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TEXTOSPREMIADOS EN EL CONCURSOLITERARIO 2018
POESÍA PRIMER NIVEL
PRIMER PREMIO
Envueltos
De
Sofía N.P.
Vivimos en una coraza llena de miedos,
de inseguridades, de lágrimas,
de mentiras, de engaños,
y al fin y al cabo, de vacío.
Somos ese par de zapatillas rotas,
desgastadas por el bipolar y arrogante factor,
al que todos llamamos tiempo.
Y es que somos carcasas llenas de momentos,
de historias, de metas,
de experiencias, de sueños
y sobre todo de ideas.
Aun así, lo más curioso es que,
en el centro de toda esta armadura,
encontramos ese pequeño peso,
ese maravilloso fuego
Eso que nos hace comprender que,
vale la pena dormir más tiempo para soñar un ratito más,
y que, nunca estuvo tan mal tener las musas a flor de piel.
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SEGUNDO PREMIO
Soñar o creer
De
Guillem V.R.
El Marqués del Quintoverso
Nací en un pueblo pequeño, a orillas
de un mar perdido en la inmensidad del Cosmos.
Crecí pensando en el futuro que me esperaba, paciente,
aguardando el momento en que por fin lo acompañase
en sus aventuras por el destino.
La tranquilidad, la soledad, lo invaden todo.
No logro recordar cuánto tiempo llevaba en
aquel pueblo. Quizás un año, quizás cinco. Puede
que un siglo, o tres milenios.
El tiempo no era relativo o absoluto, para mí sólo era
palabra, concepto vacío y abstracto.
Pero entonces llegó él.
Él. Alto, rubio, con un sombrero ridículo
coronado de plumas de ave exótica.
Él, con aire misterioso y cargado de trastos
viejos, vestigios del ayer, ahora y siempre,
de mundos lejanos, inalcanzables.
Sus relatos cobraban vida en el aire, en el
fuego de la hoguera en la playa.
Cada noche suplicaba que me contase
una historia, un cuento que me hiciese soñar y volar lejos
de aquel ensueño paralizado y soporífero.
Durante diez noches, él me habló de
tantas y tantas cosas.
Hablaba de extraños artefactos, capaces de llevar
a cualquier hombre más allá de lo que cupiese
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en su mente.
Hablaba de ciudades imponentes, enormes, con
altos edificios que enfrentaban implacables al Sol.
Hablaba de personalidades importantes,
capaces de destruirlo todo con sólo mover un dedo.
Hablaba de pobreza, violencia
enfermiza, clausura de la libre expresión.
Un sinfín de expectantes historias, maravillosas u
horribles, salían de la boca del viajero.
Y un día desapareció.
Nunca he vuelto a verlo. Sigo esperando a
que aparezca, súbitamente, sentándose a mi lado
y diciendo: “Ya he vuelto”.
Entonces me volvería y, sonriendo, contestaría:
“Hola de nuevo, viejo amigo”.
NARRATIVA PRIMER NIVEL
PRIMER PREMIO
Al final te vas acostumbrando
De L. García E.
JACKSON
Hola buenas espero no molestarles mi nombre es Michael, si como
Michael Jackson, cuando mi padre y mi madre me tuvieron solo tenían 17 años y
era un gran fan de Michael Jackson. Si les digo la verdad creo que nací por un
error pero mi padre dice que fue decisión de los dos, pero sigo sin creérmelo.
El 17 de marzo cumplía un año, me levante a las 10 de la mañana, me
levanto mi padre, me colgó en su espalda y me bajo a la cocina, aun seguía
medio dormido y de repente vi la mesa blanca pequeña que había comprado mi
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padre de la tienda china de la esquina, la mire y vi un cruasán y leche recién
sacada del microondas. Rápidamente me salí una sonrisa al instante y de
repente se me fue el sueño, lo que mi padre no sabía es que en ese mismo
momento consiguió que ese mísero desayuno me trastornaría toda la vida pero
no le puedo culpar el porqué todo humano nunca sabe todas las consecuencias
de sus hechos.
Al acabar mi desayuno al que no pude saborear mucho ya que al tener un
año mis dientes aun no me habían salido muy bien pero el doctor me dejo comer
alimentos fáciles como el cruasán ya que al estar recién hecho es muy fácil de
comer.
Al acabar de comer mi padre me vistió muy abrigado con una chaqueta
de color amarilla unas zapatillas azules (eso es de las pocas cosas específicas que
me acuerdo), salimos juntos a la calle, mi padre me dijo: sube a mis hombres.
Yo instintivamente subí y empezó a caminar. Al cabo de 30 minutos caminando
llegamos a una puerta marrón sucia, antigua, destrozada. Entramos
versátilmente y silenciosos y de repente se vio, se vio a toda mi familia; mi
abuela, mi primo y mi madre, para mí era el mejor cumpleaños. A esa edad no
pensaba mucho las cosas y no podía razonar que todos mis seres queridos
habían muerto, pero como ya he dicho solo tenía un año. Si les digo la verdad
cuando empecé a razonar era a los dos años, bueno eso creo. Al entrar, todos
gritaron “FELICIDADES!!!” y mi padre me dejo en el suelo y se fue corriendo. Al
instante trajo una tarta de chocolate negro. Nos la comimos.
