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Aspectos cultura del Imperio Bizantino
Fernando de los Ángeles
MARCO HISTÓRICO, DEL IMPERIO ROMANO AL IMPERIO BIZANTINO
Alexander Vasiliev considera que “[…] la fundación de Constantinopla como capital del mundo
romano es la piedra fundamental de un nuevo edificio histórico para Roma y esta acaba en 1453
con la toma de dicha capital por el imperio Otomano […]”1. El emperador Constantino fundó una
ciudad en el sitio que ocupara la antigua colonia de Bizancio, transformándola en una de las
capitales del Imperio Romano.
Estaba situada en la península de los Balcanes; donde el estrecho de Bósforo comunicaba al
Mar Negro con el Mar de Mármara. Protegida por un promontorio y una magnifica bahía,
Constantinopla podía sentirse segura por mar.
Desde su nacimiento la nueva capital sería una ciudad cristiana: la conversión de Constantino
al catolicismo, la persecución que realiza al paganismo y el respaldo que le da el emperador a la
iglesia, le dan esa característica. Vasiliev nos dice “… el imperio estuvo basado en la idea de un
Imperio de los hombres en la tierra a semejanza del Imperio de Dios en el Cielo […]”, por lo tanto
considera que el Imperio se mantiene vivo después de la muerte.
En el siglo IV Constantinopla seguía siendo una de las capitales del Imperio, y no el centro
único del gobierno. Solo en el año 395, al quebrarse la unidad del Imperio, después de la muerte
de Teodosio, y de acuerdo al reparto que éste hiciera entre sus hijos Honorio y Arcadio, sería
aquella ciudad el centro del gobierno del Imperio Romano de Oriente.
El siglo V presenció la decadencia de Occidente. En el año 476, Rómulo Augusto, el último
emperador del Occidente fue destronado. Desaparecía así el Imperio Romano de Occidente, en
mano de los bárbaros invasores.
Es entonces, a partir del siglo V, cuando Bizancio fue adquiriendo su individualidad, para
consolidarla con Justiniano, con el establecimiento del absolutismo estatal y la reconquista
efímera del antiguo Imperio Romano, con su correspondiente organización.
1 Alexander A. Vasiliev; Historia del Imperio Bizantino”, tomo 1, Ed. Iberia de Barcelona, España, 1945, pp. 1-2
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CARACTERÍSTICAS DEL IMPERIO BIZANTINO
El imperio Bizantino es una continuación del antiguo Imperio Romano y directo
heredero del Bajo imperio. Sin embargo, su situación geográfica, su población y las
circunstancias históricas lo transformaron en algo distinto y original.
Es, durante varios siglos, el único estado europeo muy particular, en una época en que
el mapa político de Europa cambia constantemente.
Es un nexo entre Oriente y Occidente. Situado en la zona límite, facilita las relaciones
comerciales entre ambos mundos y amortigua el impulso expansivo de los poderosos
estados orientales.
Es, culturalmente, una mezcla de elementos orientales y occidentales y un vínculo
histórico de la antigüedad y el modernismo. Mantiene las tradiciones culturales
antiguas, siguiendo el modelo de los estados helenísticos, y al mismo tiempo asimila y
transmite los cambios que influirán en la formación de la cultura moderna.
Es un mosaico de pueblos; absorbe a todos ellos en distintas épocas sin perder lo
esencial de su individualidad. La lengua griega, el respeto al emperador, y la religión
cristiana figuran entre sus principales elementos de cohesión.
Es, a pesar de sus diferencias con la Iglesia de Occidente, un baluarte del cristianismo.
Es también su avanzada; a su acción se debe la conversión de los pueblos eslavos y
con ello la penetración cultural en vastas zonas del oriente europeo.
G. Ostrogorsky2, nos dice que no se puede entender la sociedad bizantina si se le quitan
cualquiera de estos tres elementos: Estado Romano, cultura griega e Iglesia. Hasta el siglo IV la
propiedad de la tierra y la riqueza de la tierra iban creciendo mediante donaciones. También por
parte del emperador; la reducción de tasas para el clero favoreció el aumento de riqueza. La
legislación imperial, sin embargo, tentó un compromiso de medidas contra el abuso de una parte
del clero.
Hauser nos dice que el Oriente griego no sufrió durante la invasión de los bárbaros la ruina
de su cultura, como le ocurrió al Occidente. La economía urbana y monetaria, que en el Imperio
de Occidente había desaparecido casi por completo, siguió floreciendo en Oriente con mayor
vitalidad que nunca. La población de Constantinopla sobrepasó ya en el siglo V el millón de
habitantes. Si bien se hablaba el griego el dialecto variaba dependiendo la zona (europea o
asiática). Sin embargo la diversidad era aun mayor dado que en el Imperio convivían griegos,
2 Ostrogorsky, G. “Historia del Imperio Bizantino”, Madrid, Akal, 1983
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eslavos, búlgaros, armenios, sirios y muchos otros pueblos, lo que le daba una carácter
multirracial, por lo tanto eran “un imperio Universal para todos los habitantes de Bizancio, sean
de la raza que sean, siempre que acepten al emperador, a la Iglesia ortodoxia y hablen más o
menos bien el griego”.
