1. un espacio para leer deQuólibetjunio 2018 ♦ no 7
Quodlibet: lo que place o gusta. Es un vocablo que se usaba en las discusiones filosóficas y teológicas medievales
para designar un tema cualquiera. Quaestio de quolibet es una cuestión por discutir sobre un tema de libre elec-
ción. El vocablo se usa en música para designar piezas ligeras compuestas en contrapunto, como la Variación 30
de las Goldberg de J. S. Bach. Designa también composiciones de cantos infantiles para enseñar música a niños y
niñas. Lo usamos como nombre de este boletín para subrayar que es un espacio de lectura libre, por puro gusto.
Consejo de redacción: Francisco Quijano, Pablo Caronello, Marta García, Susana Ruani, Miguel Rivas
deQuolibet - Avenida Apoquindo 8600 - Las Condes - Santiago de Chile - Correo: kerygmachile@gmail.com
Las Grandes Fiestas del Judaísmo
Comentarios del Gran Rabino Jonathan Sacks
Publicamos en este segundo número dedicado al Judaísmo las reflexiones del Gran Rabino Jonathan Sacks acerca de las
principales fiestas judías: Rosh Hashaná, Yom Kippur, Pésaj, Shavuot, Sucot y Janucá. Son fiestas móviles con
respecto a nuestro calendario solar por seguir el calendario lunar. Las cinco primeras están prescritas en el Levítico (cap. 23).
Estas reflexiones nos llevan a conocer por dentro el sentido de estos festivales y la forma como los judíos los celebran.
Rosh Hashaná, el Año Nuevo, cae en septiembre de nuestro calendario. Son dos días de examen de conciencia y
formulación de propósitos para cumplir durante el año. Se extiende diez días hasta Yom Kippur, Día de la Expiación.
Los judíos llaman a esto diez días Yamim Noraim, Días Terribles.
Pésaj es la Pascua, Día de la Liberación, memorial del paso de Dios por las viviendas de los esclavos judíos en
Egipto para liberarlos de la sujeción. Este acto de liberación incluye el Paso de Mar Rojo. Cae entre marzo y abril.
Shavuot se celebra cincuenta días después de Pésaj. Tiene un simbolismo doble: es Memorial de la Ley que Dios
entrega su pueblo al sellar la Alianza en el Sinaí, y celebración de las primeras cosechas del año.
Sucot es la Fiesta de las Chozas, vinculada al tiempo en que el Arca de la Alianza, que contenía las Tablas de
la Ley, peregrinaba con todo el pueblo por el desierto bajo tiendas. Se relaciona con la cosecha otoño.
Janucá, Fiesta de las Luminarias, conmemora la Dedicación del Templo de Jerusalén, que había sido profa-
nado por el rey Antíoco Epífanes. Este suceso ocurrió en el mes de Kislev del año 165 aC, en diciembre del calendario
nuestro. Este festival dura ocho días.
Estos textos se encuentran en el sitio oficial del Rabino Sacks (aquí). [Traducción de Francisco Quijano]
Rosh Hashaná – Yom Kippur
Ten Days, Ten Ways: Paths to the Divine Presence – Diez Días, Diez Caminos:
Senderos hacia la Presencia Divina, es una antología de textos del judaísmo, desde los
tiempos bíblicos hasta nuestros días. Los diez días a que alude el título son los días de conver-
sión, oración, penitencia entre Rosh Hashaná y Yom Kippur. Los textos correspondientes
a cada uno de los caminos van precedidos de una presentación del Rabino Sacks. En este do-
cumento, publicamos únicamente esas presentaciones. [tr. F. Quijano].
Introducción
“Busca a Dios donde hay que encontrarlo, llámalo
cuando esté cerca”. Los sabios estaban desconcer-
tados por este verso. ¿En qué momento Dios no
está cerca? Si Dios está en todas partes. La res-
puesta de los sabios era profunda. Dios está siempre
cerca de nosotros, pero nosotros no siempre estamos cerca de
Él. ¿Y cuándo estamos cerca? “Durante los diez
días entre Rosh Hashaná y Yom Kippur”.
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¿Por qué Dios está cerca en estos días? Porque
entonces, al pedir que se nos inscriba en el libro de
la vida, reflexionamos con más profundidad en
nuestra vida. ¿Qué he logrado? ¿Qué no he logra-
do? ¿Qué hice mal? ¿Cómo puedo hacerlo bien?
¿Qué tengo que hacer ahora?
Ya sea que tengamos fe o no la tengamos, estas
son preguntas de carácter religioso. La ciencia puede
decirnos cómo comenzó la vida, pero nunca podrá
decirnos para qué es la vida. La antropología puede
decirnos las muchas formas en que la gente ha vivi-
do, pero nunca podrá decirnos cómo debemos vi-
vir. Los estudios de economía y negocios pueden
decirnos cómo crear riqueza, pero no podrán decir-
nos qué hacer con la riqueza que hemos creado.
Las diversas ciencias, sea las naturales, sociales
o humanas, pueden decirnos el cómo, pero no el
porqué. Las preguntas “por qué” piden que alce-
mos la vista más allá de lo inmediato en busca de
lo último. El nombre que damos a lo último último
es Dios. Preguntar por el significado es la búsque-
da religiosa, lo cual en Rosh Hashaná y Yom
Kippur alcanza su mayor intensidad.
Dios está siempre cerca de nosotros, pero noso-
tros no siempre estamos cerca de Él. ¿Cómo llega-
mos a estar cerca de Él? Viviendo como judíos. “Ha-
remos lo que el Señor ha dicho y entonces compren-
deremos”, dijeron nuestros antepasados en el Monte
Sinaí. Así es todo lo que concierne al espíritu. Apren-
demos a gustar la música escuchando música.
Aprendemos a ser generosos obrando con generosi-
dad. “El corazón sigue a las acciones”. No espere-
mos tener fe o encontrar a Dios con solo aguardar a
que Él nos encuentre. Toca a nosotros comenzar la
ruta. Dios vendrá a encontrarnos a medio camino.
Hay muchas maneras de encontrar a Dios, mu-
chos senderos hacia la Presencia Divina. En esta
antología he escogido diez de los más importantes,
uno para cada día desde el comienzo de Rosh
Hashaná hasta el término de Yom Kippur. El pri-
mero es la identidad. Nacemos en una familia que
tiene una historia. ¿Quiénes somos? ¿A qué histo-
ria pertenecemos?
El segundo es la oración, que es la forma más
definida en que tendemos hacia Dios. El tercero es
el estudio, el más excelso de todos los actos judíos,
que los sabios dijeron ser más santo aún que la
oración. El cuarto es las mitzvot, el camino de las
ordenanzas. En la oración, encontramos a Dios al
hablar con Él; en el estudio lo encontramos escu-
chándolo; en las mitzvot lo encontramos al actuar.
Luego vienen los tres grandes atributos de la
personalidad judía: la tzedakah, el amor como justi-
cia; la hessed, el amor como compasión; y la emunah,
el amor como lealtad. El judaísmo es una religión
del amor, no del amor místico, sobrenatural, que se
cierne sobre el mundo dejando sus imperfecciones
intactas, sino el amor comprometido con el mundo,
que intenta –un acto a la vez, un día tras otro, toda
una vida– hacer que el mundo sea un poco menos
cruel, un poco más humano y más humanizante.
Finalmente, vienen las tres grandes expresiones
de la vida judía: Israel, el único lugar en la tierra don-
de los judíos tienen la oportunidad de hacer lo que
las demás naciones dan por sentado, a saber, tener
el derecho de gobernarnos a nosotros mismos y de
crear una la sociedad conforme a nuestras creencias;
Kidush Hashem, santificar el Nombre de Dios en el
mundo, actuando como embajadores suyos; y por
último la responsabilidad judía, la idea de que somos
socios de Dios en el trabajo de la creación, y de que
hay un trabajo que hacer por cada uno de nosotros
en estos tiempos tensos y agitados.
Este libro no es secuencial; es una antología de
lecturas, cualquiera de ellas puede ser el punto de
partida de una meditación personal, enmarcada por
preguntas como estas: ¿Cómo se aplica esto a mí?
¿Cómo puedo actuar en consecuencia con ella el
año que viene? Algunos textos puede que no te
digan nada, otros puede que sí. Porque hay tantos
senderos hacia la Presencia Divina cuantos son los
judíos, decía el Rabino Nachman de Bratzlav *. O
como yo lo expresé: Cuando lo que queremos hacer
corresponde a lo que se debe hacer, o sea, estar donde
Dios quiere que estemos.
Hay muchos senderos hacia Dios. No importa
dónde se comienza, siempre y cuando comencemos.
La vida judía es la circunferencia de un círculo en
cuyo centro se encuentra Dios. Allí es donde nos
encontramos, sea cual fuere nuestro punto de partida.
No importa cuánto tiempo vivamos, la vida es
corta, muy corta. Cada día cuenta mucho. Cada día en
que no hagamos alguna buena acción, o demos un
paso hacia Dios, o pongamos una diferencia en el
mundo, es un día perdido – y nuestros días en la tierra
son muy pocos como para desperdiciar siquiera uno.
Que Dios te bendiga el año entrante. Que nos bendi-
ga a todos con la paz, la salud, la felicidad y la vida.
