1. CÉSAR PANDURO ASTORGA
I. NO LOS LLEVES AL QUINDE, AHÓGALOS EN UNA ACEQUIA...
Los niños son felices con poco. Muy poco. Son propensos a la alegría y al jolgorio con la
misma facilidad que el sol en Ica aparece. Somos los adultos quienes con nuestras crisis,
traumas e incluso taras les hacemos daño. Y los niños son más felices en el campo. Ayer,
mis hijos y sobrinos se metieron a una acequia a bañarse, a tocar el agua que la lluvia y
los cerros nos mandan. Al inicio, con pasos temerosos pusieron sus pies pequeños en el
ser húmedo que viaja en el cauce. Poco a poco, el temor, dio paso a que chapotearan su
infancia y que se mojaran los cabellos y sobre todo el alma. Concepto vago es el alma,
pero no tengo otra palabra para definir aquello que tenemos dentro. El perfume de las
cañas, las abejas que salían de las cavernas de los cahuatos, la sombra del Cerro Prieto,
todo era perfecto, menos las bolsas de plástico que nos persiguieron hasta aquí. El sol
fue pintando las nubes y cambiando los tonos de la piel de mis niños. Sí, mis sobrinos
son también mis hijos. Los vi reír. Soñar con ser uno de los tumbos, y correr, correr sin
más fin que quedarse en un fruto. Los niños necesitan aprender a leer y escribir, sumar,
restar, dividir, sin embargo, la contemplación no la va enseñar ningún profesor y
tampoco algún curso informático. Esta relación con el mundo se da en la naturaleza. Y
ella es la que siempre ha enseñando el camino de la paz a los hombres y mujeres del
mundo. En todas las culturas la imagen del río siempre es religiosa. Una acequia es una
vena del río. Es por donde transcurre su sangre marrona a despertar la tierra. Mis niños
no solo fueron felices. Fueron recontra felices. Fueron más felices, que cuando alquilo a
10 soles un carro en forma de oso, perro, que los va cargar por cinco minutos y los va
dejar con las ansias de seguir paseándose y gastar más. Ningún juego electrónico los va
entretener tanto como la contemplación de un cien pies, o ninguno de los juegos los va
organizar tanto como robar mangos. Porque, sí, admito, nadie puede decirse iqueño, y
todavía con familia en la chacra, sino se ha metido a una chacra ajena y ha robado
mangos para comerlos con sal y vinagre. Aunque estos mangos eran pintos, como soles
disponibles a sus manos. Las trifulcas, lloros y hasta engreimientos no fueron ajenos,
son ellos. Pero, nada ni nadie les quitará ese asombro de ver que el agua corre empujada
por la mano de Dios. Ahora, esto para mis hijos es nuevo, casi una aventura. En cambio
para mí fue lo más normal. Cuántos de nosotros que venimos de chacra, o hemos tenido
experiencias de primera mano con la naturaleza, vemos que nuestros hijos son tan
ajenos a nosotros cuando éramos niños. Incluso los juegos como matagente y la liga,
San Miguelo el trompo desfilan por el anticuario de nuestra infancia. A veces, aunque
mi mamá me dice: tremendo manganzón, jodiendo a los chicos, devuélveles sus bolitas.
Hay que ser niños para estar con los niños. Hay que respetar y despertar a ese niño que
se oculta en las caras serias que nos pone la vida moderna. Dejarlo ser, no juzgarlo
cuando quiera hacer algo irracional, ya muchas cosas racionales han hecho estropicio y
medio en el mundo...ese mundo donde existe el milagro de tener acequias muy cerca,
muy cerca al alcance tu risa. Acerquemos a los niños al río , en cualquiera de sus formas.
Alejemos un poco el caos y la miseria que descubrirán de adultos. No arrojemos su
infancia a un pozo informático donde no se quedará a reposar ningún recuerdo. Aún es
2. verano, hay sol, hay agua, las chacras no están tan lejos...esto no es Lima, es este paisaje,
que a pesar de las bolsas de plástico, es uno de los más hermosos de este país tan raro
y bello llamado Perú.
