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Río Cuarto / Río Tercero / San Francisco / Villa María Miércoles 03 de abril de 2019 - Año 19 N° 849
pág. 4
pág. 2
El Corredor Mediterráneo
humorsolini
Heraldo Mussolini
pág. 8
Babel, la fragmentación
del habla como estrategia
de dominio
Antonio Tello ofrece aquí para ECM la primera parte
de la conferencia que dictara el 27 de marzo pasado, en
Córdoba capital y en el Festival de la Palabra celebra-
do en el marco del VIII Congreso Internacional de la
Lengua Española. La Lengua como fortaleza de la
identidad humana, al mismo tiempo que el peligro de su
vulnerabilidad, para sí misma y para la comunidad, la
nefasta influencia del pensamiento franquista y su pro-
ceso castrador, entre otros conceptos, son tópicos que
Tello desarrolla con solvencia y con la autoridad inte-
lectual que le es inherente como escritor y sobre todo
como poeta guardián de la palabra.
Los casos del comisario Croce,
de Ricardo Piglia
pág. 6
Sergio Colautti, además de ser un conspicuo y frecuente colaborador de ECM, es un lector empe-
dernido. Los casos del comisario Croce, de Ricardo Piglia, es un palpable ejemplo. La obra es
un conjunto de cuentos que recuperan la figura del ex policía donde un cruce triple potencia la
narración: la tensión policial que proponen las historias, en el marco de la “experiencia nacio-
nal” ( lo que solemos denominar “nuestra historia”) y los sentidos que se diseminan, inagota-
blemente, desde las referencias que propone la literatura argentina, ese tejido que se dispone
como un texto para indagar lo real, en lo que se refiere a la concepción pigliana.
Ricardo Piglia
Antonio Tello
LA COLUMNA
Cartas de la palabra río
Era en abril...
POR CLAUDIO ASAAD
PÁG. 8
pág. 6
Una casa junto
al Tragadero
Mariano Quirós
Historias de Río
Cuarto entre todos.
Primera reducción
jesuítica en
El Espinillo
Luis Oscar Champin
La hija de Lord Byron
y las matemáticas
Redacción ECM
pág. 7
Por Sergio G. Colautti
Buscando menos desde la prolijidad del
método que en los excepcionales signos
y huellas del crimen, Croce resuelve, o se
aproxima. Desde la apabullante horizon-
talidad de la pampa argentina, procede
como el rastreador de Sarmiento: intuye,
huele, arriesga, vincula y sintetiza; lee el
itinerario de cada caso como quien desa-
ta nudos de una trama que comprende
desde la lucidez de su mirada metoními-
ca, desde su telescopio que percibe el
mínimo gesto, desde las marcas apenas
perceptibles, cuando no invisibles, de la
movediza escenografía de lo real.
“Es necesario cambiar la escala, detener-
se en el detalle irrelevante. Me interesa
lo que solo se ve con lupa” (1)
Croce aparecía ya en Blanco Nocturno,
novela de 2010:
La novedad de Blanco Nocturno es, en
primer término el desplazamiento de la
compleja urbanidad de la tradición de los
policiales (donde el crimen aún es diluci-
dable) a la aparente simpleza de la
pampa inabarcable y plana. En ese
escenario sin señales, sordo y mudo, sin
embargo, habita lo incomprensible, lo
que no se puede develar, el espejismo
atormentador, la “luz mala”.
El territorio único donde todo parece ser
visto y señalado es, paradójicamente, el
sitio oscuro, el campo sin señales, el
lugar del crimen sin signos, el llano invisi-
ble. ( 2)
En Los casos del comisario Croce, conjun-
to de cuentos que recuperan la figura del
ex policía, un cruce triple potencia la
narración: la tensión policial que propo-
nen las historias, el contexto de la “expe-
riencia nacional” (como bien llama Piglia
a lo que solemos denominar “nuestra
historia”) y los sentidos que se disemi-
nan, inagotablemente, desde las referen-
cias que propone la literatura argentina,
ese tejido que se dispone como un texto
produciéndose para indagar lo real, en la
concepción pigliana.
El texto que logra espesor y brillo, en
este sentido, es El Astrólogo. Leandro
Lezin, nombre del personaje que conoci-
mos en el final de Los lanzallamas, es
perseguido aquí por Croce y se entreteje
con la ficción arltiana hasta la sorpren-
dente invención de un final impensable
para su derrotero, un extraño peronista
que muere a manos de la “revolución
fusiladora”. El discurso inolvidable y
paranoico del Astrólogo, que postula la
libertad y la justicia como deseo en el
nuevo orden capitalista que entrevió Arlt
se incrusta en la historia nacional para
explicarlo mejor: Croce guarda el recorte
de prensa (lo que se escribe, el lenguaje
como resto, marca, señal, sobre el caso)
donde se informa el asesinato de Lezin,
“más conocido como El Astrólogo”.
Todos los sentidos, toda la profecía arl-
tiana y la comprensión de la tensión agó-
nica de sus personajes en la sociedad
moderna están en las páginas de ese
cuento, que amplía la perspectiva cru-
zándola con la resistencia peronista tras
el golpe, territorio crucial elegido por
Piglia para el final del personaje: la fic-
ción dilucidando los recovecos claves de
la experiencia colectiva.
Este mismo trabajo que liga fragmentos,
zonas y escenas de la producción litera-
ria nacional con el recorrido de los
“hechos reales” (como los llama en
Respiración artificial, de 1980) devienen
también de Blanco nocturno, donde, por
ejemplo, algunos presos alucinados reci-
tan estrofas del Martín Fierro (libro en el
que sobreviven también presos alucina-
dos). En Los casos del comisario Croce
esos procedimientos atraviesan los cuen-
tos. En La excepción, Croce resuelve el
caso leyendo las poesías que guardaba la
víctima en su maletín; un hombre asesi-
nado por las espalda por órdenes del
Gral. Urquiza resulta no ser quien parecía
ser, y la clave aparece en la lectura
microscópica de Croce: la verdad devie-
ne de un modo singular de leer, como
quien bucea buscando una llave o una
clave que abra las puertas del enigma.
Como el Erik Lönrot de Borges, Croce tra-
baja desde un diccionario, desde los
libros, desatendiendo las hipótesis pro-
bables (“pero no interesantes”) que pro-
El Corredor Mediterráneo / Página 2
Los casos del comisario Croce,
de Ricardo Piglia
Croce, el rastreador
Ricardo Piglia
ponen las evidencias. Como el propio
Croce en La señora X, séptimo cuento del
volumen, donde un manuscrito denuncia
una violación que el policía lee como
simulacro pero que víctima y victimario
necesitan mantener como verdad.
El cuento La película parece desplazar y a
la vez rescatar las aproximaciones de
Walsh (Esa mujer) y Tomás E. Martínez
(Santa Evita) al mito de Evita y, más pre-
cisamente, a los recovecos inconcebibles
que edificaron los rumores, conspiracio-
nes y espionajes alrededor de ella. El sitio
de lo incierto, de la creencia y el fervor
por encima de cualquier certeza recircu-
lan en el relato de Piglia, abonando la
perspectiva de la historia irresuelta,
incompleta y evanescente. Para Croce,
dispuesto a contradecir el perfil del inves-
tigador, es mejor no saber: “lo que
importa no es lo que el mundo hace con
uno, sino cómo uno es capaz de enfren-
tar el horror del mundo, sin capitular”.
Más que saber si es Eva o no la que apa-
rece en la película que el odio se obsesio-
na en hallar, Croce prefiere quemarla,
para que la historia sea una calumnia que
sobreviva al fuego.
El texto que más y mejor avanza en la
relación entre el universo “real” del caso
y el universo “ficcional” de la literatura es
El conferencista. En esa escena, Croce
asiste a la conferencia de un escritor viejo
y ciego que, en una sala semivacía, teori-
za sobre el cuento policial y el crimen per-
fecto. En esa zona del cuento aparece un
pliegue singular del libro y, quizás, de la
propuesta narrativa de Piglia más allá del
libro: su inserción en la tradición y en la
concepción de la literatura, eligiendo a
Borges (ese es, claramente, el “conferen-
cista” sin apellido en el relato) como
anclaje y proyección de su propia escritura.
En este sentido, el “conferencista” dice
lo que antes, en el prólogo del libro,
Piglia eligió como texto “liminar” (esa
palabra que agradaba a Borges): una
argumentación de Marx, de 1857, en la
que se analiza el lugar productivo del
delito y el delincuente en la sociedad
moderna: administración policial y judi-
cial, academias, tecnologías y… literatu-
ra policial. El hombre ciego, que vacila al
hablar, dice casi en ese mismo sentido:
“Hay una atracción en el detective, en el
puro razonador Dupin, pero también nos
atraen los imperiosos gángsters. Nos
atraen por igual, debemos reconocerlo,
el bien y el mal. Incluso, dicho en confian-
za y entre nosotros, más el atractivo
pecado y el infierno que el pacífico paraí-
so y la monótona decencia” (3)
Mientras Croce y Borges esperan el tren
analizan un caso sin resolución, un extra-
ño crimen en un parque que el escritor,
atento a los mínimos y desatendidos
detalles que cuenta Croce, descubre. La
dilucidación se opera desde la imagina-
ción del escritor y desde su arsenal de
saberes sobre el género y sus variantes,
es decir, el “dilucidador” Borges lee el
caso y escribe la resolución. No actúa
como el clásico investigador o el metódi-
co razonador policial. Como Lönrot, pero
mejor como un rastreador en la pampa
donde asistió a dar la mínima conferen-
cia. El diálogo amable con Croce, tras
recitar juntos estrofas del Martín Fierro,
expone esa cuestión y se convierte en
instalación del discurso pigliano: desde
dónde se enuncia, en relación a qué tex-
tos y autores se dice y se piensa este libro
último:
-Somos dos paisanos argentinos - dijo el
escritor- dos criollos.
-Dos baqueanos
Sí, dos rastreadores. Leemos pistas, ras-
tros. (4 )
En el final de la conferencia se produce
un pasaje de voz, un deslizamiento del
discurso de Borges, con sus modos, su
aliento, su reconocible estilo, al discurso
pigliano, que dispone otra construcción
y, especialmente otra mirada sobre la
relación entre sujeto y Estado, luego de
la dictadura. Lo magistral de ese pasaje
es que está diseñado como una frase del
propio Borges, como quien imagina el
discurso y el análisis borgeano traducido
por Piglia, con el tono de Piglia, en el
cuerpo del viejo escritor dictando una
conferencia perdida en la pampa inabar-
cable. En el inicio del párrafo, el confe-
rencista Borges expande la idea del atrac-
tivo que genera el delito en el lector:
“Todos deseamos que triunfe el criminal,
ha escrito De Quincey. Porque el criminal
se enfrenta con los procedimientos bru-
tales del Estado…” ( 5)
La frase que sigue, adjudicada al persona-
je Borges, es pigliana. Digámoslo de otro
modo, si se quiere, más borgeano: el
viejo escritor cita a Piglia, desde el texto,
y a renglón seguido, dice lo que sigue:
“la marca del mundo moderno es, como
nos enseña la historia argentina, que los
inocentes son ejecutados por los apara-
tos y las organizaciones estatales y que
los grandes criminales son los jefes políti-
cos y sus sirvientes” ( 6 )
Lo que podría haber dicho Borges en los
cincuenta se resemantiza en el fin de
siglo, y de un modo trágico, desde el dis-
curso pigliano. Como en la operación de
Pierre Menard con el Quijote (esa otra
gran lección de Borges sobre los modos
de leer): se dice, se escribe, lo idéntico,
pero cuando el contexto de la experien-
cia nacional es otro, no puede leerse lo
mismo.
Esa es la tarea de Croce, leer como lee
Piglia, el rastreador.
Referencias
1)Piglia R, El método, en Los casos
del comisario Croce, Bs As,
Anagrama, 2018.
2) Colautti S., El Llano invisible,
Letralia.com, 18/07/2011.
