro de otro grupo de notables, acu-           en julio de 1840 se viese obligado a pa-     de la guerra franco-prusiana de 1870, en-
sados de conspirar, hecho que causó un              sar a Francia. En Cataluña, prosiguieron     tre cuyas causas estuvo la disputa por las
gran descrédito a la causa carlista.                los enfrentamientos entre militares y la     candidaturas al trono de España. Diver-
   El convencimiento del agotamiento                Junta, que alcanzaron su cima con el ase-    sos incidentes con Alemania –ejecución
militar del carlismo movió a Maroto a en-           sinato del conde de España, lo que pro-      de un periodista y apresamiento de un
tablar negociaciones con Espartero pa-              vocó la crisis en el Principado.             buque de dicha nacionalidad– supusie-
ra asegurar la paz sobre la base del re-                                                         ron un agudizamiento de la tensión con
conocimiento de los servicios de armas              Batalla en el exilio                         el canciller germano, quien vetó cual-
y la conservación de los Fueros. El Abra-           El exilio fue el lugar de batalla ideoló-    quier veleidad francesa al respecto.
zo de Vergara –el 31 de agosto de 1839–             gica entre las diversas facciones carlis-       El 21 de abril de 1872, se produjo un
sancionó el fin de la guerra y fue deci-            tas, cuyos integrantes acabaron acep-        levantamiento, en el que fallaron mu-
sivo para configurar la evolución polí-             tando las amnistías ofrecidas por los go-    chas de las guarniciones en las que ha-
tica española de los años siguientes.               biernos liberales. En el interior de Es-     bían fijado su esperanza. Dos semanas
   Pero en Cataluña y Aragón continuó la            paña, se produjeron incidentes con par-      más tarde, el pretendiente Carlos VII cru-
guerra. Durante 1838, Cabrera prosiguió             tidas armadas carlistas durante el reina-    zaba la frontera, pero de forma inme-
su expansión, aunque fracasó en sus in-             do de Isabel II, cuyos perfiles de actua-    diata fue derrotado por la fuerzas libe-
tentos de extender la revuelta a los te-            ción se encontraban a medio camino en-       rales del general Moriones, que le obli-
rritorios cercanos. Logró, en cambio, un            tre la reivindicación política y el ban-     gó a regresar a Francia.
gran éxito en la ocupación de la plaza de           dolerismo. Mayor consistencia tuvo la           El resto de sus partidarios, sin una di-
Morella, punto casi inexpugnable que pa-            llamada Guerra de los Matiners (finales      rección clara, optó en mayo de ese año
só a convertirse en la capital del carlis-          de 1846), que quedó circunscrita a la zo-    por la firma del Convenio de Amore-
mo levantino. La ocupación de Zarago-               na catalana. Si bien la mayoría de los in-   bieta, que liquidaba la sublevación. Has-
za resultó también un fracaso por la im-            tegrantes de las partidas eran carlistas,    ta agosto continuó la actividad aislada.
posibilidad de mantenerla. En ese mo-               la coincidencia con los sucesos de 1848      En la zona catalana y aragonesa, diver-
mento, Cabrera pasó a convertirse en el             y la unión de otros grupos de oposición      sas partidas –Savalls, Tallada, Francesch,
nuevo mito militar del carlismo, suce-              queda reflejada en una sociología en la      Cucala, etc.– mantenían viva la llama de
diendo a Zumalacárregui. Tras el Abrazo             que no resultaban extraños los republi-      la sublevación, haciendo prolongarse
de Vergara, continuó la lucha hasta que             canos. A mediados de 1849, la subleva-       una situación que resultó muy benefi-

                                                                                                                                         57
ciosa a los planes carlistas. Para provo-                                                               carlista, tras la que eran dueños de casi
car una movilización en su favor, Car-                                                                  toda Guipúzcoa, Vizcaya (salvo Portu-
los VII reconoció los fueros de Catalu-                                                                 galete y Bilbao) y una parte importan-
ña, Aragón y Valencia. La derrota signi-                                                                te de Navarra, en cuya plaza de Estella,
ficó la destrucción de todas las redes                                                                  conquistada el 24 agosto, se instaló la
existentes, lo que dificultaba la prepa-                                                                capital política de los insurgentes. Du-
ración de una nueva intentona y la ex-                                                                  rante las operaciones, tuvo lugar la Ba-
plosión de las tensiones entre los diver-                                                               talla de Montejurra (de 7 a 11 de no-
sos grupos. Contra los que más reticen-                                                                 viembre de 1873), que pasó a formar
cias existían era contra los que se habían                                                              parte de los mitos carlistas.
adherido a la causa tras la sublevación de                                                                 La reanudación de la guerra supuso el
1868, quienes, en muchos casos, habían                                                                  despertar de la actividad en Cataluña,
alcanzado puestos de responsabilidad.                                                                   aunque con menos fuerza. Hasta finales
   Poco a poco, se fue recomponiendo                                                                    de 1873 no hubo una consolidación de
una estructura capaz de organizar un                                                                    la oposición carlista en la zona aragone-
nuevo levantamiento, en medio de una                                                                    sa, actividad de la que fue responsable
coyuntura de grave deterioro de la mo-                                                                  Marco de Bello. Posteriormente, la res-
narquía italiana instaurada en España.                 El general Espartero se convirtió en el héroe    ponsabilidad pasó a manos del infante
   A principios de diciembre de 1872,                  de los liberales, por sus éxitos en la campaña   Alfonso Carlos, lo que despertó recelos
empieza su actividad la partida del cu-                contra los carlistas en el Norte.                entre los viejos luchadores carlistas, que
ra Santa Cruz, que se convirtió en uno                                                                  lograron mantener un mando indepen-
de los principales mitos de la guerrilla               una formalización de las fuerzas milita-         diente bajo las órdenes de Tristany, ve-
carlista. A finales del mismo mes, se ge-              res y quienes defendían el sistema de            terano de la Primera Guerra.
neralizó la actividad bélica en el terri-              fuerzas irregulares.
torio vasco-navarro. Durante el primer                    En los meses centrales de 1873, hu-           De nuevo a por Bilbao
semestre de 1873, la convulsa situación                bo cerca de 50 batallones formados. Se           Nuevamente la capital vizcaína se con-
política –abdicación de Amadeo e im-                   alternaban las acciones de guerrilla con         virtió en el objetivo carlista. El cerco se
plantación de la República– permitió la                batallas como las de Eraul (mayo de              inició en enero de 1874 con la toma de
consolidación de las partidas carlistas,               1873), y se accedió a un control del te-         Portugalete, pero los inicios de los bom-
que acabaron convirtiéndose en muchos                  rritorio que hizo posible la entrada de          bardeos tuvieron lugar a fines de fe-
casos en un ejército regular. Resurgió                 Carlos VII en España (julio de 1873). Ello       brero. Tras diversas iniciativas liberales,
la dicotomía entre quienes aspiraban a                 fue el inicio de una importante ofensiva         se levantó el cerco el 2 de mayo de
                                                                                                        1874. Tras el fracaso ante Bilbao, los car-
                                                                                                        listas combatieron en diversos frentes lo-
           Dos ejércitos no tan distintos                                                               grando importantes conquistas (Tolosa,
                                                                                                        Estella, Laguardia...) y victorias, como la


     L       as fuerzas carlistas que iniciaron la
             sublevación tuvieron un doble ori-
             gen: partidas de personas adictas a la
     idea contrarrevolucionaria y fuerzas regu-
     lares de voluntarios realistas que fueron con-
                                                       más significativo es el de Zumalacárregui,
                                                       a quien una herida no muy importante en
                                                       la pierna le llevó a la tumba.
                                                           En el bando liberal, el ejército se en-
                                                       frentó en los primeros momentos a dos in-
                                                                                                        de Abázuza, en la que murió el general
                                                                                                        Concha, héroe de la liberación de Bilbao.
                                                                                                           Pero un acontecimiento político en el
                                                                                                        campo liberal dio un cambio radical a la
                                                                                                        guerra: el Pronunciamiento de Sagunto,
     vocadas por sus jefes, que en algunos casos       convenientes importantes: los efectos de la      el 29 de diciembre de 1874, cuya con-
     habían sido destituidos en los últimos me-        depuración política de sus oficiales reali-      secuencia fue el restablecimiento de la
     ses. Tras la entrada de Sarfield, se produjo      zada en el reinado de Fernando VII; y en         monarquía en la persona de Alfonso XII.
     una desbandada, por lo que los mandos mi-         otros casos, la existencia de recelos que        Eso supuso para el carlismo la pérdida
     litares crearon partidas encargadas de sa-        impedían un desarrollo adecuado de las re-       de los grupos que habían encontrado en
     car mozos de sus domicilios, en muchos ca-        laciones entre ambos. Hacia 1836, el pe-         su causa una forma adecuada de opo-
     sos utilizando sistemas coactivos.                so de Espartero logró asentar ciertos prin-      sición a la Revolución de 1868.
         La llegada de Zumalacárregui supuso la        cipios de disciplina y eficacia en el Ejérci-       La posición carlista en territorio catalán
     regularización de la organización militar         to liberal.                                      y aragonés se vio debilitada por el reco-
     que quedó encuadrada de acuerdo con los               Al finalizar la guerra, los liberales ha-    nocimiento de Alfonso XII por Cabrera,
     parámetros normales de dicha institución.         bían duplicado sus efectivos, alcanzando la      luchas internas, con destituciones de je-
         Al finalizar la guerra, el Ejército carlis-   cifra de 220.000 hombres, de los que al-         fes militares, propuestas de negociación
     ta contaba con cerca de 90.000 hombres.           go más de la mitad estaba dedicada direc-        que terminaron en fusilamientos y, final-
     No existen datos exactos sobre la morta-          tamente a la lucha contra los carlistas          mente, la toma de Seo de Urgell, por Mar-
     lidad, pero todo parece indicar que se tra-       (77.000 en el frente norte, 32.000 en Ara-       tínez Campos, que posibilitó la concen-
     taba de cifras elevadas, sobre todo por el es-    gón y 23.000 en Cataluña).                       tración de fuerzas en las provincias vas-
     caso desarrollo de la sanidad. El ejemplo                                              J. R. U.    cas. El 28 de febrero de 1876, Carlos VII
                                                                                                        regresaba a territorio francés.            ■

58
EL ROMPECABEZAS CARLISTA




                                            Una guerra
LITERARIA
El conflicto carlista fascinó desde el primer momento a los viajeros
románticos que se acercaban a la Península y se complacían en ver en él una
de las claves de lo hispano. Con los años, pasó de la crónica a la literatura y,
finalmente, al cine. Pedro Rújula presenta los mejores autores que
buscaron inspiración en el carlismo



L
         a experiencia histórica de las
         guerras civiles del siglo XIX ha     El corresponsal de El
         tenido una proyección muy du-        Imparcial en el ejército del
                                              Norte, en 1875, durante la
         radera sobre el discurso litera-
                                              última guerra carlista, según
rio; sin embargo, esta presencia no           un dibujo de LIEyA.
siempre se produjo de la misma forma
ni con el mismo fin. El tiempo ha visto
cómo los reflejos de la guerra se han ido
modificando en una sucesión cambian-
te de relatos que refieren aquellos acon-
tecimientos.
