Este documento describe la historia de los estudios en la Orden Dominicana. San Domingo estableció el estudio como parte integral de la vida religiosa dominicana para preparar a los frailes para la predicación. Los dominicos fundaron escuelas en universidades y conventos para estudiar de manera organizada y sistemática, enfocándose inicialmente en la Sagrada Escritura. A lo largo de los siglos, la orden produjo grandes teólogos como Santo Tomás de Aquino, quien sintetizó la teología católica usando los conceptos
1. 1
misiones y predicación
celebraciones y oración
diálogo y comunidad
e s t u d i o s y r e f l e x i ó n
Los Estudios en la Orden Dominicana
por Carlos Josaphat OP
Frei Carlos Josaphat Pinto de Oliveira es hijo de la Provincia Frei Bartolomeu de Las Casas de
Brasil. Es Maestro en Sagrada Teología, enseñó durante muchos años en la Universidad de Fribur-
go, Suiza, y en la Escola Dominicana de Teologia de Brasil. (Traducción de Julián Riquelme)
“In dulcedine societatis quaerere veritatem”. En un texto de
carácter polémico, Alberto Magno definió con estas
palabras su ideal de vida dominicana, que podríamos
parafrasear así: En la suave armonía de una comunidad
fraterna, buscar la verdad con un estudio constante (1).
El gran Doctor expresaba, en pleno siglo XIII,
una experiencia que Santo Domingo inauguró,
unos cincuenta años antes, y que su Orden debía
prolongar en el transcurso de los siglos. El carácter
más original de esa vida religiosa fue la inserción
del estudio como parte integrante de una institu-
ción esencialmente volcada hacia apostolado (2).
En este trabajo, pretendemos destacar esta
primera intención creadora, que está en la base
de la Orden Dominicana, y después hacer un
seguimiento de las vicisitudes de la vida intelec-
tual en las diferentes etapas de la historia de los
Predicadores y de la Iglesia. Desearíamos con-
cluir subrayando algunas constantes de este pro-
ceso histórico.
Orientación inicial
La necesidad del estudio, no como una obligación
de simple derecho positivo, sino como una exigen-
cia vital, es absolutamente esencial a la Orden de
Predicadores. Ella es afirmada desde la primera
hora por el Fundador, y es recordada constante-
mente por todos los textos constitucionales y por
todas las autoridades a través de los siglos (3).
Aceptada esta ley vital y esta inspiración primera
(que sería innecesario exponer y documentar),
pasamos a describir las principales realizaciones y
las modalidades típicas, en las cuales ella se concre-
tiza a través de la historia intelectual de la Orden.
Desde el inicio, bajo el impulso de Santo Do-
mingo, continuado por sus sucesores y por los
Capítulos Generales, el estudio dominicano ad-
quiere un aspecto técnico y un carácter sistemático.
Una primera expresión de esta índole sistemática
es el hecho de que los primeros dominicos partici-
paron en la escuela de un maestro en Sagrada Es-
critura, con el fin de capacitarse para la predicación
del Evangelio (4). A continuación, el mismo Santo
Domingo realiza las primeras fundaciones de su
Orden en ciudades universitarias. Cinco frailes son
enviados a Paris para establecer el famoso conven-
to de Saint-Jacques, en 1217, por tanto, sólo un
año después de la aprobación de la Orden por
Honorio III. Además, la finalidad de esta funda-
ción es explicada así por uno de los participantes
del equipo, fray Juan de España, cuando declara
más tarde en el proceso de canonización de Santo
Domingo: Él envió a sus frailes a París “para estu-
diar, predicar y fundar una comunidad” (5).
En el 1220 y en el 1221, el Papa Honorio III se
refiere a los dominicos de París como religiosos dedi-
cados al estudio de la “Sacra Página”, de la Sagrada
Teología (6). Igualmente, en Bolonia, vemos a los
primeros dominicos entregados al estudio, pues fue-
ron enviados a esta ciudad universitaria con la misma
finalidad (7). Estos frailes, entonces enviados a las
Universidades, no son simples estudiantes, sino pre-
dicadores activos. El hecho es realmente significativo
de una concepción del estudio como parte integrante
de la vida de los religiosos ya formados, y de una
visión del estudio en contacto, diríamos hoy en diá-
logo, con la gran institución universitaria. No se trata
sólo de una lectura edificante de la Biblia, ni tampoco
5
2. 2
de la meditación de tipo monástico, para alimentar la
piedad personal o comunitaria. Es la investigación y
la reflexión allí donde los problemas doctrinales de la
época se presentan en toda su crudeza; el predicador
estudia en el ambiente en que se da el encuentro de
las disciplinas religiosas y profanas. No se resguarda,
detrás de las paredes del claustro, sino que se prepara
para las luchas del espíritu en el mismo medio, abier-
to y agitado, donde confluyen las diferentes tenden-
cias y corrientes culturales.
Sin duda, formados en las universidades y desde
temprano teniendo en ellas sus profesores, los
primeros dominicos pudieron hacer de los propios
conventos otras tantas escuelas, en que los frailes
se consagraran al estudio de manera constante y
ordenada (8). Jamás la Orden renunció a esta idea
original de que el convento debe tener al respon-
sable suyo para los estudios (lector) y debe tener su
ritmo de cursos para el perfeccionamiento intelec-
tual de los religiosos, sea cual fueren las modalida-
des de realización de este curriculum escolar y sea
cuales fueren las vicisitudes históricas de este pro-
grama (9).
La orientación inicial del estudio dominicano
aparece con estas características esenciales: es un
estudio organizado, metódico, institucional, en
contacto con el medio universitario y abierto a la
problemática de la actualidad.
Los primeros pasos
Desde el primer momento, la Orden de Santo
Domingo tiene consciencia de su especial misión
doctrinal y de que el estudio es el medio insusti-
tuible para su realización. El gran teólogo y Maes-
tro de la Orden, Cayetano, expresará una convic-
ción enraizada profundamente en los hechos his-
tóricos, al declarar en el Capítulo General de
1513: “Que otros se alegren de sus prerrogativas; en cuan-
to a nosotros, si no nos distinguimos por la Sagrada Doc-
trina, nuestra Orden ya no tiene más razón de ser” (10).
Sin embargo, este ideal bien preciso, de estar al
servicio del Evangelio y de la Iglesia, mediante un
trabajo intelectual incansable, se realiza con gran
flexibilidad y no excluye penosas oscilaciones en
momentos de crises culturales.