3) Piglia R., El conferencista,
en Los casos del comisario Croce,
Anagrama.
Bs AS. 2018 (pág. 121)
4) Piglia R., La conferencia, en Los
casos del comisario Croce. Anagrama, Bs
As. 2018. (pág. 127)
5) Piglia R. op. cit. (pág. 124).
6) Piglia R, op. cit. (pág. 125
El Corredor Mediterráneo / Página 3
El texto que más y mejor avanza en la relación entre el universo “real” del
caso y el universo “ficcional” de la literatura es El conferencista. En esa esce-
na, Croce asiste a la conferencia de un escritor viejo y ciego que, en una sala
semivacía, teoriza sobre el cuento policial y el crimen perfecto.
“Calíbar regresó, vio el rastro ya borrado e imperceptible para otros ojos”
D. F. Sarmiento (Facundo)
“Siempre había querido tener un telescopio.
En la noche, en el campo, se puede ver muy bien el firmamento”
R. Piglia (La música, en Los casos del comisario Croce)
El Corredor Mediterráneo / Página 4
A partir de la intuición de Heidegger
según la cual el ser humano es una unidad
de materia y tiempo, cabe inferir que la
lengua, en tanto expresión humana, com-
parte la misma naturaleza existencial. Es
así que la lengua participa de las vicisitu-
des del ser humano, cuya conciencia veri-
fica su fluir.
Siguiendo el mito bíblico, el verbo, esa
fuerza genésica que crea el mundo -la
realidad del mundo-, es, paradójicamen-
te, movimiento e inmovilidad, acción y
fijación. Esto significa que fuera de la rea-
lidad del mundo el verbo carece de conju-
gaciones de tiempo, de modo y de voz,
pero dentro de su jurisdicción participa
de la finitud humana y, consecuentemen-
te, es vulnerable a la erosión del tiempo y
a las tensiones e intereses encontrados
que se verifican entre los hombres, al
mismo tiempo que, dada su naturaleza
original, ha de resistir a la poderosa atrac-
ción del silencio del mismo modo que el
ser humano se resiste volver al seno del
Ser. De esta tensión que los funde, el
hombre, consciente de las limitaciones de
su inteligencia para trascender el miste-
rio, necesita de la palabra para construir
su hogar y el espíritu necesita de la carna-
dura humana para manifestarse como
voz capaz de describir la realidad del
mundo.
El ser humano reconoce en la palabra su
propia esencia y, en tanto ésta es acto,
según la noción platónica, la suprema
expresión de su deseo de libertad y auto-
nomía en el mundo., por tanto, no puede
permitir que ella sea absorbida por el
silencio del origen ni degradada en su
naturaleza por el mal decir humano. La
palabra es su esperanza y su estatuto en
la realidad del mundo.
La lengua, la palabra, no sólo manifiesta
la jerarquía del ser humano sobre las
demás criaturas que habitan en el
mundo, sino también su pretensión de
ocupar un lugar entre los dioses e incluso
de sustituirlos. En esa soberbia lucha que
el ser humano libra contra el poder de los
dioses y sus epígonos mundanos, la pala-
bra actúa contra la acción erosionadora
del tiempo, contra el olvido, y construye
la memoria y la justicia sin las cuales no
existiría civilización alguna. Es sobre la
memoria y la justicia que el ser humano
se proyecta en el tiempo y trasciende
más allá de su finitud en la realidad del
mundo; es sobre la memoria y la justicia,
sobre esta construcción ética, que el ser
humano levanta muros contra la impuni-
dad.
La lengua es la fortaleza de la identidad
humana y, en tanto que sistema de comu-
nicación, responde a una estructura que
ya enunció Ferdinand de Saussure, el
padre de la lingüística moderna. En su
famoso curso transcripto por sus discípu-
los, Saussure señala que la lengua es al
mismo tiempo estática (sincrónica) y
dinámica (diacrónica). Con ello quiere sig-
nificar que una parte permanece como el
fundamento cultural de su sistema (la
lengua propiamente dicha), y que otra se
mueve y se modifica progresivamente (el
habla, que es el uso que se hace del siste-
ma).
Las modificaciones que se producen en el
habla son diversas y numerosas y consti-
tuyen una respuesta a las exigencias de
las distintas etapas históricas atravesadas
por los cambios sociales, las aportaciones
científicas y tecnológicas, y las influencias
interlingüísticas, agentes que desencade-
nan un proceso natural que no responde
a modas o impostaciones sociales, ideoló-
gicas o económicas sino a la sedimenta-
ción en el cuerpo histórico de la lengua de
los cambios culturales producidos en la
comunidad hablante.
Pero si bien esta fortaleza de la lengua
pone a resguardo el bienestar y el enten-
dimiento de la comunidad humana, su
vulnerabilidad supone un grave peligro
para sí misma y para la comunidad. Esta
vulnerabilidad es la que ha dado lugar al
discurso de las ideologías totalitarias,
políticas y religiosas; a la jerga vulgar de
la sociedad masificada y al perverso uso
de los eufemismos en los regímenes tota-
litarios y en las democracias menoscaba-
das creando un denso malestar social al
inducir al hablante a preguntarse por su
capacidad para expresarse y ser com-
prendido; por su impotencia para mani-
festar la soledad existencial cuando se
han perdido las referencias morales del
mandato divino o de la razón.
La felicidad del ser en el mundo se nutre
de la justicia y su sentido nace de esa exi-
gencia moral que aspira a la armonía
entre los individuos y con las cosas que lo
rodean. Esa aspiración se expresa a tra-
vés del lenguaje y de la complejidad
semántica de la palabra, de modo que la
desnaturalización de ésta significa la des-
naturalización de la realidad del mundo y
de la comunicación cada vez más frag-
mentaria e inconexa entre los seres
humanos. En 1902, Hugo von
Hofmannsthal en su Carta de Lord
Chandos manifestaba así, casi con deses-
peración, su desconcierto y malestar
generado por este proceso perturbador
de la realidad:
«Ya no lograba aprehenderlas [las cosas]
con la mirada simplificadora de la cos-
tumbre. Todo se me deshacía en partes,
las partes otra vez en partes, y no se deja-
ban ya abarcar con un concepto. Las dis-
tintas palabras flotaban alrededor de mí;
cuajaban en ojos que me miraban fija-
mente y en las que yo a mi vez tenía que
sumergir mi mirada: son remolinos a los
que me da vértigo asomarme, que giran
sin cesar y a través de los cuales se llega
al vacío.»
La palabra «árbol» identifica al árbol en
tanto las referencias morales que susten-
tan a la comunidad hablante siguen vivas,
pues es a través de estas referencias que
el individuo mantiene la posición central
desde la cual observa y organiza la reali-
dad a través de las palabras. El desen-
cuentro entre el sentido de la palabra y la
vida hace más lacerante las limitaciones
del lenguaje para alcanzar ese concepto
universal que late en cada palabra «más
allá de las fronteras establecidas por los
significantes», como afirma el lingüista
italiano Stefano Agosti. La palabra
«árbol», no obstante su precisión, cuando
ha perdido su faro ético expresa un signi-
ficado abstracto, pero no el sentido últi-
mo y secreto que expresaría el significan-
te, lo cual conduce al lenguaje mudo, esa
«lengua en la que hablan las cosas
mudas», como dice Hofmannsthal por
boca de Lord Chandos. De aquí que
Wittgenstein señale los límites y la inca-
pacidad del lenguaje de la modernidad
para nombrar la totalidad de la vida,
cuando hasta el siglo XVII, en palabras de
George Steiner, “la esfera del lenguaje
abrazaba casi la totalidad de la experien-
cia y de la realidad”.
Hoy, acaso sólo el lenguaje poético, que
incorpora elementos de otros lenguajes
no verbales, como la música o las mate-
máticas, puede iluminar algunas de las
zonas más oscuras de la vida en el mundo
y por ello, el poeta, quien ha debido ocu-
par el campo abandonado por los filóso-
Babel, la fragmentación del habla
como estrategia de dominio (1)
Por Antonio Tello
Antonio Tello
El Corredor Mediterráneo / Página 5
fos que han desertado en favor de la
sociología, ha de convertirse en un logó-
crata, en un guardián de la palabra, con
el deber de expresar sin concesiones la
experiencia verbal, incluso de aquello
que, como el horror, apenas puede arti-
cularse. Pero el poeta también sabe que
el suyo es un esfuerzo sin recompensa,
porque también el poema es un frag-
mento del todo que quiere expresar.
Es así que el primer síntoma de decaden-
cia de una civilización se verifica en la len-
gua. En 1946, ya en la posguerra de la
Segunda Guerra Mundial, George Orwell
escribió “La política y el idioma inglés”,
que inicia afirmando:
“Nuestra civilización está en decadencia
y nuestro lenguaje -así se argumenta-
debe compartir inevitablemente el
derrumbe general”. En este breve y lúci-
do ensayo, Orwell aclara que las causas
de esta decadencia que afecta al lengua-
je son políticas y económicas, y que ese
lenguaje degradado retroalimenta la
decadencia general de la civilización.
“Un hombre -dice Orwell- puede beber
porque piensa que es un fracasado, y
luego fracasar por completo debido a
que bebe” y enseguida añade que el idio-
ma inglés se ha vuelto “tosco e impreci-
so porque nuestros pensamientos son
disparatados, pero la dejadez de nuestro
lenguaje hace más fácil que pensemos
disparates”.
Pero ¿en qué consiste la dejadez del len-
guaje? La respuesta es tan sencilla como
evidente. La dejadez es el desaliño estilís-
tico, el uso de imágenes trilladas, la
imprecisión, la pobreza léxica, el uso de
adjetivos ampulosos o meramente orna-
mentales, la utilización indiscriminada de
frases verbales en lugar de verbos sim-
ples, el empleo de una dicción pretencio-
sa. Esta dejadez, que da lugar a un discur-
so o un texto donde lo concreto y signifi-
cativo se pierde, tanto en el habla como
en la prosa, es lo que provoca un latente
y difuso malestar espiritual, como sínto-
ma de la impotencia del individuo para
comunicarse con el otro con fluidez. La
extensión de lugares comunes, muleti-
llas, extranjerismos sustitutorios, metá-
foras hueras, desorden sintáctico, torpe-
za prosódica, etc., empobrecen y redu-
cen toda lengua a un estado mecánico y
funcional que entorpece la comunica-
ción y abotarga el pensamiento.
Lo dicho por Orwell acerca de la lengua
inglesa es aplicable a la castellana. Nadie
duda de que el castellano es una las len-
guas más evolucionadas del mundo y
que goza de una extraordinaria vitalidad.
Sin embargo, como toda producción
humana, es vulnerable a la acción de los
agentes degenerativos que laten en el
seno de la sociedad y que se activan en
momentos de opresión o estancamiento
espiritual
A finales del siglo XIX y principios del XX,
el casi desesperado intento de Azorín de
revitalizar la lengua castellana peninsu-
lar, adormecida por el absolutismo y la
pereza, tuvo eco en Antonio Machado,
quien recogió las propuestas simbolistas
a través del modernismo allegado por
Rubén Darío, en Juan Ramón Jiménez,
quien también siguió inicialmente la este-
la rubendariana, y en los poetas de la
Generación del 27. Sin embargo, este
portentoso impulso revitalizador quedó
abortado tras la Guerra Civil, pues la
derrota de la República significó también
la derrota de la lengua castellana peninsular.