* El Rabino Nachman vivió entre 1772 y 1810, fue funda-
dor del movimiento jasídico en Bratzlav, ciudad de Podolia, una
provincia que pertenece actualmente a Ucrania, pero que fue una
gobernación sometida a distintos reinos, Polonia, Lituania,
Rusia, Austria…
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1. El Camino de la Identidad: Ser Judío
De manera única, los judíos nacen en el seno de
una fe. Ella nos elige antes de que nosotros la eli-
jamos. Corporalmente venimos desnudos al mun-
do, pero espiritualmente venimos con un don: la
historia de nuestro pasado, de nuestros padres y de
los padres de nuestros padres a
lo largo de cuarenta siglos, des-
de el día en que Abraham y
Sara escucharon por primera
vez el llamado de Dios y co-
menzaron su peregrinación en
pos de una tierra, una promesa,
un destino y una vocación. Esa
es nuestra historia.
Es una historia extraña y
conmovedora. Cuenta cómo
una familia, luego un conjunto
de tribus, y luego una nación,
fueron convocados para ser
embajadores de Dios en la
tierra. Se les encargó construir
una sociedad muy diferente de
cualquier otra, fundada no en la riqueza o el po-
der, sino en la justicia y la compasión, en la digni-
dad de la persona y la santidad de la vida humana
– una sociedad que habría de honrar al mundo
como obra de Dios y a la persona humana como
imagen de Dios.
Esta fue una tarea exigente y lo es hoy en día;
con todo, el judaísmo es una religión realista. Desde
el principio, asumió que la transformación del mun-
do tomaría muchas generaciones – de ahí la impor-
tancia de transmitir nuestros ideales a la siguiente
generación. Se necesitan muchos dones, muchos
tipos diferentes de talento – de ahí la importancia de
los judíos como pueblo. Nin-
guno de nosotros tiene todos
los dones, pero cada uno tiene
algunos. Todos somos impor-
tantes; cada uno tiene una con-
tribución única que hacer. Nos
presentamos ante Dios como
pueblo, cada uno da algo, cada
uno es enriquecido por las con-
tribuciones de los demás.
Sí, a veces fallamos o nos
quedamos cortos – de ahí la
importancia de la teshuvah, el
arrepentimiento, la disculpa, el
perdón, el volver a consagrase.
El judaísmo es más grande que
cualquiera de nosotros, sin
embargo, está hecho por todos nosotros. Y aunque
los judíos fueron y son un pueblo minúsculo, hoy
apenas una quinta parte del uno por ciento de la
población mundial, hemos hecho una contribución
a la civilización que sobrepasa toda proporción
con respecto a nuestro número.
¿Quiénes somos? ¿Qué estamos llamados a
hacer?
2. El Camino de la Oración: Hablar con Dios
La oración es nuestro diálogo íntimo con el Infini-
to, la expresión más profunda de nuestra fe en
Aquel que, en el corazón de la realidad, es una
Presencia que cuida de nosotros, un Dios que es-
cucha, una Fuerza creadora que nos trajo a la exis-
tencia en el amor. Más que cualquiera otra, esta fe
es la que redime la vida de la soledad y la fatalidad
de la tragedia. El universo tiene un propósito. No-
sotros tenemos un propósito. Por infinitesimales
que seamos, por breve que sea nuestra estadía en la
tierra, somos importantes. El universo es más que
unas partículas de materia que giran sin fin en un
espacio indiferente. La persona humana es más
que una concatenación accidental de genes que se
reproducen a ciegas. La vida humana es más que
“un cuento que cuenta un idiota, lleno de barullo y
de furia, que no tiene ningún sentido”.* La oración
da significado a la existencia.
Es posible creer lo contrario. Puede haber una
vida sin fe o sin oración, así como puede haberla sin
amor, sin risa, sin felicidad, sin esperanza. Pero esta es
una vida mermada, carente de dimensiones y aspira-
ciones profundas. Descartes dijo: “Pienso, luego exis-
to”. El judaísmo dice: “Rezo, luego no estoy solo”.
Hay que tener valor para creer. Los judíos no
requieren ninguna prueba de la injusticia aparente de
los sucesos. En las páginas de nuestra historia está
escrito así. Los judíos no tenían poder ni gloria terre-
nal. Casi todo el tiempo en cuarenta siglos, nuestros
antepasados han vivido dispersos por el mundo ente-
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ro, sin hogar, sin derechos, experimentaron muy a
menudo persecuciones y dolor. Lo único que tenían
era un Dios invisible y un vínculo que nos comunica
con Él: el siddur, las palabras de los rezos. Todo lo
tenían era solo la fe. En el judaísmo no analizamos
nuestra fe, la expresamos en la oración. No filosofa-
mos acerca de la verdad: cantamos la verdad, la reci-
tamos en la asamblea. Para el judaísmo, la fe se torna
real cuando se convierte en oración.
En la oración, hablamos con una Presencia más
vasta que el insondable universo, pero más cercana
a mí que yo mismo: el Dios que está más allá es
también una Voz interior. Aunque el lenguaje falla
necesariamente cuando intentamos describir al Ser
que desborda todos los parámetros del habla, con
todo, lo único que tenemos es el lenguaje y eso nos
basta. Porque Dios, que hizo el mundo con pala-
bras creadoras y reveló su voluntad en palabras
santas, escucha nuestra palabra orante. El lenguaje
es el puente que nos une con el Infinito.
En la oración, Dios no es una teoría sino en
una Presencia, no es un hecho sino un modo de
relación. En la oración es donde Dios se encuen-
tra con nosotros, en el corazón humano, en las
palabras que le decimos, en nuestra vulnerabili-
dad aceptada.
* Célebres palabras de Macbeth en el Acto V, Escena V, de la
obra de Shakespeare.
3. El Camino del Estudio: Escuchar a Dios
Los judíos son el “pueblo del libro”. Talmud To-
rah –estudiar la Torah– es el más grande de todos
los mandamientos y el secreto de la continuidad
del judaísmo. En el Shema se nos ordena: “Ama al
Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu
alma, con toda tu fuerza”. Luego, casi de inmedia-
to, se dice: “Enseña estas cosas repetidamente a
sus hijos, hablando de ello cuando estás en casa y
cuando andas por el camino, cuando te acuestas y
cuando te levantas” (Deut 6, 4ss). El judaísmo es
una religión de la enseñanza.
Estudiar es más santo que rezar, porque en la
oración hablamos con Dios, pero en el estudio escu-
chamos a Dios. Nos esforzamos por entender lo que
Dios quiere de nosotros. Tratamos de hacer que su
voluntad sea la nuestra. Pues lo más santo es la pala-
bra de Dios. La Torah –la palabra de Dios dicha a
nuestros antepasados– es nuestra constitución como
nación, nuestra alianza de libertad, el código por el
cual desciframos el misterio y el sentido de la vida.
Las palabras de la Torah abarcan un millar de
años, de Moisés a Malaquías, el primero y el último
de los profetas. Durante otro milenio hasta termi-
nar el Talmud de Babilonia, los judíos agregaron co-
mentarios a ese Libro y durante otro milenio escri-
bieron comentarios de los comentarios. Nunca ha
habido una relación tan estrecha entre un pueblo y
un libro. Los antiguos griegos, desconcertados por
el fenómeno de todo un pueblo dedicado a apren-
der, llamaron a los judíos “nación de filósofos”.
Cierto, somos llamados a ser una nación de estu-
diosos y de maestros. En el judaísmo no solo
aprendemos a vivir, vivimos para aprender. Por el
estudio, hacemos que la Torah sea algo real en
nuestra mente, de modo que podamos hacer que
sea algo real en el mundo.
4. El Camino de las Mitzvot: Responder a Dios
El genio del judaísmo es aspirar a ideales elevados
y traducirlos a la vida mediante acciones cotidianas
sencillas: el camino de las mitzvot, obrar en con-
formidad con la voluntad de Dios. Nosotros no
solo contemplamos la verdad: la vivimos.
Nosotros no contemplamos la creación me-
diante el estudio de la física teórica. Nosotros la
vivimos al hacer de ella una bendición sobre lo que
comemos y bebemos, al reconocer a Dios como el
creador de todo lo que disfrutamos. Nosotros no
pensamos en nuestra responsabilidad para con el
medio ambiente. Nosotros observamos el Shabat,
establecemos un límite, un día de cada siete, a
nuestra explotación del mundo. Nosotros no solo
estudiamos la historia judía. Con el ayuno y las
fiestas, la actualizamos. La verdad se vuelve real
cuando se transforma en acciones. Así es como
transformamos el mundo.
Hay quienes ven el mundo tal como es y lo
aceptan así. Esa es la perspectiva del estoicismo.
Hay quienes ven el mundo tal como es y huyen de
él. Esa es la perspectiva mística y monástica. Pero
hay quienes ven el mundo tal como es y lo trans-
forman. Esa es la perspectiva judía. Nosotros lo
transformamos mediante las mitzvot, las acciones
santas que traen un fragmento del cielo a la tierra.
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Cada mitzvah es una acción de redención en
miniatura. Hace que algo secular se transforme en
algo sagrado. Cuando observamos la kashrut,
transformamos un alimento corporal en sustento
para el alma. Cuando observamos el Shabat, santi-
ficamos el tiempo al dar tiempo en nuestra vida
para respirar y dar gracias, para celebrar por lo
que gozamos en vez de esforzarnos por conseguir
lo que no tenemos. Cuando observamos las fies-
tas, santificamos la historia al convertirla en me-
morial personal, al establecer una conexión entre
el pasado de nuestros ancestros y nuestro presen-
te. Cuando observamos las leyes de la tehorat
hamishpajah, la pureza familiar, transformamos
una relación corporal en una alianza sagrada de amor.