Las primeras décadas de la historia dominica-
na ya suministran algunos ejemplos bastante
significativos. Así Santo Domingo exhorta a sus
frailes “a estudiar constantemente el Nuevo y el Anti-
guo Testamento” y a “estar siempre ocupados en la lectu-
ra, en la predicación y en la oración” (11). La Sagrada
Escritura es el primer objeto, diríamos el manual
o la cartilla de base, para estos predicadores en
constante actividad de reflexión sobre la Palabra
de Dios. Por lo demás, el primer trabajo, al que
se entregan colegialmente los dominicos, es la
corrección del texto bíblico. Esta actividad de
revisión de la Vulgata Latina, prescrita por el
Capítulo General de 1236, se prolongará durante
veinte años. El Maestro y después Cardenal Hu-
go de San Caro irá más lejos: emprenderá la revi-
sión de la Vulgata de San Jerónimo, confrontán-
dola con los textos hebreo y griego. La iniciativa
del mismo Hugo de San Caro y la colaboración
de muchos frailes permitirán la creación de las
“concordancias bíblicas”, labor paciente a la que
se consagraron los dominicos de Saint-Jacques a
través de los siglos XIII y XIV, para gran utili-
dad de profesores y estudiantes (12).
En una perspectiva que hoy llamaríamos “positi-
va” y “pastoral”, trabajó con dedicación San Rai-
mundo de Peñafort (elegido Maestro de la Orden
en 1238). Por mandato del Papa Gregorio IX, com-
piló las Decretales, y compuso, para ayuda de los
confesores, una Suma casuística o De Penitentia (13).
En la primera infancia de la Orden Dominica-
na, esta orientación bíblica y positiva se alía con
cierta desconfianza hacia las novedades filosóficas.
Las Constituciones primitivas prohíben el estudio
de las obras paganas y de los filósofos: “In libris
gentilium et philosophorum non studeant etsi ad horam
inspiciant” (14). Nótese que en la misma época el
Papa Gregorio IX establecía para la Universidad de
París, normas muy rigorosas en el sentido de una
estricta fidelidad a la Tradición teológica, prohi-
biéndole el estudio y la enseñanza de Aristóteles,
como también el recurrir a un vocabulario teológi-
co, diferente del lenguaje bíblico (15). Estamos en
1228-1229. Sin embargo, doce años después, San
Alberto inicia el trabajo sistemático, que Santo
Tomás llevará a cabo: interpretar, adaptar y rectifi-
car al “Filósofo”, haciendo de su Metafísica y de su
Ética el instrumento conceptual para la elabora-
ción teológica de los datos de la Fe. La misma
fidelidad a la ortodoxia, que inspiró la desconfian-
za y la prohibición de Aristóteles, conducirá a su
utilización cada vez más firme y consciente.
No obstante, antes de alcanzar esta madurez,
la joven escuela dominicana da otro ejemplo de
profunda adhesión a la fe y de perfecta docilidad,
pero también de una búsqueda todavía vacilante
en el nivel de la ciencia teológica. En 1241, la
Universidad de París condena una serie de erro-
res, comenzando por la negación de la visión
3. 3
beatífica (16). Los Capítulos de la Orden Domini-
cana, en 1243 y 1244 prescriben a los frailes que
borren de sus “cuadernos” tales doctrinas “perni-
ciosas” y se abstengan de novedades (17). Todo
indica que algunos maestros dominicos habían
enseñado la imposibilidad de la visión inmediata
de Dios, dejándose llevar por el deseo poco segu-
ro de integrar en su construcción teológica algu-
nos datos de la tradición oriental introducidos
recientemente en Occidente.
Entre estos maestros se encontraban Hugo de
San Caro y Guerric de St. Quentin. Este último se
retractó humildemente de su primera enseñanza,
dejándonos dos “cuodlibetos”, uno anterior y
otro posterior a la condenación de 1241, siendo
precisamente el segundo la refutación del prime-
ro. Nos inclinamos a pensar que el mal paso de la
incipiente escuela de Saint Jacques impresionó al
joven Tomás de Aquino, que hacía su noviciado y
sus primeros estudios en el momento en que las
autoridades de la Orden exigían las retractaciones
de los Maestros y las correcciones de los cuader-
nos escolares. La insistencia de Santo Tomás en la
posibilidad de la visión beatífica, en el deseo “na-
tural” de ver a Dios, encuentra en este contexto
histórico y cultural su primera explicación (18).
Genios y carismas
En las tres primeras décadas de su existencia, la Or-
den Dominicana irradia la agradable impresión de
una infatigable labor intelectual, inspirada y sustenta-
da por un amor muy fuerte. Se observa una extraor-
dinaria variedad de iniciativas. Se cultivan los talentos.
Se crea un ambiente de estu-
dio. Se forman equipos y en-
cuentran instrumentos de
trabajo. Esta red de conven-
tos, donde se ora, se estudia y
se predica, está preparada para
recibir los dos regalos supre-
mos: los genios y los carismas.
Los dos grandes doctores, San
Alberto y Santo Tomás, po-
drán dedicarse, in dulcedine
societatis, a la tarea para la cual
fueron destinados por el bien
de la Iglesia: quaerere veritatem
(19). No entra en la perspecti-
va de este artículo ni cabe
dentro de sus límites analizar
la elaboración de la Teología, iniciada por San Alber-
to y realizada por Santo Tomás. En esta reflexión
sobre las instituciones y su vitalidad, intentaremos
destacar el papel de la comunidad religiosa en la pre-
paración de esta síntesis y en su difusión.
Como por instinto, estos dos santos buscaron la
Orden Dominicana, que no les llamaba la atención
por el prestigio ni tampoco por poseer antiguos
monasterios. Les fascinaba la audacia evangélica y el
gusto por el estudio. Y esto se lo ofrecía la Familia
de Santo Domingo. También ella pronto los reco-
noció, anticipándoles un voto de confianza, que les
permitiese una relectura más audaz de la Tradición y
una utilización plena de todo aquel material filosófi-
co que las Constituciones de 1228 habían prohibido
como “libri gentilium et philosophorum” (20).
Conocemos mejor las etapas de la vida de Santo
Tomás. Ellas pueden servirnos de punto de referen-
cia. Tomás viene a la Orden como “joven universi-
tario”, atraído por fray Juan de San Julián, profesor
en Nápoles hacia 1240. La existencia y la calidad del
equipo dominicano de Nápo-
les son decisivas para la vo-
cación de Santo Tomás. En
este ambiente de vida y pre-
dicación evangélica y de aper-
tura al Aristotelismo, el joven
universitario experimenta por
anticipado lo que será su
nueva existencia. Y desde
que heroicamente consigue
ser novicio dominicano, vivir
para él será tan sólo “quaerere
veritatem”: en un clima de
profunda oración, estudiar y
enseñar. Él será sencillamen-
te un alumno y un maestro,
que se traslada según las exi-
gencias de los programas escolares. Estudia en París
y en Colonia de 1245 a 1252. Siendo Bachiller en
Teología, por recomendación de su Maestro San
Alberto, pasa a enseñar en París de 1252 a 1255.
