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MARCO POLO TELLO VELASCO
¿Y Cómo se Llama el Niño?... Se llama
Juan Diego.
Experiencias de Apoyo Binacional e Historias de Vida de
los Migrantes Agrarios de la Región Mixteca Oaxaqueña en
el Estado de Oregon, EUA, a Través de un Programa de
Alcance a la Comunidad.
Segunda Edición 2019
ISBN: 9781703981254
Se agradece el apoyo desinteresado de:
Fundación Ixcaquixtla ( Ѓuμdαtιομ “υɛν ακι” )
México
© Derechos reservados por el autor.
Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida o
transmitida, mediante algún sistema o método,
electrónico o mecánico (incluyendo el fotocopiado,
la grabación o cualquier sistema de recuperación y
almacenamiento de información), sin consentimiento
por escrito del editor.
i
Presentación -
La situación de los inmigrantes ilegales mexicanos, así como la
forma en que viven en EUA, es prácticamente un mito en
México. A través de datos, anécdotas, entrevistas e historias, el
Dr. Marco Polo Tello Velasco nos va develando la verdad,
mostrando lo que los migrantes oaxaqueños experimentan en
los campos agrarios de Oregon, EUA. Entrelazando
estadísticas, información y datos, con las entrevistas a los
involucrados en los programas de alcance social, el autor nos
hace sentir, ser empáticos, no sólo la frialdad de los números y
lo que implican sobre la situación económica que enfrenta la
población mixteca oaxaqueña en su terruño de origen. Utiliza
de manera acertada los nombres de los entrevistados, como son
el joven Prisciliano, Doña Porfiria, la familia Hernández,
Vianey, Juventino González y el Padre Hugo Maese, entre
otros, pone al lector en el lugar de los mismos, provocando una
mejor comprensión de la experiencia. Los relatos ágiles y
sencillos, escritos utilizando una prosa natural y llena de
sentimientos, hacen que el lector comprenda lo que los
inmigrantes sienten y viven al trabajar día a día en la pizca de
bayas. Definitivamente, el contenido del libro logra su
cometido: dar a conocer la situación y humanizarla.
De esta manera, dejo al lector la amena labor de leer el
atractivo relato de estas vivencias plasmadas por mi querido
amigo, gran profesional y estudioso de la situación migratoria.
“Aquí no se habla, sólo se camina… y se muere”
(Frase de una historia contada al autor por un inmigrante en
EUA.)
M.A. Cecilia Ibarra Cantú
Doctorante en Administración
Universidad de Huddersfield
Reino Unido
ii iii
Contenido
Presentación -...........................................................iv
- Introducción - .........................................................1
Capítulo 1. El Contexto del Apoyo y del Alcance
Social Binacional México-Estados Unidos de
América en el Estado de Oregon. .............................4
Capítulo 2. La Situación de la Migración en el
Estado de Oaxaca....................................................12
Capítulo 3. El Centro Memorial de Salud Virginia
García......................................................................23
Capítulo 4. Historias de Vida de los Trabajadores
Migrantes Oaxaqueños en el Estado de Oregon.....27
- Entrevista con un Trabajador Migrante Agrario
Oaxaqueño-.........................................................29
- Entrevista con una Trabajadora Migrante
Agraria Oaxaqueña-............................................38
- Entrevista con los Integrantes de la Familia del
Señor Luis Hernández, Trabajador Migrante
Agrario Oaxaqueño- ...........................................41
- Entrevista con una Trabajadora Migrante
Agraria Oaxaqueña-............................................47
Capítulo 5. La Realidad del Trabajo en los Ranchos
de Oregon desde el Punto de Vista de los Capataces,
Trabajadores Sociales y Promotores de Apoyo
Social. .....................................................................53
- Entrevista con el Señor Juventino González,
Capataz de Campo – ...........................................53
- Entrevista con un Promotor de la Salud del
Centro Memorial de Salud Virginia García –.....58
- Entrevista con el Reverendo Padre Sacerdote
Católico Hugo Maese –.......................................65
- Entrevista con una Trabajadora del Centro
Memorial de Salud Virginia García –.................70
iv
- Entrevista con una de las Fundadoras y Jefa de
Operaciones del Centro Memorial de Salud
Virginia García – ................................................73
Conclusiones...........................................................82
Referencias..............................................................91
1
In Memoriam.
Requiescat in Pace, Amen.
Decana Emérita Dra. Kristine Nelson
Escuela de Trabajo Social, Portland State University
Portland, Oregon, EUA
(23/08/1943 - 22/04/2012)
(Fotografía: Marco Polo Tello Velasco)
La Dra. Kristine Nelson murió en paz el domingo 22 de abril
del 2012, después de una larga lucha contra el cáncer. Ella se
graduó de la Licenciatura en Artes en la Universidad de
Stanford, obtuvo su Maestría en Trabajo Social en Sacramento
State University y su Doctorado en Trabajo Social en la
Universidad de California, Berkley en 1980. En 1993 ingresó a
la Escuela de Trabajo Social de Portland State University,
2
como una profesora de tiempo completo. Fue nombrada decana
de dicha escuela en 2005.
En el verano de ese mismo año y gracias a sus
gestiones con el Dr. Marco Polo Tello Velasco (oriundo de la
Ciudad de Puebla, México y profesor visitante de la Portland
State University), se inició el proyecto: apoyo de alcance a la
comunidad para migrantes agrarios mexicanos en distintos
condados del Estado de Oregon.
Su liderazgo fue ejercido en distintos niveles a través
de servicio comunitario, enseñanza y administración. Tenía una
vocación inagotable para el trabajo social dentro del sistema
universitario, así como en las redes académicas nacionales e
internacionales. En el año 2010, Kristi recibió un
reconocimiento por su trayectoria por parte de la Asociación
Nacional de Trabajo Social de Oregon.
Kristi fue una mujer de coraje, quien hizo muchas
contribuciones a la Escuela de Trabajo Social y al mundo en el
que ella creyó. Era una apasionada abogada de la justicia
social.
3
Migrantes en su camino al cruce fronterizo.
(Fotografía: Sitio de Internet Google Images, Etiquetada Para
Reutilización).
“Antes de llamarlos inmigrantes “ilegales”, consideremos
nuestra historia.
Los afro-americanos eran “ilegales” de acuerdo con la
Constitución del Estado de Oregon en 1857. No era permitido
ni que vivieran ni que trabajaran en el estado.
Los chinos eran “ilegales” a ellos se les tenía prohibido
emigrar a América. Los nativos americanos fueron alguna vez
tildados de “ilegales”, no permitiéndoseles el hablar sus
propias lenguas o vivir en su propia tierra. Alguna vez fue
“ilegal” para las mujeres votar.
Ningún ser humano es ilegal. Las leyes injustas pueden ser
cambiadas. Aquellos que ignoran la historia están condenados
a repetirla”.
Jamie Partridge
Portland, Oregon, EUA
The Portland Tribune
Viernes 20 de Julio del 2007
4 5
Personaje del ejército norteamericano.
(Fotografía: Sitio de Internet Google Images, Etiquetada Para
Reutilización.)
6 7
“Yo soy un soldado profesional, graduado en la Academia
Militar de los Estados Unidos, comandante del Tercer
Regimiento de Infantería. Yo soy un ayudante del General
Zacarías Taylor.
Como el Presidente Polk, Taylor quería una guerra con
México, y entonces él movió tropas hacia el Río Grande –
territorio reclamado por ambos, México y Tejas – para
provocar a los mexicanos. Eventualmente los mexicanos
atacaron, como Taylor y Polk sabían lo harían.
Y ahora los líderes de los EUA tienen su guerra. Los Estados
Unidos no tienen ningún derecho para moverse dentro de
México.
El gobierno está buscando la guerra para que pueda tomar de
México tanto como quiera. Estados Unidos es el agresor. Mi
corazón no está en esta guerra.
Pero soy un oficial de la Armada de los Estados Unidos y yo
debo llevar a cabo mis órdenes”.
Coronel Ethan Allen Hitchcock
Guerra de Estados Unidos - México
1846 – 1848
8 9
“Nosotros no cruzamos la frontera, la frontera nos cruzó a
nosotros”.
Romeo Sosa.
Portland VOZ
Migrante vigila a la patrulla de vigilancia de migración que se
encuentra del otro lado de la frontera mexicana.
(Fotografía: Sitio de Internet Google Images, Etiquetada Para
Reutilización.)
10 11
- Introducción -
El proyecto de apoyo social binacional para migrantes agrarios
oaxaqueños, particularmente de la Región Mixteca, en el
Estado de Oregon, Estados Unidos de América, se realizó en
los periodos de verano de los años 2007 y 2012, a través de un
programa de alcance a la comunidad tripartito. El cual
involucró al equipo de apoyo del Centro Memorial de Salud
Virginia García (Virginia García Memorial Health Center) del
Estado de Oregon, a alumnos de maestría del Departamento de
Trabajo Social de Portland State University y a médicos,
odontólogos y enfermeras del sector salud de los Estados de
Puebla, Tlaxcala y Oaxaca, México, con el beneplácito del
Consulado Mexicano en Portland, Oregon.
Se interactuó con migrantes oaxaqueños itinerantes,
quienes llegan al Estado de California de la Unión Americana
en la primavera, luego se trasladan a los ranchos localizados en
varios condados en el Estado de Oregon en el verano y,
finalmente, algunos de ellos entre el fin del verano e inicio del
otoño, se trasladan al Estado de Washington.
Durante dos meses, al final de las jornadas de trabajo
de los migrantes, el equipo tripartito efectuó actividades de
apoyo médico y odontológico a través de la clínica rodante del
Centro Memorial de Salud Virginia García, así como apoyo
psicológico, juegos y convivencias con niños.
12
Se brindó asesoría legal, familiar y civil a través del
consulado de México en Portland, Oregon, y se difundió
información para prevenir adicciones, alcoholismo y prácticas
sexuales riesgosas.
Se concluyó que es importante ejercer la medicina y psicología
preventivas para los migrantes agrarios y que los servicios que
se les provean deben ser físicos, de apoyo en su lengua, además
de económica y culturalmente accesibles. El uso de una clínica
móvil, probó ser efectivo en la provisión de salud en zonas
rurales no atendidas.
13
Capítulo 1. El Contexto del Apoyo y del Alcance
Social Binacional México-Estados Unidos de
América en el Estado de Oregon.
En el verano del año 2005 asistí, en mi tercer año como
profesor visitante, a la Escuela de Negocios de Portland State
University —hermosa Universidad urbana en Portland,
Oregon— invitado por el entonces Director del Centro de
Estudios Internacionales de esa escuela, el Dr. Earl Molander.
Como requisito de nuestra visita, los varios profesores
extranjeros que habíamos sido invitados, participábamos en
una serie de conferencias dictadas para cualquier interesado de
la comunidad y denominadas “Tour of the World at Home”. Mi
conferencia versó sobre aspectos sociales y demográficos de
México, al final de mi participación se acercó a mí una persona
amable y bondadosa, la Dra. Kristine Nelson, Directora de la
Escuela de Graduados de Trabajo Social de la antes nombrada
Universidad Estatal de Portland. Ella me planteó la necesidad
de que su departamento se vinculara, académicamente, con
otras personas de otros países para realizar algunas actividades
conjuntas. Me preguntó si la idea me interesaba, a lo que
respondí afirmativamente y yo le dije que sí. Entonces
convenimos una reunión al día siguiente en el Café Starbucks
University Place, situado frente al Centro Para Estudiantes,
lugar donde yo había dictado la conferencia.
14
Acudimos sin falta al día siguiente y, entre una taza y
otra de capuchinos y expresos, surgió la idea de relacionarnos
con la Clínica Virginia García, con operaciones en el Estado de
Oregon, ya que ésta tenía un programa de apoyo a migrantes
agrarios mexicanos que trabajan cosechando en varios ranchos
pertenecientes a condados aledaños a la Ciudad de Portland. De
inmediato la idea fue acogida y se empezó a trabajar en ella,
con el apoyo logístico y relacional del Dr. William (Ted)
Donlan, profesor de tiempo completo de la Escuela de
Graduados de Trabajo Social de Portland State University.
En la primavera siguiente volví a Portland. Esta vez
fui llevado a la Clínica Virginia García ubicada en Cornelius,
Oregon. Allí me encontré con la Lic. Ignolia Duyck, Directora
de Programas de Alcances a la Comunidad, y con la
Trabajadora Social Rosa Rivera, coordinadora de estos
programas.
El Centro Memorial de Clínicas Virginia García,
cuenta con una clínica móvil, para atender cuestiones médicas
y odontológicas sencillas y/o rutinarias. Ésta es una clínica
acondicionada especialmente para ello, en una camioneta de
cabina larga. Dicha clínica visita nueve ranchos en el Condado
de Washington y cuatro en el Condado de Yamhill, de manera
frecuente e itinerante en los meses de mayo a agosto, meses en
que los migrantes están trabajando en las cosechas. En
promedio, atiende a treinta personas en cada visita.
15
La clínica móvil es responsable de una de cada cinco
consultas que se brindan a los migrantes. Los males más
comunes son la tendinitis y los dolores de espalda, así como
problemas respiratorios, parasitosis, infecciones de la piel e
intoxicaciones por el manejo de productos químicos. Existen
también otros padecimientos más complicados, los cuales
suelen ser atendidos en alguna de las clínicas fijas.
Rosa Rivera me llevó por primera vez a los ranchos,
visitamos el Campo Azul. Allí Rosa saludó a un migrante, que
quedó parcialmente incapacitado para caminar, al lesionarse
una pierna al trabajar. Por fortuna, él había sido atendido
previamente en la Clínica Virginia García y, en esta ocasión,
ella sólo le informó cuándo sería su próxima curación y le
preguntó dónde podría recogerle. Después llegamos al área
donde viven los migrantes y sus familias. Ellos les llaman
cabinas, pero realmente son una especie de barracas de madera
alineadas. En cada una de ellas hay varios habitáculos, donde
viven individuos o familias. Allí duermen varias personas a la
vez, mientras que sólo hay una cocina, un comedor y un baño
que se comparten en cada barraca. Las instalaciones, aunque
sencillas, son dignas, decorosas y las mantienen limpias.
Estas instalaciones paupérrimas me recuerdan
documentales históricos que he visto sobre la Segunda Guerra
Mundial, en particular comparo estas barracas con las de los
campos de concentración que los nazis usaron para confinar a
los judíos que expulsaron de sus ghettos.
16
Campo Azul en McMinnville, Oregon. Cabinas donde viven los
migrantes agrarios mexicanos y sus familias.
(Fotografía de Marco Polo Tello Velasco)
Entramos a una de las cabañas y Rosa Rivera toca la
puerta de uno de los cuartos. Sale una señora con un niño en
brazos y Rosa le pregunta si está la persona que busca. La
señora le indica que se encuentra descansando en el cuarto
contiguo. Rosa agradece y toca la puerta contigua. Se oye una
voz ahogada y entrecortada, como de un paciente que le indica
que pase. Ella entra y yo, prudentemente, le espero afuera del
cuarto.
Observo a la señora de aspecto humilde, ataviada
con una falda de lana, blusa blanca con encajes de colores y
unas trenzas atadas en rosca en la parte superior trasera de la
cabeza. Su cabello era oscuro, su tez madura y curtida por el
sol.
17
Al cabo de un momento comienzo a hacerle plática,
qué de dónde es, que cuándo llegó, qué, si dejó a su familia, en
fin, espeto aquellos clichés de información consabida que el
forastero investigador siempre quiere saber da cada migrante.
De pronto, mi atención se fija en el bebé, pequeño
pero correoso, también moreno, con las características
morfológicas de nuestros indígenas autóctonos, errónea y
despectivamente llamados indios en los campos de México.
Está bien nutrido, es notorio que se está criando bien. No se
puede olvidar que él ya nació en un país de primer mundo. Es
un ciudadano norteamericano.
Con ello quizás se ha alcanzado, sin planearlo
tácitamente, parte del tan anhelado “sueño americano”. Para él
no habrá cruces de frontera riesgosos ni deportaciones, tal vez
menos discriminación, y tendrá la posibilidad de insertarse en
una sociedad económica de clases, la posibilidad de un trabajo
digno, la factibilidad de educarse, de recibir subsidios y apoyos
médicos y sociales, educación de calidad, en fin, un mundo de
amplio espectro, de posibilidades en potencia.
Me acerco al rollizo bebé, tímidamente le hago una
caricia en la mejilla y le preguntó a la madre: ¿Y cómo se
llama el niño?
Esperando me contestara James, Robert, Arthur o quizás Peter
o Thomas, con una sonrisa en los labios me contesta… ¡Se
llama Juan Diego!
18
El resto de la historia se gesta como fruto de
entrevistas de campo hechas en el marco de un proyecto de
apoyo social a migrantes agrarios mexicanos que trabajan en el
Estado de Oregon, Estados Unidos de América, mediante un
programa binacional de alcance a la comunidad, en
colaboración con el Centro Memorial de Salud Virginia García
y Portland State University.
Los migrantes trabajan pizcando o cosechando los
frutos denominados bayas, en especial, los arándanos. Los
arándanos son consumidos en la dieta diaria del
norteamericano como fruta fresca, deshidratada o congelada.
Se incorporan a comidas dulces o saladas, en aplicaciones
industriales, farmacéuticas y también el ramo alimenticio. En
Norteamérica, su popularidad en el consumo ha logrado que se
cultive desde comienzos de 1900, en lugares agrícolas y
climáticos distantes y distintos.
La producción mundial de arándanos en el 2006 fue de
225 mil toneladas. Un 30%, es decir, 67.5 mil toneladas se
producen en tierras de cultivo.
El primer país productor, importador y también
consumidor en el mundo es Estados Unidos de América y
prácticamente toda la cosecha de la costa oeste de arándanos es
levantada por migrantes mexicanos. Se estima que el
crecimiento del mercado es del orden del 1% anual.
19
En este proyecto realizado se pudo constatar que,
mientras en los campos de Oregon el pago a destajo por una
libra pizcada de arándanos (blue berries) era de $ 0.20 dólar
por libra, el precio final al consumidor en el supermercado
Safeway de Portland era de $ 3 dólares por libra.
20 21
Capítulo 2. La Situación de la Migración en el
Estado de Oaxaca.
Uno de los problemas fundamentales de México es la
migración hacia los Estados Unidos de Norteamérica. Debido
al desigual desarrollo económico y a presiones de flujos
migratorios que no se han podido regular, las zonas rurales de
México han sido abandonadas por los campesinos que han
emigrado. Estas regiones se encuentran deterioradas, infértiles,
ya no se siembra, ya no son útiles a sus habitantes, en fin, ya no
hay incentivos económicos para su reactivación. La razón es
simplemente que no hay quien las cultive, pues irse al otro lado
de la frontera, al norte, resulta ser más atractivo y mucho más
rentable.
Según Delgado y Mañán (2005), Estados Unidos de
América es el país de mayor migración en el mundo y el
contingente de inmigrantes mexicanos, constituye el núcleo
mayoritario: 28.7%.
La Oficina del Censo de los Estados Unidos indica que
actualmente hay 31.7 millones de hispanos en su territorio,
11.7% de la población total, de los cuales casi veinte millones
son de origen mexicano. Se estima que sólo en el Estado de
California hay 500 mil oaxaqueños indígenas.
Las remesas son la tercera fuente de ingreso en
Oaxaca, después del turismo y del café. Aproximadamente se
22
reciben de 10 a 15 millones de pesos cada día por concepto de
envío de remesas desde los Estados Unidos de América al
Estado de Oaxaca.
Durante el foro sobre migración efectuado el 12 de
mayo del 2010 en Huajuapan de León, Oaxaca, por el entonces
candidato al gobierno del Estado por la coalición de partidos
políticos Partido Acción Nacional-Partido de la Revolución
Democrática-Convergencia y Partido del Trabajo, Gabino Cué
Monteagudo, ofreció los siguientes datos dramáticos sobre el
fenómeno de migración en el Estado de Oaxaca:
1- Oaxaca es considerado un Estado de fuerte expulsión. Más
del 50% de sus municipios revelan altos índices migratorios,
principalmente aquellos donde está asentada población
indígena.
2- Durante el período 2005–2009, en el gobierno presidido por
Ulises Ruíz Ortíz, del Partido Revolucionario Institucional,
cada año se incorporaron al flujo migratorio internacional poco
más de 47 mil personas buscando llegar principalmente a los
Estados Unidos de América, motivados principalmente por la
falta de empleo, oportunidades, pobreza y conflictos por la
tierra.
3- En el período 2005-2009 han muerto más de 1 mil 100
migrantes, en parte esto se debe a que la mayoría de los
migrantes son indocumentados, situación que los convierte en
víctimas reales o potenciales de un sinnúmero de atropellos. En
23
promedio más de 200 oaxaqueños migrantes pierden la vida
cada año huyendo de la pobreza y la marginación.
4- Mientras que el promedio del producto interno bruto por
persona a nivel nacional es de 114 mil 874 pesos, en el Estado
de Oaxaca es de 48 mil 689 pesos, el 0.42% respecto del
nacional. Este dato ubica a la entidad federativa oaxaqueña en
el penúltimo lugar a nivel nacional, superado únicamente por el
Estado de Chiapas.
Según el informativo “Sexenio de Oaxaca”, con cifras
del año 2012, se estima que hay al menos dos millones de
oaxaqueños en la Unión Americana, de los cuales quinientos
mil no saben leer ni escribir y doscientos mil no han concluido
sus estudios de secundaria. Ante esta triste realidad, el
Gobierno del Estado de Oaxaca, a través del Instituto Estatal de
Educación Para los Adultos, firmó un convenio con
consulados, organizaciones de oaxaqueños que radican en los
Estados Unidos y universidades públicas extranjeras para
efectuar misiones de alfabetización que apoyen, especialmente,
a jornaleros migrantes.
“Dime cómo llegaste y te diré quién eres”, es un viejo adagio
que se oye con frecuencia allende la frontera, como evocando
las dramáticas historias de cruce.
Las historias de los migrantes mexicanos son muy
parecidas, pero, al mismo tiempo, son muy distintas entre sí.
En lo particular, recuerdo una que me contó de viva voz un
24
migrante en uno de los ranchos donde ellos pizcan los
arándanos. Él y un grupo de personas se engancharon con un
pollero, mismo que los llevó a cruzar por el lado de Arizona.
Se escondían en el día y caminaban en la noche. Con el grupo
viajaba una mujer con sus hijas. Las mujeres y los niños iban
atrás de la caravana y un hombre iba en la retaguardia para
ayudarles e impulsarles a continuar la caminata. La niña menor
empezó a platicar, quizás inconscientemente temerosa de la
obscuridad de la noche y de los peligros del desierto, pero su
madre le advirtió, previendo que en el silencio del desierto
aquella vocecita pudiese ser escuchada por los vigilantes o los
asaltantes del camino: “Aquí no se habla, sólo se camina”. Y
la consigna se cumplió. De repente, en medio del paso
andariego, la niña cayó. Inmediatamente las personas se
acercaron a ver lo que sucedió. La niña estaba muerta. La
sombra de la noche cobró una víctima. Había sido mordida por
una serpiente venenosa sin que nadie se hubiese percatado y,
dramática y valientemente, sin que ella rompiese la puntual
consigna de su madre que, horriblemente se transformó en:
“Aquí no se habla, sólo se camina… y se muere”.
En general puede decirse que la Región Mixteca es la
principal expulsora de población la cual se dirige
principalmente hacia los estados de California, Oregon y
Washington, de los Estados Unidos de América. Al principio
de la década de 1990 había un estimado de 45 mil a 55 mil
mixtecos en el Valle Central de California en agricultura.
25
De acuerdo con Anguiano (2010), los predios menores
de dos hectáreas de tierra empobrecida y erosionada con que
cuentan las familias mixtecas, no les proporcionan recursos
para vivir ni al mínimo de subsistencia. Entonces, se han visto
obligados a emigrar de sus comunidades, más intensamente a
partir de la década de los años ochentas. Ellos, los mixtecos,
representan uno de los grupos étnicos más numerosos de
México que se han desplazado a los Estados Unidos de
América. Han emigrado en busca de empleos en el campo y en
las ciudades y en su peregrinar, para su sobrevivencia, han
creado una bien integrada red de relaciones sociales. Los
conceptos de familia, lazos parentales, compadrazgo, tan
atados y fuertes en la cultura mixteca, han cobrado intensidad
más allá de la frontera.