Gateando fui hacia mi madre y la mire fijamente, a los ojos durante 30
segundos, pasaron esos 30 segundos y mi madre me pego una bofetada y me
grito, me dijo estúpido y al instante salió corriendo.
Durante segundos, horas, días, años, durante toda mi vida
preguntándome porque, porque en un instante desapareció de mi vida, de la
vida de mi padre, de nuestra familia.
Pasaron 12 años, si ya era adolescente, pero para mí ya fui adolescente a
los 5 años y acabe a los 6, bueno eso creía. A los 13 años ya era maduro, pero no
me confundan como un creído solo les quiero avisar que algunos de mis
profesores y algunos de mis amigos lo confirmaban, pero bueno no estoy aquí
para hablar de mis virtudes que para mí son pocas, muy pocas.
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A los 13 años ya iba al instituto, para mi iba a ser una gran época, ya que
por mi padre siempre decía que era la etapa mejor de su vida, pero lo que único
que no me comento que él era el popular del instituto y para muy tristemente yo
no tengo es virtud. Si les digo la verdad en un momento era popular hasta que
mi mejor amiga decidió a los 7 años venir a mi casa. Mi padre le abrió
amablemente y le dejo entrar. Al entrar me busco correteada mente y me
encontró en mi cama viendo una foto de mi madre y llorando. En ese mismo
momento vino andando rápidamente y se sentó a mi lado.
En ese momento me pregunto qué me pasaba, porque lloraba, donde
estaba mi madre. Le explique lo que paso con mi madre y inexplicablemente me
abrazo como si ella tuviera la culpa y por un instante me sentí libre, como si
nunca me hubiera pasado nada. Ese abrazo duro un minuto pero para mí duró
años.
Al día siguiente fui al instituto como si fuera el primer día en el mundo,
como si nadie me conociera solo mi mejor amiga, Bárbara, si en eso teníamos
algo en común nos habían puesto nombres de famosos, a mi de Michael Jackson
y a ella Bárbara Ward. Bueno cuando llegue, entre a clase y al momento todos se
giraron y se callaron, todos me miraron con cara de asco y de pena a la vez,
instintivamente mire a Bárbara y ella se puso detrás de un grupo de chicas a las
cuales nosotros dos nos daba asco y nunca hablábamos con ellas ya que eran
unas creídas resentidas porque no le hacíamos caso. La jefa del grupo a la cual
me quería de pequeña y yo no, se aprovecho y utilizo al popular de la clase para
convertirlo en el adolescente mas inmaduro y desagradable de la ciudad.
BARBARA
Hola buenas mi nombre es Bárbara, voy al instituto, a segundo de la ESO
y soy un poco friki bueno mi mejor amigo dice que es verdad pero él no piensa lo
mismo que yo, el dice que es una virtud pero para mí no, pero al cabo de los
años me he ido acostumbrando. Mi familia se derrumbo hace años, mi madre
tenía un amante y mi padre le descubridor y al instante se fue de casa. Sin
dineros, sin ropa, sin casa, sin nada concretamente. Se fue a la calle gritando,
llorando, y con la gran duda de que hizo para merecerlo. La primera noche tuvo
que dormir en la calle vestido de traje, de Gucci.
Un martes decidí ir a casa de mi mejor amigo al día siguiente de que mis
padres se separaran, de que mi padre durmiera en la calle. Al enterarme de lo
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que le pasaba a Jackson lo primero que pensé es apoyarle, y después contarle lo
mío pero una parte de mi no quería pero otra si y empáticamente se lo conté y
en ese momento nos abrazamos y hay supe oficialmente que le amaba
locamente.
Al día siguiente fui al instituto muy pronto ya que no podía dormir ya que
había encontrado mi primer amor. Al entrar en clase no había nadie más que
Sue que era nuestra antigua mejor amiga entre Jackson y yo pero un día se
enfado de nosotros y no supimos mas de ella.
Se acercó hacía mí y me dijo amablemente: ¿qué te cuentas?
SUE
Hola mi nombre es Sue y si tengo 14 años, a los 4 años dije mi primera
mentira. Le dije a mi mejo amigo que le quería pero no era verdad, solo quería
conseguir ocultar algo que nadie sabía, si aun no lo saben amaba a mi mejor
amiga y cuando mi mejor amigo me dijo que no me sometió a una terrible
visibilidad y desde entonces no le volví a hablar porque solo tenía palabras para
Bárbara, la chica más guapa, amable, sensible y encantadora del mundo. En ese
mismo momento necesitaba una venganza para aquella persona que me separo
de mi amor, que me hizo vivir en tristeza y dolor.