   En los primeros tiempos, lo que primó
en los textos fue el valor de la expe-
riencia. España, incorporada plenamen-
te al tour europeo, se había convertido
en destino de viajeros que contaban con
inspirar su alma y su pluma durante el
recorrido por un país que se prometía
pintoresco y abierto a la sorpresa. El es-
tallido de la guerra civil añadió un in-
grediente nuevo al itinerario peninsular
que, si bien no siempre fue buscado de
forma deliberada, no tardaría en apare-
cer destacado en los relatos de viajes, co-
mo un elemento central que proporcio-
naba una vía de acceso hacia la com-
prensión y explicación del país.
   Gran repercusión tuvo la obra de Jo-
seph-Augustin Chaho, Viaje a Navarra
durante la insurrección de los Vascos
(1830-1835), publicada en París el año
1836. Este autor, considerado uno de
los precursores del nacionalismo vas-
co, trató de identificar las líneas defi-

PEDRO RÚJULA es profesor de Historia Com-
temporánea, Universidad de Zaragoza.
                                                                                                    59
ojos al servicio de mostrar “una trage-
                                                                                                dia que los tiempos venideros sabrán
                                                                                                apreciar en su justo valor, ya que en
                                                                                                los presentes sólo se estima el éxito o
                                                                                                el fracaso”.

                                                                                                Los tópicos de Borrow
                                                                                                Menos homogénea, pero igualmente
                                                                                                interesante, fue la producción de aque-
                                                                                                llos extranjeros que asistieron al es-
                                                                                                pectáculo de la guerra desde el otro la-
                                                                                                do de las trincheras. Entre ellos, des-
                                                                                                taca aquel extraño vendedor de biblias
                                                                                                por cuenta de una sociedad londinen-
                                                                                                se llamado George Borrow, que de-
                                                                                                sembarcó en la Península en 1835. Re-
                                                                                                cogió sus venturas y desventuras en La
                                                                                                Biblia en España (1843), donde no fal-
                                                                                                tan referencias a la guerra e interpre-
                                                                                                taciones del conflicto, como las que
                                                                                                surgían durante su estancia en Madrid
                                                                                                mientras se aproximaba la Expedición
Portada de la primera edición de la Historia     Primera página de La Ilustracion Española y    Real a los muros de la capital. “Pero
de la Guerra Civil y de los partidos liberal y   Americana, el 15 de julio de 1875,             la verdad –escribía– es que los gene-
carlista, de Antonio Pirala.                     informando de una acción militar en Treviño.   rales carlistas no deseaban terminar la
                                                                                                guerra, porque mientras en el país con-
nitorias del tipo vasco en el contexto           había cautivado el interés internacional       tinuase la efusión de sangre y la anar-
de la primera guerra y se topó con que           desde los primeros momentos.                   quía, podrían ellos saquear y ejercer
Zumalacárregui, según su criterio, lo               No fue extraña la presencia de sol-         esa desenfrenada autoridad, tan grata
encarnaba plenamente. En su obra sur-            dados extranjeros combatiendo en las           a los hombres de brutales e indómitas
gía, en medio de la noche, un héroe              filas de don Carlos, cuyo testimonio se-       pasiones”. También Carlos Dembows-
mesiánico de “cara expresiva y severa”           ría llevado a la imprenta en los años          ki recogió en Dos años en España y
iluminada por las antorchas que, ves-            inmediatamente posteriores a los he-           Portugal durante la Guerra Civil, 1838-
tido con boina, pantalón rojo y zama-            chos. Estas obras llegaron a configurar        1840 (1841) el testimonio de sus via-
rra negra, tenía fascinado a todo el ejér-       un conjunto memorialístico de gran in-         jes por territorio liberal, topándose con
cito de la legitimidad.                          terés, por su capacidad para adentrar-         los ecos de la guerra allí donde mar-
   La figura del general navarro desper-         se en las interioridades de la guerra va-      chaba, ya fuera en Valencia o en Ma-
tó una admiración casi unánime entre             liéndose del componente de subjeti-            drid. Algo diferente fue la situación del
                                                                                                cónsul británico en Bilbao, John Fran-
Los años posteriores a la Primera Guerra                                                        cis Bacon, que en la obra Seis años en
                                                                                                Vizcaya, incluyendo la narración per-
Carlista fueron también los del triunfo                                                         sonal de los sitios de Bilbao (1838), se
comercial de la novela por entregas                                                             esforzaba por comprender el conflic-
                                                                                                to que se le había venido encima, di-
aquellos que tuvieron oportunidad de             vidad sobre el que habían sido con-            ficultando su labor de defensor de los
conocerle. En el caso del aventurero C.          truidas. Son notables las Andanzas de          intereses comerciales de sus compa-
F. Henningsen, su Zumalacárregui.                un veterano de la Guerra de España             triotas en la ciudad.
Campaña de doce meses por las Provin-            (1833-1840), firmado por el barón Gui-            Junto a esta producción bastante co-
cias Vascongadas y Navarra (1836), no            llermo von Rahden (1846), y también            herente basada en el testimonio, se fue
sólo reflejaba su experiencia entre las          Cuatro años en España (1836-1840),             desarrollando otra mucho más inme-
tropas rebeldes, sino que formulaba una          de Augusto von Goeben (1841). Aun-             diata, cuyo común denominador era su
coherente interpretación del conflicto           que la obra de mayor entidad literaria         conexión directa con el público popu-
favorable a don Carlos. La temprana              fue la de un personaje eminentemente           lar. Las modalidades de esta literatura
aparición de esta obra en lengua ingle-          romántico, síntesis del hombre de ar-          fueron tan diversas que podían ir des-
sa, sumada a las numerosas traduccio-            mas –oficial del ejército prusiano– y de       de las piezas teatrales de Josep Ro-
nes de que fue objeto, hicieron de ella          letras –escritor y poeta–, el príncipe Fé-     brenyo, como L’hermano Bunyol
uno de los referentes fundamentales en           lix Lichnowsky, quien, en sus Recuer-          (1835), que satirizaba aquella situación
Europa a la hora de formar una idea de           dos de la Guerra Carlista (1837-1839),         en la que “amb lo nom de Carlos quint/
la naturaleza de un conflicto civil que          aparecidos en 1841, trató de poner sus         un home posa la mà/ a tot lo que li aco-

60
UNA GUERRA LITERARIA
                                                                                           EL ROMPECABEZAS CARLISTA




Marcha de civiles de los pueblos de Guipúzcoa hacia la capital, huyendo de las partidas carlistas, en un dibujo de D. A. Ferrant (LIEyA, 1873).

moda”, hasta aquellas otras produccio-           éxito al tiempo que lanzaba una anda-             el tiempo comienza a jugar a favor de la
nes de bajo coste que se vendían en las          nada literaria contra la figura del jefe          creación literaria y la novela se impo-
calles y en las que se ofrecían al gran          carlista tortosino.                               ne como género más adecuado para tra-
público las biografías de los principa-                                                            tar los temas que comienzan a tomar el
les guerrilleros y militares o los hechos        Hacer frente a la historia                        tono de históricos.
de armas más sonados.                            Pese al interés que había despertado to-             La obra que marca esta recuperación
   Los años posteriores a la Primera             da esta producción literaria en torno a           es la primera novela de Miguel de Una-
Guerra Carlista fueron también los del           la Primera Guerra Carlista, a nadie se le         muno, Paz en la guerra (1897), en la
triunfo de la novela por entregas como           escapaba que sus pies se hundían en el            que, retomando los recuerdos de su in-
fórmula comercial. Aprovechando la ac-           barro de la política. Esto se hizo más pa-        fancia vividos dentro de los muros del
tualidad que habían adquirido las his-           tente con el recrudecimiento del en-              Bilbao sitiado por los carlistas, intenta
torias de la guerra y el renombre al-            frentamiento en la Guerra de los Mati-            aproximarse a la lógica que sostiene a
canzado por algunos de los protago-              ners y, sobre todo, con el estallido del          la sociedad vasca. Para ello, sobre el es-
nistas, este tipo de literatura encontró         último conflicto. En estas condiciones,           cenario histórico, desarrolla una trama
un filón que conectaba fácilmente con            la publicística política desplazó a otras         que le permite ilustrar la idea de que el
las inquietudes del público. Aquí des-           creaciones de menor eficacia partidaria           carlismo es una realidad rural cuya fuen-