Para la investigadora Valentina Glockner (2010), no
todo lo que impulsa a la migración es carencia. Hay quienes
deciden migrar porque quieren conocer otros lugares, otras
personas, costumbres, paisajes. Otras maneras de ver el mundo
para regresar a su tierra llenos de conocimientos y vivencias
para contar y compartir. Por esto, la investigadora considera
que la migración por sí misma, no va a terminar con cultura
indígena alguna, todo lo contrario, sucede que al enfrentarse a
otra cultura se termina reforzando la identidad. “Al encontrarse
frente a las duras condiciones de trabajo y de subsistencia, o a
la nostalgia que no tarda en hacerse presente, los migrantes se
aferran a la ayuda, a la compañía y al consuelo que sus
paisanos les brindan, robusteciendo su identidad, sus
26
costumbres y sus tradiciones, al tiempo que las transforman y
fortalecen su sueño transnacional o su ideal de vida moderna y
cosmopolita. Y esto, de ninguna manera quiere decir que su
cultura se esté perdiendo. Con sus trayectos itinerantes, sus
experiencias nómadas y sus afanosas vidas completadas “al
otro lado”, los migrantes están permanentemente creando
cultura. Algunas veces refuerzan sus creencias y costumbres,
revitalizándolas, y otras tantas las modifican para adaptarlas a
nuevos contextos sociales, económicos e incluso políticos, y
esto también los revitaliza”.
Desde el punto de vista de la investigadora, todos
tenemos el derecho de transitar libremente por territorios y
naciones, lo que no es aceptable es que millones de mexicanos
migren hoy día no por ejercer dicha libertad, sino por la
carencia, la incertidumbre, la incapacidad y errores de los
políticos en este país y su ideología que privilegia lo moderno,
lo urbano, lo industrial, lo material, lo individual, el egoísmo,
el beneficio y el capital sobre todo aquello que representa la
vida de los campesinos, de sus comunidades indígenas. Ellos
tienen su propia cosmogonía, sus propios ritmos, los ritmos de
la tierra y de la lluvia, los vientos y las estaciones, la siembra y
la cosecha, en fin, “el tiempo de Dios”, su vida históricamente
encajaba de manera perfecta con la naturaleza. Los conceptos
de progreso, desarrollo y éxito no existían, porque no tenían
referente y no se necesitaban ni para describir ni para entender
sus propias vivencias.
27
En una nota periodística publicada en el Diario de la
Mixteca el 12 de febrero del 2012, se afirma que se encuentran
en el olvido los jornaleros de la Región Mixteca que trabajan
en Estados Unidos. De acuerdo a la fuente, sólo 1661, cuentan
con seguridad social por parte de sus patrones, el resto que son
más de 30 mil se encuentra totalmente desprotegidos,
trabajando incluso en condiciones deplorables, sin embargo,
prefieren vivir así porque tienen un empleo a regresar a sus
pueblos en donde no lo hay.
Ese mismo diario, publica el 6 de junio del 2012 otra
nota preocupante, donde el jefe de la jurisdicción sanitaria 05
en la Región Mixteca, el Médico Tomás Chiñas Santiago,
advirtió a un grupo de migrantes que se encontraban en esta
demarcación, mismos que se encuentran trabajando en campos
agrícolas de los Estados Unidos de América, que existen
algunos fertilizantes que están originando enfermedades
severas a los connacionales. Les advirtió a los jornaleros
agrícolas que el mal uso de los fertilizantes o agroquímicos está
originando graves enfermedades en los migrantes mixtecos, lo
que reconoció como la enfermedad agroquímica, o bien cáncer,
ya que el uso excesivo de este producto trae severas
consecuencias al sistema inmunológico de las personas. Les
pidió ser cuidadosos y evitar tener contacto con los mismos,
pues “ésta situación ha hecho que muchos migrantes mueran en
la Unión Americana, ya que el estado de la enfermedad está
muy avanzado y el tratamiento médico ya no es eficaz”.
Finalmente, el médico les recomendó a los migrantes revisar
28
los sitios a donde deben de ir a trabajar, con la finalidad de
extremar precauciones y cuidar su salud.
Chiñas Santiago comentó que en la Región Mixteca
existen 75 municipios con alto índice de migración y apuntó
que las localidades con alta población migrante son: San
Martín Peras, seguido de San Juan Mixtepec, San Agustín
Atenango, San Antonio Yodonduza, Putla Villa de Guerrero,
San Martín Itunyoso, Santo Domingo Tonalá, Guadalupe de
Ramírez, Santos Reyes Yucuná, Santiago Tamazola y Santa
María Zacatepec, entre los principales.
En la década de los años ochentas, cuando Juan
Ramón Reyes era todavía un adolescente de 14 años que en
busca de fortuna llegaba a Estados Unidos desde la Sierra
Mixteca de Oaxaca, el Síndrome de Inmunodeficiencia
Adquirida (SIDA) apenas empezaba a conocerse.
“Discretamente se hablaba de una enfermedad ‘rara’ que
afectaba a los gays: un tal al SIDA”. (Dossierpolítico.com,
2006)
“Son prácticas homosexuales que niegan, porque es un
tabú, es como si fuera un pecado muy grande, además de que
en mixteco no hay forma de decir gay”, comenta Juan Ramón,
quien es miembro del Frente Indígena de Organizaciones
Binacionales (FIOB) y se dedica a dar pláticas en mixteco a sus
paisanos.
29
“La mayoría de todos nosotros no sabíamos —y
todavía muchos no saben— qué es un condón, qué es el
SIDA”, dice Juan Ramón, indígena oaxaqueño radicado en el
norte del condado de San Diego, donde hay una gran
comunidad mixteca. Al dejar a sus esposas en Oaxaca por
dirigirse al norte, sus necesidades sexuales las satisfacían con
prostitutas y, en algunos casos, con los mismos hombres.
Admite haber mantenido relaciones sexuales con las prostitutas
que cada fin de semana les llevaban los patrones a los campos
agrícolas con quienes gastaban una buena parte de su cheque.
“El mixteco no sabe lo que es el condón, ni cuáles son
las enfermedades, por eso yo me encargo de explicarles en su
lengua, para educarlos sobre el sida, la gonorrea, la sífilis, la
clamidia, la hepatitis…, los estamos educando acerca de dónde
viene la enfermedad, por qué se contagian, por qué es necesario
usar el condón, además de decirles que se hagan la prueba [de
SIDA]”, comenta.
Carlos Magis, Director de Investigaciones del Centro
Nacional para la Prevención y Control del SIDA (CENSIDA),
explica que la vulnerabilidad de los migrantes ante el SIDA es
debida a que están experimentando la vida de las grandes
urbes, donde no entienden el idioma, enfrentan otros criterios
culturales y que, al permanecer en forma no autorizada en el
país, son excluidos de los servicios de salud. (Ibídem.)
30
“Encontramos que los migrantes tienen más parejas
sexuales, usan más drogas y contratan más seguido prostitutas,
lo que los pone en alto riesgo; es decir, hay un aumento de
riesgo de infectarse cuando emigran”, comenta el Doctor
Magis.
Otros resultados preliminares del estudio del
CENSIDA, revela que los migrantes que están siendo
infectados en el Estado de California están diseminando el
virus de esta enfermedad en sus comunidades cuando regresan
a territorio mexicano. Lo preocupante es que muchos de estos
migrantes son itinerantes y trabajan por temporadas de
cosechas también en otros estados de la unión americana, como
Oregon y Washington.
La preocupación es mayor, ya que el SIDA está
llegando a las comunidades rurales de donde provienen los
migrantes, principalmente de los pueblos indígenas, donde las
mujeres son las más vulnerables, señala una conclusión de la
Iniciativa SIDA México-California.
Odilia Romero, coordinadora de asuntos de la mujer
del Frente Indígena de Asuntos Binacionales, coincide en que
la situación de los mixtecos es grave “Porque la situación del
VIH en las comunidades indígenas crece cada vez más, y es
por la falta de información en los idiomas indígenas, porque no
hay recursos, además de que andan haciendo sus travesuras, se
31
infectan y luego llevan el virus a casa y así se va
transmitiendo”, dice esta activista de origen oaxaqueño.
Como organización no gubernamental, la FIOB lleva a
cabo talleres de prevención, como los que realiza Juan Ramón,
el mixteco que llegó hace 20 años a Estados Unidos y no
conocía el condón. Los talleres son en diversos idiomas
indígenas, además de que distribuyen condones y se realizan
pruebas de SIDA.
“Les causa risa que les regalemos condones”, dice
Odilia. Y eso se debe a que “muchos no los conocen y no
conocen las enfermedades venéreas. Desde los años 80, cuando
apenas aparecía la enfermedad, poco a poco la gente empieza a
saber más. Desafortunadamente, a muchos migrantes,
indígenas la mayoría, la noticia del SIDA les llega
directamente a la sangre, cuando ya han sido infectados”.
32 33
Capítulo 3. El Centro Memorial de Salud
Virginia García.
En 1975, la niña de seis años de edad Virginia García y sus
padres viajaron de trabajadores agrícolas desde su casa en
Mission, Texas, a California y Oregon, para trabajar en los
campos. En el trayecto, Virginia se cortó el pie y en el
momento en que llegaron a Oregon, éste ya se le había
infectado. Debido a las barreras económicas, lingüísticas y
culturales a la asistencia médica, Virginia murió irónica y
trágica, pero simbólicamente el Día del Padre de 1975, justo
cuando su progenitor se encontraba cosechando bayas. Murió a
causa de lo que fue una herida que pudo haberse tratado
fácilmente. Movida a la acción por la muerte innecesaria de
Virginia, la comunidad rápidamente se organizó para abrir la
primera clínica que a la postre daría origen a la constitución del
Virginia García Memorial Health Center.
Aquella primera clínica inició en un garaje para tres
coches, con la firme decisión de evitar que tragedias similares
volviesen a ocurrir.
Hoy en día, Virginia García, como popularmente se le
reconoce, recibe más de 132,000 visitas a la oficina y atiende a
más de 34,000 pacientes al año en los condados de Washington
y Yamhill en sus cuatro centros de atención primaria
34
localizados en Beaverton, Cornelius, Hillsboro y McMinnville,
tres consultorios dentales, y dos en escuelas que fungen como
centros de salud, ubicadas en Tigard y Forrest Grove. También
proporciona cobertura en las ferias de salud comunitarias y
para los trabajadores agrícolas migratorios y temporales en los
campos locales, a través de la clínica móvil.
El Centro de Salud MemorialVirginia García sirve a
los residentes de Washington y Yamhill con clínicas dotadas
con médicos altamente calificados, enfermeras, asistentes
médicos, trabajadores sociales y otros profesionales de la salud.
Cada sitio ofrece una mezcla ligeramente diferente de los
servicios, por lo que los pacientes pueden empezar a mirar a la
clínica más cercana, pero son bienvenidos a ponerse en
contacto con cualquier clínica.
Centro Memorial de Salud Virginia García en McMinnville, Oregon.
(Fotografía de Marco Polo Tello Velasco)
35
Virginia García se centra en proporcionar un “hogar
médico” para sus pacientes, es decir, ofrece la entrega de la
atención primaria de salud preventiva para toda la familia. La
atención se centra en mantener sanos a los individuos mediante
la educación en salud. El equipo básico de asistencia está
formado por médicos, enfermeras practicantes, asistentes,
administradores de casos y terapistas conductuales.
Esta organización de los centros de atención en salud,
es ahora apoyada por Virginia García Memorial Foundation,
para proporcionarles apoyo a largo plazo, a través de relaciones
de financiamiento de la comunidad y mediante el cultivo de las
amistades de la comunidad, socios y donantes.
36 37
Capítulo 4. Historias de Vida de los Trabajadores
Migrantes Oaxaqueños en el Estado de Oregon.
Estuvimos interactuando con migrantes mayoritariamente
oaxaqueños que no son sedentarios, sino itinerantes. Llegan a
California, laboran por un período en los campos de siembra
durante la primavera, para luego trasladarse en el verano a los
campamentos de los ranchos localizados en los condados de
Yamhill y Washington en el Estado de Oregon, a unas 25
millas de la Ciudad de Portland. Finalmente en el otoño se
trasladan al Estado de Washington para trabajar y nuevamente
regresar a California para completar el ciclo.
Trabajan a destajo en la pizca de las frutas
denominadas bayas, en inglés berries, como la fresa, la cereza,
la zarzamora, y el arándano.
Durante dos meses, todas las tardes de lunes a viernes
y al regreso de las jornadas de trabajo de los migrantes, el
equipo tripartito efectuó, hacia los migrantes y sus familias, las
siguientes actividades:
- Apoyo médico y odontológico a través de las clínicas
rodantes del Centro Memorial de Salud Virginia García.
- Apoyo psicológico.
- Juegos y convivencias con los niños de los ranchos.
38
- Asesoría a través del consulado para resolver problemas de
índole legal, familiar, civil y comercial, en México.
- Difusión de información para prevenir adicciones,
alcoholismo y prácticas sexuales riesgosas.
- Levantamiento de un censo demográfico y etnográfico de los
migrantes y sus familias que habitan los ranchos por
temporada.
- Levantamiento de algunas entrevistas con los migrantes para
conocer sus historias, vivencias y experiencias personales, así
como su calidad de vida actual en los Estados Unidos de
América.
De estas convivencias y experiencias, surgen las historias de
vida que a continuación se narran.
Equipo de apoyo social a migrantes agrarios mexicanos en Campo
Azul en McMinnville, Oregon. Véase al fondo, costado derecho, la
clínica móvil itinerante.
(Fotografía de Marco Polo Tello Velasco)
39
- Entrevista con un Trabajador Migrante Agrario
Oaxaqueño-
Prisciliano
Campo Big Beaver en el Condado de Washington del
Estado de Oregon en los Estados Unidos de América
Prisciliano es un muchacho de veinte años. Nació en el
Municipio de Putla Villa de Guerrero, Oaxaca, en la región de
la costa del mismo estado en México. Su padre, comisario
ejidal del pueblo, fue muerto a tiros por rencillas y, a la edad de
ocho años, él y sus seis hermanos quedaron huérfanos. Su
padre trabajaba las tierras en un ejido, tierras comunitarias de
donde obtenían para comer lo básico: maíz, chile, fríjol. Al
morir su padre, él se sintió responsable de sus hermanos.
Abandonó el primer año de la secundaria técnica y, desde su
natal Oaxaca, viajó a la frontera norte con uno de sus tíos para
cruzar a los Estados Unidos.
Su mamá le dio el poco dinero que tenía ahorrado para
cruzar. Viajó en camión hasta la frontera y le pagó al pollero
sólo $ 1,100 dólares ya estando del otro lado. “Me cobró
barato”, dice, “es que es paisano, de allá, de Putla”. Lo impulsa
el ayudar a sus hermanos para que puedan ir a la escuela, para
que puedan vivir mejor. Ellos viven en un ejido y todos en su
familia (en Oaxaca), ayudan a cultivar las tierras comunitarias;
tienen su casita, sus animalitos. La cosecha sólo alcanza para
40
comer. “La tierra es sólo de temporal y si no llueve, ni para
eso”, susurra melancólicamente con la mirada al piso.
Crucé y caminamos tres días enteros, días y
noches, descansábamos medias horas, dos o tres
horas. La experiencia la describo bonita. Yo le llamo
bonito porque se experimentan todo tipo de
emociones, así como se experimenta la alegría al ver
a lo lejos unas siete horas de camino, ya se ve la luz
para llegar es una emoción muy bonita, como de
esperanza. Fea cuando uno ve la migra, y horror
cuando uno ve una víbora, tarántulas. Las había visto,
pero nunca así.
Íbamos dieciocho hombres y una señora. La
experiencia más conmovedora fue cuando los niños
empezaron a cansarse, su mamá se empezó a cansar.
A la señora se le reventaron los dedos de los pies, las
uñas se le chisparon, sin uñas y sangrando, la niña
igual. Hubo un momento en donde es arenoso
totalmente, me tuve que cargar a la señora, no pude
cargármela mucho tiempo, sólo como hora y media la
cargué, pero era todo lo que la pude ayudar.
Entonces me amarré una soga a mi brazo y a su brazo
de la señora y otro muchacho igual, la agarrábamos
por atrás y la llevábamos de avioncito y vámonos…
La ayudé porque se siente una presión, una
presión terrible al pensar que a los míos les podría
pasar, pero sin tener alguien o quedarse sin tener con
quien irse.
Llegamos, es un circo, ya bien montado. Son
camionetas común y corriente pasan, te suben rápido,
41
te acomodan y vámonos. Son como pick-up. Te llevan
a un lugar, te dan de comer, te alimentan, te hidratan.
A nosotros nos pasó algo curioso. Nos
detuvieron a un día de salir del desierto, nos
detuvieron y nos asaltaron. Eran como bandidos,
mexicanos. Sí, hablaban en español, pero no fue
miedo, fue un desconcierto total. Una noche oscura,
luna media, se veía nada más el camino. Íbamos
tranquilos cuando salieron dos personas con
ametralladoras, cuernos de chivo y la escuadra y nos
asaltaron. Ya estábamos de este lado (EUA) y nos
asaltaron, nos pidieron dinero, fue un desconcierto
que nos pidieran dinero estando en un lugar tan
desconocido y nos asaltaron a cada uno y nos
pidieron dinero. Lo que más me desconcertó a mí, es
que agresivos en sí, no eran. No como en México, un
desconcierto.
“Dame tu dinero. ¿Es todo lo que traes? A
ver enséñame tu cartera, sacamos y aquí está, ¿es
todo lo que traes?, ¡Sí!, ¿seguro que es todo lo que
traes? Sí, es todo lo que traigo”. A personas que
llevaban mil pesos y llevaban dos billetes les dieron
uno y uno se lo quedaron. Personas que llevaban
monedas o billetes pequeños, no se los quitaron.
Me llama la atención la forma de ser del
capataz o supervisor. Es un americano. Su forma de
pensar, eso me llama la atención, son unas personas
que se dedican a fortalecer su economía, su buen
vivir, tranquilidad a futuro, que en México no hay.
Los mexicanos tenemos pensamientos efímeros nada
más. Pero aquí tienen un pensamiento que es
diferente. Son personas más centradas, se dedican a
su familia un rato y no descuidan su trabajo y su
42
familia. Otros compañeros se desconciertan al ver
tantas cosas que existen y que son novedosas y se
dedican a otras cosas que a las que vinieron. Lujos,
comprarse un carro, irse a un baile, irse a las tiendas,
el super, dedicarse a otras cosas que no es a lo que
vinieron en sí.
Se les olvida su familia. Tienen vicios. Aquí
el alcohol es muy barato. Les conviene más comprarse
un treinta de cervezas, porque dicen que se disfruta
más, yo lo decía. Has de cuenta que vivía una ilusión.
Yo viví eso casi al principio, no porque quería
olvidarme de mi familia, pero por la lejanía tuve un
instante, pero después platicando con mi esposa,
escuchando a mi madre, me di cuenta que yo no vine a
esto.
Llegó a este campamento donde viven
aproximadamente cincuenta hombres y cincuenta familias.
Viven en casas hechas de madera, cabinas les llaman ellos. En
cada cabina se acomoda una familia o bien, tres o cuatro
hombres. Las cabinas cuentan con literas, una pequeña cocina
y un comedor-recibidor. Están todas ellas dispuestas en un
semicírculo donde en medio de éste, se encuentran los baños
comunitarios, con excusados, mingitorios, regaderas y
lavaderos.
Lleva cinco años trabajando en los Estados Unidos y,
aunque tiene intenciones de regresar a México, no lo ha hecho.
Cada dos semanas envía dinero a su madre en Oaxaca. Pide
que le den un “raite”, un aventón, a la tienda cercana en
Cornelius, Oregon.
43
“Mi madre le guarda en un banco en México”, señala
muy ufano, “ese dinerito sirve para que coman mis hermanos,
para que vayan a la escuela y para que vivan mejor”. Su madre,
que sólo habla el dialecto triqui, se ayuda ocasionalmente con
la venta de pulseritas y otras artesanías menores en las playas
de la costa oaxaqueña. Prisciliano levanta la cara, su rostro
serio, adusto, pero afable curtido por el sol y por el calor que
hoy raya en 90 grados Fahrenheit, comenta que acá en Oregon
se alimenta mejor. Su cuerpo, aunque huesudo, se ve pleno,
correoso, lleno de nutrientes que difícilmente comería en
México. “Extraño la comida de México”, dice. A veces se
cocina huevo con jamón, huevo a la mexicana. Le gusta el
picante. Extraña todas las tardes soleadas en el pueblo en que
platicaba con sus amigos. Su jornada inicia muy de mañana en
estos días plenos de luz del verano de Oregon, donde el sol sale
a las 4:30 A.M. y se oculta a las 9:30 P.M. Él se levanta a las
4:00 A.M. para tomar el bus que el patrón les proporciona para
que los transporten a los campos donde se encuentran los
arándanos. Llegan allí a las 5:00 A.M., normalmente sin
desayunar y ya, a eso de las 9:00 A.M., llega la lonchera a los
campos.
44
Campos de cultivo en los ranchos de Oregon.
(Fotografía de Marco Polo Tello Velasco)
Como ellos trabajan a destajo, pueden parar cuando
quieran y el tiempo que quieran. A esa hora, más o menos,
detiene su ardua faena para comerse algo de lo que vende la
mujer que les lleva de comer y de beber: tacos, burritos,
tamales, soda. Se sientan en el piso y no se toman más de
media hora para volver a su ruda tarea.
Pizcar o cosechar no es cosa fácil. Deben permanecer
agachados, hincados, en cuclillas o parcialmente sentados para
poder arrancar el fruto. De tanto hacerlo, muchos de los
trabajadores mayores del campo arrastran los pies, ya que los
nervios de la parte de la pierna baja se les han atrofiado por
permanecer en esa posición tanto tiempo.
45
Pero Prisciliano aun es joven y, sombrero en la cabeza
para atajar “la calor”, se apura para llenar sus botes. A la una
de la tarde terminan su jornada y descansan en lo que llega el
autobús que los regresa a su campamento. Descansa unos
momentos, para después matar el resto del tiempo libre
jugando fútbol, jugando cartas, oyendo la radio, viendo la
televisión o saliendo a platicar con los amigos, haciendo
remembranzas casi siempre de sus pueblos.
A Prisciliano no le gusta salir, prefiere quedarse. Ya
entiende un poco el inglés, aunque no lo habla. “Entiendo lo
que dicen los güeros, pero no les puedo contestar. Sólo digo
cuando voy a la tienda one packet of cigarettes”. Habla bien el
español y mejor aún en su lengua natal, el triqui.
No sabe si valió la pena venir a los Estados Unidos.
No sabe qué hará en el futuro. Vive el “día a día”. No tiene
ningún sueño.
La tarde del 30 de junio del 2007, en las instalaciones
de The Rose Garden Arena en Portland, Oregon, “el sol de
México volvió a brillar”. Adultos, abuelos, niños y jóvenes
viajaron desde diversos puntos del Estado de Oregon para ir a
ver a cantar a su ídolo, “el Charro de Huentitán”, Vicente
Fernández. Acompañado del Mariachi Azteca, en casi tres
horas de canto ininterrumpido, hizo un viaje nostálgico a las
entrañas de México.
46
Pero la nostalgia, ató un nudo en la garganta de los
mexicanos que viven acá, cuando Fernández le cantó al dolor,
al dolor que padecen todos aquellos que, buscando una vida
mejor, cruzan la frontera y dejan todo atrás. Fernández cubrió
su traje de charro blanco con una enorme bandera de México y
lanzó un grito para los norteamericanos, a quienes les dedicó
una canción por “tratar tan bonito a los inmigrantes”:
Tal vez en mi tierra no se den las cosas como yo quisiera.
Por eso mi hermano, norteamericano, crucé la frontera.
Salí de mi patria, dejándolo todo, porque fue preciso.
Pero habrás notado, nada me he robado de tu paraíso.
Al contrario vine para la grandeza de ese pueblo hermano.
En tu dura lucha contra el terrorismo vamos de la mano.
Y me lastima y me llora el alma cuando te hacen daño.
Tú en cambio me humillas y me discriminas como a un ser
extraño.
Yo en nada te ofendo cuando te propongo mi trabajo
honrado.
Lo poco que tengo, ante Dios lo juro que me lo he ganado.
Ya bastante sufro con vivir tan solo lejos de mi gente.
No se me hace justo que hasta me persigas como a un
delincuente.
(¡Y no se me hace justo! ¡No se me hace justo, y no se me
hace justo!)
Veo los ojos extraviados de Prisciliano al terminar la
plática y caer el sol en su campamento en Oregon. Se hace un
silencio, una pausa larga, una visión reflexiva y a través de sus
ojos llorosos seguro le llueven recuerdos de Putla Villa de
Guerrero, Oaxaca, donde se celebra anualmente la octava de la
natividad de María Santísima con calendas, bailes, juegos
47
pirotécnicos, feria popular, procesiones y música. En las ferias
se usa la música de viento del lugar, de Zimatlán o Yosotiche,
del Estado de Oaxaca.
Sus memorias añoran la elaboración de petates,
sombreros de palma, artículos de fibra de ixtle, redes para
cargar diferentes objetos y también vistosos deshilados que se
venden en las ferias.