Las mitzvot traen a Dios a nuestras vidas me-
diante la intrincada coreografía de una vida vivida
en conformidad con la voluntad de Dios. Son la
poesía de lo cotidiano al trasformar la vida en una
obra de arte sagrada.
Las mitzvot nos enseñan que la fe es activa, no
pasiva. Es una cuestión de lo que nosotros hace-
mos, no simplemente de lo que nos sucede. Al
cumplir una mitzvah, nos acercamos a Dios, nos
convertimos en “compañeros suyos en la obra de
la creación”. Cada mitzvah es una ventana en la
pared que nos separa de Dios. Cada mitzvah deja
pasar la luz de Dios hacia el mundo.
5. El Camino de la Tzedakah: el Amor como Justicia
Hay dos tipos de mitzvot. Tenemos los mandamien-
tos de automoderación, que nos impiden dañar el
entorno humano o natural. Y tenemos los man-
damientos positivos del amor, para con el mundo
como obra de Dios y para con los seres humanos
como imágenes de Dios. De estos, el más grande
es la tzedakah: el amor como justicia (a veces tradu-
cido como “caridad-beneficencia” o “solidaridad”).
El mundo no siempre es jus-
to, equitativo o bueno. Nuestra
tarea es hacerlo más justo, ayu-
dando a los necesitados, compar-
tiendo algo de lo que tenemos
con los demás. Este acto de
compartir es más que simple
beneficencia. Es reconocer el
hecho de que lo que tenemos, lo
recibimos de Dios, y una de las
condiciones de los dones de Dios
es que nosotros seamos genero-
sos. De tal forma que nosotros
también nos asemejemos a Dios,
“caminando en sus caminos”.
El mercado crea riqueza: esa
es su virtud. Pero no lo hace necesariamente dis-
tribuyéndola de tal manera que alivie la pobreza,
otorgando a todos los medios de una vida digna.
Esa es su debilidad. Ante esto hay dos posibilida-
des: abandonar el mercado o mitigar sus efectos
negativos. Lo primero ha sido probado y ha falla-
do. Lo segundo puede hacerse de dos maneras: por
medio del gobierno (con impuestos y políticas de
bienestar) o por medio de los individuos. Los go-
biernos pueden hacer mucho, pero no todo. La
tzedakah es la forma como el judaísmo dice a cada
uno que tiene un papel que jugar en ello. Cada uno
de nosotros debe dar.
La tzedakah significa ambas cosas, justicia y
caridad, porque nosotros creemos que van de la
mano. La justicia es impersonal, la caridad es
personal. Llamamos a Dios Avinu Malkenu,
“Nuestro Padre, Nuestro Rey”. Un rey dispensa
justicia, un padre da a su hijo un
regalo por amor. Ese es el signi-
ficado de la tzedakah, un acto
que combina justicia y amor.
Dar a los demás es una de las
cosas más hermosas que pode-
mos hacer, y una de las más
creativas. Creamos así oportuni-
dades para otras personas. Sua-
vizamos algunas asperezas del
mundo. Ayudamos a aliviar la
pobreza y el dolor. Ofrecemos a
Dios el sacrificio que Él más
desea de nosotros: honrar su
imagen en otras personas.
No hay nada que distinga
mejor al judaísmo como una religión del amor que
el énfasis en la tzedakah. Nosotros no aceptamos la
pobreza, el hambre, la falta de vivienda o la enfer-
medad como voluntad de Dios. Por el contrario, la
voluntad de Dios es que sanemos estas heridas en
su mundo. Igual que Dios alimenta a los hambrien-
tos, nosotros también debemos alimentarlos. Igual
que Dios sana a los enfermos, nosotros debemos
hacerlo. Nos hacemos buenos haciendo el bien.
Seguimos los caminos de Dios actuando por amor.
6. deQuólibet no 7 junio 2018 Grandes Fiestas del Judaísmo
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6. El Camino de la Hessed: el Amor como Compasión
La tzedakah es un don en dinero o su equivalente.
Pero a veces no es eso lo que más necesitamos.
Podemos sufrir pobreza tanto de carácter emocio-
nal como corporal. Podemos estar deprimidos,
solitarios, a punto de desesperar. Puede que necesi-
temos compañía o consuelo, aliento o apoyo. Estas
son también necesidades humanas no menos
reales, por más que sean intraducibles en el lengua-
je de la política o de la economía.
De eso se trata la hessed: es apoyo emocional,
“bondad amorosa”, amor como compasión. A eso
nos referimos cuando hablamos de Dios como aquel
que “sana los corazones destrozados y venda las
heridas” (Sal 147). Esto incluye dar hospitalidad a los
solitarios, visitar a los enfermos, consolar a los afligi-
dos, dar ánimo a los deprimidos, ayudar a las perso-
nas a superar las crisis en sus vidas, y hacer que los
marginados sientan que son parte de la comunidad.
La hessed es el complemento de la tzedakah.
Esta se practica con bienes materiales, la hessed
con bienes psicológicos: tiempo y solicitud. La
tzedakah es apoyo de carácter práctico, la hessed es
apoyo emocional. La tzedakah es un don con me-
dios materiales, la hessed es un don de la propia
persona. Aun quienes carecen de medios materia-
les para practicar la tzedakah, pueden compartir la
hessed. La tzedakah endereza lo torcido; la hessed
humaniza la desventura.
Abraham y Sara fueron elegidos por su hessed
para con los demás. Rut se convirtió en la antepa-
sada de los reyes de Israel debido a su hessed para
con Noemí. En el corazón de la visión judía está el
sueño de una sociedad fundada en la hessed: una
sociedad con rostro humano, no dominada por la
competencia en pos de la riqueza o el poder. La
hessed es el signo de un pueblo unido por un pacto.
La alianza crea una sociedad-cual-familia-extensa;
significa ver a los extranjeros como si fueran nues-
tros hermanos o hermanas perdidos hace mucho
tiempo. Una comunidad basada en la hessed es un
lugar de gracia, donde todos se sienten honrados,
donde todo el mundo está como en su casa.
7. El Camino de la Fe: el Amor como Lealtad
El judaísmo es una fe extraña, sutil, una fe profun-
damente humana que desafía la sabiduría conven-
cional de todos los tiempos. La fe es el valor que
Abraham y Sara mostraron cuando escucharon el
llamado de Dios y dejaron atrás todo lo que habían
conocido a fin de peregrinar a un destino descono-
cido. La fe llevó a más de un centenar de genera-
ciones de nuestros antepasados a continuar esa
peregrinación, aun sabiendo todos los riesgos, pero
creyendo que no hay mayor privilegio que ser parte
de ese peregrinar. La fe es la voz que dice: “Aun-
que camine por un valle de sombras de muerte, no
temeré ningún mal, porque Tú estás conmigo”.
La fe sostuvo a los judíos en los días oscuros de
la persecución. Hizo que nunca renunciaran a la
esperanza de regresar algún día a Israel, Jerusalén y
la libertad. Los judíos mantuvieron viva la fe. La fe
mantuvo vivo al pueblo judío.
La fe no es certeza. Es el coraje de vivir en
incertidumbre. No es conocer todas las respues-
tas. A menudo es la fortaleza para vivir con pre-
guntas. No es una sensación de invulnerabilidad.
Es saber que somos completamente vulnerables,
pero precisamente desde nuestra vulnerabilidad
nos acercamos a Dios y, por lo mismo, aprende-
mos a acercarnos a los demás y a ser capaces de
comprender sus miedos y dudas. Aprendemos a
compartir y, al compartir, descubrimos el camino
hacia libertad. Justamente porque no somos dio-
ses somos capaces de descubrir a Dios.
Dios es la dimensión personal de la existencia, el
“Tú” contrapuesto al “ello”, el “debe ser” más allá
del “es así”, el “Yo” que habla a un “yo” en mo-
mentos de revelación plena. Al abrirnos al universo,
encontramos a Dios que se allega a nosotros. En ese
momento hacemos un descubrimiento que cambia
totalmente nuestra vida: aunque parece que somos
completamente insignificantes, somos en verdad
enteramente significativos, somos un fragmento de
la presencia de Dios en el mundo. La eternidad nos
ha precedido, lo infinito vendrá después de noso-
tros; sin embargo, sabemos que este día, este mo-
mento, este lugar, esta circunstancia, están llenos de
la luz del resplandor infinito, cuya prueba es el mero
hecho de estar aquí experimentándolo.
La fe es donde Dios y los seres humanos tocan el
abismo de lo infinito. La emunah significa fidelidad,
amor-como-lealtad. El análogo más cercano es el
matrimonio: un compromiso mutuo, basado en el
amor, que vincula a la pareja en fidelidad y confianza
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mutuas. Dios nos eligió, nosotros elegimos a Dios; y
aunque nuestra relación a veces ha sido tensa y pro-
blemática, el vínculo entre nosotros es indisoluble.