tacaron autores como Ildefonso Ber-              y es necesario llegar hasta el fin de siglo       te última se encuentra en el propio pai-
mejo y, sobre todo, Wenceslao Ayguals            para encontrar un grupo importante de             saje vasco, mientras que el liberalismo
de Izco quien con su novela El tigre del         obras que proponen la recuperación de             surge y se asienta en el medio urbano,
Maestrazgo o de grumete a general                las guerras civiles como escenario. Es            estableciendo una tensión que se dirime
(1846-48), basada en la biografía del ge-        precisamente entonces, dos décadas                en la guerra carlista. Notable es su in-
neral Ramón Cabrera, obtuvo un gran              después de concluida la lucha, cuando             terés por el efecto que habían tenido las

                                                                                                                                              61
Carlismo
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  • 1. DOSSIER El rompecabezas CARLISTA 46. Carlismo y contrarrevolución Jordi Canal 52. La dinastía carlista Antonio Manuel Moral Roncal 54. Orgía de sangre José Ramón Urquijo 59. Una guerra literaria Pedro Rújula 64. La apropiación nacionalista La República pide a Figueras, jefe del Ejecutivo, que acabe con la hidra carlista (La Flaca, abril de 1873). Jordi Canal A la muerte de Fernando VII, los absolutistas cerraron filas tras su hermano Carlos María Isidro y declararon la guerra al Estado liberal, representado por Isabel II. El carlismo, afín al tradicionalismo europeo y hoy reivindicado por muchos políticos nacionalistas, provocó un conflicto que durante cuatro décadas ensangrentó la Península y lastró su desarrollo económico. En el 150 aniversario de la muerte de Don Carlos, cuatro especialistas plantean las claves históricas de esta profunda herida 45
  • 2. Carlismo y CONTRA Las guerras carlistas que asolaron España en el XIX hundían sus verdaderas raíces en el rechazo ideológico al gobierno liberal. Sin embargo, el carlismo no hubiera existido sin la legitimidad que le otorgaba su lealtad dinástica. Jordi Canal analiza el fenómeno desde sus orígenes, en 1833, hasta el fin de la Guerra Civil, en 1939 N o resulta posible comprender ginalidad, en nuestros días. Las voces la Historia contemporánea de “carlismo” y “carlista”, aparecidas duran- España sin prestar una espe- te la segunda restauración absolutista de cial atención al carlismo. Es- Fernando VII, entre 1823 y 1833, deriva- te movimiento contribuyó a provocar dos ban del nombre del infante Carlos Ma- guerras civiles en el siglo XIX: la Prime- ría Isidro de Borbón –el que iba a con- ra Guerra Carlista (1833-1840) y la Se- vertirse en el rey Carlos V de los legiti- gunda (1872-1876). Participó, asimismo, mistas– y designaban la forma evolucio- en numerosas insurrecciones, algaradas, nada de unas corrientes preexistentes, cu- pronunciamientos y conflictos bélicos ya principal materialización había sido el menores. Y, ya en el siglo XX, sus parti- realismo. Aunque fue a partir de 1833 darios se unieron al bando insurrecto en cuando el carlismo adquirió fuerza y pro- la Guerra Civil española (1936-1939). El tagonismo, su surgimiento debe ser in- carlismo consiguió movilizar a millares sertado en la continuidad de los movi- de hombres e implicar a otras tantas fa- mientos realistas, que hunden sus raíces milias. Su protagonismo no se limitaría, en los conflictos de principios del siglo no obstante, al terreno armado. Los car- Portada de la Constitución española de 1837, XIX y tienen sus primeras manifestacio- listas defendieron sus ideas en libros y bajo la regencia de María Cristina, que presenta nes importantes en la década de 1820. periódicos, crearon centros políticos y a Isabel II como defensora de la libertad. La cuestión dinástica, que enfrentó a los sindicatos y participaron en las eleccio- partidarios de Isabel II y a los de su tío nes, ocupando un número no despre- –piénsese, por ejemplo, en el realismo Carlos María Isidro, no alcanza a explicar ciable de escaños en las Cortes españo- del Trienio Liberal, un movimiento que por sí sola el nacimiento y la prolonga- las. También dieron lugar, lógicamente, se encuentra en la línea que más ade- da vida del carlismo. Los millares de car- como todas las culturas políticas impor- lante retomaría el carlismo–, aunque sí, listas que combatieron, en los campos de tantes, a mitos, ritos y memorias. sin ningún lugar a dudas, la más im- batalla o en la arena política, y los que en El carlismo forma parte de esta cate- portante en todos los sentidos. De ahí el empeño perdieron la vida, no lo hi- goría más general que se ha venido a que, en la Historia española, especial- cieron por la persona de un Rey, sino por denominar contrarrevolución, presente mente para el siglo XIX, contrarrevolu- lo que la figura de este Rey encarnaba, en el siglo XIX en la mayor parte de los ción y carlismo se hayan convertido fre- esto es, una determinada visión del mun- Estados de Europa occidental. Liberalis- cuentemente en sinónimos. do y los proyectos posibles para su ma- mo y revolución eran los principales terialización. Sin embargo, la dinastía y enemigos de estos movimientos contra- Dios, Patria, Rey los diferentes pretendientes se converti- rrevolucionarios. El carlismo no sería, sin El carlismo es un movimiento sociopolí- rían en piezas esenciales, en un plano embargo, la única modalidad de con- tico de carácter antiliberal y antirrevolu- simbólico y emblemático, del movimien- trarrevolución desarrollada en España cionario, surgido en las postrimerías del to. El carlismo sin Carlos –Carlos V, Car- Antiguo Régimen y que pervive todavía, los VI, Carlos VII o Alfonso Carlos I– o sin JORDI CANAL es investigador, EHESS, París. aunque en una posición de franca mar- Jaime, por consiguiente, tampoco hubie- 46
  • 3. EL ROMPECABEZAS CARLISTA RREVOLUCIÓN El semanario La Risa denunció con esta caricatura la alianza entre carlistas y los sectores más reaccionarios del clero español (15 de junio, 1872). 47
  • 4. ra podido existir. Es una simple ilusión de cuatro décadas y media, como con- historiográfica. No puede olvidarse que secuencia del enfrentamiento perma- el carlismo fue, aunque no de manera ex- nente entre carlistas y liberales, se su- clusiva, un movimiento legitimista. cedieron guerras y otros conflictos. Po- La causa carlista expresaba el man- dría incluso hablarse para esta época tenimiento de la tradición y el comba- de la Historia española de una larga te con el liberalismo y todo aquello que guerra civil, discontinua pero persis- éste significaba y comportaba, tanto en tente, en la que se alternaban perío- la realidad como a nivel abstracto. Dios, dos de combate abierto, conatos in- Patria y Rey, con el añadido tardío de surreccionales, exilios y etapas de tran- Fueros –siempre en el estricto sentido de quilidad más aparentes que reales. libertades tradicionales, que excluye cual- Tanto la Primera Guerra Carlista o quier lectura en clave autonomista o na- Guerra de los Siete Años (1833-1840) co- cionalista– constituían los pilares sobre mo la Segunda (1872-1876) se desarro- los que se alzaba un ideario que conte- llaron en momentos muy críticos, per- nía un notable grado de inconcreción. Es- Fernando VII y su hermano Carlos María ceptibles como potencial o efectiva- ta circunstancia facilitó la coexistencia en Isidro, que reclamaría su derecho al trono mente revolucionarios. La primera, du- el interior del carlismo de sectores so- frente a Isabel II, Madrid, Biblioteca Nacional. rante la regencia de María Cristina de ciales heterogéneos y de opciones dis- Nápoles, viuda de Fernando VII, en ple- tintas, unidas frente a otras opciones con- ocurrió en algunas provincias andaluzas no proceso terminal de crisis del Anti- sideradas como enemigas y, pues, ame- durante la Segunda República. En toda guo Régimen y de despliegue de la Re- nazantes. El movimiento destacó por su la larga vida del carlismo existe una más volución liberal –los vínculos de la pri- elasticidad, convirtiéndose en el núcleo que evidente continuidad, tanto desde mera carlistada con las luchas de los rea- de diversas amalgamas contrarrevolucio- el punto de vista del ideario como de las listas en el Trienio Liberal y de los agra- narias formadas en las décadas centra- adhesiones, de las estructuras y de las viados en 1827 resultan, en este marco, les del siglo XIX y durante los años de la herencias. Una misma cultura política, más que obvios–. La segunda, en el Se- Segunda República (1931-1939). en continua reelaboración –como todas, xenio Democrático (1868-1874), un tur- no es ningún secreto–, ha nutrido a es- bulento período que empieza con el Núcleos en el Norte y el Este te movimiento. destronamiento de Isabel II y que com- Las principales zonas de implantación La etapa delimitada por los años 1833 prende la monarquía de Amadeo I del carlismo se encontraban en el Nor- y 1876 constituye la de mayor presencia –combatido con saña por los carlistas, te de España, especialmente en el País e importancia del carlismo en España. como enemigo del Papado, por la ac- Vasco, Navarra y Cataluña, aunque tam- Fue el tiempo de las carlistadas. A lo largo tuación de la casa de Saboya durante la bién con núcleos destacados en Valen- unificación italiana– y la corta expe- cia y en Aragón. La geografía del mo- riencia de la Primera República. Ambas vimiento se mantuvo, aparentemente, contiendas tuvieron su campo de ope- casi inalterable con el paso de las dé- ración fundamental en la España sep- cadas, variando sólo en el volumen de tentrional, llegándose a crear en el País los apoyos. El territorio carlista por ex- Vasco y en Navarra, en algunas fases, celencia fue el Norte peninsular, espe- verdaderos Estados carlistas. Estas gue- cialmente afectado a principios del siglo rras concluyeron con importantes mo- XIX por amplios e intensos procesos de vimientos de éxodo político. transformación económica, social y, sin duda, también cultural. Carlistada en Cataluña Con el tiempo, la movilización se con- Entre las guerras de los años treinta y de centraría en zonas concretas –destacan- los setenta, aparte de múltiples y varia- do, entre todas, Navarra–, sometidas a dos intentos insurreccionales –en 1855 o un intenso proceso de carlistización. En en 1860, durante el reinado de Isabel II, estos lugares se dieron las condiciones en 1869 o en 1870, en los inicios del Se- óptimas para que el carlismo constru- xenio Democrático, por sólo citar los más yese su propio microcosmos, para que importantes–, tuvo lugar la Guerra de los se pensase auténticamente como con- Matiners (1846-1849), que solamente trasociedad, sin que la inaccesible po- afectó a Cataluña. Pese a que este con- sesión del Estado destruyese nunca un flicto haya recibido por parte de algunos mito de raíz victimizante. Otras zonas historiadores la denominación de Se- podían incorporarse de manera más o gunda Guerra Carlista –especialmente en menos coyuntural, sin embargo, a esta Isabel II, con su madre María Cristina, Cataluña, en donde sí constituye una au- geografía, siempre en función de inten- durante su minoría de edad, recibió el apoyo téntica carlistada como las otras, o bien sos procesos de proselitismo, tal como de los liberales, Madrid, Biblioteca Nacional. en medios próximos al carlismo, con el 48