Durante la larga dictadura franquista las
palabras del castellano peninsular sufrie-
ron un ataque devastador, que permitió
a la Dictadura edificar una falsa realidad
sustentada en el oscurantismo religioso
y político. Si bien la lengua genuina ilumi-
na la verdad, en un régimen dictatorial o
totalitario, las palabras sufren una muta-
ción de sentido orientado a velar la ver-
dad y a legitimar el sistema. Así, el fran-
quismo usó la palabra “paz” para ocultar
la represión, la persecución, el padeci-
miento y la humillación de miles de opo-
sitores o sospechosos de serlo, y cons-
truir el aparato del Estado con leyes
autoritarias que distorsionaron la vida y
los hábitos de los ciudadanos. La “ley”
era la palabra espuria de la dictadura. Y,
en tanto que los intelectuales que habían
apoyado el proyecto democrático de la
República fueron asesinados, encarcela-
dos u obligados al ostracismo interior o
al exilio, los intelectuales del régimen
consagraron un sistema de pensamiento
embrutecedor e intolerante. Un sistema
que añadió al hambre y la miseria deja-
das por la guerra, la pobreza del pensa-
miento. En este contexto, los portavoces
del nacional-catolicismo buscaron y
encontraron en las raíces del antiguo cas-
tellano inquisitorial e imperial los recur-
sos para una lengua oficial que apuntala-
ba el discurso retórico, tan grandilocuen-
te como hueco, del régimen. El 16 de
abril de 1939, el papa Pío XII, en otro
ejemplo de pretenciosa verborrea, según
la cita de Carmen Martín Gaite en “Usos
amorosos de la posguerra española”,
alabó la dictadura de este modo:
La nación elegida por Dios como princi-
pal instrumento de evangelización del
nuevo mundo y baluarte inexpugnable
de la fe católica acaba de dar a los pre-
cursores del ateísmo materialista de
nuestro siglo la prueba más excelsa de
que, por encima de todo, están los valo-
res de la Religión y del espíritu..
Este castellano mecánico de palabras
cerriles y pesada sintaxis sirvió para edifi-
car los muros detrás de los cuales se
atrincheraron los españoles durante cua-
renta años. Tras ese «gesto nobilísimo de
cristiana edificación» se confeccionó un
«traje a nuestra medida, español y casti-
zo» para combatir a los enemigos que
amenazaban la grandeza española.
Porque, como afirmaba el Caudillo (sigo
citado a Martín Gaite):
“…a España se la ha hostilizado siempre
que ha resurgido, desde los tiempos de
Felipe II [...] y cuanto más se ha levanta-
do, cuanto más independiente se ha
hecho, cuanto más enérgicamente se ha
extirpado el cáncer o una enfermedad
que la corroía, más se ha crecido contra
España la hostilidad de fuera.
El habla se convirtió en jerga, en farfullo
irascible de exclusión y confrontación
permanente. «Rojos», «ateos», «comu-
nistas», «judíos», “masones”, eran, entre
otras, palabras que encarnaban enemi-
gos diabólicos en perennes «contuber-
nios» o «conspiraciones judeo-masóni-
cas» desde la «pérfida Albión» o desde el
«país del brioche y del bidet» contra
España, la cual encarnaba la «patria», los
«cristianos», los «católicos».
Para el pensamiento franquista no
importaba que otros pueblos estudia-
sen, trabajasen y fuesen más cultos y
prósperos y disfrutaran de un mayor bie-
nestar, pues, falazmente, nada era mejor
ni más grande que ser español. España
era “una, grande y libre”; era la España
“diferente”, la España del “que inventen
ellos”, frase con la que el español de la
era franquista llegó a jactarse de su igno-
rancia. Los ideólogos que habían fragua-
do el castellano oficial como un baluarte
de la España dictatorial y que sabían de la
debilidad y, tal vez, de la ilegitimidad de
su propósito, clamaban contra la «falsa
modernidad» que venía del extranjero y
que amenazaba con la disolución de la
lengua. De acuerdo con esta creencia es
que en 1940, como recoge Martín Gaite,
se prohibió el «uso innovador y defor-
mante de vocablos extranjeros en mar-
cas, rótulos, frases y escritos [que consti-
tuían] desollamientos en la piel española».
Como consecuencia de este proceso cas-
trador, la rigidez sintáctica y la retórica
dificultaron el desarrollo estilístico fuera
de la tradición realista, en la que quedó
sujeta la producción literaria española.
La restauración democrática, si bien creó
un nuevo marco expresivo y favoreció
algunos intentos innovadores, éstos se
vieron limitados por las tendencias uni-
formizadoras determinadas por el poder
económico mundial y que encontraron
sus plataformas en los grandes grupos
editoriales y los medios de comunica-
ción.
1) Primera parte de la conferencia dictada
el 27 de marzo, en Biblioteca Córdoba, en
el marco del Festival de la Palabra del VIII
Congreso Internacional de la Lengua
Española, celebrado en la capital provincial.
Durante la larga dictadura franquista las palabras del castellano peninsular
sufrieron un ataque devastador que permitió a la Dictadura edificar una
falsa realidad sustentada en el oscurantismo religioso y político.
El Corredor Mediterráneo / Página 6
Una casa junto
al Tragadero
Mariano Quirós
Editorial Tusquets,
Barcelona, 2017
Mariano Quirós vive en Buenos Aires, pero
su escritura lleva la marca indeleble de su
Chaco natal. El territorio que describe es
auténtico, un lugar donde lo que manda es
el monte y la amenaza del río que es capaz
de tragarse todo. El monte salvaje, protec-
tor y amenazante a la vez. Los animales que
intervienen son personajes de la trama,
parte del paisaje. El río barroso que encabe-
za el título de la novela hace honor a su
nombre y fagocita personas y animales.
Al igual que el monte, el río puede ser fuen-
te de vida, pero el fondo es oscuro y peli-
groso.
El autor nos lleva en un viaje circular y verti-
ginoso a través de un territorio vivo.
Poblado de hombres duros, mujeres sufri-
das, toda clase de animales y también por
fantasmas, el monte cobra un protagonis-
mo ineludible en esta novela.
Presencia viva que percibimos a través del
sol inclemente, los olores, los ruidos, can-
tos de pájaros, gruñidos de animales en los
que el autor incorpora el conocimiento y el
detalle que sólo da el haber nacido y vivido
allí, y por sobre todo, por haber comprendi-
do su verdadera esencia.
En una tierra sin ley ni orden, ajena por
completo a las normas de quienes nos cre-
emos civilizados, solo los que la habitan son
capaces de comprender las reglas y de
sobrevivir, muchas veces a costa de volver-
se locos. El follaje, la oscuridad, o el sol
inclemente y la brutalidad de las relaciones
entre personas y animales nos hacen pen-
sar en Conrad, en El corazón de las tinie-
blas, donde un gran río y la selva matan o
vuelven locos a los hombres blancos que se
atrevieron con ellos.
Apenas llega, el protagonista se adentra
lentamente, limpia la podredumbre, pene-
tra en la oscuridad, toma la casa que la
suerte le ofrece, acepta los fantasmas, y
avanza despacio hasta apoderarse del
conocimiento necesario que le permitirá
sobrevivir.
El Mudo es un personaje complejo que el
autor describe con múltiples facetas.
Hombre duro que deja atrás un pasado que
se adivina turbio, y que se propone no
hablar para no descubrirse, ganando así el
nombre por el que lo conocerán. El almace-
nero Insúa lo ayuda en los primeros pasos,
le enseña a evitar los peligros, le cuenta his-
torias del río. Algunas veces se enfrentan,
pero se entienden y se acompañan. La
gente del lugar lo considera loco, o retrasa-
do, pero Insúa, lo más parecido a un amigo
que llega a tener, le dice que le gusta estar
con él porque puede hablar con una perso-
na inteligente, aunque no articule palabra.
El Mudo se permite rasgos de ternura con
su perra India, y alguna vez se permite abra-
zar y consolar al amigo, para volver rápida-
mente al personaje duro y hosco del que se
ha revestido.
Son un hallazgo del autor los mensajes
escritos con birome para hacerse entender,
y los dibujos del río, de hombres y animales
que remiten al Saint Exupery del Principito.
Los pocos gestos y reflexiones de cariño
alternan con la furia, el miedo, y la violencia
que desencadenan situaciones límites que
debe enfrentar.
Destacan en el libro escenas delirantes
como la caza de los yacarés por jinetes
locos que aspiran cocaína y luego desapare-
cen, la matanza de monos y el desafío de
clavar sus cabecitas en picas alrededor de la
casa en un rasgo de salvajismo —otra alu-
sión a la novela de Conrad—, la terrible
escena de la mujer desangrándose en un
parto imposible a la espera de que él tenga
poderes de brujo y la salve.
El ritmo de la narración se va acelerando
cuando en una suerte de invasión llegan
extraños que pretenden que se haga lo
políticamente correcto en un lugar sin dios
y sin ley, y que, al no comprender el monte,
los animales y la gente, traen la desgracia
para ellos y para todo el que se les cruza.
La torpeza y la ignorancia de los extraños
sellan su destino. Con el miedo y la oscuri-
dad siempre presentes la violencia se desa-
ta en una epopeya onírica donde el duer-
mevela se alterna con períodos de lucidez y
los fantasmas de los muertos van poblando
el monte. El círculo finaliza donde había
comenzado, encerrando a los personajes
que no pueden abandonar el monte y cami-
nan en vano buscando una salida.
Ingrid Waisman
reseña
El 3 de abril de 1691 merced a una Cédula Real
que ordenaba la conversión de los indios
Pampas, el entonces Gobernador de Córdoba
del Tucumán Tomás Félix de Argandoña dispu-
so establecer una reducción de indios en el
paraje El Espinillo. Para esta misión eligió a
sacerdotes de la Compañía de Jesús por consi-
derarlos con mayor capacidad de adaptación,
pues los jesuitas desde hacía tiempo se relacio-
naban con los Pampas y conocían este territo-
rio y sus costumbres. El padre Hernando de la
Torre Blanca, rector de la orden, designó para
la misión al padre Diego Fermín de Calatayud,
en calidad de superior, y al padre Francisco
Lucas Caballero, que durante años se había
dedicado a catequizar originarios. Las activida-
des de los padres Calatayud y Caballero com-
prendían la asistencia de los indios, su instruc-
ción “dándoles todo lo que necesiten y pidan
(y) también que (...) procuren que ninguna
persona moleste a los indios, ni los saque de la
reducción”.
El 6 de septiembre de 1691, luego de un ajetre-
ado viaje, arribaron a destino y a los pocos
días, siguiendo las instrucciones de sus supe-
riores, los misioneros fundaron la Misión de
Indios Pampas en El Espinillo, sobre la banda
sur del río Cuarto (o Cochancharava), lugar en
el que merodeaban numerosas tribus de indios
muy belicosos -como los muturos, los taluhets
y los diluhets- conocidos con el nombre gené-
rico de Pampas. El cacique principal Ignacio
Muturo y seis caciques más conformaban la
Reducción, así como parientes de aquél, entre
ellos el Cacique Bravo o Cangapol que se había
refugiado en la misión luego de huir por las tro-
pelías cometidas tierra adentro y haberse man-
tenido reacio a reducirse.
Historias de Río
Cuarto entre todos
Primera
reducción
jesuítica en
El Espinillo
Por Luis Oscar Champin
El Corredor Mediterráneo / Página 7
Además de padecer las adversidades
propias de la región y el acoso perma-
nente del indómito indio de tierra aden-
tro, los misioneros fueron víctimas de
acusaciones por parte de los españoles,
como la de “querer hacer la Reducción
para apoderarse de sus tierras, de los
indios y de la Puerta de la Pampa, es
decir, de la frontera del Sur”. Por otra
parte, eran frecuentes los malestares
entre los caciques que trajeron, como
consecuencia, algunas muertes entre los
originarios. Tampoco éstos se adapta-
ban al trabajo disciplinado que les impo-
nían los misioneros, siendo apenas una
minoría la que respetaba esas reglas.
Pese a las numerosas vicisitudes que
padecieron, los jesuitas levantaron una
capilla. La conducta de los españoles,
por otra parte, dejaba mucho que dese-
ar. En cierta oportunidad en que el padre
Caballero ponía de relieve que si los
indios no respetaban la ley de Dios no se
salvarían, éstos le preguntaron “¿Qué
dice esa ley?”, y al responderles que
debían respetar los sacramentos, vivir
en pueblo y lugar destinado, no fornicar,
no hurtar, etc., los indios le dijeron:
“¿Qué sacerdotes tienen esos españoles
que viven por esos ríos, que no tienen
iglesias, ni oyen misa? ¿No fornicar? Los
mismos españoles nos vienen a comprar
las chinas de mejor cara por un raso. ¿No
hurtar? También nos suelen hurtar los
españoles los caballos como nosotros
los suyos...”.