Precozmente Maestro en Teología, se dedica a co-
mentar la Sagrada Escritura, las “autoridades” tradi-
cionales y a Aristóteles, al mismo tiempo en que
inaugura los caminos de la Teología con sus
“Disputationes”, de 1259 a 1268. De nuevo en Pa-
rís: 1269-1272. Regresa a Nápoles, donde iniciar a
su vida universitaria y dominicana; y allí terminará
su carrera: 1272-1274.
Guillermo de Tocco informa sobre el impacto
causado por la originalidad serena y audaz del
joven Maestro Tomás de Aquino. Con mucho
gusto el biógrafo se complace en la repetición de
4. 4
las palabras “nuevo”, “nueva”, “novedad”: “Con
su enseñanza suscitaba nuevos problemas y encon-
traba un método nuevo y claro para resolverlos,
aduciendo argumentos nuevos y sus soluciones.
Escuchándolo enseñar así cosas nuevas y con nue-
vas razones resolver las dudas, nadie podría dudar
que Dios lo hubiese iluminado con los esplendo-
res de una nueva luz. Porque desde temprano po-
seía un juicio tan seguro que no dudaba en ense-
ñar y en escribir las nuevas doctrinas, que Dios se
dignara inspirarle de manera tan nueva” (21).
El fenómeno se repetirá siempre en la historia
intelectual de la Orden y de la Iglesia: la fidelidad a
la Tradición en un Vitoria, un Lagrange, un Chenu,
dará la misma impresión de una tranquila renova-
ción revolucionaria.
Santo Tomás no sólo defenderá, contra los
“impugnantes” y los “retrahentes”, el ideal dominicano
de consagración al estudio y a la enseñanza de la
Verdad divina, sino aun como teólogo, exaltará
este tipo de vida como la más perfecta expresión
del Evangelio (22).
Organización de los estudios
Si la Orden Dominicana manifiesta una extraordi-
naria fecundidad de Maestros y centros de estu-
dios, si los talentos en ella florecen y los genios
pueden germinar e irradiar la Ciencia Sagrada a
través de los siglos, se debe a que, desde el primer
momento, la organización de los estudios constitu-
yó una preocupación dominante para Santo Do-
mingo, para sus sucesores y para las autoridades de
los diferentes niveles de gobierno. Desde 1220 y
1221, bajo el impulso del proprio Fundador, se
bosqueja una legislación sobre los estudios absolu-
tamente original. Ella formará parte de las Consti-
tuciones de 1228. Y en adelante, cada Capítulo
General se esfuerza en legislar sobre los estudios,
que se desarrollan con una rapidez sorprendente,
acompañando la aparición de los conventos.
En el Capítulo de Valenciennes en 1259, tene-
mos un conjunto de prescripciones: las famosas
“Ordenaciones de los cinco Maestros”. Entre estos se
encontraban Santo Tomás de Aquino, San Alberto
Magno y el Bienaventurado Pedro de Tarantasia,
que es el futuro Papa Inocencio V (23). La presen-
cia de los grandes pioneros de la Teología en estas
asambleas deliberativas tiene una gran importancia
para hacer progresar las instituciones, beneficiando
con las luces de sus genios a todo el conjunto de la
comunidad. Es notable el carácter de realismo que
predomina en esas determinaciones de los cinco
“Maestros”. Se reconoce allí la marca de la expe-
riencia y de la reflexión de varones buscadores de
la verdad y conocedores de las fallas y flaquezas
eventuales, de un sistema educativo.
Retengamos, por ejemplo, las determinaciones
siguientes: Es indispensable primero que nada pro-
porcionar a los profesores y a los alumnos tiempo y
ambiente favorable para los estudios. Manda entonces
el Capítulo: “que los lectores (= profesores) no sean ocupados
en funciones o trabajos que les impidan dar sus cursos” (N°
39). “Que en la hora de los cursos los frailes no sean ocupados
en la celebración de Misas o cosas de este género, ni tengan que ir
a la ciudad, salvo gran necesidad” (N° 48). No olvidar que
en ese tiempo los conventos tenían muchas obliga-
ciones de Misas de sufragio o de otras intenciones, lo
cual producía cierta tensión entre los oficios de la
Iglesia y los deberes del estudio constante y del minis-
terio de la Palabra. “Los priores, visitadores y Maestros de
estudiantes han de velar para que ellos se apliquen constante e
diligentemente a los trabajos escolares” (N° 52-54) (24).
Además del esfuerzo por promover efectivamen-
te un clima de estudios para los jóvenes en formación
y para todos los religiosos, merece especial atención
el cuidado constante por adaptar el contenido de los
estudios a las necesidades de la Iglesia y a las exigen-
cias de la misión apostólica de la Orden en cada épo-
ca histórica (25). Ya hemos podido constatar que las
Constituciones primitivas y los primeros Capítulos
Generales orientaban los estudios de los Predicado-
res hacia la Sagrada Escritura, hacia las disciplinas
eclesiásticas, como el Derecho Canónico y la admi-
nistración de los sacramentos, principalmente de la
Penitencia. Antes de San Alberto y de Santo Tomás,
la discreción, e incluso la desconfianza, frente a la
Filosofía y las novedades doctrinales, es bastante
acentuada (26). A partir de estos dos grandes docto-
res, que merecen la total confianza de la Iglesia y de
la Orden, ésta se ve dotada de una síntesis teológica,
que no es impuesta en los tres primeros siglos, sino
que es abrazada espontáneamente, por la mayor parte
de los Frailes Predicadores (27).
Al final del siglo XIII, particularmente con oca-
sión de las condenaciones de algunas tesis tomistas
por el obispo de París y por el arzobispo de Cantua-
ria (28), la Orden se ve en la necesidad de defender
los escritos “del Venerable Padre Fray Tomás de
Aquino” (Capítulo de Milán, en 1278) (29). Varios
Capítulos Generales piden que se siga la doctrina de
Santo Tomás. Toda una pléyade de Maestros domí-
nicos se empeña en seguir y profundizar, con más o
menos éxito, las grandes líneas de la síntesis de S.