Pasaron años y un día normal como otro decidí dar el paso en el cual
había pensado años, era el momento, y como gran estúpida solo le dije: ¿qué te
cuentas?, me enroje en el momento me pase segundos en saber todas las cosas
que le podría haber hecho, hasta diciéndole en japonés.
JACKSON OTRA VEZ
Al estar en ese momento desagradable, decidí bordear esta situación y
sentarme en mi sitio. Durante unos minutos antes de que empezara la clase,
empecé a pensar todas las situaciones posibles por las cuales todo me miraban
así, y porque Bárbara se escondía detrás de Sue. Al día siguiente fui al instituto y
entre a clase y otra vez la misma mirada, así durante semanas y años, al cabo de
semanas el amigo al que utilizó Sue, Jack. Empezó murmurando estúpido pero
yo no le daba importancia, bueno eso creía yo. Después empecé encontrar
pegatinas en los que ponía ESTUPIDO a las 10 en punto todo los días. Después
en los pasillos me empujaban hacia las esquinas a las 10 y cuarto durante todos
los días. Después me empezaron a esperar al final de la clase para arrinconarme
y pegarme. Durante los primeros días me lo tuve que tapar “disimuladamente”
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pero no lo conseguía pero por suerte mi padre no estaba muy atento en mi pero
no le culpo tenía que sacar una familia adelante con un sueldo mal pagado y la
horas extras no le favorecían.
Al cabo de meses me empezaban a pegar más fuerte, a escupirme, a
gritarme estúpido y no puedo disimular que no me dolía porque un dolor no se
explica se siente.
Al cabo de un 1 año deje de ver a Bárbara solo veía su rostro en
imaginaciones muy reales a las cuales dependo. Un día antes de llegar a casa
pase por casa de Bárbara, me vio y instintivamente salió a saludarme, abrió la
puerta y me vi arrodillado, llorando, con moratones en todo el cuerpo y un
cuchillo en la mano con sangre y un hueco en el corazón y de repente caí.
Si les digo la verdad nunca supe que pensaba Sue para hacerme pasar
esto, si le dolían los puños a Jack y las palabras a Sue a la cual prefirió ser
popular a ser friki. Pero al cabo del tiempo te vas acostumbrando no Sue.
FIN
SEGUNDO PREMIO
Un gimnasta en Estambul
De
Cristina M.B.
Hola, me llamo Ariadna y os voy a contar mi historia…
Tengo 16 años, y vivo en un pueblo pequeño al sur de Estambul. Soy la
pequeña de 3 hermanos. Mis padres trabajan los dos en una fábrica de
alfombras, que luego venden a los turistas que todos los años vienen a
visitarnos.
Mis hermanos, estudian los 2 medicina en Estambul. Quieren ser
médicos, pediatras, para ayudar a muchos niños con problemas que viven en los
pueblos rurales lejos de la capital.
Somos una familia bastante moderna. Mis padres quieren que tengamos
un trabajo los tres, incluida yo, para poder ser económicamente independientes.
En el pueblo donde vivimos se está muy tranquilo. Demasiado a veces.
Echo de menos relacionarme con chicas de mi edad, que compartan mis
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aficiones pero aquí es difícil, porque no todos los padres lo ven bien, y muchas
de ellas no pueden salirse de lo que han planeado para ellas.
El pueblo donde vivimos se llama Hallifet, y es una mezcla de calles con
estilo árabe y mediterráneo. Calles azules y blancas, con muchas cuestas, y una
preciosa mezquita donde vamos a rezar todos los días.
Os preguntareis porque me llamo Ariadna, que para nada es un nombre
turco. Pues bien, es el nombre de mi abuela, que es española, de Valencia, una
ciudad del mediterráneo. Se enamoró de mi abuelo, y se vinieron a vivir a
Turquía. Y aquí establecieron su familia. Al principio tuvo algunos problemas
para adaptarse a nuestras costumbres, pero el amor por mi abuelo hizo que se
adaptara, aunque nunca dejó de ser ella misma.
Y ella, mi abuela, es mi confidente. Le cuento mis sueños, mis ganas de
viajar, y unos de mis sueños: ser gimnasta olímpica.
Desde pequeña se me ha dado muy bien el deporte. En el colegio sacaba
muy buenas notas, y en mi tiempo libre, mientras mis amigas se iban a hacer
otras cosas “mas de niñas”..., yo me tiraba horas y horas en el parque del
colegio, haciendo mil piruetas y malabarismos sobre la barra del columpio.
Siempre destacaba, y en las carreras sacaba mejores marcas que mis
compañeros de clase, aunque luego no me dejaban participar en las
competiciones que se celebraban entre los colegios… ¿por qué? porque era una
niña, y según ellos, las niñas no podían competir.
Cuando tenía 12 años se celebró un campeonato en Estambul. Y yo estaba
loca por participar.
Mi madre y mi padre me entendían, pero me decían que no podía ir,
porque había que cumplir las normas.