Hubo un episodio determinante para el
fracaso de la Reducción y fue cuando el
Cacique Bravo, por mediación de
Muturo, accedió a bautizar a sus familia-
res mientras él también se preparaba
para recibir ese sacramento. Este hecho
fue considerado un acto de traición por
los indios más reacios que aguardaban
no muy lejos de la frontera sur para ata-
car al cacique, refugiado en la
Reducción. Finalmente, un día en que el
cacique se hallaba a unas dos leguas de
la Reducción fue acribillado a lanzazos
por aquellos que habían jurado vengan-
za. Esto significó la ruina total de la
misión. Los parientes del Cacique Bravo
persiguieron a sus asesinos y dieron
muerte a alguno de ellos, los sobrevi-
vientes, a su vez, amenazaron con reunir
a sus pares para exterminar a los adep-
tos a Bravo. En vista de un inminente
ataque a la Reducción, producto de los
sucesos acaecidos, los jesuitas resolvie-
ron retirarse hasta el río Tercero, mani-
festando a sus superiores que una vez
pasado el peligro “algunos caciques irían
hasta Córdoba para solicitar el regreso
de los sacerdotes para formar nueva-
mente la reducción”
El 4 de agosto de 1692, los jesuitas se
despidieron de los indios y partieron de
la Reducción. Calatayud sostendría que
sólo un milagro podría hacer que los
indios pidieran nuevamente formar una
reducción. Aún cuando se desconoce su
resultado, esta guerra selló el final de la
primera reducción de indios Pampas. Los
jesuitas no volvieron a establecer una
reducción permanente, pero era fre-
cuente el envío de misioneros para pre-
dicar en las distintas poblaciones de la
zona, hasta que el rey Carlos III en 1767
dispuso la expulsión de la orden del con-
tinente americano. Recién el 16 de
marzo de 1751, los padres franciscanos
restablecieron la antigua Reducción El
Espinillo, en el mismo sitio en que la fun-
daran los jesuitas Calatayud y Caballero.
Epílogo. El padre Diego Fermín de
Calatayud, luego de su regreso a
Córdoba fue designado profesor en
colegios de Salta, Tucumán y Santiago
del Estero, donde falleció en 1710. Por su
parte, el padre Francisco Lucas Caballero
pasó a las misiones de Chiquitos en 1692,
dando sus últimos votos tres años des-
pués en el colegio de Tarija. Junto al
padre Suárez fueron designados a la
reducción de Nuestra Señora de la
Presentación y luego a la de Nuestra
Señora del Guapay, ambas de indios chi-
riguanos. Éstos destruyeron la última y
pasó a la reducción de San Francisco
Javier de Chiquitos, que tuvo que trasla-
dar en 1699 ante las incursiones esclavi-
zadoras de los santacruceños. Luego se
dedicó a evangelizar a los manasicas del
río Mamoré y junto a un grupo de esta
parcialidad fue al encuentro de los pui-
zocas donde alcanzó el martirio y muer-
te. El padre Francisco Lucas Caballero
fue martirizado y asesinado por los pui-
zocas al norte de la reducción chiquitana
el 18 de setiembre de 1711. Vaya mi reco-
nocimiento a los trabajos de Jorge
Abelardo Ramos -“Historia de la Nación
Latinoamericana”-, del padre Ignacio
Costa -“Reducción y el Cristo de la Buena
Muerte”- y del padre Francisco Lucas
Caballero -“La misión de los Pampas”-,
sin los cuales me hubiera sido imposible
realizar este trabajo.
PARTICIPAN DE ESTE PROYECTO: Junta
Municipal de Historia de la Ciudad de Río
Cuarto, Archivo Histórico Municipal de
Río Cuarto, Departamento de Historia
(Facultad de Ciencias Humanas,
Universidad Nacional de Río Cuarto),
Subsecretaría de Cultura de la
Municipalidad de Río Cuarto, Fundación
por la Cultura, Subsecretaria Legal y
Técnica de la Municipalidad de Río
Cuarto, Imprenta Municipal,
Subsecretaría de Tecnología de la
Información y Gestión y Concejo
Deliberante de Río Cuarto. Programa Río
Cuarto Ciudad Educadora.
CONTACTOS: historiasderiocuartoentre-
todos@gmail.com
WEB: ciudadeducadora.riocuarto.gov.ar
Redacción ECM
Augusta Ada King, condesa de Lovelace, hija del célebre
poeta romántico inglés Lord Byron y de Anna Isabella Noel
Byron, es considerada una precursora de la moderna compu-
tación al desarrollar el análisis de los principios de la progra-
mación.
Según cuenta María Isabel González Vasco, profesora de
Matemática Aplicada en la Universidad Rey Juan Carlos de
Madrid, en el diario español El País, Ada Lovelace (1815-1852)
de niña soñaba con construir una máquina de vapor para
volar. Para contener su exuberante imaginación, su madre,
quien “consideraba [esta imaginación] herencia ignominiosa
de su perturbado padre poeta”, la orientó hacia las matemá-
ticas y las ciencias de las que ella era apasionada. Por su inter-
medio, la muchacha, que se tenía por “científica poeta”,
conoció a varios investigadores de la época, como Mary
Somerville, quien fue su primera tutora, Augustus DeMorgan,
su segundo tutor, aunque con éste la relación no fue buena
debido a sus prejuicios sobre el papel de la mujer en los asun-
tos científicos, Michael Faraday, Andrew Crosse, Sir David
Brewster, Charles Wheatstone y Charles Babagge. Este era un
matemático brillante que había diseñado una máquina de
vapor capaz de programar mediante el uso de tarjetas perfo-
radas que podía reproducir distintos patrones aritméticos.
Babagge, frustrado por la incomprensión mostrada por sus
colegas ante su novedoso ingenio, se sintió aliviado con la
seriedad y entusiasmo que le demostró Ada, quien por enton-
ces tenía sólo dieciocho años.
Ada Lovelace, como se la llamaría más tarde, quien había tra-
bajado en el campo del cálculo diferencial e integral con Mary
Somerville, comprendió el enorme potencial que ofrecía la
máquina analítica, tal como la llamaba Babagge, y dedicó
gran parte de su tiempo a estudiarla mientras traducía del
francés y anotaba “Nociones sobre la máquina analítica de
Babagge”, del ingeniero y matemático italiano Luiggi
Federico Menabrea. El lúcido trabajo de Ada recién fue publi-
cado en 1943, a más de noventa años después de su muerte
en la revista “Taylor’s Scientific Memoirs”, bajo el sencillo
título de “Notas” firmado con las iniciales A.A.L.
De estas “Notas” de sesenta y seis páginas en su versión
inglesa, los estudiosos consideran el Apéndice G el más
importante, ya que en él Ada Lovelace propone un método
para calcular con la máquina analítica los números de
Bernoulli, según los cuales se “describe cada elemento de la
secuencia a partir de los anteriores”, como aclara González
Vasco, haciendo posible que el cálculo sea mecanizado si se
incorporan resultados intermedios durante el procesamien-
to, cosa que permitía el artefacto diseñado por Babagge, el
cual nunca se llegó a construir. En estas notas, Ada Lovelace
introduce lo que hoy se reconoce como el primer algoritmo
capaz de ser procesado por una máquina.
Este punto de vista motivó el alejamiento científico, aunque
no afectó la amistad, entre Babagge, quien había concebido
su máquina como una mera calculadora avanzada, y
Lovelace. De hecho ésta observó que si separaba el procedi-
miento de cálculo dado por las tarjetas perforadas, los datos
de entrada y el resultado, se abría un campo extraordinario.
Este campo no era otro que el de las posibilidades que con el
tiempo determinaron los modelos de computación abstracta.
En la actualidad, si bien se reconoce a Ada Lovelace, apellido
que adoptó de su marido, el importante papel que tuvo en la
difusión de la máquina de Babagge y de ver en ésta un inge-
nio que iba más allá de su mecánica de cálculo, no pocos cien-
tíficos relativizan sus aportes originales dando a entender
que fue el propio Charles Babagge quien los desarrolló igno-
rando, al parecer, su verdadero alcance.
LahijadeLordByronylasmatemáticas
El Corredor Mediterráneo / Página 8
MUNICIPALIDAD
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La Columna
Cartas de la palabra Río
Era
en abril…
Por Claudio Asaad
Creía que te estaba esperando, que cada gesto de esa tarde
era parte de un destino sin plan que el tiempo había dibujado
de a poco entre los dos.
Tengo pocos recuerdos. Hay muchos que los voy perdiendo.
Se resbalan por alguna razón hacia el lado del olvido. Son –
apenas- un poco menos que destellos, apariencias fantasma-
les. Quiero decir imágenes trasparentes, efímeras por su falta
de consistencia. Nada que se haya impregnado en alguna
parte de mí salvo lo que no tuve, lo que nunca volví a ver: la
fuga del sol desde el cristal de tus ojos hacia el horizonte de
tu pelo, ese borde incandescente. Encendida tu cabeza y des-
pués la oscuridad de la noche. La necesidad de la voz. El silen-
cio en las sombras. La tensión secreta. Una espera y un frío
húmedo que no se sabe cómo fue a parar ahí.
Lo que ha quedado es lo que sentía. Si voy a buscar lo que fue
encuentro esta experiencia de angustia ya reseca, unas asti-
llas de sufrimiento que saben a demasiado drama en este
paladar desacostumbrado a saborear pasiones hechas de
sanguínea entrega, de desgarro. Torpeza. Fulgor.
Abril encargó estos árboles de colores tan tibios. Arremetió
con una humedad precisa. Ese brillo de las baldosas, esa llo-
vizna. “Mirá las luces y decime si la nostalgia no tiene sus pro-
pias puestas, sus cortinas de humo, su propia agua desgra-
nándose sobre los faroles de la esquina.” Dijiste otras cosas.
No me animé a levantar la cabeza. Mirarte a los ojos para
saber. O para encontrar algo, Para quedarme con la falta.
Aunque sea. Antes de que el tiempo se lleve todo lo que
esperé.
Estábamos solos los dos. Y ningún mozo nos preguntó si café
o té. Con tanto otoño afuera.
Estuve atento a tu respiración.
Vos dijiste “Desayuno Americano” y yo demoré en darme
cuenta que, aunque se escuchaba apenas, a lo lejos como en
otro tiempo sonaba aquel tema de Supertramp. Hasta allá te
fuiste. Tu oído no escuchó mi silencio. En cambio, deseoso,
atravesó el salón y se pegó al pequeño parlante clavado en la
pared. Cinco minutos antes , o diez, aunque no más de quince
estaba yo tejiendo la idea del amor con la imagen de tu cara
y algún gesto y la luz que narré hace unas líneas atrás.
Después quería no haber vivido ese rato. El deseo es desespe-
rado. Cuando despierta no suena ninguna alarma. No se trata
de un sueño. Se trata de no poder. De caer de nuevo sobre el
mismo sitio pero esta vez urgido por el impulso de correr.
¿Escapar es el verbo del deseo?
Y la lluvia. El agua no te lava de toda angustia en la huida. Te
persigue desde arriba ataca derribando proyectiles de moja-
dura y frío. Tiritar es el asunto y no saber por qué, querer que
se pase Mamá, que estés en casa. Que haya una toalla seca.
La aspirina ya, el tecito tibio tan horrible, amargor con dulce
estar.
No hay casa adonde ir. Buscas una puerta, un trozo de benevo-
lencia en esta trifulca de tormenta, confuso corazón, estóma-
go revuelto.
“Lo único que te puedo ofrecer es huevo con arroz”, dice tu
amiga. Te abraza un poquito, mide la forma del desconsuelo.