Tomás, a fines del siglo XIII y en la primera mitad
5. 5
del siglo XIV. Son bien conocidos los nombres de
los primeros “tomistas”: Juan Quidort, Hervé
Nedélec, Hanibaldo de Hanibaldis, Tomás de Sutton.
La canonización de Santo Tomás, en 1323, des-
tacó, aún más, su autoridad, intensificando el mo-
vimiento de unificación doctrinal de la Orden en
torno a la Teología de este Maestro. Sin embargo,
no se establece una uniformidad absoluta. Corrien-
tes neoplatónicas encuentran seguidores entre los
domínicos del siglo XIV. Entre ellos, cabe mencio-
nar al Maestro Eckhart, cuya mística tuvo gran re-
percusión en Alemania. El nominalismo hizo tam-
bién sus infiltraciones en la Orden de Predicadores,
a tal punto que se puede constatar, al final del siglo
XIV, que el tomismo experimentó más bien una
regresión que un progreso en el mundo del pensa-
miento de entonces (30). En el siglo XV, el tomis-
mo consigue imponerse, gracias a los grandes Maes-
tros como Capreolo, en un clima polémico de anti-
nominalismo, anti-neoplatonismo y anti-escotismo.
Tratando de sintetizar las grandes líneas de esta
evolución doctrinal, diríamos que Santo Tomás
conquista a su Orden y a los medios universitarios
de los siglos XIII al XV, en virtud del valor de su
síntesis doctrinal, y después de un debate con las
diferentes corrientes que disputaban las preferen-
cias de los Maestros y de los Centros de Estudios.
Las autoridades de Orden e incluso de Iglesia no
permanecían indiferentes ante la influencia crecien-
te de quien, ya en el siglo XIV, se lo reconocía
como el “Doctor Común” (31). Ellas incentivaban
este progreso del tomismo con aprobaciones y
exhortaciones y aún con intervenciones más efica-
ces, cuando era necesario.
Sistema escolar
Recordemos algunos datos para poder bosquejar
una imagen concreta del sistema de formación do-
minicana desde el siglo XIII y su evolución en los
siglos siguientes. Después de las dudas del comien-
zo, se constata al final del siglo XIII que los estu-
dios de las “artes liberales” se generalizan. El joven
novicio debe aprender, si aún no la ha estudiado, “la
gramática”: lo que equivale a nuestros estudios clási-
cos; e iniciar durante tres años, en un Studium Artium
o Logicale. Al comienzo del siglo XIV, esos Studia se
multiplican, sostenidos por un cierto grupo de con-
ventos: en la Provincia de Tolosa, por ejemplo, tres
conventos sustentaban el Studium. Después de esta
formación en las “artes liberales”, donde predomi-
naba la Lógica, el estudiante domínico se consagra-
ba, del mismo modo, a la Filosofía, en un Studium
Naturalium. Ahí el futuro Predicador asimila la Filo-
sofía Natural, aprendiendo los Tratados Cosmológi-
cos, Psicológicos y Metafísicos de Aristóteles.
Ha llegado entonces el momento de los estudios
teológicos. Estos pueden efectuarse durante tres años
en la escuela del propio convento. La Orden dispone,
en el siglo XIV de los Studia Bibliae et Sententiarum,
junto con los Studia Moralis Philosophiae para las cien-
cias morales y políticas, según las grandes líneas de la
Ética Aristotélica. Para la formación de los Lectores,
se constituyen los Studia solemnia, que corresponden a
lo que hoy son los Studia Provincialia. Por encima de
éstos están los Studia Generalia o Supremos, abiertos a
los estudiantes de toda la Orden. El número era de
cinco en 1248: París, Bolonia, Oxford, Montpellier y
Colonia. Al comienzo del siglo XIV, se tomó la deci-
sión de multiplicar esos Studia Generalia, en la propor-
ción de 15 para 18 provincias.
Desde los inicios, surge el principio de la especia-
lización por lo menos en lo que concierne a las len-
guas (hebreo, árabe y griego). En este contexto, es
conocido el Studium Arabicum en Barcelona (a partir
por lo menos de 1259). Los Studia Linguarum se mul-
tiplican en el siglo XIV. Ellos pretenden proporcio-
nar una preparación adecuada para los estudios bíbli-
cos, junto con el apostolado entre árabes y judíos.
Con estos últimos, es verdad, se trata casi siempre de
controversias y disputas bastante vehementes.
Este sistema escolar se amplía notablemente en
el siglo XVI, bajo la inspiración de las controversias
y mediante la integración de la civilización humanís-
tica. Entonces, el sistema escolar dominicano es
enriquecido con la enseñanza sistemática de la
“Controversia”, de la “Teología positiva”, de la
“Historia Eclesiástica”; sin embargo, su estructura
básica continúa siendo, después del Curriculum Philo-
sophicum, el Cursus Theologicus, constituido, en general,
por un Comentario Magistral de la Suma Teológica,
y un Cursus Biblicus, que consiste en una lectura más
o menos técnica de la Sagrada Escritura (32).
Los Teólogos y el Nuevo Mundo
El siglo XVI resplandece como una época de reno-
vación universitaria. Después de las crisis que sacu-
dieron las instituciones eclesiásticas, golpeando al
proprio papado y extendiéndose a los organismos
religiosos como la Orden Dominicana, la Reforma
católica se anuncia con la aparición o el resurgimien-
to de centros importantes de estudios, de piedad y
de expansión misionera. Desde el punto de vista
6. 6
que aquí nos preocupa, verificamos tal florecimien-
to de los estudios teológicos, particularmente en la
Orden Dominicana, que se puede hablar con razón
de una “Segunda Escolástica” (33). El convento de
Saint-Jacques en París se convierte en el centro de
una renovación, que se irradia más allá del territorio
francés (34). Lo mismo sucede en Italia donde bri-
llan los grandes comentadores Cayetano y Silvestre
de Ferrara. La Península Ibérica sobresale por el
número y por el vigor de sus pensadores en medio
de este renacimiento filosófico y teológico.
Los Maestros de la Escuela Dominicana parecen
caracterizarse por dos grandes tendencias. La prime-
ra es una estricta fidelidad a Santo Tomás, la cual se
convierte en casi una ortodoxia sistematizada; se
forma una “escuela to-
mista” que cristaliza sus
posiciones polemizando
con otras Escuelas de
Teología Católica. A
veces el apegarse mate-
rialmente a Santo To-
más, impide la percep-
ción de ciertos hechos
dogmáticos importantes,
como el progreso del
sensus fidei y la apertura
creciente del magisterio
de la Iglesia en relación a la Inmaculada Concepción.
