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El niño que veía con el corazón
Andrés era un niño normal y corriente. Escuchaba a sus padres, era educado
con la gente… Los padres estaban orgullosos de él. Pero, no todo era un cuento
en la vida de Andrés. Aunque lo tenía todo y sus padres le querían, él no estaba
feliz. ¿La causa? Andrés estaba ciego. Ya al nacer, los médicos informaron a los
padres de que no se curaría nunca. Pero, aún así, él intentaba ser positivo. Se
imaginaba un mundo lleno de colores, aunque no sabía cuáles eran. Lo
intentaba imaginar… pero no podía.
Un día, paseaba por la calle con su perro guiador y un hombre de unos 94 años
le para por la calle. El niño, sin saber lo que pasaba, intentó dar un paso
adelante. El hombre lo volvió a parar y le dijo:
- Hijo, te entiendo. Yo pasé por lo mismo que pasaste tú.
- Pero, ¿quién es usted?
- Eso no importa. Lo que importa ahora es que me escuches muy bien. No
hagas caso a la gente que te insulta, no llores por algo que no es verdad,
no juzgues a la gente sin saber su situación y si estás ciego no pasa nada;
todo lo que pasa a tu alrededor, lo puedes ver con tu corazón.
Andrés se quedó callado unos segundos y luego dijo:
- Pero, ¿Cómo puedo ver con el corazón? Eso es imposible.
- Nada es imposible, hijo. Si lo quieres de verdad, lo conseguirás. Haz el
bien a la gente, no insultes, escucha todos los días a tus padres y lo más
importante, sé feliz. Si haces estas cuatro cosas todos los días, Dios te
perdonará y tú podrás ver.
Al día siguiente, Andrés intentó hacer todas esas cosas. Pero, no le
encontraba el sentido a todo eso.
No entendía por qué aquel hombre misterioso, que no conocía de nada, le
había dicho todas esas cosas. Pero, aún así lo hizo todos los días durante
cuatro años hasta que, en un momento dado, Andrés se despertó, y podía
ver. Sus padres estaban confusos, ya que los médicos les habían dicho
que nunca se iba a recuperar. Andrés no se lo podía creer. Por fin podía
ver las formas, los colores…
Después de festejarlo un buen rato, Andrés se fue a casa de aquel
hombre misterioso a darle las gracias por todo lo que le dijo. Pero, al
entrar por la puerta, el hombre estaba tumbado en la cama. Entonces,
Andrés le preguntó:
- ¿Estás bien? ¿Qué te pasa?
- Hijo, yo ya estoy muy viejo y… Al fin y al cabo, todos tenemos que morir
alguna vez. Veo que ahora puedes ver gracias a que hiciste todo lo que te
dije. ¡Nunca dejes de hacerlo! Ahora, hazme un favor.
- Sí, claro, cualquier cosa que usted me pida.
- Disfruta de toda la vida que te queda por delante, ahora que ya puedes
ver. Y, quiero que transmitas el mensaje que yo te dije aquel día, a todas
las personas que están sufriendo lo mismo que tú sufriste. ¿Lo harás por
mí?
- Sí, lo haré.
- Adiós, hijo.
Después de aquella charla, el hombre murió. Andrés se quedó llorando y
pensando en lo que aquel hombre tan misterioso le había dicho. Desde
aquel día, Andrés siempre cumplía con lo que había prometido. Cada vez
que veía a un niño triste, discapacitado, llorando por algo, le decía las
mismas palabras que aquel hombre le dijo a él.
Relato escrito por Marcela Georgina Voicu (1º ESO)

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El niño que veía con el corazón

  • 1. El niño que veía con el corazón Andrés era un niño normal y corriente. Escuchaba a sus padres, era educado con la gente… Los padres estaban orgullosos de él. Pero, no todo era un cuento en la vida de Andrés. Aunque lo tenía todo y sus padres le querían, él no estaba feliz. ¿La causa? Andrés estaba ciego. Ya al nacer, los médicos informaron a los padres de que no se curaría nunca. Pero, aún así, él intentaba ser positivo. Se imaginaba un mundo lleno de colores, aunque no sabía cuáles eran. Lo intentaba imaginar… pero no podía. Un día, paseaba por la calle con su perro guiador y un hombre de unos 94 años le para por la calle. El niño, sin saber lo que pasaba, intentó dar un paso adelante. El hombre lo volvió a parar y le dijo: - Hijo, te entiendo. Yo pasé por lo mismo que pasaste tú. - Pero, ¿quién es usted? - Eso no importa. Lo que importa ahora es que me escuches muy bien. No hagas caso a la gente que te insulta, no llores por algo que no es verdad, no juzgues a la gente sin saber su situación y si estás ciego no pasa nada; todo lo que pasa a tu alrededor, lo puedes ver con tu corazón. Andrés se quedó callado unos segundos y luego dijo: - Pero, ¿Cómo puedo ver con el corazón? Eso es imposible. - Nada es imposible, hijo. Si lo quieres de verdad, lo conseguirás. Haz el bien a la gente, no insultes, escucha todos los días a tus padres y lo más importante, sé feliz. Si haces estas cuatro cosas todos los días, Dios te perdonará y tú podrás ver. Al día siguiente, Andrés intentó hacer todas esas cosas. Pero, no le encontraba el sentido a todo eso. No entendía por qué aquel hombre misterioso, que no conocía de nada, le había dicho todas esas cosas. Pero, aún así lo hizo todos los días durante cuatro años hasta que, en un momento dado, Andrés se despertó, y podía ver. Sus padres estaban confusos, ya que los médicos les habían dicho que nunca se iba a recuperar. Andrés no se lo podía creer. Por fin podía ver las formas, los colores… Después de festejarlo un buen rato, Andrés se fue a casa de aquel hombre misterioso a darle las gracias por todo lo que le dijo. Pero, al entrar por la puerta, el hombre estaba tumbado en la cama. Entonces, Andrés le preguntó: - ¿Estás bien? ¿Qué te pasa?
  • 2. - Hijo, yo ya estoy muy viejo y… Al fin y al cabo, todos tenemos que morir alguna vez. Veo que ahora puedes ver gracias a que hiciste todo lo que te dije. ¡Nunca dejes de hacerlo! Ahora, hazme un favor. - Sí, claro, cualquier cosa que usted me pida. - Disfruta de toda la vida que te queda por delante, ahora que ya puedes ver. Y, quiero que transmitas el mensaje que yo te dije aquel día, a todas las personas que están sufriendo lo mismo que tú sufriste. ¿Lo harás por mí? - Sí, lo haré. - Adiós, hijo. Después de aquella charla, el hombre murió. Andrés se quedó llorando y pensando en lo que aquel hombre tan misterioso le había dicho. Desde aquel día, Andrés siempre cumplía con lo que había prometido. Cada vez que veía a un niño triste, discapacitado, llorando por algo, le decía las mismas palabras que aquel hombre le dijo a él. Relato escrito por Marcela Georgina Voicu (1º ESO)