El tiempo es la cuestión, que pase. La lluvia no mide su furia,
“no para che”. No se cansa. “Llueve a baldes” dice el novio de
la amiga.
El agua ahoga el piso, entra sin permiso levanta los objetos
más livianos, es un espejo que se hace río. El frío otra vez, tiri-
tar otra de nuevo, hasta que llegue otro final. Porque cuando
llovió paró y a las historias las devora el tiempo.
Elías
humorsolini
Por Heraldo Mussolini
SUPLEMENTO CULTURAL DEL CENTRO
DECLARADO DE INTERÉS CULTURAL POR EL
CONCEJO DELIBERANTE DE RíO CUARTO

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  • 1. Río Cuarto / Río Tercero / San Francisco / Villa María Miércoles 03 de abril de 2019 - Año 19 N° 849 pág. 4 pág. 2 El Corredor Mediterráneo humorsolini Heraldo Mussolini pág. 8 Babel, la fragmentación del habla como estrategia de dominio Antonio Tello ofrece aquí para ECM la primera parte de la conferencia que dictara el 27 de marzo pasado, en Córdoba capital y en el Festival de la Palabra celebra- do en el marco del VIII Congreso Internacional de la Lengua Española. La Lengua como fortaleza de la identidad humana, al mismo tiempo que el peligro de su vulnerabilidad, para sí misma y para la comunidad, la nefasta influencia del pensamiento franquista y su pro- ceso castrador, entre otros conceptos, son tópicos que Tello desarrolla con solvencia y con la autoridad inte- lectual que le es inherente como escritor y sobre todo como poeta guardián de la palabra. Los casos del comisario Croce, de Ricardo Piglia pág. 6 Sergio Colautti, además de ser un conspicuo y frecuente colaborador de ECM, es un lector empe- dernido. Los casos del comisario Croce, de Ricardo Piglia, es un palpable ejemplo. La obra es un conjunto de cuentos que recuperan la figura del ex policía donde un cruce triple potencia la narración: la tensión policial que proponen las historias, en el marco de la “experiencia nacio- nal” ( lo que solemos denominar “nuestra historia”) y los sentidos que se diseminan, inagota- blemente, desde las referencias que propone la literatura argentina, ese tejido que se dispone como un texto para indagar lo real, en lo que se refiere a la concepción pigliana. Ricardo Piglia Antonio Tello LA COLUMNA Cartas de la palabra río Era en abril... POR CLAUDIO ASAAD PÁG. 8 pág. 6 Una casa junto al Tragadero Mariano Quirós Historias de Río Cuarto entre todos. Primera reducción jesuítica en El Espinillo Luis Oscar Champin La hija de Lord Byron y las matemáticas Redacción ECM pág. 7
  • 2. Por Sergio G. Colautti Buscando menos desde la prolijidad del método que en los excepcionales signos y huellas del crimen, Croce resuelve, o se aproxima. Desde la apabullante horizon- talidad de la pampa argentina, procede como el rastreador de Sarmiento: intuye, huele, arriesga, vincula y sintetiza; lee el itinerario de cada caso como quien desa- ta nudos de una trama que comprende desde la lucidez de su mirada metoními- ca, desde su telescopio que percibe el mínimo gesto, desde las marcas apenas perceptibles, cuando no invisibles, de la movediza escenografía de lo real. “Es necesario cambiar la escala, detener- se en el detalle irrelevante. Me interesa lo que solo se ve con lupa” (1) Croce aparecía ya en Blanco Nocturno, novela de 2010: La novedad de Blanco Nocturno es, en primer término el desplazamiento de la compleja urbanidad de la tradición de los policiales (donde el crimen aún es diluci- dable) a la aparente simpleza de la pampa inabarcable y plana. En ese escenario sin señales, sordo y mudo, sin embargo, habita lo incomprensible, lo que no se puede develar, el espejismo atormentador, la “luz mala”. El territorio único donde todo parece ser visto y señalado es, paradójicamente, el sitio oscuro, el campo sin señales, el lugar del crimen sin signos, el llano invisi- ble. ( 2) En Los casos del comisario Croce, conjun- to de cuentos que recuperan la figura del ex policía, un cruce triple potencia la narración: la tensión policial que propo- nen las historias, el contexto de la “expe- riencia nacional” (como bien llama Piglia a lo que solemos denominar “nuestra historia”) y los sentidos que se disemi- nan, inagotablemente, desde las referen- cias que propone la literatura argentina, ese tejido que se dispone como un texto produciéndose para indagar lo real, en la concepción pigliana. El texto que logra espesor y brillo, en este sentido, es El Astrólogo. Leandro Lezin, nombre del personaje que conoci- mos en el final de Los lanzallamas, es perseguido aquí por Croce y se entreteje con la ficción arltiana hasta la sorpren- dente invención de un final impensable para su derrotero, un extraño peronista que muere a manos de la “revolución fusiladora”. El discurso inolvidable y paranoico del Astrólogo, que postula la libertad y la justicia como deseo en el nuevo orden capitalista que entrevió Arlt se incrusta en la historia nacional para explicarlo mejor: Croce guarda el recorte de prensa (lo que se escribe, el lenguaje como resto, marca, señal, sobre el caso) donde se informa el asesinato de Lezin, “más conocido como El Astrólogo”. Todos los sentidos, toda la profecía arl- tiana y la comprensión de la tensión agó- nica de sus personajes en la sociedad moderna están en las páginas de ese cuento, que amplía la perspectiva cru- zándola con la resistencia peronista tras el golpe, territorio crucial elegido por Piglia para el final del personaje: la fic- ción dilucidando los recovecos claves de la experiencia colectiva. Este mismo trabajo que liga fragmentos, zonas y escenas de la producción litera- ria nacional con el recorrido de los “hechos reales” (como los llama en Respiración artificial, de 1980) devienen también de Blanco nocturno, donde, por ejemplo, algunos presos alucinados reci- tan estrofas del Martín Fierro (libro en el que sobreviven también presos alucina- dos). En Los casos del comisario Croce esos procedimientos atraviesan los cuen- tos. En La excepción, Croce resuelve el caso leyendo las poesías que guardaba la víctima en su maletín; un hombre asesi- nado por las espalda por órdenes del Gral. Urquiza resulta no ser quien parecía ser, y la clave aparece en la lectura microscópica de Croce: la verdad devie- ne de un modo singular de leer, como quien bucea buscando una llave o una clave que abra las puertas del enigma. Como el Erik Lönrot de Borges, Croce tra- baja desde un diccionario, desde los libros, desatendiendo las hipótesis pro- bables (“pero no interesantes”) que pro- El Corredor Mediterráneo / Página 2 Los casos del comisario Croce, de Ricardo Piglia Croce, el rastreador Ricardo Piglia
  • 3. ponen las evidencias. Como el propio Croce en La señora X, séptimo cuento del volumen, donde un manuscrito denuncia una violación que el policía lee como simulacro pero que víctima y victimario necesitan mantener como verdad. El cuento La película parece desplazar y a la vez rescatar las aproximaciones de Walsh (Esa mujer) y Tomás E. Martínez (Santa Evita) al mito de Evita y, más pre- cisamente, a los recovecos inconcebibles que edificaron los rumores, conspiracio- nes y espionajes alrededor de ella. El sitio de lo incierto, de la creencia y el fervor por encima de cualquier certeza recircu- lan en el relato de Piglia, abonando la perspectiva de la historia irresuelta, incompleta y evanescente. Para Croce, dispuesto a contradecir el perfil del inves- tigador, es mejor no saber: “lo que importa no es lo que el mundo hace con uno, sino cómo uno es capaz de enfren- tar el horror del mundo, sin capitular”. Más que saber si es Eva o no la que apa- rece en la película que el odio se obsesio- na en hallar, Croce prefiere quemarla, para que la historia sea una calumnia que sobreviva al fuego. El texto que más y mejor avanza en la relación entre el universo “real” del caso y el universo “ficcional” de la literatura es El conferencista. En esa escena, Croce asiste a la conferencia de un escritor viejo y ciego que, en una sala semivacía, teori- za sobre el cuento policial y el crimen per- fecto. En esa zona del cuento aparece un pliegue singular del libro y, quizás, de la propuesta narrativa de Piglia más allá del libro: su inserción en la tradición y en la concepción de la literatura, eligiendo a Borges (ese es, claramente, el “conferen- cista” sin apellido en el relato) como anclaje y proyección de su propia escritura. En este sentido, el “conferencista” dice lo que antes, en el prólogo del libro, Piglia eligió como texto “liminar” (esa palabra que agradaba a Borges): una argumentación de Marx, de 1857, en la que se analiza el lugar productivo del delito y el delincuente en la sociedad moderna: administración policial y judi- cial, academias, tecnologías y… literatu- ra policial. El hombre ciego, que vacila al hablar, dice casi en ese mismo sentido: “Hay una atracción en el detective, en el puro razonador Dupin, pero también nos atraen los imperiosos gángsters. Nos atraen por igual, debemos reconocerlo, el bien y el mal. Incluso, dicho en confian- za y entre nosotros, más el atractivo pecado y el infierno que el pacífico paraí- so y la monótona decencia” (3) Mientras Croce y Borges esperan el tren analizan un caso sin resolución, un extra- ño crimen en un parque que el escritor, atento a los mínimos y desatendidos detalles que cuenta Croce, descubre. La dilucidación se opera desde la imagina- ción del escritor y desde su arsenal de saberes sobre el género y sus variantes, es decir, el “dilucidador” Borges lee el caso y escribe la resolución. No actúa como el clásico investigador o el metódi- co razonador policial. Como Lönrot, pero mejor como un rastreador en la pampa donde asistió a dar la mínima conferen- cia. El diálogo amable con Croce, tras recitar juntos estrofas del Martín Fierro, expone esa cuestión y se convierte en instalación del discurso pigliano: desde dónde se enuncia, en relación a qué tex- tos y autores se dice y se piensa este libro último: -Somos dos paisanos argentinos - dijo el escritor- dos criollos. -Dos baqueanos Sí, dos rastreadores. Leemos pistas, ras- tros. (4 ) En el final de la conferencia se produce un pasaje de voz, un deslizamiento del discurso de Borges, con sus modos, su aliento, su reconocible estilo, al discurso pigliano, que dispone otra construcción y, especialmente otra mirada sobre la relación entre sujeto y Estado, luego de la dictadura. Lo magistral de ese pasaje es que está diseñado como una frase del propio Borges, como quien imagina el discurso y el análisis borgeano traducido por Piglia, con el tono de Piglia, en el cuerpo del viejo escritor dictando una conferencia perdida en la pampa inabar- cable. En el inicio del párrafo, el confe- rencista Borges expande la idea del atrac- tivo que genera el delito en el lector: “Todos deseamos que triunfe el criminal, ha escrito De Quincey. Porque el criminal se enfrenta con los procedimientos bru- tales del Estado…” ( 5) La frase que sigue, adjudicada al persona- je Borges, es pigliana. Digámoslo de otro modo, si se quiere, más borgeano: el viejo escritor cita a Piglia, desde el texto, y a renglón seguido, dice lo que sigue: “la marca del mundo moderno es, como nos enseña la historia argentina, que los inocentes son ejecutados por los apara- tos y las organizaciones estatales y que los grandes criminales son los jefes políti- cos y sus sirvientes” ( 6 ) Lo que podría haber dicho Borges en los cincuenta se resemantiza en el fin de siglo, y de un modo trágico, desde el dis- curso pigliano. Como en la operación de Pierre Menard con el Quijote (esa otra gran lección de Borges sobre los modos de leer): se dice, se escribe, lo idéntico, pero cuando el contexto de la experien- cia nacional es otro, no puede leerse lo mismo. Esa es la tarea de Croce, leer como lee Piglia, el rastreador. Referencias 1)Piglia R, El método, en Los casos del comisario Croce, Bs As, Anagrama, 2018. 2) Colautti S., El Llano invisible, Letralia.com, 18/07/2011. 3) Piglia R., El conferencista, en Los casos del comisario Croce, Anagrama. Bs AS. 2018 (pág. 121) 4) Piglia R., La conferencia, en Los casos del comisario Croce. Anagrama, Bs As. 2018. (pág. 127) 5) Piglia R. op. cit. (pág. 124). 6) Piglia R, op. cit. (pág. 125 El Corredor Mediterráneo / Página 3 El texto que más y mejor avanza en la relación entre el universo “real” del caso y el universo “ficcional” de la literatura es El conferencista. En esa esce- na, Croce asiste a la conferencia de un escritor viejo y ciego que, en una sala semivacía, teoriza sobre el cuento policial y el crimen perfecto. “Calíbar regresó, vio el rastro ya borrado e imperceptible para otros ojos” D. F. Sarmiento (Facundo) “Siempre había querido tener un telescopio. En la noche, en el campo, se puede ver muy bien el firmamento” R. Piglia (La música, en Los casos del comisario Croce)