Por otra parte, los debates teológicos en torno a los
problemas de la gracia y de la libertad, limitan los
horizontes de la reflexión teológica. Comentarios
predominantemente defensivos de la síntesis tomista,
construidos en la perspectiva anti-nominalista o anti-
escotista, compendios elaborados en el clima de po-
lémicas restringidas, conservaban sin duda una pre-
ciosa herencia doctrinal; pero también marcaban la
cristalización de posiciones y una incapacidad de
apertura a los problemas nuevos, que surgían en la
relación entre evangelización y culturas.
En realidad, se descubría entonces el Nuevo
Mundo. Y la antigua Europa podía ver intelec-
tualmente un mundo nuevo. El mérito de los
pensadores españoles precisamente fue de abrir-
se a estos amplios y nuevos problemas, dando
así una segunda característica al tomismo del
siglo XVI. Además de la fidelidad a la Summa
Theologica, que ellos comentan e ilustran, saben
imitar al santo Doctor en aquella audacia que
Guillermo de Tocco exaltaba: abordar las “cues-
tiones nuevas”, con “nuevos argumentos” y bajo
una “nueva luz”. La Teología camina con el
pueblo de Dios en marcha.
Como símbolo de esta actitud, citemos un nom-
bre entre todos simpático: Francisco de Vitoria. El
Maestro Vitoria es un hombre-síntesis. Él es un dis-
cípulo de Saint-Jacques, a donde viene a estudiar y a
enseñar en el momento de la segunda renovación de
este centro universitario (de 1510 a 1523). Superando
las polémicas puramente escolares, y formado bajo la
influencia de las corrientes doctrinales más vastas de
la Europa de entonces, Vitoria llevó a Salamanca el
gusto por el estudio riguroso, la sensibilidad de un
humanismo comprensivo y la interrogación audaz de
las cuestiones aún inéditas. Él será como el Sócrates
para una escuela tomista, desde donde saldrá una
pléyade de teólogos de primer valor. Domingo de
Soto, Melchor Cano, Martín de Ledesma, Domingo
Báñez, Tomás de Le-
mos, para citar sólo los
mayores entre los gran-
des. Centenas de alum-
nos, probablemente mil,
acudían a las clases de
Vitoria. Según el testi-
monio de Melchor
Cano, nadie lo igualaba
en la capacidad y en el
gusto por enseñar.
Adopta la Suma Teológica
de Santo Tomás como
texto para comentar. Dicta su clase, dando a esa mul-
titud de estudiantes el tiempo para copiarle los cursos
casi con las mismas palabras. Sin embargo, el Regente
de Estudios de Salamanca nos interesa particular-
mente bajo un aspecto: aún hoy, la Teología y la Filo-
sofía Social no consiguen explorar de manera exhaus-
tiva y prolongar con la audacia conveniente las gran-
des intuiciones de Vitoria en el terreno del Derecho
Internacional. La doctrina de Vitoria, particularmente
su manera franca y valiente de encarar la teología
misionera, que un Bartolomé de Las Casas llevará a
ejecución con energía y heroísmo, parecen simbolizar
para nosotros la característica primera de la actitud
dominicana: fidelidad inquebrantable, que sabe basar-
se en los datos de la Tradición, para estudiar los pro-
blemas de la Iglesia y del mundo de hoy.
Con la gracia que le es propia, Juan de Santo To-
más merecería que fuera destacado de modo especial.
Desgraciadamente la “Segunda Escolástica” no se
prolongará de forma homogénea y duradera.
La crisis revolucionaria golpeará a las instituciones
eclesiásticas al final del siglo XVIII y al comienzo del
siglo XIX. Las Órdenes religiosas y las instituciones
de enseñanza, como las Universidades católicas, se-
rán desmanteladas por la Revolución Francesa y
7. 7
otros conflictos que la seguirán. Antes de esta tem-
pestad, discípulos de Santo Tomás, de los cuales
Billuart es el prototipo, habrán encapsulado el to-
mismo en síntesis, que los manuales divulgarán de
forma tan clara como insípida. En el momento de la
restauración de la Escolástica, particularmente del
Tomismo, bajo el impulso de León XIII, la vuelta a
los comentadores, el recurso a los compiladores y la
utilización de los manuales aparecieron como la acti-
tud más espontánea, casi como la solución más fácil.
Restauración y Renovación
La restauración de la Orden Dominicana en Fran-
cia, gracias a la iniciativa de Lacordaire, significó no
un simple restablecimiento de lo que existía antes de
la revolución, sino una vuelta a las fuentes. Es visi-
ble el empeño por revivir la intención primera de la
obra de Santo Domingo, dentro de un fervor a ve-
ces romántico y de una sensibilidad a menudo inge-
nua para las aspiraciones y a los gustos de nuestro
tiempo. Según los restauradores del siglo XIX, esta
vuelta a las fuentes era tanto más delicada cuanto la
Tradición dominicana era compleja, extendiéndose
por varios siglos y comprendiendo prácticas y com-
portamientos a veces heterogéneos.
Sin embargo la gran inspiración era reencontrar
una Orden apostólica, animada por el espíritu de
oración y consagrada al estudio. Este ideal se reveló
fecundo, a pesar de los equívocos accidentales, los
dolorosos desentendimientos, las discusiones sin fin
sobre observancias o instituciones (35). La genera-
ción actual debe adaptar, ajustar o reajustar muchas
cosas para que esta inspiración primera se exprese
de forma adecuada en nuestros días. En lo tocante
al capítulo de los estudios y de la vida intelectual
destaquemos algunos hechos más significativos en
este movimiento restaurador de Lacordaire.
Éste nos dejó dos documentos que testimonian
su actitud respecto a los estudios y a la misión intelec-
tual de la Orden. El primero es su carta al Maestro
dela Orden, en el momento en que el pequeño equi-
po de los futuros restauradores concluye su novicia-
do. Lacordaire pide entonces al Maestro de la Orden
el permiso para ir a Roma y allí consagrarse a la pro-
fundización doctrinal, y a la seria formación teológi-
ca, a fin de ser domínico “no sólo de corazón, sino también
de inteligencia”. Este texto merece ser leído, pues ex-
presa bien lo que “el Abate Lacordaire” espera recibir
para ser un auténtico fraile predicador. Después de
exponer al Maestro de la Orden “el resultado de sus
reflexiones durante el noviciado”, esto es, el reconocimien-
to de la solidez de la vocación dominicana del pe-
queño grupo, y después de recordar la urgencia de las
tareas apostólicas y “el gran número de eclesiásticos y de
laicos que solicitan su admisión a nuestra vocación”, Lacor-
daire aborda el tema central de su carta: “Pero estas
consideraciones deberían ceder en nuestro espíritu a la necesidad
de ser nosotros mismos, completamente dominicos antes de
empeñarnos en propagar y perpetuar la familia por un nuevo
nacimiento. Ahora bien, no nos basta, para ser completamente
dominicos, conocer y practicar la disciplina de la Orden. Es
necesario además que seamos iniciados en la ciencia de la cual
ella es depositaria y que ella recibió del Doctor más perfecta-
mente realizado, que Dios dio a su Iglesia. La doctrina de
Santo Tomás de Aquino es la savia que corre por las venas de
la Orden y le conserva la poderosa originalidad. Quien no ha
estudiado a fondo puede ser un dominico de corazón; pero no lo
será nunca por la inteligencia” (36).