Al conocer, somos conocidos. Al sentir, somos
sentidos. Al actuar, somos actuados. Al vivir, so-
mos vividos. Y si nos hacemos transparentes a la
existencia, entonces nuestras vidas también irradia-
rán esa Presencia Divina que, al celebrar la vida, da
vida a aquellos con cuyas vidas sintonizamos.
La fe es el espacio que creamos para Dios.
8. El Camino de Israel: la Tierra Judía
Ninguna religión en la historia ha estado tan estre-
chamente ligada a una tierra como el judaísmo. Esa
conexión se remonta a 4000 años, desde las prime-
ras palabras de Dios a Abraham: “Sal de tu tierra, tu
lugar de nacimiento y la casa de tu padre, y ve a la
tierra que te mostraré”. Tan pronto como él llegó,
Dios le dijo: “A tu descendencia le daré esta tierra”.
Siete veces Dios prometió la tierra a Abraham, y se
la prometió nuevamente a Isaac y a Jacob.
La palabra teshuvah, a menudo traducida como
“arrepentimiento”, significa literalmente “retorno”,
en un doble sentido: espiritualmente a Dios y físi-
camente a la tierra de Israel. Porque Israel es el lugar
de destino del pueblo judío: una tierra pequeña para
un pueblo pequeño, cuyo papel en la historia reli-
giosa es enorme. Es la tierra hacia la cual Moisés y
los israelitas caminaron por el desierto, la tierra de
donde fueron desterrados dos veces, la tierra a la
cual nuestros antepasados viajaron siempre que
pudieron y que nunca abandonaron voluntariamen-
te, una tierra nunca abandonada. La historia judía es
la historia del anhelo por una tierra.
La Tierra Santa sigue siendo el lugar donde los
judíos fueron convocados para crear una sociedad de
justicia y compasión bajo la soberanía de Dios. Y
aunque el Cristianismo y el Islam después la conside-
raron sagrada, fue tan solo en un sentido derivado –
porque fue la tierra prometida a Abraham, de quien
los primeros cristianos, luego los musulmanes, afir-
maron haber descendido. Los centros de estas reli-
giones estaban en otra parte: para los cristianos occi-
dentales, Roma; para los cristianos orientales, Cons-
tantinopla; para los musulmanes, La Meca y Medina.
Hoy en día, hay 56 estados islámicos, 82 cristianos,
pero solo un estado judío. Es el único lugar del mun-
do donde los judíos son mayoría, donde gozan de un
autogobierno, donde pueden construir una sociedad
y dar forma a una cultura como judíos.
La Declaración Balfour en 1917, ratificada poste-
riormente por la Liga de Naciones, mucho antes del
Holocausto, fue un intento por rectificar el crimen
más duradero contra la humanidad: la negación del
derecho de una nación a su tierra y la posterior perse-
cución de judíos en un país tras otro, siglo tras siglo,
en una historia de sufrimiento que no tiene paralelo.
Los judíos que regresaron no eran extranjeros
ni forasteros, no eran una presencia imperial ni una
fuerza colonial. Eran los habitantes originales de la
tierra: el único pueblo en 4000 años que creó una
nación independiente en ese lugar. Todos los de-
más ocupantes de esa tierra, desde los asirios y los
babilonios hasta los otomanos y los británicos,
fueron poderes imperiales que gobernaron esa
tierra como un distrito de sus vastos imperios. Los
egipcios no ofrecieron a los palestinos un estado
cuando gobernaron Gaza entre 1948 y 1967; tam-
poco lo hicieron los jordanos cuando gobernaron
Cisjordania durante esos años. La única nación que
ha ofrecido un estado a los palestinos es el Estado
de Israel. Oramos para que gocen de paz.
9. El Camino del Kidush Hashem: el Cometido de los Judíos
El camino del judaísmo es particular; su cometi-
do es universal. A Abraham se le prometió: “Por
ti serán bendecidas todas las familias de la tie-
rra”. Isaías dijo que fuimos llamados a ser “testi-
gos” de Dios. Nuestro mensaje no es solo para
nosotros.
¿Cómo es eso? Pues no buscamos convertir a
los demás. Creemos que los justos de todas las
naciones tienen participación en el mundo veni-
dero. Lo que sí buscamos es ser ejemplos vivien-
tes, reflejos de la luz de Dios, una inspiración
para que otros encuentren su propio camino hacia
Dios. Creemos que esa es la única forma de hon-
rar el hecho, después de Babel, de un mundo de
muchas culturas y civilizaciones. Dios es uno;
nosotros somos muchos; y debemos aprender a
vivir juntos en paz. Por eso, no buscamos impo-
ner nuestra fe a otros. La verdad se comunica por
inspiración, no por el poder, por el ejemplo, no
por la fuerza o el miedo.
8. deQuólibet no 7 junio 2018 Grandes Fiestas del Judaísmo
8
Otros han comprendido esto acerca de noso-
tros, las citas en este capítulo son testimonio de
este hecho. Winston Churchill dijo que Occidente
debe a los judíos “un sistema de ética que, aun si
fuese separado completamente de lo sobrenatural,
sería con mucho el más preciado tesoro de la hu-
manidad, más valioso aún que los frutos de todos
las demás enseñanzas y sabiduría juntas”.
En estos tiempos en que hemos sido testigos del
resurgimiento del antisemitismo, el odio más anti-
guo del mundo, es importante saber que, es cierto,
tenemos enemigos, pero también tenemos amigos.
Tenemos críticos, pero hay quienes, sin querer ser
judíos, se han inspirado en la vida judía. Debemos a
ellos, no solo a nosotros, el ser fieles a nuestro co-
metido: ser embajadores de Dios en la tierra.
10. El Camino de la Responsabilidad: el Futuro del Judaísmo
Hoy en día, por cada judío hay 183 cristianos y 100
musulmanes. A tres mil años de distancia, las pala-
bras de Moisés siguen siendo verdaderas (Deut 7,
7): “El Señor no se enamoró de ustedes ni los eli-
gió por ser más numerosos que los otros pueblos,
pues ustedes son el más pequeño de todos los
pueblos”. Así éramos entonces. Así somos ahora.
¿Por qué escogió Dios a este pueblo tan peque-
ño para un cometido tan grande: ser sus testigos en
el mundo? ¿Ser el pueblo que ha luchado contra
los ídolos del momento en cada época? ¿Ser los
portadores de su mensaje a la humanidad? ¿Por
qué somos tan pocos? ¿Por qué esta disonancia
entre la grandeza del cometido y la pequeñez del
pueblo encargado de llevarlo a cabo?
Hay un pasaje extraño en la Torah: “Cuando
hagas un censo de los israelitas para registrarlos,
cada uno, al ser registrado, debe dar al Señor un
rescate por su vida. Así no le sucederá ninguna
desgracia (negef) al ser registrado” (Éx 30, 12). Esta
implicación es inequívoca. Es peligroso contar a los
judíos. Siglos después, el rey David ignoró la adver-
tencia y el desastre golpeó a la nación. ¿Por qué es
peligroso contar a los judíos?
Las naciones hacen censos en el supuesto de
que los grandes números constituyen una fuerza.
Cuanto más grande es el pueblo, tanto más fuerte
es. Por eso, es peligroso contar a los judíos. Si los
judíos llegásemos a creer que nuestra fuerza reside
en grandes números, caeríamos –Dios no lo per-
mita– en la desesperación. En Israel, los judíos
fueron siempre un poder menor rodeado de gran-
des imperios. En la Diáspora, siempre fueron una
minoría en todas partes.
¿Dónde reside, entonces, la fortaleza de los
judíos, si no se halla su número? La Torah da una
respuesta sumamente bella. Dios dice a Moisés:
No cuentes a los judíos. Pídeles que den, y cuenta luego
sus contribuciones. En términos de número, somos
pequeños. Pero en términos de nuestras contribu-
ciones, somos grandes. En casi todas las épocas,
los judíos han dado algo especial al mundo: la To-
rah, la literatura de los profetas, la poesía de los
salmos, la sabiduría rabínica de la Mishnah, el Mi-
drash y el Talmud, la gran biblioteca medieval de
comentarios y códigos, la filosofía y el misticismo.
Luego, cuando las puertas de la sociedad occiden-
tal se abrieron, los judíos dejaron su huella en un
campo tras otro: negocios, industria, artes y cien-
cias, cine, medios de comunicación, medicina, de-
recho y en casi todos los campos de la vida acadé-
mica. Revolucionaron el pensamiento en física,
economía, sociología, antropología y psicología.
Los judíos han obtenido premios Nobel en des-
proporción con nuestro número.
La explicación más simple es que ser judío con-
siste en pedirle que dé, que contribuya, que marque
una diferencia, que ayude en la tarea monumental
que ha comprometido a los judíos desde el co-
mienzo de nuestra historia, a fin de hacer del mun-
do un hogar para la Presencia Divina, un lugar de
justicia, compasión, dignidad humana y santidad de
la vida. Aunque nuestros antepasados apreciaron
su relación con Dios, nunca la vieron como un
privilegio. Sabían que era una responsabilidad.
Dios pidió grandes cosas al pueblo judío y, al ha-
cerlo, los engrandeció.
Cuando se trata de hacer una contribución, el
número no cuenta. Lo que cuenta es el compromi-
so, la pasión, la dedicación a una causa. Precisa-
mente porque somos un pueblo tan pequeño, cada
uno de nosotros cuenta mucho. Cada uno hace
una diferencia en el destino del judaísmo y del
pueblo judío. Zacarías dijo de forma excelente:
“No con ejércitos ni con fuerza, sino con mi espí-
ritu, dice el Señor todopoderoso”.
