Este documento analiza si España ha convergido hacia Europa y los niveles de renta de la UE. Muestra que aunque hubo una convergencia inicial tras la creación de la UEM, la crisis ha revertido parcialmente esta convergencia en países como España, Grecia e Italia, cuyos niveles de renta per cápita en 2014 eran similares o inferiores a los de 1999. El fracaso en la convergencia se debe a factores como la debilidad institucional en España, la rigidez estructural, un bajo crecimiento de la
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¿CONVERGE ESPAÑA HACIA EUROPA?.
Manfred Nolte
El preámbulo del Tratado de la Unión Europea habla del objetivo de “lograr el
refuerzo y convergencia de las economías de los Estados miembros” y vincula
dicha convergencia al establecimiento de una unión económica y monetaria
(UEM) que incluye “una moneda única y estable”. La adopción del euro en 1999
abría las puertas de los países participantes a un futuro de mayor bienestar
derivado de una integración cohesionada de las principales variables
económicas que definían el proyecto.
El objetivo de una convergencia real se refiere fundamentalmente a que los
países de renta más baja crezcan a un ritmo superior al de los países más ricos,
sin que ello implique merma para estos últimos ya que el valor global de la renta
no es un juego de suma cero. La convergencia sostenible no solo responde al
objetivo de distribución y aumento del bienestar en una zona de integración
sino que también es el principal requisito para que las economías inmersas en
un proceso de convergencia puedan sobrellevar las crisis ocasionales que vayan
surgiendo, ya sean regionales o de naturaleza general y sistémica.
Un reciente estudio del Banco Central Europeo (BCE) viene a evaluar dicho
proceso de convergencia y a dictaminar en qué medida la UEM y más
concretamente la adopción del euro ha sido un éxito. En definitiva, si la
pertenencia al club de los más selectos del planeta ha logrado estrechar las
diferencias en la renta per cápita de sus países integrantes.
La investigación muestra que si bien la mayoría de los países de Europa central
y oriental de los 28 han registrado avances en el proceso de convergencia con la
media europea desde la constitución de la UEM, dicha convergencia se ha
deshecho parcialmente como consecuencia de shocks asimétricos en aquellos
países –fundamentalmente de la zona euro- que carecían de unos fundamentos
económicos sólidos. Así, los niveles comparativos registrados por algunos países
respecto de la renta per cápita media europea en 2014 son los mismos que ya
gozaban en 1999 (España y Portugal) o incluso inferiores (Grecia e Italia).
En lo que atañe a la economía española, en 1959 el PIB por habitante sólo era
del 56 por ciento del comunitario, mientras que en 1975 ese porcentaje se había
elevado al 79,2 por ciento. Desde el comienzo de la transición se inició la
divergencia real con Europa hasta llegar en 1986 al 70,4 por ciento, o sea, en los
diez primeros años de la democracia, España retrocedió casi diez puntos. A
partir de 1987 se inicia una lenta recuperación de parte del terreno perdido
hasta alcanzar en 1993 el 76,6 por ciento del PIB por habitante español en
relación con el europeo. La distancia se acorta desde esa fecha para progresar
hasta niveles del 103% comunitario en la antesala de la crisis en 2007 y
regresar, tras su estallido, a niveles similares a los de 1998, en el entorno del
96% de la media de la UE 28.
El relativo fracaso en la convergencia obedece a varias causas, destacando entre
ellas la debilidad de las Instituciones, las rigideces estructurales, el anémico
crecimiento de la productividad total de los factores, un excesivo crédito
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bancario y la ausencia de políticas dirigidas a atenuar los ciclos alcistas de los
precios de los activos. Desgraciadamente, la economía española ha constado en
los registros de todos los factores aludidos: mercados de bienes, servicios y
trabajo rígidos, escasa calidad institucional, endeudamiento bancario excesivo,
y crecimiento de la productividad total de los factores nulo o negativo.
Una lección básica extraída de la crisis de la zona del euro es que la adopción de
la moneda única no invalida la necesidad de adoptar sólidas políticas
económicas domésticas. La moneda única implica la renuncia a mecanismos
automáticos (devaluaciones, movimientos de tipo de interés etc.) utilizados
anteriormente para recuperar la convergencia nominal. En la teoría de las
uniones monetarias, los shocks asimétricos se corrigen con la política fiscal y en
último término –y lamentablemente- con menores salarios y más desempleo.
Una economía suficientemente flexible percibe las señales de los precios y
procede en presencia de una crisis al trasvase de recursos hacia sectores de
mayor productividad. La política monetaria centralizada en Frankfurt necesita
el complemento de políticas fiscales y macroprudenciales anticíclicas nacionales
para atenuar, y si es posible prevenir, los efectos de los shocks imprevistos.
Resumiendo: A pesar de haberse producido una convergencia real inicial, la
crisis ha revertido el proceso en los países periféricos, incluido España. Los
remedios propuestos por el BCE se inscriben en los postulados de la ortodoxia:
estabilidad macroeconómica y política fiscal equilibrada, flexibilidad en los
mercados de productos y de trabajo, marco institucional favorable para un uso
eficiente de los factores que respalden el crecimiento de la productividad total y
un uso activo de las instrumentos nacionales. Naturalmente, los esfuerzos
desplegados a nivel nacional deben complementarse con reformas estructurales
a escala europea encaminadas a reforzar el mercado único europeo. Mercado
único bancario, mercado unificado de capitales, tesoro centralizado y política
fiscal común. Todo ello son objetos deseables en una Europa que, en estos
momentos, se halla absorta en otros problemas quizá más importantes pero en
todo caso más urgentes y acuciantes.