Seguro de sí, pero por un inseguro e incierto plazo,
sabe que en los días festivos en los Estados Unidos ya no
comerá el mole rojo, negro, amarillo, verde, coloradito y
chichilo. Atrás quedaron las tlayudas con mole o asiento, las
tortillas y totopos de maíz morado o blanco; las quesadillas de
elote y las garnachas; los chapulines y el tasajo. Son una
añoranza auténtica las bebidas que se acostumbran como el
tejate, las aguas frescas de chilacayota, zapote, horchata, tuna,
ciruela, sandía, piña, melón, o chicozapote, o bien el tepache, el
aguardiente, el mezcal o el pulque curado de sabores y el
tradicional chocolate oaxaqueño con agua o leche, a gusto del
bebedor. Hoy, al despedirme de regreso a México, quizás sólo
le queda decirme, con dejo de tristeza:
Drink Coke, Enjoy!!
48
- Entrevista con una Trabajadora Migrante Agraria
Oaxaqueña-
Porfiria
Campo Blanco, Cornelius, en el Condado de Washington
del Estado de Oregon en los Estados Unidos de América
Doña Porfiria nació en el Distrito de Juxtlahuaca en el Estado
de Oaxaca, “pero mero, mero mi pueblo se llama San Miguel
Cuevas”, me dice ufana. Doña Porfiria tiene 57 años, pero se
ve bien conservada. Sólo vine de temporada a trabajar al
Estado de Oregon y después se va de regreso a California.
Llegó el mes de junio “para pizcar primero la fresa, después la
mora y luego la bolita azul”, nos dice.
En California trabaja en la poda de la uva. Toda su
familia, entre ellos sus ocho hijos, cuatro mujeres y cuatro
hombres, están en los Estados Unidos. Todos ya son grandes,
se han casado y tiene veinticinco nietos. Ella habla el idioma
mixteco y también el español. No habla ni entiende el inglés y
cuando necesita comunicarse en ese idioma, pues alguien le
ayuda.
49
Doña Porfiria.
(Fotografía de Marco Polo Tello Velasco)
50
A simple vista es una persona muy sana. Se mantiene
así, dice, porque sigue comiendo lo mismo que comía en
México: tortillas de maíz, salsa, frijoles, arroz, que ella misma
prepara. Ella es una antítesis de la aparente modernidad, ya que
no usa ningún aparato eléctrico o mecánico para la preparación
de sus alimentos. Lejos de ello, tiene sus propias herramientas:
un molcajete y un metate. Su especialidad es el mole de
Oaxaca, pues para ello utiliza sólo chiles que le traen
directamente de su lugar de origen.
Lleva ya veinte años viviendo en los Estados Unidos;
viviendo como ilegal. Va y viene a México, cruzando la
frontera. La última vez la pasaron directamente por la línea.
Pasó en frente de la caseta aduanal, sin darle un papel ni nada
parecido. El oficial no le pidió nada, puesto que la señora que
la pasó “ya es conocida”.
Otras veces ha pasado por Tijuana, llegando a San
Isidro California. Ya quiere regresarse a México porque
Estados Unidos, no le gusta. Bueno, dice, “...aquí en Oregon sí
me gusta, pero no más para trabajar “. En California todo
estamos pagando; pagamos la renta, la agua, es muy caro.
[Sic]. Acá es más barato, nos cobran menos, 20 (dólares) por
semana por persona de renta. En una cabina, que es donde las
personas viven, habitan normalmente diez u once personas.”
Oiga, Doña Porfiria, le inquiero, descríbame cómo es su cabina
donde vive. Contesta con ademanes: “Mi cabina es grande.
51
Tiene sala, cocina, comedor, tres cuartos y cuatro camas en
cada cuarto, un baño comunitario. La plática se interrumpe
abruptamente, pues Doña Porfiria ya va a pasar a consulta en el
tráiler que alberga a la clínica itinerante del Centro Memorial
de Salud Virginia García.
Al verla alejarse, evoco los ecos de la siguiente canción:
Qué pena siente el alma cuando la suerte impía, se
opone a los deseos que anhela el corazón.
Qué amargas son las horas de la existencia mía, sin
olvidar tus ojos, sin escuchar tu voz.
Pero me embarga a veces la sombra de la duda y por
mi mente pasa como fatal visión.
(Canción: Qué Pena Siente el Alma. Autora: Violeta
Parra. )
- Entrevista con los Integrantes de la Familia del Señor
Luis Hernández, Trabajador Migrante Agrario
Oaxaqueño-
Campo Sergio Uno en el Condado de Washington del
Estado de Oregon en los Estados Unidos de América
Conocí al Don Luis Hernández y su familia durante las tardes
que ellos regresaban de trabajar en el campo, mientras nosotros
colaborábamos con el equipo de apoyo médico y social de la
clínica rodante del Centro Memorial de Salud Virginia García.
Oriundos ellos de San Pedro Pochutla, en la costa del Estado de
Oaxaca, México, cuenta que la mayoría de los migrantes que
52
trabajan en este campo son familiares y que ya se conocen
antes de venir a este lugar.
Para degustar y platicarme su historia me invita un
sábado a comer. Yo acepto gustoso, pues su esposa va a
preparar mole, seguro al estilo autóctono del Estado de Oaxaca.
Esa exquisitez, no se la debe uno perder. Lo prepara moliendo
chile guajillo desvenado, para que no pique mucho. En México
lo hacía moliendo a rodilla, en el metate. Pero la tecnología es
un factor del que no se puede prescindir en los Estados Unidos
de América y se muele entonces en una licuadora. Para mí, el
sabor no es el mismo. Una vez molido el chile va la hierba
santa, el caldo de pollo, clavo, comino, cebolla, tomate. Le
ponen un pan amarillo, de piedra, mismo que usan en Oaxaca y
el cual, sorprendentemente para mí, pueden conseguir en un
pequeño supermercado del pueblo de Mc Minnville. Para darle
consistencia “le agregamos también galletas de animalitos”,
sonríe diciéndonos. Hablamos entonces de los diferentes moles
que se hacen en México, el inconfundible mole poblano, el
amarillito, el coloradito y el mole negro de Oaxaca.
Entre tortilla y cucharada, Don Luis me comenta, en
respuesta a mi pregunta de cuándo regresan a California (ya
que ellos son una familia de migrantes itinerantes oaxaqueños),
“Para el 20 de octubre nos regresamos a California otra vez.
Allá pizcamos jitomate, brócoli y lechuga. El trabajo sólo dura
unas tres semanas. Acá en Oregon dura más tiempo. En
California la jornada es media. Se trabaja sólo cuatro horas,
53
pero como la paga es a destajo, pues no conviene. Entonces es
mejor venir a Oregon en mayo, junio, julio, agosto y la mitad
de septiembre. Entonces cuatro meses y medio son mejores
trabajando las jornadas completas. Para cuando nos vamos ya
está lloviendo acá”, dicen, al final, los parientes de Don Luis.
A comentario personal sobre la sabrosura del mole
preparado y servido en mi plato, la esposa de Don Luis
enfatiza: “En México comíamos mole cada mes y acá lo
comemos casi a diario. Acá nos alcanza para más, pero allá
teníamos nuestros animalitos de rancho y el sabor es otro”.
Don Luis entonces me cuestiona que, específicamente,
a qué vine a los campos de Oregon. Le explico que soy
mexicano, profesor-investigador y que vivo en la Ciudad de
Puebla, México. Añado que aquí vine a realizar un proyecto, de
voluntario con la Clínica Virginia García y con el apoyo de
Portland State University. El proyecto consiste en apoyar
socialmente a los mexicanos que están en los campos, ver qué
necesidades tienen, cuáles son sus problemas. Le relato que
ayer estuve en el Consulado Mexicano en Portland, Oregon, y
me entrevisté con el cónsul, para hacerle saber de mi proyecto.
A él le gustó mucho mi trabajo y me impulsó a seguir adelante
con él y de hecho ofreció mandar una brigada para instalar
módulos de información en los ranchos, acompañando nuestros
recorridos itinerantes.
54
Le pregunto a Don Luis sobre los problemas de
alcoholismo en este Campo Sergio Uno, ya que en días pasados
en el Campo Sergio Dos, a una hora no muy entrada de la tarde
y después de la jornada de trabajo, me percaté que había
muchos de los trabajadores tomando cerveza, pisteando, como
ellos dicen, pero estaban bebiendo mucho y ya estaban muy
borrachos. Él me refiere que en años pasados sí hubo
problemas de alcoholismo en el Campo Sergio Dos, pero que,
actualmente, estos no existen.
“Va a usted a querer más”, dice Don Luis,
señalándome el recipiente con mole. “Yo sí”, le respondo.
Volteó a la zona de la cocina comunitaria donde se encuentran
varios refrigeradores. Por pláticas anteriores, recuerdo que los
migrantes me refirieron que comparten dos familias el mismo
refrigerador, pero que nunca tienen problemas de que algo se
mezcle, se pierda o se confunda. “Nos dividimos el
refrigerador —dice la esposa de Don Luis—, mi mitad está
abajo y la de los otros arriba. Vamos a comprar a la Winko
(tienda de autoservicio) que está en Cornelius, Oregon, y luego
venimos y colocamos las cosas en su lugar”. Silenciosamente
reflexiono sobre lo mucho que seguramente esta práctica dista
de lo que hacían en México, cada día yendo a la plaza del
pueblo a comprar su recaudo y víveres frescos.
“Como no tenemos carro entonces pedimos un raite a
los que aquí sí tienen, para ir a comprar a la Winko. Nos cobran
55
dos dólares por viaje, por ir y venir”, dice la esposa de Don
Luis sirviéndome una pierna de pollo con mole.
De repente escucho una expresión ininteligible para
mí. Entonces interpelo con curiosidad: “Hablan el zapoteco
entre ustedes, verdad. Si yo no estuviese sentado aquí, ustedes
hablarían el idioma”. Recibo un sí como respuesta y me
imagino que yo siendo bilingüe español-inglés después de
muchos años de acudir a las aulas tengo ciertas ventajas, he
hecho ciertos progresos, según nos han hecho creer, no sé si
ingenuamente, en los países en vías de desarrollo. Nada más
alejado de la realidad al constatar que esta gente, con más
necesidad que yo y con menos oportunidades de estudiar
idiomas en una escuela, ha tenido que aprender a manejarse en
tres lenguas: zapoteco, español e inglés, la primera de ellas es
su lengua materna.
Hablar el idioma zapoteco, la faceta más importante.
Escribirlo, es otra historia. Prácticamente estos migrantes, por
emulación en sus regiones, son capaces de hablar, de entender,
pero ya no de escribir, lamentablemente.
Alejandro, otro amigo en la reunión, tiene a su esposa,
papás, a sus hermanos y hermanas en México. El día de ayer,
en el campo, se hizo una reunión donde se difundió
información por parte del Consulado de México en Portland,
ubicado en la Calle 13 y Morrison, sobre los beneficios que los
migrantes pueden tener. Entre otros, uno muy benéfico, es que
56
ellos pueden contratar y pagar los servicios del Instituto
Mexicano del Seguro Social (IMSS) en cualquier oficina de los
consulados mexicanos en los EUA, y este seguro opera de la
misma manera que en México. Es decir, el contratante y los
beneficiarios en primera línea ascendente (padres), primera
línea lateral (esposos o concubinos) y primera línea
descendente (hijos), pueden hacer uso de los servicios médicos
de esa institución en las clínicas y adscripciones en la
República Mexicana. Las tarifas son anuales y diferenciales y
la paga depende de la edad del contratante: a mayor edad,
mayor paga. Por ejemplo, alguien que tiene entre 20 y 40 años
de edad paga $ 100 dólares americanos anuales.
Sirviéndome un vaso de refresco, le pregunto a Don
Luis si allá en Oaxaca tomaban refrescos. Él me dice
categóricamente que no, que allá tomaban pura agua, pero acá
de repente toman agua de sabor o casi siempre soda. De sobra
está decir que esto altera las costumbres nutricionales y es
fuente de potenciales enfermedades, entre ellas la obesidad o la
diabetes, o como dicen los médicos americanos: diabesity.
No obstante, él sigue prefiriendo aún las cosas
naturales, las cosas del campo. Allá en California, donde está
su “casa de fijo”, gusta de ir a los ranchos cercanos a comprar
huevo y pollo de rancho. Su mujer mata el pollo, lo despluma y
se los prepara en mole a los de la familia. A veces compra
algún chivo o un borrego también.
57
- Entrevista con una Trabajadora Migrante Agraria
Oaxaqueña-
Vianey
Campo Casa Blanca, en el Condado de Washington del
Estado de Oregon en los Estados Unidos de América
Vianey es una mujer que vive en una cabina junto con su
esposo y su nena pequeña de dos años. Llevan tres años
trabajando en los EUA. Cruzaron en ese tiempo cuando estaba
con dos meses de embarazo. Tuvieron que caminar tres noches
para cruzar, descansando de día. Cuando ella se vino apenas
tenía diez y seis años. Vinieron todos en un autobús rentado en
la frontera. Los trajo un coyote desde México con la promesa
de cruzarlos. Los alojaron en un motel, con camas de madera
muy incómodas. El baño estaba muy sucio y sólo había agua
fría para bañarse. Vianey narra: “La noche que nos cruzaron
nos sacaron en una van y nos llevaron por Altar, Sonora, para
entrar al desierto y después allí nos dejaron y empezamos a
caminar. Pasaron tres noches y ya llegamos a un rancho con
una señora y de allí nos sacaron en un taxi hacia Arizona y
estuvieron en un hotel”, relata. Su esposo padece ataques de
epilepsia y justo el día que iban a cruzar le dio uno y se
desmayó. Le dieron unas pastillas, después de reanimarlo con
alcohol para que volviera en sí. Ahora por fortuna, cuenta con
la asistencia del Centro de Salud Memorial Virginia García, en
el cual le han atendido en varias consultas médicas y le han
58
realizado análisis y han controlado esa enfermedad, aunque le
dicen que, desafortunadamente, ya no tiene cura.
¿Qué fue lo más duro de la travesía?, le inquiero. “Lo
más duro fue que cuando llegamos a Altar, Sonora, allí estaban
muchas personas queriendo cruzar. Algunas llevaban hasta una
semana intentando cruzar. Nos rentaron allí una van para
llevarnos a un lugar más alejado por donde cruzar. Allí
llegamos a las doce de la noche. Una milla antes nos paró un
grupo de personas, el Grupo Beta, que es parte de la policía
mexicana. Ellos ya saben lo que intentamos hacer y sólo nos
advirtieron que tuviéramos cuidado, que nos íbamos a enfrentar
a muchos peligros: víboras de cascabel y otros reptiles. En caso
de mordedura, hay que ponerse mucho ajo con alcohol, el cual
les obsequiaron”, relata.
Otros consejos fueron beber mucha agua, tratar de no
llevar comida enlatada, llevar comida de preferencia seca.
“Entramos ya a media noche a caminar, pues a esa hora es más
difícil encontrar grupos de individuos que los asalten. El coyote
va adelante, guiando el camino, y cuando empezó a clarear nos
detuvimos. En el camino nos encontramos con otros grupos de
personas”, afirma. Pero el desierto no perdona. La primera
ocasión que cruzó hace muchos años recuerda haber visto a un
hombre agarrado de los alambres de púas que dividían una
propiedad. El hombre estaba muerto. La macabra imagen aún
no se quita de su mente, ya que piensa que esta persona ya no
59
pudo seguir, fue abandonada y los animales le comieron
parcialmente su carne.
Vianey cuenta que en una noche vieron un helicóptero
que estaba buscando migrantes ilegales con un gran reflector.
Ellos optaron por esconderse bajo los arbustos para no ser
detectados. Caminando llegaron hasta Tucson, Arizona, donde
una señora los estaba esperando. “La señora nos vendía
comida, una sopa Maruchan y una soda, por veinte dólares”,
afirma indignada. En un taxi los sacaron del rancho y los
llevaron hasta Tucson, Arizona. Durmieron en un hotel hasta
que los sacaron en una van para llevarlos a California. En esa
camioneta debían ir agachados, para no ser vistos por los
vigilantes de las patrullas de migración americana. Sin
embargo, en una intersección de un camino, los sorprendió un
policía y los detuvo. Les pidió sus documentos, los cuales no
tenían. Sorprendentemente y habiendo podido arrestarlos y
deportarlos, los dejó continuar.
Después de muchas horas llegaron a California. Al
llegar, le pagaron a un agente del enganchador. Les cobró $
1,500 dólares por persona. Allí se encontraron con el padre de
Vianey, el cual les comentó que había trabajo en Oregon y
decidieron venir al Rancho Casa Blanca a trabajar. Aunque les
va bien y viven tranquilos acá, les da miedo que algún día
lleguen los agentes de la migración y los deporten.
60
Le pregunto: “¿Y vives mejor aquí ?... Yo veo muy
bonita tu casita, muy arregladita. “Sí, dice Vianey, su
decoración es muy mexicana. Ella lo ha hecho. Así siente que
vive en México. “Aunque al manager no le gusta que
arreglemos las casas, todo le molesta, nos trata mal. “, dice.
“¿El manager es un güero?”, le preguntó. No, me contesta, es
mexicano. Es realmente lo que en México diríamos un capataz.
El dueño sí es norteamericano y los trata mejor al decir de
ambos.
Para comprar sus alimentos tienen que ir al pueblo
más cercano. Al supermercado, dicen, “porque aquí no hay
mercados”. Como no hay transporte público en todos estos
ranchos ni en los pueblos, dependen de un coche que no tienen
para realizar sus compras. “Entonces tenemos que pedir un
raite”, señalan. Comen básicamente lo que comían en México,
pero acá comen un poco mejor que allá, como lo hacían con
sus padres. También comen ocasionalmente comida rápida:
pizzas, hamburguesas, sodas, pero no les gusta mucho.
“¿Qué es lo que extrañan más de México?”, les
pregunto. Vianey dice que la escuela, pues llegó hasta segundo
de bachillerato y planeaba terminarlo. Su esposo extraña más
su pueblo, su familia, sus costumbres.
“¿Cómo se imaginan ustedes el futuro?”, les pregunto.
Después de un rato dubitativo contestan que juntando dinero y
yéndose a México para poner un negocio. “Para eso ahorramos,
61
aunque tenemos gastos”, afirman. Ellos mandan dinero a sus
familias para que solventen algunas necesidades.
Les gustaría también hacerse una casita en México y tener allí
su tierrita y poder trabajarla.
Actualmente ellos trabajan en las yardas, podando el
jardín, abonando, quitando la yerba, limpiando. También se
dedican al ornato de jardines. Gana el salario mínimo de esta
zona: $ 7.80 dólares por hora. “Es más friega hacer los
jardines, pero se gana más. Lo malo es que no siempre tenemos
trabajo de fijo.”
Observo en un rincón importante de la sencilla cabina
un pequeño altar, obviamente con una imagen de bulto de la
Virgen de Guadalupe y decorado con muchos colores
alucinantes, además de vívidas luces artificiales.
“Déjenme tomarle una foto antes de irme”, les ruego a manera
de permiso. “Sí, como no”, contesta Vianey y que Dios lo
regrese por buen camino.
62
Migrante de la Región Mixteca del Estado de Oaxaca, afuera de las
cabinas, en el Campo Blanco.
(Fotografía de Marco Polo Tello Velasco)
63
Capítulo 5. La Realidad del Trabajo en los
Ranchos de Oregon desde el Punto de Vista de los
Capataces, Trabajadores Sociales y Promotores
de Apoyo Social.
- Entrevista con el Señor Juventino González, Capataz de
Campo –
Campo Sergio Dos en el Condado de Washington del
Estado de Oregon en los Estados Unidos de América
Oriundo de Monterrey, Nuevo León, México, el Señor
Juventino trabaja como supervisor-capataz de uno de los
campos donde los migrantes cosechan las bayas azules o
arándanos, las blue berries. Hoy está más solo el campo
después de la jornada, dice el capataz. “Lo que sucede es que
andan en una fiesta en el otro campo”, señala, “yo también
vengo de allá”. Hoy una niña cumplió años y le celebraron. “La
gente se junta pues son de las mismas comunidades, de allá de
Oaxaca y casi todos hablan el idioma: el mixteco, el zapoteco o
el triqui. Están de fiesta hoy por allá. Yo fui un ratito a dejar el
regalito y nos dieron un mole con arrocito, frijolitos y tortillas
de mano”.
Mirando a lo lejos los campos, comenta que el trabajo
en ellos se acaba hasta octubre. “Sigue una cuadrillita que está
todo el año podando la bolita azul”, pero el trabajo grueso
acaba en octubre. La gente llega en mayo a instalarse y a hacer
64
trabajos de poda a las plantas de mora o arándanos, para
empezar la cosecha formal en junio. Casi toda la gente viene de
California.
De entre todas las cosechas la más pesada de levantar
es la fresa. Son arbustos chaparros que crecen muy bajo. Hay
que estar hincado o agachado. La gente trae su botecito y
empieza a recolectar. Dos botecitos se echan en cada caja, cada
botecito debe pesar, aproximadamente, 6 libras, unos 3
kilogramos. Cada quien le va calculando y una persona les va
pesando y registrando la cantidad de cajas que se van llenando.
La fresa se vende para hacer mermelada, por lo que debe ser
cosechada “limpiamente”, es decir, sin hojas ni ramas.
En algunos campos a finales de octubre o principios
de noviembre aquellos migrantes que permanecen cosechan la
uva, pero son pocos campos donde se siembra ésta. En la
mayoría de los campos se siembra fresa, mora o arándanos. Los
campos son de riego. El Sr. Juventino, como capataz, sólo
permanece durante los tiempos de la cosecha “después me voy
pa´ atrás, para mi tierra”, dice. Él vive en una casa que le
asigna el patrón. Es una cabaña. Vive con su familia. Allí no
paga renta.
Vemos a lo lejos un grupo de niños jugando. El
entrevistador le cuestiona al respecto. “Muchos de esos niños
han nacido acá. Ya son ciudadanos americanos. Pero otros han
venido con sus familias desde México”, enfatiza.
65
También es supervisor y capataz en el Campo Sergio
Uno. “Somos los mismos en los dos campos”, comenta. “Los
capataces, los mayordomos. Hacemos las mismas cosas en uno
y en otro. Acá vamos y venimos. Los ranchos son del mismo
patrón”.
Una vez que la fresa se cosecha, entonces viene un
proceso de lavado. Hay varios clientes que la compran en los
Estados Unidos. Como ya se dijo, especialmente para hacer
mermelada. Pero también tiene clientes extranjeros.
Recientemente han vendido a Japón. También la fresa junto
con la bolita azul se vende a los grandes supermercados
comerciales, como el Safeway en Portland, Oregon.
La jornada diaria empieza muy de mañana para Don
Juventino. En un autobús lleva a los trabajadores migrantes a
una puerta del campo y allá los deja. Hace también la ingrata
labor de despertarlos, dice, aunque hay que decir que algunos
ya se encuentran despiertos. Los levanta a las 5 A.M. para la
pisca de los arándanos o a las 4 A.M. si se trata de la pisca de
la fresa. Es una hora de camino de las barracas donde duermen
y pernoctan los migrantes hasta el campo. Una vez estando allí
empieza el arduo trabajo y después de unas horas se hace una
pausa para tomar un breve descanso y comer. “Algunos llevan
sus taquitos” dice, “pero otros esperan la llegada de la
lonchera. Ella les lleva tacos, sodas, jugos, comida”. En
especial sus servicios son útiles para aquellos que no llegaron
con familia y que trabajan solos en la campiña.
66
A las 4 de la tarde acaba la jornada de trabajo. Él
como capataz se queda a supervisarlos y los trae de regreso en
el camión. “Ando surqueando”, afirma Don Juventino, “me
pongo una cachucha o un sombrero para el calor. Ya son
muchos años en esto. Años atrás también pisqué en California
el tomate y la uva. Sólo estuve una temporadita y luego ya me
metieron de mayordomo”. Rememorando su vida narra: “Es
duro trabajar el campo. En California ponía hilo al tomate y
estaba yo agachado las diez horas. Acaba uno con la espalda
toda adolorida”.
Por parejo trabajan hombres y mujeres en estas faenas.
Algunos son parejas y familias. Agarran entonces dos o tres
surcos por grupo procurando limpiar las matas. Normalmente
nadie quiere tomar el primer surco. Mucha tierra se acumula
allí y cuesta un poco más de trabajo. Se reparten dos personas
por surco, en los lados contrarios del mismo y van avanzando
al parejo a lo largo para cosechar.
Juventino vino desde los 18 años a los EUA. Hoy
tiene 57, pero se conserva bien. Su padre tenía un rancho en
Nuevo León con 200 vacas y grandes extensiones de tierra
donde se cultivaba maíz y sorgo. Pero un día del año 1955
decidió migrar a California en búsqueda del sueño americano.
Toda su familia, padres y hermanos están inmigrados,
confiesa. Arreglamos el pasaporte cuando se podía. Yo lo hice
en 1968 a través del cónsul americano en Monterrey. Ahora ya
67
está difícil. “Vive ahora sólo con su esposa, ya que
desafortunadamente su hijo está en la cárcel en el Condado de
Pendlenton. Cada quince días va a visitarlo. Su esposa prepara
mangos para la venta y también empanadas. El día de hoy
muchas de las personas vinieron del otro campo a comprarle y
no le quedó ni una. Para mañana la gente ha pedido que
prepare elotes. Es muy conocida y se mantiene ocupada y
distraída en esos menesteres.