La fuerza física requiere número. Cuanto más
grande es la nación, tanto más poderosa es. Pero
cuando se trata de fortaleza espiritual, no se necesi-
ta gran número, sino sentido de responsabilidad.
9. deQuólibet no 7 junio 2018 Grandes Fiestas del Judaísmo
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Se necesita un pueblo, cada cual sabe que él o ella
deben contribuir con algo para el pueblo judío y
para la historia humana. La pregunta para un judío
no es: ¿Qué puede darme el mundo? Es lo contra-
rio: ¿Qué puedo yo dar al mundo? El judaísmo es
el llamado de Dios a la responsabilidad.
Pesaj y la tarea judía
Pésaj es una historia de esperanza, la más antigua
y más transformadora que se conoce. Cuenta
cómo un grupo de esclavos sin especial particu-
laridad consiguió la libertad en uno de los impe-
rios antiguos más grandes y extensos de la épo-
ca. En realidad, de todas las épocas. Cuenta la
revolucionaria narrativa cómo el poder Supremo
intervino en la historia para liberar a los supre-
mamente desposeídos. Es la historia de la derro-
ta de la probabilidad por la fuerza de la posibili-
dad. Define lo que es ser judío: un símbolo vi-
viente de la esperanza.
Pésaj nos dice que la fortaleza de una nación
no reside en sus caballos y carruajes, armas y ejér-
citos, estatuas colosales ni construcciones monu-
mentales, todas ellas muestras de poder y riqueza.
Depende de factores más elementales: humildad
en presencia del Dios de la creación, fe en el Dios
de la historia y de la redención, y un sentimiento
no negociable de la santidad de la vida humana,
creada por Dios a su imagen: aún si se tratara de
la vida de un esclavo o de la de un niño demasia-
do pequeño para hacer preguntas. Pésaj es la crí-
tica eterna del poder usado por los hombres para
presionar y disminuir a sus congéneres.
Es la historia de más de cien generaciones de
nuestros antecesores, transmitida a nuestros hijos,
y ellos a los suyos. Como de igual manera hace-
mos nosotros hoy, un milenio más tarde, sabien-
do lo que significa ser el pueblo de la historia, los
guardianes de una narrativa no inscripta mediante
jeroglíficos en los muros de los monumentos,
sino grabada en las mentes de los seres humanos
que respiran, que viven, que ha mantenido la fe
en el pasado y en el futuro por más tiempo que
cualquier otra cultura, siendo testigos del poder
del espíritu humano cuando se abre ante un Po-
der mayor, conducidos a un mundo de libertad,
responsabilidad y dignidad.
Pésaj es más que simplemente una festividad
más del calendario judío, es más aún que el aniver-
sario del nacimiento de Israel como pueblo libre
yendo hacia la Tierra Prometida. Intentaré demos-
trar cómo surgió, de cuatro maneras distintas, co-
mo el evento revolucionario alrededor del cual gira
una buena parte del judaísmo.
Primero, un examen detallado de la narrativa
de Génesis desde Abraham a Yakov nos muestra
una serie de anticipaciones del éxodo, concen-
trando nuestra atención e incrementando nuestra
percepción de lo que eventualmente ocurrirá en
tiempos de Moisés.
Segundo, el recordar que “una vez fuisteis es-
clavos en Egipto” es la singular y más frecuente-
mente mencionada “razón por los mandamientos”.
El éxodo no fue solamente un evento en la histo-
ria. Forma parte esencial de la lógica de la ley judía.
Tercero, los elementos clave de la ley y del pen-
samiento judío pueden comprenderse mejor como
protesta o alternativa al Egipto de los faraones, aun
cuando la Torá no lo afirma explícitamente. El
conocimiento de ese mundo antiguo nos dio nue-
vas pautas de por qué el judaísmo es como es.
Cuarto, la sostenida reflexión sobre el contras-
te entre Egipto y la sociedad que los israelitas
10. deQuólibet no 7 junio 2018 Grandes Fiestas del Judaísmo
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fueron llamados a crear, revela la elección funda-
mental que deben hacer las civilizaciones, en ese
entonces, ahora, y quizás en los tiempos venide-
ros. No hay nada antiguo en los temas que surgen
en Pésaj: esclavitud, libertad, política, poder, esta-
do, dignidad humana y responsabilidad. Estas son
tan relevantes ahora como en los tiempos de
Moisés. Pésaj nunca será obsoleta.
El corazón de la festividad es una experiencia
histórica concreta. Los israelitas como fueron des-
criptos en la Torá, eran un grupo fraccionado de
esclavos con ancestros en común, uno de los tan-
tos grupos humanos atraídos por Egipto desde el
norte, debido a su riqueza y a su poder, solo para
terminar siendo sus víctimas. El Egipto de los
faraones era el imperio más longevo que ha cono-
cido el mundo, y ya sumaban dieciocho siglos de
antigüedad en el tiempo del éxodo. Por más de mil
años antes de Moisés, la gran pirámide de Giza ya
dominaba el panorama, siendo la estructura de
mayor altura hecha por el hombre hasta la cons-
trucción de la torre Eiffel en 1889. El descubri-
miento por parte del arqueólogo inglés Howard
Carter de la tumba de un faraón relativamente
menor, Tutankamón, reveló la sorprendente rique-
za y sofisticación de la corte real de aquel tiempo.
Si los historiadores acertaron al identificar a Ram-
sés II como el faraón del éxodo, Egipto había lle-
gado entonces en esa era al pináculo de su poderío,
dominando el estrecho mundo como un coloso.
En cierto nivel es una historia de maravillas y
milagros. Pero el mensaje de Pésaj que perdura es
más profundo, ya que presenta una visión dramáti-
camente novedosa sobre cómo podría ser la socie-
dad si el único soberano fuera Dios y todos los
ciudadanos fueran a Su imagen. Se trata del poder
de los desposeídos y de la carencia de poder de los
poderosos. Nunca la política ha sido más extrema,
más ética y más humana.
Heinrich Heine dijo: “Desde el Éxodo, la liber-
tad ha hablado con acento hebreo.” Pero es, como
fue citado por Emmanuel Levinas, “una libertad
difícil”, por estar fundamentada en un código indi-
vidual exigente y en la responsabilidad colectiva.
Pésaj nos induce a elegir, por un lado, el pan de la
aflicción y hierbas amargas, y por el otro, las cuatro
copas de vino en la que cada una marca una etapa
en el largo camino a la libertad. Mientras los seres
humanos quieran ejercer el poder unos sobre
otros, la historia continuará y la elección seguirá
siendo nuestra.
[Texto traducido en el sitio oficial del Rabino Sacks]
El matrimonio de Israel: Pensamientos acerca de Shavuot
Encontré este texto del Rabino Sacks, no en su sitio oficial, sino en este (aquí). Desarrolla
una argumentación que suprimí en parte –las supresiones están indicadas así […]– con el
fin de destacar lo esencial de su razonamiento: Shavuot no es ante todo una fiesta agrícola
de las primeras cosechas, sino la celebración de la aventura amorosa entre el Señor y su pue-
blo, sellada en la Alianza del Sinaí con el Don de la Ley. [F. Q.]
En el Judaísmo los misterios acaban por convertir-
se en controversias, más aún en el caso de
Shavuot, conocido también como Pentecostés o
Fiesta de las Semanas. Shavuot generó una de las
grandes controversias en la historia judía. No es
mucho decir que, en su desenlace, estuvo en juego
el futuro del pueblo judío.
El misterio de Shavuot es doble. El primero es
que es el único de los festivales judíos que no tiene
fecha; la Biblia no le da un lugar explícito en el
calendario judío (cf. Lv 23, 15-16). [...]
El segundo es que, igualmente, es el único de
los festivales de peregrinación que no tiene un
contenido histórico patente. Las fiestas judías tie-
nen un doble carácter. Pertenecen al tiempo cícli-
co: las estaciones del año. Y pertenecen al tiempo
lineal: recuerdan momentos que conformaron la
historia judía. Por ejemplo, Pésaj es la fiesta de la
primavera y es también el momento en que actua-
lizamos el éxodo de Egipto. Sucot es el festival de
la cosecha de otoño y es el momento en que revi-
vimos el peregrinar por el desierto en tiendas de
11. deQuólibet no 7 junio 2018 Grandes Fiestas del Judaísmo
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campaña o tabernáculos. Pero al leer la descripción
bíblica de Shavuot, parece que falta la mitad del
festival. Su significado estacional es claro: se llama
Fiesta de la Cosecha y el Día de las Primicias. Pero
la dimensión histórica está ausente. [...]
La controversia se intensificó en los días del
Segundo Templo, cuando los judíos se dividieron
en varios grupos, especialmente los saduceos y los
fariseos. Sabemos muy poco sobre este período,
pero podemos decir lo siguiente. De estos dos
grupos, los saduceos eran los más prósperos e
influyentes. Estaban estrechamente vinculados a la
jerarquía del templo y a la élite política. Estuvieron
a punto de ser la clase gobernante de los judíos.
Los fariseos tenían el apoyo de los grupos más
pobres de la población, cultivaban un ethos que los
distinguía. En tanto los saduceos veían la identidad
judía en términos del Estado y sus instituciones,
los fariseos la veían en términos de piedad perso-
nal y observancia escrupulosa de la Ley. [...]