  • 5. CONTRARREVOLUCIÓN EL ROMPECABEZAS CARLISTA Caricatura en la que aparecen el legitimista francés Chambord y Carlos VII, publicada en La Flaca, en septiembre de 1863. ánimo de acrecentar el número de con- carlistas. El modelo preferido, en cual- lista significó el final del carlismo bélico, flictos bélicos (una tendencia que ha quier caso, únicamente pudo ser des- si descontamos, evidentemente, el mo- conducido a algunos autores incluso a plegado en su totalidad en algunos mo- vimiento aislado de octubre de 1900 –la referirse a una cuarta guerra carlista, con- mentos y en algunos territorios. El pa- denominada Octubrada– y la destacable siderando como tal el fratricidio de 1936- so de la formación de partidas a la cons- participación carlista en el bando suble- 1939)–, debe reservarse este último ape- trucción de un Ejército carlista, igual que vado en julio de 1936. En todo caso, en lativo para designar la Guerra Civil que la de un Estado, requería unas condi- 1876 se quebró la última gran amalgama vivió España entre los años 1872 y 1876. ciones determinadas. Se consiguió en las contrarrevolucionaria nucleada por el Aconsejan esta opción sobre todo las guerras de 1833-1840 y 1872-1876, de carlismo. Los nuevos gobernantes de la sensibles diferencias que la guerra de fi- manera muy especial en el Norte, y se Restauración (1875-1923) invirtieron es- fuerzos ingentes, tanto en lo humano co- Durante los dos conflictos principales, mo en lo material, en dar fin a la suce- sión de conflictos con el carlismo como se crearon en ocasiones, en el País Vasco protagonista. Los frutos fueron, a la pos- y Navarra, verdaderos Estados carlistas tre, positivos. La Restauración ofreció un período de estabilidad extraordinario en nes de la década de los años cuarenta intentó, con grados diferentes de apro- la España contemporánea. Una época de presenta con respecto a la primera y a la ximación, en múltiples ocasiones. Las la historia del carlismo, la de las carlis- segunda carlistadas, tanto por el hecho partidas, la guerra de guerrillas y las in- tadas, la de la lucha de carácter dual con de circunscribirse solamente a una par- surrecciones a campo abierto resultaron, el liberalismo, había terminado. te de Cataluña como por las dimensio- por consiguiente, las formas más típicas nes y características de la movilización. de la violencia carlista. Echarse al mon- La Europa blanca La formación de partidas que con- te, que aludía explícitamente al compo- El carlismo fue, como hemos visto, la fluían en un Ejército Real se convirtió en nente rural que enmarcaba la lucha en principal expresión en España de los mo- el modelo clásico e ideal de la movili- aquellos tiempos, fue un ejercicio repe- vimientos contrarrevolucionarios del si- zación carlista. La excepción fue la Or- tido hasta la saciedad. La independen- glo XIX. El combate contra el liberalismo tegada, en 1860, una tentativa fallida de cia y la movilidad de las partidas eran la y las respectivas revoluciones liberales desembarco en la costa catalana que, clave de su éxito, pero también un se- los unía e identificaba. La contrarrevolu- al modo de un pronunciamiento, dirigió rio obstáculo para su control y encua- ción, tanto a nivel del pensamiento co- el capitán general de las Baleares, Jaime dramiento. Por esta razón, en momen- mo en el de la acción, constituía una Ortega, y que supuso, entre otras cosas tos de debilidad en la dirección del mo- reacción ante la revolución, más o me- más, la captura del pretendiente Car- vimiento, como ocurrió después de ca- nos real, más o menos imaginaria, con los VI, conde de Montemolín, y de su da una de las dos grandes carlistadas, las la que llega a establecer una relación hermano Fernando. El movimiento ti- partidas podían derivar en simples fe- dialéctica, condicionando las evolucio- po 1860 constituye una rareza en el mar- nómenos marginales o de bandolerismo. nes tanto de una como de la otra. Una co de las formas de violencia política La derrota en la Segunda Guerra Car- reacción que, de todas maneras, no 49
  • 6. El proceso de reclutamiento y adoctrinamiento de soldados carlistas, satirizado en una secuencia publicada por La Flaca en enero de 1873. significaba una simple vuelta al Antiguo unificación –en especial en el reino de nómicas recibidas y varios los legitimis- Régimen, sino que contaba con una ide- Nápoles, con la dinastía de los Borbones tas extranjeros que lucharon en el bando ología y un proyecto social propios. a la cabeza– en el siglo XIX, conforma- carlista durante la Guerra de los Siete En Portugal se desarrolló en el siglo ron las principales expresiones de la con- Años, como muchos fueron los carlistas XIX el miguelismo, un movimiento con trarrevolución. El Risorgimento contiene –sobresalen los nombres de Rafael Tris- evidentes parentescos de todo tipo con también, aunque a veces no se quiera re- tany, José Borges y Francisco Savalls– que el carlismo. Como en España, las ten- conocer, altas dosis de conflictividad ita- combatieron en Italia durante la etapa de siones entre revolución y contrarrevo- lo-italiana. Francia, finalmente, es sin du- entreguerras, entre 1840 y 1872. El con- lución marcaron el trienio de 1820-1823 da el caso más conocido. Las insurrec- de francés Henri de Cathelineau, en par- y abocaron, años después, a una gue- ciones de La Vendée y de los chouans ticular, constituye un excelente ejemplo rra civil, entre 1828 y 1834 –y, muy es- contra la Revolución Francesa tuvieron de la movilidad blanca. Descendiente de pecialmente, entre 1832 y 1834–, que en- sus continuaciones, ya en pleno siglo una de las principales familias vendeanas frentó a miguelistas y liberales. Los par- XIX, en el legitimismo de la duquesa de que combatieron al jacobinismo, parti- tidarios del absolutista rey Miguel I te- Berry y del conde de Chambord. cipó en su juventud en la sublevación de nían como lema Deus, Patria, Rei. La de- Las conexiones entre unos movimien- la duquesa de Berry, en 1832, incorpo- rrota de 1834 no significaría, sin embar- tos contrarrevolucionarios y otros fueron rándose al cabo de poco tiempo a las fi- go, el final del combate miguelista. En permanentes en tierras europeas, po- las miguelistas en Portugal y, después, Italia, las insurrecciones de Viva María en niendo las bases para la existencia infor- a las carlistas en España. Años más tarde, Toscana y de los Sanfedistas en el Sur a mal, en las décadas centrales del Ocho- en 1860, estaba en Roma organizando un finales del siglo XVIII, así como los dis- cientos, de una especie de internacional cuerpo autónomo de legitimistas extran- tintos movimientos de resistencia a la blanca. Bastantes fueron las ayudas eco- jeros, y en 1861 se encontraba al servicio 50
  • 7. CONTRARREVOLUCIÓN EL ROMPECABEZAS CARLISTA de los Borbones napolitanos; en 1872, fi- nalmente, podemos localizarlo en la fron- tera franco-española, colaborando en los preparativos del alzamiento que daría pa- so a la Segunda Guerra Carlista. A diferencia de los otros movimien- tos contrarrevolucionarios de Europa oc- cidental, el carlismo sobrevivió con una cierta fuerza tras la etapa de crisis que éstos vivieron en los años sesenta, se- tenta y ochenta del siglo XIX. El migue- lismo pasó a convertirse en marginal en el mapa político portugués a mediados de siglo, después de las insurrecciones de Maria da Fonte y de Patuleia a finales de la década de los años cuarenta, y con la instauración del régimen de la Rege- neraçao en 1851. En Italia, la unificación acabó con las resistencias al ascenso del liberalismo integrador y conquistador. El brigandaggio napolitano constituyó la úl- tima de las expresiones contrarrevolu- cionarias. En Francia, finalmente, el le- gitimismo recibió un duro golpe como consecuencia del conocido como grand refus de 1873 y, más adelante, con la muerte del conde de Chambord –el pre- tendiente Enrique V–, que provocó la dispersión de sus partidarios, adhirién- dose al conde de París o a los blancos de España o, simplemente, sucumbien- do a la desmovilización. El carlismo, mientras tanto, tras la derrota en los cam- pos de batalla de 1876, volvería a recu- perar una notable presencia en la socie- dad española, aunque nunca compara- La última ocasión en que los carlistas participaron en una guerra civil fue al lado de Franco, en ble a la de la etapa de las carlistadas. La 1936-1939, aunque fueron los vencidos entre los vencedores. Ilustración de Sáenz de Tejada. larga pervivencia del carlismo resulta, en este sentido, excepcional. excepcional devolvería al carlismo a las El “triunfo” carlista en 1939 escondía, andadas: la Segunda República y la Gue- sin embargo, el inicio de su “derrota”. Después de las carlistadas rra Civil de 1936-1939. Los carlistas se El “triunfo” comportó una notoria des- En 1876 empezaba para los carlistas una contaron entre los vencedores de 1939. movilización –suma de desengaños, pe- etapa nueva, en la que la política iba a Por primera vez en un siglo, no sufrían ro sobre todo de convencimiento de ocupar el lugar de la lucha armada y en una derrota. A diferencia de otros con- que la revolución había sido definiti- la que este movimiento debería abando- flictos anteriores, sin embargo, el car- vamente aplastada–, una sensación en- nar su posición de alternativa global al lismo no conformaba uno de los bandos tre amplios sectores de ser los venci- sistema liberal en España y convertirse en en liza, sino que constituía una parte de dos entre los vencedores, y, sobre to- un grupo más entre los que competían uno de los dos bloques enfrentados. La do, el final del mito victimizante que políticamente dentro de este sistema guerra de 1936-1939 no fue otra guerra había cultivado el carlismo durante más –aunque fuese pensando siempre en su carlista. El carlismo había vivido en los de un siglo. La “derrota” consistió en cada vez más lejana e improbable des- años treinta una etapa de crecimiento, un proceso imparable de marginación, trucción–, desde los conservadores has- en la que nucleó nuevamente una amal- al que factores internos como las pug- ta los socialistas, pasando por los nacio- gama contrarrevolucionaria. Sus límites nas entre tendencias, y factores gene- nalismos catalán y vasco. El carlismo se eran, sin embargo, evidentes, explican- rales como las evoluciones de la so- mostró capaz de adaptarse mínimamen- do la necesaria y convencida participa- ciedad española o el Vaticano II, tam- te a las transformaciones políticas y so- ción en un conjunto superior para de- bién contribuyeron. El resultado de to- ciales de la España de la Restauración; de rribar la República y hacer frente a la do lo anterior es el carlismo de hoy, re- modernizarse, al fin y al cabo. amenazante –en su particular perspecti- ducido, dividido y marginal, pero to- Únicamente un momento crítico va– revolución. davía existente. ■ 51