Las tardecitas se las pasa tranquilo, “bien tranquilo,
visitando a uno que otro y platicando. Platican de México, cada
quien platica de su tierra. Ahorita está bien porque hay trabajo,
pero en el invierno ése es el problema. Muchos de ellos no
pueden ir a visitar a su familia y agarra uno estrés. …Agua,
nieve, lloviendo, “¿pues pa´donde va?”.
Casi todos los que cruzan ilegalmente son de Oaxaca.
Unos más de Chiapas, Veracruz o Guatemala. La necesidad los
obliga a venir, a correr los riesgos de cruzar la frontera.
Muchos cruzan por Arizona, en pleno desierto, pues el cruce
por el lado de California ya no es viable pues está muy
vigilado.
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- Entrevista con un Promotor de la Salud del Centro
Memorial de Salud Virginia García –
Roberto
Condado de Washington del Estado de Oregon en los
Estados Unidos de América
Roberto es una persona de origen mexicano que migró hace
tiempo a los EUA, pero hoy se dedica a ser promotor de la
salud en la Clínica Virginia García. Él llegó hace 17 años.
Llegué como muchos, dice, tuve que pasar el cerro de
indocumentado. Piensa que cruzar es más difícil ahora.
Anteriormente era más fácil. Como a los tres años de haber
cruzado, regresó para México. Después de un tiempo intentó
cruzar nuevamente y en esa segunda vez tuvo que intentar
hacerlo siete veces, de las cuales “seis me echaron para afuera
y a la séptima pasé”. Lo hizo por Mexicali.
En la primera vez cuenta que no hubo problema.
Cruzó por Tijuana y aunque tuvo que sortear el peligro de
cruzar entre matorrales, agua, piedras y lodo y el helicóptero
detrás de ellos persiguiéndoles y alumbrándoles, lo consiguió.
Hoy es prácticamente imposible pasar por Tijuana. La
operación gate keeper, la barda metálica de contención y otras
estrategias implementadas por el gobierno norteamericano, lo
dificultan al extremo.
69
Roberto nació en el Estado de Guerrero. Vino solo. En México
es un profesionista. Se graduó como ingeniero agrónomo. Pese
a su carrera, él no tenía dinero, pero quería tenerlo para
establecer su propio negocio. Deseaba dedicarse a la venta de
productos pesticidas y agrícolas. Parte de una numerosa
familia, eran muy pobres y adicionalmente era el tiempo de
apoyar a un hermano que aún estaba en la Escuela de Medicina
y él lo auxiliaba. Aparte de esto, relata, “tenía mi novia y
necesitaba dinero pa´casarme también”. Es oriundo de tierra
caliente, de un pueblito que se llama San Cristóbal, colindando
con el Estado de Michoacán.
Cuando llegó a California buscó a un compadre para
trabajar con él haciendo yardas (trabajo de jardinería) y
después de allí entró a trabajar a un vivero. Pero allí los
trataban muy mal, trabajaban de sol a sol agachados todo el
día. “El mayordomo era muy malo a pesar de ser latino, porque
no nos dejaba que nos enderezáramos. Todo el día estábamos
agachados. Ganábamos $ 5.25 dólares/hora y trabajábamos de
lunes a sábado”. Cansado de la situación, se salió del trabajo y
se fue a Oregon por consejo de un amigo, quien le comentó que
“allá se ganaba bien y que el menos que era bueno para trabajar
se ganaba como $ 100 dólares por día”.
Trabajó entonces en un pequeño rancho llamado
“Little Beaver” (El Castorcito). Vivían en cabinas y sólo eran
ocho personas. En cada cabina había dos literas y en cada litera
dormían cuatro personas: dos arriba y dos abajo. Fumando un
70
cigarrillo rememora: “En ese tiempo se cosechaba mucho el
pepino. Ahora ya no veo. También la mora, la fresa y la bolita
azul.“
Una mañana que iban a trabajar en el autobús, éste
repleto de trabajadores ilegales, los detuvo la migración y los
llevaron a sus oficinas. Allí les ofrecieron que se fueran
voluntariamente. No obstante, un oficial generoso le dijo a él
personalmente “... que no tenía que irse si no quería, que él no
lo iba a andar buscando “, y lo dejó ir.
Roberto se quedó y pudo conseguir un permiso
personal de trabajo temporal por tres años. Entonces se salió
del campo y se fue a trabajar a la ciudad, pero tenía un serio
problema: no hablaba inglés. Entonces un señor que hablaba
español lo conectó en una carpintería y de allí se metió a
trabajar a una canería, que es un lugar donde llega toda la fruta
y uno la escoge y la separa. (Nota del autor, del inglés, can es
una lata y por extensión canería es donde enlatan algo,
generalmente productos perecederos como frutas y
legumbres.)
Aquí estoy establecido, en los Estados Unidos, diez
años pasaron ya, en que crucé de mojado, papeles no
he arreglado, sigo siendo un ilegal. Tengo mi esposa y
mis hijos que me los traje muy chicos y se han
olvidado ya, de mi México querido, del que yo nunca
me olvido y no puedo regresar.
71
De qué me sirve el dinero si estoy como prisionero
dentro de esta gran prisión, cuando me acuerdo hasta
lloro y aunque la jaula sea de oro, no deja de ser
prisión.
“Escúchame hijo: ¿te gustaría que regresáramos a
vivir a México ?... Thinking about that, Dad. I don´t
want to go back to Mexico, Dad. No way Dad.
Mis hijos no hablan conmigo, otro idioma han
aprendido, y olvidado el español, piensan como
americanos, niegan que son mexicanos aunque tengan
mi color. De mi trabajo a mi casa yo no sé lo que me
pasa aunque soy hombre de hogar, casi no salgo a la
calle pues tengo miedo que me hallen y me puedan
deportar.
De qué me sirve el dinero si estoy como prisionero
dentro de esta gran prisión, cuando me acuerdo hasta
lloro y aunque la jaula sea de oro no deja de ser
prisión.
(Canción: La Jaula de Oro. Autora: Julieta Venegas.
Interpretan: Los Tigres del Norte y Juanes. )
72
- Entrevista con un Promotor de la Salud Para la
Prevención del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida
(SIDA) del Centro Memorial de Salud Virginia García -
Marisela
Marisela toma con gran seriedad su trabajo. Para ella es muy
importante. Su labor consiste en ir a los ranchos donde trabajan
los migrantes y darles pláticas acerca de la prevención y los
riesgos de contraer el virus de inmunodeficiencia humana
(VIH) y sus implicaciones, la más grave desde luego, la de
contraer el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA).
Ella tiene cuatro años viviendo con la enfermedad, siendo
mujer y latina, la gente toma la información y la considera
valiosa para ellos.
Ella nació en Guadalajara, Jalisco. Su mamá la trajo
desde los dos años y actualmente lleva veintisiete años
viviendo en los Estados Unidos. Su madre vino a trabajar en
los campos y todo esto le trae recuerdos, ya que ella
acompañaba a trabajar a su madre. Trabajaban en la pizca de la
uva, de la fresa, del kiwi, de la naranja. Era muy pequeña.
Desde los diez años ayudaba a trabajar a su madre en las
cosechas del campo. De una familia de nueve hermanos,
migraron uno por uno para venir a ayudar. En esa época les
pagaban 50 centavos de dólar por caja de naranja llena y para
ellos esa cantidad era demasiado.
73
Con sacrificios de su madre, Marisela pudo superarse,
asistiendo a la escuela en los Estados Unidos. Ella vive
agradecida con la vida. Ahora tiene una mejor vida y no está
sufriendo tanto como en México. “A la hora de recolectar
aprovechaba para comerse ella misma algunas uvas, allá en
Fresno, California. Su mamá la miraba de lejos y la regañaba”,
narra. A sus diez escasos años, reflexionaba el por qué la gente
sufría tantas penurias y se preguntaba si no habría otros
trabajos menos cansados y mejor pagados.
Recuerda que su madre le contaba que a ella la
cruzaron por la línea con papeles de otra niña. El oficial no
detectó la diferencia. A los dieciséis años, Marisela tuvo su
primera pareja y la conoció en los campos de California. Nunca
se casaron, pero sí se vinieron a vivir al Estado de Oregon.
Tuvo tres hijos, a los dieciséis a los diecinueve y a los veintiún
años. Por esa responsabilidad ya no pudo terminar la escuela.
“Sólo terminé hasta el séptimo grado”, relata, “y si yo hubiera
tenido toda la información como la que ahora yo difundo, no
hubiera tenido tantos hijos, joven, y mejor hubiera terminado la
escuela. Sufrí mucho con este señor y finalmente agarré el
valor y lo dejé”, espeta con cierto dejo de dolor y de firmeza.
Y continúa diciendo: “El hombre era alcohólico, drogadicto,
mujeriego y golpeador. No lo dejaba, porque le tenía mucho
miedo, hasta que un día lo enfrenté y lo dejé”. Tardé cuatro
años sola, batallando mucho. Formó a sus hijos y los sacó
adelante, trabajando mucho tiempo dos turnos.
74
Actualmente tiene una nueva pareja de la cual se
expresa muy bien: mejor amigo, esposo, compañero, padre
para mis hijos. Pero suspirando afirma:
“…Pero con él tuve que pagar un precio muy alto
porque también él me dio el regalo que tengo hoy. “Intrigado
interrumpí: ¿Y sabes con certeza que él te dio el regalo? “Sí,
porque yo tengo un diagnóstico del VIH y él tiene un
diagnóstico del SIDA”. “
Al fondo, escuchamos los ecos de una estación de
radio en español que reproduce una melodía del trío mexicano
“Los Panchos” y que interpreta la cantante peruana Tania
Libertad:
Pasarán más de mil años, muchos más, yo no sé si
tenga amor la eternidad, pero allá tal como aquí en la
boca llevarás, sabor a mí….Si la ves cancionero
vuelve pronto a mi rincón y aunque mientas haz feliz
mi corazón vuelve a decirme que me quiere…
¡todavía¡
75
- Entrevista con el Reverendo Padre Sacerdote Católico
Hugo Maese –
Titular de la Parroquia de San Mateo, en Hillsboro, en el
Estado de Oregon en los Estados Unidos de América
Sentados en la tranquilidad de su oficina parroquial, con las
imágenes de algunos santos benevolentes y adorados como
sigilosa y sutil compañía, el Padre Hugo Maese me cuenta:
“Yo nací en El Paso, Texas. Soy mexicoamericano. Dicen que
El Paso, Texas, es parte del segundo mundo: no es parte del
primero, pero tampoco parte del tercero. Mis padres eran
mexicanos y al nacer en ese lugar me di una idea de cómo la
emigración es tan visible”. A los diecinueve años entró a la
congregación de los Misioneros de la Cruz y decidió irse para
la costa oeste. Tuvo su formación religiosa en California y allí
tuvo contacto con “esos nuestros hermanos del campo”.
Después de dos años y medio en la parroquia, se ha
identificado con la comunidad, habiendo hecho antes su
ejercicio de pastoral y diaconado en esta misma parroquia. Me
llama la atención que es una parroquia que atiende a feligreses
bilingües y biculturales; se habla en inglés y en español, se
atiende a personas de origen latino y norteamericano.
La parroquia ayuda a los migrantes apoyándolos en la
fe y en su espiritualidad, intentando incorporarlos a una
comunidad más grande.
76
“Pero ellos no tienen estabilidad y están sólo dos
meses y se van. Ésa es la desventaja”, afirma. “Se invita a las
celebraciones eucarísticas a todos. La riqueza que yo veo de
nuestros hermanos que vienen de Oaxaca es que mantienen su
idioma mixteco, hablan su propio dialecto. Es una riqueza muy
grande. Ojalá y no lo pierdan. Interrumpo abruptamente para
preguntar: “Padre, usted piensa que a los niños de estas
familias también se les sigue inculcando parte de su cultura
autóctona, su lengua, su idioma, sus costumbres o el hecho de
que vengan aquí, a los Estados Unidos, hace que empiecen a
perder esas raíces autóctonas”.
Abruptamente también me responde: “Yo creo que sí,
porque la necesidad de que hables el idioma ajeno es
imperiosa, pero a veces hay una resistencia sobre todo a la
integración cultural en estos contextos, probablemente por
miedo o desconocimiento”.
Reflexiono para mis adentros a pesar de su gran fe,
quizás acercarse a otros lugares les representa un peligro
potencial para su deportación, así que mientras más lejos estén,
paradójicamente, más seguros estarán.
En la diócesis también ayudan a los migrantes de manera
material. Aunque de muy sencillo modo y haciendo un sondeo
previo en los ranchos donde ellos trabajan, suelen llevarles
despensas, artículos de limpieza, artículos personales y
artículos para niños o bebés, mismos que se recolectan a través
77
de la cooperación de los feligreses de la comunidad. Esto lo
hacen sobre todo las primeras semanas que llegan los
migrantes. Así cuentan con ciertos recursos mientras empiezan
a ganar dinero por su trabajo.
Otros impedimentos que el Padre Maese ve para su
integración a la comunidad son: la falta de transporte, así como
la larga jornada laboral que incluye domingos, ya que están
trabajando todo el tiempo.
“trabajando a destajo”. Lo que se ha hecho es ir a los campos a
ofrecer las misas y los ritos sacramentales y a convivir con
ellos a través de juegos, pláticas y diversas actividades
recreativas. Una religiosa, la Madre Guadalupe, quien estuvo
en la parroquia, impulsó la impartición de la catequesis.
Los fines de semana se dan cuatro misas en inglés y
dos en español. Curiosamente hay más interés por las personas
angloamericanas de hablar el español que viceversa. En este
barrio, Hillsboro, la comunidad hispana es relativamente joven
y como experimento de “amalgamación cultural”, las misas de
lunes a viernes se hablan en dos lenguas, la primera parte de la
misa es en inglés y la segunda parte de la misa es en español. Y
se hace así para fomentar la unidad cultural de la comunidad.
Se tienen otros proyectos a desarrollar, para que se sientan a
gusto ambas culturas, no importando su estatus.
En las festividades de la Virgen de Guadalupe las
personas se involucran mucho. Sigue estando presente la fe del
78
pueblo. El Padre Maese observa que muchas de las costumbres
católicas de México, lo que él llama los valores religiosos
culturales se siguen observando acá en los Estados Unidos.
Suelen haber personas que llevan sus imágenes de santos a
bendecir después de las misas o bien le piden al sacerdote que
vaya a bendecir sus casas.
Para terminar, Padre, le pregunto: “Aunque yo noto
diferencias por obvio en el cómo se hacen las cosas en la
Iglesia Católica en México y en los Estados Unidos, el qué yo
lo noto el mismo, es decir ¿la fe no tiene fronteras para
nuestros migrantes, Padre?” “No”, responde, “la fe es lo que
mantiene la vida, La fe trasciende culturas y se vive como se
vive, con mucha intensidad”.
“Pues Padre Hugo Maese”, asentí, “ aquí estando
sentados en la oficina de su Parroquia de San Mateo en
Hillsboro, quiero agradecerle mucho la valiosa opinión dada,
su tiempo y estos elementos que seguramente me servirán en
mi trabajo de investigación para llevar su perspectiva, sus
buenos deseos y su fe allá en México”. Reverentemente me
contesta:
“Saludos a nuestros hermanos allá”. Muchas gracias, Padre,
contesto, se los llevaré. Muy amable, Padre.
Nos dirigimos lentamente y reflexivos hacia afuera de la
parroquia y en un recodo de la construcción, de cara a una
imagen de bulto de Jesús, el Padre Maese levantando y
79
moviendo la mano derecha y agachando levemente su cabeza
me bendijo: “In Nomine Patris Et Fillii Et Spiritus
Sancti…Amén”
Marco Polo Tello Velasco siendo bendecido en su camino y en
su proyecto de alcance social hacia la comunidad por el Padre
Hugo Maese, en la Parroquia de San Mateo en Hillsboro,
Oregon.(Fotografía de Marco Polo Tello Velasco)
80
- Entrevista con una Trabajadora del Centro Memorial de
Salud Virginia García –
Rosa Rivera
Condado de Yamhill del Estado de Oregon en los Estados
Unidos de América
Me encuentro con Rosa Rivera, trabajadora de la Clínica
Virginia García en el Campo Sergio Dos del Estado de Oregon
y me cuenta muchas de sus experiencias. Ella es muy activa. Es
la persona que va a las cabinas donde viven los migrantes, toca
la puerta, los está siempre motivando para que vayan a
atenderse a las clínicas rodantes. Rosa nació en El Salvador y
sus padres la trajeron a la edad de 14 años a Los Ángeles,
California, EUA. Estudió en ese estado y empezó a trabajar
para la comunidad en el Valle de San Fernando. Después de
años de trabajo se movió de California a Oregon para trabajar
con los migrantes, lo que nunca había hecho antes. Lo que la
motivó a trabajar en la Clínica Virginia García fue el que le
llama la atención trabajar para lo que ellos llaman el alcance a
la comunidad. Por alcance a la comunidad ella entiende: “...es
un trabajo de promover a la comunidad, de nutrición, proveer
servicios a la comunidad, de salud, de seguro y de orientación
hacia la salud.”
En Oregon ella trabaja con las personas que laboran en
los campos, migrantes mexicanos básicamente. Como ella se
81
considera latina, no salvadoreña ni mexicana, le gusta ayudar a
su gente. Al inicio su trabajo le impactó mucho, pues “nunca
había visto trabajando en los campos a las personas ni en las
condiciones en que viven. Me dolió. Me dolió ver mi gente
cómo trabaja. Con qué esmero. Muchos de ellos vienen de
nuestros países con el sueño norteamericano. Levantarse en las
mañanas tan temprano y trabajan duro”. Los trabajadores, al
ver que Rosa es de “su misma gente”, suelen compartir con ella
sus historias de vida, lo que dejaron atrás, sus memorias, sus
ilusiones, las oportunidades que anhelan encontrar en este país.
Unos dejaron sus casitas atrás. Otros le dicen que sólo vienen
para poder comprar su casa en México y hacer una vida.
La primera vez que Rosa fue a un campo de migrantes
lloró y dijo: “No. Yo me voy a involucrar más en esto. Voy a
poner todo mi corazón. Voy a tratar de hacer lo posible de lo
que esté a mi alcance para ayudarlos”. Viendo tanto niño y
tanta jovencita, lo primero que vino a su mente fue hablar con
ellos y decirles que tienen un futuro. Que estudien para que
ellos puedan tener una mejor vida, aspirar a un mejor futuro
para ellos y sus hijos.
Rosa opina que en México los trabajadores migrantes
vivían mejor, socialmente hablando. Podían en sus
comunidades ir a la iglesia, al mercado, a las fiestas. Aquí
tienen una mejor vida económica, pero a cambio de esa
desintegración social. Por su continuo contacto con ellos, cree
que han perdido más de lo que han ganado.
82
“En especial, el idioma es una barrera. Ellos no
pueden salir porque allá afuera no les van a entender. Ellos no
hablan el inglés, muchos de ellos el español lo hablan muy
poco, ya que ellos hablan dialecto. Ellos se sienten como
encerrados. Les da miedo salir y muchos de ellos tampoco
tienen transporte propio y en esos lugares del campo
norteamericano no existe el servicio de transportación pública
en autobuses o coches, tal y como es común en todos los
lugares aún distantes de la República Mexicana. Si no tienes un
coche estás aislado o perdido, socialmente hablando. Es por
esto que ellos se sienten enterrados”, reflexiona Rosa. No
tienen la libertad de salir. No pueden ir a la iglesia, De convivir
con las demás personas. No tienen amigos. Los niños no van a
la escuela.
83
- Entrevista con una de las Fundadoras y Jefa de
Operaciones del Centro Memorial de Salud Virginia
García –
Señora María Loredo
Campo Casablanca en Cornelius, Oregon
“Mi familia vivía en Río Grande Valle en Texas, a lo largo de
la frontera entre México y los Estados Unidos. Soy hija de un
bracero que migró de San Luis Potosí, México. Somos ocho de
familia, ocho hermanos. Fuimos trabajdores migratorios en el
algodón y en los campos de tomate, pero sobre todo seguíamos
al algodón. Salimos a Plainview y San Antonio. Yo tenía sólo 5
o 6 años, escogiendo el algodón con mi familia. Llegamos a
Oregon en 1961. Un día, mi papá vino a casa y dijo: vamos a
Oregon a escoger fresas. Nosotros no sabíamos ni lo que era
una fresa. ", es el relato de la Señora María Loredo, militante y
pilar de esta organización desde hace muchos años.
La familia se desplazó entonces a Oregon, a Portland
y de allí al campo. “Había otra familia de ocho y otra familia
de seis y vivimos en el campo para migrantes. El contratista
que nos trajo nos prometió pagarnos un dólar por hora, por
cosechar fresas escogidas. No obstante, cuando llegamos al
campo, sólo cincuenta centavos por hora y conseguimos un
adicional de veinte centavos por caja de fresas, en vez de los
veinticinco centavos prometidos. Un día, la gente del estado
vino para preguntarles a los trabajadores sobre la situación en
84
su campo. Su padre comentó el salario por hora que les
pagaban a las personas.”
Al día siguiente, el contratista llegó y les dio de
patadas, porque su padre se quejó ante las autoridades estatales.
Decidieron irse del lugar. Pero no tenían ningún lugar para ir y
no tenían ningún vehículo para moverse. “Entonces mi papá
compró un viejo coche y consiguió a alguien más para
conducirlo, porque él no sabía conducir”, dice Loredo. “Nos
movimos a otro campo. Fuimos a escoger fresas durante seis
años”. Para entonces decidieron quedarse en Oregon.
En esa época había campos como ahora y la gente
vivía en cabañas, casas, en barracas, tiendas de campaña y
hasta en carpas, como donde vivieron ellos un tiempo. No
obstante, los más desgraciados vivían bajo los árboles. En esa
época venía mucha gente de Texas y seguían las cosechas en
los estados de California, Oregon y Washington.
Lo que recuerda de su trabajo es que le divertía, se le
hacía fácil, seguramente porque era una niña. “El trabajo se
hacía sin problemas y lo hacían en conjunto, como familia. El
corte del espárrago era el más duro —afirma— Nos daban
como sesenta acres por día a cada familia e íbamos en las
mañanas y en las tardes a cortar”. Moviéndose de pueblo en
pueblo cada dos semanas para las cosechas, era para la niña
María Loredo de entonces más bien una diversión.
(Nota del autor: un acre es equivalente a 4.04 metros cuadrados)
85
Al llegar a Oregon cosecharon la fresa, el frijol, el
repollo, en fin, diversos tipos de verdura. “En especial recoger
la fresa es cansado; hay que hacerlo sentado, semi-sentado o
hincado. Las manos se cansan, las piernas se entumen, la
espalda se lastima”. Se acuerda mucho de las duras jornadas
que empezaban a las cuatro o cinco de la mañana, “cuando se
levanta uno y el sereno frío. Las manos se le entumen, pero se
le pasa a uno y tiene que trabajar”.
María Loredo fue a la escuela hasta el sexto grado y
no más, debido a la creencia de su padre de que las mujeres no
necesitan mucha educación. Siguió trabajando en los campos
de migrantes.
Pasaron cuatro años y comenzó a asistir el colegio
comunitario de Chemeketa, planeando allí estudiar la profesión
de enfermera. También comenzó a trabajar en una clínica de
dermatología en Salem como un ayudante médico. El programa
para estudiar la profesión de enfermería tenía entonces un
sistema de sorteo. Ella esperó durante tres años, pero nunca
entró al programa.
Entonces se casó con un migrante también. Lo
hicieron en el Condado de Washington. Allí descubrió que
había muchos campos de migrantes, con muchas familias
viviendo allí.
86
“Comencé a trabajar como consultora migratoria para
el distrito escolar de Forrest Grove. Trabajé con las familias de
niños migratorios para averiguar sus necesidades. Esto era un
principio bueno para mí, porque llegué a conocer la
comunidad. Cada persona que conozco ahora era la gente que
encontré durante aquel año (1977). Algunos de ellos se han
hecho mis compadres y comadres al cabo de un rato. Fui capaz
de unirme a la comunidad migratoria por mi trabajo”, dice
María.
En aquel tiempo, la primera clínica del Sistema
Médico Virginia García ya había sido establecida, por lo que
María Loredo traía los niños a la clínica para inmunizaciones y
chequeos. “Un día, el director me preguntó si querría trabajar
para la clínica durante el verano. Sólo un verano y acepté la
oferta de trabajar como una recepcionista para la clínica de
Virginia García.” Hasta hoy, continúa trabajando para la
clínica.