Estuve sin salir de la habitación 2 días. Sin querer comer, sin querer
hablar, solo quería llorar, porque me parecía tremendamente injusto que por ser
niña no me diesen la oportunidad de participar en esa competición de gimnasia
deportiva.
Así que me propuse participar si, o si. Necesitaba la ayuda de alguien, y
pensé en mi abuela, seguro que ella me ayudaría.
Y vaya que sí me ayudó….
Lo primero que hizo fue decirles a mis padres que necesitaba que yo fuese
a su casa para ayudarla con unas tareas domésticas. Como mi abuela vive en
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Estambul, a mi me venía fenomenal. Y claro, mis padres me dejaron, así que el
primer paso ya lo tenía superado.
Pero me faltaba lo mas difícil, hacerme pasar por un chico para poder
participar. Así que me corte el pelo como un chico, y me puse un sujetador muy
muy pequeño que no dejase ver ninguna forma femenina. Cuando mi abuela fue
a inscribirme, dijo que era un chico muy callado y que apenas hablaba….pero un
excelente gimnasta.
Me inscribieron con el nombre de Josef, y por fin llegó el gran día de las
competiciones.
No os podéis imaginar la emoción que sentí cuando participe con mis
compañeros. Aunque también sentía una gran tristeza por tener que esconder
que era una niña…
Conseguí el segundo puesto, medalla de plata, en medio de una gran
ovación de todos mis compañeros.
Cuando subí al pódium, me di cuenta de que era el momento. Mi abuela
me miraba desde el público con los ojos llenos de lágrimas, asintiendo con la
cabeza, y apoyándome en todo con una gran sonrisa. Sentía que así solo era una
media victoria, asique decidí hacerlo, por mi y por todas las chicas como yo.
En el pódium, pedí un micrófono. Y dije la verdad. Que mi nombre es
Ariadna y que era una niña de 12 años, que podía hacer exactamente lo mismo
que los chicos de mi edad, y que así lo había demostrado.
Se hizo un gran silencio. Dos minutos de un eterno silencio….De pronto
mi abuela se levantó y empezó a aplaudir. Poco a poco, fueron levantándose más
mujeres...y al rato todos mis compañeros. Ahora sí que me sentía feliz, porque
no me escondía a mí misma.
Por supuesto, me descalificaron. Pero me daba igual. Estaba realmente
feliz con lo que había hecho. Y además, salió en todas las noticias, y todo el
mundo hablaba de lo mismo. Era un primer paso.
Mi abuela, con la ayuda de otras mujeres, creó una asociación de ayuda al
deporte femenino, y consiguieron que poco a poco, se fuesen apuntando más
chicas al deporte de competición. Primero consiguieron que pudiésemos
participar en las competiciones entre colegios, y después, con mucho esfuerzo,
consiguieron que pudiéramos competir en los juegos que se celebraban cada año
en Estambul.
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Yo ahora sigo con mis estudios y entrenando en una escuela de gimnasia
olímpica. Y sueño con ser profesora de mayor y entrenadora personal, para
poder ayudar a más niñas como yo, a perseguir sus sueños sin renunciar a ser
ellas mismas, ¿os animáis?.
POESÍA SEGUNDO NIVEL
PRIMER PREMIO
La tierra
De
Daniel N.R.
La tierra se despega del cielo como una costra viscosa.
La tierra duerme húmeda con la soledad y sus grillos.
La tierra esconde lo que no quiere ser visto.
Como una línea eterna, negra como una sucia pesadilla, la tierra se esconde en
una paz de oscuridad.
La tierra ve, pero no tiene ojos. La tierra tiene hambre pero no estómago. La
tierra atrapa lo que en sus brazos se mece.
La tierra secuestra lo que cree vacío. Esconde a los niños de sus padres. Los
esconde de los de negro y de los salvajes. La tierra ama a los niños, pero no tiene
corazón.
Dormita confortable acariciada por briznas de hierba gris, masajeada por
piedras negras, y continuamente besada por estanques oscurecidos por la
noche.
A veces el silencio inunda más el alma que el sonido.
A veces la tierra rechaza al cielo.
La vida se arrastra por la tierra dándole su forma imperfecta e incompleta,
haciendo de ella un molde de tristes complejos.
La tierra no es como los humanos.
La tierra siente, y la tierra sabe.
No tiene oídos, pero escucha lo que decimos y sabe lo que hacemos.
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La tierra está triste, y ha contraído un parásito.
La tierra tiene humanos.
SEGUNDO PREMIO
Utopía número 49
De
Raúl B.D.
Allá donde la tierra canta,
donde pensamos en fantasmas viejos,
Fantasmas que enhebran agujas,
E irremediablemente nos cosen al pasado.
Allá donde el sol no se pone,
Y queda oculto bajo sombras de prejuicios,
Si la luz ya no brilla hoy?
Cuando coño brillará?