El segundo documento es la relación presentada
por Lacordaire al término de su cargo de prior pro-
vincial. Ahí manifiesta la visión, que tenía la joven
Provincia de Francia, sobre la importancia y la misión
de Santo Tomás: “Nuestros estudios, aunque aún no han
alcanzado todo su desarrollo, ya vencieron las primeras dificul-
tades de un centro que resurge. Santo Tomás es el astro que los
ilumina, como siempre aconteció, enseñado con convicción, pero
sin esa idolatría supersticiosa que no permite injertar nada
fuera de él, y que haría de su letra un límite, mientras que ella
es un fuego vivificante” (37).
Historiadores, como Walz, tienen razón al
señalar que la “sabiduría tomista” se transmitió
sin solución de continuidad, a través de algunas
Provincias, que han mantenido sus organizaciones
y sus actividades intelectuales durante los siglos
XVIII y XIX. Se puede citar, por ejemplo, algu-
nos nombres entre los que influyeron en la reno-
vación de la escolástica, esbozada bajo el pontifi-
cado de Pío IX y manifestada plenamente bajo el
impulso de León XIII (38). Sin embargo, la Filo-
sofía y la Teología, después de las sistematizacio-
nes de Gaudin y de Billuart, no encuentran una
expresión original, durante el siglo XVIII y la
primera mitad del siglo XIX.
La restauración aparece así como una “vuelta al
tomismo”, en el sentido de una lectura del texto de la
Suma Teológica y de un reencuentro con las síntesis de
los siglos XVII y XVIII. Al final del siglo XIX y
comienzo del siglo XX, se intensifica este retorno a
Santo Tomás, pero con una ampliación de perspecti-
vas y una mejor información positiva. Se lee a Santo
Tomás, situándolo en su contexto histórico doctrinal;
a través de la comparación de sus obras, se acompaña
8. 8
la elaboración de su pensamiento y se destacan sus
etapas más importantes. Al mismo tiempo, se realiza
un contacto con los comentadores más autorizados,
Cayetano y Silvestre de Ferrara. Los Comentarios de
los dos Maestros del siglo XVI serán insertados en la
Edición Leonina de la Suma Teológica y de la Suma
contra Gentiles. Juan de Santo Tomás goza de una es-
tima muy particular entre los tomistas del siglo XX.
Conclusiones
Al terminar esta reflexión, intentamos sintetizar
las grandes líneas y lo que nos parece ser la
orientación de la vida intelectual dominicana a
través de la historia.
El gran principio animador y orientador de la vida
dominicana es sin duda la vida en común, diríamos
una vida de comunión, en la oración y el estudio, en
vistas al apostolado. Hoy, si consideramos la evolu-
ción de la Iglesia, desde el siglo XIII hasta nuestros
días, se puede decir que el ideal del estudio en vista
del apostolado se generalizó, penetró en la estructura
de los Institutos religiosos y en las costumbres del
clero diocesano. La característica de la Orden aquí
será sobre todo, una cuestión de intensidad, de cali-
dad y de sistematización orgánica de los estudios. La
primera nota de esta organización es la continuidad
de los estudios en la vida de cada predicador y en la
estructura de cada convento. En toda la historia de la
Orden, se percibe esta insistencia: todo convento es
una escuela, y el domínico formado ha de estudiar y
enseñar siempre. No se trata sólo de una reflexión
lúcida, sino contextualizada, sobre los problemas
apostólicos; de algunas “quaestiones disputatae” en
torno a uno u otro aspecto más complicado de la
Pastoral. Sean cuales fueren las vicisitudes históricas,
el convento dominicano deberá encontrar su estilo
comunitario de reflexión y de investigación, dotado
de cierta calidad técnica y capaz de servir a la Iglesia
en el breve y en el largo plazo. Habrá y debe haber,
en la Orden, conventos especializados para la forma-
ción de novicios y de estudiantes. Pero, la distinción
entre conventos de estudio y conventos de ministerio
es excesivamente un equívoco verbal. Toda casa
dominicana, consagrada al ministerio, ha de estar
inexorablemente consagrada al estudio.
Una segunda conclusión del análisis, incluso
sumario, de la historia de la vida intelectual domi-
nicana es la búsqueda de una fidelidad profunda a
la Iglesia y de un empeño por ser útil a corto y a
largo plazo. De ahí la magnitud universal de los
estudios, la tentativa constante de los pioneros en
las diferentes disciplinas positivas, sobre todo bí-
blicas, al lado de una reflexión filosófica y teológi-
ca, que busca prolongar los principios y la doctrina
de S. Tomás. En los días de hoy, no faltan ejem-
plos de grandes centros de investigación y refle-
xión. Teniendo a la vista particularmente la reali-
dad latino-americana y la etapa pos-conciliar, nos
inclinamos a pensar que un gran esfuerzo debe ser
hecho en el sentido de la creación de instituciones
e instrumentos del quehacer teológico, siguiendo el
humilde y audaz deseo de imitar a los pioneros de
las épocas de renovación, la joven escuela domini-
cana de Saint-Jacques en los siglos XIII y XVI,
Vitoria y el equipo de Salamanca, Lagrange y la
Escuela Bíblica de Jerusalén, Gardeil, Chenu y el
Saulchoir, para citar sólo algunos ejemplos (39).
Destaquemos todavía una tercera característica
emparentada con la precedente. Desde el inicio,
Santo Domingo encamina a sus hijos a las Universi-
dades; y en todas las etapas de la presencia actuante
de la Orden en la Iglesia y en el Mundo, ella desa-
rrolló su organización de estudios en comunión con
el cultivo superior de las ciencias en los medios
universitarios. Observamos que desde temprano, el
estudio dominicano se diferencia del estudio mo-
nástico, no mirando sólo a la edificación espiritual,
sino tratando de ser útil al prójimo e insertarse en el
diálogo con el esquema de vida del pueblo. La rela-
ción con las Universidades, bajo variadas formas,
sugeridas por las circunstancias de tiempo y lugar:
este es el ideal estimulante para una teología viva.