“Realmente disfruté trabajando con las familias y
niños. Pronto comencé a identificar áreas en la clínica en las
que podría ayudar a mejorar. No había un sistema para el
expediente médico, entonces ayudé a diseñarlo. Entramos un
sábado y establecimos el nuevo sistema, y esto trabajó. Era mi
primera tarea de diseño de un sistema. Poco después, comencé
a manejar la recepción y ayudé con el sistema y el desarrollo de
programa y la supervisión de personal”.
87
Además de la dirección de programas, la otra pasión
de la Señora Loredo fue trabajar en los campos de los
migrantes y convencer a los trabajadores de venir a la clínica.
Trabajando de tiempo completo y haciendo un esfuerzo
sustancial, María Loredo asistió a estudiar a Portland State
University, donde recibió su grado de Licenciatura en Ciencias
Sociales en el año 2002.
Durante la década de los años noventa, el centro
médico memorial comenzó a crecer rápidamente. Se añadieron
las áreas de oftalmología y clínicas dentales. En 2002, se abrió
la Clínica en Hillsboro, barrio muy poblado de población
hispana en los suburbios de Portland. También, durante aquel
año, le ofrecieron la jefatura de operaciones. “Como
trabajadores de asistencia médica, hay todavía muchas cosas
para nosotros por hacer”, enfatiza María Loredo. La asistencia
médica no está disponible aún para cada uno de los habitantes
en Oregon que lo necesita: para niños, jóvenes, adultos,
mujeres embarazadas. Hay mucha gente que es no asegurada.
Hay mucha gente que no tiene el acceso a la asistencia médica
básica”. “
Como administradora de operaciones, uno de sus
objetivos más importantes es mejorar el aspecto cultural de
servicio que provee. Declara: “Es importante que nosotros no
sólo proporcionemos el servicio culturalmente apropiado, sino
que hagamos un esfuerzo para ser bilingües, biculturales. Más
allá de la cultura del latinoamericano, también servimos a
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  • 1.
  • 2. MARCO POLO TELLO VELASCO ¿Y Cómo se Llama el Niño?... Se llama Juan Diego. Experiencias de Apoyo Binacional e Historias de Vida de los Migrantes Agrarios de la Región Mixteca Oaxaqueña en el Estado de Oregon, EUA, a Través de un Programa de Alcance a la Comunidad.
  • 3. Segunda Edición 2019 ISBN: 9781703981254 Se agradece el apoyo desinteresado de: Fundación Ixcaquixtla ( Ѓuμdαtιομ “υɛν ακι” ) México © Derechos reservados por el autor. Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida o transmitida, mediante algún sistema o método, electrónico o mecánico (incluyendo el fotocopiado, la grabación o cualquier sistema de recuperación y almacenamiento de información), sin consentimiento por escrito del editor.
  • 4. i Presentación - La situación de los inmigrantes ilegales mexicanos, así como la forma en que viven en EUA, es prácticamente un mito en México. A través de datos, anécdotas, entrevistas e historias, el Dr. Marco Polo Tello Velasco nos va develando la verdad, mostrando lo que los migrantes oaxaqueños experimentan en los campos agrarios de Oregon, EUA. Entrelazando estadísticas, información y datos, con las entrevistas a los involucrados en los programas de alcance social, el autor nos hace sentir, ser empáticos, no sólo la frialdad de los números y lo que implican sobre la situación económica que enfrenta la población mixteca oaxaqueña en su terruño de origen. Utiliza de manera acertada los nombres de los entrevistados, como son el joven Prisciliano, Doña Porfiria, la familia Hernández, Vianey, Juventino González y el Padre Hugo Maese, entre otros, pone al lector en el lugar de los mismos, provocando una mejor comprensión de la experiencia. Los relatos ágiles y sencillos, escritos utilizando una prosa natural y llena de sentimientos, hacen que el lector comprenda lo que los inmigrantes sienten y viven al trabajar día a día en la pizca de bayas. Definitivamente, el contenido del libro logra su cometido: dar a conocer la situación y humanizarla. De esta manera, dejo al lector la amena labor de leer el atractivo relato de estas vivencias plasmadas por mi querido amigo, gran profesional y estudioso de la situación migratoria. “Aquí no se habla, sólo se camina… y se muere” (Frase de una historia contada al autor por un inmigrante en EUA.) M.A. Cecilia Ibarra Cantú Doctorante en Administración Universidad de Huddersfield Reino Unido
  • 5. ii iii Contenido Presentación -...........................................................iv - Introducción - .........................................................1 Capítulo 1. El Contexto del Apoyo y del Alcance Social Binacional México-Estados Unidos de América en el Estado de Oregon. .............................4 Capítulo 2. La Situación de la Migración en el Estado de Oaxaca....................................................12 Capítulo 3. El Centro Memorial de Salud Virginia García......................................................................23 Capítulo 4. Historias de Vida de los Trabajadores Migrantes Oaxaqueños en el Estado de Oregon.....27 - Entrevista con un Trabajador Migrante Agrario Oaxaqueño-.........................................................29 - Entrevista con una Trabajadora Migrante Agraria Oaxaqueña-............................................38 - Entrevista con los Integrantes de la Familia del Señor Luis Hernández, Trabajador Migrante Agrario Oaxaqueño- ...........................................41 - Entrevista con una Trabajadora Migrante Agraria Oaxaqueña-............................................47 Capítulo 5. La Realidad del Trabajo en los Ranchos de Oregon desde el Punto de Vista de los Capataces, Trabajadores Sociales y Promotores de Apoyo Social. .....................................................................53 - Entrevista con el Señor Juventino González, Capataz de Campo – ...........................................53 - Entrevista con un Promotor de la Salud del Centro Memorial de Salud Virginia García –.....58 - Entrevista con el Reverendo Padre Sacerdote Católico Hugo Maese –.......................................65 - Entrevista con una Trabajadora del Centro Memorial de Salud Virginia García –.................70
  • 6. iv - Entrevista con una de las Fundadoras y Jefa de Operaciones del Centro Memorial de Salud Virginia García – ................................................73 Conclusiones...........................................................82 Referencias..............................................................91
  • 7. 1 In Memoriam. Requiescat in Pace, Amen. Decana Emérita Dra. Kristine Nelson Escuela de Trabajo Social, Portland State University Portland, Oregon, EUA (23/08/1943 - 22/04/2012) (Fotografía: Marco Polo Tello Velasco) La Dra. Kristine Nelson murió en paz el domingo 22 de abril del 2012, después de una larga lucha contra el cáncer. Ella se graduó de la Licenciatura en Artes en la Universidad de Stanford, obtuvo su Maestría en Trabajo Social en Sacramento State University y su Doctorado en Trabajo Social en la Universidad de California, Berkley en 1980. En 1993 ingresó a la Escuela de Trabajo Social de Portland State University,
  • 8. 2 como una profesora de tiempo completo. Fue nombrada decana de dicha escuela en 2005. En el verano de ese mismo año y gracias a sus gestiones con el Dr. Marco Polo Tello Velasco (oriundo de la Ciudad de Puebla, México y profesor visitante de la Portland State University), se inició el proyecto: apoyo de alcance a la comunidad para migrantes agrarios mexicanos en distintos condados del Estado de Oregon. Su liderazgo fue ejercido en distintos niveles a través de servicio comunitario, enseñanza y administración. Tenía una vocación inagotable para el trabajo social dentro del sistema universitario, así como en las redes académicas nacionales e internacionales. En el año 2010, Kristi recibió un reconocimiento por su trayectoria por parte de la Asociación Nacional de Trabajo Social de Oregon. Kristi fue una mujer de coraje, quien hizo muchas contribuciones a la Escuela de Trabajo Social y al mundo en el que ella creyó. Era una apasionada abogada de la justicia social. 3 Migrantes en su camino al cruce fronterizo. (Fotografía: Sitio de Internet Google Images, Etiquetada Para Reutilización). “Antes de llamarlos inmigrantes “ilegales”, consideremos nuestra historia. Los afro-americanos eran “ilegales” de acuerdo con la Constitución del Estado de Oregon en 1857. No era permitido ni que vivieran ni que trabajaran en el estado. Los chinos eran “ilegales” a ellos se les tenía prohibido emigrar a América. Los nativos americanos fueron alguna vez tildados de “ilegales”, no permitiéndoseles el hablar sus propias lenguas o vivir en su propia tierra. Alguna vez fue “ilegal” para las mujeres votar. Ningún ser humano es ilegal. Las leyes injustas pueden ser cambiadas. Aquellos que ignoran la historia están condenados a repetirla”. Jamie Partridge Portland, Oregon, EUA The Portland Tribune Viernes 20 de Julio del 2007
  • 9. 4 5 Personaje del ejército norteamericano. (Fotografía: Sitio de Internet Google Images, Etiquetada Para Reutilización.)
  • 10. 6 7 “Yo soy un soldado profesional, graduado en la Academia Militar de los Estados Unidos, comandante del Tercer Regimiento de Infantería. Yo soy un ayudante del General Zacarías Taylor. Como el Presidente Polk, Taylor quería una guerra con México, y entonces él movió tropas hacia el Río Grande – territorio reclamado por ambos, México y Tejas – para provocar a los mexicanos. Eventualmente los mexicanos atacaron, como Taylor y Polk sabían lo harían. Y ahora los líderes de los EUA tienen su guerra. Los Estados Unidos no tienen ningún derecho para moverse dentro de México. El gobierno está buscando la guerra para que pueda tomar de México tanto como quiera. Estados Unidos es el agresor. Mi corazón no está en esta guerra. Pero soy un oficial de la Armada de los Estados Unidos y yo debo llevar a cabo mis órdenes”. Coronel Ethan Allen Hitchcock Guerra de Estados Unidos - México 1846 – 1848
  • 11. 8 9 “Nosotros no cruzamos la frontera, la frontera nos cruzó a nosotros”. Romeo Sosa. Portland VOZ Migrante vigila a la patrulla de vigilancia de migración que se encuentra del otro lado de la frontera mexicana. (Fotografía: Sitio de Internet Google Images, Etiquetada Para Reutilización.)
  • 12. 10 11 - Introducción - El proyecto de apoyo social binacional para migrantes agrarios oaxaqueños, particularmente de la Región Mixteca, en el Estado de Oregon, Estados Unidos de América, se realizó en los periodos de verano de los años 2007 y 2012, a través de un programa de alcance a la comunidad tripartito. El cual involucró al equipo de apoyo del Centro Memorial de Salud Virginia García (Virginia García Memorial Health Center) del Estado de Oregon, a alumnos de maestría del Departamento de Trabajo Social de Portland State University y a médicos, odontólogos y enfermeras del sector salud de los Estados de Puebla, Tlaxcala y Oaxaca, México, con el beneplácito del Consulado Mexicano en Portland, Oregon. Se interactuó con migrantes oaxaqueños itinerantes, quienes llegan al Estado de California de la Unión Americana en la primavera, luego se trasladan a los ranchos localizados en varios condados en el Estado de Oregon en el verano y, finalmente, algunos de ellos entre el fin del verano e inicio del otoño, se trasladan al Estado de Washington. Durante dos meses, al final de las jornadas de trabajo de los migrantes, el equipo tripartito efectuó actividades de apoyo médico y odontológico a través de la clínica rodante del Centro Memorial de Salud Virginia García, así como apoyo psicológico, juegos y convivencias con niños.
  • 13. 12 Se brindó asesoría legal, familiar y civil a través del consulado de México en Portland, Oregon, y se difundió información para prevenir adicciones, alcoholismo y prácticas sexuales riesgosas. Se concluyó que es importante ejercer la medicina y psicología preventivas para los migrantes agrarios y que los servicios que se les provean deben ser físicos, de apoyo en su lengua, además de económica y culturalmente accesibles. El uso de una clínica móvil, probó ser efectivo en la provisión de salud en zonas rurales no atendidas. 13 Capítulo 1. El Contexto del Apoyo y del Alcance Social Binacional México-Estados Unidos de América en el Estado de Oregon. En el verano del año 2005 asistí, en mi tercer año como profesor visitante, a la Escuela de Negocios de Portland State University —hermosa Universidad urbana en Portland, Oregon— invitado por el entonces Director del Centro de Estudios Internacionales de esa escuela, el Dr. Earl Molander. Como requisito de nuestra visita, los varios profesores extranjeros que habíamos sido invitados, participábamos en una serie de conferencias dictadas para cualquier interesado de la comunidad y denominadas “Tour of the World at Home”. Mi conferencia versó sobre aspectos sociales y demográficos de México, al final de mi participación se acercó a mí una persona amable y bondadosa, la Dra. Kristine Nelson, Directora de la Escuela de Graduados de Trabajo Social de la antes nombrada Universidad Estatal de Portland. Ella me planteó la necesidad de que su departamento se vinculara, académicamente, con otras personas de otros países para realizar algunas actividades conjuntas. Me preguntó si la idea me interesaba, a lo que respondí afirmativamente y yo le dije que sí. Entonces convenimos una reunión al día siguiente en el Café Starbucks University Place, situado frente al Centro Para Estudiantes, lugar donde yo había dictado la conferencia.
  • 14. 14 Acudimos sin falta al día siguiente y, entre una taza y otra de capuchinos y expresos, surgió la idea de relacionarnos con la Clínica Virginia García, con operaciones en el Estado de Oregon, ya que ésta tenía un programa de apoyo a migrantes agrarios mexicanos que trabajan cosechando en varios ranchos pertenecientes a condados aledaños a la Ciudad de Portland. De inmediato la idea fue acogida y se empezó a trabajar en ella, con el apoyo logístico y relacional del Dr. William (Ted) Donlan, profesor de tiempo completo de la Escuela de Graduados de Trabajo Social de Portland State University. En la primavera siguiente volví a Portland. Esta vez fui llevado a la Clínica Virginia García ubicada en Cornelius, Oregon. Allí me encontré con la Lic. Ignolia Duyck, Directora de Programas de Alcances a la Comunidad, y con la Trabajadora Social Rosa Rivera, coordinadora de estos programas. El Centro Memorial de Clínicas Virginia García, cuenta con una clínica móvil, para atender cuestiones médicas y odontológicas sencillas y/o rutinarias. Ésta es una clínica acondicionada especialmente para ello, en una camioneta de cabina larga. Dicha clínica visita nueve ranchos en el Condado de Washington y cuatro en el Condado de Yamhill, de manera frecuente e itinerante en los meses de mayo a agosto, meses en que los migrantes están trabajando en las cosechas. En promedio, atiende a treinta personas en cada visita. 15 La clínica móvil es responsable de una de cada cinco consultas que se brindan a los migrantes. Los males más comunes son la tendinitis y los dolores de espalda, así como problemas respiratorios, parasitosis, infecciones de la piel e intoxicaciones por el manejo de productos químicos. Existen también otros padecimientos más complicados, los cuales suelen ser atendidos en alguna de las clínicas fijas. Rosa Rivera me llevó por primera vez a los ranchos, visitamos el Campo Azul. Allí Rosa saludó a un migrante, que quedó parcialmente incapacitado para caminar, al lesionarse una pierna al trabajar. Por fortuna, él había sido atendido previamente en la Clínica Virginia García y, en esta ocasión, ella sólo le informó cuándo sería su próxima curación y le preguntó dónde podría recogerle. Después llegamos al área donde viven los migrantes y sus familias. Ellos les llaman cabinas, pero realmente son una especie de barracas de madera alineadas. En cada una de ellas hay varios habitáculos, donde viven individuos o familias. Allí duermen varias personas a la vez, mientras que sólo hay una cocina, un comedor y un baño que se comparten en cada barraca. Las instalaciones, aunque sencillas, son dignas, decorosas y las mantienen limpias. Estas instalaciones paupérrimas me recuerdan documentales históricos que he visto sobre la Segunda Guerra Mundial, en particular comparo estas barracas con las de los campos de concentración que los nazis usaron para confinar a los judíos que expulsaron de sus ghettos.
  • 15. 16 Campo Azul en McMinnville, Oregon. Cabinas donde viven los migrantes agrarios mexicanos y sus familias. (Fotografía de Marco Polo Tello Velasco) Entramos a una de las cabañas y Rosa Rivera toca la puerta de uno de los cuartos. Sale una señora con un niño en brazos y Rosa le pregunta si está la persona que busca. La señora le indica que se encuentra descansando en el cuarto contiguo. Rosa agradece y toca la puerta contigua. Se oye una voz ahogada y entrecortada, como de un paciente que le indica que pase. Ella entra y yo, prudentemente, le espero afuera del cuarto. Observo a la señora de aspecto humilde, ataviada con una falda de lana, blusa blanca con encajes de colores y unas trenzas atadas en rosca en la parte superior trasera de la cabeza. Su cabello era oscuro, su tez madura y curtida por el sol. 17 Al cabo de un momento comienzo a hacerle plática, qué de dónde es, que cuándo llegó, qué, si dejó a su familia, en fin, espeto aquellos clichés de información consabida que el forastero investigador siempre quiere saber da cada migrante. De pronto, mi atención se fija en el bebé, pequeño pero correoso, también moreno, con las características morfológicas de nuestros indígenas autóctonos, errónea y despectivamente llamados indios en los campos de México. Está bien nutrido, es notorio que se está criando bien. No se puede olvidar que él ya nació en un país de primer mundo. Es un ciudadano norteamericano. Con ello quizás se ha alcanzado, sin planearlo tácitamente, parte del tan anhelado “sueño americano”. Para él no habrá cruces de frontera riesgosos ni deportaciones, tal vez menos discriminación, y tendrá la posibilidad de insertarse en una sociedad económica de clases, la posibilidad de un trabajo digno, la factibilidad de educarse, de recibir subsidios y apoyos médicos y sociales, educación de calidad, en fin, un mundo de amplio espectro, de posibilidades en potencia. Me acerco al rollizo bebé, tímidamente le hago una caricia en la mejilla y le preguntó a la madre: ¿Y cómo se llama el niño? Esperando me contestara James, Robert, Arthur o quizás Peter o Thomas, con una sonrisa en los labios me contesta… ¡Se llama Juan Diego!
  • 16. 18 El resto de la historia se gesta como fruto de entrevistas de campo hechas en el marco de un proyecto de apoyo social a migrantes agrarios mexicanos que trabajan en el Estado de Oregon, Estados Unidos de América, mediante un programa binacional de alcance a la comunidad, en colaboración con el Centro Memorial de Salud Virginia García y Portland State University. Los migrantes trabajan pizcando o cosechando los frutos denominados bayas, en especial, los arándanos. Los arándanos son consumidos en la dieta diaria del norteamericano como fruta fresca, deshidratada o congelada. Se incorporan a comidas dulces o saladas, en aplicaciones industriales, farmacéuticas y también el ramo alimenticio. En Norteamérica, su popularidad en el consumo ha logrado que se cultive desde comienzos de 1900, en lugares agrícolas y climáticos distantes y distintos. La producción mundial de arándanos en el 2006 fue de 225 mil toneladas. Un 30%, es decir, 67.5 mil toneladas se producen en tierras de cultivo. El primer país productor, importador y también consumidor en el mundo es Estados Unidos de América y prácticamente toda la cosecha de la costa oeste de arándanos es levantada por migrantes mexicanos. Se estima que el crecimiento del mercado es del orden del 1% anual. 19 En este proyecto realizado se pudo constatar que, mientras en los campos de Oregon el pago a destajo por una libra pizcada de arándanos (blue berries) era de $ 0.20 dólar por libra, el precio final al consumidor en el supermercado Safeway de Portland era de $ 3 dólares por libra.