Hubo varias diferencias doctrinales entre los
dos grupos, pero una en particular fue crucial. Los
fariseos otorgaron la misma autoridad a las dos
fuentes del Judaísmo, la Torá escrita (especialmen-
te los libros mosaicos) y la Torá oral, las tradicio-
nes no escritas que acompañaban al texto bíblico,
interpretándolo y complementándolo. Los sadu-
ceos aceptaron solo la Torá escrita, no la tradición
oral. Esto se convertiría en el tema clave del debate
sobre la fecha de Shavuot. [...]
Los saduceos leyeron el mensaje de la Biblia en
un nivel superficial. Según esto, Shavuot era un
festival agrícola cuya fecha estaba determinada por
la cosecha de la cebada. [...]. La religión de Israel
era la religión de un pueblo en una tierra que era su
propia tierra. Era cuestión de reyes y de sacerdotes,
del templo y de sacrificios, de agricultores y sus
campos, de estaciones y sus festivales.
Los fariseos, en cambio, leyeron no solo el texto
superficial sino también su sentido. Comprendieron
el vínculo entre los dos grandes acontecimientos
con los que comenzó la historia de Israel: el Éxodo
y el Sinaí, la liberación y la revelación, la salida de
Egipto y el Don y aceptación de la Ley. Vieron que
de eso trataba la misteriosa cuenta de siete semanas.
No representaba la duración del tiempo de la cose-
cha, sino los cuarenta y nueve días durante los cua-
les Moisés condujo al pueblo en su salida de Egipto
hasta la asamblea al pie de la montaña para recibir la
Torá. Shavuot no era tan solo un festival agrícola.
Era un festival histórico con fecha y contenido pre-
cisos. Era el aniversario de la Revelación en el Mon-
te Sinaí, el Día del Don de la Ley.
A veces hay controversias que son resueltas por
la historia, y esta es una de ellas. En el año 70 dC, el
Templo de Jerusalén fue destruido por los romanos.
La autonomía judía en la tierra de Israel llegó a su
fin y comenzó un exilio milenario. El movimiento
representado por los fariseos se convirtió en la fuer-
za dominante en la vida judía durante los mil ocho-
cientos años posteriores. De los saduceos casi no
queda nada: ni literatura ni filosofía, ningún rastro
perdurable de su influencia. La que fuera una vez
clase dominante desapareció en el lapso de una
generación. Difícilmente podría haber ocurrido de
otra manera. Las cosas en las que basaron su identi-
dad –el Templo y su sacerdocio, la tierra y sus gran-
jeros, Jerusalén y su sede del poder– habían desapa-
recido. Si el Judaísmo no hubiera sido más que esto,
también habría desaparecido. [...]
El Judaísmo debe su existencia perdurable al
hecho de que, hace dos mil años, los saduceos no
fueron la única fuerza en la vida judía. Hubo
otros, los fariseos, que hicieron algo más que leer
el texto escrito de la Torá. Escucharon esa pala-
bra con el oído interior. En ella oyeron la adver-
tencia de Moisés de que el pueblo de Israel sufri-
ría exilios. Entendieron que la Ley había sido
otorgada en el desierto para indicar que se aplica-
ría en todas partes, fuera de la tierra prometida y
dentro de ella. Sabían que este era el hecho crucial
acerca de Israel, que aun sin tener una tierra ten-
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dría una Ley, y que hasta en el exilio tendría aún
la Alianza. Cuando ya no se puede celebrar
Shavuot como festival agrícola, puede ser obser-
vado como aniversario del Don de la Ley. […]
La espiritualidad judía no es sino la historia de
una aventura tormentosa de amor entre Dios y un
pueblo: la historia de un matrimonio cuyo contra-
to es la Torá. Todos los días de la semana, los
varones judíos atan la correa de los tefilín (filacte-
rias) en su dedo como si fuera un anillo de bodas,
y recitan estas palabras conmovedoras de Oseas:
Me casaré contigo para siempre,
me casaré contigo en justicia y derecho,
en amor y ternura.
Me casaré contigo en fidelidad,
y conocerás al Señor (Os 2, 21-22)
Pero este no ha sido un matrimonio fácil. Los
profetas hablan de las infidelidades de Israel, y si
estuvieran vivos hoy, lo harían de nuevo.
Abraham, Moisés, Jeremías y Job se enfrentaron a
Dios por sus aparentes injusticias, y si hubieran
previsto el Holocausto, ¿qué habrían dicho? Hay
razones para ello, incluso largos períodos de dis-
tanciamiento. Sin embargo, Isaías dijo: no hay di-
vorcio. Y para los profetas y los rabinos, la Torá
misma es la prueba. Fue el contrato de matrimonio
de Israel con Dios que nunca se rescindirá. [...]
En nuestra oración cotidiana decimos:
Bendito sea nuestro Dios...
que nos dio la Torá de la verdad
Y ha sembrado en nosotros la vida eterna.
Quienes estudian la Torá toman parte en una
conversación ininterrumpida que se ha prolongado
a lo largo de los siglos, en cual participaron todos
los profetas y sabios de Israel. Transformarse en
una frase en esa conversación, en una letra en el
pergamino, es lo que nosotros y nuestros antepa-
sados entendimos como vida eterna.
Chag sameach! ¡Feliz Fiesta!
Sucot para nuestra época
En el festival de Sucot se lee el Libro de Qohélet, del cual el Rabino Sacks ofrece dos
lecturas ligeramente diferentes. En esta reflexión sobre el Festival de las Tiendas,
Qohélet es asimilado al fasto, esplendor y lascivia de un rey Salomón decadente (cf. Libro
I de los Reyes, cap. 11). Quizá porque en la leyenda tradicional se atribuía este libro a
Salomón ya viejo. En cambio, en su reflexión sobre Las estaciones del amor (deQuó-
libet 6 2018) acerca del Cantar de los Cantares, el Libro de Rut y el de Qohélet,
el Rabino Sacks presenta a este autor como prototipo del amor consumado en la plenitud
de la vida. Son dos lecturas con su pizca de verdad cada una. [F. Q.]
De todos los festivales, Sucot es seguramente el
que habla más poderosamente a nuestro tiempo.
Qohélet casi podría haber sido escrito en el siglo
XXI. Es el paradigma del éxito total, el hombre
que lo tiene todo: casas, autos, ropa, mujeres ado-
rables, es la envidia de todos los hombres –ha con-
seguido todo lo que este mundo puede ofrecer
desde placeres hasta posesiones, dese el poder
hasta la sabiduría– y al final, cuando examina toda
su vida, solo es capaz de decir: «¡Pura ilusión, pura
ilusión, todo es una ilusión!» (Qo 1, 2).
El fracaso de Qohélet en su búsqueda de sen-
tido se halla estrechamente relacionado con su
obsesión por el «Yo» y el «Ego»: «Yo lo construí
todo para mí… Yo acumulé todo para mí… Yo
lo conseguí para mí». Cuanto más busca satisfa-
cer sus deseos, más vacía se torna su vida. No
hay una crítica más poderosa de la sociedad de
consumo, cuyo ídolo es el Yo, cuyo icono es la
selfie y cuyo código moral es «Lo que sea con tal de
que te sea útil». Esta es la sociedad que ha logrado
un bienestar sin precedentes, la que ha dado a la
gente más opciones de lo que jamás habría pen-
sado, en la cual vemos, al mismo tiempo, un
aumento sin creciente de abuso del alcohol y las
drogas, trastornos de alimentación, síndromes
relacionados con el estrés, la depresión, el inten-
to de suicidio y los suicidios mismos. Una socie-
dad de turistas, no de peregrinos, es una socie-
dad que no da lugar al sentido de una vida digna
13. deQuólibet no 7 junio 2018 Grandes Fiestas del Judaísmo
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de ser vivida. De todo lo que la gente ha escogi-
do para rendirle adoración, el Yo es lo que me-
nos satisface. Una cultura del narcisismo da paso
rápidamente a la soledad y la desesperación.
Qohélet era también, por supuesto, un cosmo-
polita: un hombre que se sentía como en su casa
en todas partes y por lo mismo no estaba en nin-
guna parte. Este es el hombre que tuvo setecientas
esposas y trescientas concubinas, pero al final solo
pudo decir: «Más amarga que la muerte es la mu-
jer» (Qo 7, 26). Debería estar claro, para cualquiera
que lea esto en el contexto de la vida de Salomón,
que Qohélet realmente no está hablando de muje-
res sino de sí mismo.
Al final Qohélet encuentra el
sentido en las cosas sencillas.
Dulce es el sueño de un hombre
trabajador. Disfruta la vida con
la mujer que amas. Come, bebe
y disfruta del sol. Este es, en
última instancia, el significado
íntegro de Sucot. Es un festival
de las cosas sencillas. Es, en el
Judaísmo, el tiempo ritual en
que nos acercamos a la natura-
leza más que en cualquier otro:
nos sentamos en una choza con
solo hojas por techo, y toma-
mos en nuestras manos frutos y
follajes silvestres, una rama de
palmera datilera, un citrón, unas
ramas de mirto y unas ramas de
sauce. Es un tiempo en el que nos liberamos fu-
gazmente de los placeres sofisticados de la ciudad y
de los artefactos elaborados de una era tecnológica,
y recobramos algo de la inocencia que teníamos
cuando éramos jóvenes, cuando el mundo todavía
tenía el esplendor de lo maravilloso.