  • 4. El Corredor Mediterráneo / Página 4 A partir de la intuición de Heidegger según la cual el ser humano es una unidad de materia y tiempo, cabe inferir que la lengua, en tanto expresión humana, com- parte la misma naturaleza existencial. Es así que la lengua participa de las vicisitu- des del ser humano, cuya conciencia veri- fica su fluir. Siguiendo el mito bíblico, el verbo, esa fuerza genésica que crea el mundo -la realidad del mundo-, es, paradójicamen- te, movimiento e inmovilidad, acción y fijación. Esto significa que fuera de la rea- lidad del mundo el verbo carece de conju- gaciones de tiempo, de modo y de voz, pero dentro de su jurisdicción participa de la finitud humana y, consecuentemen- te, es vulnerable a la erosión del tiempo y a las tensiones e intereses encontrados que se verifican entre los hombres, al mismo tiempo que, dada su naturaleza original, ha de resistir a la poderosa atrac- ción del silencio del mismo modo que el ser humano se resiste volver al seno del Ser. De esta tensión que los funde, el hombre, consciente de las limitaciones de su inteligencia para trascender el miste- rio, necesita de la palabra para construir su hogar y el espíritu necesita de la carna- dura humana para manifestarse como voz capaz de describir la realidad del mundo. El ser humano reconoce en la palabra su propia esencia y, en tanto ésta es acto, según la noción platónica, la suprema expresión de su deseo de libertad y auto- nomía en el mundo., por tanto, no puede permitir que ella sea absorbida por el silencio del origen ni degradada en su naturaleza por el mal decir humano. La palabra es su esperanza y su estatuto en la realidad del mundo. La lengua, la palabra, no sólo manifiesta la jerarquía del ser humano sobre las demás criaturas que habitan en el mundo, sino también su pretensión de ocupar un lugar entre los dioses e incluso de sustituirlos. En esa soberbia lucha que el ser humano libra contra el poder de los dioses y sus epígonos mundanos, la pala- bra actúa contra la acción erosionadora del tiempo, contra el olvido, y construye la memoria y la justicia sin las cuales no existiría civilización alguna. Es sobre la memoria y la justicia que el ser humano se proyecta en el tiempo y trasciende más allá de su finitud en la realidad del mundo; es sobre la memoria y la justicia, sobre esta construcción ética, que el ser humano levanta muros contra la impuni- dad. La lengua es la fortaleza de la identidad humana y, en tanto que sistema de comu- nicación, responde a una estructura que ya enunció Ferdinand de Saussure, el padre de la lingüística moderna. En su famoso curso transcripto por sus discípu- los, Saussure señala que la lengua es al mismo tiempo estática (sincrónica) y dinámica (diacrónica). Con ello quiere sig- nificar que una parte permanece como el fundamento cultural de su sistema (la lengua propiamente dicha), y que otra se mueve y se modifica progresivamente (el habla, que es el uso que se hace del siste- ma). Las modificaciones que se producen en el habla son diversas y numerosas y consti- tuyen una respuesta a las exigencias de las distintas etapas históricas atravesadas por los cambios sociales, las aportaciones científicas y tecnológicas, y las influencias interlingüísticas, agentes que desencade- nan un proceso natural que no responde a modas o impostaciones sociales, ideoló- gicas o económicas sino a la sedimenta- ción en el cuerpo histórico de la lengua de los cambios culturales producidos en la comunidad hablante. Pero si bien esta fortaleza de la lengua pone a resguardo el bienestar y el enten- dimiento de la comunidad humana, su vulnerabilidad supone un grave peligro para sí misma y para la comunidad. Esta vulnerabilidad es la que ha dado lugar al discurso de las ideologías totalitarias, políticas y religiosas; a la jerga vulgar de la sociedad masificada y al perverso uso de los eufemismos en los regímenes tota- litarios y en las democracias menoscaba- das creando un denso malestar social al inducir al hablante a preguntarse por su capacidad para expresarse y ser com- prendido; por su impotencia para mani- festar la soledad existencial cuando se han perdido las referencias morales del mandato divino o de la razón. La felicidad del ser en el mundo se nutre de la justicia y su sentido nace de esa exi- gencia moral que aspira a la armonía entre los individuos y con las cosas que lo rodean. Esa aspiración se expresa a tra- vés del lenguaje y de la complejidad semántica de la palabra, de modo que la desnaturalización de ésta significa la des- naturalización de la realidad del mundo y de la comunicación cada vez más frag- mentaria e inconexa entre los seres humanos. En 1902, Hugo von Hofmannsthal en su Carta de Lord Chandos manifestaba así, casi con deses- peración, su desconcierto y malestar generado por este proceso perturbador de la realidad: «Ya no lograba aprehenderlas [las cosas] con la mirada simplificadora de la cos- tumbre. Todo se me deshacía en partes, las partes otra vez en partes, y no se deja- ban ya abarcar con un concepto. Las dis- tintas palabras flotaban alrededor de mí; cuajaban en ojos que me miraban fija- mente y en las que yo a mi vez tenía que sumergir mi mirada: son remolinos a los que me da vértigo asomarme, que giran sin cesar y a través de los cuales se llega al vacío.» La palabra «árbol» identifica al árbol en tanto las referencias morales que susten- tan a la comunidad hablante siguen vivas, pues es a través de estas referencias que el individuo mantiene la posición central desde la cual observa y organiza la reali- dad a través de las palabras. El desen- cuentro entre el sentido de la palabra y la vida hace más lacerante las limitaciones del lenguaje para alcanzar ese concepto universal que late en cada palabra «más allá de las fronteras establecidas por los significantes», como afirma el lingüista italiano Stefano Agosti. La palabra «árbol», no obstante su precisión, cuando ha perdido su faro ético expresa un signi- ficado abstracto, pero no el sentido últi- mo y secreto que expresaría el significan- te, lo cual conduce al lenguaje mudo, esa «lengua en la que hablan las cosas mudas», como dice Hofmannsthal por boca de Lord Chandos. De aquí que Wittgenstein señale los límites y la inca- pacidad del lenguaje de la modernidad para nombrar la totalidad de la vida, cuando hasta el siglo XVII, en palabras de George Steiner, “la esfera del lenguaje abrazaba casi la totalidad de la experien- cia y de la realidad”. Hoy, acaso sólo el lenguaje poético, que incorpora elementos de otros lenguajes no verbales, como la música o las mate- máticas, puede iluminar algunas de las zonas más oscuras de la vida en el mundo y por ello, el poeta, quien ha debido ocu- par el campo abandonado por los filóso- Babel, la fragmentación del habla como estrategia de dominio (1) Por Antonio Tello Antonio Tello
  • 5. El Corredor Mediterráneo / Página 5 fos que han desertado en favor de la sociología, ha de convertirse en un logó- crata, en un guardián de la palabra, con el deber de expresar sin concesiones la experiencia verbal, incluso de aquello que, como el horror, apenas puede arti- cularse. Pero el poeta también sabe que el suyo es un esfuerzo sin recompensa, porque también el poema es un frag- mento del todo que quiere expresar. Es así que el primer síntoma de decaden- cia de una civilización se verifica en la len- gua. En 1946, ya en la posguerra de la Segunda Guerra Mundial, George Orwell escribió “La política y el idioma inglés”, que inicia afirmando: “Nuestra civilización está en decadencia y nuestro lenguaje -así se argumenta- debe compartir inevitablemente el derrumbe general”. En este breve y lúci- do ensayo, Orwell aclara que las causas de esta decadencia que afecta al lengua- je son políticas y económicas, y que ese lenguaje degradado retroalimenta la decadencia general de la civilización. “Un hombre -dice Orwell- puede beber porque piensa que es un fracasado, y luego fracasar por completo debido a que bebe” y enseguida añade que el idio- ma inglés se ha vuelto “tosco e impreci- so porque nuestros pensamientos son disparatados, pero la dejadez de nuestro lenguaje hace más fácil que pensemos disparates”. Pero ¿en qué consiste la dejadez del len- guaje? La respuesta es tan sencilla como evidente. La dejadez es el desaliño estilís- tico, el uso de imágenes trilladas, la imprecisión, la pobreza léxica, el uso de adjetivos ampulosos o meramente orna- mentales, la utilización indiscriminada de frases verbales en lugar de verbos sim- ples, el empleo de una dicción pretencio- sa. Esta dejadez, que da lugar a un discur- so o un texto donde lo concreto y signifi- cativo se pierde, tanto en el habla como en la prosa, es lo que provoca un latente y difuso malestar espiritual, como sínto- ma de la impotencia del individuo para comunicarse con el otro con fluidez. La extensión de lugares comunes, muleti- llas, extranjerismos sustitutorios, metá- foras hueras, desorden sintáctico, torpe- za prosódica, etc., empobrecen y redu- cen toda lengua a un estado mecánico y funcional que entorpece la comunica- ción y abotarga el pensamiento. Lo dicho por Orwell acerca de la lengua inglesa es aplicable a la castellana. Nadie duda de que el castellano es una las len- guas más evolucionadas del mundo y que goza de una extraordinaria vitalidad. Sin embargo, como toda producción humana, es vulnerable a la acción de los agentes degenerativos que laten en el seno de la sociedad y que se activan en momentos de opresión o estancamiento espiritual A finales del siglo XIX y principios del XX, el casi desesperado intento de Azorín de revitalizar la lengua castellana peninsu- lar, adormecida por el absolutismo y la pereza, tuvo eco en Antonio Machado, quien recogió las propuestas simbolistas a través del modernismo allegado por Rubén Darío, en Juan Ramón Jiménez, quien también siguió inicialmente la este- la rubendariana, y en los poetas de la Generación del 27. Sin embargo, este portentoso impulso revitalizador quedó abortado tras la Guerra Civil, pues la derrota de la República significó también la derrota de la lengua castellana peninsular. Durante la larga dictadura franquista las palabras del castellano peninsular sufrie- ron un ataque devastador, que permitió a la Dictadura edificar una falsa realidad sustentada en el oscurantismo religioso y político. Si bien la lengua genuina ilumi- na la verdad, en un régimen dictatorial o totalitario, las palabras sufren una muta- ción de sentido orientado a velar la ver- dad y a legitimar el sistema. Así, el fran- quismo usó la palabra “paz” para ocultar la represión, la persecución, el padeci- miento y la humillación de miles de opo- sitores o sospechosos de serlo, y cons- truir el aparato del Estado con leyes autoritarias que distorsionaron la vida y los hábitos de los ciudadanos. La “ley” era la palabra espuria de la dictadura. Y, en tanto que los intelectuales que habían apoyado el proyecto democrático de la