Una de las grandes diferencias entre Bizantinos y latinos radicaba en la autoridad, mientras
que los bizantinos consideraban al emperador el representante de Dios en la tierra y a la
persona más sagrada, el patriarca se veía reducido a representar a la iglesia en sí; los latinos,
en cambio, consideraban al Papa como el representante de Dios y los gobernantes estaban
sometidos a los designios de la Iglesia
El Imperio Bizantino constituyó un centro de brillante civilización, donde se conservó la
tradición greco-romana y donde surgió una manifestación cultural nueva por la influencia de
factores cristianos y orientales. La Orientalización de la cultura helena se debe a la expansión
Alejandro Magno (336-323 a.C.).
Constantinopla es el centro del mundo griego, dentro de las formas del Estado Romano. El
papel vital de la cultura (no separada de la religión ni del estado), se hace evidente con la
creación de la primera universidad del mundo: la universidad de Constantinopla, fundada por el
emperador Constantino en el año 340, ochocientos años antes que las primeras universidades
en Europa Occidental. Baynes sostiene que “… no es el Oriente el que entregó su carácter
esencial a la civilización bizantina. Ese carácter proviene más bien de la fusión de dos
tradiciones: la tradición helenística de las ciudades griegas del Mediterráneo Oriental y la
tradición romana que la Roma nueva recibió del Imperio anterior. Es tan compleja la fusión de
estas dos tradiciones en el Imperio Bizantino, que sólo con dificultad pueden aislarse los
elementos pertenecientes a cada una. Pero es posible afirmar que de una manera general la
Roma Oriental es griega en lengua, en literatura, en teología y culto, y que es romana en su
derecho, en su tradición militar, y en su diplomacia, en su política fiscal y en su consciente
mantenimiento de la supremacía del Estado…”,3
Debían enseñar gramática, retórica, derecho, filosofía, matemática, astronomía y medicina.
La enseñanza debía impartirse parte en latín y parte en griego. Además de las cátedras de
ciencia, se crearon cátedras de gramática latina, de gramática griega, de retórica latina y de
retórica griega. La teología no se enseñaba en la universidad, sino en las escuelas especiales de
la Iglesia.
3 Baynes, N. “El Imperio Bizantino”, México, FCE, 1951, pág. 37
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Junto con la universidad, en Bizancio desempeñaron un papel importante las bibliotecas,
sobre todo la de Constantinopla, situada entre los palacios imperiales y la Catedral de Santa
Sofía.
En Bizancio no se desarrolló la escolástica, entendida como un enfoque de la filosofía y de
las ciencias, que supedita toda discusión a una autoridad previamente aceptada. Por lo tanto, el
tan usado giro de «discusiones bizantinas» es falso, ya que en Bizancio no hubo tales
discusiones, ni filosóficas ni políticas, como las hubiera en Europa Occidental. (En Bizancio hubo
muchas luchas por el poder, entre distintos pretendientes al trono, pero, en once siglos, no
hubo un solo intento de cambio del sistema político). Lo que sí hubo, fueron disputas teológicas,
que se fueron zanjando en los Siete Grandes Concilios Ecuménicos. (El Primero, de Nicea, en el
año 325, y el Séptimo, de Constantinopla, en el año 787). Pero la teología no sofocaba a la
filosofía ni a la ciencia. También es necesario señalar, que no predominaba Aristóteles, sino que
coexistía la gran influencia de Platón (en primer lugar), con la de Aristóteles.
Esa organización fue modificada por la incorporación de elementos griegos, orientales y
cristianos que dieron un aspecto nuevo y lo distinguieron no solo del Occidente germanizado,
sino también de las restantes civilizaciones de Oriente.
Dawson4, nos dice que tras la muerte de Justiniano I el imperio Oriental sufrió una profunda
transformación. Se dio la espalda a Europa y se convirtió en un Estado Oriental., cada vez más
concentrado en la lucha por la existencia, primero contra el Imperio Persa y después de 640
contra el Califato musulmán que había conquistado Siria y Egipto.
Según Maier5 la Iglesia Oriental era cualquier cosa menos un bloque monolítico. Los grupos
tradicionales y regionales procedentes de Asia Menor y Grecia, Siria Oriental y Egipto, muy
diferentes en sus concepciones teológicas y actitudes religiosas, formaban la base y, al mismo
tiempo, eran factores importantes en semejantes confrontaciones. En estas regiones se crearon
Iglesias monofisitas con jerarquía propia que se transformaron rápidamente en Iglesias
realmente nacionales.
Al separatismo religioso se unió una conciencia regional especial, que provoco la
deshelenización y una nueva independencia espiritual de estas regiones.
En el siglo VII con la pérdida de las provincias orientales, Siria y Egipto, también regiones
fuertemente urbanizadas y, desde el punto de vista espiritual la cultura perdió el carácter
policéntrico.