El poder de Sucot es que nos lleva de vuelta a las
raíces más elementales de nuestro ser. No tienes por
qué vivir en un palacio para envolverte en nubes de
gloria. No tienes por qué ser rico para comprarte las
mismas hojas y frutas que usa un multimillonario
para adorar a Dios. Al vivir en una tienda (sukkah) e
invitar a tus huéspedes a comer contigo, descubrirás
–esa es la condición de los Ushpizin, huéspedes mís-
ticos– que las personas que han llegado a visitarte
son Abraham, Isaac y Jacob y sus esposas. Lo que
hace que una choza sea más bella que un hogar es
que, cuando llega el festival Sucot, no hay diferencia
entre los más ricos y los más pobres entre los po-
bres. Somos todos extranjeros en la tierra, residen-
tes temporales en el universo casi eterno de Dios.
Ya sea que seamos o no capaces de placer, que ha-
yamos encontrado o no la felicidad, todos podemos,
sin embargo, vivir la alegría.
Sucot es el tiempo en que nos hacemos la pre-
gunta más profunda acerca de qué es lo que hace
que la vida valga la pena. Después de orar en Rosh
Hashaná y Yom Kippur para quedar inscritos en el
Libro de la Vida, Qohélet nos obliga a recordar
cuán breve es la vida y cuán vulnerable. «Enséña-
nos a calcular nuestros años, para que adquiramos
un corazón sensato» (Salmo 90, 12). Lo que impor-
ta no es cuánto tiempo vivimos,
sino cuán intensamente sentimos
que la vida es un regalo que de-
volvemos al dar vida a los de-
más. El gozo, tema envolvente
del festival, es lo que sentimos
cuando sabemos que es senci-
llamente un privilegio estar vi-
vos, aspirando la belleza embria-
gadora de este momento en
medio de la exuberancia de la
naturaleza, la diversidad prolífica
de la vida y el sentido de comu-
nión con tanta gente con quienes
compartimos una historia y una
esperanza.
Lo más sublime de todo, Su-
cot es el festival de la inseguridad.
Es el reconocimiento sincero de
que no hay vida sin correr riesgos, pero podemos
enfrentar el futuro sin temor cuando sabemos que
no estamos solos. Dios está con nosotros, en la
lluvia que trae bendiciones a la tierra, en el amor que
dio existencia al universo y a nosotros mismos, y en
resiliencia del espíritu que permitió a un pueblo
pequeño y vulnerable sobrevivir a los mayores im-
perios que el mundo ha conocido. Sucot nos re-
cuerda que la gloria de Dios estaba presente en el
pequeño Tabernáculo portátil que Moisés y los is-
raelitas construyeron en el desierto con mayor realce
que en el Templo de Salomón con toda su grande-
za. Un templo puede ser destruido. En cambio, una
choza, destruida, puede ser reconstruida mañana. La
seguridad no es algo que podamos lograr físicamen-
te, es algo que podemos adquirir mental, psicológica
y espiritualmente. Lo único que se necesita es valen-
tía y voluntad de sentarse bajo la sombra de las alas
protectoras de Dios.
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Ocho pensamientos para las Ocho Noches de Janucá
1. Inspirados por la fe, podemos cambiar el mundo
Veintidós siglos atrás, cuando Israel estaba bajo el
gobierno del imperio de Alejandro Magno, un líder
en particular, Antíoco IV, decidió forzar el ritmo
de la helenización, prohibiendo a los judíos practi-
car su religión y erigió en el Templo de Jerusalén
una estatua de Zeus Olímpico.
Esto fue el colmo imposible de soportar, y un
grupo de judíos, los Macabeos, lucharon por su
libertad religiosa y obtuvieron una asombrosa vic-
toria contra el ejército más poderoso del mundo
antiguo. Al cabo de tres años reconquistaron Jeru-
salén, volvieron a dedicar el Templo y encendieron
nuevamente la menorah con la única vasija de aceite
puro que encontraron entre los restos de las ruinas.
Fue uno de los logros militares más deslumbran-
tes del mundo antiguo. Como decimos en nuestras
oraciones, fue una victoria de los pocos sobre los
muchos, de los débiles sobre los fuertes. Está resu-
mido en un versículo maravilloso del profeta Zaca-
rías: «no con fuerza ni con fuerza, sino con mi espí-
ritu, dice el Señor. Los Macabeos no tenían fuerza
ni fuerza, ni armas ni números. Pero tenían una
doble porción del espíritu judío que anhela la liber-
tad y está preparado para luchar por ella.
No pienses nunca que un puñado de personas en-
tregadas son incapaces de cambiar el mundo. Inspi-
rados por la fe, pueden cambiarlo. Los Macabeos lo
hicieron en su día, luego, nosotros podemos hacerlo.
2. La luz del espíritu nunca muere
Hay una pregunta interesante que los comentaris-
tas hacen sobre Janucá. Durante ocho días encen-
demos las velas, y cada noche pronunciamos la
bendición sobre los milagros: she-asah nissim la-
avotenu. Pero, ¿cuál fue el milagro de la primera
noche? La luz que debería haber durado un día
duró ocho. Eso significa que hubo algo milagroso
en los días segundo a octavo; pero el primer día no
hubo nada milagroso.
Quizás el milagro fue este, que los Macabeos
encontraron una vasija de aceite con su sello intac-
to, sin mancilla. No había ninguna razón para su-
poner que hubiera sobrevivido algo tras la profa-
nación sistemática de los griegos y sus partidarios
del Templo. Sin embargo, los Macabeos buscaron
y encontraron ese frasco. ¿Por qué buscaron? Por-
que tenían fe en que algo sobreviviría de la peor
tragedia. El milagro de la primera noche fue el de
la fe misma, la fe de que algo permanecería para
comenzar de nuevo.
Así ha sido siempre en la historia judía. Hubo
momentos en que otras personas habrían sucum-
bido en la desesperación: después de la destrucción
del Templo, o en las masacres de las cruzadas, o la
expulsión de España, o en los pogromos, o en la
Shoa. Pero los judíos no se sentaron a llorar. Re-
cogieron lo que quedaba, reconstituyeron a nuestro
pueblo y encendieron una luz sin igual en la histo-
ria, una luz que nos hablas a nosotros y al mundo
del poder del espíritu humano para sobreponerse
en cada tragedia y negarse a aceptar la derrota.
Desde los días de Moisés y la zarza que ardía
sin consumirse hasta los días de los Macabeos y la
única vasija de aceite, el Judaísmo ha sido el ner
tamid de la humanidad, la luz eterna que ningún
poder en la tierra puede extinguir.
3. Janucá en nuestros días
En 1991, encendí las velas de Janucá con Mikhail
Gorbachev, que hasta ese año había presidido la
Unión Soviética. Durante setenta años, la práctica
del Judaísmo había sido prohibida en la Rusia co-
munista. Fue uno de los dos grandes asaltos contra
nuestro pueblo y nuestra fe en el siglo XX. Los
alemanes buscaron acabar con los judíos; los rusos
quisieron acabar con el Judaísmo. Bajo Stalin, la
represión llegó a ser brutal. Luego, en 1967 después
de la victoria de Israel en la Guerra de los Seis Días,
muchos judíos soviéticos trataron de abandonar
Rusia e ir a Israel. No solo se le negó el permiso,
sino que a menudo los judíos afectados perdieron
sus trabajos y fueron encarcelados. Alrededor del
mundo, los judíos hicieron campaña para que los
prisioneros, llamados refuseniks, fueran liberados y se
les permitiera salir. Finalmente, Mikhail Gorbachev
se dio cuenta de que todo el sistema soviético era
insostenible. El comunismo había traído, no la liber-
tad y la igualdad, sino la represión, un estado policial
y una nueva estructura de poder. Al final se colapsó
y los judíos recuperaron la libertad de practicar la
religión judía ir a Israel.
Ese día de 1991 después de encender las velas,
Gorbachov me preguntó, mediante su intérprete,
qué habíamos hecho. Le dije que hacía veintidós
siglos, tras prohibición de la práctica pública del
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Judaísmo en Israel, los judíos lucharon y lograron su
libertad, y que estas velas fueron el símbolo de esa
victoria. Y continué: Hace setenta años, los judíos
sufrieron la misma pérdida de su libertad en Rusia, y
ahora Usted los han ayudado a recuperarla. Así que
Usted ha venido a ser parte de la historia de Janucá.
Cuando el intérprete tradujo esas palabras al ruso,
Mikhail Gorbachev se sonrojó. La historia de
Janucá todavía vive, todavía inspira, diciéndonos no
solo a nosotros sino también al mundo que, si bien
la tiranía existe, la libertad, con la ayuda de Dios,
triunfará siempre en la batalla final.
4. El primer choque de civilizaciones
Una de las frases clave de nuestro tiempo es el
choque de civilizaciones. Y Janucá es uno de los
primeros grandes enfrentamientos de la civiliza-
ción, entre los griegos y los judíos de la antigüedad,
Atenas y Jerusalén.