República fueron asesinados, encarcela- dos u obligados al ostracismo interior o al exilio, los intelectuales del régimen consagraron un sistema de pensamiento embrutecedor e intolerante. Un sistema que añadió al hambre y la miseria deja- das por la guerra, la pobreza del pensa- miento. En este contexto, los portavoces del nacional-catolicismo buscaron y encontraron en las raíces del antiguo cas- tellano inquisitorial e imperial los recur- sos para una lengua oficial que apuntala- ba el discurso retórico, tan grandilocuen- te como hueco, del régimen. El 16 de abril de 1939, el papa Pío XII, en otro ejemplo de pretenciosa verborrea, según la cita de Carmen Martín Gaite en “Usos amorosos de la posguerra española”, alabó la dictadura de este modo: La nación elegida por Dios como princi- pal instrumento de evangelización del nuevo mundo y baluarte inexpugnable de la fe católica acaba de dar a los pre- cursores del ateísmo materialista de nuestro siglo la prueba más excelsa de que, por encima de todo, están los valo- res de la Religión y del espíritu.. Este castellano mecánico de palabras cerriles y pesada sintaxis sirvió para edifi- car los muros detrás de los cuales se atrincheraron los españoles durante cua- renta años. Tras ese «gesto nobilísimo de cristiana edificación» se confeccionó un «traje a nuestra medida, español y casti- zo» para combatir a los enemigos que amenazaban la grandeza española. Porque, como afirmaba el Caudillo (sigo citado a Martín Gaite): “…a España se la ha hostilizado siempre que ha resurgido, desde los tiempos de Felipe II [...] y cuanto más se ha levanta- do, cuanto más independiente se ha hecho, cuanto más enérgicamente se ha extirpado el cáncer o una enfermedad que la corroía, más se ha crecido contra España la hostilidad de fuera. El habla se convirtió en jerga, en farfullo irascible de exclusión y confrontación permanente. «Rojos», «ateos», «comu- nistas», «judíos», “masones”, eran, entre otras, palabras que encarnaban enemi- gos diabólicos en perennes «contuber- nios» o «conspiraciones judeo-masóni- cas» desde la «pérfida Albión» o desde el «país del brioche y del bidet» contra España, la cual encarnaba la «patria», los «cristianos», los «católicos». Para el pensamiento franquista no importaba que otros pueblos estudia- sen, trabajasen y fuesen más cultos y prósperos y disfrutaran de un mayor bie- nestar, pues, falazmente, nada era mejor ni más grande que ser español. España era “una, grande y libre”; era la España “diferente”, la España del “que inventen ellos”, frase con la que el español de la era franquista llegó a jactarse de su igno- rancia. Los ideólogos que habían fragua- do el castellano oficial como un baluarte de la España dictatorial y que sabían de la debilidad y, tal vez, de la ilegitimidad de su propósito, clamaban contra la «falsa modernidad» que venía del extranjero y que amenazaba con la disolución de la lengua. De acuerdo con esta creencia es que en 1940, como recoge Martín Gaite, se prohibió el «uso innovador y defor- mante de vocablos extranjeros en mar- cas, rótulos, frases y escritos [que consti- tuían] desollamientos en la piel española». Como consecuencia de este proceso cas- trador, la rigidez sintáctica y la retórica dificultaron el desarrollo estilístico fuera de la tradición realista, en la que quedó sujeta la producción literaria española. La restauración democrática, si bien creó un nuevo marco expresivo y favoreció algunos intentos innovadores, éstos se vieron limitados por las tendencias uni- formizadoras determinadas por el poder económico mundial y que encontraron sus plataformas en los grandes grupos editoriales y los medios de comunica- ción. 1) Primera parte de la conferencia dictada el 27 de marzo, en Biblioteca Córdoba, en el marco del Festival de la Palabra del VIII Congreso Internacional de la Lengua Española, celebrado en la capital provincial. Durante la larga dictadura franquista las palabras del castellano peninsular sufrieron un ataque devastador que permitió a la Dictadura edificar una falsa realidad sustentada en el oscurantismo religioso y político.
  • 6. El Corredor Mediterráneo / Página 6 Una casa junto al Tragadero Mariano Quirós Editorial Tusquets, Barcelona, 2017 Mariano Quirós vive en Buenos Aires, pero su escritura lleva la marca indeleble de su Chaco natal. El territorio que describe es auténtico, un lugar donde lo que manda es el monte y la amenaza del río que es capaz de tragarse todo. El monte salvaje, protec- tor y amenazante a la vez. Los animales que intervienen son personajes de la trama, parte del paisaje. El río barroso que encabe- za el título de la novela hace honor a su nombre y fagocita personas y animales. Al igual que el monte, el río puede ser fuen- te de vida, pero el fondo es oscuro y peli- groso. El autor nos lleva en un viaje circular y verti- ginoso a través de un territorio vivo. Poblado de hombres duros, mujeres sufri- das, toda clase de animales y también por fantasmas, el monte cobra un protagonis- mo ineludible en esta novela. Presencia viva que percibimos a través del sol inclemente, los olores, los ruidos, can- tos de pájaros, gruñidos de animales en los que el autor incorpora el conocimiento y el detalle que sólo da el haber nacido y vivido allí, y por sobre todo, por haber comprendi- do su verdadera esencia. En una tierra sin ley ni orden, ajena por completo a las normas de quienes nos cre- emos civilizados, solo los que la habitan son capaces de comprender las reglas y de sobrevivir, muchas veces a costa de volver- se locos. El follaje, la oscuridad, o el sol inclemente y la brutalidad de las relaciones entre personas y animales nos hacen pen- sar en Conrad, en El corazón de las tinie- blas, donde un gran río y la selva matan o vuelven locos a los hombres blancos que se atrevieron con ellos. Apenas llega, el protagonista se adentra lentamente, limpia la podredumbre, pene- tra en la oscuridad, toma la casa que la suerte le ofrece, acepta los fantasmas, y avanza despacio hasta apoderarse del conocimiento necesario que le permitirá sobrevivir. El Mudo es un personaje complejo que el autor describe con múltiples facetas. Hombre duro que deja atrás un pasado que se adivina turbio, y que se propone no hablar para no descubrirse, ganando así el nombre por el que lo conocerán. El almace- nero Insúa lo ayuda en los primeros pasos, le enseña a evitar los peligros, le cuenta his- torias del río. Algunas veces se enfrentan, pero se entienden y se acompañan. La gente del lugar lo considera loco, o retrasa- do, pero Insúa, lo más parecido a un amigo que llega a tener, le dice que le gusta estar con él porque puede hablar con una perso- na inteligente, aunque no articule palabra. El Mudo se permite rasgos de ternura con su perra India, y alguna vez se permite abra- zar y consolar al amigo, para volver rápida- mente al personaje duro y hosco del que se ha revestido. Son un hallazgo del autor los mensajes escritos con birome para hacerse entender, y los dibujos del río, de hombres y animales que remiten al Saint Exupery del Principito. Los pocos gestos y reflexiones de cariño alternan con la furia, el miedo, y la violencia que desencadenan situaciones límites que debe enfrentar. Destacan en el libro escenas delirantes como la caza de los yacarés por jinetes locos que aspiran cocaína y luego desapare- cen, la matanza de monos y el desafío de clavar sus cabecitas en picas alrededor de la casa en un rasgo de salvajismo —otra alu- sión a la novela de Conrad—, la terrible escena de la mujer desangrándose en un parto imposible a la espera de que él tenga poderes de brujo y la salve. El ritmo de la narración se va acelerando cuando en una suerte de invasión llegan extraños que pretenden que se haga lo políticamente correcto en un lugar sin dios y sin ley, y que, al no comprender el monte, los animales y la gente, traen la desgracia para ellos y para todo el que se les cruza. La torpeza y la ignorancia de los extraños sellan su destino. Con el miedo y la oscuri- dad siempre presentes la violencia se desa- ta en una epopeya onírica donde el duer- mevela se alterna con períodos de lucidez y los fantasmas de los muertos van poblando el monte. El círculo finaliza donde había comenzado, encerrando a los personajes que no pueden abandonar el monte y cami- nan en vano buscando una salida. Ingrid Waisman reseña El 3 de abril de 1691 merced a una Cédula Real que ordenaba la conversión de los indios Pampas, el entonces Gobernador de Córdoba del Tucumán Tomás Félix de Argandoña dispu- so establecer una reducción de indios en el paraje El Espinillo. Para esta misión eligió a sacerdotes de la Compañía de Jesús por consi- derarlos con mayor capacidad de adaptación, pues los jesuitas desde hacía tiempo se relacio- naban con los Pampas y conocían este territo- rio y sus costumbres. El padre Hernando de la Torre Blanca, rector de la orden, designó para la misión al padre Diego Fermín de Calatayud, en calidad de superior, y al padre Francisco Lucas Caballero, que durante años se había dedicado a catequizar originarios. Las activida- des de los padres Calatayud y Caballero com- prendían la asistencia de los indios, su instruc- ción “dándoles todo lo que necesiten y pidan (y) también que (...) procuren que ninguna persona moleste a los indios, ni los saque de la reducción”. El 6 de septiembre de 1691, luego de un ajetre- ado viaje, arribaron a destino y a los pocos días, siguiendo las instrucciones de sus supe- riores, los misioneros fundaron la Misión de Indios Pampas en El Espinillo, sobre la banda sur del río Cuarto (o Cochancharava), lugar en el que merodeaban numerosas tribus de indios muy belicosos -como los muturos, los taluhets y los diluhets- conocidos con el nombre gené- rico de Pampas. El cacique principal Ignacio Muturo y seis caciques más conformaban la Reducción, así como parientes de aquél, entre ellos el Cacique Bravo o Cangapol que se había refugiado en la misión luego de huir por las tro- pelías cometidas tierra adentro y haberse man- tenido reacio a reducirse. Historias de Río Cuarto entre todos Primera reducción jesuítica en El Espinillo Por Luis Oscar Champin