  • 17. 20 21 Capítulo 2. La Situación de la Migración en el Estado de Oaxaca. Uno de los problemas fundamentales de México es la migración hacia los Estados Unidos de Norteamérica. Debido al desigual desarrollo económico y a presiones de flujos migratorios que no se han podido regular, las zonas rurales de México han sido abandonadas por los campesinos que han emigrado. Estas regiones se encuentran deterioradas, infértiles, ya no se siembra, ya no son útiles a sus habitantes, en fin, ya no hay incentivos económicos para su reactivación. La razón es simplemente que no hay quien las cultive, pues irse al otro lado de la frontera, al norte, resulta ser más atractivo y mucho más rentable. Según Delgado y Mañán (2005), Estados Unidos de América es el país de mayor migración en el mundo y el contingente de inmigrantes mexicanos, constituye el núcleo mayoritario: 28.7%. La Oficina del Censo de los Estados Unidos indica que actualmente hay 31.7 millones de hispanos en su territorio, 11.7% de la población total, de los cuales casi veinte millones son de origen mexicano. Se estima que sólo en el Estado de California hay 500 mil oaxaqueños indígenas. Las remesas son la tercera fuente de ingreso en Oaxaca, después del turismo y del café. Aproximadamente se
  • 18. 22 reciben de 10 a 15 millones de pesos cada día por concepto de envío de remesas desde los Estados Unidos de América al Estado de Oaxaca. Durante el foro sobre migración efectuado el 12 de mayo del 2010 en Huajuapan de León, Oaxaca, por el entonces candidato al gobierno del Estado por la coalición de partidos políticos Partido Acción Nacional-Partido de la Revolución Democrática-Convergencia y Partido del Trabajo, Gabino Cué Monteagudo, ofreció los siguientes datos dramáticos sobre el fenómeno de migración en el Estado de Oaxaca: 1- Oaxaca es considerado un Estado de fuerte expulsión. Más del 50% de sus municipios revelan altos índices migratorios, principalmente aquellos donde está asentada población indígena. 2- Durante el período 2005–2009, en el gobierno presidido por Ulises Ruíz Ortíz, del Partido Revolucionario Institucional, cada año se incorporaron al flujo migratorio internacional poco más de 47 mil personas buscando llegar principalmente a los Estados Unidos de América, motivados principalmente por la falta de empleo, oportunidades, pobreza y conflictos por la tierra. 3- En el período 2005-2009 han muerto más de 1 mil 100 migrantes, en parte esto se debe a que la mayoría de los migrantes son indocumentados, situación que los convierte en víctimas reales o potenciales de un sinnúmero de atropellos. En 23 promedio más de 200 oaxaqueños migrantes pierden la vida cada año huyendo de la pobreza y la marginación. 4- Mientras que el promedio del producto interno bruto por persona a nivel nacional es de 114 mil 874 pesos, en el Estado de Oaxaca es de 48 mil 689 pesos, el 0.42% respecto del nacional. Este dato ubica a la entidad federativa oaxaqueña en el penúltimo lugar a nivel nacional, superado únicamente por el Estado de Chiapas. Según el informativo “Sexenio de Oaxaca”, con cifras del año 2012, se estima que hay al menos dos millones de oaxaqueños en la Unión Americana, de los cuales quinientos mil no saben leer ni escribir y doscientos mil no han concluido sus estudios de secundaria. Ante esta triste realidad, el Gobierno del Estado de Oaxaca, a través del Instituto Estatal de Educación Para los Adultos, firmó un convenio con consulados, organizaciones de oaxaqueños que radican en los Estados Unidos y universidades públicas extranjeras para efectuar misiones de alfabetización que apoyen, especialmente, a jornaleros migrantes. “Dime cómo llegaste y te diré quién eres”, es un viejo adagio que se oye con frecuencia allende la frontera, como evocando las dramáticas historias de cruce. Las historias de los migrantes mexicanos son muy parecidas, pero, al mismo tiempo, son muy distintas entre sí. En lo particular, recuerdo una que me contó de viva voz un
  • 19. 24 migrante en uno de los ranchos donde ellos pizcan los arándanos. Él y un grupo de personas se engancharon con un pollero, mismo que los llevó a cruzar por el lado de Arizona. Se escondían en el día y caminaban en la noche. Con el grupo viajaba una mujer con sus hijas. Las mujeres y los niños iban atrás de la caravana y un hombre iba en la retaguardia para ayudarles e impulsarles a continuar la caminata. La niña menor empezó a platicar, quizás inconscientemente temerosa de la obscuridad de la noche y de los peligros del desierto, pero su madre le advirtió, previendo que en el silencio del desierto aquella vocecita pudiese ser escuchada por los vigilantes o los asaltantes del camino: “Aquí no se habla, sólo se camina”. Y la consigna se cumplió. De repente, en medio del paso andariego, la niña cayó. Inmediatamente las personas se acercaron a ver lo que sucedió. La niña estaba muerta. La sombra de la noche cobró una víctima. Había sido mordida por una serpiente venenosa sin que nadie se hubiese percatado y, dramática y valientemente, sin que ella rompiese la puntual consigna de su madre que, horriblemente se transformó en: “Aquí no se habla, sólo se camina… y se muere”. En general puede decirse que la Región Mixteca es la principal expulsora de población la cual se dirige principalmente hacia los estados de California, Oregon y Washington, de los Estados Unidos de América. Al principio de la década de 1990 había un estimado de 45 mil a 55 mil mixtecos en el Valle Central de California en agricultura. 25 De acuerdo con Anguiano (2010), los predios menores de dos hectáreas de tierra empobrecida y erosionada con que cuentan las familias mixtecas, no les proporcionan recursos para vivir ni al mínimo de subsistencia. Entonces, se han visto obligados a emigrar de sus comunidades, más intensamente a partir de la década de los años ochentas. Ellos, los mixtecos, representan uno de los grupos étnicos más numerosos de México que se han desplazado a los Estados Unidos de América. Han emigrado en busca de empleos en el campo y en las ciudades y en su peregrinar, para su sobrevivencia, han creado una bien integrada red de relaciones sociales. Los conceptos de familia, lazos parentales, compadrazgo, tan atados y fuertes en la cultura mixteca, han cobrado intensidad más allá de la frontera. Para la investigadora Valentina Glockner (2010), no todo lo que impulsa a la migración es carencia. Hay quienes deciden migrar porque quieren conocer otros lugares, otras personas, costumbres, paisajes. Otras maneras de ver el mundo para regresar a su tierra llenos de conocimientos y vivencias para contar y compartir. Por esto, la investigadora considera que la migración por sí misma, no va a terminar con cultura indígena alguna, todo lo contrario, sucede que al enfrentarse a otra cultura se termina reforzando la identidad. “Al encontrarse frente a las duras condiciones de trabajo y de subsistencia, o a la nostalgia que no tarda en hacerse presente, los migrantes se aferran a la ayuda, a la compañía y al consuelo que sus paisanos les brindan, robusteciendo su identidad, sus
  • 20. 26 costumbres y sus tradiciones, al tiempo que las transforman y fortalecen su sueño transnacional o su ideal de vida moderna y cosmopolita. Y esto, de ninguna manera quiere decir que su cultura se esté perdiendo. Con sus trayectos itinerantes, sus experiencias nómadas y sus afanosas vidas completadas “al otro lado”, los migrantes están permanentemente creando cultura. Algunas veces refuerzan sus creencias y costumbres, revitalizándolas, y otras tantas las modifican para adaptarlas a nuevos contextos sociales, económicos e incluso políticos, y esto también los revitaliza”. Desde el punto de vista de la investigadora, todos tenemos el derecho de transitar libremente por territorios y naciones, lo que no es aceptable es que millones de mexicanos migren hoy día no por ejercer dicha libertad, sino por la carencia, la incertidumbre, la incapacidad y errores de los políticos en este país y su ideología que privilegia lo moderno, lo urbano, lo industrial, lo material, lo individual, el egoísmo, el beneficio y el capital sobre todo aquello que representa la vida de los campesinos, de sus comunidades indígenas. Ellos tienen su propia cosmogonía, sus propios ritmos, los ritmos de la tierra y de la lluvia, los vientos y las estaciones, la siembra y la cosecha, en fin, “el tiempo de Dios”, su vida históricamente encajaba de manera perfecta con la naturaleza. Los conceptos de progreso, desarrollo y éxito no existían, porque no tenían referente y no se necesitaban ni para describir ni para entender sus propias vivencias. 27 En una nota periodística publicada en el Diario de la Mixteca el 12 de febrero del 2012, se afirma que se encuentran en el olvido los jornaleros de la Región Mixteca que trabajan en Estados Unidos. De acuerdo a la fuente, sólo 1661, cuentan con seguridad social por parte de sus patrones, el resto que son más de 30 mil se encuentra totalmente desprotegidos, trabajando incluso en condiciones deplorables, sin embargo, prefieren vivir así porque tienen un empleo a regresar a sus pueblos en donde no lo hay. Ese mismo diario, publica el 6 de junio del 2012 otra nota preocupante, donde el jefe de la jurisdicción sanitaria 05 en la Región Mixteca, el Médico Tomás Chiñas Santiago, advirtió a un grupo de migrantes que se encontraban en esta demarcación, mismos que se encuentran trabajando en campos agrícolas de los Estados Unidos de América, que existen algunos fertilizantes que están originando enfermedades severas a los connacionales. Les advirtió a los jornaleros agrícolas que el mal uso de los fertilizantes o agroquímicos está originando graves enfermedades en los migrantes mixtecos, lo que reconoció como la enfermedad agroquímica, o bien cáncer, ya que el uso excesivo de este producto trae severas consecuencias al sistema inmunológico de las personas. Les pidió ser cuidadosos y evitar tener contacto con los mismos, pues “ésta situación ha hecho que muchos migrantes mueran en la Unión Americana, ya que el estado de la enfermedad está muy avanzado y el tratamiento médico ya no es eficaz”. Finalmente, el médico les recomendó a los migrantes revisar
  • 21. 28 los sitios a donde deben de ir a trabajar, con la finalidad de extremar precauciones y cuidar su salud. Chiñas Santiago comentó que en la Región Mixteca existen 75 municipios con alto índice de migración y apuntó que las localidades con alta población migrante son: San Martín Peras, seguido de San Juan Mixtepec, San Agustín Atenango, San Antonio Yodonduza, Putla Villa de Guerrero, San Martín Itunyoso, Santo Domingo Tonalá, Guadalupe de Ramírez, Santos Reyes Yucuná, Santiago Tamazola y Santa María Zacatepec, entre los principales. En la década de los años ochentas, cuando Juan Ramón Reyes era todavía un adolescente de 14 años que en busca de fortuna llegaba a Estados Unidos desde la Sierra Mixteca de Oaxaca, el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA) apenas empezaba a conocerse. “Discretamente se hablaba de una enfermedad ‘rara’ que afectaba a los gays: un tal al SIDA”. (Dossierpolítico.com, 2006) “Son prácticas homosexuales que niegan, porque es un tabú, es como si fuera un pecado muy grande, además de que en mixteco no hay forma de decir gay”, comenta Juan Ramón, quien es miembro del Frente Indígena de Organizaciones Binacionales (FIOB) y se dedica a dar pláticas en mixteco a sus paisanos. 29 “La mayoría de todos nosotros no sabíamos —y todavía muchos no saben— qué es un condón, qué es el SIDA”, dice Juan Ramón, indígena oaxaqueño radicado en el norte del condado de San Diego, donde hay una gran comunidad mixteca. Al dejar a sus esposas en Oaxaca por dirigirse al norte, sus necesidades sexuales las satisfacían con prostitutas y, en algunos casos, con los mismos hombres. Admite haber mantenido relaciones sexuales con las prostitutas que cada fin de semana les llevaban los patrones a los campos agrícolas con quienes gastaban una buena parte de su cheque. “El mixteco no sabe lo que es el condón, ni cuáles son las enfermedades, por eso yo me encargo de explicarles en su lengua, para educarlos sobre el sida, la gonorrea, la sífilis, la clamidia, la hepatitis…, los estamos educando acerca de dónde viene la enfermedad, por qué se contagian, por qué es necesario usar el condón, además de decirles que se hagan la prueba [de SIDA]”, comenta. Carlos Magis, Director de Investigaciones del Centro Nacional para la Prevención y Control del SIDA (CENSIDA), explica que la vulnerabilidad de los migrantes ante el SIDA es debida a que están experimentando la vida de las grandes urbes, donde no entienden el idioma, enfrentan otros criterios culturales y que, al permanecer en forma no autorizada en el país, son excluidos de los servicios de salud. (Ibídem.)
  • 22. 30 “Encontramos que los migrantes tienen más parejas sexuales, usan más drogas y contratan más seguido prostitutas, lo que los pone en alto riesgo; es decir, hay un aumento de riesgo de infectarse cuando emigran”, comenta el Doctor Magis. Otros resultados preliminares del estudio del CENSIDA, revela que los migrantes que están siendo infectados en el Estado de California están diseminando el virus de esta enfermedad en sus comunidades cuando regresan a territorio mexicano. Lo preocupante es que muchos de estos migrantes son itinerantes y trabajan por temporadas de cosechas también en otros estados de la unión americana, como Oregon y Washington. La preocupación es mayor, ya que el SIDA está llegando a las comunidades rurales de donde provienen los migrantes, principalmente de los pueblos indígenas, donde las mujeres son las más vulnerables, señala una conclusión de la Iniciativa SIDA México-California. Odilia Romero, coordinadora de asuntos de la mujer del Frente Indígena de Asuntos Binacionales, coincide en que la situación de los mixtecos es grave “Porque la situación del VIH en las comunidades indígenas crece cada vez más, y es por la falta de información en los idiomas indígenas, porque no hay recursos, además de que andan haciendo sus travesuras, se 31 infectan y luego llevan el virus a casa y así se va transmitiendo”, dice esta activista de origen oaxaqueño. Como organización no gubernamental, la FIOB lleva a cabo talleres de prevención, como los que realiza Juan Ramón, el mixteco que llegó hace 20 años a Estados Unidos y no conocía el condón. Los talleres son en diversos idiomas indígenas, además de que distribuyen condones y se realizan pruebas de SIDA. “Les causa risa que les regalemos condones”, dice Odilia. Y eso se debe a que “muchos no los conocen y no conocen las enfermedades venéreas. Desde los años 80, cuando apenas aparecía la enfermedad, poco a poco la gente empieza a saber más. Desafortunadamente, a muchos migrantes, indígenas la mayoría, la noticia del SIDA les llega directamente a la sangre, cuando ya han sido infectados”.
  • 23. 32 33 Capítulo 3. El Centro Memorial de Salud Virginia García. En 1975, la niña de seis años de edad Virginia García y sus padres viajaron de trabajadores agrícolas desde su casa en Mission, Texas, a California y Oregon, para trabajar en los campos. En el trayecto, Virginia se cortó el pie y en el momento en que llegaron a Oregon, éste ya se le había infectado. Debido a las barreras económicas, lingüísticas y culturales a la asistencia médica, Virginia murió irónica y trágica, pero simbólicamente el Día del Padre de 1975, justo cuando su progenitor se encontraba cosechando bayas. Murió a causa de lo que fue una herida que pudo haberse tratado fácilmente. Movida a la acción por la muerte innecesaria de Virginia, la comunidad rápidamente se organizó para abrir la primera clínica que a la postre daría origen a la constitución del Virginia García Memorial Health Center. Aquella primera clínica inició en un garaje para tres coches, con la firme decisión de evitar que tragedias similares volviesen a ocurrir. Hoy en día, Virginia García, como popularmente se le reconoce, recibe más de 132,000 visitas a la oficina y atiende a más de 34,000 pacientes al año en los condados de Washington y Yamhill en sus cuatro centros de atención primaria
  • 24. 34 localizados en Beaverton, Cornelius, Hillsboro y McMinnville, tres consultorios dentales, y dos en escuelas que fungen como centros de salud, ubicadas en Tigard y Forrest Grove. También proporciona cobertura en las ferias de salud comunitarias y para los trabajadores agrícolas migratorios y temporales en los campos locales, a través de la clínica móvil. El Centro de Salud MemorialVirginia García sirve a los residentes de Washington y Yamhill con clínicas dotadas con médicos altamente calificados, enfermeras, asistentes médicos, trabajadores sociales y otros profesionales de la salud. Cada sitio ofrece una mezcla ligeramente diferente de los servicios, por lo que los pacientes pueden empezar a mirar a la clínica más cercana, pero son bienvenidos a ponerse en contacto con cualquier clínica. Centro Memorial de Salud Virginia García en McMinnville, Oregon. (Fotografía de Marco Polo Tello Velasco) 35 Virginia García se centra en proporcionar un “hogar médico” para sus pacientes, es decir, ofrece la entrega de la atención primaria de salud preventiva para toda la familia. La atención se centra en mantener sanos a los individuos mediante la educación en salud. El equipo básico de asistencia está formado por médicos, enfermeras practicantes, asistentes, administradores de casos y terapistas conductuales. Esta organización de los centros de atención en salud, es ahora apoyada por Virginia García Memorial Foundation, para proporcionarles apoyo a largo plazo, a través de relaciones de financiamiento de la comunidad y mediante el cultivo de las amistades de la comunidad, socios y donantes.
  • 25. 36 37 Capítulo 4. Historias de Vida de los Trabajadores Migrantes Oaxaqueños en el Estado de Oregon. Estuvimos interactuando con migrantes mayoritariamente oaxaqueños que no son sedentarios, sino itinerantes. Llegan a California, laboran por un período en los campos de siembra durante la primavera, para luego trasladarse en el verano a los campamentos de los ranchos localizados en los condados de Yamhill y Washington en el Estado de Oregon, a unas 25 millas de la Ciudad de Portland. Finalmente en el otoño se trasladan al Estado de Washington para trabajar y nuevamente regresar a California para completar el ciclo. Trabajan a destajo en la pizca de las frutas denominadas bayas, en inglés berries, como la fresa, la cereza, la zarzamora, y el arándano. Durante dos meses, todas las tardes de lunes a viernes y al regreso de las jornadas de trabajo de los migrantes, el equipo tripartito efectuó, hacia los migrantes y sus familias, las siguientes actividades: - Apoyo médico y odontológico a través de las clínicas rodantes del Centro Memorial de Salud Virginia García. - Apoyo psicológico. - Juegos y convivencias con los niños de los ranchos.
  • 26. 38 - Asesoría a través del consulado para resolver problemas de índole legal, familiar, civil y comercial, en México. - Difusión de información para prevenir adicciones, alcoholismo y prácticas sexuales riesgosas. - Levantamiento de un censo demográfico y etnográfico de los migrantes y sus familias que habitan los ranchos por temporada. - Levantamiento de algunas entrevistas con los migrantes para conocer sus historias, vivencias y experiencias personales, así como su calidad de vida actual en los Estados Unidos de América. De estas convivencias y experiencias, surgen las historias de vida que a continuación se narran. Equipo de apoyo social a migrantes agrarios mexicanos en Campo Azul en McMinnville, Oregon. Véase al fondo, costado derecho, la clínica móvil itinerante. (Fotografía de Marco Polo Tello Velasco) 39 - Entrevista con un Trabajador Migrante Agrario Oaxaqueño- Prisciliano Campo Big Beaver en el Condado de Washington del Estado de Oregon en los Estados Unidos de América Prisciliano es un muchacho de veinte años. Nació en el Municipio de Putla Villa de Guerrero, Oaxaca, en la región de la costa del mismo estado en México. Su padre, comisario ejidal del pueblo, fue muerto a tiros por rencillas y, a la edad de ocho años, él y sus seis hermanos quedaron huérfanos. Su padre trabajaba las tierras en un ejido, tierras comunitarias de donde obtenían para comer lo básico: maíz, chile, fríjol. Al morir su padre, él se sintió responsable de sus hermanos. Abandonó el primer año de la secundaria técnica y, desde su natal Oaxaca, viajó a la frontera norte con uno de sus tíos para cruzar a los Estados Unidos. Su mamá le dio el poco dinero que tenía ahorrado para cruzar. Viajó en camión hasta la frontera y le pagó al pollero sólo $ 1,100 dólares ya estando del otro lado. “Me cobró barato”, dice, “es que es paisano, de allá, de Putla”. Lo impulsa el ayudar a sus hermanos para que puedan ir a la escuela, para que puedan vivir mejor. Ellos viven en un ejido y todos en su familia (en Oaxaca), ayudan a cultivar las tierras comunitarias; tienen su casita, sus animalitos. La cosecha sólo alcanza para
  • 27. 40 comer. “La tierra es sólo de temporal y si no llueve, ni para eso”, susurra melancólicamente con la mirada al piso. Crucé y caminamos tres días enteros, días y noches, descansábamos medias horas, dos o tres horas. La experiencia la describo bonita. Yo le llamo bonito porque se experimentan todo tipo de emociones, así como se experimenta la alegría al ver a lo lejos unas siete horas de camino, ya se ve la luz para llegar es una emoción muy bonita, como de esperanza. Fea cuando uno ve la migra, y horror cuando uno ve una víbora, tarántulas. Las había visto, pero nunca así. Íbamos dieciocho hombres y una señora. La experiencia más conmovedora fue cuando los niños empezaron a cansarse, su mamá se empezó a cansar. A la señora se le reventaron los dedos de los pies, las uñas se le chisparon, sin uñas y sangrando, la niña igual. Hubo un momento en donde es arenoso totalmente, me tuve que cargar a la señora, no pude cargármela mucho tiempo, sólo como hora y media la cargué, pero era todo lo que la pude ayudar. Entonces me amarré una soga a mi brazo y a su brazo de la señora y otro muchacho igual, la agarrábamos por atrás y la llevábamos de avioncito y vámonos… La ayudé porque se siente una presión, una presión terrible al pensar que a los míos les podría pasar, pero sin tener alguien o quedarse sin tener con quien irse. Llegamos, es un circo, ya bien montado. Son camionetas común y corriente pasan, te suben rápido, 41 te acomodan y vámonos. Son como pick-up. Te llevan a un lugar, te dan de comer, te alimentan, te hidratan. A nosotros nos pasó algo curioso. Nos detuvieron a un día de salir del desierto, nos detuvieron y nos asaltaron. Eran como bandidos, mexicanos. Sí, hablaban en español, pero no fue miedo, fue un desconcierto total. Una noche oscura, luna media, se veía nada más el camino. Íbamos tranquilos cuando salieron dos personas con ametralladoras, cuernos de chivo y la escuadra y nos asaltaron. Ya estábamos de este lado (EUA) y nos asaltaron, nos pidieron dinero, fue un desconcierto que nos pidieran dinero estando en un lugar tan desconocido y nos asaltaron a cada uno y nos pidieron dinero. Lo que más me desconcertó a mí, es que agresivos en sí, no eran. No como en México, un desconcierto. “Dame tu dinero. ¿Es todo lo que traes? A ver enséñame tu cartera, sacamos y aquí está, ¿es todo lo que traes?, ¡Sí!, ¿seguro que es todo lo que traes? Sí, es todo lo que traigo”. A personas que llevaban mil pesos y llevaban dos billetes les dieron uno y uno se lo quedaron. Personas que llevaban monedas o billetes pequeños, no se los quitaron. Me llama la atención la forma de ser del capataz o supervisor. Es un americano. Su forma de pensar, eso me llama la atención, son unas personas que se dedican a fortalecer su economía, su buen vivir, tranquilidad a futuro, que en México no hay. Los mexicanos tenemos pensamientos efímeros nada más. Pero aquí tienen un pensamiento que es diferente. Son personas más centradas, se dedican a su familia un rato y no descuidan su trabajo y su
  • 28. 42 familia. Otros compañeros se desconciertan al ver tantas cosas que existen y que son novedosas y se dedican a otras cosas que a las que vinieron. Lujos, comprarse un carro, irse a un baile, irse a las tiendas, el super, dedicarse a otras cosas que no es a lo que vinieron en sí. Se les olvida su familia. Tienen vicios. Aquí el alcohol es muy barato. Les conviene más comprarse un treinta de cervezas, porque dicen que se disfruta más, yo lo decía. Has de cuenta que vivía una ilusión. Yo viví eso casi al principio, no porque quería olvidarme de mi familia, pero por la lejanía tuve un instante, pero después platicando con mi esposa, escuchando a mi madre, me di cuenta que yo no vine a esto. Llegó a este campamento donde viven aproximadamente cincuenta hombres y cincuenta familias. Viven en casas hechas de madera, cabinas les llaman ellos. En cada cabina se acomoda una familia o bien, tres o cuatro hombres. Las cabinas cuentan con literas, una pequeña cocina y un comedor-recibidor. Están todas ellas dispuestas en un semicírculo donde en medio de éste, se encuentran los baños comunitarios, con excusados, mingitorios, regaderas y lavaderos. Lleva cinco años trabajando en los Estados Unidos y, aunque tiene intenciones de regresar a México, no lo ha hecho. Cada dos semanas envía dinero a su madre en Oaxaca. Pide que le den un “raite”, un aventón, a la tienda cercana en Cornelius, Oregon. 43 “Mi madre le guarda en un banco en México”, señala muy ufano, “ese dinerito sirve para que coman mis hermanos, para que vayan a la escuela y para que vivan mejor”. Su madre, que sólo habla el dialecto triqui, se ayuda ocasionalmente con la venta de pulseritas y otras artesanías menores en las playas de la costa oaxaqueña. Prisciliano levanta la cara, su rostro serio, adusto, pero afable curtido por el sol y por el calor que hoy raya en 90 grados Fahrenheit, comenta que acá en Oregon se alimenta mejor. Su cuerpo, aunque huesudo, se ve pleno, correoso, lleno de nutrientes que difícilmente comería en México. “Extraño la comida de México”, dice. A veces se cocina huevo con jamón, huevo a la mexicana. Le gusta el picante. Extraña todas las tardes soleadas en el pueblo en que platicaba con sus amigos. Su jornada inicia muy de mañana en estos días plenos de luz del verano de Oregon, donde el sol sale a las 4:30 A.M. y se oculta a las 9:30 P.M. Él se levanta a las 4:00 A.M. para tomar el bus que el patrón les proporciona para que los transporten a los campos donde se encuentran los arándanos. Llegan allí a las 5:00 A.M., normalmente sin desayunar y ya, a eso de las 9:00 A.M., llega la lonchera a los campos.
  • 29. 44 Campos de cultivo en los ranchos de Oregon. (Fotografía de Marco Polo Tello Velasco) Como ellos trabajan a destajo, pueden parar cuando quieran y el tiempo que quieran. A esa hora, más o menos, detiene su ardua faena para comerse algo de lo que vende la mujer que les lleva de comer y de beber: tacos, burritos, tamales, soda. Se sientan en el piso y no se toman más de media hora para volver a su ruda tarea. Pizcar o cosechar no es cosa fácil. Deben permanecer agachados, hincados, en cuclillas o parcialmente sentados para poder arrancar el fruto. De tanto hacerlo, muchos de los trabajadores mayores del campo arrastran los pies, ya que los nervios de la parte de la pierna baja se les han atrofiado por permanecer en esa posición tanto tiempo. 45 Pero Prisciliano aun es joven y, sombrero en la cabeza para atajar “la calor”, se apura para llenar sus botes. A la una de la tarde terminan su jornada y descansan en lo que llega el autobús que los regresa a su campamento. Descansa unos momentos, para después matar el resto del tiempo libre jugando fútbol, jugando cartas, oyendo la radio, viendo la televisión o saliendo a platicar con los amigos, haciendo remembranzas casi siempre de sus pueblos. A Prisciliano no le gusta salir, prefiere quedarse. Ya entiende un poco el inglés, aunque no lo habla. “Entiendo lo que dicen los güeros, pero no les puedo contestar. Sólo digo cuando voy a la tienda one packet of cigarettes”. Habla bien el español y mejor aún en su lengua natal, el triqui. No sabe si valió la pena venir a los Estados Unidos. No sabe qué hará en el futuro. Vive el “día a día”. No tiene ningún sueño. La tarde del 30 de junio del 2007, en las instalaciones de The Rose Garden Arena en Portland, Oregon, “el sol de México volvió a brillar”. Adultos, abuelos, niños y jóvenes viajaron desde diversos puntos del Estado de Oregon para ir a ver a cantar a su ídolo, “el Charro de Huentitán”, Vicente Fernández. Acompañado del Mariachi Azteca, en casi tres horas de canto ininterrumpido, hizo un viaje nostálgico a las entrañas de México.
  • 30. 46 Pero la nostalgia, ató un nudo en la garganta de los mexicanos que viven acá, cuando Fernández le cantó al dolor, al dolor que padecen todos aquellos que, buscando una vida mejor, cruzan la frontera y dejan todo atrás. Fernández cubrió su traje de charro blanco con una enorme bandera de México y lanzó un grito para los norteamericanos, a quienes les dedicó una canción por “tratar tan bonito a los inmigrantes”: Tal vez en mi tierra no se den las cosas como yo quisiera. Por eso mi hermano, norteamericano, crucé la frontera. Salí de mi patria, dejándolo todo, porque fue preciso. Pero habrás notado, nada me he robado de tu paraíso. Al contrario vine para la grandeza de ese pueblo hermano. En tu dura lucha contra el terrorismo vamos de la mano. Y me lastima y me llora el alma cuando te hacen daño. Tú en cambio me humillas y me discriminas como a un ser extraño. Yo en nada te ofendo cuando te propongo mi trabajo honrado. Lo poco que tengo, ante Dios lo juro que me lo he ganado. Ya bastante sufro con vivir tan solo lejos de mi gente. No se me hace justo que hasta me persigas como a un delincuente. (¡Y no se me hace justo! ¡No se me hace justo, y no se me hace justo!) Veo los ojos extraviados de Prisciliano al terminar la plática y caer el sol en su campamento en Oregon. Se hace un silencio, una pausa larga, una visión reflexiva y a través de sus ojos llorosos seguro le llueven recuerdos de Putla Villa de Guerrero, Oaxaca, donde se celebra anualmente la octava de la natividad de María Santísima con calendas, bailes, juegos 47 pirotécnicos, feria popular, procesiones y música. En las ferias se usa la música de viento del lugar, de Zimatlán o Yosotiche, del Estado de Oaxaca. Sus memorias añoran la elaboración de petates, sombreros de palma, artículos de fibra de ixtle, redes para cargar diferentes objetos y también vistosos deshilados que se venden en las ferias. Seguro de sí, pero por un inseguro e incierto plazo, sabe que en los días festivos en los Estados Unidos ya no comerá el mole rojo, negro, amarillo, verde, coloradito y chichilo. Atrás quedaron las tlayudas con mole o asiento, las tortillas y totopos de maíz morado o blanco; las quesadillas de elote y las garnachas; los chapulines y el tasajo. Son una añoranza auténtica las bebidas que se acostumbran como el tejate, las aguas frescas de chilacayota, zapote, horchata, tuna, ciruela, sandía, piña, melón, o chicozapote, o bien el tepache, el aguardiente, el mezcal o el pulque curado de sabores y el tradicional chocolate oaxaqueño con agua o leche, a gusto del bebedor. Hoy, al despedirme de regreso a México, quizás sólo le queda decirme, con dejo de tristeza: Drink Coke, Enjoy!!