Esta no puede tener la pretensión de preservarse de
las corrientes actuales del pensamiento y de las ma-
nifestaciones modernas de la civilización; o querer
estructurarse fuera de esas corrientes, para después
volver al contacto con ellas e iniciar el diálogo. Una
cosmología, una antropología, una filosofía del arte
o de la técnica, elaboradas dentro de la mentalidad
pre-científica, a partir del sentido común y de la
experiencia vulgar, constituirán un instrumento
inadecuado para una teología realmente presente y
actuante en la era tecnológica.
En perfecta consonancia con el Evangelio y
con las mejores aspiraciones de nuestro tiempo, la
Iglesia manifiesta hoy mayor confianza en la Inte-
ligencia humana, exalta y practica el diálogo,
desea y promueve el contacto con las culturas o
esquemas de vida de los pueblos, estimula la in-
vestigación y la reflexión teológica, con gran am-
plitud de visión y notable apertura de espíritu. La
Orden Dominicana, que sirvió a la Iglesia en
9. 9
tiempos más difíciles y en condiciones menos
favorables, ha de sentirse plenamente a gusto en
esta etapa de renovación y de libertad, para con-
sagrarse a su misión: In dulcedine societatis quaerere
veritatem. “En la suave armonía de una comunidad
fraterna”, juntos deberíamos “buscar la verdad”
con un estudio constante al servicio del Evange-
lio, de la Iglesia y de la humanidad.
Notas
Para indicar las fuentes, se utilizan las siguientes abreviaturas:
Charlutarium… = DENIFLE=CHATELAIN, Charlutariam
Universitatis Parisiensis, 4 vol., Paris, 1889-1897.
DOUAIS = C. DOUAIS, Essai sur l´organisation des études
dans l´Ordre des Frères Prêcheus au treizième et quatorzième
siècles (1216-1342), Paris – Toulouse, 1884.
FERET = H. M. FERET, OP, Vie intellectuelle et scolaire
dans l´Ordre des Frères Prêcheurs, en Archives d´Histoire
Dominicaine, Ed. du Cerf, Paris, 1946, pp. 5-37.
MOPH = Monumenta Ordinis Fratrum Praedicatorum
Historica, Roma, 1896 ss.
WALZ – A. WALZ, Compendium historiae Ordinis
Praedicatorum, Roma, 1948.
1 S. ALBERTI MAGNI, Comment. In VIII lib. Polit. Aristote-
lis, Op. Omnia, Ed. A. BORGNET, vol. 8, pp. 802-804. Se
trata de una Nota final explicativa, en que San Alberto
expresa su indignación frente a los detractores. Semejantes
desahogos no son una excepción en la tristeza de San Alber-
to. Su iniciativa de “hacer comprensibles las doctrinas aris-
totélicas a los latinos” no era bien vista incluso al interior de
la Orden. “Quidam qui nesciunt, omnibus modis volunt impugnare
usum philosophiae et máxime in Praedicatoribus, ubi nullus eis
resistit - tamquam bruta animalia blasfemantes in iis quae igno-
rant...” In Epist. Dyon, Ed. Borgnet, t. 14, p. 910.
2 El tema es bastante común em los historiadores de la Or-
den Dominicana; así P. MANDONNET, La crise scolaire au
debut du XIIIe siecle et la fondation de l'Ordre des Fréres-Prêcheures,
en Rev. d'Hist. Eccl. XV (1914), pp. 34-49; retomado en
Saint-Dominique, Desclée, Paris 1937, t. II, pp. 83-100. Buena
síntesis del carácter “universitario” de la Orden Dominicana
en: V. D. CARRO, op., Santo Domingo de Guzmán, Fundador de
la primera Orden Universitaria, Apostólica y Misionera, en La Cien-
cia Tomista, LXXI (1946), pp. 5-81; 282-329.
3 Se puede encontrar este conjunto de orientaciones y su apli-
cación en la historia primitiva de la Orden, en DOUAIS, pp. 1-
51. De A. DUVAL, op., tenemos un trabajo excepcional:
“L'étude dans la législation religieuse de S. Dominique” en Mélanges
Chenu, Ed. du Cerf, 1966. El Padre Duval orientó en parte mi
investigación.
4 El episodio es narrado por Thierry d'Apolda, Libellus de vita et
obitu et miraculis S. Dominici et de Ordine quem instituit, n. 64, y
comentado por FERRET, p. 8.
5 Acta canonizationis S. Dominici, n. 26; en MOPH, t. XVI, pp.
143-144.
6 Chartularium, I, 101.
7 Según Jacques de Vitry, citado por FERRET, p. 10, nota 4.
Sobre el testimonio de J. de Vitry, ver P. MANDONNET, op.
cit., en la nota 2, t. I, pp. 231-247.
8 Cfr. DOUAIS, pp. 38 ss.
9 Las Constitutiones Fr. S. Ord. Praedicatorum de 1968 ordenaban
en su número 275: “Nullus conventus constituatur seu inauguretur sine
Priore, Lectore et Syndico própriis.” Era un vestigio de las Constitu-
ciones primitivas que mandaban “Conventus... sine Priore et Lectore non
adittatur”. Este texto (Dist. II c. 23) se remonta sin duda al año
1220; ver en M.-H. VICAIRE, Saint Dominique de Caleruega, d'après les
documents du XIIIe siècle, París, 1955, p. 115 y 175.
10 Citado en la Ratio Studiorum Fr. Ord. Praed., Roma 1965, p.
13.
11 Testimonios de Fr. Juan de España y de Fr. Rodolfo en el
Proc. De canonización, n. 29 y 32; MOPH, t. XVI, pp. 147 ss.
174 ss.
12 Condensación histórica de estos hechos, en WALZ, pp.
226 ss. Ver también: C. SPICQ, op. Esquisse d'une histoire
de l'exégese latine au Moyen Age, Bibliot. Thomiste, 26, París,
1944, pp. 167 ss.; 174 ss.
13 WALZ, p. 227.
14 Const. Prim., Dist. II, c. 28, §1; según el P. Vicaire estas
prescripciones concernientes al P. Maestro de Estudiantes
datarían de 1220; cfr. Op. Cit. en la nota 9, p. 177.