  • 8. Monarcas sin trono Francisco de Asís de Borbón luchando bajo sus banderas D entro de la ideología legitimista, la Corona fue una de las instituciones más importantes de su sistema político, y sus titulares lideraron el movimiento en los siglos XIX y XX. frustró ese proyecto y fue una de las causas del estallido de en la última Guerra Carlista. la llamada por algunos Segun- María Beatriz de Austria-Este da Guerra Carlista (1846- (1824-1906) Carlos (V) María Isidro de María Teresa de Braganza 1849) o Guerra dels Matiners. Archiduquesa de Austria, hija Borbón y Borbón (1788-1855) y Borbón (1793-1874) A pesar de sus intentos por de Francisco IV, duque sobera- Infante de Infanta de pasar la frontera, nunca pudo no de Módena, Reggio y Mi- España. Portugal y unirse a sus fuerzas que fue- randola, contrajo matrimonio Educado co- España, hija ron derrotadas finalmente, lo en 1847 con el infante don mo un prín- primogénita que provocó una crisis que le Juan de Borbón. Su catolicis- cipe católi- de los reyes llevaría a renunciar brevemen- mo tradicional y sus opiniones co, asumió Juan VI de te a sus derechos. En 1860, contrarrevolucionarias marca- los ideales Braganza y tras el frustrado levantamiento ron su vida, centrada en la contrarrevo- de Carlota militar de San Carlos de la Rá- educación de sus hijos y en lucionarios Joaquina de pita, Carlos Luis fue capturado actividades benéficas. Escrito- desde muy joven, siendo consi- Borbón, fue más conocida con por las fuerzas isabelinas y ra incansable de literatura reli- derado el heredero de su her- el título de princesa de Beira. obligado a renunciar a sus de- giosa, se retiró al convento de mano Fernando VII, con quien Contrajo primeras nupcias con rechos. Murió al año siguiente monjas carmelitas de Graz siempre estuvo estrechamente el infante don Pedro Carlos en sin sucesión directa. (Austria). unido hasta el conflicto dinás- 1810, de cuya unión nació su tico provocado por el naci- único vástago, el infante don María Carolina de Borbón Fernando de Borbón y Braganza miento de la futura Isabel II en Sebastián Gabriel, futuro gene- y Borbón (1820-1861) (1824-1861) 1830. Defensor de sus dere- ral carlista. En 1821 se trasla- Princesa de las Dos Sicilias, Infante de chos dinásticos y de los de sus dó a España, donde pronto se contrajo matrimonio con España, vi- hijos, fue exiliado discreta- conocieron sus ideas contrarre- el conde de Montemolín en el vió la mayor mente a Portugal y Gran Breta- volucionarias y tradicionalistas. Palacio Real de Caserta, en parte de su ña con su familia. Se trasladó Acompañó en el exilio a su her- Nápoles, en 1850. De carác- vida en el clandestinamente a España en mana y sobrinos, contrayendo ter dócil, apoyó las aspiracio- exilio en di- 1834, liderando a sus defen- nuevo matrimonio con su cuña- nes políticas de su marido, versos sores tradicionalistas y católi- do don Carlos María Isidro en asistiendo al final de sus días países eu- cos durante la Primera Guerra 1838. De carácter decidido y a la caída de la dinastía de los ropeos. Fiel Carlista (1833-1840). Exiliado tenaz, se opuso a cualquier Borbones de los tronos de las a su padre y a su hermano y vigilado en Francia, firmó su claudicación política en los Dos Sicilias y Parma, como Carlos VI, participó en el in- abdicación en su hijo mayor en años de exilio, animando a la consecuencia del proceso de tento de San Carlos de la Rá- 1845, aconsejado por algunos lucha y la resistencia a los car- unidad italiano. pita. Las muertes de don Fer- líderes legitimistas y el papa listas. Tras la muerte de Car- nando, el 1 de enero de 1861 Gregorio XVI, retirándose al los VI y las declaraciones libe- Juan (III) de Borbón y Braganza y, doce días más tarde, de su Piamonte y, más tarde, a Tries- rales de Juan III, firmó su fa- (1822-1887) hermano Carlos Luis y su cu- te, donde falleció. mosa Carta a los españoles, Conde de Montizón. Las dife- ñada, provocaron rumores so- donde declaró la legitimidad rencias entre su esposa, tradi- bre un posible triple envene- María Francisca de Asís de de ejercicio por encima de la cionalista católica, y su pensa- namiento, pese al anuncio ofi- Braganza y Borbón (1800-1834) de origen, invalidando la candi- miento, cada vez más liberal, cial de fallecimiento por tifus. Infanta de datura de su hijastro y presen- motivaron una discreta separa- Portugal y tando a su nieto Carlos VII co- ción. Lingüista, deportista, in- Carlos (VII) María de los España, con- mo candidato al trono español. cansable viajero, fue conocido Dolores de Borbón trajo matri- en su tiempo por su amplia y Austria-Este (1848-1909) monio con el Carlos (VI) de Borbón cultura. En 1860 declaró Duque de infante don y Braganza (1818-1861) abiertamente sus deseos de Madrid, fue Carlos María Conde de ser reconocido como rey de uno de los Isidro en Montemolín. España, aceptando el régimen monarcas 1816. Junto En 1845 constitucional. La princesa de más popula- a su hermana, la princesa de publicó un Beira y otros destacados jefes res de los Beira, y su esposo formaron manifiesto carlistas le solicitaron que carlistas. un partido cortesano contra- conciliador aceptara los principios tradi- Con la publi- rrevolucionario y enemigo de con el pro- cionales o que abdicara en su cación de su cualquier transacción con el grama míni- hijo mayor. Don Juan se negó primer manifiesto, en 1869, liberalismo durante el reinado mo del car- a ello, reconociendo pública- comenzó una nueva oportuni- de Fernando VII. Falleció en lismo, con la intención de ha- mente a Isabel II tres años dad para las armas legitimis- el exilio en Gran Bretaña cer realidad un posible enlace más tarde. Tras una serie de tas. Tras una frustrada intento- donde fue enterrada con ho- con su prima Isabel II. La bo- frustradas iniciativas políticas, na de alzamiento, intentó con- nores de reina. da de la reina de España con abdicó en su hijo en 1868, fiar el movimiento al general 52
  • 9. EL ROMPECABEZAS CARLISTA Ramón Cabrera. Ante la negati- de Braganza (1852-1941), muerte de su tío don Alfonso de rey por Franco, finalizó su va de éste, Carlos VII asumió la asumió la dirección de las Carlos I, en ella recaerían –se- etapa de colaboración con el dirección en la Asamblea de fuerzas legitimistas en el fren- gún sus partidarios– los dere- régimen franquista, situándose, Vevey. En 1872 estalló una in- te de Cataluña y el Maestrazgo chos de la rama en litigio. junto a la mayor parte de su fa- surrección en Navarra y el País durante la última Guerra Car- milia, en la oposición política, Vasco que dio lugar a la última lista. A la muerte de su sobri- Carlos (VIII) de Habsburgo asumiendo postulados propios Guerra Carlista que se extendió no don Jaime, fue reconocido y Borbón (1909-1953) del socialismo autogestionario. por otras regiones. La procla- como monarca por los carlis- Archiduque El movimiento carlista se divi- mación del joven monarca Al- tas, aceptando la participación de Austria, dió nuevamente y Carlos Hugo fonso XII y el reconocimiento de las unidades de requetés hijo menor asumió la dirección de un nue- por el Vaticano del nuevo régi- en el alzamiento del 18 de ju- de la infanta vo Partido Carlista que se incor- men canovista afectaron a la lio de 1936. Murió sin suce- doña Blan- poró a la Junta Democrática de causa carlista, que fue derrota- sión en septiembre de ese ca, fue reco- España (15 de septiembre de da por las armas en 1876. Car- mismo año, atropellado por un nocido como 1974) junto al Partido Comu- los VII abandonó el país y co- camión en Viena. heredero de nista y otras agrupaciones de menzó una serie de viajes por los derechos izquierda, y a la Plataforma de el mundo hasta 1885, en que Jaime (III) de Borbón y Borbón dinásticos de la rama legiti- Convergencia Democrática (20 decidió reasumir la dirección (1870-1931) mista por aquellos carlistas de abril de 1975). Tras las del movimiento y apoyar los in- Educado rí- que no aceptaron la regencia elecciones de 1979, el desca- tentos de reorganización del gidamente ni la candidatura de los Bor- labro electoral de su partido le marqués de Cerralbo. en diversas bón-Parma. Contrajo matrimo- llevó a renunciar a su jefatura y academias nio con Cristina Satzger de dirección política. Tras separar- Margarita de Borbón-Parma militares de Bálványos en 1938, con la se de su esposa, se trasladó a (1847-1893) Austria y Ru- que tuvo dos hijas, Alejandra e Estados Unidos, impartiendo Hija de Fer- sia, fue ofi- Inmaculada. clases en la Universidad de nando Car- cial del ejér- Harvard. En 2002 cedió el ar- los III, du- cito zarista, Javier (I) de Borbón-Parma chivo histórico de los Borbón- que de Par- participando en las guerras de y Braganza (1889-1977) Parma al Ministerio de Cultura. ma, y de la China (1900) y ruso-japonesa Duque de Parma, casado en princesa Lui- (1903-1904). Cuando sucedió 1927 con Magdalena de Bor- Irene de Orange-Nassau (1939) sa de Fran- a su padre, halló el movimiento bón-Bousset (1898-1984), Princesa de Lippe-Biesterfeld, cia. Contrajo carlista dividido y demasiado asumió la regencia al fallecer hija de la reina Juliana de los matrimonio débil para intentar una nueva don Alfonso Carlos I en 1936, Países Bajos y del príncipe con Carlos VII en 1867, organi- insurrección, por lo que apoyó adoptando un difícil equilibrio Bernardo. Tras su matrimonio zando labores de asistencia su participación electoral y par- a favor de la oposición mode- en 1964, en Roma, con Carlos médica y beneficencia en el lamentaria en España. Durante rada y a la expectativa del ré- Hugo, tuvo cuatro hijos: Carlos campo carlista durante la gue- la I Guerra Mundial (1914- gimen franquista. Tras la II Javier (1970), los infantes ge- rra de 1872-1876, por lo que 1918), el carlismo se escindió Guerra Mundial, don Javier in- melos Margarita y Jaime fue reconocida como “el ángel en dos bandos: el jaimista, par- tentó evitar la desunión entre (1972) y María Carolina bueno”. Sufrió con coraje con- tidario de la neutralidad, y el las diversas familias carlistas, (1974). Tras su divorcio en tinuas infidelidades matrimo- germanófilo, acaudillado por asumiendo la titularidad de los 1981, ha vivido totalmente niales de su esposo, lo que au- Vázquez de Mella. El 6 de mar- derechos dinásticos en 1957. alejada de la vida política y mentó su popularidad entre las zo de 1925, don Jaime dio a El 20 de abril de 1975 anun- oficial de la Corte holandesa. masas carlistas. conocer un manifiesto crítico ció oficialmente su abdicación con la dictadura de Primo de a favor de su hijo Carlos Hugo, Sixto Enrique de Borbón Berta de Rohan-Guémenée Rivera, lo cual fragmentó aún pese a sus diferencias ideoló- Parma (1940) (1860-1945) más la débil unidad de los car- gicas. Enfrentado a la línea ideológi- Contrajo matrimonio con Car- listas. Antes de fallecer soltero ca de su her- los VII en 1894, residiendo en y sin sucesión directa, firmó un Carlos Hugo (I) de mano Carlos el palacio Loredán de Venecia. prudente manifiesto ante la Borbón-Parma (1930) Hugo –el so- Numerosos carlistas criticaron proclamación de la Segunda Duque de cialismo au- su influencia sobre el preten- República, aconsejando a sus Parma, estu- togestiona- diente, acusándola de provocar fieles que ayudaran, sobre to- dió Ciencias rio–, se le ha el alejamiento físico del prínci- do, al mantenimiento del orden Económicas relacionado pe don Jaime y su soltería, al público. en la Univer- continua- negarse a favorecer su matri- sidad de Ox- mente con monio con una princesa de Blanca de Borbón (1868-1949) ford y Cien- grupos de extrema derecha. sangre real. Primogénita de Carlos VII, cias Políti- Algunos carlistas trataron de contrajo matrimonio en 1889 cas en la presentarlo en los años sesen- Alfonso Carlos (I) de Borbón con Leopoldo Salvador de Sorbona y fue presentado como ta como pretendiente frente a y Austria-Este (1849-1936) Habsburgo (1863-1931), ar- príncipe de Asturias por su pa- su hermano. Duque de San Jaime, fue ofi- chiduque de Austria-Toscana, dre en Montejurra, el 5 de ma- cial zuavo del ejército pontifi- con el que tuvo diez hijos. A la yo de 1957. Tras la proclama- ANTONIO MANUEL MORAL RONCAL cio. Casado, desde 1871, con extinción masculina de la di- ción de don Juan Carlos de Profesor de la Universidad la infanta María de las Nieves nastía carlista en 1936, tras la Borbón como sucesor a título de Alcalá de Henares 53
