Abrir puertas al conocimiento científico conlleva abrirlas también a los dilemas morales.
El avance científico se está produciendo en muchos ámbitos y cada vez más rápido. La tecnología y la ciencia se fusionan para alcanzar la cúspide del conocimiento y su aplicación en la vida humana. Esto puede suponer, y supone, beneficios para la humanidad. No obstante, este progreso podría terminar por ser un retraso, una degeneración de la humanidad. Se empieza a ver cómo el aumento en el conocimiento acerca del funcionamiento del Sistema Nervioso, puede alterar valores fundamentales del ser humano: identidad, autonomía y privacidad. Aunque queda mucho por conocer del cerebro humano, se avanza sin cesar y deberíamos procurar mantener la integridad humana acotando el campo de acción de la neurociencia.
La Neuroética nace con la aspiración de limitar estas amenazas a las que nos puede dejar expuestos el avance de la neurociencia, es decir, del estudio del cerebro, para que la ciencia verdaderamente suponga un progreso y no un retraso de la civilización. Es una rama del árbol de la bioética en el bosque de la ética, pero tiene entidad propia. El cerebro es un órgano al que atribuimos la función de albergar las esencias del ser humano y es por ello que su manipulación indebida puede suponer la degradación de la persona. En este contexto, surgen los neuroderechos (privacidad mental, identidad personal, libre albedrío, protección frente a sesgos, equidad en el acceso), difundidos por Neurorights Foundation. Rafael Yuste, Roberto Adorno, Marcelo Ienca, Sara Goering, Judy Illes, son algunas de las personas que abogan por la implantación de estos nuevos derechos a nivel internacional. Sin embargo, de momento solo Chile a tomado medidas al respecto en su constitución.
Las pretensiones de este documento no van más allá de la divulgación de la ciencia y la filosofía. Por lo tanto, no requiere que la persona tenga conocimientos científicos o filosóficos previos, únicamente el interés por aprender. Esperamos que el lector sienta interés por la discusión filosófica de la ciencia, por preguntas como: ¿Qué son los neuroderechos? ¿Se debe regular el avance de la neurociencia? ¿La ciencia impacta en la vida cotidiana, en la sociedad, en la humanidad, o corre en paralelo? ¿Es ético el empleo de fármacos de potenciación de las capacidades cognitivas? ¿Las nuevas tecnologías en el ámbito de las ciencias del cerebro pueden repercutir en la identidad personal y la autonomía? ¿Es la privacidad mental igual a cualquier otro concepto de privacidad?
La ciencia avanza, es imparable, y es profundamente beneficiosa para el ser humano, para explotar sus cualidades y saciar sus ganas de conocer. No obstante, la ciencia no supone tal beneficio si no se acompaña de la reflexión, de la filosofía.
“Change is scientific, progress is ethical; change is indubitable, whereas progress is a matter of controversy” – Bertrand Russell.