  • 7. El Corredor Mediterráneo / Página 7 Además de padecer las adversidades propias de la región y el acoso perma- nente del indómito indio de tierra aden- tro, los misioneros fueron víctimas de acusaciones por parte de los españoles, como la de “querer hacer la Reducción para apoderarse de sus tierras, de los indios y de la Puerta de la Pampa, es decir, de la frontera del Sur”. Por otra parte, eran frecuentes los malestares entre los caciques que trajeron, como consecuencia, algunas muertes entre los originarios. Tampoco éstos se adapta- ban al trabajo disciplinado que les impo- nían los misioneros, siendo apenas una minoría la que respetaba esas reglas. Pese a las numerosas vicisitudes que padecieron, los jesuitas levantaron una capilla. La conducta de los españoles, por otra parte, dejaba mucho que dese- ar. En cierta oportunidad en que el padre Caballero ponía de relieve que si los indios no respetaban la ley de Dios no se salvarían, éstos le preguntaron “¿Qué dice esa ley?”, y al responderles que debían respetar los sacramentos, vivir en pueblo y lugar destinado, no fornicar, no hurtar, etc., los indios le dijeron: “¿Qué sacerdotes tienen esos españoles que viven por esos ríos, que no tienen iglesias, ni oyen misa? ¿No fornicar? Los mismos españoles nos vienen a comprar las chinas de mejor cara por un raso. ¿No hurtar? También nos suelen hurtar los españoles los caballos como nosotros los suyos...”. Hubo un episodio determinante para el fracaso de la Reducción y fue cuando el Cacique Bravo, por mediación de Muturo, accedió a bautizar a sus familia- res mientras él también se preparaba para recibir ese sacramento. Este hecho fue considerado un acto de traición por los indios más reacios que aguardaban no muy lejos de la frontera sur para ata- car al cacique, refugiado en la Reducción. Finalmente, un día en que el cacique se hallaba a unas dos leguas de la Reducción fue acribillado a lanzazos por aquellos que habían jurado vengan- za. Esto significó la ruina total de la misión. Los parientes del Cacique Bravo persiguieron a sus asesinos y dieron muerte a alguno de ellos, los sobrevi- vientes, a su vez, amenazaron con reunir a sus pares para exterminar a los adep- tos a Bravo. En vista de un inminente ataque a la Reducción, producto de los sucesos acaecidos, los jesuitas resolvie- ron retirarse hasta el río Tercero, mani- festando a sus superiores que una vez pasado el peligro “algunos caciques irían hasta Córdoba para solicitar el regreso de los sacerdotes para formar nueva- mente la reducción” El 4 de agosto de 1692, los jesuitas se despidieron de los indios y partieron de la Reducción. Calatayud sostendría que sólo un milagro podría hacer que los indios pidieran nuevamente formar una reducción. Aún cuando se desconoce su resultado, esta guerra selló el final de la primera reducción de indios Pampas. Los jesuitas no volvieron a establecer una reducción permanente, pero era fre- cuente el envío de misioneros para pre- dicar en las distintas poblaciones de la zona, hasta que el rey Carlos III en 1767 dispuso la expulsión de la orden del con- tinente americano. Recién el 16 de marzo de 1751, los padres franciscanos restablecieron la antigua Reducción El Espinillo, en el mismo sitio en que la fun- daran los jesuitas Calatayud y Caballero. Epílogo. El padre Diego Fermín de Calatayud, luego de su regreso a Córdoba fue designado profesor en colegios de Salta, Tucumán y Santiago del Estero, donde falleció en 1710. Por su parte, el padre Francisco Lucas Caballero pasó a las misiones de Chiquitos en 1692, dando sus últimos votos tres años des- pués en el colegio de Tarija. Junto al padre Suárez fueron designados a la reducción de Nuestra Señora de la Presentación y luego a la de Nuestra Señora del Guapay, ambas de indios chi- riguanos. Éstos destruyeron la última y pasó a la reducción de San Francisco Javier de Chiquitos, que tuvo que trasla- dar en 1699 ante las incursiones esclavi- zadoras de los santacruceños. Luego se dedicó a evangelizar a los manasicas del río Mamoré y junto a un grupo de esta parcialidad fue al encuentro de los pui- zocas donde alcanzó el martirio y muer- te. El padre Francisco Lucas Caballero fue martirizado y asesinado por los pui- zocas al norte de la reducción chiquitana el 18 de setiembre de 1711. Vaya mi reco- nocimiento a los trabajos de Jorge Abelardo Ramos -“Historia de la Nación Latinoamericana”-, del padre Ignacio Costa -“Reducción y el Cristo de la Buena Muerte”- y del padre Francisco Lucas Caballero -“La misión de los Pampas”-, sin los cuales me hubiera sido imposible realizar este trabajo. PARTICIPAN DE ESTE PROYECTO: Junta Municipal de Historia de la Ciudad de Río Cuarto, Archivo Histórico Municipal de Río Cuarto, Departamento de Historia (Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de Río Cuarto), Subsecretaría de Cultura de la Municipalidad de Río Cuarto, Fundación por la Cultura, Subsecretaria Legal y Técnica de la Municipalidad de Río Cuarto, Imprenta Municipal, Subsecretaría de Tecnología de la Información y Gestión y Concejo Deliberante de Río Cuarto. Programa Río Cuarto Ciudad Educadora. CONTACTOS: historiasderiocuartoentre- todos@gmail.com WEB: ciudadeducadora.riocuarto.gov.ar Redacción ECM Augusta Ada King, condesa de Lovelace, hija del célebre poeta romántico inglés Lord Byron y de Anna Isabella Noel Byron, es considerada una precursora de la moderna compu- tación al desarrollar el análisis de los principios de la progra- mación. Según cuenta María Isabel González Vasco, profesora de Matemática Aplicada en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, en el diario español El País, Ada Lovelace (1815-1852) de niña soñaba con construir una máquina de vapor para volar. Para contener su exuberante imaginación, su madre, quien “consideraba [esta imaginación] herencia ignominiosa de su perturbado padre poeta”, la orientó hacia las matemá- ticas y las ciencias de las que ella era apasionada. Por su inter- medio, la muchacha, que se tenía por “científica poeta”, conoció a varios investigadores de la época, como Mary Somerville, quien fue su primera tutora, Augustus DeMorgan, su segundo tutor, aunque con éste la relación no fue buena debido a sus prejuicios sobre el papel de la mujer en los asun- tos científicos, Michael Faraday, Andrew Crosse, Sir David Brewster, Charles Wheatstone y Charles Babagge. Este era un matemático brillante que había diseñado una máquina de vapor capaz de programar mediante el uso de tarjetas perfo- radas que podía reproducir distintos patrones aritméticos. Babagge, frustrado por la incomprensión mostrada por sus colegas ante su novedoso ingenio, se sintió aliviado con la seriedad y entusiasmo que le demostró Ada, quien por enton- ces tenía sólo dieciocho años. Ada Lovelace, como se la llamaría más tarde, quien había tra- bajado en el campo del cálculo diferencial e integral con Mary Somerville, comprendió el enorme potencial que ofrecía la máquina analítica, tal como la llamaba Babagge, y dedicó gran parte de su tiempo a estudiarla mientras traducía del francés y anotaba “Nociones sobre la máquina analítica de Babagge”, del ingeniero y matemático italiano Luiggi Federico Menabrea. El lúcido trabajo de Ada recién fue publi- cado en 1943, a más de noventa años después de su muerte en la revista “Taylor’s Scientific Memoirs”, bajo el sencillo título de “Notas” firmado con las iniciales A.A.L. De estas “Notas” de sesenta y seis páginas en su versión inglesa, los estudiosos consideran el Apéndice G el más importante, ya que en él Ada Lovelace propone un método para calcular con la máquina analítica los números de Bernoulli, según los cuales se “describe cada elemento de la secuencia a partir de los anteriores”, como aclara González Vasco, haciendo posible que el cálculo sea mecanizado si se incorporan resultados intermedios durante el procesamien- to, cosa que permitía el artefacto diseñado por Babagge, el cual nunca se llegó a construir. En estas notas, Ada Lovelace introduce lo que hoy se reconoce como el primer algoritmo capaz de ser procesado por una máquina. Este punto de vista motivó el alejamiento científico, aunque no afectó la amistad, entre Babagge, quien había concebido su máquina como una mera calculadora avanzada, y Lovelace. De hecho ésta observó que si separaba el procedi- miento de cálculo dado por las tarjetas perforadas, los datos de entrada y el resultado, se abría un campo extraordinario. Este campo no era otro que el de las posibilidades que con el tiempo determinaron los modelos de computación abstracta. En la actualidad, si bien se reconoce a Ada Lovelace, apellido que adoptó de su marido, el importante papel que tuvo en la difusión de la máquina de Babagge y de ver en ésta un inge- nio que iba más allá de su mecánica de cálculo, no pocos cien- tíficos relativizan sus aportes originales dando a entender que fue el propio Charles Babagge quien los desarrolló igno- rando, al parecer, su verdadero alcance. LahijadeLordByronylasmatemáticas
  • 8. El Corredor Mediterráneo / Página 8 MUNICIPALIDAD DE LA CIUDAD DE RÍO CUARTO Subsecretaría de Cultura. CC DEL ANDINO Tel. 0358 - 4671995 MUNICIPALIDAD DE LA CIUDAD DE VILLA MARÍA Bv. Sarmiento y San Martín Tel. 0353 4527092 Director: Antonio Tello Redacción: Diego Formía Myrna Medeot Colaboradores: Oscar Aimar Claudio Asaad Silvia Barei Abelardo Barra Ruatta Leandro Calle Eva Cháves Sergio G. Colautti Pablo Dema Verónica Dema José Di Marco Marcelo Fagiano Jorge Felippa Hernán Genero Alberto Hernández Francisco Martínez Hoyos Hugo Morales Solá Heraldo Mussolini Gonzalo Otero Pizarro Daila Prado Isabel Rezmo Jorge Rodríguez Hidalgo Bachi Salas Mario Trecek Ingrid Waisman Miguel Zupán Fotografía: Soraya Clop Jorge Tello Ilustración: José Aranguez Paco Rodríguez Ortega Jorge Sarraute Rocío Toledo Diseño: Ana Alonso DIRECCIÓN MUNICIPAL DE CULTURA DE LA CIUDAD DE SAN FRANCISCO Bv. 9 de Julio 1190 (2400) San Francisco Tel. 03564-439157 La Columna Cartas de la palabra Río Era en abril… Por Claudio Asaad Creía que te estaba esperando, que cada gesto de esa tarde era parte de un destino sin plan que el tiempo había dibujado de a poco entre los dos. Tengo pocos recuerdos. Hay muchos que los voy perdiendo. Se resbalan por alguna razón hacia el lado del olvido. Son – apenas- un poco menos que destellos, apariencias fantasma- les. Quiero decir imágenes trasparentes, efímeras por su falta de consistencia. Nada que se haya impregnado en alguna parte de mí salvo lo que no tuve, lo que nunca volví a ver: la fuga del sol desde el cristal de tus ojos hacia el horizonte de tu pelo, ese borde incandescente. Encendida tu cabeza y des- pués la oscuridad de la noche. La necesidad de la voz. El silen- cio en las sombras. La tensión secreta. Una espera y un frío húmedo que no se sabe cómo fue a parar ahí. Lo que ha quedado es lo que sentía. Si voy a buscar lo que fue encuentro esta experiencia de angustia ya reseca, unas asti- llas de sufrimiento que saben a demasiado drama en este paladar desacostumbrado a saborear pasiones hechas de sanguínea entrega, de desgarro. Torpeza. Fulgor. Abril encargó estos árboles de colores tan tibios. Arremetió con una humedad precisa. Ese brillo de las baldosas, esa llo- vizna. “Mirá las luces y decime si la nostalgia no tiene sus pro- pias puestas, sus cortinas de humo, su propia agua desgra- nándose sobre los faroles de la esquina.” Dijiste otras cosas. No me animé a levantar la cabeza. Mirarte a los ojos para saber. O para encontrar algo, Para quedarme con la falta. Aunque sea. Antes de que el tiempo se lleve todo lo que esperé. Estábamos solos los dos. Y ningún mozo nos preguntó si café o té. Con tanto otoño afuera. Estuve atento a tu respiración. Vos dijiste “Desayuno Americano” y yo demoré en darme cuenta que, aunque se escuchaba apenas, a lo lejos como en otro tiempo sonaba aquel tema de Supertramp. Hasta allá te fuiste. Tu oído no escuchó mi silencio. En cambio, deseoso, atravesó el salón y se pegó al pequeño parlante clavado en la pared. Cinco minutos antes , o diez, aunque no más de quince estaba yo tejiendo la idea del amor con la imagen de tu cara y algún gesto y la luz que narré hace unas líneas atrás. Después quería no haber vivido ese rato. El deseo es desespe- rado. Cuando despierta no suena ninguna alarma. No se trata de un sueño. Se trata de no poder. De caer de nuevo sobre el mismo sitio pero esta vez urgido por el impulso de correr. ¿Escapar es el verbo del deseo? Y la lluvia. El agua no te lava de toda angustia en la huida. Te persigue desde arriba ataca derribando proyectiles de moja- dura y frío. Tiritar es el asunto y no saber por qué, querer que se pase Mamá, que estés en casa. Que haya una toalla seca. La aspirina ya, el tecito tibio tan horrible, amargor con dulce estar. No hay casa adonde ir. Buscas una puerta, un trozo de benevo- lencia en esta trifulca de tormenta, confuso corazón, estóma- go revuelto. “Lo único que te puedo ofrecer es huevo con arroz”, dice tu amiga. Te abraza un poquito, mide la forma del desconsuelo. El tiempo es la cuestión, que pase. La lluvia no mide su furia, “no para che”. No se cansa. “Llueve a baldes” dice el novio de la amiga. El agua ahoga el piso, entra sin permiso levanta los objetos más livianos, es un espejo que se hace río. El frío otra vez, tiri- tar otra de nuevo, hasta que llegue otro final. Porque cuando llovió paró y a las historias las devora el tiempo. Elías humorsolini Por Heraldo Mussolini SUPLEMENTO CULTURAL DEL CENTRO DECLARADO DE INTERÉS CULTURAL POR EL CONCEJO DELIBERANTE DE RíO CUARTO