Demasiado miedo a que reluzcan,
Esas luces libres como el sol,
Demasiado miedo a la libertad,
Y a la igualdad,
Por parte de seres opacos,
Con espinas…
Allá donde hay días en que la lluvia de otros todo lo impregna,
Y donde las nubes,
Tiñen el cielo de incertidumbre.
Allá donde no sabes nada,
Allí donde nada sabes,
Donde creces,
Das tu primer beso,
Te reproduces un día,
Sin que nadie te haya explicado cómo.
Es tabú, es sombra.
Es nube que no deja resplandecer.
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Allá donde con suerte pereces,
Donde olvidas el niño que fuiste,
Aquel que lleva cuarenta años,
O cincuenta…,joder, a saber!,
Tantos años sin volar cometas lleva…
Que de repente algo muere dentro de él.
Allá donde la mente se tapia con palabras banales,
Allá donde los insultos normales son,
Donde las utopías en polvo de estrellas se transforman,
Y se los esnifan los de arriba,
Con su puñetero plano cenital del mundo.
Allá donde se hacen crecer las paredes de la vida,
Donde el mundo se ha llevado horas,
Con sus tareas rutinarias y aburridas,
Y años, tantos años, allá.
Desperdiciados…,
Tantas vidas…,
Sueños dormidos en algodón putrefacto.
Allá donde te perdiste,
Y con valentía trazaste el infierno,
Mientras te volvías a perder,
Y te hacías amiga de tus propios demonios.
Allá donde gotea el aguade la vida,
Donde los ríos de los ojos fluyen,
Por las noches,
Ocultados entre los transeúntes de Lesseps,
Ocultados,
Bajo almohadones mojados,
Con su aliento de alcohol barato,
achispados y de fondo un pasodoble…
Allá, si, allá donde el mundo de oro,
De voces de miel cobriza,
Y de vidas prefabricadas.
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Allá donde los poetas se fueron,
En el exilio del planeta,
Donde sus letras jamás volvieron,
Se suicidaron entre ellos,
Sacándose punta a los lápices y a las animas,
Ahogándose con su mierda y con palabras nunca dichas,
Que no les dejaron decir.
Allá donde se olvidaron el reírse de uno mismo,
Donde hay jaulas para un tipo de gente,
Donde por color los encierran,
Donde el amor, siempre preso,
A veces, por no ser lo establecido,
No puede salir del armario.
Allá donde una niña de siete años,
Se dio cuenta en el autobús,
Mientras un baboso la miraba,
De que podrido el mundo está.
Allá donde se caen las estrellas con su banal celibato,
Y donde nos enteramos de las mentiras,
Tradición lo llaman,
Cada uno se auto engaña a su manera,
En este baile de locos con tutú,
Ellas, desde el cielo, tan brillantes,
Se ríen sin parar de que nos cortaron las alas al nacer,
Siempre putas,
Siempre injustas.
Allá donde te alcanzaban,
Y te chafan,
Y tu polvo en mi hueso se convierte,
Siendo un abrigo de polvo de estrella y recuerdos rotos.
Allá donde defendieron tu sexo,
Anatómicamente al nacer,
Por la cáscara de tu cuerpo,
Y te dijeron si eras cacahuete o almendra,
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Pero y digo yo, y las nueces?
Fueron destruidas,
Ya sabes, lo diferente es malo,
Las machacaron antes de salir del nogal,
Putas estrellas.
Allá donde los fotogramas salen de las cabezas de los viejos,
Donde una nuez puede ser almendra, independientemente de su maldita capa.
NARRATIVA SEGUNDO NIVEL
PRIMER PREMIO
El nacimiento de una obra maestra
De
Alexia C.R.
Había estado meses siguiendo a una muchacha. Por supuesto no de una
manera retorcida o morbosa, ella merecía todo mi respeto. El caso es que
aquella mujer, me había vuelto loco en la plenitud de mi juventud. La primera
vez que la vi se paseaba con naturalidad, ondeando sus largos cabellos rubios al
viento. Su piel blanquecina brillaba como si la luz emergiese de su alma y su
rostro era dulce, de facciones suaves, pero permanecía sereno hasta el punto de
parecer apenado. Siempre me gustó la mitología, era uno de los grandes tesoros
de esta terrible humanidad a la que pertenezco; así que, cuando la vi no pude
evitar reflejar en ella la imagen abstracta y simbólica que yo tenía de Venus.
Cuando al fin, aquella joven me devolvía las miradas, su ropa se desvanecía y
ella tapaba sus vergüenzas con aquellas largas cabelleras. ¡Ay idiota de mí!
Cuando desperté de aquel maravilloso sueño me sentí aliviado y apenado a
partes iguales. Por suerte, aquel sueño no fue la única ocasión en la que me
encontré con ella. Había encontrado a mi musa y no pensaba dejar que su
recuerdo se lo llevasen las nubes. Cada noche ella aparecía en mis sueños, de
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diferentes formas, en distintas situaciones, pero su esencia era siempre la misa:
ella era una diosa. Cada vez que intenté pintarla el resultado fue desastroso; por
algún motivo yo era incapaz de dibujarla tal y como la recordaba. Siempre había
algo que estaba mal, una curva muy ancha en sus caderas, la nariz demasiado
prominente, los ojos algo pequeños, el pelo muy corto… ¡Siempre estaba mal!
