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Lectura pío baroja juventud
1. Pío Baroja. Juventud
En 1886, mi padre fue nombrado ingeniero jefe de Minas de Vizcaya, cosa que le agradó,
porque le permitía reunirse con sus antiguos amigos de San Sebastián. Resolvió enviar la
familia a Madrid e instalarla bajo la tutela materna. Al final de la estancia en Pamplona había
nacido una hermana, a la que se le puso el nombre de Carmen.
Doce años menor que yo, nos hizo el efecto de que algo amable y gracioso venía a sumarse a
nuestras vidas.
Mi padre consideraba Madrid como el lugar más apropiado para que nosotros hiciéramos
nuestros estudios, y al mismo tiempo quería llevarnos a la Corte, pensando que si no íbamos
a tener nosotros un carácter un poco rudo y antisocial.
Con este arreglo, durante su etapa bilbaína, mi padre visitaba a menudo Madrid para echar
un vistazo a los suyos y marchar a San Sebastián para cultivar el trato de sus íntimos.
Llegamos a Madrid no sé si al día siguiente o dos días después de la intentona republicana del
general Villacampa, en septiembre de 1886.
En la estación de Atocha vimos
que algunos de nuestros muebles
estaban rotos a sablazos. Dijeron
que habían andado a golpes con los
bultos en los andenes los
revolucionarios. Era también
normal, ya que fracasaban en
derrotar la Monarquía, vengarse
en una mesilla de noche o en una
butaca. De la estación fuimos a
casa de una tía de mi madre, doña
Juana Nessi, que era la mujer de
don Matías Lacasa. Antigua estación de Atocha
Estuvimos con doña Juana en su casa de la calle de la Misericordia, donde vivimos el tiempo
que nos llevó el tomar y arreglar un piso en la calle de la Independencia, calle próxima al
teatro Real.
2. Esta calle pequeña forma parte del barrio que está entre la calle del Arenal y la calle Mayor,
la plaza de Oriente y la calle de Bailén. Es un barrio madrileño muy castizo, con tres iglesias:
Santiago, San Ginés y San Nicolás, y con rincones de aire antiguo.
Por entonces acabé yo el quinto
año del Bachillerato y se me
presentó la cuestión de qué debía
de estudiar, de qué carrera iba a
seguir. Yo sentía curiosidades;
pero, en definitiva, vocación clara
y determinada, ninguna. Fuera de
que me hubiera gustado tener
éxito con las mujeres y correrla
por el mundo, ¿qué más había en
mí? Nada; vacilación. Oía hablar de
viajes marítimos y me hubiera
gustado embarcarme; hablaban de
pintura, y me parecía un oficio muy
bonito el de ser pintor; leía
aventuras de un viajero, y soñaba
con el desierto o con los ríos inexplorados. Calle del Arenal (Madrid)
Pero el ser médico, militar, abogado o comerciante no me hacía ninguna gracia.
Ya que no podía hacer cosas extraordinarias, me hubiese contentado con ver un poco el
mundo, y vegetar después.
Tras largas reflexiones, pensé que no tenía vocación alguna y que era un joven perfectamente
inútil para la vida corriente. Hay personas que se ilusionan a sí mismas y saben convertir sus
defectos en cualidades. Yo creo que veía bastante bien mis inaptitudes. No tenía, ni tengo
capacidad matemática alguna; no comprendía bien los aparatos de física, ni me gustaba la
gramática. Para los idiomas, era, y soy, una nulidad completa. La música tampoco la comprendía
rápidamente, y necesitaba, y necesito, oír un trozo musical varias veces para que me llegue a
gustar. Mientras no la recuerdo, a medida que la oigo, la música no me dice nada.
En realidad, tenía poco de joven inteligente. Era un hombre de sentidos perspicaces, de una
vista admirable, de oído fino y de un olfato de perro.
En el período de estudiante, yo no conocía la manera de estudiar, ni siquiera la de leer con
provecho. Hay una manera de estudiar para lucirse en un examen; hay otra forma de estudio
que nutre el espíritu. Yo no llegaba a poseer ninguna de las dos. Hubiera deseado practicar
la primera, porque tenía, como he dicho, pocas condiciones para destacarme.