  • 31. 48 - Entrevista con una Trabajadora Migrante Agraria Oaxaqueña- Porfiria Campo Blanco, Cornelius, en el Condado de Washington del Estado de Oregon en los Estados Unidos de América Doña Porfiria nació en el Distrito de Juxtlahuaca en el Estado de Oaxaca, “pero mero, mero mi pueblo se llama San Miguel Cuevas”, me dice ufana. Doña Porfiria tiene 57 años, pero se ve bien conservada. Sólo vine de temporada a trabajar al Estado de Oregon y después se va de regreso a California. Llegó el mes de junio “para pizcar primero la fresa, después la mora y luego la bolita azul”, nos dice. En California trabaja en la poda de la uva. Toda su familia, entre ellos sus ocho hijos, cuatro mujeres y cuatro hombres, están en los Estados Unidos. Todos ya son grandes, se han casado y tiene veinticinco nietos. Ella habla el idioma mixteco y también el español. No habla ni entiende el inglés y cuando necesita comunicarse en ese idioma, pues alguien le ayuda. 49 Doña Porfiria. (Fotografía de Marco Polo Tello Velasco)
  • 32. 50 A simple vista es una persona muy sana. Se mantiene así, dice, porque sigue comiendo lo mismo que comía en México: tortillas de maíz, salsa, frijoles, arroz, que ella misma prepara. Ella es una antítesis de la aparente modernidad, ya que no usa ningún aparato eléctrico o mecánico para la preparación de sus alimentos. Lejos de ello, tiene sus propias herramientas: un molcajete y un metate. Su especialidad es el mole de Oaxaca, pues para ello utiliza sólo chiles que le traen directamente de su lugar de origen. Lleva ya veinte años viviendo en los Estados Unidos; viviendo como ilegal. Va y viene a México, cruzando la frontera. La última vez la pasaron directamente por la línea. Pasó en frente de la caseta aduanal, sin darle un papel ni nada parecido. El oficial no le pidió nada, puesto que la señora que la pasó “ya es conocida”. Otras veces ha pasado por Tijuana, llegando a San Isidro California. Ya quiere regresarse a México porque Estados Unidos, no le gusta. Bueno, dice, “...aquí en Oregon sí me gusta, pero no más para trabajar “. En California todo estamos pagando; pagamos la renta, la agua, es muy caro. [Sic]. Acá es más barato, nos cobran menos, 20 (dólares) por semana por persona de renta. En una cabina, que es donde las personas viven, habitan normalmente diez u once personas.” Oiga, Doña Porfiria, le inquiero, descríbame cómo es su cabina donde vive. Contesta con ademanes: “Mi cabina es grande. 51 Tiene sala, cocina, comedor, tres cuartos y cuatro camas en cada cuarto, un baño comunitario. La plática se interrumpe abruptamente, pues Doña Porfiria ya va a pasar a consulta en el tráiler que alberga a la clínica itinerante del Centro Memorial de Salud Virginia García. Al verla alejarse, evoco los ecos de la siguiente canción: Qué pena siente el alma cuando la suerte impía, se opone a los deseos que anhela el corazón. Qué amargas son las horas de la existencia mía, sin olvidar tus ojos, sin escuchar tu voz. Pero me embarga a veces la sombra de la duda y por mi mente pasa como fatal visión. (Canción: Qué Pena Siente el Alma. Autora: Violeta Parra. ) - Entrevista con los Integrantes de la Familia del Señor Luis Hernández, Trabajador Migrante Agrario Oaxaqueño- Campo Sergio Uno en el Condado de Washington del Estado de Oregon en los Estados Unidos de América Conocí al Don Luis Hernández y su familia durante las tardes que ellos regresaban de trabajar en el campo, mientras nosotros colaborábamos con el equipo de apoyo médico y social de la clínica rodante del Centro Memorial de Salud Virginia García. Oriundos ellos de San Pedro Pochutla, en la costa del Estado de Oaxaca, México, cuenta que la mayoría de los migrantes que
  • 33. 52 trabajan en este campo son familiares y que ya se conocen antes de venir a este lugar. Para degustar y platicarme su historia me invita un sábado a comer. Yo acepto gustoso, pues su esposa va a preparar mole, seguro al estilo autóctono del Estado de Oaxaca. Esa exquisitez, no se la debe uno perder. Lo prepara moliendo chile guajillo desvenado, para que no pique mucho. En México lo hacía moliendo a rodilla, en el metate. Pero la tecnología es un factor del que no se puede prescindir en los Estados Unidos de América y se muele entonces en una licuadora. Para mí, el sabor no es el mismo. Una vez molido el chile va la hierba santa, el caldo de pollo, clavo, comino, cebolla, tomate. Le ponen un pan amarillo, de piedra, mismo que usan en Oaxaca y el cual, sorprendentemente para mí, pueden conseguir en un pequeño supermercado del pueblo de Mc Minnville. Para darle consistencia “le agregamos también galletas de animalitos”, sonríe diciéndonos. Hablamos entonces de los diferentes moles que se hacen en México, el inconfundible mole poblano, el amarillito, el coloradito y el mole negro de Oaxaca. Entre tortilla y cucharada, Don Luis me comenta, en respuesta a mi pregunta de cuándo regresan a California (ya que ellos son una familia de migrantes itinerantes oaxaqueños), “Para el 20 de octubre nos regresamos a California otra vez. Allá pizcamos jitomate, brócoli y lechuga. El trabajo sólo dura unas tres semanas. Acá en Oregon dura más tiempo. En California la jornada es media. Se trabaja sólo cuatro horas, 53 pero como la paga es a destajo, pues no conviene. Entonces es mejor venir a Oregon en mayo, junio, julio, agosto y la mitad de septiembre. Entonces cuatro meses y medio son mejores trabajando las jornadas completas. Para cuando nos vamos ya está lloviendo acá”, dicen, al final, los parientes de Don Luis. A comentario personal sobre la sabrosura del mole preparado y servido en mi plato, la esposa de Don Luis enfatiza: “En México comíamos mole cada mes y acá lo comemos casi a diario. Acá nos alcanza para más, pero allá teníamos nuestros animalitos de rancho y el sabor es otro”. Don Luis entonces me cuestiona que, específicamente, a qué vine a los campos de Oregon. Le explico que soy mexicano, profesor-investigador y que vivo en la Ciudad de Puebla, México. Añado que aquí vine a realizar un proyecto, de voluntario con la Clínica Virginia García y con el apoyo de Portland State University. El proyecto consiste en apoyar socialmente a los mexicanos que están en los campos, ver qué necesidades tienen, cuáles son sus problemas. Le relato que ayer estuve en el Consulado Mexicano en Portland, Oregon, y me entrevisté con el cónsul, para hacerle saber de mi proyecto. A él le gustó mucho mi trabajo y me impulsó a seguir adelante con él y de hecho ofreció mandar una brigada para instalar módulos de información en los ranchos, acompañando nuestros recorridos itinerantes.
  • 34. 54 Le pregunto a Don Luis sobre los problemas de alcoholismo en este Campo Sergio Uno, ya que en días pasados en el Campo Sergio Dos, a una hora no muy entrada de la tarde y después de la jornada de trabajo, me percaté que había muchos de los trabajadores tomando cerveza, pisteando, como ellos dicen, pero estaban bebiendo mucho y ya estaban muy borrachos. Él me refiere que en años pasados sí hubo problemas de alcoholismo en el Campo Sergio Dos, pero que, actualmente, estos no existen. “Va a usted a querer más”, dice Don Luis, señalándome el recipiente con mole. “Yo sí”, le respondo. Volteó a la zona de la cocina comunitaria donde se encuentran varios refrigeradores. Por pláticas anteriores, recuerdo que los migrantes me refirieron que comparten dos familias el mismo refrigerador, pero que nunca tienen problemas de que algo se mezcle, se pierda o se confunda. “Nos dividimos el refrigerador —dice la esposa de Don Luis—, mi mitad está abajo y la de los otros arriba. Vamos a comprar a la Winko (tienda de autoservicio) que está en Cornelius, Oregon, y luego venimos y colocamos las cosas en su lugar”. Silenciosamente reflexiono sobre lo mucho que seguramente esta práctica dista de lo que hacían en México, cada día yendo a la plaza del pueblo a comprar su recaudo y víveres frescos. “Como no tenemos carro entonces pedimos un raite a los que aquí sí tienen, para ir a comprar a la Winko. Nos cobran 55 dos dólares por viaje, por ir y venir”, dice la esposa de Don Luis sirviéndome una pierna de pollo con mole. De repente escucho una expresión ininteligible para mí. Entonces interpelo con curiosidad: “Hablan el zapoteco entre ustedes, verdad. Si yo no estuviese sentado aquí, ustedes hablarían el idioma”. Recibo un sí como respuesta y me imagino que yo siendo bilingüe español-inglés después de muchos años de acudir a las aulas tengo ciertas ventajas, he hecho ciertos progresos, según nos han hecho creer, no sé si ingenuamente, en los países en vías de desarrollo. Nada más alejado de la realidad al constatar que esta gente, con más necesidad que yo y con menos oportunidades de estudiar idiomas en una escuela, ha tenido que aprender a manejarse en tres lenguas: zapoteco, español e inglés, la primera de ellas es su lengua materna. Hablar el idioma zapoteco, la faceta más importante. Escribirlo, es otra historia. Prácticamente estos migrantes, por emulación en sus regiones, son capaces de hablar, de entender, pero ya no de escribir, lamentablemente. Alejandro, otro amigo en la reunión, tiene a su esposa, papás, a sus hermanos y hermanas en México. El día de ayer, en el campo, se hizo una reunión donde se difundió información por parte del Consulado de México en Portland, ubicado en la Calle 13 y Morrison, sobre los beneficios que los migrantes pueden tener. Entre otros, uno muy benéfico, es que
  • 35. 56 ellos pueden contratar y pagar los servicios del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) en cualquier oficina de los consulados mexicanos en los EUA, y este seguro opera de la misma manera que en México. Es decir, el contratante y los beneficiarios en primera línea ascendente (padres), primera línea lateral (esposos o concubinos) y primera línea descendente (hijos), pueden hacer uso de los servicios médicos de esa institución en las clínicas y adscripciones en la República Mexicana. Las tarifas son anuales y diferenciales y la paga depende de la edad del contratante: a mayor edad, mayor paga. Por ejemplo, alguien que tiene entre 20 y 40 años de edad paga $ 100 dólares americanos anuales. Sirviéndome un vaso de refresco, le pregunto a Don Luis si allá en Oaxaca tomaban refrescos. Él me dice categóricamente que no, que allá tomaban pura agua, pero acá de repente toman agua de sabor o casi siempre soda. De sobra está decir que esto altera las costumbres nutricionales y es fuente de potenciales enfermedades, entre ellas la obesidad o la diabetes, o como dicen los médicos americanos: diabesity. No obstante, él sigue prefiriendo aún las cosas naturales, las cosas del campo. Allá en California, donde está su “casa de fijo”, gusta de ir a los ranchos cercanos a comprar huevo y pollo de rancho. Su mujer mata el pollo, lo despluma y se los prepara en mole a los de la familia. A veces compra algún chivo o un borrego también. 57 - Entrevista con una Trabajadora Migrante Agraria Oaxaqueña- Vianey Campo Casa Blanca, en el Condado de Washington del Estado de Oregon en los Estados Unidos de América Vianey es una mujer que vive en una cabina junto con su esposo y su nena pequeña de dos años. Llevan tres años trabajando en los EUA. Cruzaron en ese tiempo cuando estaba con dos meses de embarazo. Tuvieron que caminar tres noches para cruzar, descansando de día. Cuando ella se vino apenas tenía diez y seis años. Vinieron todos en un autobús rentado en la frontera. Los trajo un coyote desde México con la promesa de cruzarlos. Los alojaron en un motel, con camas de madera muy incómodas. El baño estaba muy sucio y sólo había agua fría para bañarse. Vianey narra: “La noche que nos cruzaron nos sacaron en una van y nos llevaron por Altar, Sonora, para entrar al desierto y después allí nos dejaron y empezamos a caminar. Pasaron tres noches y ya llegamos a un rancho con una señora y de allí nos sacaron en un taxi hacia Arizona y estuvieron en un hotel”, relata. Su esposo padece ataques de epilepsia y justo el día que iban a cruzar le dio uno y se desmayó. Le dieron unas pastillas, después de reanimarlo con alcohol para que volviera en sí. Ahora por fortuna, cuenta con la asistencia del Centro de Salud Memorial Virginia García, en el cual le han atendido en varias consultas médicas y le han
  • 36. 58 realizado análisis y han controlado esa enfermedad, aunque le dicen que, desafortunadamente, ya no tiene cura. ¿Qué fue lo más duro de la travesía?, le inquiero. “Lo más duro fue que cuando llegamos a Altar, Sonora, allí estaban muchas personas queriendo cruzar. Algunas llevaban hasta una semana intentando cruzar. Nos rentaron allí una van para llevarnos a un lugar más alejado por donde cruzar. Allí llegamos a las doce de la noche. Una milla antes nos paró un grupo de personas, el Grupo Beta, que es parte de la policía mexicana. Ellos ya saben lo que intentamos hacer y sólo nos advirtieron que tuviéramos cuidado, que nos íbamos a enfrentar a muchos peligros: víboras de cascabel y otros reptiles. En caso de mordedura, hay que ponerse mucho ajo con alcohol, el cual les obsequiaron”, relata. Otros consejos fueron beber mucha agua, tratar de no llevar comida enlatada, llevar comida de preferencia seca. “Entramos ya a media noche a caminar, pues a esa hora es más difícil encontrar grupos de individuos que los asalten. El coyote va adelante, guiando el camino, y cuando empezó a clarear nos detuvimos. En el camino nos encontramos con otros grupos de personas”, afirma. Pero el desierto no perdona. La primera ocasión que cruzó hace muchos años recuerda haber visto a un hombre agarrado de los alambres de púas que dividían una propiedad. El hombre estaba muerto. La macabra imagen aún no se quita de su mente, ya que piensa que esta persona ya no 59 pudo seguir, fue abandonada y los animales le comieron parcialmente su carne. Vianey cuenta que en una noche vieron un helicóptero que estaba buscando migrantes ilegales con un gran reflector. Ellos optaron por esconderse bajo los arbustos para no ser detectados. Caminando llegaron hasta Tucson, Arizona, donde una señora los estaba esperando. “La señora nos vendía comida, una sopa Maruchan y una soda, por veinte dólares”, afirma indignada. En un taxi los sacaron del rancho y los llevaron hasta Tucson, Arizona. Durmieron en un hotel hasta que los sacaron en una van para llevarlos a California. En esa camioneta debían ir agachados, para no ser vistos por los vigilantes de las patrullas de migración americana. Sin embargo, en una intersección de un camino, los sorprendió un policía y los detuvo. Les pidió sus documentos, los cuales no tenían. Sorprendentemente y habiendo podido arrestarlos y deportarlos, los dejó continuar. Después de muchas horas llegaron a California. Al llegar, le pagaron a un agente del enganchador. Les cobró $ 1,500 dólares por persona. Allí se encontraron con el padre de Vianey, el cual les comentó que había trabajo en Oregon y decidieron venir al Rancho Casa Blanca a trabajar. Aunque les va bien y viven tranquilos acá, les da miedo que algún día lleguen los agentes de la migración y los deporten.
  • 37. 60 Le pregunto: “¿Y vives mejor aquí ?... Yo veo muy bonita tu casita, muy arregladita. “Sí, dice Vianey, su decoración es muy mexicana. Ella lo ha hecho. Así siente que vive en México. “Aunque al manager no le gusta que arreglemos las casas, todo le molesta, nos trata mal. “, dice. “¿El manager es un güero?”, le preguntó. No, me contesta, es mexicano. Es realmente lo que en México diríamos un capataz. El dueño sí es norteamericano y los trata mejor al decir de ambos. Para comprar sus alimentos tienen que ir al pueblo más cercano. Al supermercado, dicen, “porque aquí no hay mercados”. Como no hay transporte público en todos estos ranchos ni en los pueblos, dependen de un coche que no tienen para realizar sus compras. “Entonces tenemos que pedir un raite”, señalan. Comen básicamente lo que comían en México, pero acá comen un poco mejor que allá, como lo hacían con sus padres. También comen ocasionalmente comida rápida: pizzas, hamburguesas, sodas, pero no les gusta mucho. “¿Qué es lo que extrañan más de México?”, les pregunto. Vianey dice que la escuela, pues llegó hasta segundo de bachillerato y planeaba terminarlo. Su esposo extraña más su pueblo, su familia, sus costumbres. “¿Cómo se imaginan ustedes el futuro?”, les pregunto. Después de un rato dubitativo contestan que juntando dinero y yéndose a México para poner un negocio. “Para eso ahorramos, 61 aunque tenemos gastos”, afirman. Ellos mandan dinero a sus familias para que solventen algunas necesidades. Les gustaría también hacerse una casita en México y tener allí su tierrita y poder trabajarla. Actualmente ellos trabajan en las yardas, podando el jardín, abonando, quitando la yerba, limpiando. También se dedican al ornato de jardines. Gana el salario mínimo de esta zona: $ 7.80 dólares por hora. “Es más friega hacer los jardines, pero se gana más. Lo malo es que no siempre tenemos trabajo de fijo.” Observo en un rincón importante de la sencilla cabina un pequeño altar, obviamente con una imagen de bulto de la Virgen de Guadalupe y decorado con muchos colores alucinantes, además de vívidas luces artificiales. “Déjenme tomarle una foto antes de irme”, les ruego a manera de permiso. “Sí, como no”, contesta Vianey y que Dios lo regrese por buen camino.
  • 38. 62 Migrante de la Región Mixteca del Estado de Oaxaca, afuera de las cabinas, en el Campo Blanco. (Fotografía de Marco Polo Tello Velasco) 63 Capítulo 5. La Realidad del Trabajo en los Ranchos de Oregon desde el Punto de Vista de los Capataces, Trabajadores Sociales y Promotores de Apoyo Social. - Entrevista con el Señor Juventino González, Capataz de Campo – Campo Sergio Dos en el Condado de Washington del Estado de Oregon en los Estados Unidos de América Oriundo de Monterrey, Nuevo León, México, el Señor Juventino trabaja como supervisor-capataz de uno de los campos donde los migrantes cosechan las bayas azules o arándanos, las blue berries. Hoy está más solo el campo después de la jornada, dice el capataz. “Lo que sucede es que andan en una fiesta en el otro campo”, señala, “yo también vengo de allá”. Hoy una niña cumplió años y le celebraron. “La gente se junta pues son de las mismas comunidades, de allá de Oaxaca y casi todos hablan el idioma: el mixteco, el zapoteco o el triqui. Están de fiesta hoy por allá. Yo fui un ratito a dejar el regalito y nos dieron un mole con arrocito, frijolitos y tortillas de mano”. Mirando a lo lejos los campos, comenta que el trabajo en ellos se acaba hasta octubre. “Sigue una cuadrillita que está todo el año podando la bolita azul”, pero el trabajo grueso acaba en octubre. La gente llega en mayo a instalarse y a hacer
  • 39. 64 trabajos de poda a las plantas de mora o arándanos, para empezar la cosecha formal en junio. Casi toda la gente viene de California. De entre todas las cosechas la más pesada de levantar es la fresa. Son arbustos chaparros que crecen muy bajo. Hay que estar hincado o agachado. La gente trae su botecito y empieza a recolectar. Dos botecitos se echan en cada caja, cada botecito debe pesar, aproximadamente, 6 libras, unos 3 kilogramos. Cada quien le va calculando y una persona les va pesando y registrando la cantidad de cajas que se van llenando. La fresa se vende para hacer mermelada, por lo que debe ser cosechada “limpiamente”, es decir, sin hojas ni ramas. En algunos campos a finales de octubre o principios de noviembre aquellos migrantes que permanecen cosechan la uva, pero son pocos campos donde se siembra ésta. En la mayoría de los campos se siembra fresa, mora o arándanos. Los campos son de riego. El Sr. Juventino, como capataz, sólo permanece durante los tiempos de la cosecha “después me voy pa´ atrás, para mi tierra”, dice. Él vive en una casa que le asigna el patrón. Es una cabaña. Vive con su familia. Allí no paga renta. Vemos a lo lejos un grupo de niños jugando. El entrevistador le cuestiona al respecto. “Muchos de esos niños han nacido acá. Ya son ciudadanos americanos. Pero otros han venido con sus familias desde México”, enfatiza. 65 También es supervisor y capataz en el Campo Sergio Uno. “Somos los mismos en los dos campos”, comenta. “Los capataces, los mayordomos. Hacemos las mismas cosas en uno y en otro. Acá vamos y venimos. Los ranchos son del mismo patrón”. Una vez que la fresa se cosecha, entonces viene un proceso de lavado. Hay varios clientes que la compran en los Estados Unidos. Como ya se dijo, especialmente para hacer mermelada. Pero también tiene clientes extranjeros. Recientemente han vendido a Japón. También la fresa junto con la bolita azul se vende a los grandes supermercados comerciales, como el Safeway en Portland, Oregon. La jornada diaria empieza muy de mañana para Don Juventino. En un autobús lleva a los trabajadores migrantes a una puerta del campo y allá los deja. Hace también la ingrata labor de despertarlos, dice, aunque hay que decir que algunos ya se encuentran despiertos. Los levanta a las 5 A.M. para la pisca de los arándanos o a las 4 A.M. si se trata de la pisca de la fresa. Es una hora de camino de las barracas donde duermen y pernoctan los migrantes hasta el campo. Una vez estando allí empieza el arduo trabajo y después de unas horas se hace una pausa para tomar un breve descanso y comer. “Algunos llevan sus taquitos” dice, “pero otros esperan la llegada de la lonchera. Ella les lleva tacos, sodas, jugos, comida”. En especial sus servicios son útiles para aquellos que no llegaron con familia y que trabajan solos en la campiña.
  • 40. 66 A las 4 de la tarde acaba la jornada de trabajo. Él como capataz se queda a supervisarlos y los trae de regreso en el camión. “Ando surqueando”, afirma Don Juventino, “me pongo una cachucha o un sombrero para el calor. Ya son muchos años en esto. Años atrás también pisqué en California el tomate y la uva. Sólo estuve una temporadita y luego ya me metieron de mayordomo”. Rememorando su vida narra: “Es duro trabajar el campo. En California ponía hilo al tomate y estaba yo agachado las diez horas. Acaba uno con la espalda toda adolorida”. Por parejo trabajan hombres y mujeres en estas faenas. Algunos son parejas y familias. Agarran entonces dos o tres surcos por grupo procurando limpiar las matas. Normalmente nadie quiere tomar el primer surco. Mucha tierra se acumula allí y cuesta un poco más de trabajo. Se reparten dos personas por surco, en los lados contrarios del mismo y van avanzando al parejo a lo largo para cosechar. Juventino vino desde los 18 años a los EUA. Hoy tiene 57, pero se conserva bien. Su padre tenía un rancho en Nuevo León con 200 vacas y grandes extensiones de tierra donde se cultivaba maíz y sorgo. Pero un día del año 1955 decidió migrar a California en búsqueda del sueño americano. Toda su familia, padres y hermanos están inmigrados, confiesa. Arreglamos el pasaporte cuando se podía. Yo lo hice en 1968 a través del cónsul americano en Monterrey. Ahora ya 67 está difícil. “Vive ahora sólo con su esposa, ya que desafortunadamente su hijo está en la cárcel en el Condado de Pendlenton. Cada quince días va a visitarlo. Su esposa prepara mangos para la venta y también empanadas. El día de hoy muchas de las personas vinieron del otro campo a comprarle y no le quedó ni una. Para mañana la gente ha pedido que prepare elotes. Es muy conocida y se mantiene ocupada y distraída en esos menesteres. Las tardecitas se las pasa tranquilo, “bien tranquilo, visitando a uno que otro y platicando. Platican de México, cada quien platica de su tierra. Ahorita está bien porque hay trabajo, pero en el invierno ése es el problema. Muchos de ellos no pueden ir a visitar a su familia y agarra uno estrés. …Agua, nieve, lloviendo, “¿pues pa´donde va?”. Casi todos los que cruzan ilegalmente son de Oaxaca. Unos más de Chiapas, Veracruz o Guatemala. La necesidad los obliga a venir, a correr los riesgos de cruzar la frontera. Muchos cruzan por Arizona, en pleno desierto, pues el cruce por el lado de California ya no es viable pues está muy vigilado.