Yo ya no podía comer ni dormir, sólo quería soñar. Lo intenté una y otra vez
hasta que un día desapareció, simplemente se esfumó en mi memoria y no
volvió a viajar hasta mis noches oscuras. Su luz se había convertido una tenue
sombra de lo que yo sentía por ella. Así que dejé de querer pintarla, me rendí.
Tiempo después, mucho tiempo después, ella visitó mi cama, cuando yo
ya me encontraba lejos de la realidad. Fue como una revelación divina, de
pronto un escenario comenzó a formarse sobre mis ojos dormidos. Había agua
como de mar y también había un bosque que hacía orilla. Miles de azules
bañaban la imagen y en medio de toda aquella majestuosidad una preciosa
concha blanca flotaba. Sobre la concha se posaba mi linda musa con la piel más
blanca que nunca, el pelo más largo y dorado, los ojos más abiertos, los pechos
más tersos, los pies más delicados. Todo su esplendor se abría a mí como una
flor en primavera y yo me perdía en la inmensidad de la belleza. Dos seres
flotantes, que desnudos se cubrían con un precioso manto azul, se encontraban
rodeados de flores rosas que parecían caer del cielo. Estas dos criaturas,
similares a los ángeles, soplaban hacia mi musa y hacían que su pelo bailase al
son de una música sin nombre ni autor. Y al otro lado, sobre la tierra se
encontraba una mujer que sostenía una gran tela rojiza, con la que parecía
querer tapar a mi Venus, pero ella era un alma libre. A punto estuve de estallar
de la emoción cuando la muchacha abrió la boca, parecía que iba a decir algo,
quizás la verdad más grande de la existencia, pero entonces todo se apagó y una
vez más mi musa se desvaneció.
No volví a verla, pero tampoco me hizo falta. Poco después, recordándola
en todo lo que podía y sin parar de pintar, pude plasmar mi sueño más grande
sobre el lienzo. Así fue como se creó una de las mayores obras artísticas de la
historia, y lo sé porque no ha vuelto a existir una mujer como ella. Así fue como
mi sueño se convirtió en lo que es hoy: El nacimiento de Venus.
Firmado: Sandro Botticelli
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SEGUNDO PREMIO
El hombre sin nombre
De
Clara B.G.
Apenas recordaba su origen. No lograba proyectar una imagen clara de la
cara de su madre, y tampoco podía rememorar momentos de su infancia. Todo
eso se había perdido hacía tiempo. Seguramente se encontrara escondido en
algún baúl polvoroso de su mente, olvidado en una de las muchas buhardillas
(esas que nadie se atreve a visitar) que poblaban su cabeza. No es que en algún
momento decidiera guardar concienzudamente esos recuerdos, como hacen
aquellos que lo necesitan para terminar con el dolor. Él no quería olvidar. Era la
enfermedad quien había tomado poder de su cuerpo y hacía con él todo lo
posible y más. Ni siquiera recordaba su propio nombre, por no hablar de que
hacía tiempo que había perdido constancia de los años que llevaba vividos. De
todas formas, eso poco importaba ya.
Sin embargo, sí necesitaba aferrarse a un recuerdo dulce para sobrevivir.
A las manos tiernas de alguien a quien quiso acariciándole, a los olores del
mercado que le llenaban los pulmones de una felicidad inmensa, a la dulce
melodía que creaban las bocinas de los coches al sonar, o la gente al gritar.
Necesitaba recordarlo para no enloquecer por completo. Se lo repetía todos los
días, pero cada vez le resultaba más difícil.
De vez en cuando, en sus momentos más lúcidos, preguntas como ¿qué
hago yo aquí? o ¿dónde están los míos? salían a flote. Era entonces cuando
dislumbraba imágenes fugaces de un mar negro como los ojos asustados de su
gente, que rugía furioso y amenazante al son de una tormenta que estaba
demasiado cerca. Oía con claridad las súplicas a Dios y los llantos de los niños, y
veía la respuesta que el mar daba con olas que, como tentáculos, se aferraban a
las personas para llevárselas a las profundidades. Con esos recuerdos el corazón
le ardía y podía volver a sentir la desesperación, la impotencia y, sobretodo, la
rabia. Le ardía tanto que a veces se desmayaba del dolor. Tras despertarse,
volvía a estar en calma: de nuevo tenía la mente en blanco.