15 GREGÓRIO IX, Carta “Ab Aegyptiis” a los Teólogos Pari-
sienses, el 17 de Julio de 1228; Chartularium, I, n. 59, pp. 114-
116. Parcialmente reproducido en Denzinger-Rahner, Ench.
Symbolorum, n°. 442-443.
16 Texto en Chartularium, I. n. 128, pp. 170 ss.
17 “Errores condemnatos per Magistros Parisienses fratres omnes abra-
dant de quaternis”. Cap. Gen. 1243, Chartularium, n. 130, p. 173;
cfr. Cap. Gen. 1244, ibidem, nota.
18 Una serie de estudios se han consagrado al tema. Destaca-
mos los siguientes, en los cuales se pueden encontrar las refe-
rencias bibliográficas deseables: H.-F. DONDAINE, op.:
Hugues de S. Cher et la condamnation de 1241, RSPT, XXXIII
(1949), pp. 170-174; H.-F. DONDAINE, op. B. G. GUYOT,
op.: Guerric de Saint-Quentin et la condamnation de 1241, RSPT,
XLIV (1960), pp. 225-242; P. M. de CONTENSON, op.: La
théologie de la vision de Dieu au début du XIIIe siècle, RSPT, XLVI
(1962), pp. 409-444.
19 Cfr. nota 1.
20 Sobre el contexto histórico y el clima espiritual de estos
acontecimentos, particularmente de la entrada de S. Tomás en
la Orden de Predicadores, ver P. MANDONNET, op. E.T.,
XXIX (1924), pp. 370 ss.; 375 ss. (“Qui a attiré Thomas dans
l'Ordre des Prêcheurs?” “Pourquoi Saint Thomas est-il entré
chez les Prêcheurs?”).
21 G. de TOCCO, Vida de Santo Tomás, cap. 15. (Traducimos
el texto según la edición de PRÜMMER).
22 Ver, por ejemplo: S. Theol., q. 84. 4-6.
23 Texto en MOPH, t. III, pp. 99-101; ver igualmente Chartula-
rium, n. 365, pp. 385 ss. y notas.
24 Ver comentario de estos textos en FERET, pp. 18 ss.
25 Según M.H. VICAIRE, op. “Las dispensas” concedidas a
los “Estudiantes” en el c. XIX, de la dist. II de las Constituciones
primitivas datarían de 1220; cfr. Saint Dominique... (citado nota
9), p. 178.
26 Ver MOPH, t. III, p. 174.
27 En MOPH, t. IV, pp. 12-24; t. VIII, pp. 119-120. Las cartas
de los Maestros de la Orden Sixto FABRO en 1587 (MOPH, t.
X, pp. 265-267) y Antonio CLOCHE en 1687 (Arch. Ord.
10. 10
Praed. V. 2) retoman y comentan las orientaciones de los Caps.
que rigieron la vida intelectual de la Orden en los primeros
siglos de su existencia. La Ordinatio Studiorum de A. CLOCHE
tendrá una importancia decisiva; cfr. nota 42.
28 Cfr. Chartularium, I, 486; WALZ, p. 23.
29 MOPH, t. III, p. 109.
30 Sobre la doctrina del Maestro Eckhart y su comparación con
el tomismo, ver el estudio profundo y matizado de V.
LOSSKY, Theologie negative et Connaissance de Dieu chez Maitre
Eckhart, Vrin, París, 1960. Sobre el nominalismo que predomi-
na en las Universidades em los siglos XIV y XV, consultar los
diferentes estudios de Paul VIGNAUX: artículo Nominalisme
em el D.T.C., t. XI, col. 733 y ss.; Nominalisme au XIVe. siècle,
París, 1948. Al comienzo del siglo XVI, el tomismo triunfa
gracias a los grandes Maestros que hacen de la Suma Teológica el
texto de base en sus clases. Ver infra nota 33.
31 Sobre el título “Doctor Común”, universalmente conferido
a Santo Tomás en el siglo XIV, ver J. J. BERTHIER, S. Tomás
Aquinas “Doctor Communis” Ecclesiae, Roma, 1914.
32 Para esta visión de conjunto de los estudios dominicanos,
nos inspiramos principalmente en una Nota aún inédita de M.
H. VICAIRE, op.
33 Cfr. C. GIACON, La Seconda Scolástica, Milán, 1950. P.
CROKAERT, C. KOELLIN, A. BECCARI, CAYETANO y
VITORIA introducen casi simultáneamente la Suma Teológica
em las Universidades de París, Colonia, Padua y Salamanca.
El Capítulo General de Milán de 1505 apoya esta implanta-
ción tomista, obra de los grandes profesores dominicanos.
Cfr. Texto en MOPH, t. IX, p. 39.
34 El Padre M.-D. CHENU, op. cit., estudia la doble renovación
intelectual de la cual el Convento de St.-Jacques es el centro, en:
Le Couvent de Saint-Jacques et les deux Renaissances du XIIIe. et du
XVIe. siècles, Cahiers Saint-Jacques, N° 26. Parcialmente publica-
do en L'humanisme et la réforme du Collège de Saint-Jacques à Paris -
Arch. d'Hist. Dominicaine, Cerf, París, 1946, pp. 130-154.
35 Para una visión de conjunto de este tema delicado, ver
WALZ, § 92, pp. 530 y ss.
36 Esta carta de Lacordaire al Maestro de la Orden se encuen-
tra en la Correspondance du R.P. Lacordaire et de Madame Swetchine,
9. Éd., Didier et Cie, París, 1880, pp. 215-217. Ella está fecha-
da el 4 de febrero de 1840.
37 El texto de esta relación está publicado íntegralmente por
primera vez por A. DUVAL, op. En Archivum Fratrum Praedicato-
rum, XXXI (1961) pp. 326-344; citación en la página 335.
38 Cfr. WALZ, § 112, pp. 613 y ss.
39 Véase la interesante recolección de datos históricos realizada
por A. GARDEIL, op., Soixante-Dix Ans d'Études et d'Exodes, en
L'Année Dominicaine, 1910, pp. 58-85. Citamos la página 64 (nota).
Este ensayo, en una versión abreviada, fue publicado en la revista TESTIMONIO, de
la Conferencia de Religiosos y Religiosas de Chile, en un número de homenaje a la
Orden de Predicadores por el VIII Centenario de su aprobación pontificia en 1216.
TESTIMONIO se puede adquirir en las oficinas de CONFERRE: Erasmo Escala 2180, Santiago
Teléfonos: 226 72 83 37 - 226 72 31 79 – Contacto: comunicaciones@conferre.cl