Los antiguos griegos crearon una de las civiliza-
ciones más notables de todos los tiempos: filósofos
como Platón y Aristóteles, historiadores como He-
rodoto y Tucídides, dramaturgos como Sófocles y
Esquilo. Produjeron arte y arquitectura de una be-
lleza que nunca ha sido superada. Sin embargo, en el
siglo II aC fueron derrotados por el grupo de com-
batientes judíos conocidos como los Macabeos, y
desde entonces Grecia como potencia mundial en-
tró en rápido declive, mientras que el pequeño pue-
blo judío sobrevivió a cada exilio y persecución y
todavía está vivo y en buena forma hoy en día.
¿Cuál fue la diferencia? Los griegos, que no
creían en un único y amoroso Dios, le dieron al
mundo el concepto de tragedia. Nos esforzamos,
luchamos, por momentos logramos cierta grande-
za, pero la vida no tiene un propósito último. El
universo no sabe ni le importa que estemos aquí.
El antiguo Israel le dio al mundo la idea de la
esperanza. Estamos aquí porque Dios nos creó
con amor y, mediante el amor, descubrimos el
significado y el propósito de la vida.
Las culturas trágicas eventualmente se desinte-
gran y mueren. Al carecer de un sentido acerca del
significado último, abandonan las creencias mora-
les y los hábitos de los que depende la continuidad.
Sacrifican la felicidad por placer. Venden el futuro
por el presente. Malogran la pasión y la energía que
les dieron una vez la grandeza. Eso es lo que le
sucedió a la Antigua Grecia.
El judaísmo y su cultura de esperanza sobrevi-
vieron, y las velas de Janucá son el símbolo de esa
supervivencia, del rechazo del judaísmo a desha-
cerse de sus valores por el glamour y el prestigio de
una cultura secular, en aquel entonces como ahora.
Una luz de esperanza puede parecer una cosa
pequeña, pero de ella puede depender la supervi-
vencia misma de una civilización.
5. La luz de la guerra y la luz de la paz
Hay una ley acerca de Janucá que encuentro con-
movedora y profunda. Maimónides escribe que «la
prescripción a propósito de las velas de Janucá es
muy valioso. Quien no tenga dinero para comprar-
las debe vender algo o, si es necesario, pedir pres-
tado, para poder cumplir con la mitzvah».
Surge, entonces, una pregunta: ¿Qué pasa si el
viernes por la tarde te encuentras con solo una
vela? ¿Cómo la enciendes, como una vela del
Shabat o como una de Janucá? No puede ser
ambas cosas. La lógica sugiere que debes encen-
derla como una vela de Janucá. Puesto que no
hay ninguna ley que prescriba vender algo o pe-
dir prestado para encender una vela en Shabat.
Con todo, la ley dice que, si te encuentras ante
esta elección, hay que encenderla como una vela
del Shabat. Y eso, ¿por qué?
Escucha lo que dice Maimónides: «La luz del
Shabat tiene prioridad porque simboliza la shalom
bayit, la paz doméstica. Y la paz es grande por-
que toda la Torah fue dada para crear la paz en
el mundo».
Piensa ahora en esto: Janucá conmemora una
de las mayores victorias militares en la historia
judía. Sin embargo, la ley judía dictamina que, si
solo podemos encender una vela, la luz de Shabat
tiene prioridad, porque en el Judaísmo la mayor
victoria militar viene en segundo lugar después de
la paz en el hogar.
¿Por qué de entre las civilizaciones del mundo
antiguo solo el Judaísmo ha sobrevivido? Porque
valoraba más el hogar que el campo de batalla, el
matrimonio más que la grandeza militar, y a los
niños más que a los generales. La paz en el hogar
importaba más a nuestros antepasados que la ma-
yor victoria militar.
De modo que, al celebrar Janucá, dedicamos un
pensamiento a la verdadera victoria, que no fue
militar sino espiritual. Los judíos eran las personas
que valoraban el matrimonio, el hogar y la paz
entre marido y mujer, por sobre la gloria más alta
en el campo de batalla. En el judaísmo, la luz de la
paz tiene prioridad sobre la luz de la guerra.
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6. El tercer milagro
Conocemos bien los dos milagros de Janucá: la
victoria militar de los Macabeos contra los griegos,
y el milagro de la lámpara de aceite, que debió ha-
ber durado encendida tan solo un día, pero estuvo
encendida durante ocho días. Hubo, sin embargo,
un tercer milagro que mucha gente no conoce.
Sucedió varios siglos después.
Después de la destrucción del segundo Templo,
muchos rabinos estaban convencidos de que
Janucá debería ser abolido, puesto que celebraba la
dedicación del Templo profanado. Pero el Templo
ya no existía. Había sido destruido por los roma-
nos bajo Tito. Ya sin el Templo, ¿qué motivo ha-
bría para celebrar?
El Talmud nos dice que en una ciudad al me-
nos, Lod, Janucá fue abolido. Sin embargo, con el
tiempo prevaleció la otra visión, razón por la cual
celebramos Janucá hasta el día de hoy.
¿Y por qué así? Porque, si bien el Templo fue
destruido, la esperanza judía no lo fue. Puede
que hayamos perdido el edificio, pero conserva-
mos la historia, el memorial y la luz. Y lo que
sucedió una vez en tiempo de los Macabeos po-
dría volver a suceder. Y fueron estas palabras, od
lo avdah tikvatenu, nuestra esperanza aún no se ha
perdido, las que se convirtieron en parte del
himno nacional, Hatikvah, que inspiró a los ju-
díos a regresar a Israel y reconstruir su antiguo
Estado. De modo que, al encender las velas de
Janucá, acuérdate de esto. El pueblo judío man-
tuvo viva la esperanza y la esperanza mantuvo
vivo al pueblo judío. Somos la voz de la espe-
ranza en la conversación de la humanidad.
7. Adentro / Afuera
En el Judaísmo no hay solo un mandamiento de
encender velas. Hay tres. Tenemos las velas del Sha-
bat, la única vela de Havdalá, y las velas de Janucá.
Las velas de Janucá solían estar encendidas
afuera, a la entrada de la puerta principal. Solo el
miedo a la persecución hizo que estas velas se en-
cendieran adentro. Pero en tiempos recientes el
Rebe Lubavitch introdujo la costumbre de encen-
der menorahs (candelabros) gigantes en lugares pú-
blicos para recuperar el espíritu original del día.
Las velas de Janucá son la luz que el judaísmo
aporta al mundo cuando no tememos anunciar
nuestra identidad en público, vivir de acuerdo con
nuestros principios y luchar, si es necesario, por
nuestra libertad.
En cuanto a la vela de Havdalah, que siempre
está formada por varias mechas tejidas juntas, re-
presenta la fusión de las dos, la luz interior del
Shabat, unida a la luz exterior que corresponde a
los seis días de la semana, cuando salimos al mun-
do y vivimos nuestra fe en público.
Cuando vivimos como judíos en privado, ilumi-
namos nuestros hogares con la luz de la Shekhina;
cuando vivimos como judíos en público, llevamos la
luz de la esperanza a los demás; y cuando hacemos
las dos cosas juntas, llevamos luz a todo el mundo.
Hubo siempre dos formas de vivir en un mun-
do, que a menudo está oscuro y lleno de lágrimas.
Podemos maldecir la oscuridad o podemos encen-
der una luz, y como dicen los Jasidim, una pequeña
luz expulsa muchas tinieblas. Que todos ayudemos
a iluminar el mundo.
8. Encender una luz con otra
Hay una discusión fascinante en el Talmud. ¿Pue-
des usar una vela de Janucá para encender otra?
Usualmente, por supuesto, tomamos otra vela, la
shamash, y la usamos para encender todas las velas.
Pero supongamos que no tenemos la tenemos.
¿Podemos, entonces, encender la primera vela y
luego usarla para encender las demás?
Dos grandes sabios del siglo III, Rav y Shmuel,
no estaban de acuerdo. Rav dijo que No. Shmuel dijo
que Sí. Normalmente tenemos una regla: cuando Rav
y Shmuel no están de acuerdo, hay que seguir a Rav.
Pero hay tres excepciones y esta es una de ellas.
¿Por qué Rav dijo que no puedes tomar una
vela de Janucá para encender las demás?
Porque el Talmud dice: ka mach-chish mitzvah, la
primera vela dismiuye. Inevitablemente, derramas algo
de cera o aceite. Y Rav dice: no hagas nada que
disminuya la luz de la primera vela.
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Pero Shmuel discrepa, y es él a quien hay que
seguir en este caso. ¿Por qué?
La mejor manera de responder es pensar en dos
judíos: ambos son religiosos, ambos están com-
prometidos, ambos viven vidas judías. Uno dice:
No debo involucrarme con judíos que son menos
religiosos que yo, porque si lo hago, mi nivel va a
decaer. Seré menos observante. Mi luz se verá
disminuida. Esa es la opinión de Rav.
Shmuel dice: No. Cuando yo uso la llama de mi
fe para encender una vela en la vida de otra persona,
mi condición de judío no disminuye. Crece, porque
ahora hay más luz judía en el mundo. Cuando se
trata de bienes espirituales, a diferencia de los bienes
materiales, cuanto más comparto, más tengo. Si
comparto mi conocimiento, mi fe o mi amor con
otros, no tendré menos. Puede que incluso tenga
más. Esa es la opinión de Shmuel, y así es como
finalmente se decidió esta prescripción.
Así, pues, comparte tu Judaísmo con los demás.
Toma la llama de tu fe y ayuda a que otras almas se
enciendan.