II. ESE PROFE RENEGÓN NOS VA ENSEÑAR...
Otro año académico más que inicia. Otro año en que seré el más odiado (las primeras
cuatro semanas es inevitable), por dejar leer un libro por semana. Volver a ver esas caras
de admiración y de subrepticio odio, junto a los comentarios de: "está loco, quién va
leer tantos libros". Así poco a poco, antipático, cachaciento con los que no leen, hasta
que se vayan acostumbrando al hábito de pasar y pasar hojas,de hablar de los libros,
primero tartamudeando, luego con cierta pericia de los personajes e impresiones de los
pasajes que más les interesan y al final, hablar de los libros como si fuéramos patas que
se reúnen en un salón de clase a conversar. Sí, también me preparo para los que no
hacen nada, así le digas que valoren el dinero de su mamacita, que en el monalisa
también hay recesión, esos, los que siempre tienen justificación para todo. También me
preparo para los que no les interesa mi clase (los más), los que mientras hablo de un
autor, con cierta dosis de pasión, lanzan un bostezo; los que miran el tiempo y claman
al Señor de Luren y Chichito para que termine la sesión. De todos estos años que me
gano la vida como profe he tenido momentos muy gratos e ingratos. Me he saltado
sílabos completos, es más soy sincero, me vale madre la nota porque lo que me importa
es convertir en lectores a mis alumnos. Con muchos, gracias a los libros he quedado
como amigo, y con otros también por los libros, he quedado como enemigo. Detesto al
alumno que tiene tiempo y no lee, reconozco al que trabajando se da un tiempo para
leer...quizá, como lector consuetudinario y diario, no entiendo al que no lee. Sí, he sido
muchas veces tremendamente maloso con los que no acaban el libro, he sido irónico,
punzante, ácido, duro como mi apellido, pero nunca mala persona (eso creo)... He
pasado estudiantes que leyeron un par de libros, sí al final, cuando los sustitutorios dan
carácter agónico a los alumnos y mesiánicos a los docentes; he callado ciertos
momentos pesarosos en el aula (mentadas de madre a los que contestan el celular en
plena clase) en fin, todo lo que un profe de mi querido Perú pasa. No cambiaría mi
profesión por ninguna otra, es que es una de las pocas donde te pagan por aprender y
sobre todo lo que más me gusta leer. Este ciclo y este bimestre (he vuelto a enseñar en
el colegio José Carlos Mariátegui) me esperan tantas cosas, entre ellas reír, reír y reír.
3. III. YO TAMBIÉN FUI AL COLEGIO...
A Cristhian Valenzuela.
Yo fui adolescente. Eso mis alumnos no me lo creen. Es que cuando conoces a alguien,
parece que no tuviera pasado. Que siempre tuvo esa edad. Ahora, que he vuelto a tener
contacto con chicos de colegio, es increíble que me reconozca en ellos. Yo fui un
adolescente muy tímido. Mi fealdad me alejó de las chicas pero me acercó a momentos
y formas de soledad que creo que con los años han dado su fruto. Puedo estar solo,
leyendo varias horas y no aburrirme. En ese entonces, el adolescente que fui, tenía como
cara un enorme grano. Y fui feliz, inmensamente feliz, aunque nunca tuviera tabas
bonitas, ni camisas nuevas. Tuve amigos. Almas con las que nos escapábamos de clases
a descubrir los misterios del nintendo. Yo también fui al colegio. Me levantaron
temprano, muy temprano. Tomé mi avena y comí todos los días dos panes con camote.
Compré papita con ají, canchita frita con aceite de carro. Me meché con un compañero
de estudios, y nos reconciliamos en la primera borrachera que nos metimos, porque los
hermanos pueden estar peleados un tiempo no toda la vida. Y toda la vida para nosotros,
significaba el quinto año de secundaria, en esos salones grandes con vidrios rotos, donde
reímos por alguna burla a un compañero o a un profe. Sí, esos gritos siguen flotando en
esos salones, donde alguna vez, 45 chicos iqueños nos quisimos como hermanos..por
supuesto que existió su Caín. El soplón que quería quedar bien con el auxi. Mi colegio,
ahora es una columna de humo, cuyo fuego arde en mi memoria. Hubo personas
increíbles, como el loco Valenzuela, que una vez, le dije que me prestara sus tabas Cons,
porque no tenía cómo ir a una fiesta. El loco me las prestó no solo para esa fecha, sino
casi para todo el año. Supe, lo que siente un ser humano, cuando toda su dignidad y ego,
depende de un objeto ajeno a tu cuerpo. El loco, me prestó sus tabas, sin cobrarme
nada, aunque se las devolviera un poco rotas y gastadas. También recuerdo los partidos
de fútbol donde nos matábamos por 20 céntimos. Si querías perder una pierna, la
cancha llena de polvo, cuyo grass era una fantasma que nosotros pateábamos, era el
lugar perfecto... Sí era ese el lugar, donde 15 contra 15 nos matábamos en un juego que
muchas veces toca la puerta de mi risa, para jugar en mi corazón con ellos, con los 45
demonios que terminamos el colegio, en ese rincón de la alegría y la nostalgia de un
colegio llamado San Luis Gonzaga. Ahora, que pienso en mis alumnos. Me pregunto, me
digo, quién de estos chicos escribirá recuerdos de sus congéneres. Si algunos de
nosotros que venimos a compartir clase, estaremos en ellos. En la pizarra verde con tiza
blanca, duermen las letras de mis profesores. Ahora yo escribo en una pizarra acrílica
cosas que se borrarán. Yo también fui al colegio. YO también esperé la hora del recreo
con ansias. Yo también quise que todos los días fueran viernes. Cuánto daría por una
hora adolescente, con esos ángeles-demonios. Cuánto de mí quedó en ellos. Mucho.
Este recuerdo lo confirma. Pongo esta canción porque era la música que varios de
nosotros oíamos. Aún no había escuchado el A la mierda lo demás. Tenía 13 años y un
enorme corazón lleno de tristeza.