4 Dawson C. “La Religión y el Origen de la Cultura Occidental”, Madrid, Encuentro, 2010
5 Maier, F. “Transformaciones en el mundo mediterráneo antiguo; Introducción: Bizancio como Problema Histórico”, Akal,
1986
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Gombrich6 plantea que una vez que la Iglesia se convirtió en el mayor poder del reino, el
conjunto de sus relaciones con el arte tuvo que plantearse de nuevo. No podía tomarse como
ejemplo el modelo de los templos antiguos, ya que sus funciones eran completamente distintas.
Estos templos poseían un altar donde se colocaba la imagen del Dios. Pero la nueva iglesia
naciente, debía contener un espacio suficiente para toda la congregación de los fieles reunidos
para escuchar la Misa celebrada por el Sacerdote sobre la el altar mayor. Las Iglesias no
tomaron como modelo los templos paganos, sino que tomaron como lugar de culto a las
Basílicas. Construcciones que fueron empleadas como mercados cubiertos y tribunales públicos
de justicia.
La decoración de estas basílicas fue uno de los más serios y difíciles problemas, porque la
cuestión de las imágenes y su empleo en religión se planteó de nuevo, provocando violentas
disputas. En una cosa estaban de acurdo casi todos los cristianos: no debía haber estatuas en la
Casa de Dios.
Maier sostiene que desde el año 717 al 775, se produce el primer periodo iconoclasta. En
717 Constantinopla se encontraba bloqueada por los árabes y asume Leo III el Isaúrico quien
adquirió una considerable reputación por el éxito de la resistencia de la ciudad. Hay un inicio de
la dinastía Siria, partidaria de la iconoclastia o destrucción de las imágenes.
León III introdujo la teoría de que las representaciones pictóricas de la Sagrada Familia, de
los apóstoles y de los santos conducían solamente a la idolatría, y por ello persiguió a los que
seguían fieles a la doctrina del culto a las imágenes.
León III y sus seguidores, supuestamente apoyaban su tesis en la propia Biblia, que en el
Libro del Éxodo textualmente dice:
“No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay
abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas ni
les darás culto…”7 (Ex. 20, 4-5).
Aunque todos los cristianos devotos se opusieron al naturalismo de las estatuas, sus ideas
acerca de la pintura eran muy diferentes. Algunos las consideraban útiles, porque recordaban a
los fieles las enseñanzas que habían recibido y porque mantenían vivo el recuerdo de los
episodios sagrados. El Papa Gregorio el Grande, recordó a muchos de los que se oponían a
toda especia de gráfica, que muchos de los miembros de la Iglesia no sabían leer ni escribir y
6 Gombrich, E. “Historia del Arte”, Madrid, Ed. Alianza Forma. 1987
7 La Santa Biblia, Sociedades Bíblicas Unidas, Colombia, 1960
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que, para enseñarles, las imágenes eran útiles, por lo tanto decía “la pintura puede ser para
los iletrados lo mismo que la escritura para los que saben leer”.
Hauser8 nos plantea que el movimiento iconoclasta no iba propiamente dirigido contra el arte;
perseguía no al arte en general, sino una manera determinada de arte; iba contra las
representaciones de contenido religioso.
Este movimiento no veía apropiado que gran parte de los devotos veneraran a las imágenes
sacras como si realmente estas estuvieran dotadas de un aura sobrenatural o cualidades extras-terrenales.
Los iconoclastas pensaban que estas prácticas derivaban en la Idolatría, que
conlleva a la propia condena del fiel. La destrucción de las imágenes se fundamentaba a través
de los planteamientos de las sagradas escrituras. Uno de los temas significativos corresponde a
la forma y legitimidad de la representación de Cristo. Se decía que era una profanación
representar o describir su impenetrable figura. Era inconcebible dividir la unión hipostática (lo
humano y lo divino)
Al retratar solo la carne, se negaba la condición celestial: al intentar retratar la parte divina, se
los criticaba de explicar elementos que están absolutamente fuera del alcance de la
comprensión humana.
BIBLIOGRAFÍA
Baynes, N. “El Imperio Bizantino”, México, FCE, 1951.
Dawson C. “La Religión y el Origen de la Cultura Occidental”, Madrid, Encuentro,
2010.
Detomasi, J. “Bizancio e Islam”, Argentina, Ed. Kapelusz, 1972
Gombrich, E. “Historia del Arte”, Madrid, Ed. Alianza Forma. 1987.
Hauser, A. “Historia Social de la Literatura y el Arte”, t. 1, Barcelona, Ed. Labor, 1993.
Maier, F. “Transformaciones en el mundo mediterráneo antiguo; Introducción: Bizancio
como Problema Histórico”, Akal, 1986.
Ostrogorsky, G. “Historia del Imperio Bizantino”, Madrid, Akal, 1983.
La Santa Biblia, Sociedades Bíblicas Unidas, Colombia, 1960.
Vasiliev, Alexander A.; Historia del Imperio Bizantino”, tomo 1, Ed. Iberia de Barcelona,
España, 1945
8 Hauser, A. “Historia Social de la Literatura y el Arte”, t. 1, Ed. Labor, 1993,