  • 41. 68 - Entrevista con un Promotor de la Salud del Centro Memorial de Salud Virginia García – Roberto Condado de Washington del Estado de Oregon en los Estados Unidos de América Roberto es una persona de origen mexicano que migró hace tiempo a los EUA, pero hoy se dedica a ser promotor de la salud en la Clínica Virginia García. Él llegó hace 17 años. Llegué como muchos, dice, tuve que pasar el cerro de indocumentado. Piensa que cruzar es más difícil ahora. Anteriormente era más fácil. Como a los tres años de haber cruzado, regresó para México. Después de un tiempo intentó cruzar nuevamente y en esa segunda vez tuvo que intentar hacerlo siete veces, de las cuales “seis me echaron para afuera y a la séptima pasé”. Lo hizo por Mexicali. En la primera vez cuenta que no hubo problema. Cruzó por Tijuana y aunque tuvo que sortear el peligro de cruzar entre matorrales, agua, piedras y lodo y el helicóptero detrás de ellos persiguiéndoles y alumbrándoles, lo consiguió. Hoy es prácticamente imposible pasar por Tijuana. La operación gate keeper, la barda metálica de contención y otras estrategias implementadas por el gobierno norteamericano, lo dificultan al extremo. 69 Roberto nació en el Estado de Guerrero. Vino solo. En México es un profesionista. Se graduó como ingeniero agrónomo. Pese a su carrera, él no tenía dinero, pero quería tenerlo para establecer su propio negocio. Deseaba dedicarse a la venta de productos pesticidas y agrícolas. Parte de una numerosa familia, eran muy pobres y adicionalmente era el tiempo de apoyar a un hermano que aún estaba en la Escuela de Medicina y él lo auxiliaba. Aparte de esto, relata, “tenía mi novia y necesitaba dinero pa´casarme también”. Es oriundo de tierra caliente, de un pueblito que se llama San Cristóbal, colindando con el Estado de Michoacán. Cuando llegó a California buscó a un compadre para trabajar con él haciendo yardas (trabajo de jardinería) y después de allí entró a trabajar a un vivero. Pero allí los trataban muy mal, trabajaban de sol a sol agachados todo el día. “El mayordomo era muy malo a pesar de ser latino, porque no nos dejaba que nos enderezáramos. Todo el día estábamos agachados. Ganábamos $ 5.25 dólares/hora y trabajábamos de lunes a sábado”. Cansado de la situación, se salió del trabajo y se fue a Oregon por consejo de un amigo, quien le comentó que “allá se ganaba bien y que el menos que era bueno para trabajar se ganaba como $ 100 dólares por día”. Trabajó entonces en un pequeño rancho llamado “Little Beaver” (El Castorcito). Vivían en cabinas y sólo eran ocho personas. En cada cabina había dos literas y en cada litera dormían cuatro personas: dos arriba y dos abajo. Fumando un
  • 42. 70 cigarrillo rememora: “En ese tiempo se cosechaba mucho el pepino. Ahora ya no veo. También la mora, la fresa y la bolita azul.“ Una mañana que iban a trabajar en el autobús, éste repleto de trabajadores ilegales, los detuvo la migración y los llevaron a sus oficinas. Allí les ofrecieron que se fueran voluntariamente. No obstante, un oficial generoso le dijo a él personalmente “... que no tenía que irse si no quería, que él no lo iba a andar buscando “, y lo dejó ir. Roberto se quedó y pudo conseguir un permiso personal de trabajo temporal por tres años. Entonces se salió del campo y se fue a trabajar a la ciudad, pero tenía un serio problema: no hablaba inglés. Entonces un señor que hablaba español lo conectó en una carpintería y de allí se metió a trabajar a una canería, que es un lugar donde llega toda la fruta y uno la escoge y la separa. (Nota del autor, del inglés, can es una lata y por extensión canería es donde enlatan algo, generalmente productos perecederos como frutas y legumbres.) Aquí estoy establecido, en los Estados Unidos, diez años pasaron ya, en que crucé de mojado, papeles no he arreglado, sigo siendo un ilegal. Tengo mi esposa y mis hijos que me los traje muy chicos y se han olvidado ya, de mi México querido, del que yo nunca me olvido y no puedo regresar. 71 De qué me sirve el dinero si estoy como prisionero dentro de esta gran prisión, cuando me acuerdo hasta lloro y aunque la jaula sea de oro, no deja de ser prisión. “Escúchame hijo: ¿te gustaría que regresáramos a vivir a México ?... Thinking about that, Dad. I don´t want to go back to Mexico, Dad. No way Dad. Mis hijos no hablan conmigo, otro idioma han aprendido, y olvidado el español, piensan como americanos, niegan que son mexicanos aunque tengan mi color. De mi trabajo a mi casa yo no sé lo que me pasa aunque soy hombre de hogar, casi no salgo a la calle pues tengo miedo que me hallen y me puedan deportar. De qué me sirve el dinero si estoy como prisionero dentro de esta gran prisión, cuando me acuerdo hasta lloro y aunque la jaula sea de oro no deja de ser prisión. (Canción: La Jaula de Oro. Autora: Julieta Venegas. Interpretan: Los Tigres del Norte y Juanes. )
  • 43. 72 - Entrevista con un Promotor de la Salud Para la Prevención del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA) del Centro Memorial de Salud Virginia García - Marisela Marisela toma con gran seriedad su trabajo. Para ella es muy importante. Su labor consiste en ir a los ranchos donde trabajan los migrantes y darles pláticas acerca de la prevención y los riesgos de contraer el virus de inmunodeficiencia humana (VIH) y sus implicaciones, la más grave desde luego, la de contraer el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA). Ella tiene cuatro años viviendo con la enfermedad, siendo mujer y latina, la gente toma la información y la considera valiosa para ellos. Ella nació en Guadalajara, Jalisco. Su mamá la trajo desde los dos años y actualmente lleva veintisiete años viviendo en los Estados Unidos. Su madre vino a trabajar en los campos y todo esto le trae recuerdos, ya que ella acompañaba a trabajar a su madre. Trabajaban en la pizca de la uva, de la fresa, del kiwi, de la naranja. Era muy pequeña. Desde los diez años ayudaba a trabajar a su madre en las cosechas del campo. De una familia de nueve hermanos, migraron uno por uno para venir a ayudar. En esa época les pagaban 50 centavos de dólar por caja de naranja llena y para ellos esa cantidad era demasiado. 73 Con sacrificios de su madre, Marisela pudo superarse, asistiendo a la escuela en los Estados Unidos. Ella vive agradecida con la vida. Ahora tiene una mejor vida y no está sufriendo tanto como en México. “A la hora de recolectar aprovechaba para comerse ella misma algunas uvas, allá en Fresno, California. Su mamá la miraba de lejos y la regañaba”, narra. A sus diez escasos años, reflexionaba el por qué la gente sufría tantas penurias y se preguntaba si no habría otros trabajos menos cansados y mejor pagados. Recuerda que su madre le contaba que a ella la cruzaron por la línea con papeles de otra niña. El oficial no detectó la diferencia. A los dieciséis años, Marisela tuvo su primera pareja y la conoció en los campos de California. Nunca se casaron, pero sí se vinieron a vivir al Estado de Oregon. Tuvo tres hijos, a los dieciséis a los diecinueve y a los veintiún años. Por esa responsabilidad ya no pudo terminar la escuela. “Sólo terminé hasta el séptimo grado”, relata, “y si yo hubiera tenido toda la información como la que ahora yo difundo, no hubiera tenido tantos hijos, joven, y mejor hubiera terminado la escuela. Sufrí mucho con este señor y finalmente agarré el valor y lo dejé”, espeta con cierto dejo de dolor y de firmeza. Y continúa diciendo: “El hombre era alcohólico, drogadicto, mujeriego y golpeador. No lo dejaba, porque le tenía mucho miedo, hasta que un día lo enfrenté y lo dejé”. Tardé cuatro años sola, batallando mucho. Formó a sus hijos y los sacó adelante, trabajando mucho tiempo dos turnos.
  • 44. 74 Actualmente tiene una nueva pareja de la cual se expresa muy bien: mejor amigo, esposo, compañero, padre para mis hijos. Pero suspirando afirma: “…Pero con él tuve que pagar un precio muy alto porque también él me dio el regalo que tengo hoy. “Intrigado interrumpí: ¿Y sabes con certeza que él te dio el regalo? “Sí, porque yo tengo un diagnóstico del VIH y él tiene un diagnóstico del SIDA”. “ Al fondo, escuchamos los ecos de una estación de radio en español que reproduce una melodía del trío mexicano “Los Panchos” y que interpreta la cantante peruana Tania Libertad: Pasarán más de mil años, muchos más, yo no sé si tenga amor la eternidad, pero allá tal como aquí en la boca llevarás, sabor a mí….Si la ves cancionero vuelve pronto a mi rincón y aunque mientas haz feliz mi corazón vuelve a decirme que me quiere… ¡todavía¡ 75 - Entrevista con el Reverendo Padre Sacerdote Católico Hugo Maese – Titular de la Parroquia de San Mateo, en Hillsboro, en el Estado de Oregon en los Estados Unidos de América Sentados en la tranquilidad de su oficina parroquial, con las imágenes de algunos santos benevolentes y adorados como sigilosa y sutil compañía, el Padre Hugo Maese me cuenta: “Yo nací en El Paso, Texas. Soy mexicoamericano. Dicen que El Paso, Texas, es parte del segundo mundo: no es parte del primero, pero tampoco parte del tercero. Mis padres eran mexicanos y al nacer en ese lugar me di una idea de cómo la emigración es tan visible”. A los diecinueve años entró a la congregación de los Misioneros de la Cruz y decidió irse para la costa oeste. Tuvo su formación religiosa en California y allí tuvo contacto con “esos nuestros hermanos del campo”. Después de dos años y medio en la parroquia, se ha identificado con la comunidad, habiendo hecho antes su ejercicio de pastoral y diaconado en esta misma parroquia. Me llama la atención que es una parroquia que atiende a feligreses bilingües y biculturales; se habla en inglés y en español, se atiende a personas de origen latino y norteamericano. La parroquia ayuda a los migrantes apoyándolos en la fe y en su espiritualidad, intentando incorporarlos a una comunidad más grande.
  • 45. 76 “Pero ellos no tienen estabilidad y están sólo dos meses y se van. Ésa es la desventaja”, afirma. “Se invita a las celebraciones eucarísticas a todos. La riqueza que yo veo de nuestros hermanos que vienen de Oaxaca es que mantienen su idioma mixteco, hablan su propio dialecto. Es una riqueza muy grande. Ojalá y no lo pierdan. Interrumpo abruptamente para preguntar: “Padre, usted piensa que a los niños de estas familias también se les sigue inculcando parte de su cultura autóctona, su lengua, su idioma, sus costumbres o el hecho de que vengan aquí, a los Estados Unidos, hace que empiecen a perder esas raíces autóctonas”. Abruptamente también me responde: “Yo creo que sí, porque la necesidad de que hables el idioma ajeno es imperiosa, pero a veces hay una resistencia sobre todo a la integración cultural en estos contextos, probablemente por miedo o desconocimiento”. Reflexiono para mis adentros a pesar de su gran fe, quizás acercarse a otros lugares les representa un peligro potencial para su deportación, así que mientras más lejos estén, paradójicamente, más seguros estarán. En la diócesis también ayudan a los migrantes de manera material. Aunque de muy sencillo modo y haciendo un sondeo previo en los ranchos donde ellos trabajan, suelen llevarles despensas, artículos de limpieza, artículos personales y artículos para niños o bebés, mismos que se recolectan a través 77 de la cooperación de los feligreses de la comunidad. Esto lo hacen sobre todo las primeras semanas que llegan los migrantes. Así cuentan con ciertos recursos mientras empiezan a ganar dinero por su trabajo. Otros impedimentos que el Padre Maese ve para su integración a la comunidad son: la falta de transporte, así como la larga jornada laboral que incluye domingos, ya que están trabajando todo el tiempo. “trabajando a destajo”. Lo que se ha hecho es ir a los campos a ofrecer las misas y los ritos sacramentales y a convivir con ellos a través de juegos, pláticas y diversas actividades recreativas. Una religiosa, la Madre Guadalupe, quien estuvo en la parroquia, impulsó la impartición de la catequesis. Los fines de semana se dan cuatro misas en inglés y dos en español. Curiosamente hay más interés por las personas angloamericanas de hablar el español que viceversa. En este barrio, Hillsboro, la comunidad hispana es relativamente joven y como experimento de “amalgamación cultural”, las misas de lunes a viernes se hablan en dos lenguas, la primera parte de la misa es en inglés y la segunda parte de la misa es en español. Y se hace así para fomentar la unidad cultural de la comunidad. Se tienen otros proyectos a desarrollar, para que se sientan a gusto ambas culturas, no importando su estatus. En las festividades de la Virgen de Guadalupe las personas se involucran mucho. Sigue estando presente la fe del
  • 46. 78 pueblo. El Padre Maese observa que muchas de las costumbres católicas de México, lo que él llama los valores religiosos culturales se siguen observando acá en los Estados Unidos. Suelen haber personas que llevan sus imágenes de santos a bendecir después de las misas o bien le piden al sacerdote que vaya a bendecir sus casas. Para terminar, Padre, le pregunto: “Aunque yo noto diferencias por obvio en el cómo se hacen las cosas en la Iglesia Católica en México y en los Estados Unidos, el qué yo lo noto el mismo, es decir ¿la fe no tiene fronteras para nuestros migrantes, Padre?” “No”, responde, “la fe es lo que mantiene la vida, La fe trasciende culturas y se vive como se vive, con mucha intensidad”. “Pues Padre Hugo Maese”, asentí, “ aquí estando sentados en la oficina de su Parroquia de San Mateo en Hillsboro, quiero agradecerle mucho la valiosa opinión dada, su tiempo y estos elementos que seguramente me servirán en mi trabajo de investigación para llevar su perspectiva, sus buenos deseos y su fe allá en México”. Reverentemente me contesta: “Saludos a nuestros hermanos allá”. Muchas gracias, Padre, contesto, se los llevaré. Muy amable, Padre. Nos dirigimos lentamente y reflexivos hacia afuera de la parroquia y en un recodo de la construcción, de cara a una imagen de bulto de Jesús, el Padre Maese levantando y 79 moviendo la mano derecha y agachando levemente su cabeza me bendijo: “In Nomine Patris Et Fillii Et Spiritus Sancti…Amén” Marco Polo Tello Velasco siendo bendecido en su camino y en su proyecto de alcance social hacia la comunidad por el Padre Hugo Maese, en la Parroquia de San Mateo en Hillsboro, Oregon.(Fotografía de Marco Polo Tello Velasco)
  • 47. 80 - Entrevista con una Trabajadora del Centro Memorial de Salud Virginia García – Rosa Rivera Condado de Yamhill del Estado de Oregon en los Estados Unidos de América Me encuentro con Rosa Rivera, trabajadora de la Clínica Virginia García en el Campo Sergio Dos del Estado de Oregon y me cuenta muchas de sus experiencias. Ella es muy activa. Es la persona que va a las cabinas donde viven los migrantes, toca la puerta, los está siempre motivando para que vayan a atenderse a las clínicas rodantes. Rosa nació en El Salvador y sus padres la trajeron a la edad de 14 años a Los Ángeles, California, EUA. Estudió en ese estado y empezó a trabajar para la comunidad en el Valle de San Fernando. Después de años de trabajo se movió de California a Oregon para trabajar con los migrantes, lo que nunca había hecho antes. Lo que la motivó a trabajar en la Clínica Virginia García fue el que le llama la atención trabajar para lo que ellos llaman el alcance a la comunidad. Por alcance a la comunidad ella entiende: “...es un trabajo de promover a la comunidad, de nutrición, proveer servicios a la comunidad, de salud, de seguro y de orientación hacia la salud.” En Oregon ella trabaja con las personas que laboran en los campos, migrantes mexicanos básicamente. Como ella se 81 considera latina, no salvadoreña ni mexicana, le gusta ayudar a su gente. Al inicio su trabajo le impactó mucho, pues “nunca había visto trabajando en los campos a las personas ni en las condiciones en que viven. Me dolió. Me dolió ver mi gente cómo trabaja. Con qué esmero. Muchos de ellos vienen de nuestros países con el sueño norteamericano. Levantarse en las mañanas tan temprano y trabajan duro”. Los trabajadores, al ver que Rosa es de “su misma gente”, suelen compartir con ella sus historias de vida, lo que dejaron atrás, sus memorias, sus ilusiones, las oportunidades que anhelan encontrar en este país. Unos dejaron sus casitas atrás. Otros le dicen que sólo vienen para poder comprar su casa en México y hacer una vida. La primera vez que Rosa fue a un campo de migrantes lloró y dijo: “No. Yo me voy a involucrar más en esto. Voy a poner todo mi corazón. Voy a tratar de hacer lo posible de lo que esté a mi alcance para ayudarlos”. Viendo tanto niño y tanta jovencita, lo primero que vino a su mente fue hablar con ellos y decirles que tienen un futuro. Que estudien para que ellos puedan tener una mejor vida, aspirar a un mejor futuro para ellos y sus hijos. Rosa opina que en México los trabajadores migrantes vivían mejor, socialmente hablando. Podían en sus comunidades ir a la iglesia, al mercado, a las fiestas. Aquí tienen una mejor vida económica, pero a cambio de esa desintegración social. Por su continuo contacto con ellos, cree que han perdido más de lo que han ganado.
  • 48. 82 “En especial, el idioma es una barrera. Ellos no pueden salir porque allá afuera no les van a entender. Ellos no hablan el inglés, muchos de ellos el español lo hablan muy poco, ya que ellos hablan dialecto. Ellos se sienten como encerrados. Les da miedo salir y muchos de ellos tampoco tienen transporte propio y en esos lugares del campo norteamericano no existe el servicio de transportación pública en autobuses o coches, tal y como es común en todos los lugares aún distantes de la República Mexicana. Si no tienes un coche estás aislado o perdido, socialmente hablando. Es por esto que ellos se sienten enterrados”, reflexiona Rosa. No tienen la libertad de salir. No pueden ir a la iglesia, De convivir con las demás personas. No tienen amigos. Los niños no van a la escuela. 83 - Entrevista con una de las Fundadoras y Jefa de Operaciones del Centro Memorial de Salud Virginia García – Señora María Loredo Campo Casablanca en Cornelius, Oregon “Mi familia vivía en Río Grande Valle en Texas, a lo largo de la frontera entre México y los Estados Unidos. Soy hija de un bracero que migró de San Luis Potosí, México. Somos ocho de familia, ocho hermanos. Fuimos trabajdores migratorios en el algodón y en los campos de tomate, pero sobre todo seguíamos al algodón. Salimos a Plainview y San Antonio. Yo tenía sólo 5 o 6 años, escogiendo el algodón con mi familia. Llegamos a Oregon en 1961. Un día, mi papá vino a casa y dijo: vamos a Oregon a escoger fresas. Nosotros no sabíamos ni lo que era una fresa. ", es el relato de la Señora María Loredo, militante y pilar de esta organización desde hace muchos años. La familia se desplazó entonces a Oregon, a Portland y de allí al campo. “Había otra familia de ocho y otra familia de seis y vivimos en el campo para migrantes. El contratista que nos trajo nos prometió pagarnos un dólar por hora, por cosechar fresas escogidas. No obstante, cuando llegamos al campo, sólo cincuenta centavos por hora y conseguimos un adicional de veinte centavos por caja de fresas, en vez de los veinticinco centavos prometidos. Un día, la gente del estado vino para preguntarles a los trabajadores sobre la situación en
  • 49. 84 su campo. Su padre comentó el salario por hora que les pagaban a las personas.” Al día siguiente, el contratista llegó y les dio de patadas, porque su padre se quejó ante las autoridades estatales. Decidieron irse del lugar. Pero no tenían ningún lugar para ir y no tenían ningún vehículo para moverse. “Entonces mi papá compró un viejo coche y consiguió a alguien más para conducirlo, porque él no sabía conducir”, dice Loredo. “Nos movimos a otro campo. Fuimos a escoger fresas durante seis años”. Para entonces decidieron quedarse en Oregon. En esa época había campos como ahora y la gente vivía en cabañas, casas, en barracas, tiendas de campaña y hasta en carpas, como donde vivieron ellos un tiempo. No obstante, los más desgraciados vivían bajo los árboles. En esa época venía mucha gente de Texas y seguían las cosechas en los estados de California, Oregon y Washington. Lo que recuerda de su trabajo es que le divertía, se le hacía fácil, seguramente porque era una niña. “El trabajo se hacía sin problemas y lo hacían en conjunto, como familia. El corte del espárrago era el más duro —afirma— Nos daban como sesenta acres por día a cada familia e íbamos en las mañanas y en las tardes a cortar”. Moviéndose de pueblo en pueblo cada dos semanas para las cosechas, era para la niña María Loredo de entonces más bien una diversión. (Nota del autor: un acre es equivalente a 4.04 metros cuadrados) 85 Al llegar a Oregon cosecharon la fresa, el frijol, el repollo, en fin, diversos tipos de verdura. “En especial recoger la fresa es cansado; hay que hacerlo sentado, semi-sentado o hincado. Las manos se cansan, las piernas se entumen, la espalda se lastima”. Se acuerda mucho de las duras jornadas que empezaban a las cuatro o cinco de la mañana, “cuando se levanta uno y el sereno frío. Las manos se le entumen, pero se le pasa a uno y tiene que trabajar”. María Loredo fue a la escuela hasta el sexto grado y no más, debido a la creencia de su padre de que las mujeres no necesitan mucha educación. Siguió trabajando en los campos de migrantes. Pasaron cuatro años y comenzó a asistir el colegio comunitario de Chemeketa, planeando allí estudiar la profesión de enfermera. También comenzó a trabajar en una clínica de dermatología en Salem como un ayudante médico. El programa para estudiar la profesión de enfermería tenía entonces un sistema de sorteo. Ella esperó durante tres años, pero nunca entró al programa. Entonces se casó con un migrante también. Lo hicieron en el Condado de Washington. Allí descubrió que había muchos campos de migrantes, con muchas familias viviendo allí.
  • 50. 86 “Comencé a trabajar como consultora migratoria para el distrito escolar de Forrest Grove. Trabajé con las familias de niños migratorios para averiguar sus necesidades. Esto era un principio bueno para mí, porque llegué a conocer la comunidad. Cada persona que conozco ahora era la gente que encontré durante aquel año (1977). Algunos de ellos se han hecho mis compadres y comadres al cabo de un rato. Fui capaz de unirme a la comunidad migratoria por mi trabajo”, dice María. En aquel tiempo, la primera clínica del Sistema Médico Virginia García ya había sido establecida, por lo que María Loredo traía los niños a la clínica para inmunizaciones y chequeos. “Un día, el director me preguntó si querría trabajar para la clínica durante el verano. Sólo un verano y acepté la oferta de trabajar como una recepcionista para la clínica de Virginia García.” Hasta hoy, continúa trabajando para la clínica. “Realmente disfruté trabajando con las familias y niños. Pronto comencé a identificar áreas en la clínica en las que podría ayudar a mejorar. No había un sistema para el expediente médico, entonces ayudé a diseñarlo. Entramos un sábado y establecimos el nuevo sistema, y esto trabajó. Era mi primera tarea de diseño de un sistema. Poco después, comencé a manejar la recepción y ayudé con el sistema y el desarrollo de programa y la supervisión de personal”. 87 Además de la dirección de programas, la otra pasión de la Señora Loredo fue trabajar en los campos de los migrantes y convencer a los trabajadores de venir a la clínica. Trabajando de tiempo completo y haciendo un esfuerzo sustancial, María Loredo asistió a estudiar a Portland State University, donde recibió su grado de Licenciatura en Ciencias Sociales en el año 2002. Durante la década de los años noventa, el centro médico memorial comenzó a crecer rápidamente. Se añadieron las áreas de oftalmología y clínicas dentales. En 2002, se abrió la Clínica en Hillsboro, barrio muy poblado de población hispana en los suburbios de Portland. También, durante aquel año, le ofrecieron la jefatura de operaciones. “Como trabajadores de asistencia médica, hay todavía muchas cosas para nosotros por hacer”, enfatiza María Loredo. La asistencia médica no está disponible aún para cada uno de los habitantes en Oregon que lo necesita: para niños, jóvenes, adultos, mujeres embarazadas. Hay mucha gente que es no asegurada. Hay mucha gente que no tiene el acceso a la asistencia médica básica”. “ Como administradora de operaciones, uno de sus objetivos más importantes es mejorar el aspecto cultural de servicio que provee. Declara: “Es importante que nosotros no sólo proporcionemos el servicio culturalmente apropiado, sino que hagamos un esfuerzo para ser bilingües, biculturales. Más allá de la cultura del latinoamericano, también servimos a