  • 10. ORGÍA DE SANGRE Durante las décadas centrales del siglo XIX, el conflicto carlista desgarró España en un rosario de enfrentamientos. José Ramón Urquijo esboza las principales guerras carlistas, con el telón de fondo del pulso europeo entre potencias liberales y conservadoras L a Primera Guerra Carlista fue el Tras el fallecimiento del monarca, se La ausencia de tropas en territorio vas- escenario de varios debates de produjeron diversas sublevaciones, en co facilitó la afirmación de la revuelta, fuerzas que aspiran a implantar general articuladas sobre la movilización hasta que el Ejército acabó con ella a fi- modelos políticos diferentes y, de elementos absolutistas, en la mayoría nales de noviembre. en muchos casos, contrapuestos, de for- de los casos enrolados en los batallones Navarra marcó un nuevo carácter a la ma radical. En ella se mezclaron quie- de Voluntarios Realistas, que fueron con- guerra: en noviembre de 1833, se cons- nes aspiraban a una continuidad mo- vocados por sus jefes naturales. En Cas- tituyó una Junta Gubernativa de Navarra, nárquica de acuerdo con los principios tilla, dirigido por Merino, Cuevillas y Ba- que acabó por conferir a Zumalacárregui del absolutismo, quienes deseaban tí- silio García, el levantamiento no logró el mando de la tropa, y se empezaron a midas reformas acordes con los nuevos consolidarse; también fracasó en La Rio- organizar las diversas partidas, aprove- vientos de la política europea y quienes ja y en el sur de Navarra, cuyo jefe San- chando que los cristinos concentraban su aspiraban a una transformación bajo los tos Ladrón de Cegama fue fusilado. atención en las vascongadas. principios de un liberalismo más o me- El modelo inicial de lucha fue el de las nos radical. Ni en el campo del carlismo Rey en Vizcaya guerrillas realistas del Trienio, organiza- ni en el del liberalismo, los límites es- Los sucesos más importantes tuvieron ciones territoriales poco interconectadas. taban perfectamente definidos, ya que por escenario las llamadas provincias Desde diciembre de 1833 hasta la en- los apoyos fueron variando a lo largo de exentas. El 3 de octubre de 1833, un sec- trada de don Carlos en España (julio de la contienda, aunque había un núcleo tor de la Diputación vizcaína proclamó 1834), Zumalacárregui tuvo el mando claramente estable en cada bando. rey a don Carlos, al tiempo que convo- militar, e incluso el político, del carlismo. La génesis intelectual del movimiento caba a los Paisanos Armados. El briga- Tras la llegada del Pretendiente, mantu- carlista español hay que situarla en los dier Fernando Zabala, el coronel de los vo la jefatura militar y se agudizaron las grupos opositores a las reformas apro- Paisanos Armados Pedro Novia de Sal- tensiones con los poderes políticos, la badas en Cádiz, durante la Guerra de cedo y un prohombre local, el marqués Camarilla del Rey y las Diputaciones. la Independencia, oposición que se con- de Valdespina, fueron los líderes de la Desde el punto de vista bélico se dis- virtió en actividad armada durante el revuelta. En Álava, la dirección de la lu- tinguen tres períodos: en el primero, se Trienio Constitucional. La ausencia de cha corrió a cargo de Valentín de Ve- practicó la guerra de guerrillas, que per- herederos varones de Fernando VII re- rástegui, y junto a él aparece un vete- mitía formar un ejército mientras se pro- presentó la oportunidad para intentar la rano de las luchas realistas del Trienio, curaba el desgaste de las tropas cristinas. toma del poder bajo una apariencia de José Uranga. En Guipúzcoa, se estable- Tras esta fase, se inició el control del te- respeto a la legalidad. ció el tercer núcleo surgido en los pue- rritorio rural y, en especial, de los va- blos del interior, cuyo centro se encon- lles del Pirineo navarro que posibilitaban JOSÉ RAMÓN URQUIJO GOITIA es miembro del traba en Oñate. Valencia y Cataluña al- el acceso a Francia, de donde llegaba Departamento de Historia Contemporánea bergaron otros focos de la sublevación, gran parte de los suministros. La fase fi- y director del Instituto de Historia (CSIC). que fueron rápidamente liquidados. nal está constituida por la ocupación de 54
  • 11. EL ROMPECABEZAS CARLISTA Una partida de Cabrera se entrega a una bacanal, mientras fusila a un grupo de enemigos. Cromolitografía que ilustra la edición de 1889 de la Historia de la Guerra Civil, de Antonio Pirala. las villas vascas. Los brotes de Catalu- del sistema tan absolutista de Fernan- La colaboración del carlismo español, ña y El Maestrazgo no lograban conso- do VII, pero no aceptaban las reformas el miguelismo portugués y los absolu- lidarse, aunque persistió la actividad de liberales de los exiliados españoles. Jun- tistas franceses movió a Inglaterra y partidas que no actuaban de forma co- to al rechazo político, se encontraba el Francia a crear la Cuádruple Alianza en ordinada ni estaban jerarquizadas. de las monarquías que querían defen- 1834, entre cuyos objetivos estaba el ga- En junio de 1835, Zumalacárregui se der sus posibilidades sucesorias rantizar la victoria liberal en España y planteó cómo continuar la guerra: avan- Portugal. Basándose en este tratado, el zar hacia Madrid o completar el domi- División en Europa Gobierno español solicitó ayuda militar nio del territorio con la conquista de las Iniciada la guerra, Europa se dividió de Francia e Inglaterra, que sólo acce- capitales vascas. Finalmente, optó por en dos bloques, cuyas posiciones prin- dieron al envío de las legiones de “vo- el asedio de Bilbao, a fin de contar con cipales las ocupaban Inglaterra y Fran- luntarios”, pero nunca al de tropas re- plazas importantes que posibilitaran el cia, frente a Austria, Prusia y Rusia. Las gulares. Don Carlos recibió algunas reconocimiento y la concesión de em- primeras reconocieron inmediatamente ayudas económicas de las Cortes que se préstitos. Durante las operaciones del a Isabel II como reina. Las llamadas po- mostraban hostiles al liberalismo. sitio, una bala hirió en la pierna a Zu- tencias conservadoras suspendieron tal Tras la muerte de Zumalacárregui, se malacárregui que, al cabo de diez días, reconocimiento, al tiempo que mante- optó por el sistema de expediciones des- murió en Cegama. Bilbao se convirtió nían sus embajadores en Madrid, aun- tinadas a extender la sublevación y a en la obsesión del carlismo en todos los que sin comprometerse abiertamente en coordinar a los grupos sublevados exis- conflictos del siglo. su apoyo a don Carlos. Se trataba de tentes fuera del territorio vasco. En Cas- Desde antes de la guerra, se advirtió evitar que un nuevo país se decantase tilla la Vieja, las guerrillas carlistas que- una división entre las naciones europeas. a favor del bloque liberal, variando el daron eliminadas en la primavera de Las Cortes conservadoras discrepaban equilibrio europeo existente. 1836, cuando Merino se retiró al País 55
  • 12. GENERALES REBELDES Vasco. En Cataluña, la expedición de importante victoria en el Puente de Lu- Guergué al frente de tropas navarras lo- chana, que ocasionó graves pérdidas a los Tomás de Zumalacárregui Ormáiztegui, 1788-Cegama, 1835 gró dar cierta cohesión a las partidas ca- carlistas. El liberalismo tenía un símbolo De origen humilde, terminó la Guerra de la talanas, pero el descontento de los na- y Espartero se convertía en su caudillo. Independencia con el grado de capitán. En varros, que no deseaban luchar fuera de Pero la penuria económica impidió ren- 1820, fue apartado de la escala activa por su tierra, le obligó a regresar. Los jefes tabilizar el éxito y permitió la recupera- su ideología absolutista. Muerto Fernan- que le sucedieron tampoco lograron una ción de los carlistas, que prepararon una do VII, se unió a las fuerzas carlistas de eficaz organización de la lucha. nueva expedición. En esta ocasión, el Iturralde y pronto fue el gran jefe indiscuti- En El Maestrazgo, Cabrera se había mando militar lo ejerció el infante don Se- ble del ejército carlista y llegó a contar con unos 30.000 hombres consolidado como la figura indiscutible. bastián Gabriel, sobrino de su rey. Su ob- en armas. En el sitio Durante este período, la brutalidad de la jetivo era poner en marcha un acuerdo de Bilbao fue herido lucha queda ejemplificada en aquel te- secreto entre María Cristina, y don Carlos en una pierna. Cuando rritorio, en el que no llegó a estar vigente para acabar con la guerra mediante la en- los médicos se deci- el convenio de Lord Elliot. trega del trono; facilitar el pronuncia- dieron finalmente a En la dirección militar se sucedieron ge- miento de la población a favor del pre- extraerle la bala, vein- tiún días después, era nerales desprovistos del carisma del mi- tendiente y dar satisfacción a sus parti- demasiado tarde y fa- litar guipuzcoano. Durante este período, darios extranjeros que exigían mayor de- lleció. si bien los liberales no lograron acabar cisión para acabar la guerra. Pero se vol- con los carlistas, el avance de estos últi- vió a repetir la historia de la expedición Ramón Cabrera y Griñó mo fue muy limitado, pues continuaron del año anterior. Don Carlos vagabundeó Tortosa, 1806-Wentworth, 1877 circunscritos prácticamente al mismo pe- por España, se acercó a Madrid, a la que Sus padres querían que fuera sacerdote, pe- rímetro en que se movía Zumalacárregui. ni siquiera intentó atacar, y se retiró rá- ro en 1833 se unió a las partidas carlistas del Maestrazgo. El fusilamiento de dos al- El estancamiento les llevó a una variación pidamente hacia territorio vasco. Este caldes en 1836 provocó el de su madre. En en la táctica, que para algunos se debía nuevo fracaso pesó en el descrédito de la represalia, replicó con una campaña tan vio- dirigir al fomento de las expediciones que causa carlista dentro y fuera de España. lenta que se le comen- zó a llamar El Tigre del Maestrazgo. En 1838 Convencido del fracaso militar, Maroto convirtió Morella en capital de su feudo pactó con Espartero el reconocimiento montañés. Espartero de los servicios de armas y de los Fueros tomó la localidad en 1840 y Cabrera se exi- permitía disminuir la presión sobre el te- Tras el regreso a territorio vasco, se ini- lió. En 1875, recono- rritorio vasco, al tiempo que creaban o ció un nuevo cambio de los responsa- ció a Alfonso