Le había perdido el rastro a aquellos que llegaron con él. O tal vez no
llegó nadie más. Ahora vivía solo y todas las noches pasaba frío. Su casa era
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demasiado humilde y lo único que la llenaba era el rugido de sus tripas. Y la
soledad. La soledad por encima de todo. Casi se había convertido en animal,
apenas era capaz de crear frases coherentes y su mente jugaba con él a todas
horas. Gran parte de esto se debía a la enfermedad que le había surgido tras la
catástrofe. La locura. Vivía en ella como quien vive en una cueva alejado del
mundo, murmurando palabras sin sentido, moviendo las manos sin descanso.
Había aparecido en él nada más llegar al nuevo país entre espuma de mar y
llanto, y se había instalado en su cuerpo sin ninguna invitación. Al principio sólo
salía a la luz cuando recordaba lo sucedido: le daban ataques y se echaba al
suelo temblando, atemorizado. Pero conforme el tiempo pasaba, sus brotes eran
más frecuentes hasta el punto en el que dejó de ser él mismo.
Una vez llegado a este punto, se dejó llevar por ella y convirtió sus días en
una rutina básica. Ya ni siquiera pretendía conservar la esperanza, sólo quería
que el tiempo pasara lo más rápido para que llegara la noche. Se levantaba tarde
ya que trataba de alargar cuanto podía el único alivio que tenía: el sueño. En él,
no había pena. Ni niños llorando. Ni estómagos vacíos. Ni guerra. Al
despertarse, pasaba largo tiempo asimilando dónde estaba y qué era lo que
quedaba de él. Y cuánta hambre tenía aquel día. Así pues, su día se basaría en
intentar saciar sus necesidades. Su mayor preocupación era molestar a alguien y
crear problemas. Por eso, intentaba pasar desapercibido y evitar las calles
transitadas. No pedía nada a nadie porque no quería hablar con las personas.
Había perdido toda fe en la gente. Cuando volvía a casa no dudaba ni un
segundo en volverse a tumbar. Se arropaba con las mantas que había
conseguido y se acurrucaba en la esquina. Por las noches pasaba mucho frío a
pesar de que había encontrado un lugar resguardado, pero por suerte había
encontrado una chaqueta térmica que ahora era su mayor tesoro. Ya no lloraba
ni lamentaba su suerte. Se había sumido en la enfermedad y la rutina, llegando a
parecer un autómata. Pero un autómata sucio y harapiento.
Veía a las personas pasar y su indiferencia ya no le dañaba. Personas en
traje que ni siquiera se percataban de su existencia, mirando a sus pantallas
ciegos de ego; personas que, si su mirada curiosa se atrevía a echarle un vistazo,
pronto se arrepentían y la quitaban descaradamente. Los únicos que a veces le
prestaban cierta atención eran los niños y a pesar de que muchas veces le
miraban con miedo, a él le resultaba bonito que le consideraran lo
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suficientemente humano como para mirarle a los ojos. Sin embargo, pronto sus
padres corregían ese atisbo de acercamiento y empujaban a sus hijos, o se
cambiaban de acera mientras les decían lo repugnante que era una persona
como él. Pero ya no le dolía: se había convertido en su día a día.
Una helada mañana de febrero, unos policías le despertaron y le echaron
de su casa. Le hicieron tirar sus cosas a la basura, incluidas las mantas con las
que se resguardaba del invierno, y le pidieron la documentación. Él tuvo otro de
sus brotes y gritó desesperadamente, cerrando los ojos con fuerza mientras se
tapaba los oídos. Su grito era más bien un alarido, casi sobrehumano, lleno de
sentimientos que se mezclaban al salir por su boca y volaban por toda la ciudad
para intentar ser escuchados. A pesar de todo, nada frenó a esos dos hombres
uniformados a la hora de echar a aquel pobre y desamparado hombre del lugar
que había sido su refugio. Se fue y todo pareció llegar a su fin, pero a los días
deambulando muerto de frío por la ciudad, siendo despachado de cualquier otro
lugar donde poder dormir, decidió volver a aquella esquina alejada del mundo.
Sacó sus cosas del mismo contentedor donde había tenido que tirarlas y volvió a
hacerse una casa. Aquella noche pudo dormir tranquilo.
Parecía que todo había vuelto a la normalidad cuando un día amaneció
sin nada: alguien le había robado las mantas y la chaqueta que tanto amaba. Su
chaqueta térmica roja, blanca y negra, que no sólo le daba calor si no también
algo de cariño, había desaparecido. Eso fue lo que más le dolió. A partir de
entonces, tuvo que pasar los días con sus respectivas noches sin ningún tipo de
resguardo, con el gélido y cortante frío de febrero como compañero de cama.
Acurrucado y tiritando, se preguntaba en qué momento había dejado de
ser humano para la sociedad. En aquella esquina mugrienta casi parecía que se
hubiera transformado en parte de la ciudad: un viejo ladrillo más del muro de
un edificio, de esos que nadie mira porque forma parte de un conjunto
cualquiera, sin ningún tipo de valor. Sólo un ladrillo.