XII. potenciaban otros frentes de lucha. bles militares carlistas, al tiempo que los La primera expedición importante fue liberales parecían estabilizados bajo el Rafael Maroto Lorca, 1783-Chile, 1847 la encabezada por el general Gómez, cu- mando de Espartero. De origen noble, participó en la Guerra de la yo objetivo inicial era crear un foco bé- Entre los liberales se discutía abierta- Independencia y luego fue enviado a Améri- lico en Asturias. La impotencia de los li- mente la necesidad de una transacción ca a luchar contra los independentistas. En berales para frustrar sus correrías tuvo re- para finalizar la guerra, al objeto de evi- 1835, era jefe de las percusiones interiores y exteriores. En el tar un mayor desgaste, y lograr que la fuerzas carlistas en Viz- interior, asistimos al movimiento juntista prosecución del conflicto facilitase el sur- caya. Llamado de nue- de 1836, que acusaba al Gobierno de in- gimiento de movimientos radicales. Des- vo en 1838, fue jefe supremo del ejército. A capacidad o connivencia con el enemigo, de este momento, tomó cuerpo la idea pesar de la oposición a fin de pactar el fin de la guerra mediante del factor foral como medio de pacifica- de don Carlos, firmó el concesiones políticas en perjuicio de los ción, coincidiendo con un claro agota- convenio de Vergara. liberales exaltados. En el plano interna- miento de la vía militar y fuertes tensio- Murió en Chile durante cional, la expedición de Gómez proyec- nes entre los partidarios de don Carlos. un viaje privado. tó la imagen de la capacidad del Ejérci- to carlista para luchar en campos de ba- Protestas por los ojalateros Manuel Ignacio Santa Cruz Guipúzcoa, 1842-Pasto (Colombia), 1926 talla diferentes a los de las montañas en En la primavera de 1838 se produjeron El cura Santa Cruz ini- que se hallaban recluidos. Pero el regre- diversas sublevaciones en la zona car- ció en 1870 una ac- so de la expedición evidenciaba la inca- lista, en protesta contra la presencia de ción guerrillera por su pacidad del carlismo para asentarse en te- los ojalateros –funcionarios y cortesanos cuenta, al margen de rritorios distintos al vasco. carlistas que, expulsados de territorio li- las propias tropas car- Al mismo tiempo, los carlistas iniciaron beral, residían en el País Vasco, donde listas, por lo que acabó siendo perseguido tan- el asedio a Bilbao, cuya toma fue anun- eran mantenidos a costa de la población to por los liberales co- ciada en varias ocasiones por los medios autóctona y sin incorporarse al Ejército–, mo por sus propios co- realistas europeos. Tras dos meses de y a principios de 1839 Maroto ordenó rreligionarios. sitio, Baldomero Espartero logró una el fusilamiento de varios generales y el 56
  • 13. ORGÍA DE SANGRE EL ROMPECABEZAS CARLISTA ción estaba completamente controlada. De menor importancia fueron los epi- sodios de 1855 o el desembarco en San Carlos de la Rápita (1860), que fracasa- ron. Tras estos sucesos, hubo una reor- ganización del carlismo, al que la ex- pulsión de Isabel II ofrecía una nueva oportunidad de aspirar al trono. La coyuntura política en que se pro- dujo esta sublevación facilitó la conjun- ción de intereses diversos: carlistas, ca- tólicos conservadores, isabelinos resen- tidos de la expulsión, foralistas que rei- vindicaban la recuperación de dichos privilegios, etc. En esta ocasión, la rei- vindicación de la legitimidad iba acom- pañada del rechazo a la imposición de una monarquía extranjera, que había eli- minado el poder temporal del Papado. En este aspecto internacional tampoco existía semejanza con la Primera Guerra. Los antiguos aliados no se mostraban fa- vorables a los carlistas, especialmente porque el nuevo hombre fuerte, el can- ciller alemán Bismarck, era contrario a di- cho movimiento. Lógicamente, en la uni- ficada Italia no se apoyaban movimien- tos en contra del hijo de su monarca. El Abrazo de Vergara, el 31 de agosto de 1839, entre los generales Maroto, carlista, y La posición francesa estaba determi- Espartero, liberal, sancionó el fin de la Primera Guerra Carlista. Litografía de la época. nada por su oposición a Bismarck y al general Prim, al que se responsabilizaba destierro de otro grupo de notables, acu- en julio de 1840 se viese obligado a pa- de la guerra franco-prusiana de 1870, en- sados de conspirar, hecho que causó un sar a Francia. En Cataluña, prosiguieron tre cuyas causas estuvo la disputa por las gran descrédito a la causa carlista. los enfrentamientos entre militares y la candidaturas al trono de España. Diver- El convencimiento del agotamiento Junta, que alcanzaron su cima con el ase- sos incidentes con Alemania –ejecución militar del carlismo movió a Maroto a en- sinato del conde de España, lo que pro- de un periodista y apresamiento de un tablar negociaciones con Espartero pa- vocó la crisis en el Principado. buque de dicha nacionalidad– supusie- ra asegurar la paz sobre la base del re- ron un agudizamiento de la tensión con conocimiento de los servicios de armas Batalla en el exilio el canciller germano, quien vetó cual- y la conservación de los Fueros. El Abra- El exilio fue el lugar de batalla ideoló- quier veleidad francesa al respecto. zo de Vergara –el 31 de agosto de 1839– gica entre las diversas facciones carlis- El 21 de abril de 1872, se produjo un sancionó el fin de la guerra y fue deci- tas, cuyos integrantes acabaron acep- levantamiento, en el que fallaron mu- sivo para configurar la evolución polí- tando las amnistías ofrecidas por los go- chas de las guarniciones en las que ha- tica española de los años siguientes. biernos liberales. En el interior de Es- bían fijado su esperanza. Dos semanas Pero en Cataluña y Aragón continuó la paña, se produjeron incidentes con par- más tarde, el pretendiente Carlos VII cru- guerra. Durante 1838, Cabrera prosiguió tidas armadas carlistas durante el reina- zaba la frontera, pero de forma inme- su expansión, aunque fracasó en sus in- do de Isabel II, cuyos perfiles de actua- diata fue derrotado por la fuerzas libe- tentos de extender la revuelta a los te- ción se encontraban a medio camino en- rales del general Moriones, que le obli- rritorios cercanos. Logró, en cambio, un tre la reivindicación política y el ban- gó a regresar a Francia. gran éxito en la ocupación de la plaza de dolerismo. Mayor consistencia tuvo la El resto de sus partidarios, sin una di- Morella, punto casi inexpugnable que pa- llamada Guerra de los Matiners (finales rección clara, optó en mayo de ese año só a convertirse en la capital del carlis- de 1846), que quedó circunscrita a la zo- por la firma del Convenio de Amore- mo levantino. La ocupación de Zarago- na catalana. Si bien la mayoría de los in- bieta, que liquidaba la sublevación. Has- za resultó también un fracaso por la im- tegrantes de las partidas eran carlistas, ta agosto continuó la actividad aislada. posibilidad de mantenerla. En ese mo- la coincidencia con los sucesos de 1848 En la zona catalana y aragonesa, diver- mento, Cabrera pasó a convertirse en el y la unión de otros grupos de oposición sas partidas –Savalls, Tallada, Francesch, nuevo mito militar del carlismo, suce- queda reflejada en una sociología en la Cucala, etc.– mantenían viva la llama de diendo a Zumalacárregui. Tras el Abrazo que no resultaban extraños los republi- la sublevación, haciendo prolongarse de Vergara, continuó la lucha hasta que canos. A mediados de 1849, la subleva- una situación que resultó muy benefi- 57
  • 14. ciosa a los planes carlistas. Para provo- carlista, tras la que eran dueños de casi car una movilización en su favor, Car- toda Guipúzcoa, Vizcaya (salvo Portu- los VII reconoció los fueros de Catalu- galete y Bilbao) y una parte importan- ña, Aragón y Valencia. La derrota signi- te de Navarra, en cuya plaza de Estella, ficó la destrucción de todas las redes conquistada el 24 agosto, se instaló la existentes, lo que dificultaba la prepa- capital política de los insurgentes. Du- ración de una nueva intentona y la ex- rante las operaciones, tuvo lugar la Ba- plosión de las tensiones entre los diver- talla de Montejurra (de 7 a 11 de no- sos grupos. Contra los que más reticen- viembre de 1873), que pasó a formar cias existían era contra los que se habían parte de los mitos carlistas. adherido a la causa tras la sublevación de La reanudación de la guerra supuso el 1868, quienes, en muchos casos, habían despertar de la actividad en Cataluña, alcanzado puestos de responsabilidad. aunque con menos fuerza. Hasta finales Poco a poco, se fue recomponiendo de 1873 no hubo una consolidación de una estructura capaz de organizar un la oposición carlista en la zona aragone- nuevo levantamiento, en medio de una sa, actividad de la que fue responsable coyuntura de grave deterioro de la mo- Marco de Bello. Posteriormente, la res- narquía italiana instaurada en España. El general Espartero se convirtió en el héroe ponsabilidad pasó a manos del infante A principios de diciembre de 1872, de los liberales, por sus éxitos en la campaña Alfonso Carlos, lo que despertó recelos empieza su actividad la partida del cu- contra los carlistas en el Norte. entre los viejos luchadores carlistas, que ra Santa Cruz, que se convirtió en uno lograron mantener un mando indepen- de los principales mitos de la guerrilla una formalización de las fuerzas milita- diente bajo las órdenes de Tristany, ve- carlista. A finales del mismo mes, se ge- res y quienes defendían el sistema de terano de la Primera Guerra. neralizó la actividad bélica en el terri- fuerzas irregulares. torio vasco-navarro. Durante el primer En los meses centrales de 1873, hu- De nuevo a por Bilbao semestre de 1873, la convulsa situación bo cerca de 50 batallones formados. Se Nuevamente la capital vizcaína se con- política –abdicación de Amadeo e im- alternaban las acciones de guerrilla con virtió en el objetivo carlista. El cerco se plantación de la República– permitió la batallas como las de Eraul (mayo de inició en enero de 1874 con la toma de consolidación de las partidas carlistas, 1873), y se accedió a un control del te- Portugalete, pero los inicios de los bom- que acabaron convirtiéndose en muchos rritorio que hizo posible la entrada de bardeos tuvieron lugar a fines de fe- casos en un ejército regular. Resurgió Carlos VII en España (julio de 1873). Ello brero. Tras diversas iniciativas liberales, la dicotomía entre quienes aspiraban a fue el inicio de una importante ofensiva se levantó el cerco el 2 de mayo de 1874. Tras el fracaso ante Bilbao, los car- listas combatieron en diversos frentes lo- Dos ejércitos no tan distintos grando importantes conquistas (Tolosa, Estella, Laguardia...) y victorias, como la L as fuerzas carlistas que iniciaron la sublevación tuvieron un doble ori- gen: partidas de personas adictas a la idea contrarrevolucionaria y fuerzas regu- lares de voluntarios realistas que fueron con- más significativo es el de Zumalacárregui, a quien una herida no muy importante en la pierna le llevó a la tumba. En el bando liberal, el ejército se en- frentó en los primeros momentos a dos in- de Abázuza, en la que murió el general Concha, héroe de la liberación de Bilbao. Pero un acontecimiento político en el campo liberal dio un cambio radical a la guerra: el Pronunciamiento de Sagunto, vocadas por sus jefes, que en algunos casos convenientes importantes: los efectos de la el 29 de diciembre de 1874, cuya con- habían sido destituidos en los últimos me- depuración política de sus oficiales reali- secuencia fue el restablecimiento de la ses. Tras la entrada de Sarfield, se produjo zada en el reinado de Fernando VII; y en monarquía en la persona de Alfonso XII. una desbandada, por lo que los mandos mi- otros casos, la existencia de recelos que Eso supuso para el carlismo la pérdida litares crearon partidas encargadas de sa- impedían un desarrollo adecuado de las re- de los grupos que habían encontrado en car mozos de sus domicilios, en muchos ca- laciones entre ambos. Hacia 1836, el pe- su causa una forma adecuada de opo- sos utilizando sistemas coactivos. so de Espartero logró asentar ciertos prin- sición a la Revolución de 1868. La llegada de Zumalacárregui supuso la cipios de disciplina y eficacia en el Ejérci- La posición carlista en territorio catalán regularización de la organización militar to liberal. y aragonés se vio debilitada por el reco- que quedó encuadrada de acuerdo con los Al finalizar la guerra, los liberales ha- nocimiento de Alfonso XII por Cabrera, parámetros normales de dicha institución. bían duplicado sus efectivos, alcanzando la luchas internas, con destituciones de je- Al finalizar la guerra, el Ejército carlis- cifra de 220.000 hombres, de los que al- fes militares, propuestas de negociación ta contaba con cerca de 90.000 hombres. go más de la mitad estaba dedicada direc- que terminaron en fusilamientos y, final- No existen datos exactos sobre la morta- tamente a la lucha contra los carlistas mente, la toma de Seo de Urgell, por Mar- lidad, pero todo parece indicar que se tra- (77.000 en el frente norte, 32.000 en Ara- tínez Campos, que posibilitó la concen- taba de cifras elevadas, sobre todo por el es- gón y 23.000 en Cataluña). tración de fuerzas en las provincias vas- caso desarrollo de la sanidad. El ejemplo J. R. U. cas. El 28 de febrero de 1876, Carlos VII regresaba a territorio francés. ■ 58
  • 15. EL ROMPECABEZAS CARLISTA Una guerra LITERARIA El conflicto carlista fascinó desde el primer momento a los viajeros románticos que se acercaban a la Península y se complacían en ver en él una de las claves de lo hispano. Con los años, pasó de la crónica a la literatura y, finalmente, al cine. Pedro Rújula presenta los mejores autores que buscaron inspiración en el carlismo L a experiencia histórica de las guerras civiles del siglo XIX ha El corresponsal de El tenido una proyección muy du- Imparcial en el ejército del Norte, en 1875, durante la radera sobre el discurso litera- última guerra carlista, según rio; sin embargo, esta presencia no un dibujo de LIEyA. siempre se produjo de la misma forma ni con el mismo fin. El tiempo ha visto cómo los reflejos de la guerra se han ido modificando en una sucesión cambian- te de relatos que refieren aquellos acon- tecimientos. En los primeros tiempos, lo que primó en los textos fue el valor de la expe- riencia. España, incorporada plenamen- te al tour europeo, se había convertido en destino de viajeros que contaban con inspirar su alma y su pluma durante el recorrido por un país que se prometía pintoresco y abierto a la sorpresa. El es- tallido de la guerra civil añadió un in- grediente nuevo al itinerario peninsular que, si bien no siempre fue buscado de forma deliberada, no tardaría en apare- cer destacado en los relatos de viajes, co- mo un elemento central que proporcio- naba una vía de acceso hacia la com- prensión y explicación del país. Gran repercusión tuvo la obra de Jo- seph-Augustin Chaho, Viaje a Navarra durante la insurrección de los Vascos (1830-1835), publicada en París el año 1836. Este autor, considerado uno de los precursores del nacionalismo vas- co, trató de identificar las líneas defi- PEDRO RÚJULA es profesor de Historia Com- temporánea, Universidad de Zaragoza. 59
  • 16. ojos al servicio de mostrar “una trage- dia que los tiempos venideros sabrán apreciar en su justo valor, ya que en los presentes sólo se estima el éxito o el fracaso”. Los tópicos de Borrow Menos homogénea, pero igualmente interesante, fue la producción de aque- llos extranjeros que asistieron al es- pectáculo de la guerra desde el otro la- do de las trincheras. Entre ellos, des- taca aquel extraño vendedor de biblias por cuenta de una sociedad londinen- se llamado George Borrow, que de- sembarcó en la Península en 1835. Re- cogió sus venturas y desventuras en La Biblia en España (1843), donde no fal- tan referencias a la guerra e interpre- taciones del conflicto, como las que surgían durante su estancia en Madrid mientras se aproximaba la Expedición Portada de la primera edición de la Historia Primera página de La Ilustracion Española y Real a los muros de la capital. “Pero de la Guerra Civil y de los partidos liberal y Americana, el 15 de julio de 1875, la verdad –escribía– es que los gene- carlista, de Antonio Pirala. informando de una acción militar en Treviño. rales carlistas no deseaban terminar la guerra, porque mientras en el país con- nitorias del tipo vasco en el contexto había cautivado el interés internacional tinuase la efusión de sangre y la anar- de la primera guerra y se topó con que desde los primeros momentos. quía, podrían ellos saquear y ejercer Zumalacárregui, según su criterio, lo No fue extraña la presencia de sol- esa desenfrenada autoridad, tan grata encarnaba plenamente. En su obra sur- dados extranjeros combatiendo en las a los hombres de brutales e indómitas gía, en medio de la noche, un héroe filas de don Carlos, cuyo testimonio se- pasiones”. También Carlos Dembows- mesiánico de “cara expresiva y severa” ría llevado a la imprenta en los años ki recogió en Dos años en España y iluminada por las antorchas que, ves- inmediatamente posteriores a los he- Portugal durante la Guerra Civil, 1838- tido con boina, pantalón rojo y zama- chos. Estas obras llegaron a configurar 1840 (1841) el testimonio de sus via- rra negra, tenía fascinado a todo el ejér- un conjunto memorialístico de gran in- jes por territorio liberal, topándose con cito de la legitimidad. terés, por su capacidad para adentrar- los ecos de la guerra allí donde mar- La figura del general navarro desper- se en las interioridades de la guerra va- chaba, ya fuera en Valencia o en Ma- tó una admiración casi unánime entre liéndose del componente de subjeti- drid. Algo diferente fue la situación del cónsul británico en Bilbao, John Fran- Los años posteriores a la Primera Guerra cis Bacon, que en la obra Seis años en Vizcaya, incluyendo la narración per- Carlista fueron también los del triunfo sonal de los sitios de Bilbao (1838), se comercial de la novela por entregas esforzaba por comprender el conflic- to que se le había venido encima, di- aquellos que tuvieron oportunidad de vidad sobre el que habían sido con- ficultando su labor de defensor de los conocerle. En el caso del aventurero C. truidas. Son notables las Andanzas de intereses comerciales de sus compa- F. Henningsen, su Zumalacárregui. un veterano de la Guerra de España triotas en la ciudad. Campaña de doce meses por las Provin- (1833-1840), firmado por el barón Gui- Junto a esta producción bastante co- cias Vascongadas y Navarra (1836), no llermo von Rahden (1846), y también herente basada en el testimonio, se fue sólo reflejaba su experiencia entre las Cuatro años en España (1836-1840), desarrollando otra mucho más inme- tropas rebeldes, sino que formulaba una de Augusto von Goeben (1841). Aun- diata, cuyo común denominador era su coherente interpretación del conflicto que la obra de mayor entidad literaria conexión directa con el público popu- favorable a don Carlos. La temprana fue la de un personaje eminentemente lar. Las modalidades de esta literatura aparición de esta obra en lengua ingle- romántico, síntesis del hombre de ar- fueron tan diversas que podían ir des- sa, sumada a las numerosas traduccio- mas –oficial del ejército prusiano– y de de las piezas teatrales de Josep Ro- nes de que fue objeto, hicieron de ella letras –escritor y poeta–, el príncipe Fé- brenyo, como L’hermano Bunyol uno de los referentes fundamentales en lix Lichnowsky, quien, en sus Recuer- (1835), que satirizaba aquella situación Europa a la hora de formar una idea de dos de la Guerra Carlista (1837-1839), en la que “amb lo nom de Carlos quint/ la naturaleza de un conflicto civil que aparecidos en 1841, trató de poner sus un home posa la mà/ a tot lo que li aco- 60
  • 17. UNA GUERRA LITERARIA EL ROMPECABEZAS CARLISTA Marcha de civiles de los pueblos de Guipúzcoa hacia la capital, huyendo de las partidas carlistas, en un dibujo de D. A. Ferrant (LIEyA, 1873). moda”, hasta aquellas otras produccio- éxito al tiempo que lanzaba una anda- el tiempo comienza a jugar a favor de la nes de bajo coste que se vendían en las nada literaria contra la figura del jefe creación literaria y la novela se impo- calles y en las que se ofrecían al gran carlista tortosino. ne como género más adecuado para tra- público las biografías de los principa- tar los temas que comienzan a tomar el les guerrilleros y militares o los hechos Hacer frente a la historia tono de históricos. de armas más sonados. Pese al interés que había despertado to- La obra que marca esta recuperación Los años posteriores a la Primera da esta producción literaria en torno a es la primera novela de Miguel de Una- Guerra Carlista fueron también los del la Primera Guerra Carlista, a nadie se le muno, Paz en la guerra (1897), en la triunfo de la novela por entregas como escapaba que sus pies se hundían en el que, retomando los recuerdos de su in- fórmula comercial. Aprovechando la ac- barro de la política. Esto se hizo más pa- fancia vividos dentro de los muros del tualidad que habían adquirido las his- tente con el recrudecimiento del en- Bilbao sitiado por los carlistas, intenta torias de la guerra y el renombre al- frentamiento en la Guerra de los Mati- aproximarse a la lógica que sostiene a canzado por algunos de los protago- ners y, sobre todo, con el estallido del la sociedad vasca. Para ello, sobre el es- nistas, este tipo de literatura encontró último conflicto. En estas condiciones, cenario histórico, desarrolla una trama un filón que conectaba fácilmente con la publicística política desplazó a otras que le permite ilustrar la idea de que el las inquietudes del público. Aquí des- creaciones de menor eficacia partidaria carlismo es una realidad rural cuya fuen- tacaron autores como Ildefonso Ber- y es necesario llegar hasta el fin de siglo te última se encuentra en el propio pai- mejo y, sobre todo, Wenceslao Ayguals para encontrar un grupo importante de saje vasco, mientras que el liberalismo de Izco quien con su novela El tigre del obras que proponen la recuperación de surge y se asienta en el medio urbano, Maestrazgo o de grumete a general las guerras civiles como escenario. Es estableciendo una tensión que se dirime (1846-48), basada en la biografía del ge- precisamente entonces, dos décadas en la guerra carlista. Notable es su in- neral Ramón Cabrera, obtuvo un gran después de concluida la lucha, cuando terés por el efecto que habían tenido las 61