Una noche de las muchas de febrero, entre escalofríos, labios azules y
algunas lágrimas que resbalaban por sus mejillas y parecían congelarse por el
camino, el hombre sin nombre ni historia dejó de tener esperanza en el mundo y
en la vida. Decidió rendirse a la enfermedad y a la soledad y sumergirse en el
mar negro con sus compañeros; al fin y al cabo, quizá esa hubiera sido desde el
primer momento su única opción.
19. 19
Se durmió recordando el calor de su chaqueta y el del abrazo de los suyos.
Se durmió y soñó con el fondo del mar, que al haberse salido con la suya ya se
había calmado y ahora se mecía tranquilo, un fondo azul lleno de peces y ojos
cerrados que le daban la bienvenida.
ACCÉSIT
Me desperté sin saber qué día de la semana era
De
Jorge A. A.
Me desperté sin saber qué día de la semana era, hace mucho tiempo que
eso dejó de importarme. Tampoco sabía qué hora era, pero el rayo de luz que se
filtraba a través de las roídas cortinas de la ventana para cegarme me indicaba
que debía ser mediodía. Me tomé mis largos 10 minutos para desperezarme e
incorporarme sobre el lado izquierdo de la cama, donde permanecí otro rato
mirando a la nada perdido en mis pensamientos. Este proceso ya se había
convertido en una rutina.
Finalmente, logré levantarme para dirigirme a la cocina a por algo que
comer. Aquella cocina era una mierda y un lujo a partes iguales: por una parte,
era tan pequeña que una vez dentro sólo podías moverte girando sobre ti
mismo; por otra, eso te permitía tener todo a mano con un simple giro. La
nevera y despensa estaban prácticamente vacías. Cogí un par de huevos y los
puse a cocer.
-Después de comer iré a por algo con lo que llenar un poco la nevera-
pensé.
Mientras los huevos se hacían fui a la vitrina de licores del salón, mi lugar
favorito de la casa. A mi parecer, aquella vitrina era como la sala de un cine
independiente: nunca vacía pero tampoco demasiado llena. Saqué la botella que
estaba más a mano, puse un vinilo en el tocadiscos y me tumbé en el sofá para
beber. Mirando a mi alrededor me di cuenta de que había trastos tirados por
todos lados y era prácticamente imposible desplazarse por allí. No es que fuese
un gran poseedor, pero tratar de organizarse debidamente en un piso de 25
metros cuadrados me hacía parecer una persona con síndrome de Diógenes.
Volví a evadirme en mis pensamientos.
20. 20
Al acordarme de los huevos y levantarme para ir a parar el fuego, fui
directamente contra el suelo como un árbol recién talado. Estaba demasiado
borracho, como de costumbre. Estuve unos 5 minutos luchando por levantarme,
aunque me pareció una eternidad. Cuando llegué a la cocina me di cuenta de
que se me había olvidado encender el fuego y mi espera había sido inútil, como
yo. Y allí me quedé, mirando aquel par de huevos sin cocer como si de una obra
de arte se tratase. Las personas con autoestima alta eran como huevos duros. Yo
era un huevo crudo.
Rebusqué en mis bolsillos y encontré unas cuantas monedas. Me puse mi
única chaqueta y salí a por algo con lo que llenarme el estómago. Bajar las
escaleras de un quinto sin ascensor en mi estado no fue tarea fácil. Una vez en la
calle, me puse mis gafas de sol y caminé hacia el supermercado más cercano. Me
gustaban mucho aquellas gafas, ya que me permitían ver y analizar a la gente sin
que esta lo supiese. Cada vez que salía a la calle, la gente me miraba como si
fuese de otro planeta, probablemente por mi viejo y sucio atuendo. A mí no me
avergonzaba porque sabía que no era mi culpa no tener dinero suficiente para
una ropa más decente. Aunque en su momento lo tuve.
Aquí donde me veis, yo fui un director de cine independiente con cierto
reconocimiento; aunque todo se fue al traste cuando estando borracho, golpeé a
un importante director de una productora hasta romperle la nariz. La cuestión
es que ese hombre con dinero más que suficiente para comprar toda la ropa
decente del mundo, se encargó de que no volviese a conseguir trabajo en el
mundillo. Todo esto me arruinó la vida, ya que dirigir no sólo era mi pasión, si
no también lo único para lo que servía. En tres meses pasé del reconocimiento al
olvido. Tal vez, una disculpa habría solucionado algo, pero yo era demasiado
orgulloso y la gente como aquel tipo me repugnaba.
Llegué al supermercado, compré una botella del vino más barato que
tenían y busqué un sitio por los alrededores para poder beber tranquilamente.
Encontré un parque vacío, me senté en un banco y me puse a lo mío. Me volví a
evadir. No tenía a nadie. Nadie me recordaba, ni siquiera yo mismo. Mi vida era
un fracaso. Yo era un fracaso. Me tumbé y cerré los ojos para dormir, y con
suerte no volver a despertar; tal vez así alguien me recordaría de una vez por
todas.
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